jueves, 18 de marzo de 2021

ALBERT CAMUS SU NOVELA LA PESTE EN LOS TIEMPOS DEL CORONAVIRUS

 


La literatura siempre nos ayuda esclarecer el presente, las angustias que nos agobian. "La peste" es una novela de Camus, que sirve de apoyo para entender todas las vicisitudes del momento crítico que vivimos por gracia del COVAVINURUS. Este es un buen artículo, espero que mis lectores disfruten. CESAR H BUSTAMANTE

 

su novela el escritor describe su tiempo y su tierra natal, pero su novela trasciende su marco temporal y geográfico, adquiriendo el rango de metáfora universal

RAFAEL NARBONA17 marzo, 2020

 

¿Qué nos enseñó La peste, de Albert Camus? Que las peores epidemias no son biológicas, sino morales. En las situaciones de crisis, sale a luz lo peor de la sociedad: insolidaridad, egoísmo, inmadurez, irracionalidad. Pero también emerge lo mejor. Siempre hay justos que sacrifican su bienestar para cuidar a los demás. Publicada en 1947, La peste intenta ser una respuesta al dolor desatado por la Segunda Guerra Mundial. Ambientada en Orán, narra los estragos de una epidemia que causa centenares de muertes a diario. La propagación imparable de la enfermedad empujará a las autoridades a imponer un severo aislamiento. Todo comienza un dieciséis de abril. En esas fechas, Orán es una ciudad con una vida frenética. Casi nadie repara en las existencias ajenas. Sus habitantes carecen de sentido de la comunidad. No son ciudadanos, sino individuos que escatiman horas al sueño para acumular bienes. La prosperidad material siempre parece una meta más razonable que la búsqueda de la excelencia moral.

El Covid-19 o coronavirus ha impulsado a muchos lectores a releer o a leer por vez primera La peste, buscando recursos para afrontar el largo exilio en casa impuesto por las autoridades sanitarias. La enfermedad siempre está ahí, pero pensamos que solo le concierne a los otros. Ahora es asunto de todos. Nuestra campana de cristal se ha agrietado. No somos invulnerables. Oriundo de la Argelia francesa, Camus describe en La peste su tiempo y su tierra natal, pero su novela trasciende su marco temporal y geográfico, adquiriendo el rango de metáfora universal. Sus reflexiones resultan particularmente esclarecedoras en estos días. Camus señala que la irrupción de una epidemia letal nos hace meditar sobre el tiempo. Normalmente, no percibimos su espesor, el abanico de posibilidades que contiene cada minuto. Solo hay una forma de comprender su carga fructífera: “sentirlo en toda su lentitud”. Esa experiencia se hará asequible para todos con la peste, pero la incertidumbre y el miedo transformarán la lentitud en parálisis, estancamiento. El tiempo no se adapta a nosotros. Somos nosotros los que debemos aprender a experimentarlo en toda su plenitud. El tiempo es el barro del que estamos hechos. No podemos permitir que pase de balde, sin producir frutos. No es posible volver atrás. El tiempo perdido es irrecuperable.

 

La expectativa de la enfermedad y la muerte nos coloca ante las preguntas fundamentales que solemos evitar o postergar. Camus piensa que no existe Dios, que la fe es una expresión de impotencia, pero opina que el escepticismo no nos has hecho más libres. Solo nos ha dejado más desamparados. La capacidad de sacrificio del doctor Rieux, protagonista de La peste, pone de manifiesto que atribuimos una importancia excesiva a nuestro yo. La grandeza del ser humano reside en su capacidad de amar, no en su ambición personal. No hay nada hermoso en el dolor, pero indudablemente nos abre los ojos y nos obliga a pensar. Rieux no se acostumbra a ver morir a sus pacientes. Piensa que la respiración de un moribundo es una objeción irrebatible contra la supuesta bondad de la vida. La vida es absurda, ilógica. La inteligencia del hombre solo le hace más desgraciado, pues le muestra que el universo está gobernado por el azar. Camus admite que sin la perspectiva de lo sobrenatural, todas las victorias del hombre son provisionales. La victoria definitiva y total corresponde a la muerte. Para Rieux, la existencia solo es “una interminable derrota”. Su filosofía se reduce a eso. No es mucho, pero es una convicción vigorosamente respaldada por la miseria física y moral que aflige –en mayor o menor grado– a la humanidad. Camus piensa que el mal y la indiferencia son más abundantes que las buenas acciones. El hombre no es malo por naturaleza, pero su conocimiento de las cosas es deficiente. Sus actos más nefandos proceden de la ignorancia. Es la tesis del intelectualismo socrático, que Camus ratifica con una frase feliz: “no hay verdadera bondad ni verdadero amor sin toda la clarividencia posible”.

¿Qué es lo ético en mitad de una epidemia? Luchar con “honestidad”. Luchar por el hombre, a pesar de todas sus imperfecciones. En esa batalla, el fanatismo ideológico solo estorba. Hay que mirar más allá, pensando solo en lo humano. ¿Cómo se recordará la peste cuando pase? ¿Tal vez como una hoguera cruenta e interminable? No, más bien como “un ininterrumpido pisoteo que aplasta todo a su paso”. El ser humano evocará esos días con temblor, recordando la fragilidad de la vida. La peste produce horror, pero también tedio. Después de los sentimientos iniciales de terror o coraje, de indignidad o heroísmo, se extiende una emoción unánime de monotonía. “Al grande y furioso impulso de las primeras semanas había sucedido un decaimiento que hubiera sido erróneo tomar por resignación, pero que no dejaba de ser una especie de consentimiento provisional”. La sensación de fatalidad, de estar en manos de una calamidad sin término, embota la sensibilidad. Lo humano retrocede, el espíritu se adormece, lo biológico usurpa el lugar de lo racional. La monotonía se apodera de todo, aplanando los afectos y la capacidad de razonar: “La ciudad estaba llena de dormidos despiertos que no escapaban realmente a su suerte sino esas pocas veces en que, por la noche, su herida, aparentemente cerrada, se abría”. La peste acaba aniquilando los valores. La humanidad se desliza hacia el nivel de conciencia de una res en el matadero, que intuye su final sin reaccionar. Las epidemias matan el cuerpo y el alma. El coronavirus nos está recordando la importancia del contacto físico. El ser humano necesita tocar a sus semejantes, sentir su cercanía. “Los hombres no se pueden pasar sin los hombres”, escribe Camus. Curiosamente, esa necesidad a veces solo se hace visible cuando se propaga una catástrofe. “El único medio de hacer que las gentes estén unas con otras es mandarles la peste”.

 

En Occidente, la crisis de la familia ha provocado que cada vez haya más personas aisladas. En los grandes espacios urbanos, los individuos se recluyen en apartamentos minúsculos y apenas se saludan en las zonas comunes. Las ciudades crecen al mismo ritmo que la soledad. Para Camus, el sufrimiento de los niños es particularmente insoportable. Cuando el doctor Rieux y su amigo Tarrou acompañan a un niño en su agonía, su tolerancia a la frustración se desborda, transformándose en airada protesta: “Ya habían visto morir a otros niños puesto que los horrores de aquellos meses no se habían detenido ante nada, pero no habían seguido nunca sus sufrimientos minuto tras minuto como estaba haciendo desde el amanecer. Y, sin duda, el dolor infligido a aquel inocente nunca había dejado de parecerles lo que en realidad era: un escándalo”. El Padre Paneloux se muestra comprensivo: “Esto subleva porque sobrepasa nuestra medida. Pero es posible que debamos amar lo que no podemos comprender”. El doctor Rieux no acepta este razonamiento: “Yo tengo otra idea del amor, y estoy dispuesto a negarme hasta la muerte a amar esta creación donde los niños son torturados”. Admite que no conoce la gracia divina y cuando el sacerdote le dice que lucha por el hombre, replica que solo pelea por la salud. Al igual que Dostoievski, Camus opina que “no hay nada sobre la tierra más importante que el sufrimiento de un niño” y “una eternidad de dicha” no puede compensar ese dolor. El padre Paneloux objeta que “el sufrimiento de los niños es nuestro pan amargo, pero sin ese pan nuestras almas perecerían de hambre espiritual”. Tarrou apunta que el dolor de los inocentes nos plantea un reto: la posibilidad de alcanzar la santidad. Amando, acompañando, cuidando, sacrificando nuestro bienestar para que otros vivan. Rieux contesta que no le interesa ser santo, ni héroe. Solo quiere ser hombre y ser solidario con los vencidos. Por la peste o por la historia.

 

La peste avanza y ya nadie se atreve a hablar de Dios. Perdura una esperanza tibia e insuficiente que solo es obstinación de vivir. Camus concluye que “todo lo que el hombre puede ganar al juego de la peste y de la vida es el conocimiento y el recuerdo”. Sin embargo, no se puede vivir solo de lo que se sabe y se recuerda. Si no esperamos nada, si percibimos la muerte como un límite insuperable, existir se convierte en una fatigosa carrera hacia la nada. Todos somos Sísifo, subiendo una penosa pendiente para despeñarnos por el vacío. Solo puede aliviarnos la ternura, el afecto que surge entre los humanos, tristes criaturas que han aprendido a contar las horas, sabiendo que cada minuto es un paso hacia el abismo. Todos los hombres son hermanos en el sufrimiento, en una desdicha que no se puede aplacar. Camus, humanista sin un ápice de cinismo, no condena a sus semejantes: “hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio”.

 

Los espíritus verdaderamente grandes nos sitúan en el umbral de los interrogantes. No nos dan respuestas. Nos incitan a que –desde nuestra soledad– pensemos y recorramos nuestro propio camino. Camus nos cede la palabra, invitándonos al recogimiento. El que no sabe estar solo desconoce lo que es la verdadera libertad. Debemos buscar al otro por anhelo de fraternidad, no para huir de nuestros miedos. No hay que lamentar el aislamiento impuesto por las autoridades. Es una buena oportunidad para explorar nuestra intimidad y buscar un sentido a la vida.


lunes, 15 de marzo de 2021

VARIOPINTAS DE LA CRISIS

 La pandemia ha producido muerte, hospitales colapsados, quebrantos de salud, una población inerme llena de interrogantes, políticas públicas que se tradujeron en aislamientos, parálisis del mundo cómo nunca se había visto después de 1945, depresión, muchas reflexiones por supuesto. El virus del COVI, apareció hace un año intempestivamente y de la noche a la mañana la vida nos cambió abruptamente. 

Cómo apareció este virus letal. Las hipótesis son muchas: Fue producto de la manipulación humana, o peor, fue una estrategia en el marco de las tensiones hegemónicas entre las potencias, algo que se salió de las manos en esa guerra secreta en que permanecen las grandes potencias. Lo cierto es que de pronto nos anunciaron su asedio letal y se dieron medidas y disciplinas que implicaron cambios profundos.

Las ciudades quedaron solas, la economía se paró del todo, se nos obligó por prevención a utilizar tapaboca y fue preciso guardar distancias con la gente. De hecho, se generó entre los pares una desconfianza y con las personas de nuestro ámbito familiar y entorno una solidaridad antes no vista. Las actividades productivas, sociales por efectos de las medidas de prevención se pararon, nos dedicamos a lo básico: Sobrevivir a la espera de una solución.

Después de un año quedan muchas enseñanzas. La primera, que la sociedad de consumo no puede ir más, sería una irresponsabilidad. Los daños al planeta, al ecosistema, a la naturaleza por efecto de esta actitud demencial son muchos y de alguna manera estamos pagando y recibiendo lo que sembramos. La inequidad social definitivamente tiene que terminarse y la dirigencia mundial, frente a todo lo que ha pasado, debe comenzar a generar cambios sustanciales,  esta es una responsabilidad inaplazable. Cada uno de nosotros debemos entender y asumir que cuidar nuestro planeta constituye una prioridad que implica muchos cambios.

 Qué dejo la pandemia. Empecemos por resaltar las consecuencias en materia económica. “La economía a nivel mundial ha sufrido un vuelco de magnitudes históricas: Caída estrepitosa en el valor del petróleo, alzas sin precedentes en el precio del dólar, devaluación inimaginable que implicó la quiebra de compañías en sectores asociados al turismo (compañías de viajes, empresas de aviación, hotelería) y otro sin número de consecuencias económicas que ha llevado a poner en consideración incluso una gran recesión mundial”[1].  

Miremos este análisis.” En contraste, más recientemente, se ha establecido una nueva posición que considera los sistemas económicos como subsistemas ecosféricos creados por el hombre, totalmente dependientes de los recursos naturales del sol y de la tierra. A esta corriente se le ha denominado Economía Ecológica (Daly, 1975, 1995, 1997a, b) y constituye un movimiento que trata de hacer una revisión de la teoría económica actual desde el punto de vista ambiental, generando un nuevo orden económico (Romeiro, 1999; Amazonas y Nobre, 2002; May et al., 2003). 

El sistema productivo necesariamente debe revisarse, lo mismo la actitud de nosotros frente al planeta. Los daños ambientales son muchos y de seguir como vamos serán irreversibles. El punto de partida de los análisis ambientales consiste en aceptar que la actividad económica, sin la cual los seres humanos tendríamos dificultades para subsistir es toxica, es pertinente producir cambios en la forma como producimos, como trabajamos, la energía que utilizamos y al final. Por ocasión del paro de todas las actividades productivas y comerciales por un año, la ausencia total de movilidad en el mundo, estuvimos todos en casa, aislados, el planeta descansó de esa actividad loca y de paso nos fue mostrando cuánto daño le hemos hecho. Tan solo con seis meses de quietud, se vio el florecimiento de lugares que por razones de ese mal manejo ahora respira mejor, el verde resurgió, descansaba de nuestra actitud depredadora. Es un hecho que bajo sustancialmente la contaminación en ocasión a esta fase inercial del ciclo productivo, no importa que fuera por poco tiempo, nos enseñó que si queremos sobrevivir los cambios no dan espera.

En materia de salud mental los daños en ocasión al aislamiento son muchos. “las acciones implementadas por los países para intentar controlar la epidemia es la cuarentena. Sin embargo, esta trae consigo otros retos de salud que deben vencerse. Se han descrito —generalmente luego de las 72 horas— efectos psicológicos negativos, incluidos confusión, enojo, agotamiento, desapego, ansiedad, deterioro del desempeño y resistencia a trabajar, pudiendo llegar incluso a trastorno de estrés postraumático y depresión. Muchos de los síntomas se relacionan con los temores de infección, frustración, aburrimiento, falta de suministros o de información, pérdidas financieras y el estigma”[2].  Estos son los resultados mas relevantes. Después de un año de aislamiento aún no sabemos como se resolverá este galimatias. Sólo esperamos volver a la normalidad con los cambios que sea necesario asumir.







[1] Efectos de la economía en tiempos de pandemia. Maykol Alejandro Agudelo Amaya

Angie Marcela Osma Tamayo.

https://repository.ucatolica.edu.co/bitstream/10983/25153/1/Trabajo%20de%20grado%20Final%20%283%29.pdf