domingo, 29 de mayo de 2022

ENTREVISTA A CAROLINA SANIN EN REVISTA Ñ DE CLARIN

PABLO DIAZ MARENGHI

 Lo lindo de BA es que le gusta que lo quieran. No como ustedes”, escribió la escritora colombiana Carolina Sanín el 7 de mayo último en la red social Twitter, donde tiene más de 165 mil seguidores. Las últimas semanas vivió en Buenos Aires, en el marco de la Residencia de Escritores Malba. Allí brindó una conversación pública con Luciana Peker, una lectura llamada “Historia secreta de mi biblioteca” y un taller literario.

Nacida en Bogotá en 1979, publicó novelas, cuentos, ensayos y columnas en la prensa. Condujo un ciclo televisivo de entrevistas y actualmente posee un ciclo de monólogos en video para la revista Cambio.

En la Argentina se editaron sus novelas Los niños (2018), Tu cruz en el cielo desierto (2021) y sus ensayos híbridos Somos luces abismales (2020). Posee un PhD en Literatura Española y Portuguesa por la Universidad de Yale. También actuó: protagonizó la película Litigante (2019), de Franco Lolli, que abrió la Semana de la Crítica en Cannes.

Habló con Ñ en la biblioteca del Museo y sobre los talleres literarios opinó: “No quiero formar escritores. Ese es un buen título. Quiero deformar escritores”.

–Si bien la escritura implica soledad, en tu producción es importante la conversación. Publicaste columnas, realizás un monólogo semanal en video para la revista Cambio y un ciclo televisivo de entrevistas. ¿Cómo entendés estas intervenciones públicas?

–Son cosas que alimentan lo que escribo. Mi modo de vida es hacer esas exploraciones a través de la palabra. Cuando hacía columnas, y ahora también con entrevistas, resalto que no son periodismo. Cada vez me interesan menos las coyunturas, el presente. Una cosa se desprende de la otra y son todas versiones de lo mismo: tratar de encontrar el sentido de las cosas con un amigo.

–Conversaste con Luciana Peker, alguien que trabajó mucho sobre sexualidad y tu libro Tu cruz en el cielo desierto es una suerte de tratado sobre el deseo.

–Ese libro es sobre el amor y el deseo como la fuente de toda creación poética, lo que posibilita la salvación personal. Por otro lado, el deseo también es, simplemente, la expresión de un síntoma neurótico.

–En ese libro se aborda un vínculo amoroso a distancia. Es interesante pensarlo en relación a la pandemia. En una entrevista reciente mencionaste que te llamó la atención la pérdida del olfato y del gusto como síntomas del covid y como sentidos relegados.

–Fue curioso porque si te contagiabas del virus perdías esos sentidos pero si estabas en cuarentena también porque son los sentidos de más contacto. También me pregunto si a partir de ese momento empezó a interesarme menos la situación telepática de la escritura. Toda escritura es un ejercicio de virtualidad, porque estás escribiéndole a alguien que no está ahí. A partir de esa pérdida del contacto, me interesa mucho más hablar con alguien presente a modo de resistencia.

–Retrocedamos un poco. ¿Cómo fueron tus años de formación en la escritura y la lectura?

–No sé. Nunca sé cómo recordar la intuición de querer dedicarme a escribir, porque si lo hago... siempre está la posibilidad de que haya sido una impostura. ¿No te pasa? ¿Cuándo se te ocurrió ser periodista?.

–Uno construye una ficción de sí mismo.

–Exacto. Se va construyendo según lo que los otros van pidiendo que uno sea. Pero si empiezas a mirar eso con real descarnamiento, es un abismo. No puedes asomarte ahí porque te das cuenta de la nada que en realidad uno es y quiere ser. La respuesta sería: no soy escritora. Escribir es el ejercicio de observar el tiempo de mi propia vida y poder decirlo de un modo distinto. Ser escritor es, de alguna manera, estar disociándose.

–Respecto a esto, muchas veces se ha reflexionado acerca de la literatura del yo, donde están los límites, si es que existen, entre literatura y vida. Esto se ve en Somos luces abismales.

–Esas escrituras del yo son como una transformación del pasado. Me interesa, sobre todo, construir una persona. Todos los libros juntos conforman una persona real. En el caso de cualquier autor sus libros constituyen una persona. Esto suena raro, pero, un libro es un ser humano. Una vida. En el momento que te pones a escribir, es desesperante porque te das cuenta que estás posando constantemente. Pero, entonces, sigues buscando cómo escribir para escapar de la pose. Creo que estoy tratando de hacer eso y puede ser imposible.

–Pensás en salir de la pose en tiempos de mucha pose. También en la literatura.

–Ya la voz autoral en el texto es pose. Ni siquiera necesitas volverte un autor de cócteles. Ser publicado es estar posando. Y fíjate que en las redes sociales, por ejemplo en Instagram, donde me metí hace poco, es un reporte de tu cotidianidad que es absolutamente pose pero también es diario. Podemos preguntarnos cómo hacer un diario que no sea pose. Ese sería el texto que quisiera hacer y es imposible, en el momento en que compones la frase también estás componiendo la imagen de ti.

–Has tenido diversos episodios ligados a la cultura de la cancelación. ¿Cuál es tu lectura al respecto? ¿Qué hayas sido “cancelada” habla de tu modo plantarte ante la época?

–Es mi manera de plantarme ante la arrogancia de un presente que ha antepuesto el juicio sentimental a cualquier otra consideración. Es infantil. Con la cancelación estamos evitando un exámen de nosotros mismos y la complejidad del ser humano. Para ser solidarios y entender quiénes somos tenemos que encontrar en nosotros al victimario, no a la víctima. La verdadera solidaridad estaría en imaginar al victimario dentro de nosotros. Estamos condenándonos sin darnos cuenta y obedeciendo al programa de la extinción de la humanidad. O sea, el reemplazo del ser humano por máquinas programadas que pueden ser mucho más simples y predecibles. Estoy en contra de toda cancelación ya que limita el conocimiento individual y colectivo.

–En Tu cruz… aparece el tema de cierta legislación del deseo donde existen zonas de indeterminación. ¿Qué se hace en esas zonas?

–Lo que estamos haciendo es negar el deseo. Y, lo que es peor, negar el fuero interno. Dentro de ti, tú eres libre de absolutamente todo y durante toda nuestra historia no habíamos cuestionado eso. Cuando se elimina al individuo por las identidades, también eliminas el fuero interno. Queda un individuo a merced de la clasificación y el mercado.

–¿Surge cierta autocensura?

–Para eliminar al ser humano, que es lo que va a pasar, habrá otro ser humano que es el cyborg, más o menos un autómata que lo estamos viendo cada vez más. Para el advenimiento de ese nuevo ser humano tienen que, literalmente, leerte la mente. Esa es la amenaza contra la soberanía de tu fuero interno, el lugar donde vive el deseo. Para que advenga ese ser humano, automático o inteligencia artificial, se requiere extirpar el deseo.

–En este contexto, ¿Cómo hacer literatura?

–La inteligencia artificial, al ser el final del deseo y del sexo, también es el final de la literatura. No sé cómo va a ser la literatura dentro de unas décadas pero creo que será una cosa de gran lujo. La política de la identidad va a ser el final del arte pero primero va a ser, y está siendo, el final del humor. El mayor enemigo de lo proselitista e ideológico siempre ha sido el humor. Desarma cualquier discurso hegemónico. La gran inteligencia del discurso de las identidades y la reivindicación de la víctima es disfrazarse de discurso no hegemónico. Los que están haciendo resistencia ante eso no somos los escritores sino los humoristas. En un mundo en el que la única que puede hablar es la víctima, no se puede hablar con humor. En el momento en que la víctima empieza a hablar con humor, ya no es víctima. Cuando se acaba el humor se acaba toda la literatura.

Somos luces abismales, Carolina Sanín. Blatt y Ríos, 268 p.

Los niños, Carolina Sanín. Blatt y Ríos, 160 p.

Tu cruz en el cielo desierto, Carolina Sanín. Blatt y Ríos, 232 p.