sábado, 15 de diciembre de 2018

JUAN GABRIEL VÁSQUEZ UN PADECER SOTERRADO EN LA LITERATURA

A propósito del último libro de Gabriel Vásquez, un texto de cuentos, el periódico “El Espectador” de Colombia, publicó esta crónica, que no solamente describe el libro en mención, los avatares de su arquitectura, sino que resulta ser una excelente descripción del mundo personal del autor y sus pasiones alrededor de la literatura. Esta visita a su casa y a su mundo, refleja el trabajo cartográfico y el juicio de un autor consagrado y quien siempre es muy acucioso a la hora de publicar. Espero mis lectores la disfruten. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE.

Cultura7 Dic 2018 - 8:00 PM
Andrés Osorio Guillott.


“Andrés”, dijo. Volteé y ahí estaba con la puerta abierta. Una primera imagen que presagiaba la definición del cuento del autor, que ya decía, como siempre, que existe la posibilidad de abrir el espectro del mundo a través de quienes narran las historias de un pasado escurridizo y de una condición sumamente volátil, maleable y hostil.
A su casa la custodian los libros, las historias que nos ayudan a socorrer ese eterno concilio que buscamos con nuestra condición. Y junto a los libros hay algunos cuadros y otras fotografías. Imágenes de Borges, García Márquez, Vargas Llosa, Cervantes y Chéjov acompañan a los libros.
Y las obras de esos mismos escritores que aparecen en cuadros y fotografías son las mismas que están en un lugar especial de su biblioteca. Cuando Juan Gabriel Vásquez se sienta a escribir en el alba, justo en ese instante en el que nacimiento se impone. El nacimiento de un día, de un rayo de sol, de un hecho que puede surgir por ese azar que lo abraza si se trata de él, pero que lo aterra si se trata de las personas que más quiere. Se sirve un café con su máquina de expresos y se dedica a leer media hora el libro que, como dice él, sirve de diapasón para marcar la clave con que quiere seguir su narración. Así, por ejemplo, para escribir Canciones para el incendio, leyó todos los días a Chéjov, ese médico y escritor ruso que se convirtió en un hito del cuento realista y naturalista. Ese asombro proveniente de los libros que uno nunca puede dejar porque siempre tienen algo más que decirnos, le susurra en el oído a Vásquez y le dice cuál es el ritmo que debe seguir. Al terminar su lectura, asume el hilo conductor de su narrativa. Entiende que la estructura de su relato lo sumerge de nuevo en un orden que la vida misma nunca nos ha dado, pues entiende que detrás de la apabullante rutina hay un caos que nos rige, que nos arroja experiencias e instantes súbitos, insospechados y frenéticos.
Al escribir le da la espalda a ese segmento de su biblioteca en donde se encuentran los libros que aconsejan, que acompañan siempre su literatura. Tal vez los vuelve a revisar por un momento, tal vez decide absolverse de su grandeza para sumirse por completo en el pasado, en el pasado que lo apasiona, que lo aqueja, que cuanto más lo conoce más lo aleja del mismo tiempo.
Mientras hablábamos del retorno al cuento, a esa posibilidad de contarnos desde la polifonía, desde la pluralidad de voces y experiencias que por distintas no significa que no tengan un punto de convergencia, Vásquez recordó que su primer libro de cuentos estuvo permeado por la duda, por el temor a seguir escribiendo, por el pánico que recae cuando vemos con desprecio lo que escribimos y consideramos la terrible posibilidad de desechar los relatos que nos hablan, nos revelan y nos visibilizan lo más sublime y lo más monstruoso de la realidad. Y podría ser también que en ese miedo encontramos una de las bellas condenas de escribir y no es otra que saber padecer de incertidumbres, de destinos desconocidos que se hacen letales y de múltiples preguntas que conducen a un estado de reflexión sempiterno.
“La novela es un vehículo que te lleva a un lugar desconocido y luego vuelve para traernos las noticias. Leer y escribir novelas es viajar a territorios que no están cartografiados. Un cuento no es un viaje, es un cruce de caminos. El cuento es un atisbo, una sugerencia de algo, es ir caminando y ver una puerta entreabierta y alguien te dice algo ahí al fondo. Ese pequeño momento es un cuento. La novela es un viaje entero”, cuenta Vásquez cuando hablamos de esas pequeñas fronteras invisibles que dividen el sendero del cuento y el de la novela.
Los minutos fueron pasando y fui viendo los pequeños silencios de un pensante. Esas milésimas de segundo en el que el cerebro escarba ese vasto mundo del lenguaje para encontrar la palabra precisa, la palabra que armoniza lo contado, que da sentido a lo dicho. Y entre silencios y cavilaciones sobre el solemne valor de la escritura, hablamos de la perversa pero no por eso menos interesante manía de los humanos para (re)inventar su realidad mediante el engaño premeditado, el engaño causal. “La memoria apela a la distorsión y al engaño”, es la frase que Vásquez menciona en uno de los cuentos de Canciones para el incendio. ¿Si la memoria es tan elemental, por qué es tan endeble a la vez? Nos preguntamos. Esa confrontación del recuerdo con la verdad de los hechos y con la verdad se convierte en un escenario zurumbático y torpe en el que nos acecha la verdad que no podemos soportar. Y es ahí, en ese lecho de la incomodidad en el que comprendemos ese estado etéreo de insatisfacción y tedio con la realidad que nos tocó, con la realidad que hemos causado, y entonces apelamos a la tergiversación de lo que recordamos, a la alteración de un pasado que decidimos que sea soluble, porque nos fastidia el hecho de aceptar las cosas como son y esquivamos la idea de nosotros como productos de una determinación, razón por la cual terminamos, al igual que Vásquez, abrazando la idea del azar para dejarnos cautivar por lo fortuito y lo que va a romper siempre con lo establecido.
“Esa sensación de haber descubierto formas muy distintas entre sí para capturar un pedazo de las vidas ajenas fue maravillosa”, afirmó el autor cuando hablamos de la literatura y su misión de barloventear nuestra singularidad. Ese rompimiento de lo meramente subjetivo para explorar los recovecos de nuestra condición y asumir la responsabilidad de la que hablaba Sartre para hacernos cargo de nuestro comportamiento en El existencialismo es un humanismo, se convierte en una actitud que resulta empática, en una postura en la que no merodeamos en la vida del otro buscando un quiebre o una condena, sino que buscamos alimentar la perspectiva que recae sobre ese mundo caótico y esquizofrénico.
Volver a escribir cuentos fue volver a su pasado, fue hablar de la violencia. Esos dos temas atraviesan los nueve cuentos de su último libro y son un espejo al que constantemente se enfrenta Vásquez cuando quiere evocar las pasiones que despiertan sus letras. El ruido de las cosas al caer y La forma de las ruinas nos hablan de eso, de un pasado que no solamente heredó de su familia sino que también vivió, un tiempo de antaño que todos los días le habla, desde distintas voces y desde distintos ángulos, para recordarle que ese camino que se deja atrás nunca se abandona, que detrás de ese camino se esconden otros senderos, otros personajes, otras historias que siempre podrán contar todo de diversas maneras. En esa pluralidad de escenarios el escritor colombiano reconoce que la violencia no solo es contada desde las víctimas directas, sino que todos fuimos rozados por las balas y acechados por la muerte trágica. Esa influencia indirecta, quizá débil de la guerra, termina por permear la percepción de comunidad, la percepción de alteridad.

Pero en ese ir y venir de anécdotas, de pensamientos, volvemos a su pasado. Un pasado que fue primero de sus familiares y luego asumió él en esos años como estudiante de derecho de la Universidad del Rosario. Pero ese tiempo poco tiene que ver con su carrera, tiene que ver con las callejuelas empinadas, rocosas y angostas del centro de Bogotá, esas callejuelas que siempre han sido ruidosas y que guardan dos de las historias que más lo marcaron: los asesinatos de Rafael Uribe Uribe y de Jorge Eliécer Gaitán. Por eso cada vez que vuelve a recordar esos años o que vuelve a caminar esos lugares, Vásquez reafirma su vulnerabilidad con los lugares que guardan una historia, pues volver a ellos, luego de haber escrito La forma de las ruinas y de haberse escabullido entre los archivos y las voces que aún pueden contar el asesinato de Uribe Uribe y de “El bogotazo” es reconocer que la inocencia con que pisaba los andenes tupidos de mugre ya no está, que ahora sabe qué pasó en esa Bogotá que vio cómo se desmoronaba su destino por la barbarie y la locura que acarreó la muerte de aquellos caudillos que no hablaban de promesas sino de la construcción de una esperanza conjunta.


Le pregunté por su gusto por el billar, quizá creyendo que en ese gusto estaba inmiscuido en algún rincón Álvaro Mutis, quien afirmaba que jugar billar era como hacer poesía. Y me contestó que los cinco años que pasó en el centro como estudiante de derecho no hubieran sido posibles sin los billares y los cafés, esos en los que justamente se escondían los poetas para paliar la realidad con una carambola, una taza de café, un cigarrillo, una pluma y una de esas canciones para el incendio.




jueves, 22 de noviembre de 2018

EL ÚLTIMO ADIÓS A FERNANDO DEL PASO: EL FINAL DE UN IMPERIO





Fernando Del Paso fue uno de los grandes escritores de México, “Noticias del imperio” es su mejor novela, de una vigencia absoluta. Su lectura nos hizo tener una visión histórica sobre su país, desde la conquista hasta nuestros días, constituye el ADN de una nación que aún busca su identidad, elucidar su pasado, desde una estética alucinante y con una prosa avasallante fue su propósito. Fue un escritor amigo de Colombia y quien tuvo una amistad entrañable con Gabriel García Márquez, de quien escribió uno de los mejores ensayos sobre su obra. Este artículo tomado del periódico “El Tiempo” de Colombia lo presenta en su verdadera dimensión y con mucha lucidez recuerda su gran legado. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE

Por: Juan Camilo Rincón y Natalia Matallana Restrepo  19 de noviembre 2018 , 02:16 Pm.

Vale la pena recordar su legado intelectual y literario y su especial cariño por Colombia.

México es el país latinoamericano que en más ocasiones se ha hecho acreedor al Premio Miguel de Cervantes: Octavio Paz, Carlos Fuentes, Sergio Pitol, José Emilio Pacheco, Elena Poniatowska y Fernando del Paso fueron reconocidos con el galardón literario más importante de la lengua española. Se trata del gran ejército de los seis; la tropa que estructuró buena parte de la literatura latinoamericana del siglo XX, con una P en su línea frontal a la que Fuentes, con su apellido, llevó la contraria.
Este año también perdimos a Pitol y ahora, tras el fallecimiento del insurrecto Fernando del Paso, el 14 de noviembre pasado en Guadalajara (México), nos acercamos al final de una generación y de un momento cultural que nos dieron, a través de sus palabras, nuevas formas de vernos y pensarnos.

De ellos, hoy solo sobrevive una mujer de letras poderosas y fecundas, mientras nos vamos volviendo testigos del ocaso de ese gran imperio de las letras, ese que hizo la perfecta transición desde el boom para ofrecernos otros modos de literatura.
“¡Qué tristeza la muerte de Fernando del Paso, quien seguirá siendo uno de los más grandes novelistas mexicanos!”, expresó Elena Poniatowska, su gran amiga, por quien no solo sentía un gran cariño sino una inmensa admiración.
Jorge Volpi, digno heredero de la obra del creador de ‘Palinuro de México’, se refirió a él como “uno de los más grandes narradores de nuestro tiempo”, cuyas obras maestras son “portentosos universos verbales que seguirán confrontándonos”.
Para el escritor nicaragüense Sergio Ramírez, también ganador del Premio Cervantes, fue “uno de los grandes clásicos de la lengua española, quien llegó en cada una de sus obras hasta el fondo de las palabras”.
La autora y periodista mexicana Mónica Lavín se refirió así a la obra de su coterráneo: “Sin ‘Noticias del Imperio’ no tendríamos luces para comprender la tragedia del breve imperio de Maximiliano en México ni nuestra raíz liberal con Juárez. Sin la obra de Fernando del Paso, Carlota no nos resonaría en primera persona desde el Castillo de Chapultepec, tan deseosa del amor de Maximiliano, tan dispuesta a defenderlo hasta el final. Con ‘Noticias del Imperio’ tuvimos renovados ojos para ver a México a través de ellos, los extranjeros, que se llenaron de asombro, y de los que los consideraron intrusos por ser producto del deseo de los conservadores. Sin ‘Noticias del Imperio’ comprender México hoy sería imposible”.





Obra delirante

Carmen Villoro, poeta y narradora mexicana encargada de la Cátedra Fernando del Paso en la Universidad de Guadalajara y hermana de Juan Villoro, considera al autor de ‘José Trigo’ “el escritor más sólido e importante de los últimos tiempos”.

La autora de ‘Obra negra’ estuvo muy cerca de Del Paso y su familia, sobre todo en los últimos diez años. Señala que sus obras fueron monumentales y de un riquísimo manejo del lenguaje, influyendo de manera significativa en su proceso creativo, pues el poder de la escritura del cervantino radica en su capacidad de inspirar pasión por el lenguaje, invitando a dejar a un lado el temor a los riesgos.

“Me contagió esta tonalidad, un tanto delirante, que explora las imágenes, muy atrevida y que no se detiene en el sentido común. Creo que esta es una gran virtud de la literatura de Fernando del Paso, que lo contagia, que es atreverse a seguir el flujo natural del pensamiento y la imaginación, permitiendo que se desborden. Creo que esto, combinado con un rigor en el dominio de la gramática, más precisa y ortodoxa, es una composición excelente como para atreverse a seguir jugando; es algo que a todos nos atrapa de su literatura y ojalá, en alguna medida, se cuelgue en el trabajo de los que estamos intentándolo”, afirma Villoro.

También recuerda que a Del Paso le gustaba discutir sobre los autores que consideraba debían ser incluidos en la colección de narrativa que él dirigía para la Universidad de Guadalajara. Hacía énfasis en que los jóvenes debían leer los clásicos, pero también le apostaba al tipo de historias que rompían esquemas: “Insistía en llevarlos a la literatura universal, porque él era un hombre universal. Le importaba mucho que las propuestas literarias fueran revolucionarias, vanguardistas, distintas, atrevidas, incluso temerarias”.

Una catedral verbal
Fernando del Paso sentía una gran admiración por la obra del escritor Antonio Ortuño, narrador y periodista nacido en Guadalajara, finalista en 2007 del Premio Herralde de Novela con su libro ‘Recursos humanos’ y cuya primera novela, ‘El buscador de cabezas’, fue seleccionada por el diario Reforma como el mejor libro debut de 2006.
Para esta nueva pluma mexicana, ‘José Trigo’ y ‘Palinuro de México’ fueron apuestas radicales por una literatura exuberante; afirma además que ‘Noticias del Imperio’ revitalizó la novela histórica en nuestro idioma: “Del Paso fue un gran barroco, un tipo que levantó catedrales verbales, que supo conservar de pie esas enormes montañas de lenguaje, que construía las frases con una ambición y un talento asombrosos”. Ortuño señala que es importante leerlo porque “aúna ambición, riesgo, humor, coloquialismo, erudición e inteligencia”.
Palinuro de Colombia
Hace un par de meses fue inaugurada en Medellín la librería del Fondo de Cultura Económica. Esta lleva, en un acto de profundo cariño del país que quiso tanto, el nombre del creador de ‘Linda 67’.

Y es que el chilango tenía un inmenso afecto por nuestro país; le encantaba el ajiaco, lamentaba el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán “tanto como cualquier colombiano que se respete” y se dolía de la violencia que por largas décadas ha sufrido Colombia.

Se declaró admirador de la obra de Jorge Zalamea, principalmente por sus traducciones de Saint-John Perse, así como del trabajo creativo de Álvaro Mutis y de Gabriel García Márquez, de quienes afirmó alguna vez que le habían enseñado a leer, abriéndole las puertas de la literatura.
Al padre de Maqroll (Mutis) lo citó más de una vez en sus textos, y lo consideraba “un personaje salido de un libro de Marcel Proust. Un personaje, desde luego, lleno de vida y alegría, a quien la cultura y el buen humor le salen por los poros”.
Su enorme cariño por el bardo bogotano nació porque este lo llevó a amar la poesía y a Gabo, con quien pasaba largas tardes viendo jugar a sus hijos en la sala de su casa. Ambos dieron a luz, además, a un libro titulado ‘El coloquio de invierno’ (1992), producto de un conversatorio con Fuentes en el auditorio Alfonso Caso de la Ciudad Universitaria del país manito en febrero de 1991, en el que los tres autores fueron los encargados de las lecciones inaugurales en un evento en el cual se debatió sobre los grandes cambios de nuestro tiempo.
Gran amigo de sus amigos, llegó a heredar el moisés que dejó el artista Fernando Botero a su paso por el país azteca. ‘Coleccionó’ colombianos como Fernando Arbeláez, Nicolás Suescún, Nancy Vicens y Antonio Montaña Nariño, conformando la que él llamó “una cadena de amigos”.
Cuando vino a Colombia en 1993 para presentarse en la Feria Internacional del Libro de Bogotá, fue entrevistado, entre otros, por Jorge Consuegra. Al terminar el diálogo, el periodista cultural le pidió una firma en ‘Noticias del Imperio’ pero, contra la costumbre, no en las primeras hojas sino en la mitad del libro. Fernando le preguntó: “¿Para qué quieres la firma ahí donde se puede perder?”; Consuegra respondió: “Es que ahí termina el capítulo que más me marcó”. Sorprendido pero satisfecho con su respuesta, le dejó su rúbrica con un abrazo.
Fernando del Paso iba a presentar en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara su nueva novela, ‘La muerte se va a Granada’, publicada por el Fondo de Cultura Económica, y tenía planeado hacer presencia en el homenaje a Juan José Arreola por los 100 años de su natalicio.

También se había contemplado que hiciera entrega del Premio Sor Juana Inés de la Cruz a Margo Glantz. Debido a la noticia de su fallecimiento, la feria decidió realizar un reconocimiento a su vida y obra.

Con unas sentidas palabras que envió para el evento de inauguración de la librería antioqueña, Del Paso recordó a los asistentes lo que el poeta mexicano Juan de Dios Peza escribió tras el deceso de su amigo Ramón López Velarde: “Qué triste será la tarde en que a México regrese sin ver a López Velarde”.

Las hizo entonces suyas al rememorar a su entrañable Antonio Montaña, con quien, “navegando en un mar de recuerdos” escribían juntos en una Olivetti “si no al alimón, sí al unísono”, y hoy las repetimos para despedir al incomparable creador de ‘Sonetos de lo diario’: “Qué triste será la tarde en que a México regrese sin ver a Fernando del Paso”. Hoy, Fernando, “vamos a inventar de nuevo la historia”.
JUAN CAMILO RINCÓN Y NATALIA MATALLANA RESTREPO*
PARA EL TIEMPO
*Natalia Matallana Restrepo. Comunicadora social y periodista. Reportera en el diario mexicano La Crónica de Hoy (Jalisco) para las fuentes de Cultura y Metrópoli @nataliavuela
** Juan Camilo Rincón. Periodista, escritor e investigador cultural. Autor de los libros 'Ser colombiano es un acto de fe. Historias de Jorge Luis Borges y Colombia', 'Viaje al corazón de Cortázar' y 'Nuestra memoria es para siempre'.








jueves, 8 de noviembre de 2018

LA HERENCIA DE BIOY AMORES SECRETOS Y MUERTES EN UN JUICIO DE PELÍCULA

Vacaciones en Mar del Plata. Borges, de blanco, con amigos. En el centro Silvina Ocampo, Y Adolfo Bioy Casares en el otro extremo.

Este artículo publicado en 2014 deja ver la suerte de ciertas bibliotecas memorables, la humanidad ha visto desaparecer grandes bibliotecas, por los destinos contrariados a que nos somete el azar o las decisiones inexplicables de algún militar triunfante. La de Borges y de Bioy Casares, paradójicamente en manos de dos mujeres, cuya suerte al lado de estos dos grandes de las letras universales, no contaba con tan magna responsabilidad, devela lo raro de ciertos hechos. Por fortuna, ahora están bien resguardadas, para bien de las letras. En todo caso este artículo tomado de “La Revista Ñ” de Clarín es de una factura rmpecable que espero mis lectores disfruten. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE
Raquel Garzón
A 100 años del nacimiento del escritor, gran parte de su legado quedó en manos de la madre de su hijo extramatrimonial.
“Siempre pensé que las bombas de tiempo debieran llamarse testamentos”, escribió Adolfo Bioy Casares, Premio Cervantes 1990, al recordar las esquirlas que dejó la herencia de su abuela. Pero la frase, recogida en Descanso de caminantes, una edición de sus diarios íntimos publicada en forma póstuma, resume como ninguna lo que pasó cuando apareció su propio testamento, pocos días después de su muerte, el 8 de marzo de 1999.

En él, Bioy dejaba el 20 por ciento de sus bienes (que incluían un departamento en Cagnes-sur-Mer, Francia, donde el autor de La invención de Morel amaba pasar el verano), a Lidia Ramona Benítez, su enfermera.

El 80 por ciento restante debía dividirse en dos mitades: una para su hijo, Fabián Bioy Demaría, y la otra, entre sus tres nietos, hijos de Marta Bioy Ocampo. Una seguidilla inconcebible de muertes –la de la escritora Silvina Ocampo, su mujer, en 1993, luego de años con Alzheimer; la de su hija Marta, víctima en 1994 de un accidente de tráfico ridículo y fatal; la del mismo Bioy Casares en 1999 y finalmente, la de su hijo Fabián, en 2006, a los 42 años de edad– encadenó varios juicios sucesorios con un resultado insospechado.

La carambola del destino quiso que los derechos de autor de dos de los escritores más espléndidos de la literatura argentina del siglo XX y gran parte del patrimonio en juego –valuado provisoriamente en 2007, con un dólar a $3,15, en poco más de 8,5 millones de pesos, según surge del expediente judicial, que consultamos– estén desde el pasado marzo en manos de la madre de Fabián, una de las amantes de Bioy, seductor tan aplicado como admitido.

Al conmemorarse mañana el centenario de su nacimiento, detenerse en los detalles nunca revelados de este folletín judicial de casi 15 años y más de 4.000 fojas es indagar no sólo en las reediciones y futuros libros de inéditos de ABC y de Silvina, sino también en el destino de uno de los tesoros más preciados de cualquier autor, su biblioteca: unos 20 mil tomos de enorme valor literario y económico, que la Universidad de Princeton quiso comprar y trasladar a los EE.UU. en 2000.

La saga refleja, además, los efectos de la inestabilidad política de nuestro país y sus cicatrices en un patrimonio familiar: el expediente registra cómo, desde 1999 las valuaciones de los bienes y demás cuentas involucradas en la sucesión sufrieron los vaivenes del país. Empezaron en tiempos de convertibilidad y luego fueron parcialmente pesificados, recalculados en diversas ocasiones y consumidos por gastos de mantenimiento, honorarios de abogados y peritos e inflación.

Las versiones difieren: allegados al escritor sostienen que su intención de beneficiar en el testamento a Benítez, la enfermera que lo asistió los últimos nueve años de su vida, era conocida y habría complicado la relación de Bioy con sus nietos, Florencio, Victoria y Lucila, huérfanos desde 1994, quienes a partir de la muerte de su madre, vivieron estos juicios sucesivos como un “trauma” que les llevaba la vida entera, según una fuente que pide reserva.

Consultados por Clarín para este artículo, los jóvenes Bioy declinaron participar por tratarse de “un tema muy personal”. Pero declaraciones previas de Florencio, realizadas a Alejandra Rodríguez Ballester para la revista Ñ, traslucen el desgaste emocional de haber vivido “desde los 20 años en sucesión”.

Otras fuentes (entre ellas una entrevista con Fabián, el hijo de Bioy, publicada el 20 de marzo de 1999 en el diario madrileño ABC) indican que la familia se enteró de que Bioy Casares dejaba a la enfermera el quinto de su fortuna cuando Lidia reclamó judicialmente el inventario y la tasación de la biblioteca y demás bienes de los pisos 5to y 6to de Posadas 1650, donde Bioy y Silvina Ocampo vivieron gran parte de su matrimonio de 53 años.

La propiedad –697 metros cuadrados más terraza, situados en una de las mejores esquinas de Recoleta– se vendió por dos millones setenta y cinco mil dólares, en diciembre de 2000. Pero recién en junio de 2013 la justicia ordenó que parte de ese dinero se usara para pagar el grueso del legado. La enfermera cobró, en efectivo, 307.706 dólares, salvados de la pesificación por su carácter de depósito judicial (según resolución de abril de 2002).

No es la única sorpresa de un juicio sucesorio que bien valdría una serie de televisión y del que participaron decenas de abogados (algunos murieron y fueron reemplazados por sus herederos a la hora de trabajar o de cobrar), escribanos, administradores provisorios, peritos, tasadores y expertos varios.

Hoy los derechos de autor de la obra de Adolfo Bioy Casares –valuados en diciembre de 2005 en poco más de un millón y medio de pesos– y la mitad de los de Silvina Ocampo –tasados en 258 mil- no están en manos de su familia. Pertenecen a Sara Josefina Demaría, madre y heredera de Fabián Bioy Demaría, el hijo extramatrimonial que Bioy Casares tuvo con ella en 1963.

“Finita”, una bellísima mujer de alta sociedad por entonces casada con Eduardo Ayerza, con quien tuvo otros tres hijos, se separó cuando Fabián tenía 6. Al morir este en 2006, soltero y sin descendencia, lo heredó su madre.

La razón de los porcentajes asignados a Fina Demaría y a los nietos de Bioy tiene fundamentos legales. Reconocido por Bioy en 1998 (hasta entonces llevaba el apellido Ayerza), Fabián heredó de su padre bienes y derechos, entre ellos, la mitad del patrimonio de Silvina Ocampo que Bioy recibió a la muerte de ésta, en 1993.

Durante el juicio sucesorio, además, Fabián inició otro contra sus sobrinos, para compensar valores por una porción de Rincón Viejo, un campo que el escritor había donado a su hija, Marta Bioy Ocampo (concebida con otra de sus amantes, María Teresa von der Lahr, y luego adoptada, amada y criada por Silvina como propia).

Rincón Viejo, en Pardo, provincia de Buenos Aires, es una propiedad de más valor literario que económico (más de siete millones y medio de pesos, según una tasación judicial provisoria de 2007). Allí, promediando los años 30, Bioy y Borges iniciaron su trabajo en colaboración escribiendo un folleto de yogur para La Martona, empresa de los Casares, la familia materna de Bioy (para otro artículo guardamos el análisis de la increíble amistad entre el donjuán irrefrenable y el tímido sin suerte).

Este campo, especialmente querido por Bioy, fue también el sitio donde él y Silvina vivieron antes de casarse y donde él escribió algunas de sus obras esenciales, como la novela El sueño de los héroes (1954). Respetando el deseo del escritor, Rincón Viejo quedó en manos de la familia de Marta. Pero la Justicia reconoció a Fabián el derecho a ser compensado por su valor, de allí que la mayor parte del dinero obtenido por el piso de Posadas le correspondiera a él y, a su muerte, a su madre, Fina.

El campo es administrado por Florencio Basavilbaso Bioy, el nieto mayor del escritor. A él y a sus hermanas –Victoria y Lucila– corresponde la otra mitad de los bienes y derechos de autor de Silvina Ocampo, heredada por Marta. Y además, los derechos morales sobre las obras de sus abuelos.

Explica un conocedor de la causa, quien pide anonimato: “Los derechos morales que apuntan a preservar la integridad de una obra y la buena imagen de un escritor, tras su muerte le corresponden más a su sangre que a cualquiera. A Fabián y a Marta, sus hijos, si hubieran vivido; no estando ellos, a sus nietos.”¿Podrían oponerse los nietos a editar o reeditar algunas obras que encontraran inconvenientes?

“Tendrían voz en el tema, pero no creo que requieran hacerla oír nunca, porque es un trabajo que se hace con mucho conocimiento y respeto”, señala el experto. Este juego de equilibrios se relaciona con los inéditos de ambos autores en cuya edición y puesta en valor trabajan, desde hace años, los curadores Daniel Martino (de la obra de Bioy) y Ernesto Montequin (de la obra de Silvina Ocampo).

El diario íntimo que Bioy llevó por medio siglo le fue donado por el propio Bioy a Martino, junto a quien trabajó los últimos años de su vida en la preparación del monumental Borges. “Los derechos de autor son de Fina Demaría, pero la decisión de qué se publica, cómo se publica y cuándo se publica corresponde a Martino”, precisa esta fuente. Hay además fotografías, una obra que Bioy desarrolló entre 1958 y 1971 y que recién empieza a ser valorada (recogida en Revista Ñ, el 30/8). Una selección integra la muestra “El lado de la luz, Bioy fotógrafo”, que se inaugura el 25 de este mes en el Centro Cultural San Martín.

La conservación y el destino de la biblioteca y papeles privados hallados en el piso de Posadas –que se asignaron en la partición por mitades a la Sra. Demaría y a los nietos de Bioy– mereció un incidente judicial aparte. “Nadie quiere hablar de valores”, afirma un allegado a los herederos. “En 2000 hubo una oferta de la Universidad de Princeton por la biblioteca, pero como todavía no se sabía a quién le iba a tocar y la valuación estaba pendiente, se desestimó.”

La oferta de esa universidad llegó al juzgado por correo. En lo peor de su enfrentamiento con el ex marido de su hija Marta, Teresa Costantini ofreció comprarle la biblioteca a Bioy por un millón de dólares, con uso de ésta para Bioy. Recuerda Soledad Costantini, su hija: “Había tantos problemas en la familia por esos años, que mi madre juzgó con sensatez que no teníamos garantía de que podrían cumplir un trato así”. Pero no es la única.

En una audiencia del 8 de abril del 2003, el expediente registra otra “propuesta de compra”, ésta de US$ 200 mil, tampoco aceptada. Entretanto, la Biblioteca Nacional está interesada, según dijeron.

La edición impresa de este artículo se publicó el 14/9/2014. En 2017, un grupo de instituciones y personas compró por 400 mil dólares la biblioteca de los Bioy y la donó a la Biblioteca Nacional.





domingo, 28 de octubre de 2018

EL SILENCIO ES UN LUJO QUE NO PODEMOS PERMITIRNOS



Me parece que este texto, publicado por la revista “Babelia” es de suma importancia, es una vuelta a la tuerca del discurso feminista, su posición genera una perspectiva novedosa y nos obliga a pensar desde aperturas diferentes. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE
La autora del manifiesto ‘Todos deberíamos ser feministas’ sacudió la pasada Feria del Libro de Fráncfort con este discurso. En él reivindica la utilidad de la literatura para ampliar los límites de la imaginación como forma de combatir el machismo y el racismo.
CHIMAMANDA NGOZI ADICHIE
26 OCT 2018 - 17:50        CEST
Me educaron en el catolicismo. De pequeña, me encantaba ir a misa. Mi familia iba todos los domingos a la capilla de St. Peter, un edificio blanco y alto situado en el campus de la Universidad de Nigeria, donde me crie.

El párroco era profesor universitario. Y en la medida de lo posible para una iglesia católica romana, era un lugar abierto, progresista y acogedor. Los sermones del domingo eran benignamente aburridos.

Años después, oí que la parroquia había cambiado de manos y que el nuevo párroco era un hombre particularmente obsesionado con el cuerpo de las mujeres.

Nombró una policía religiosa, una brigada de chicos, cuyo trabajo consistía en situarse a la puerta de la iglesia, examinar a cada mujer y decidir quién podía entrar y quién no. Rechazaban a las abuelas por llevar vestidos excesivamente escotados.

Después de llevar años fuera, fui a casa a visitar a mis padres. Y fui a misa. Llevaba una falda larga y blusa de manga corta con un estampado tradicional, un atuendo normal y de uso común. En la entrada de la iglesia, un joven se interpuso en mi camino. Su expresión era una forzada máscara de rectitud que en circunstancias diferentes me habría parecido muy divertida.

Me pidió que me fuese. Llevaba unas mangas demasiado cortas, dijo. Enseñaba demasiado los brazos. No podía entrar en la iglesia a no ser que me tapase los hombros con un chal.

Estaba furiosa. Esta iglesia formaba parte de mi feliz niñez, parte de mis recuerdos de una época llena de alegría. Y ahora se había convertido en un lugar que no trataba a las mujeres como seres humanos sino como cuerpos que había que controlar y acosar. ¿Y para qué? Para proteger a los hombres de sí mismos.

De modo que decidí escribir un artículo sobre este incidente en un periódico nigeriano de gran tirada. Pensé que el artículo haría que se tomaran medidas, que la comunidad universitaria se levantaría por fin y diría “basta”, y que presentaría una petición al obispo o al Papa o a quien fuera que tomara estas decisiones, y echarían a este párroco y volverían a convertir la parroquia en un lugar acogedor, libre de misoginia.

Pero no fue así. En lugar de eso, me asombró la recepción hostil que tuvo el artículo. El resumen de la misma fue: cállate. ¿Cómo te atreves tú, una mujer joven, a retar a un hombre de Dios?

Me pareció interesante que tanto la respuesta a mi artículo como la actitud del sacerdote hacia las mujeres procediesen de un impulso similar: la necesidad de controlarnos.

Y este impulso de negar a las mujeres total autonomía sobre su cuerpo, esta incapacidad para ver a las mujeres como seres humanos plenos, existe en todo el mundo: la mujer de Oriente Próximo que no quiere pero es obligada a cubrirse, la mujer occidental a la que llaman puta por ser un ser sexual, la mujer asiática grabada secretamente en un baño público.

Es la hora de la valentía, que no es la ausencia de miedo sino la decisión de actuar a pesar de tenerlo

Y este impulso existe también en el mundo literario progresista, en el que se espera que las escritoras hagan a sus personajes femeninos “simpáticos”, como si toda la humanidad de una persona del sexo femenino debiese, a fin de cuentas, encajar en las cuidadosas limitaciones de la simpatía.

Y para terminar el relato de lo ocurrido ese día en la iglesia. Evidentemente mi reacción se basó en una cuestión de principios: de la misma manera que los hombres podían decidir qué ponerse para ir a la iglesia, las mujeres también deberían poder hacerlo. Pero desde un punto de vista práctico, ese día hacía calor y los ventiladores de la iglesia no funcionaban y lo último que yo quería era echarme un chal rasposo sobre los hombros.

De modo que hice caso omiso del policía religioso, entré y me senté. El sacerdote fue informado de que una persona testaruda había entrado sin permiso en la iglesia, y que era culpable de mostrar en exceso los brazos. Me amonestó desde el altar, y después de la misa intercambiamos unas palabras. Decir que esas palabras fueron desagradables sería quedarse muy corto, la verdad.

Esa experiencia me hizo abandonar mi idea boba y romántica de que “hablar claro” va unido a la certeza de un apoyo generalizado. Pero me aclaró la importancia de hablar de lo que importa: no se debe hablar porque uno esté seguro de que le van a apoyar, sino porque no puede permitirse el silencio. Yo sabía lo que había sido la iglesia en otro tiempo, y vi en qué se había convertido, y no podía mantenerme callada.

A veces me llaman activista. Y a menudo siento que me tira la contrariedad, que mi espíritu se resiste, porque no es una palabra que yo utilizaría jamás para describirme. Quizá porque crecí en Nigeria y vi a los que yo considero activistas de verdad, personas que dan su vida por causas, gente que muestra el tipo de dedicación extraordinaria al que yo solo puedo aspirar.

Me veo a mí misma como escritora, como narradora, como artista. Escribir es lo que le da significado a mi vida. Es lo que más feliz me hace cuando va bien. Es lo que más me entristece cuando va mal.

Pero también soy una ciudadana. Mi responsabilidad como artista es mi arte. Mi responsabilidad como ciudadana es la verdad y la justicia.

Esta distinción entre la artista y la ciudadana me la dejó clara un conocido que —en respuesta a la hostilidad nigeriana por algo que yo había comentado acerca del feminismo— me dijo: “Los nigerianos no tienen problemas con tus libros; tienen problemas con tu política. Lo único que quieren es que te calles y escribas”.

Hace unos años, el Gobierno nigeriano aprobó una ley que declara ilegal la homosexualidad, una ley que no solo me parece profundamente inmoral sino también cínica desde el punto de vista político.

Fue este mismo conocido quien me dijo que no entendía por qué decidí manifestar mi oposición a esta ley que muchos nigerianos apoyan de hecho.

“No tienes nada que ganar”, me dijo. “Y posiblemente mucho que perder”. Su intención era buena. A su manera, intentaba protegerme. Pero se equivocaba respecto a que yo no tenía nada que ganar. Porque vivir en una sociedad que trata a cada ciudadano de manera justa e igual es una ventaja.

Necesitamos relatos más complejos: no basta saber cómo sufren los refugiados, falta saber a qué aspiran

Si puedo cambiar una mente, si puedo conseguir que una persona piense de manera crítica y se oponga a la ley, he ganado mucho, porque he contribuido a dar un pequeño paso en el largo camino hacia el progreso.

El arte puede iluminar la política. El arte puede humanizar la política. Pero a veces, eso no basta. A veces es necesario involucrarse en la política como política. Y esto no podría ser más urgente hoy en día.

El mundo está virando; está cambiando; se está oscureciendo. Ya no podemos jugar según las viejas reglas de la complacencia. Debemos inventar nuevas formas de hacer, nuevas formas de pensar. El país más poderoso del mundo parece hoy una corte feudal llena de intrigas, alimentada de mendacidad, ahogada en su propia soberbia. Debemos saber qué es verdad. Debemos decir cuál es la verdad. Y debemos llamar mentira a la mentira.

Este es el momento de la valentía, y para mí la valentía no es la ausencia de miedo. Es la determinación de actuar a pesar de tener miedo.

Es el momento de relatos más complejos: no basta saber cómo sufren los refugiados o de qué modo no encajan en una nueva sociedad; también debemos saber qué hiere su orgullo, a qué aspiran, y quién arma las guerras que los convirtieron en refugiados para empezar, de quién es la responsabilidad.

Es el momento de proclamar que la superioridad económica no significa superioridad moral.

Es el momento de analizar el tema de la inmigración, de ser sinceros respecto a ella. De preguntar si la cuestión es la inmigración o la inmigración de tipos concretos de personas: musulmanes, negros, morenos.

Es el momento de la audacia en la narrativa, el momento de los nuevos narradores. Es importante tener una amplia diversidad de voces, no porque queramos ser políticamente correctos, sino porque queremos ser precisos. No podremos entender el mundo si seguimos fingiendo que una pequeña parte de él representa al mundo en su totalidad.

Es el momento de replantearnos cómo pensamos los relatos. La cuestión de los derechos humanos no hace referencia solo a las grandes historias de represión gubernamental. Trata también de relatos íntimos. La violencia doméstica es tanto una cuestión de derechos humanos como lo es el asilo de refugiados. Eleanor Roosevelt dijo de los derechos humanos: “Sin una acción ciudadana concertada para defenderlos cerca de casa, buscaremos en vano el progreso en el mundo en general”.

Hoy en día, en todo el mundo, las mujeres están hablando alto, pero sus historias siguen sin oírse realmente.

Es hora de que dediquemos más que simple palabrería al hecho de que los relatos de mujeres son para todos, no solo para las mujeres. Sabemos por las investigaciones que las mujeres leen libros escritos por hombres y por mujeres, pero los hombres leen libros escritos por hombres. Es hora de que los hombres lean a las mujeres. Es hora de poner fin a esa pregunta de “qué quieren las mujeres”, porque ya es hora de que todos sepamos que las mujeres quieren simplemente ser miembros de pleno derecho de la familia humana.

Hoy en día existe un gran vacío en el espacio imaginativo de muchas personas en todo el mundo. Es imposible sentir empatía por las mujeres porque las historias de mujeres no se conocen verdaderamente; las historias de mujeres no se consideran universales. Esta es, en mi opinión, la razón de que parezca que vivimos en un mundo en el que muchas personas creen que un gran número de mujeres pueden simplemente despertarse un día e inventarse historias de abusos sexuales. Conozco a muchas mujeres que quieren ser famosas. No conozco a una sola mujer que quiera ser famosa por haber sufrido acoso sexual. Creer esto es pensar muy mal de las mujeres.

Las historias de mujeres no se consideran universales porque hay un gran vacío en el espacio imaginativo

La jueza del Tribunal Supremo estadounidense Ruth Bader Ginsburg ha contado que en una ocasión le preguntaron cuántos jueces del Supremo deberían ser mujeres para que a ella le pareciese equitativo.

Y su respuesta fue “las nueve”.

Y explicaba que a menudo la gente se escandalizaba, y que le decían que eso “no es equitativo”. Pero, por supuesto, durante muchos años los nueve jueces fueron hombres, y parecía normal. Al igual que hoy parece normal que la mayoría de los cargos de poder real en el mundo estén ocupados por hombres.

Las mujeres siguen siendo invisibles. Las experiencias de las mujeres siguen siendo invisibles. Es hora de que todas nosotras seamos osadas y reconozcamos que, en palabras de Pablo Neruda, “pertenecemos a esta gran humanidad, no a los pocos sino a los muchos”.

A veces se me conoce como un icono feminista. Tengo un sombrero que dice “icono feminista”, aunque hoy no me lo he traído.

Pero ser un icono feminista significa que la gente a menudo se dirige a mí para hablar de feminismo. Soy bilingüe; hablo igbo e inglés. Con mi familia y amigos, solemos hablar los dos idiomas al mismo tiempo. Y una amiga muy cercana me contó que había ido a ver a alguien para que la asesorase. Lo dijo en inglés. Debo decir que el igbo no tiene pronombres de género, de modo que se usa la misma palabra como pronombre para hombres y mujeres.

Mi amiga me dijo: “He ido a ver a una persona para que me asesore”, y yo cambié a inglés y le pregunté: “¿Y él qué te dijo?”.

Mi amiga se echó a reír. “Siempre estás dándonos sermones sobre que no demos cosas por sentadas, pero tú acabas de dar por sentado que la persona que me asesoraba era un hombre. De hecho, era una mujer”.

Bajé la cabeza muy avergonzada. Pero eso también hizo que me diera cuenta de lo profundamente inscrito que está el patriarcado en nuestro ADN social.

La literatura es mi religión. He aprendido de la literatura que todos tenemos defectos, que todos los humanos tenemos defectos. Pero también he aprendido que podemos ser bondadosos, que no necesitamos ser perfectos para poder hacer lo que es justo y correcto.

Tengo dos casas, en Nigeria y en Estados Unidos. Antes me sacaba de quicio que la gente, cuando se le preguntaba dónde vivía, nombrara dos lugares. Pero me he convertido en una de esas personas (y a veces me saco de quicio a mí misma).

Pero cuando fui por primera vez a Estados Unidos para estudiar en la universidad, hace más de 20 años, descubrí que tenía una nueva identidad. En Nigeria pensaba en mí misma desde el punto de vista de la etnia y la religión —era igbo y cristiana—, pero en Estados Unidos me convertí en algo nuevo: me volví negra.

No traslado a menudo escenas de mi vida a la ficción, pero en una ocasión lo hice con una escena concreta en la que por primera vez empecé a entender lo que significaba ser negra.

Una editora me dijo que la escena era completamente increíble. La había falseado para poder decir algo relativo a la raza. Me dijo que eso nunca habría sucedido en la vida real.

Quise decirle que en realidad sucedió así.

Pero no lo hice, porque cuando enseño redacción creativa les digo a mis alumnos que “no pueden usar la vida real para justificar su ficción”. Si la ficción es increíble para el que la lee, el que la ha escrito ha fracasado en su arte, que es el de usar el lenguaje para alcanzar la suspensión de la incredulidad.

Se lo decía a mis alumnos porque yo solía creerlo. Pero estoy descubriendo que lo cuestiono cada vez más. Porque lo que creemos o lo que no creemos, lo que nos parece creíble y lo que nos parece increíble, es en sí un marco de nuestras propias experiencias.

¿A cuántas personas negras conocía esa editora? ¿Cuántas experiencias sinceras de personas negras había oído? ¿En qué se basaba para decidir qué creer y qué no creer?

Es hora de ampliar nuestros límites, de ampliar el marco, de saber que lo que ya existe puede ser en ocasiones demasiado limitado como para abarcar la compleja multiplicidad de las experiencias humanas.

Pienso que necesitamos más relatos abiertamente políticos, más relatos que miren al mundo a la cara. Pero también creo que necesitamos relatos que no sean abiertamente políticos.

Todos los años doy un taller de redacción en Lagos. Y a la hora de seleccionar a los participantes, hago un esfuerzo consciente por tener diversidad de voces: diversidad de clase, de región, de religión.

Hace dos años asistió al taller un joven llamado Kelechi. Era de clase trabajadora, inteligente, un periodista. Durante el taller, uno de los participantes escribió un relato, un relato sin trama, una celebración del lenguaje, una meditación sobre la maduración.

El relato me pareció hermoso. A Kelechi lo dejó perplejo.

“Pero en este relato no ocurre nada. Y no nos enseña nada”, dijo.

Ahora que lo pienso otra vez, me avergüenza la respuesta que le di.

“Bueno”, le respondí, “siento que el relato no te enseñe a construir una casa y a encontrar trabajo”.

Mi respuesta, en su vergonzoso esnobismo, estaba influida por una idea muy de moda entre quienes hacen literatura, quienes la enseñan y quienes la promocionan: que cuestionar la utilidad de la literatura es ignorancia en su forma más pura.

Más tarde, al pensar en ello, comprendí que lo que Kelechi planteó ese día fue una pregunta mucho más profunda y mucho más importante.

¿Tiene importancia la literatura? ¿Es útil?

Podemos seguir hablando de literatura como un culto que no puede cuestionarse, o podríamos suavizar los límites de nuestras definiciones. ¿Qué significa ser útil? ¿Acaba la utilidad en lo concreto?

Los humanos no somos una colección de huesos y carne lógicos. Somos seres emocionales en igual medida que seres físicos. La utilidad debería estar vinculada a todas las partes que nos hacen humanos.

Ojalá le hubiera dicho a Kelechi aquel día lo que pienso ahora, que nuestra definición de útil se queda demasiado corta.

La literatura nos enseña. La literatura importa.

Leo para que me consuelen, leo para que me conmuevan, leo para que me recuerden la gracia, la belleza y el amor, pero también el dolor y la pena. Y todas estas cosas importan. Todas son lecciones útiles.



domingo, 21 de octubre de 2018

OCTAVIO PAZ Y HEBERTO CASTILLO (EL DICHO Y EL TRECHO)


La clase intelectual latinoamericana y alguna vez muchos escritores, sobre todo después de la revolución Cubana, por algunos momentos y ante la grave crisis de nuestros países, vislumbraron proyectos políticos, quisieron ser protagonistas directos del cambio, la necesidad ante lo que vivíamos parecía no dejarles opción, esta es una muestra de tales propósitos. Muchos nunca renunciaron a su labor crítica, a sus ensayos sobre nuestra realidad, otros se dedicaron por entero a su obra creativa después de experiencias poco gratas en materia política. Este articulo publicado en “Letras Libres” es una muestra de ello, de la mano de personajes tan importantes como Carlos Fuentes y Octavio Paz. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE
En el expediente de Octavio Paz que llevaba la Dirección Federal de Seguridad hay un reporte de 1971 sobre la conferencia de prensa en la que Paz, Castillo, Fuentes, entre otros, anuncian un proyecto político.
Guillermo Sheridan 18 octubre 2018

En el expediente de Octavio Paz que llevaba la Dirección Federal de Seguridad (DFS) –que guarda el Archivo General de la Nación y ahora puede leerse en línea gracias a la iniciativa de Northwestern University, El Colegio de México, la ONG Artículo 19 y el Center for Research Libraries– hay un reporte fechado el 22 de septiembre de 1971 sobre la conferencia de prensa en la que Paz, Castillo y Carlos Fuentes, entre otros, anuncian un proyecto político.     



La “Conferencia de prensa”

Firma el informe el capitán Luis de la Barreda Moreno, “Director Federal de Seguridad”, y lo titula “Conferencia de prensa del Ing. Heberto Castillo Martínez”. Registra que el día anterior, 21 de septiembre, en casa del ingeniero Castillo, un grupo formado por él, Paz, Fuentes y los líderes estudiantiles Tomás Cervantes Cabeza de Vaca, Salvador Ruiz Villegas y Manuel Santos, hicieron ante la prensa nacional y extranjera un llamado:
A los sectores de izquierda, intelectuales, profesionistas, obreros, estudiantes y campesinos y mexicanos en general “que deseen una verdadera democracia en nuestro país”, a fin de animarlos a que aporten sus ideas con el propósito de definir la naturaleza, el programa y las metas de un organismo, movimiento o partido, que sume los esfuerzos, constantes pero dispares de quienes luchan por la independencia económica, la justicia social y la libertad política en México.[1]
Los convocantes “anhelan” que se respete “el voto individual y la voluntad popular para oponerse al régimen político, económico y social” que consideran “al servicio de los intereses extranjeros, concretamente de los norteamericanos” y que convocan a elaborar una plataforma “que tiene como meta primordial obtener el poder”. Aspiran a crear un “frente unido”, por lo que han hablado ya con Demetrio Vallejo y Rafael Galván.

Interrogado por los corresponsales extranjeros, Castillo dijo que “los vicios del régimen oligárquico hicieron crisis en 1968, culminando en la masacre oficial” de Tlatelolco; que el pueblo ya sale de la “enajenación mental”, cansado de recibir “las migajas que la oligarquía les tiraba”; que la apertura que menciona Luis Echeverría es resultado de la nueva conciencia; que la organización que buscan “será estructurada de abajo hacia arriba sin imponer ideologías”.

Carlos Fuentes declaró que el movimiento es “de izquierda en forma abierta y que sus filas se fortalecerán con elementos de ideas avanzadas” y que la opción del gobierno es “implementar el terrorismo sistematizado o luchar para robustecer la caricatura de democracia que existe”.

A la pregunta sobre dónde conseguirán financiamiento para su campaña, Octavio Paz  respondió que “formar comités de financiamiento es inoperante” y que por ello optan “por formar grupos de simpatizantes en cada una de las ciudades en que darían conferencias” y que esos grupos correrían con los gastos. Ello además servirá “para comprobar la disciplina y espíritu de colaboración de estos sectores y en caso de que alguno fallara, sería prueba evidente de que aún no estaban preparados activamente en la lucha”.

A la pregunta de si se inspiran en la revolución cubana, Fuentes  responde que cuando Castro desembarcó en Cuba llevaba doce hombres “que encontraron la semilla revolucionaria totalmente germinada” y sólo la cultivaron. El grupo mexicano quiere eso, “sembrar la semilla revolucionaria para hacerla germinar, lo que era un método indispensable para la Revolución”, pues crear un gran movimiento “a la vista del poder oligárquico era exponer a los integrantes a ser barridos por el Ejército”.

Sobre si había contacto con las regiones indígenas del país, Octavio Paz respondió que miembros del movimiento, “maestros de historia y antropología” ya estaban haciendo contacto con esas zonas para “intercambiar conocimientos” y para “enseñar a los indígenas lo que es la dignidad humana y cómo se adquiere la libertad”. Dijo que contra la opinión general, “ellos consideraban que los indígenas eran más susceptibles de participar en un movimiento incluso armado que muchos otros sectores que se dicen revolucionarios pero están indispuestos a comprometerse”.
El expediente anexa una fotografía en la página 69 del expediente, con sus identificadores:

Salvador Ruiz Villegas
Rafael Hernández Tomás
Carlos Fuentes Macías (escritor)
No identificado.
Luis Tomás Cervantes Cabeza de Vaca
Manuel José Santos (Líder minero)
Octavio Paz Lozano (Escritor)
Heberto Castillo Martínez
Hasta ahí el informe que obra en el expediente.



Entre la espada y el muro

Paz estaba entusiasmado con el proyecto que, en esa primera etapa, se autonombró “Comité Nacional de Auscultación y Coordinación”. En una carta del 25 de octubre de 1971 a Jean-Clarence Lambert,[2] dice estar trabajando “por fundar un partido político”, a pesar de sentirse acorralado entre “la espada del PRI y el muro del PC” (el Partido Comunista), una izquierda que a su vez cuenta en su izquierda con sus ruidosos extremistas a los que Paz llama las “ranas trostkistas” y los “sapos maoístas”.
En una entrevista, “Postdata”, fechada el 10 de enero de 1972 con Rita Guibert[3]  se refiere al proyecto:
Rita Guibert: ¿ Ya han formado el partido?

Octavio Paz: Todavía no. Lo estamos organizando.

R. G.: ¿ Quiénes son los que están participando?

O. P.: Uno es Heberto Castillo,[4 profesor de matemáticas que estuvo preso por haber simpatizado con el movimiento estudiantil del 68 . Es uno de los hombres más inteligentes y de mejor corazón que he conocido. Otro es Cabeza de Vaca, un líder estudiantil que conoce muy bien a los campesinos y que se ocupa de los asuntos agrícolas. Entre los intelectuales está Carlos Fuentes. También tenemos un grupo de estudiantes, obreros y campesinos. Muy cerca de nosotros está Vallejo, un líder ferroviario que ha estado en la cárcel por mucho tiempo, un hombre ejemplar que ha dirigido a la clase obrera y que es una cabeza lúcida. Y hay otras fuerzas dispersas que tal vez podrán unirse a nosotros, como los obreros electricistas En general, queremos crear una alianza popular: obreros, campesinos, clase media, intelectuales, estudiantes.

R. G.: ¿ Será un partido electoral?

O.P.: No. Por el momento no será un partido electoral ni queremos hacer política electoral. Queremos activar el nivel del sindicato, municipio, las formas sociales básicas. Vamos a la realidad con un mínimo de ideología. En general, en México los partidos han sido formados por un pequeño grupo, con un programa que han tratado de imponer de arriba para abajo. Nuestra idea es proceder en forma contraria.

R.G.: ¿Porqué?

O. P.: Porque creemos que atravesamos por una época de crisis de las ideologías. Creemos que el «socialismo» de tipo cesarista y burocrático ha fracasado, lo mismo que la democracia parlamentaria burguesa. Por eso queremos encontrar nuevas formas de relación democrática que correspondan a las realidades del país. Queremos ser realistas y partimos de la idea de que los programas políticos son para servir a la gente y no para que la gente sirva a los programas políticos. En la Unión Soviética la gente está al servicio del plan, y nosotros creemos que el plan debe estar al servicio de la gente. Esto significa que tenemos una actitud crítica frente a los modelos de desarrollo que nos ofrecen el neocapitalismo del Oeste, principalmente los Estados Unidos, y el «socialismo» burocrático de la Unión Soviética. Este es, al menos, mi modo de pensar y el de muchos de mis amigos.

R. G.: ¿ Qué es lo que están haciendo ahora?

O. P.: En este momento pasamos por un período de investigación. Queremos saber: 1) si el pueblo quiere que exista un partido y 2) cómo quiere que exista ese partido. De esa primera consulta popular, de esa realidad mexicana surgirá un programa. Pienso que sobre todo en el primer momento ese programa va a operar en el nivel más elemental: el de los sindicatos obreros, y las organizaciones de los campesinos y de la clase media. Todas esas organizaciones están controladas por la burocracia política del PRI, de modo que el primer punto de nuestro programa y de nuestra acción será el de la democracia interna y la libertad en las uniones populares obreras y campesinas. Creo además que es fundamental romper con el centralismo mexicano, ya sea el político o el de los monopolios económicos.

R. G.: ¿ Quiénes son los enemigos de ese partido?

O. P.: En primer lugar, el partido oficial, y con él toda la derecha, es decir el PRI. El PRI quisiera poder absorbemos pero no ha podido. También están en contra nuestra los partidos de izquierda tradicionales, como el Partido Comunista.

R. G.: ¿ Quiénes son los que los apoyarán?

O. P.: Mucha gente que todavía está en el PRI: obreros, campesinos y burócratas, y también mucha gente del Partido Comunista y de grupos de izquierda.

R. G.: ¿ Cómo solucionan el problema económico?

O. P.: Por ahora no tenemos dinero y pienso que el pueblo mexicano, que es muy pobre, va a tener que pagar a un partido pobre. Pero esto tiene una ventaja: no tendremos un gran aparato administrativo. Nosotros queremos tener el mínimo de organización, el mínimo de ideología y el máximo de movilidad.

R. G.: ¿ Y el gobierno?

O. P.: El gobierno, debido a las condiciones del régimen, según he explicado en Postdata, ha iniciado una «apertura» democrática que, incluso, si es incompleta es saludable, y que nosotros debemos aprovechar para organizarnos.

R. G.: ¿Se podría comparar la situación mexicana con la chilena?

O. P.: La situación de Chile es muy distinta. Ellos tienen una tradición democrática que México no tiene, pero en cambio México tiene una tradición social mucho más avanzada que la chilena.

R. G.: ¿ Considera la posibilidad de llegar a ser el presidente de México?

O. P.: No, yo odio la autoridad.

R. G.: Su participación en este movimiento político le ha valido algunas críticas; por ejemplo, me dicen que García Márquez lo ha acusado de ser un hombre del sistema...

O. P.: García Márquez se hizo el vocero de un grupito de pseudoextremistas que predican, sin tener las fuerzas ni la posibilidad de hacerla, «¡la revolución ahora mismo!». García Márquez es un oportunista de la izquierda, un hombre sin ideas políticas, sin ideas tout court.
Desatadas las habituales discordias y consecuentes escisiones de la izquierda unida en México, ante la “idea” de hacer la revolución ahora, Paz comenzó a sentirse no sólo incómodo, sino inútil.



“Ranas y grillos”

Muchos de sus comentarios del periodo lamentan la esterilidad de esas disputas. El principal quizás sea su carta del 19 de enero de 1972 a Adolfo Gilly (preso político en Lecumberri), que apareció en la revista Plural[5]. En la carta –que es una teoría del partido político, un denuesto del PRI, un ensayo histórico sobre la izquierda mexicana y una reseña del libro de Gilly La Revolución interrumpida– Paz argumenta en favor del proyecto político en cuestión con las mismas ideas que se citan en el relato de la DFS. Se pregunta –y a Gilly– si será factible crear una “alianza popular” y afirma que sí: una alianza popular que Paz identifica con el modelo del presidente Cárdenas (en una nota posterior, de 1992, se arrepiente de haber escrito eso, pues el modelo de Cárdenas implementó “el carácter corporativo del partido gubernamental”). Pero en la carta a Gilly aún cree que menospreciar la herencia de Cárdenas y desear “comenzar todo de nuevo” es insensato y conducirá a un ridículo peor que el que lograron los comunistas en tiempos de Cárdenas, cuando acabaron como “furgón de cola del lombardismo”.

A unos meses de haber propuesto la consulta popular, es obvio en la carta que Paz se harta velozmente de “la minúscula orquesta crepuscular de ranas y grillos que toca una delirante musiquita en las afueras de la realidad” cuyo sonsonete es el mismo de García Márquez, “¡la revolución ahora mismo!” si bien “su verdadero significado, lo que llaman los psicoanalistas el contenido latente, es el suicidio político”.

En septiembre de 1972, en “El escritor y el poder”, también en Plural, parece referirse de nuevo al proyecto:

Pensar en una transformación revolucionaria es quimérico y suicida dentro de la perspectiva nacional e internacional. La otra posibilidad —la violencia reaccionaria— no es nada remota aunque, todavía, no es inmediata. Todos debemos luchar contra ella. Ahora el régimen intenta la reforma del PRI y del sistema. Tampoco es una verdadera solución. La solución consiste en el nacimiento de un movimiento popular independiente y democrático que agrupe a todos los oprimidos y disidentes de México en un programa mínimo común. Como ciudadano soy partidario de ese movimiento. Como escritor mi posición no es distinta ni contraria sino, valga la paradoja, otra. Como escritor mi deber es preservar mi marginalidad frente al Estado, los partidos, las ideologías y la sociedad misma. Contra el poder y sus abusos, contra la seducción de la autoridad, contra la fascinación de la ortodoxia. Ni el sillón del consejero del Príncipe ni el asiento en el capítulo de los doctores de las Santas Escrituras revolucionarias[6].

Aún más tarde, en 1973, aporta un resumen tajante del problema: “hay un anquilosamiento intelectual de la izquierda mexicana, prisionera de fórmulas simplistas y de una ideología autoritaria no menos sino más nefasta que el burocratismo del PRI y el presidencialismo tradicional de México” (a la facción derechista la despacha más rápido: “no tiene ideas, sólo intereses”)[7]. Otros amigos –sobre todo Fuentes y Fernando Benítez– se habían sumado a la “apertura democrática” de Luis Echeverría. Así pues, Paz decidió irse con su música a otra parte, es decir a su trabajo intelectual y a la revista Plural (que había aparecido en octubre de 1971); a ganarse la vida enseñando –tenía que pasar seis meses al año en Harvard– y, finalmente, a poner en práctica su convicción de que era necesario abrir la televisión a los intelectuales.

Dejó de asistir a las reuniones de Castillo y habrá observado, con fastidio, que se cumplía el sonsonete: el tradicional llamado a “la unidad de la izquierda” se desbarató en alaridos; el Partido Comunista agravió a Castillo llegando a insinuar que trabajaba para Echeverría[8]; otros desunidos fundaron el Partido Socialista de México, los trostkistas crearon su PRT y los maoistas el MOS y sus disidentes el MAUS (es en serio), y un largo ferrocarril de acrónimos infecundos. Y luego el mismo Castillo decidió que el partido –al que llamo en 1974 el Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT)–  sería un “partido de masas”…  

No hay –hasta donde sé– una historia completa del episodio, si bien en su libro Octavio Paz en su siglo (México: Aguilar, 2014), Christopher Domínguez Michael aporta una lectura pertinente en el capítulo 10, “El ogro y el peregrino”, (páginas 379-380). Cuenta que todavía en marzo de 1974, en Plural, una nota sin firma en las sección “Letras, letrillas, letrones” (que escribía Paz) encomiaba la creación de un movimiento democrático “que recoja lo que todavía está vivo de la doble herencia del socialismo internacional y de la Revolución mexicana” y saludaba –agrega Domínguez Michael– “los sanos esfuerzos que realizaban Castillo y Vallejo”.



La ira de Castillo

El ingeniero no parece haber perdonado a Paz su decisión de distanciarse del proyecto. En un iracundo comentario de 1990 titulado “La experiencia de la libertad” (el título –con ánimo paródico– del “Primer encuentro de Vuelta” que Paz había convocado en 1990 y que se transmitió por televisión[9]) Castillo censuró la –según él-- convicción de Paz en el sentido de que “las izquierdas en el mundo no tienen otra cosa que hacer que abjurar de su fe en el socialismo y en las ideas y los ideales de Carlos Marx”. Lo acusó de haber olvidado “su efímera participación en ese esfuerzo por construir un nuevo partido” y de no haber explicado nunca por qué se retiró. Lo acusó también de haber hecho a un lado su teoría de que el intelectual debe estar lejos del Príncipe: “su cercanía y su permanente elogio de Carlos Salinas lo hacen aparecer ante los ojos del pueblo cerca y al lado del Príncipe.” Luego cita in extenso el proyecto del nuevo partido en 1971, en el que se exigía democracia, libertad política y justicia social, y acusa a Paz de haber dejado de criticar al “imperialismo norteamericano”, al Fondo Monetario Internacional, a la desigualdad y a la injusticia, y de creer que la solución del mundo subdesarrollado “está en entregarse a quienes saben manejar la economía desde la iniciativa privada”.

Según Castillo, Paz y otros participantes en el encuentro han dejado atrás “esas ideas que hablan de la explotación del hombre por el hombre” y creen que “el socialismo ha fracasado y llevado a la ruina las economías de las naciones donde se instauró”. Le molestó particularmente que Paz borre “los logros económicos” de China, que ha “superado un atraso feudal que hacia que sus habitantes no pudieran comer una vez siquiera al día.” Castillo no menciona la “Gran Hambruna” que mató a 50 millones de personas entre 1958 y 1961, ni la “Revolución Cultural” que entre 1966 y 1976 mató a 3 millones, ni tampoco la matanza de Tiananmén del año anterior, 1989. Más que esos reveses, para Castillo lo importante era

la educación elemental, los servicios médicos para la mayoría, el trabajo productivo para casi todos, la ausencia de pordioseros, el desarrollo del deporte, el mejor nivel intelectual de los niños y jóvenes nacidos en esas naciones, alimentados suficientemente, todo eso es nada. El fracaso absoluto. La alternativa es el capitalismo moderno. La reprivatización de todas las empresas estatales. Así de simple.

Su conclusión fue que el hombre que en 1971 había participado en el “Comité Nacional de Auscultación y Coordinación” ya no entendía la libertad: “la libertad para Paz es su libertad, no la de los demás.”

Hasta donde sé, Paz no le contestó, o por lo menos no directamente, pero unos meses más tarde, en noviembre de 1991, evocaría la atmósfera de veinte años atrás:  

Tampoco era alentadora la situación política, moral e intelectual de México en 1971. Aunque la revuelta de los estudiantes, tres años antes, fue reprimida con saña, había estremecido al sistema político mexicano. Para los líderes juveniles y para sus maestros, los intelectuales filomarxistas, el sacudimiento era el anuncio de una transformación revolucionaria. Unos tenían los ojos puestos en Cuba, otros en Moscú y otros en Pekín. Para nosotros, en cambio, era un signo de la madurez de la nación y anunciaba el comienzo de la descomposición del sistema político mexicano, instaurado en 1929 con la fundación del Partido Nacional Revolucionario (hoy PRI).

La opción por la que se inclinó, escribe[10], fue la revista Plural en la que “iniciamos la crítica del partido hegemónico y de las taras y mentiras que corrompen a nuestra vida política” desde la óptica independiente de cada colaborador, pues “no somos un partido político”, pero unidos en “la convicción de asistir a un proceso, largo y sinuoso, encaminado hacia la democracia y el pluralismo”. Claro, tal conducta no complació a todos:

Nuestra  actitud nos atrajo la doble enemistad de los jerarcas del PRI y de los intelectuales de izquierda, los primeros empeñados en defender el statu quo, los segundos empecinados en su programa revolucionario. Unos y otros han cambiado; mejor dicho, la realidad los ha cambiado: los dirigentes del PRI hoy aceptan que su partido, so pena de desaparecer o provocar estallidos, tiene que transformarse, romper sus lazos con el Estado y democratizarse radicalmente; por su parte, los intelectuales de izquierda declaran con ostentación y a veces con intolerancia sus convicciones democráticas y pluralistas, aunque todavía abundan entre ellos los defensores de Castro y de su tiranía. Nos satisfacen estas declaraciones pero nos repetimos, con cautela, el refrán: del dicho al hecho hay mucho trecho.





[1] Hay consenso de los estudiosos en el sentido de que el redactor del “llamamiento” fue Carlos Fuentes.

[2] Recogida en su correspondencia, Jardines errantes, p. 214.

[3] Se recoge en Miscelánea III, volumen 15 de las Obras completas, p. 472 y ss.

[4] En la edición –que ya no alcanzó a revisar Paz– dice Heberto Padilla. 

[5]  “Burocracias celestes y terrestres”. La recogió en Miscelánea II, volumen 14 de las Obras completas, p. 296 y ss.

[6]  En El peregrino en su patria, volumen 8 de las Obras completas, p. 549 y ss.

[7] “Presente fluido”, ibid, p. 334 y ss.

[8] “PMT: Treinta años después”, después sin autor, en la revista Proceso (12 de septiembre de 2004).

[9] Véase la crónica del encuentro que escribió Christopher Domínguez Michael: En Miscelánea II, volumen 14 de sus Obras completas, Paz recogió su discurso inaugural y un balance final (p. 369 y ss).

[10] “Repaso” (en el número 180 de la revista Vuelta), noviembre de 1991. Se recoge en El peregrino en su patria , volumen 8 de sus Obras completas, pp.571-575.