domingo, 24 de septiembre de 2017

PESSOA EL BARRIL SIN FONDO



La poesía de Pessoa es un cántaro de ritmo, música, excelente composición, levedad y peso en un mismo lugar, vuelo, sus versos de una grandeza inagotable, cada vez que lo leo, no dejan de alucinarme, como si fuera el primer contacto, siempre hay un alumbramiento, una sorpresa, una súbita admiración. Su vida, discreta, misteriosa, ha suscitado la curiosidad de los críticos y biografos, siempre buscando descifrar como se articula vida y creación. Esta nueva antología reseñada por “La revista Ñ” del periódico “El clarín” de Buenos Aires, considero que constituye una entrada excelente al texto y una mirada fresca al poeta que tanto me apasiona[1].   



https://www.clarin.com/revista-enie/literatura/pessoa-barril-fondo_0_S1ebFApqW.html

Se publica una nueva antología -Papeles personales- con numerosos textos desconocidos del poeta y prosista portugués más extraordinario del siglo XX.
Leer en los años ‘60 y ‘70 en el Río de la Plata los Poemas de Fernando Pessoa en la traducción y selección de Rodolfo Alonso, y en la colección Los poetas de la Compañía General Fabril Editora (1961), constituía a la vez un shock y un deslumbramiento. Aunque ambos estaban facilitados por la difusión de los poetas “beat” y por la influencia que la literatura norteamericana había tenido vía Borges. De hecho Pessoa podría considerarse un Borges portugués no sólo por el papel central en la poesía, la cultura y hasta la política portuguesas, sino también porque desvió el eje de influencia francesa e introdujo la anglosajona.
El otro tema era que el libro incluía poemas de cuatro autores: Fernando Pessoa, Álvaro de Campos, Alberto Caeiro y Ricardo Reis. En la época todavía era difícil adecuarse al término “heterónimo”, aunque pronto se fue consolidando. No se trataba en absoluto de seudónimos. Tampoco de intentos de escribir a distintos poetas (como hizo, por ejemplo, Juan Gelman con Sidney West y otros). Era la creación completa de personalidades paralelas, incluyendo fecha de nacimiento y a veces muerte, cartas astrales y, sobre todo, poéticas enteras divergentes.
Álvaro de Campos, por ejemplo, era una especie de Pessoa exacerbado: más violento y directo, más entregado a las odas, o a un extenso “Saludo a Walt Whitman”, o a poemas ya clásicos hoy, como el que empieza “Todas las cartas de amor son/ ridículas”, o “Tabaquería”. Estos dos primeros poetas eran además filosóficos o conceptuales alternativamente, y políticos. En cambio Alberto Caeiro era un pastor que se negaba por entero a agregar una molécula de pensamiento o intelectualismo a la desnuda existencia del mundo. Por momentos parecía un poeta zen. En otros se oponía al rasgo cultural mínimo: “¿Para qué se necesita un piano?/ Mejor es tener oídos/ Y amar la naturaleza”. Para él el río de su aldea era más que el Tajo, porque “El río de mi aldea no hace pensar en nada/ Quien está a su lado sólo está a su lado”. Ricardo Reis, por último, fue el pagano, el conectado aún con los dioses griegos, que amaba el presente, y no podía dejar de experimentar una especie de “epicureísmo triste”: “Amo las rosas del jardín de Adonis,/ Esas rápidas, amo, Lidia, rosas,/ Que en el día en que nacen,/ En ese día mueren”.
Durante años aquella selección fue la que circulaba. Pero después los rasgos cada vez menos míticos y más precisos de la extraordinaria complejidad personal y la altísima potencia de su poesía llegaron a superar el ámbito lírico, para convertirlo en una especie de fenómeno literario. Pessoa vivió menos de cincuenta años; cuando murió el padre, se mudaron con la madre a Sudáfrica, y toda su educación (muy buena) fue en inglés. Llegó a sacar un premio victoriano de excelencia entre casi 1.000 competidores. En vida publicó un solo libro, Mensaje (1934), considerado el menos representativo de su obra. Trabajó con comodidad en sitios comerciales donde se encargaba de la correspondencia en inglés con notable eficacia. Tuvo una vida recoleta, minuciosamente esquiva. Era habitué de los sitios donde podía tomar café o vino. En una de esas mesas existe hoy una estatua que lo hace presente. En más de uno de los más de 500 fragmentos de su Libro del desasosiego aclaró su necesidad de soledad absoluta, a tal punto que una mera invitación a cenar lo ponía en jaque. Decía que le bastaba la presencia de un solo cuerpo más para perder concentración, contacto con los sueños. En cambio no tenía el menor empacho en discutir a la vez con varios de sus heterónimos.
Cuando murió dejó un legado laberíntico, cósmico. A lo largo de la vida había ido metiendo paquetitos prolijos de hojas en un baúl (o arca). Según el último inventario, de 1972, se ficharon 25.426 originales de todo tipo: servilletas, trozos de papel, hojas que sostenían varios textos a la vez, de muy distinta importancia. Durante años el baúl estuvo en la casa de una hermana, pero con el tiempo fue usado y saqueado a menudo por curiosos y especialistas, quebrando todo orden. De allí la frecuencia con que aparecen inéditos, en especial de prosa.
La mayoría de estos datos figuran en la extensa introducción del chileno Adán Méndez a su recopilación de Papeles personales(Univ. Diego Portales). El libro, con más de 370 páginas, aún descontando la larga introducción, funciona muy bien como “reader” no de la obra sino de la persona (o personaje) misma del propio Pessoa. El prólogo es sintético y claro, y se le agregan una serie de ilustraciones muy bien elegidas. Aparte de él mismo (en especial las que lo muestran caminando “como si no pisara el suelo”), figuran las tapas de las distintas revistas en las que colaboró, o su amada Ofelia Queiroz, o un mostrador de taberna mientras bebe (foto enviada a Ofelia con la dedicatoria: “Fernando Pessoa en flagrante delitro”).
La mejor lectura es la sucesiva. Pero también puede consultarse por tema. Se incluye la larga carta donde cuenta el origen de los heterónimos, adjudicándoles una base de esquizofrenia en él mismo. En otra carta, donde pide catálogos completos de magnetismo y psiquismo, se autodefine como “un histérico-neurasténico”. Y agrega un poco después que salvo las “cosas intelectuales” donde ha llegado a conclusiones firmes “cambio de opinión diez veces al día, sólo tengo un juicio estable respecto de cosas ante las que la emoción no es posible. Sé qué pensar de tal doctrina filosófica, o de tal problema literario; nunca tuve una opinión firme sobre ningún amigo, sobre ninguna de las formas de la actividad externa”.
En una carta a Ofelia, comienza con una frase carambólica, digna de Macedonio Fernández: “Para que no diga que no le escribí, motivada porque yo en efecto no le haya escrito, le escribo”.
También hay abundancia de opiniones sobre Portugal, y sobre un movimiento del que formó parte, el “sebastianismo”, convencido de que habría un retorno de Don Sebastián (1557-1578), emperador de Portugal. El profetismo, el ocultismo, el espiritismo, formaban parte de sus intereses esenciales. Tuvo una relación importante con el “mago” (o satanista) inglés Aleister Crowley, y participó de costado en una operación entre publicitaria y folletinesca que sugería a la vez el suicidio o el asesinato de Crowley. Un largo texto analiza las “comunicaciones mediúmnicas”.
Era plenamente consciente del carácter de frontera, de borde, de Portugal. En una entrevista se acerca otra vez a Borges (para quien ser un país de los límites permitía entrar a saco en todas las demás culturas). Para él “El pueblo portugués es, esencialmente, cosmopolita. Nunca un verdadero portugués fue portugués: siempre fue todo”. Y sigue con fórmulas paradójicas: “Nuestra crisis política es que somos gobernados por una mayoría que no existe”, “Estamos tan desnacionalizados que debemos estar renaciendo”, “Llegamos al punto en que colectivamente estamos hartos de todo e individualmente hartos de estar hartos”, “Ser portugués, en el sentido decente de la palabra, es ser europeo sin la mala educación de la nacionalidad”.
Cuando se trata de una de sus profesiones, dice: “Hay solamente un período creativo en nuestra historia literaria: todavía no ha llegado”. Y cuando se le pregunta sobre el futuro, no tiene dudas: “El Quinto Imperio”, o sea el “sebastianismo”. “¿Quién, siendo portugués, puede vivir en la estrechez de una sola personalidad, de una sola nación, de una sola fe? ¿Qué portugués verdadero puede, por ejemplo, vivir la estrechez estéril del catolicismo, cuando fuera de él hay para vivir todos los protestantismos, todos los credos orientales, todos los paganismos muertos y vivos, fundiéndolos portuguesamente en el Paganismo superior?”.
Algo que lo acerca a otro “raro” de las tierras “menores” (Felisberto Hernández) es la casi imposibilidad de clavarle el alfiler crítico que lo convierta en una mariposa muerta, pero manejable. El propio compilador se ve un poco avergonzado en el momento de explicar la creencia de Pessoa en el “sebastianismo”. Lo mismo le ocurrirá a quien trate de acomodar un folleto político de subtítulo fabulosamente explícito: “Defensa y justificación de la dictadura militar en Portugal” (1928). Los esquives de la obra misma son, como en Felisberto, producto de un lenguaje complejo y mezclado, y de una originalidad casi agobiante.
Quien entra en Pessoa, y sigue un buen tiempo adentro, no sabe cómo sale, y sobre todo no sabe cómo explicar los cambios sufridos en sí mismo.
En acción, caminando, tenía un toque de “performer”: le daba una importancia especial al ibis, el ave que suele pararse sobre una sola pata: así lo hacía, imitando las alas con los brazos. “Ibis” es un apodo que emplea con Ofelia en la correspondencia.
Como suelen descubrir quienes se meten en el baúl, algunos de los textos tienen apenas un párrafo de extensión. Pueden ser instrucciones, como estas “Reglas morales”:
“1. Nunca afirmar que en determinadas circunstancias –que no hayas experimentado– actuarás de determinada manera.
2. No confesar nunca lo que íntimamente ocurre en ti. Quien confiesa es un débil.
3. Nunca dar una opinión inmediata sobre algo, a menos que sea algo que pueda resolverse directamente en base a principios”.
En otras ocasiones son momentos más personales, dignos de un diario íntimo. En 1914 (aprox.): “Cada vez estoy más solo, más abandonado. Poco a poco se cortan todos los lazos. Pronto me quedaré solo.
Mi peor mal es que no consigo nunca olvidar mi presencia metafísica en la vida. Por eso la timidez trascendental que pone temor en todos mis gestos, que extrae de todas mis frases la sangre de la simplicidad, de la emoción directa”. Varios años después, las cosas no han mejorado: “Me rodea un vacío absoluto de fraternidad y afecto. Incluso los que me son queridos no me son queridos; estoy rodeado de amigos que no son mis amigos y de conocidos que no me conocen”.
Lo curioso es que pocos autores parecen haber tenido una vida más plena, creativamente hablando. Y también en lo social: lo consideraban cortés y amable. Como muchos, tuvo un amor que terminó. Y, como dijo en “Tabaquería”: “No soy nada./ Nunca seré nada./ No puedo querer ser nada./ Aparte de eso, tengo en mí todos los sueños del mundo”.

Papeles personales, Fernando Pessoa. Trad. Adán Méndez. Ediciones Univ. Diego Portales, 382 páginas.





[1] Fernando António Nogueira Pessoa, más conocido como Fernando Pessoa (Lisboa, 13 de junio de 1888-ibídem, 30 de noviembre de 1935) fue un poeta y escritor portugués, considerado uno de los más brillantes e importantes de la literatura mundial y, en particular, de la lengua portuguesa.
Tuvo una vida discreta, centrada en el periodismo, la publicidad, el comercio y, principalmente, la literatura, en la que se desdobló en varias personalidades conocidas como heterónimos. La figura enigmática en la que se convirtió motiva gran parte de los estudios sobre su vida y su obra.
Habiendo vivido la mayor parte de su juventud en Sudáfrica, donde estudió hasta 1905, la lengua inglesa tuvo gran importancia en su vida, pues Pessoa traducía, trabajaba y pensaba en ese idioma. De día, Pessoa se ganaba la vida como traductor. Por la noche, escribía poesía: no escribía «su» propia poesía, sino la de diversos autores ficticios, diferentes en estilo, modos y voz. Publicó bajo varios heterónimos —de los cuales los más importantes son Alberto Caeiro, Álvaro de Campos, Bernardo Soares y Ricardo Reis—, e incluso publicó críticas contra sus propias obras, firmadas por sus heterónimos.
Murió por problemas hepáticos a los 47 años en la misma ciudad en que naciera, dejando una descomunal obra inédita que todavía suscita análisis y controversias.

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