viernes, 24 de abril de 2020

JORGE LUIS BORGES, 30 AÑOS DESPUÉS


Soy un lector de Borges de toda la vida, no quiero hablar sobre el valor de su obra que está descontada, sino de la vigencia, me recuerda a Nietzsche, como si la obra se reescribiera, la lectura de sus textos alucina.  Santiago Gamboa, un novelista colombiano, escribió hace tres años este artículo en una columna para el periódico “El país” de España, me parece pertinente publicarlo en el blog, por la lucidez de quien viene, sólo espero que lo disfruten mis lectores. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE.

Santiago Gamboa
14 DE JUNIO DEL 2016
A tres décadas de su fallecimiento, la obra del autor no sólo permanece intacta, sino que crece y revive en los nuevos lectores.
En uno de sus extraordinarios ensayos, Juan Goytisolo afirma que la renovación de la literatura en lengua española en el siglo XX provino de dos hechos fundamentales que no se dieron en España sino en América Latina: la relectura que Jorge Luis Borges hizo de la obra de Cervantes, y la que José Lezama Lima hizo de Góngora. ¿Cuál fue la gran revolución de Borges? William Ospina asegura que la cultura en la que vivimos hoy no sería concebible sin él, pues de algún modo “trajo a América Latina todas las cosas del mundo”. Dicho de otro modo, la obra de Borges familiarizó a sus lectores con contenidos que provenían de culturas lejanas, en la geografía y en la Historia, sin necesidad de que todo eso pasara antes por España o cualquier otro de los centros de los que América Latina era subsidiaria.

Es notable también el modo en que Borges, tal vez de forma involuntaria, encarnó una de las grandes señas de identidad de América Latina, que es el espacio de la frontera, ese lugar en donde todo tiene cabida porque todo se mezcla: la gran cultura de Occidente y de Oriente con la tradición criolla. Y algo más: la alegría del conocimiento, el buen humor de la cultura. La cultura universal hará más intensa y feliz nuestra vida, pero esa cultura no es una agencia de pompas fúnebres, sino algo jubiloso. Su admirado Nietzsche lo esbozó en La gaya ciencia. El saber no está desligado de la sonrisa y esto Borges lo desarrolló en otro arte en el que fue genial: el de la conversación.

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Tal vez por eso, 30 años después de su muerte la obra de Borges no solo permanece intacta, sino que crece y revive en los nuevos lectores. Y sigue siendo un referente porque la cultura latinoamericana de hoy —como dijo William Ospina— es en gran parte una creación suya. Una de sus herencias para las nuevas generaciones es el derecho a apropiarse de cualquier tradición, no solo de la propia y nacional. Esto es algo que está en el ADN de la que podríamos llamar Generación de los noventa, con autores como los de la antología McOndo, publicada en 1996, o los mexicanos del Crack, de ese mismo año. Borges hizo ver que no era obligatorio ser mexicano ni colombiano en cada libro, y así novelistas como Jorge Volpi o Ignacio Padilla se sintieron libres de escribir ficciones situadas en otras geografías y tradiciones, con personajes de otros mundos. Haber leído a Borges se transformó, de repente, en el convencimiento de que todo era posible y que nadie estaba obligado a escribir de un modo y no de otro.

Hay autores que partieron de Borges para ir hacia fronteras literarias más lejanas. Veamos algunos casos. Uno de ellos fue Roberto Bolaño. Su primer libro publicado, La literatura nazi en América (1993), es una clarísima relectura de Historia universal de la infamia, de Borges, que a su vez se basa en las Vidas imaginarias, de Marcel Schwob. Bolaño, como Borges, estructura el libro en una serie de biografías apócrifas, en su caso de escritores latinoamericanos de ideología nazi, lo que le permite crear una suerte de “Bestiario latinoamericano” y a la vez hablar de los problemas del continente. En la literatura argentina, César Aira es probablemente el autor que más sigue una senda borgiana: la temperatura de Borges, su lenguaje sencillo y conciso, pero puesto al servicio de algo más. Aira tiene su propio mundo, y en él está sobre todo esa profunda libertad que Borges promulgó y obtuvo para la escritura. Y algo más: la brevedad. Las novelas de Aira, ninguna de más de 150 páginas —aunque dependiendo del tipo de letra—, parecen sentir la nostalgia del cuento; y a cambio son precisas, rigurosas e implacables, otro rasgo en el que podemos reconocer la huella de Borges.

Autores más jóvenes como Andrés Neuman o Juan Gabriel Vásquez también habitan un ecosistema en el que Borges está presente a través de sus variadas metamorfosis: el interés por ocupar literariamente los resquicios o las zonas de penumbra de la Historia, el incorporar la literatura y en general la cultura como parte esencial de la novela, el rigor del lenguaje y sobre todo la mezcla de géneros, esa voluntaria supresión de las fronteras literarias que permite transformar en cuento fantástico lo que empezó siendo un ensayo, o viceversa.

Es cierto que todos estos aspectos pertenecen no solo a la obra de Borges, sino también a la de muchos otros, pero al estar en sus libros pareciera que influencian más y que repercuten con mayor fuerza en la escritura de las generaciones que lo sucedieron, y por eso su imagen de autor totalizador, que no solo dejó una obra magistral sino que además abrió todos los caminos, es la que seguimos viendo hoy, al recordar ese 14 de junio de 1986 en el que su escritura se detuvo, dando inicio a una nueva serie de infinitas e inagotables lecturas.

SANTIAGO GAMBOA




lunes, 13 de abril de 2020

CORONAVIRUS EN EL MUNDO.EL MALESTAR DE LA TRANSFORMACIÓN. JOSÉ LUIS PARDO, EN DIÁLOGO CON JUAN CRUZ




Primero, reconocer en la revista “Ñ” del diario “El clarín” de Argentina como uno de los suplementos más serios y rigurosos en materia de cultura y pensamiento. Esta entrevista al filósofo español realizada por Juan Cruz es una muestra de ello. Quise hablar de  la profundidad y rigor de su pensamiento y decidí traer a colación una cita suya: “Decía Gilles Deleuze que los profesores de filosofía, como los pintores figurativos, se dividen en dos gremios: los retratistas (que reconstruyen la obra de algún autor de los que han dejado su nombre en la historia de la filosofía) y los paisajistas (que reconstruyen corrientes, escuelas, épocas o problemas). Los retratistas (entre los cuales se coloca el propio Deleuze) necesitan más arte que los paisajistas, pues la impericia que puede disimularse gracias a la “lejanía” con la que se contempla el objeto en un paisaje no pasaría desapercibida cuando de lo que se trata es de captar el gesto singular que distingue a un autor de cualquier otro. Yo me di cuenta hace años de que soy paisajista. Por eso, cuando intento hacer retratos de filósofos y similares —como sucede de vez en cuando en este libro— lo que me salen son caricaturas. Ya saben: esas figuras en las que el parecido se logra exagerando los rasgos más prominentes mientras los demás se simplifican, y en las que los caricaturizados, aunque no lleguen a parecer ridículos, siempre tienen algo de cómico”. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE.

JUAN CRUZ
El filósofo español lamenta que la soledad nos proteja del contagio. Dice que es arduo hablar de un nosotros y que, cuando esto pase, será hora de dejar viejas diferencias.

Esta crisis domina el mundo. Tiene su origen en el contagio global de una enfermedad maldita de la que, como en el título de un cuento de Julio Cortázar, no se debe culpar a nadie. Pero todos estamos condenados por sus efectos. Se salvarán muchos, pero las pérdidas, como en una guerra más criminal aunque guerra al fin, serán multitudinarias. A su lado, la crisis de 2008, que dejó en la miseria a tanta gente, es una anécdota grave, casi lógica en un mundo en el que se gastó más de la cuenta. Esta es, por decirlo así, una crisis sin culpa. De aquella hizo un libro excepcional el filósofo español José Luis Pardo (Madrid, 1954). Estudios del malestar (Premio Anagrama de Ensayo 2016) aborda aquel momento para alertar cómo el resultado político de la anterior crisis global puso en peligro las instituciones, en España y en el mundo. Ahora estamos en otro momento que borra la alegría y sobre todo los conceptos, y adelanta un amargo amanecer, un siglo distinto casi, un tiempo difícil de predecir y de vivir. A través del celular, aunque vivimos en la misma ciudad, confinados el entrevistado y el periodista en nuestras celdas individuales, Pardo explica su modo de ver hoy este imperioso desastre.
–Su libro se tituló Estudios del malestar. Es curioso, tantas palabras empiezan por m: malestar, maldición, miseria, moral, miedo, maldad… –M de mal… –Vivíamos con unos conceptos, historias, ciertas seguridades, y de pronto todo envejeció, y ya solo hubo una palabra: coronavirus.
–¡Exacto! ¡Y si nos dan noticias normales nos enfadamos!
–Esa noticia tiene un revés: el miedo.
–Soy el primero que lo tengo. Y entiendo que cada uno tenga que combatirlo como pueda. Pero no deja de ser curioso este bombardeo con que nos tratan de convencer de que nuestro tiempo tiene que estar relleno de actividad, para aturdirnos y para que no podamos reflexionar sobre lo que nos pasa y sobre qué queremos para el futuro.

–Javier Marías sugería que la manipulación de las estadísticas son una vía para inducirnos a tener más miedo…

–La bronca permanente de la política ha sobrepasado la propia actividad del periodismo, obligado a hacer de la estadística un modo de juzgar las acciones de gobierno. Y los periodistas actúan, también, como precientíficos, juzgando la realidad del virus como si supieran de ello como los médicos. Este asunto de la curva de evolución diaria de la enfermedad es un asunto patético, como escolar, dañino.

–Pablo Neruda tiene un verso que sirve para la ocasión. Está en su poema “Oda a las cosas rotas”. “Las cosas que nadie rompe pero se rompieron”. En Estudios del malestar contaste qué se rompió entonces. ¿Qué se ha roto ya ahora?

–Hay un cierto desengaño, cierta pérdida de confianza en la clase política. Pero es que para que se pueda decir “nosotros”, “los españoles”, “los europeos” o “los americanos”, tiene que ser posible que el hijo del más pobre de nosotros tenga las mismas oportunidades que el hijo del más rico, sin que el hijo del más rico pierda ninguna oportunidad. Ahí donde no pasa eso, donde la igualdad sufre, resulta un poco retórico decir “nosotros”. Lo que trajo la crisis económica fue una perturbación de la igualdad y algo que parece que tiene que ver con la igualdad, pero que es lo contrario, la identidad. Se ha convertido esto en una querella de identidades no solo étnicas, lingüísticas, sino también sexuales, de clase: “que se vayan, a ver si los echamos…” A ver cómo se resuelve esta crisis de confianza que ha hecho que en muchos entornos se haya tratado de culpabilizar a los emigrantes, a los perseguidos… Decía Jean Amèry, torturado por los nazis, que cuando se padece tortura ya no se confía en los seres humanos igual que antes.
–Algo que se percibe es que los partidos (y la prensa, según niveles) relatan cómo va el suceso igual que si fuera fútbol.
–Esto se parece a la crisis de 2008 en que se ha tardado, tanto en Occidente como en China, en reconocer su importancia. Se dijo que era un virus chino, y en España se llegado a decir que era un virus madrileño… Hay aún están los que dicen que es un resfriadinho o los que se han burlado de sus efectos porque no tienen la menor intención de ocuparse de su población. También hay los que consideran que el capitalismo se va a aprovechar de los confinamientos para esclavizar a los trabajadores e instaurar un poder despótico… Llama la atención que los que ahora están tan preocupados por la deriva autoritaria del Estado sean los mismos que hasta ayer por la tarde apoyaban la dictadura de los regímenes autoritarios de Cuba y los caudillismos populistas latinoamericanos, los mismos que dicen que en España seguimos siendo franquistas y que los jueces encarcelan a los presos políticos… En fin, que llama la atención que los que han dicho que los derechos civiles eran un maquillaje capitalista ahora se preocupan por las libertades individuales…

–En tu libro anterior advertías del peligro que corrían entonces las instituciones. ¿Y ahora, que le pasará al mundo?

–Lo difícil es gestionar este asunto haciendo compatibles cosas muy principales y elementales. Primero, la igualdad: que todos sintamos que si tenemos un problema de salud vamos a ser tratados igual que cualquier otro, o por lo menos que el sistema lo va a intentar. Con lo que está ocurriendo hemos descubierto que quizá nuestro sistema sanitario no sea el mejor del mundo como pensábamos (aunque sea muy eficaz en el sentido de que la relación calidad/precio es muy buena) y que además tampoco es tan igualitario porque no es igual en todas las comunidades… En segundo término, que ese respeto a la igualdad sea compatible con la libertad. Porque hay un tipo de político al que le excita el estado de alarma y ya quiere nacionalizarlo todo. Es verdad que solo hay poder y espacio público ahí donde hay poder y espacio privado, porque en los regímenes donde aparentemente todo es público, como en los totalitarios donde el Estado llega a todas partes y no hay libertades individuales, en realidad no hay nada público, todo es privado, todos estamos en la casa del amo…
–El bienestar está en cuestión. Y también, la solidaridad. Bajo la capa de la fraternidad ante el horror crece también el hecho de que cada cual piensa en salvar su piel…

–Kant lo decía: “La raíz del mal y del bien conviven en el corazón humano”. De modo que siempre hay un hilo de pensamiento que nos hace decir ‘bueno, no me ha tocado a mí’. Esa una observación muy desagradable pero muy cierta. En estas ocasiones las relaciones se trastornan. De pronto todos somos capaces de comportarnos mucho peor de lo que aparentemente nos comportaríamos en una situación normal. Pero, ¡ojo!, también somos capaces de comportarnos mucho mejor. Cuando en un sitio cerrado hay un incendio está comprobado estadísticamente que muchos pisarían la cabeza de otros para salvarse… Pero habrá otros, quizá muchos, que van a dejar pasar a los primeros… Si fuéramos inmortales o dioses esto no tendría mérito, pero ahí lo importante es que, sin serlo, algunas veces nos comportamos como si lo fuéramos.

–En España y en todas partes se trata a los caídos en esta contingencia como héroes, y también son héroes los que componen el equipo sanitario… Pero también se erigen en héroes en todos los sectores: los que hacen el pan, los que cobran en el cajero de los supermercados... ¡Hasta los periodistas podemos llegar a ser propuestos como héroes!

–Si uno es un héroe es porque sale bien de alguna circunstancia especial. Puede haber un exceso de héroes aquí. Por otro lado, hacemos muy bien en exaltar las virtudes de la gente expuesta al peligro. Nadie puede estar protegido del todo en estas situaciones de extremo riesgo. Y es cierto que nadie está preparado para una catástrofe de estas dimensiones. Dicho esto, también tenemos que exigir un sistema sanitario que no obligue a la gente a ser héroes a todas horas.

–Resurgen como heridas de esta guerra la soledad y la inseguridad.
Es terrible, sí. Ahora la soledad es lo único que nos protege del contagio. Es muy desagradable también que tener que renunciar al contacto con los que quieres. Los medios virtuales no son suficientes… Creo que una cosa que debemos sacar de todo esto es que debemos reflexionar acerca de lo que es esencial y de qué no lo es. Como profesores, se nos dice que no es esencial que nuestras clases sean presenciales. Y no es así: por muchos foros digitales que abras, nada mejor que la presencia del profesor.

–Durante siglos los filósofos han sido reclamados para explicar las pandemias… ¿Qué te ha llamado la atención de lo que en la historia se ha dicho?

–Antropológicamente la reacción más común ha consistido en repetir estereotipadamente durante milenios las relaciones que tenemos unos con otros, reacciones de antagonismo o de violencia. Pero algunas veces en la historia hay acontecimientos –como decía Michel Serres– que se produce fuera de nuestras relaciones familiares. En este caso está el Covid-19, que no tiene que ver con nuestros antagonismos ni querellas identitarias y que nos obliga a ponernos de acuerdo. Se acabó, en este caso, el yo, el nosotros, y lo que hay es esto, qué hacemos con esto. Lo que deseo a todo el mundo, igual que para mí, es que podamos sobrevivir para contarlo. Como por desgracia no todos sobreviviremos lo que sí me gustaría decir para los que estén aquí cuando se disipe la niebla es que a lo mejor es posible llegar a acuerdos importantes sobre cosas básicas y que cuando esto se normalice, que se normalizará, tampoco hace falta que volvamos a reconstruir nuestras riñas, antagonismos o diferencias, que a lo mejor vale la pena olvidarse de alguna de ellas.