viernes, 29 de noviembre de 2019

¿POR QUÉ ESCRIBIR?


Hace poco escribí en mi blog: “Literatura al día” un artículo sobre por qué escriben nuestros escritores, una indagación de varias opiniones rescatadas de muchas entrevistas a escritores importantes. Me encontré después con este excelente artículo publicado por el diario “El espectador” de Colombia, que espero mis lectores disfruten. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE
ANTONIO ACEVEDO LINARES
Cultura
23 Jul 2019 - 2:18 PM
Las razones por las que un hombre o una mujer escriben y que lo convierten en un/a escritor/a o un/a poeta, son múltiples e insólitas, extravagantes o irreverentes, contestatarias o tiernas.
Allen Ginsberg decía que escribía porque le gustaba cantar cuando estaba solo y porque no tenía ninguna razón, porque no tenía un por qué, y porque era la mejor manera de expresar todo lo que le viene a la mente en el espacio de un cuarto de hora o de toda una vida. Umberto Eco dijo que sus hijos habían crecido y ya no sabía a quién contarle sus historias. Juan Marse escribió que escribía novelas por puro placer estético, esto es, para sentirse vivo, para crear criaturas imaginarias, y con la vida que no pudo vivir, conjurar así la nada y el olvido, como una forma de la felicidad, y que escribía para sobrevivir a su infancia y salvar de la nada algunas imágenes, algunos sentimientos y emociones de la infancia. Miguel Otero Silva dijo que escribía porque no pudo ser ni concertista, ni pintor, ni abogado, ni ingeniero, ni deportista, ni guerrillero, ni militante del partido comunista, ni orador parlamentario, ni senador. La naturaleza no lo había dotado para el ejercicio de las anteriores profesiones y como político sus brillantes discursos solo se le ocurrían cuando ya se había clausurado el debate.
Rubén Fonseca dijo que en el principio el amor por la imaginación (soñar, inventar ideas, fabular) lo llevó al amor por la lectura y que el amor por la lectura lo llevó al amor por la escritura y tuvo deseos de crear todo aquello que admiraba, pero pronto descubrió que escribir era a veces aburrido, desesperante y siempre fatigoso y que perseveró porque es difícil abandonar un trabajo de cuyo aprendizaje ha exigido mucho tiempo y esfuerzo. Graham Greene dijo que escribía por necesidad, que, si tenía un forúnculo y estaba maduro, lo apretaba. Wole Soyinka dijo que suponía que era su lado masoquista. Rafael Alberti dijo que escribía para comunicarse lo más claramente posible con aquellos que lo leían y le escuchaban. Salvador Elizondo, como en un laberinto de palabras, dijo que "recuerdo haber escrito y también me veo cuando escribía. Y me veo recordar que me veía escribir y recuerdo haberme visto recordar que escribía y escribo que me veo escribir que recordaba haberme visto escribir que me veía escribir que recordaba haberme visto escribir que yo escribía y que escribía que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribir que ya había escrito que me imaginaria escribiendo que había escrito que me imaginaba escribir que me veía escribir que escribo".

Tomás Borge dijo que escribir es como hacer el amor, y escribir un primer libro es como hacer el amor por primera vez. Nadie soportaría la tentación de seguir haciéndolo hasta la consumación de los siglos. Germán Espinosa ha elegido responder que escribe para justificarse o bien que si llegase a descubrir por qué escribe, dejaría de escribir pero que en honor a la verdad escribe porque en él la fantasía priva sobre la razón. Gabriel García Márquez dijo que escribía para que sus amigos lo quisieran más. Alexandre Kouchener dijo que escribía porque en ello encontraba placer y alegría y que pensaba que el don poético habita al poeta como un instinto biológico como la abeja que no se pregunta por qué recoge “la ofrenda de las flores” y al hacerlo fecunda las plantas.

Osvaldo Soriano no ha sabido con precisión por qué escribía. Dijo, sin embargo,  y arriesga una respuesta al decir que primero está el placer, la sensualidad de las palabras que elige para abrir el espacio de libertad en el Universo que va a construir el texto que él escribe, esto es, responde a la necesidad de escribir por el placer de escribir, lo que no deja de producir angustia y sabe el precio que tiene que pagar, pero también escribe para compartir la soledad. Henry Miller dijo que el escribir es como la vida misma, es un viaje de descubrimiento y todo lo que hace lo hace por la mera alegría de hacerlo. No le preocupa que lo entiendan el lector corriente ni el crítico y tan pronto como oyó su propia voz quedó encantado, y el hecho de que fuera una voz diferente, distinta, única, le sostuvo.

José Agustín Goytisolo dijo que escribir le ha ayudado a vivir, a estar alegre entre tanto desastre y tanta miseria moral, entre tanta mediocridad y cobardía y que uno siempre escribe por carencias profundas, por desequilibrio. "Comencé a escribir", dijo Manuel Vásquez Montalbán, "porque quería ser grande, rico y bello". Leonardo Sciascia dijo: "escribo porque me gusta escribir, porque el hacerlo uno se ve escribir y se siente vivir además de existir". Marguerite Duras, sarcástica, ha dicho que hostigada por esa pregunta no tenía nada que decir al respecto, que nunca ha sabido nada sobre esa extraña actividad. Jaroslav Seifert dice que quizás se escribe por ese deseo que existe en cada ser de dejar una huella. Peter Schneider, más cauteloso, terminó diciendo que no había escrito lo suficiente para reflexionar sobre esta pregunta. A mí me gustaría decir por qué también escribo, para terminar con esta caza de citas, con un poema titulado, Poema:

Amo las palabras

con las que te amo

y escribo porque estoy

enamorado de la lluvia

del viento de la tarde

de los besos de las manos

de tus caricias de tus ojos

que me sueñan de tus noches

junto a mí de tu voz que me susurra

de tus silencios cuando callas

de tu presencia cuando

te tengo de tus pasos

cuando caminamos juntos

de tu pelo cuando lo estremece

el viento de tus palabras

que son como brazas ardientes

escribo para conjurarte

contra la muerte y no dejes

de existir y te quedes para

siempre en éste poema

y en éste corazón

y en ésta mano

que te escribe siempre.

Con o sin vergüenza, el escritor o el poeta escriben porque es su vocación más pura y encuentra la forma a través del lenguaje de embellecer el mundo envilecido en el que vivimos, porque es su destino más inexorable escribir como un explorador de nuevos mundos por construir o conquistar, el lenguaje es un continente que se ha propuesto descubrir y el instrumento más maravilloso que le permite seducir, imaginar, delirar las historias más increíbles y bellas que su mente y la realidad y la historia construye y que pasan por su corazón y su mano que la escriben. Escribir es el ejercicio de la imaginación más exacerbado que le hace decir a Albert Einstein que la imaginación es superior al conocimiento.

Escribir no es un oficio para decir cosas bonitas ni enamorar doncellas ni un esnobismo del escritor para llenarse los bolsillos de dinero, porque ya sabemos que una sociedad que no respeta la condición de escritor o poeta es lo que menos logrará si pretende hacer de la palabra una mercancía más del mercado para adular o congraciarse con el poder o las academias o el establecimiento. El deber revolucionario de un escritor es escribir bien, dijo alguna vez García Márquez, y en ese deber está incluidas su ética y su estética literaria. No es tampoco un ejercicio de individuos privilegiados, pero sí de una sensibilidad distinta al común de todos los hombres, porque no todos los hombres tienen la sensibilidad del lenguaje y su enamoramiento para escribir. Acaso se escribe porque se ama el lenguaje como a una mujer o la vida, y nos alucina y maravilla como la creación más fervorosa del ser humano. El día que el hombre sienta alucinarse por el poder del lenguaje o las palabras será poeta y estará condenado a vivirlo en todos los instantes de su vida y aprenderá a amar y a vivir la vida con poesía.

Cioran ha escrito que "para mí escribir es vengarme. Vengarme contra el mundo, contra mí mismo. Casi todo lo que he escrito fue el producto de una venganza". Gesualdo Bufalino escribió que se escribe para vencer dentro de uno mismo la amnesia, "¿pero no se escribe también para ser feliz?", se pregunta. Se escribe para jugar, ¿ por qué no? La palabra es un juguete, el más serio, el más fatuo, el más caritativo de los juguetes de adulto. "Escribo porque siento que cumplo una función que es necesaria para mí, si no escribo siento desventura y remordimiento", dijo Jorge Luis Borges.



miércoles, 20 de noviembre de 2019

PETER HANDKE HAMBRE DE ESPÍRITU


Este artículo excelente sobre el nobel de literatura, publicado por letras libres corresponde al develamiento de una escritura diferente, a un hombre con una cultura y un amor por el texto, el desciframiento sobre el tiempo en la narrativa es de suma importancia y de hecho inabarcable del todo, siempre hay mil aperturas, como heridas abiertas. Espero mis lectores lo disfruten. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE

Elvira Navarro
En la literatura del escritor austriaco, instalada en una digresión casi continua, hay una pregunta que sobrevuela todo el rato: ¿qué es el tiempo? Preguntarse por el tiempo es preguntar por todos nosotros, seres temporales.
Hace casi diez años, en casa de un amigo, vi un libro de Peter Handke sobre su mesita de noche. Me parece recordar que se trataba de Ayer, de camino. De lo que no me cabe duda es que, al preguntarle sobre su lectura, este amigo me dijo que se sumergía en Handke siempre de la misma manera: por la noche y como si rezara. “Sus libros son una oración”, añadió, y no pregunté más porque creí entender a qué se refería, aunque quizá no lo entendí en absoluto y superpuse mi manera de leer a Handke a la suya. Sea como sea, este amigo no es creyente; cuando eligió la palabra “oración”, imaginé que no se refería al rezo dirigido a un Dios trascendente, sino a la meditación, y en un triple sentido: meditación como un proceso de desidentificación con el propio pensamiento y como exploración de las posibilidades abiertas en ese proceso; meditación como una modificación del tiempo en la medida en que se toma distancia del discurrir interno; meditación como gratitud.

Hay algo parecido a estos tres aspectos en la escritura de Peter Handke, Premio Nobel de Literatura 2019. La literatura opera sobre el tiempo, sobre la duración, contrayéndola o dilatándola. Es una paradoja que, allí donde podemos cuantificar la duración de una historia (en la mayoría de las narraciones de trama limpia, sin meandros), el tiempo casi se evapore por efecto de la rapidez, como si las acciones, que suceden necesariamente en un espacio-tiempo (y que, por tanto, construyen el tiempo), lo hicieran invisible al tornarlo ligero. También es paradójico lo contrario: que una suspensión de la acción, del hilo temporal, nos haga sentir el tiempo con todo su peso y misterio: el tiempo se hace presente mediante su ausencia, como una aparición fantasmagórica que no es liviana porque lleva grilletes en los pies y cadenas en las manos. Un espíritu que es casi un cuerpo. En la literatura del escritor austriaco, instalada en una digresión casi continua, hay una pregunta que sobrevuela todo el rato: ¿qué es el tiempo? Preguntarse por el tiempo es preguntar por todos nosotros, seres temporales. El tiempo es nuestra condición de posibilidad. ¿Cómo lo vivimos?

El tiempo de lectura no tiene relación con el tiempo interno del relato. En un cuento breve puede darse una enorme concentración temporal que se traduce en densidad semántica, el mundo entero intuido en unas cuantas páginas (es el caso de Borges o de Las ciudades invisibles de Calvino). Y a la inversa: en una digresión mal traída (conceptos manoseados, autocomplacencia lingüística) puede que no haya nada, ni siquiera tiempo: tenemos entonces la sensación de perder el tiempo, al igual que cuando las acciones no son significativas.

Con Handke nunca perdemos el tiempo, y eso es algo que puede decirse de muy pocos escritores. Apenas hay quienes hacen de la escritura una tentativa continua de descubrimiento en lugar de una repetición de fórmula (el mero oficio), pues prima una concepción de lo literario donde no hay misterio ni oscuridad; tampoco iluminación alguna, porque sin oscuridad no hay luz. Entregarse a esa tarea supone, además, asumir el fracaso. “Con todos mis libros he fracasado, fracasado bien, creo, pero con todos, exceptuando las cosas cortas. Ensayo sobre el jukebox o Ensayo sobre el cansancio o Lucie en el bosque con estas cosas de ahí, en toda su marginalidad, de alguna manera son pequeñas obras maestras. Pero con el resto he fracasado, de manera real. Con mi novela de formación, Carta breve para un largo adiós, todo es quebradizo, no da en el clavo, aunque por otro lado acierta en algo. O La repetición, que escribí en memoria de los hermanos de mi madre. He fracasado en eso también. Todo se queda en fragmentos”, le dijo Handke a Cecilia Dreymüller en una entrevista que publicó Babelia en 2003.

¿Qué es lo que Handke hace en sus libros? Al respecto, Alejandro Gándara firmaba en El Cultural uno de los mejores artículos que he leído en estos días. Decía Gándara que el origen del artefacto está en el mazazo que supusieron para Europa, y en concreto para Alemania (que junto con Francia e Italia fue la cuna de la Modernidad y del proyecto ilustrado en la Europa continental), las guerras mundiales. La confianza en la razón, en el progreso y en los avances científicos y técnicos se vino abajo tras haberse puesto todo al servicio de la masacre y la barbarie; en consecuencia, mejor que el hombre se callara y hablase el mundo, y esa es la operación que Handke lleva a cabo. La renuncia a la acción, a la trama, no está al servicio de la expresión de una subjetividad, sino del ir al encuentro de lo otro, de lo que aún es posible. “Caminar es dar por bueno el mundo cuando más cuesta dar por buena la vida”, escribe Chus Fernández sobre Handke (Chus es el mejor lector de Handke que conozco) en La Nueva España, y también:

“Quien se asombra conjura el tiempo y se entrega al hallazgo, a lo que de no haberse asombrado habría pasado por alto. ¿Debido al merecimiento? No. Debido a la correspondencia.”

Termino con una anécdota maravillosa contada por Fernando Castro Flórez en su Facebook: un día estaban él y Nacho Criado desayunando en un bar de Jaén cuando apareció Peter Handke con aspecto de mendigo. El camarero le dijo que se marchara, pero Castro lo reconoció. “¿No serás periodista?”, le preguntó Handke con cara de espanto. Estuvieron hablando un rato. Handke les contó que había llegado a la ciudad caminando, y cuando salió del bar, le esperaban en la calle unos cuantos perros. Esto ilustra mejor la literatura de Handke que todo lo que he dicho. ~



viernes, 15 de noviembre de 2019

UN EQUILIBRIO DIFÍCIL


Javier Cercas ha escrito varios libros, devalando aspectos históricos de España, como la guerra civil, el golpe de estado de parte del coronel Tejeros, recién nacida la republica después de la muerte de Franco, partiendo de la premisa que la verdad también es una construcción narrativa, los hechos reales también requieren de la imaginación desbordada del autor para poder ser plasmados en un texto. Esta obra galardonada (Premio planeta2019) es otro aporte a esa costumbre de sorprendernos que tiene Cercas. He aquí un buen artículo sobre la mismo aparecido en la revista “Babelia” del periódico “El país” de España. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE
En la galardonada ‘Terra Alta’, Javier Cercas narra la historia de un ‘mosso d’esquadra’ usando las herramientas de la novela negra. El dominio del ritmo narrativo queda lastrado por cierta relajación del estilo.
CARLOS PARDO
1 NOV 2019 - 19:37 COT
Javier Cercas lleva años defendiendo, mal que, pese a algunos, que la “verdad” es una construcción narrativa, y quizá haya que entender “Terra Alta”, su adscripción y homenaje a la novela policiaca con vocación popular, como la insistencia paradójica y algo bromista en su forma de narrar de siempre: una capacidad imaginativa que se aplica con igual solvencia a los “hechos reales” y los “hechos ficticios”, pues ambos trabajan para la construcción de una misma verdad, la literaria. Ahora bien, cabe preguntarse cuánto del estilo de su autor se potencia y cuánto se encorseta en este coqueteo con las convenciones del género.
Resumamos la situación de partida: el asesinato de una pareja catalana de la alta burguesía, dueña de un emporio en el tranquilo territorio tarraconense de Terra Alta (tranquilo quiere decir que las guerras van por dentro), pone en marcha una investigación con la que el joven mosso d’esquadra Melchor, “extranjero” en la localidad, letraherido y lacónico, no se conforma.

Pronto sabremos más de Melchor. La novela alterna capítulos dedicados al caso con otros centrados en el pasado del protagonista: hijo de una prostituta asesinada, delincuente, presidiario, posteriormente mosso d’esquadra y héroe en los atentados islamistas de Cambrils en agosto de 2017.

Es evidente la facilidad con la que se convertiría en producto televisivo: su intriga, los calculados remansos, su doble final

Terra Alta combina ambos planos con gran capacidad. Cercas sabe que el lector rápidamente empezará a “echar de más” cualquier escena retrospectiva, por lo que rompe la simetría de la alternancia de dos tiempos justo cuando el caso policial parece estancarse. Y deja que la intriga vaya recargándose. E incluso en los últimos capítulos retrospectivos de la novela, centrados en el comienzo de la relación de Melchor con su pareja, Olga, y leídos cuando ya todos sabemos qué pasará con los personajes, consiguen profundizar en algunas de las líneas de fondo de Terra Alta, como la construcción de la identidad a través de la literatura.

La insistencia de Cercas en la vocación lectora de Melchor le permite que el tema de la venganza, pilar en la construcción del personaje, se sacuda algunos clichés habituales: el policía que debe vengar la muerte de sus seres queridos y pone en duda su sentido de la justicia. Cercas entabla un diálogo literario de más calado sosteniendo durante toda la novela un juego especular con Los miserables, de Victor Hugo, con las diferentes encarnaciones de Jean Valjean, pero también con su “archienemigo”, el policía Javert, y su complejo sentido de la ética. A través de este espejo conocemos la evolución de Melchor, también su permeabilidad social y cierta ambigüedad del lugar que ocupa en la historia. Pero sobre todo, analizamos el doble fondo de conceptos como odio, venganza y justicia. Otro acierto del personaje lo favorece el ambiguo lugar que ocupa, por edad, con su pareja y entre sus compañeros de comisaría. Cercas elige a un casi treintañero rodeado de “mayores” que hacen resonar ciertos acordes sutiles del protagonista: la demanda de un contacto oblicuo, por ejemplo.

Es interesante recordar, no obstante, que Melchor es un personaje de una pieza, y que en Terra Alta es la historia la que muestra sus dobleces: los sucesos del 1 de octubre en Cataluña, los atentados islamistas e, incluso, como una nota de fondo que termina cobrando importancia, la Guerra Civil. Los sucesos históricos contribuyen a apuntalar la ambivalencia de la narración, nunca con el protagonismo de otras novelas de Cercas.

Un equilibrio difícil
Es evidente la facilidad con la que Terra Alta podría convertirse en un producto televisivo: su intriga, los calculados remansos, su doble final que quiebra las expectativas del lector. Pero desde una perspectiva estrictamente novelesca, también es fácil reconocer la capacidad del autor de Anatomía de un instante para que el ritmo seco del “atestado” en presente narrativo y la predominancia del diálogo se carguen de tragedia. Cercas contagia la sensación de necesidad con que se encadenan los actos. Por eso resultan tan antipáticas las numerosas acotaciones, presentes con la única función de facilitarle el trabajo a un lector no demasiado despierto.

Por ejemplo, las abundantes frases hechas: a un personaje le “propinan” “una paliza de muerte”, el silencio “pareció petrificarse”, “un silencio ensordecedor”, la noticia “fue un jarro de agua helada”, unos ojos “se anegan de lágrimas”. O las puntuales pinceladas descriptivas, algo campanudas: “el reverbero del sol crea charcos temblorosos de agua ilusoria”, “el firmamento amputado por el contorno abrupto de las sierras, cuyas laderas ondean como un mar de árboles, trémulo y verde”, “las persianas entornadas frenaban el embate rabioso de la canícula”, “nubes algodonosas, de un blanco sucio o de un gris blancuzco, que amenazan lluvia”.

Y es que Terra Alta mantiene un difícil equilibrio entre el pastiche consciente, la artesanía estructural, la indagación en algunos conflictos morales marca de la casa y una incomprensible relajación del estilo.