lunes, 22 de abril de 2019

CUARTO TOMO DE HISTORIA DE LA SEXUALIDAD DE MICHEL FOUCAULT



La importancia de la obra de Foucault está descontada. Aún no acabamos de comprender esta herramienta ontológica para entender nuestras relaciones con el poder que tanto nos agobian. Poder y saber, constituye el eje, de una arqueología moral de suma importancia, que pese ser muy estudiada, está lejos de ser comprendida. Este artículo, sobre el cuarto tomo de “Historia de la sexualidad”, que esperamos por mucho tiempo, es una buena apertura para volver a retomar el estudio del autor Francés, en tiempos en que el avasallamiento del poder sobre el ciudadano común es lacerante, casi siempre se encuentra inerme frente a estas imposturas.  Edgar Castro es un estudioso acucioso de la obra de Foucault. Esperamos este artículo publicado por la revista “Ñ” les ayude a comprender un poco la obra del filósofo.
CESAR HERNANDO BUSTAMANTE

Una arqueología práctica y moral
Investigador del Conicet y doctor en Filosofía, Edgardo Castro analiza la importancia de esta obra que se publica por primera vez en castellano.

Edgar Castro

En las páginas finales de La arqueología del saber, en un momento bisagra de sus investigaciones –en el que cierra una etapa y abre otra– Foucault se pregunta si son posibles otras arqueologías, que no estén necesariamente orientadas hacia las formas epistemológicas del saber, hacia la ciencia o los saberes que pretenden serlo. Al respecto esboza tres posibilidades: una arqueología de la sexualidad, una de la pintura y otra de la política. La primera, esa hipotética arqueología de la sexualidad no la imagina como una descripción de las conductas sexuales de los hombres y tampoco de la manera en que ellos se han representado la sexualidad, sino como un dominio en donde se forman objetos de los que se puede o no se puede hablar. Un dominio en el que también se forman conceptos que, a veces, tienen el estatuto de simples nociones, sin pretender superar ningún umbral de epistemologización, pero a través de las cuales se busca dar coherencia a las conductas y formar sistemas prescriptivos. Esta arqueología de la sexualidad, señala nuestro autor en estas mismas páginas, no estaría orientada hacia la episteme sino hacia la ética o, según otras expresiones que recorrerán más tarde sus escritos, hacia los modos de subjetivación, hacia las técnicas y las prácticas de sí.

El estatuto no siempre necesariamente científico del discurso de la sexualidad (sin desconocer la importancia que, a partir de finales del siglo XVIII, han ganado tanto la fisiología como, en particular, la psicopatología de la sexualidad) no debe inducirnos a error acerca de su relevancia y la de su arqueología. En uno de sus cursos recientemente publicado titulado, precisamente, La sexualidad (las clases en Clermont-Ferrand de 1964) Foucault expresa –quizás como en ninguna otra parte con tanta fuerza y determinación– lo que está en juego en esta arqueología orientada hacia la ética. En efecto, aquí sostiene que, en los siglos XVII y XVIII, las teorías del contrato nos mostraban que el hombre era, a la vez, un ser individual y social y, contemporáneamente, a través de las teorías de la imaginación, se pensaban las relaciones entre el alma y el cuerpo. Durante el siglo XIX, con Comte y Durkheim, la dimensión religiosa nos señalaba esa doble dimensión de lo humano, y la noción de sensación, de Condillac a Wundt, la problemática relación entre lo corpóreo y lo psíquico. Para nuestro autor, este lugar, que ocuparon las nociones de contrato y religión, de imaginación y de sensación es, desde finales del siglo XIX, el de la sexualidad. En ella, se entrecruzan de manera privilegiada lo psicológico y lo fisiológico, lo individual y lo social.

Las confesiones de la carne es el cuarto volumen de la Historia de la sexualidad, en la que tomó forma el proyecto foucaultiano de una arqueología orientada hacia la ética, permaneció inédito durante casi treinta y cinco años. Su tema es el momento en el que en Occidente –entre el siglo II y el V, entre Clemente de Alejandría y Agustín de Hipona– el hombre se convierte, a la vez, en sujeto de deseo y animal de confesión. Entre los placeres griegos (de los que se ocupan los volúmenes segundo y tercero, El uso de los placeres y La inquietud de sí) y la sexualidad moderna (abordada en el primer volumen, La voluntad de saber), la carne de los cristianos, ese cuerpo atravesado por un deseo indócil, constituye el eje del entero proyecto. La experiencia de la carne, en efecto, es una reelaboración de los placeres griegos y una premisa de la sexualidad moderna. Los nexos que ella estableció entre el deseo sexual, la obligación de confesar la verdad del propio deseo y su inscripción en el orden establecido por el derecho llegan hasta nosotros. En efecto, los debates actuales en torno al cuerpo, tanto en su dimensión personal como política, hunden aquí sus raíces. Las confesiones de la carne es, por ello, uno de los grandes capítulos de la historia de nosotros mismos y de nuestra actualidad.