domingo, 30 de septiembre de 2018

KAT MENSCHI, LA ILUSTRADORA QUE DIBUJA LOS SUEÑOS DE MURAKAMI


El comic y la literatura ilustrada hacen parte del mundo creativo y literario, están muy desarrollados, algunas personas no hemos valorado  su verdadera dimensión. Desde hace mucho tiempo, hacen parte del arte, de la literatura como tal. Marukami, uno de mis autores preferidos valora de sobremanera la importancia de estos formatos, es una manera de crear diferente a todo que conocemos, dibujo y narrativa se unen para darnos otra manera de leer. Esta entrevista a su ilustradora es una muestra de este universo. Ha sio toma del periódico “El tiempo” de Colombia. Espero mis lectores lo aprovechen. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE

Fabiana Scherer
Esta alemana ganó la admiración del autor japonés, que es exigente en todos los pasos de sus libros.
“Las imágenes de Kat Menschik son de verdad diferentes y únicas –describió Haruki Murakami el trabajo de la ilustradora alemana–. Es precisamente ese sentido de otredad el que como autor quiero evocar en mis lectores”.

Confesa lectora del autor de Tokyo Blues y Kafka en la orilla, solo por nombrar algunos de los títulos que despiertan fascinación por el autor japonés, Kat se convirtió en la ilustradora elegida por el eterno postulante al Premio Nobel para poner en imágenes sus relatos. La reciente aparición de La chica del cumpleaños (TusQuets), en una hermosa edición en tapa dura, sirvió de excusa para intercambiar algunas apreciaciones.

“Las narraciones de Murakami tienen muchos niveles, caminos casi oníricos que te llevan en una o en otra dirección, nada parece seguro, y muchas cosas dependen de nuestra experiencia individual. Parecen sueños, puzzles, y yo puedo hacer algo nuevo sobre estos –confiesa–. Eso es maravilloso para mí, como ilustradora, porque puedo trabajar en un plano casi surrealista”.

La relación que mantienen Kat y Murakami se inició en 2009, con Sueño (se publicó por primera vez en 1990), donde la noche añil y de plata con la que propone imágenes oníricas, ensoñaciones, visiones, se cuelan entre las palabras del escritor y permiten esa otredad que tanto destaca el autor. Sueño es el primero de los cuatros relatos ilustrados. Le siguieron Asalto a las panaderías (publicado por primera vez en 1981 en la revista literaria Waseda Bungaku); Segundo asalto a la panadería (apareció en la revista Marie Claire, en 1985 como continuación de aquél); La biblioteca secreta (se conoció originalmente en 1990, fue traducido al inglés para The New Yorker, en 1992, y compilado en El elefante desaparece, primer libro de cuentos del autor), y La chica del cumpleaños.

La idea de establecer una relación entre Kat y Murakami surgió de la editorial Dumont-Verlag, tras enterarse de que el escritor había develado cierta atracción por los dibujos de Menschik. Es sabido en el mundillo editorial la obsesión del autor japonés por controlarlo todo, incluso las portadas de las traducciones de sus libros, las que supervisa personalmente antes de que se publiquen: las acepta o las rechaza. Nunca hay grises. Dispuesta a seducirlo, Kat preparó una carpeta de muestra y el encuentro entre el autor y la ilustradora se convirtió en un sueño hecho realidad. Murakami viajó a Berlín, ciudad en la que Kat creció y vive desde antes de la caída del Muro, la invitó a cenar y después de hablar de jazz, de Japón y de la variedad de cervezas alemanas le propuso que llevara mucho más allá sus historias: que se animara a ir a un segundo nivel.

¿Cuál fue el mayor reto a la hora de ilustrar las narraciones del autor japonés?

Admiro profundamente la obra de Murakami, por lo que el desafío con él siempre consiste en realizar un trabajo que le satisfaga de verdad. No quiero contentar solo a los lectores, busco que él también disfrute de mi trabajo.

¿Qué fue lo que más le llamó la atención del relato ‘La chica del cumpleaños’?

Quizá la relación entre ser joven y envejecer, entre la vida y la caducidad; la mirada hacia la vida que queda por delante, y la mirada retrospectiva; la juventud y la muerte. Pero, también, un carácter muy femenino, de niña, la birthday girl de color rosa... (todas las ilustraciones son en ese tono, como se puede ver en la tapa).
En el cuento publicado originalmente en 2002, en el volumen Sauce ciego, mujer dormida, Murakami se permite, como siempre, explorar entre lo fantástico y lo tangible, elementos que llevaron a Kat a imaginar una Alicia, de Lewis Carroll, en el que se entremezclan el deseo y la magia.

“–Hoy cumples 20 años y, además, me has traído una magnífica comida caliente –dijo el anciano como si quisiera confirmarlo una vez más (...). ¡Qué dichosa coincidencia! ¿No te parece?

–Así pues –dijo el anciano, palpándose el nudo de la corbata de tonalidad parecida a la hojarasca–, voy a hacerte un regalo, jovencita. Un día tan especial como el del vigésimo cumpleaños requiere un recuerdo también muy especial.

Sentada en el sofá, ella negó precipitadamente con la cabeza.
–¡Oh, no! No se moleste, se lo ruego. Yo solo le he traído la cena porque así me lo han ordenado.

El anciano levantó las manos con las palmas vueltas hacia delante.
–¡Oh, no, no! Eres tú quien no debe preocuparse. Es un regalo que no tiene forma. No tiene valor. En fin –dijo, posando las manos sobre la mesa. Y suspiró–. En fin, que voy a satisfacer un ruego tuyo, mi joven y preciosa hada. Voy a hacer que se cumpla un deseo. El que tú quieras. No importa cuál. Cualquier deseo que tengas. En el caso de que tengas alguno, por supuesto”.

El libro cierra con un relato adicional de Murakami, donde narra lo que significa para él cumplir años y el ritual que practica año tras año. El texto repasa los hitos de su generación: la que nació después de la Segunda Guerra Mundial, creció con el rock and roll y la rebeldía del 68; además de ofrecer una curiosa reflexión sobre el rito que lleva cada año.

“Vine al mundo el 12 de enero de 1949. Eso significa que pertenezco a la llamada generación baby boom (...). Una vez busqué en internet qué personas cumplían años. Cuando entre ellas descubrí a (no vamos a spoilear el nombre del personaje en cuestión), me sentí inmensamente feliz (...). Ese día, alzo la copa de vino y brindo por el descanso eterno de este brillante escritor norteamericano con quien comparto el día del cumpleaños”.

Murakami destaca la otredad en sus dibujos. ¿Trata usted de narrar una historia paralela con sus ilustraciones?

Lo hago muy a menudo, sí. Y con eso pretendo no aburrir a los lectores, ofrecerles algo más. Los lectores ya tienen a su disposición el texto, así que no necesito ilustrar con precisión lo que dice, sino que puedo apartarme ligeramente del relato y crear algo nuevo. Ese es precisamente mi objetivo, y me alegro mucho si lo consigo.

¿Se identifica con los personajes de los textos que dibuja?

No, la verdad es que no. Intento captar la sensación del texto y trasladarla a la imagen, pero, para conseguirlo no necesito identificarme con el personaje. Sí, puedo empatizar con ellos.

¿Cree que los libros ilustrados son una excelente contraposición a los textos digitales?

Sí, en mi opinión, una obra ilustrada también puede leerse en un soporte digital, pero si uno coloca un libro impreso en una estantería, debería ser un objeto bello, que nos apetezca tener en las manos.

¿Qué considera relevante cuando está ilustrando un libro?

Necesito una idea inicial con la que imaginar cómo quiero dar forma al libro. Es decir, pienso en los colores que podrían funcionar y cómo quiero realizar los diseños. Después desarrollo esta idea a lo largo de todo el libro, y el resultado es un libro, un concepto, homogéneo y coherente.

¿Cuál es su deseo a la hora de entablar esa comunión con el texto?

Mi trabajo es ilustrar cualquier clase de texto que me encarguen (también hago trabajos para diferentes periódicos o revistas). Con mis dibujos quiero conseguir un segundo nivel, una ampliación ilustrada del texto. Y, por supuesto, también quiero dotar el texto de belleza, busco que sea un libro bonito, un objeto para apreciar, esos que te gustan poner en los estantes y tocar. Me gusta animar al lector a encontrar otros significados, su propia historia.

La biografía de Kat Menschik señala que nació en 1968, en Luckenwalde. Creció en Berlín del Este, pero pasó gran parte de su infancia con su abuela en Jüterbog. Gracias a ella descubrió su pasión por las artesanías y de su padre, diseñador gráfico y calígrafo, como bien aclara heredó “la paciencia y la importancia de trabajar con esmero”.

¿Cómo trabaja usted? ¿En qué consiste su proceso creativo?

En primer lugar, imagino el diseño. Después lo pongo sobre el papel con pluma y tinta, escaneo la imagen en blanco y negro y, a continuación, retoco la tinta y aplico el color en el ordenador. El resultado final siempre es digital.

¿Prefiere dibujar textos creados por otros a los suyos propios?

Prefiero ilustrar textos de otras personas, porque los otros escriben mejor que yo. No tengo dudas.

¿Qué autores o qué libro le gustaría dibujar?

Muchísimos. Pero me gustaría ilustrar sobre todo a autores clásicos, o aquellos cuyos libros que leo y me hacen disfrutar.

¿Qué artistas influyeron en su trabajo?

Entre otros, Werner Klemme, Elisabeth Shaw, Manfred Bofinger, los artistas del Jugendstil y los expresionistas.

¿Considera que el campo de la ilustración logró mayor reconocimiento en los últimos años?

Sí, su prestigio ha aumentado, con toda certeza. Además, cada vez veo más trabajos que apuestan por la ilustración, y en algunos casos muy buenos.

¿Tiene pensado dibujar alguna otra narración de Murakami?

Seguro que la editorial Dumont y yo tendremos ocasión de editar e ilustrar otra historia de Murakami. Pero no sé cuál será ni cuándo lo haremos.

La espera valdrá la pena, porque cada relato, novedad referida al rock star de la literatura, genera una reacción en cadena: “Los lectores esperan por su trabajo de la misma manera en que generaciones pasadas hacían cola ante las disquerías esperando los nuevos discos de los Beatles y Bob Dylan”, escribió Patty Smith en The New York Times. No hay duda de que esta devoción es contagiosa y que la imaginación de Kat, quien dibuja con la mano izquierda y luce orgullosa su dedo medio izquierdo manchado de negro, nos abrirá otras puertas al universo murakamiano.

Fabiana Scherer
La nación (argentina) - Grupo Diarios de las Américas (GDA)

sábado, 15 de septiembre de 2018

HEREJES DE LA RELIGIÓN DIGITAL


Esta reseña aparecida en “Babelia” del país de España, sobre un texto de absoluta actualidad, teniendo en cuenta lo que pasa en redes y lo que esperamos de la revolución digital, me parece muy pertinente, espero los lectores lo aprecien. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE
La redención tecnológica que algunos vieron en Internet puede convertirse en una condena. Varios ensayos alertan del peligro del control digital de la sociedad, pero no siempre consiguen que coincidan teoría y práctica.
CÉSAR RENDUELES
15 SEP 2018 - 01:15         COT
En 2014 el bloguero iraní Hossein Derakhshan, que se hizo célebre como uno de los impulsores del periodismo ciudadano, fue liberado tras pasar seis años en la cárcel. Cuando tuvo acceso de nuevo a Internet se quedó espantado de los cambios que había experimentado la Red durante su encierro. En distintas intervenciones públicas denunció que la tecnología digital había perdido su capacidad para la transformación política y social y se había convertido en una fábrica de entretenimiento. La razón, según Derakhshan, es que en la época de las redes sociales, el hipertexto —que, a su juicio, era el elemento definitorio del Internet original— se había visto desplazado por la lógica de la novedad y la viralidad. La comunicación digital se habría convertido así en un flujo constante de imágenes controlado por algoritmos opacos.
Uno de los pioneros e impulsores de este giro crítico es Jaron Lanier, ingeniero informático y miembro prominente de la cultura digital estado­unidense, que se dio a conocer como ensayista con dos libros —Contra el rebaño digital y ¿Quién controla el futuro?— que denunciaban respectivamente las dinámicas de linchamiento que se estaban generalizando en la web social y la concentración de poder en manos de unas pocas megacorporaciones tecnológicas. Todos los textos de Lanier parten de una idea lúcida que desarrolla de un modo superficial pero interesante. Por desgracia, tiende a sepultar sus tesis sobre aquellos temas que conoce de primera mano bajo varios estratos de opiniones que exceden manifiestamente su ámbito de competencia y, peor aún, recordatorios de sus inagotables talentos e intereses. Si el narcisismo fuera una enfermedad infecciosa, las autoridades sanitarias confinarían a Lanier en una cámara de aislamiento. Por eso su último ensayo, en el que repasa algunos de los aspectos más perniciosos de las redes sociales, se beneficia de un tono mucho más directo y modesto que los anteriores. Lanier no se priva de darnos su opinión sobre un amplio abanico de temas y parece creer en serio que las redes sociales han provocado una desviación maléfica en el curso de la historia (literalmente atribuye las políticas gubernamentales de su país a una supuesta adicción a Twitter de Donald Trump). Pero su análisis de la retroalimentación negativa de la arquitectura de las redes sociales, los intereses comerciales de sus propietarios y sus anunciantes y las conductas sociales de sus usuarios es valiente, claro y sugerente.





La centralidad de las redes sociales en las comprensiones contemporáneas de la cultura digital está alimentando un heterogéneo conjunto de estudios académicos que recibe mucha atención mediática, pero cuya coherencia es cuestionable. Esta especie de redología abarca desde desarrollos rigurosos en el campo de la biología y la matemática hasta planteamientos sociológicos o filosóficos mucho más impresionistas. La metáfora de la Red imprime una pátina de unidad a un campo de análisis que, en realidad, recuerda a aquella escena de Amanece que no es poco en la que el maestro pone un examen a los niños del pueblo diciendo: “Tomad nota de las preguntas: Las ingles. Su importancia geográfica. ¿Son verdad las ingles? Historia de las ingles. Las ingles en la antigüedad. Las ingles de los americanos. ¿Cómo hay que tocar las ingles? El ruido de las ingles…”. Basta sustituir “ingles” por “redes” para obtener una panorámica bastante precisa de las versiones más ampulosas de los estudios netológicos.



El desencanto de Derakhshan es interesante porque contrasta con el entusiasmo que desató la eclosión de las redes sociales, aún mayor que el que se produjo con la gran marea de blogs de unos años antes. La web 2.0 fue anunciada como un retorno del espíritu comunitarista de los tiempos heroicos de la contracultura informática. Es una pauta habitual. La historia de la recepción de la tecnología digital es una sucesión de exaltaciones y decepciones explosivas y fugaces. Los cambios técnicos —algunos francamente triviales— son vividos como el albor de un mundo nuevo o un anuncio del apocalipsis. Precisamente si algo caracteriza el momento actual, al menos desde el punto de vista de la producción intelectual, es la generalización de la literatura crítica con las redes sociales. Se trata de un cambio profundo respecto a la situación de hace apenas un lustro, cuando muchos tecnólogos consideraban casi una ofensa personal que alguien escribiera sobre Internet sin la deferencia debida a los medios sociales.


         



sábado, 8 de septiembre de 2018

LA OSCURIDAD DE LA MADRE



LA OSCURIDAD DE LA MADRE
Massimo Recalcati (1959) es un destacado psicoanalista, director del Instituto de Investigación en Psicoanálisis Aplicado y colaborador habitual de La Republica; es también uno de los ensayistas más prestigiosos y leídos de su país. Enseña, en la Universidad de Pavía, psicopatología del comportamiento alimentario, tema sobre el que ha escrito varios libros de referencia. En Anagrama ha publicado El complejo de Telémaco, Padres e hijos tras el ocaso del progenitor, Ya no es como antes. Elogio del perdón en la vida amorosa y La hora de clase. Por una erótica de la enseñanza.
Natalia Berbelagua
Separar las palabras propias de las maternas es uno de los ejercicios fundamentales de la actividad literaria.
Si en algo hizo bien el cristianismo en América Latina, fue en la exaltación de la Virgen María como ícono de la madre perfecta. Frente a un Dios lejano que reflejaba al padre, más cercano a la violencia y el abandono, la figura de una mujer callada, dispuesta a asistir con resignación a la muerte del hijo por un bien mayor, generó una veneración culposa con la que aún estamos luchando las que crecimos bajo el dogma católico. Sin embargo, en los evangelios apócrifos, la imagen de María cobra relevancia aunque tenga, por su confianza en el mensaje, actitudes un tanto temerarias para la madre de un lactante. Hay numerosos pasajes donde leprosos cargan al recién nacido.

En el reciente ensayo Las manos de la madre (Anagrama), del psicoanalista Massimo Recalcati, asistimos, casi como una obligación de replantear la maternidad, a la discusión sobre la omnipotencia materna, a una presencia excesiva, alejándola de su rol original para sumergirla en el deseo, los fantasmas y las marcas de lo transgeneracional. Ya lejos de ser la fuente de la vida, está en la vereda contraria, la posibilidad de convertirse en lo que Lacan denominó “la madre boca de cocodrilo”, aquella que fagocita a su hijo, o que, en este punto de la historia, lo ve como una extensión de sus ideales capitalistas. Este ensayo hace énfasis en las manos de la madre: unas manos laboriosas de alguien que ha trabajado en el campo, las manos perfectas de una manicura, las manos manchadas de tinta de una escritora son reflejos de lo que será nuestra propia vida. Cuando las manos dejan de tener la mayor relevancia y nos acercamos a su cara, como si fuera la nuestra, surge la interpretación del apego y los enigmas de la madre. “Hay niños que ven el rostro de su madre como un cielo que acarrea únicamente señales de inminentes amenazas, que estudian el variable rostro de la madre en un intento de predecir su estado”, dice Recalcati, acercando el víncu­lo a un estudio meteorológico de los estados anímicos con mayor o menor suerte del hijo.
En la literatura hemos leído relatos de mujeres abnegadas que han caído en la manipulación, a madres controladoras como la de Borges, a las autoritarias como la de Capote, que lo envió a una escuela militar para terminar con su afeminamiento. O a la de Hemingway, que lo hacía vestirse de mujer para hacerlo parecer la gemela de su hermana. Otro registro dramático es el de Sylvia Plath, que en sus Diarios se refiere a su progenitora como su peor enemiga. “¿Qué puedo hacer con ella, con la eterna hostilidad que siento contra ella? Deseo, más que nunca, arrancar mi vida de sus manos ansiosas. Mi vida, mi obra, mi marido, mi hijo nonato. Ella lo mata todo. ¡Cuidado! Es mortífera como una cobra con su brillante capucha verde y dorada”. Esta cobra, con la que aprendió a vivir de cierta forma, como un animal salvaje convertido en mascota, la marcó de tal manera que sus obsesiones se mezclaron con su propio rol, del que no escapó incluso en el momento final, en el gesto cuidadoso de dejar preparado el desayuno a sus hijos antes del suicidio. Su gran amiga, la también poeta Anne Sexton, se vistió con el abrigo de piel de su madre antes de suicidarse en 1974 con el auto encendido en el garaje de su casa.

En la ficción, tenemos a Emma Bovary, que rechaza a su hija Berta por ser una extensión del hombre que no ama y la abandona por completo; a una Medea, que prefiere mil veces estar con un escudo en la guerra antes que parir un hijo y se venga de Jasón por su abandono recurriendo al parricidio; los cuentos de Silvina Ocampo, que, en vez de madres cocodrilo, presenta mujeres que mantienen una excesiva distancia con sus hijos y derivan su responsabilidad en institutrices y maestras doblemente feroces. Estas los golpean con látigos en el cuerpo, jarrones en la cabeza y les convierten el pelo a los niños en “rulos de sangre atados con moños”, como ocurre en ‘Cielo de claraboyas’.

En Siete casas vacías, de Samanta Schweblin, la madre del cuento ‘Nada de todo esto’ maneja sin rumbo y obliga a su hija a ir de acompañante en un episodio oscuro y perturbador. Entra con el auto a una casa desconocida y roba objetos personales enterrando las posibilidades de uso y la intimidad de los otros en su propio patio. La narradora dice: “La confirmación de cómo mi madre ha estado tirando a la basura mi tiempo desde que tengo memoria”. En estos términos, una madre no puede solo adueñarse del tiempo, sino también del lenguaje, guardando en la oscuridad de la palabra la génesis creativa.

Como un largo testimonio en la lectura, de que es ella quien entrega las primeras experiencias del mundo, el separar las palabras propias de las de la madre es uno de los ejercicios fundamentales que cruza la actividad literaria. En estos hijos escritores asistimos al grito primitivo del nacimiento como si nunca hubiesen salido de la maternidad, confrontándose una y otra vez con el primer acto de arte al que asistieron, ese momento glorioso o trágico donde abrieron los ojos al mundo.

Natalia Berbelagua (Santiago de Chile, 1985) es autora del libro de cuentos ‘Valporno’ (Emergencia Narrativa).

RESEÑA DE ANAGRAMA
LAS MANOS DE LA MADRE. DESEO, FANTASMAS Y HERENCIA DE LO MATERNO
Recalcati, Massimo

¿Para qué sirven las manos de la madre? ¿Para acariciar, cuidar, acoger, según sostienen las interpretaciones canónicas, o más bien para salvar al hijo del abismo de la falta de sentido?

Después de haber analizado en libros anteriores la transformación de las figuras del padre y del hijo en nuestros días, Massimo Recalcati aborda la última pilastra de la tríada familiar. Y lo hace impelido por sus lectores y movido por su propio deseo de ser justo con las madres y reconocerles su papel, esencial e insustituible. Ahora bien, lejos de toda visión simplificadora, para Recalcati la madre es siempre una compleja figura de múltiples facetas, de la que no soslaya ni los lados luminosos ni los oscuros: la madre ángel, pero también la madre cocodrilo; la madre castradora, pero también la que sabe desprenderse de su hijo; la madre narcisista, pero también la que es capaz de guiar al hijo en la adopción simbólica de la vida. Para ello nos presenta una caleidoscópica galería de figuras maternas, extraídas de su experiencia clínica y de la actualidad, pero también de la Biblia, de libros y películas y, en última instancia, de su propia vida, presente aquí como en ninguna otra de sus obras.

Así, nos ayuda a reconocer el perfil de una madre real, no ideal, cuyos mil rostros representan en realidad uno solo, aquel en el que el hijo sabe reconocer el suyo propio. Y, sobre todo, subraya la importancia de no olvidar nunca, en contra de la interpretación patriarcal de la madre asexuada y anulada como mera ama de cría, que una madre nunca debe dejar de ser mujer, esposa y amante, y que la única base posible de una maternidad sana es la feminidad.
«Recalcati no habría podido escribir un libro como este, que es un viaje por la maternidad, en sus primeros años como psicoanalista. Lo escribe ahora, porque presupone un largo aprendizaje» (Ferdinando Camon, La Stampa).
«Un libro complejo, que explora los deseos, los fantasmas y la herencia de la maternidad a través de casos clínicos y de la literatura, de ejemplos bíblicos y cinematográficos. En su gran mayoría fascinantes» (Giovanna Pezzuoli, Corriere della Sera).
«Se aconseja su atenta lectura a madres frecuentemente egocéntricas, hipercríticas o poco autocríticas, a padres inexistentes, distraídos o atareados, a hijos dubitativos, extraviados, que se interrogan sobre realidades afectivas complejas» (QLibri).

«Un libro que se lee con gran emoción, que discurre sosegado, con una prosa simple pero rigurosa, más poética que psicológica, y nos lleva al corazón de la figura materna sin mistificaciones» (Laura Rodrigo, Lettera).



«Un libro complejo, que explora los deseos, los fantasmas y la herencia de la maternidad a través de casos clínicos y de la literatura, de ejemplos bíblicos y cinematográficos. En su gran mayoría fascinantes» (Giovanna Pezzuoli, Corriere della Sera).

«Se aconseja su atenta lectura a madres frecuentemente egocéntricas, hipercríticas o poco autocríticas, a padres inexistentes, distraídos o atareados, a hijos dubitativos, extraviados, que se interrogan sobre realidades afectivas complejas» (QLibri).

«Un libro que se lee con gran emoción, que discurre sosegado, con una prosa simple pero rigurosa, más poética que psicológica, y nos lleva al corazón de la figura materna sin mistificaciones» (Laura Rodrigo, Lettera).