jueves, 28 de julio de 2022

INFOCRACIA

 Este es el primer capitulo del último texto de Byung Chul  Han cuyo nombre es "Infocracia". CESAR HERNANDO BUSTAMANTE.



EL RÉGIMEN DE LA INFORMACIÓN 


Llamamos «régimen de la información» a la forma de dominio en la que la información y su procesamiento mediante algoritmos e inteligencia artificial determinan de modo decisivo los procesos sociales, económicos y políticos. A diferencia del régimen de la disciplina, no se explotan cuerpos y energías, sino información y datos. El factor decisivo para obtener el poder no es ahora la posesión de medios de producción, sino el acceso a la información, que se utiliza para la vigilancia psicopolítica y el control y pronóstico del comportamiento. El régimen de la información está acoplado al capitalismo de la información, que hoy deviene en un capitalismo de la vigilancia y que degrada a las personas a la condición de datos y ganado consumidor. El régimen de la disciplina es la forma de dominación del capitalismo industrial. Este régimen adopta una forma maquinal. Todo el mundo es un engranaje dentro de la maquinaria disciplinaria del poder. El poder disciplinario penetra en las vías nerviosas y en las fibras musculares, y convierte «una pasta informe, un cuerpo inepto», en una «máquina».[1] Fabrica cuerpos «dóciles»: «Es dócil un cuerpo que puede ser sometido, que puede ser utilizado, que puede ser transformado y perfeccionado».[2] Los cuerpos dóciles como máquinas de producción no son portadores de datos e información, sino portadores de energías. En el régimen de la disciplina, los seres humanos son entrenados para convertirse en ganado laboral. El capitalismo de la información, que se basa en la comunicación y la creación de redes, hace que técnicas de disciplina como el aislamiento espacial, la estricta reglamentación del trabajo o el adiestramiento físico queden obsoletas. La «docilidad» (docilité), que también significa sumisión u obediencia, no es el ideal del régimen de la información. El sujeto del régimen de la información no es dócil ni obediente. Más bien se cree libre, auténtico y creativo. Se produce y se realiza a sí mismo. El régimen de la disciplina que describe Foucault utiliza el aislamiento como medio de dominación: «La soledad es la primera condición de la sumisión total».[3] El panóptico con celdas aisladas unas de otras es la imagen ideal y simbólica del régimen de la disciplina. Sin embargo, el aislamiento ya no puede aplicarse al régimen de la información, que explota especialmente la comunicación. La vigilancia en el régimen de la información tiene lugar a través de los datos. Los internos del panóptico disciplinario, aislados de sí mismos, no generan datos, no dejan rastros de datos, porque no se comunican. El objetivo del poder disciplinario biopolítico es el cuerpo: «Para la sociedad capitalista lo más importante era lo biopolítico, lo biológico, lo somático, lo corporal».[4] En el régimen biopolítico, el cuerpo se sujeta a una maquinaria de producción y vigilancia que lo optimiza mediante la ortopedia disciplinaria. El régimen de la información, en cambio, cuyo advenimiento Foucault obviamente no reconoció, no persigue ninguna biopolítica. Su interés no está en el cuerpo. Se apodera de la psique mediante la psicopolítica. Hoy el cuerpo es, ante todo, objeto de estética y fitness. Al menos en el capitalismo informativo occidental, está en gran medida liberado del poder disciplinario que lo convierte en una máquina de trabajo. Ahora está secuestrado por la industria de la belleza. Toda dominación tiene su propia política de visibilización. En el régimen de los soberanos, las escenificaciones ostentosas del poder son esenciales para la dominación. El espectáculo es su medio. La dominación se presenta con un esplendor teatral. Sí, es el esplendor lo que lo legitima. Las ceremonias y los símbolos de poder estabilizan la dominación. Las coreografías para impresionar al público y el atrezo de la violencia, los ritos sombríos y el ceremonial del castigo forman parte de la dominación como teatro y espectáculo. Los tormentos físicos se exponen al público. Los verdugos y los condenados obran como actores. El ámbito público es un escenario. El poder del soberano funciona por medio de la visibilidad teatral. Es un poder que se deja ver, se da a conocer, se vanagloria y brilla. Sin embargo, los sometidos sobre los que se ejerce y despliega permanecen en gran medida invisibles. A diferencia del régimen premoderno del soberano, el régimen moderno de la disciplina no es una sociedad del espectáculo, sino una sociedad de la vigilancia. Las ostentosas celebraciones de los soberanos y las espectaculares exhibiciones de poder dejan paso a las poco espectaculares burocracias de la vigilancia. Los seres humanos «no estamos ni sobre las gradas ni sobre la escena, sino en la máquina panóptica».[5] En el régimen de la disciplina, la antigua visibilidad se invierte por completo. No son los gobernantes los que se hacen visibles, sino los gobernados. El poder disciplinario se hace invisible mientras impone una visibilidad permanente a sus súbditos. Para asegurar el control del poder, los subyugados se exponen a los focos. El «hecho de ser visto sin cesar» mantiene al individuo disciplinado en su sumisión.[6] La eficacia del panóptico disciplinario consiste en que sus internos se sienten constantemente vigilados. Interiorizan la vigilancia. Para el poder disciplinario es esencial la creación de «un estado consciente y permanente de visibilidad».[7] En el estado de vigilancia de George Orwell, el Gran Hermano garantiza una visibilidad constante: Big Brother is watching you. En el régimen de la disciplina, las medidas de localización espacial, como el confinamiento y el aislamiento, garantizan la visibilidad de los sometidos. Se les asignan determinados lugares en el espacio de los que no pueden salir. Su movilidad está masivamente restringida para que no puedan escapar al control del panóptico. En la sociedad de la información, los medios de reclusión del régimen de la disciplina se disuelven en redes abiertas. El régimen de información se rige por los siguientes principios topológicos: las discontinuidades se desmontan en favor de las continuidades, los cierres se sustituyen por aperturas y las celdas de aislamiento por redes de comunicación. La visibilidad se establece ahora de una manera completamente diferente: no a través del aislamiento, sino de la creación de redes. La tecnología de la información digital hace de la comunicación un medio de vigilancia. Cuantos más datos generemos, cuanto más intensamente nos comuniquemos, más eficaz será la vigilancia. El teléfono móvil como instrumento de vigilancia y sometimiento explota la libertad y la comunicación. Además, en el régimen de la información, las personas no se sienten vigiladas, sino libres. De forma paradójica, es precisamente la sensación de libertad la que asegura la dominación. En este sentido, el régimen de la información difiere en gran medida del régimen de la disciplina. La dominación se consuma en el momento en que la libertad y la vigilancia se aúnan. El régimen de la información se desenvuelve sin ningún tipo de restricción disciplinaria. No se obliga a la gente a tener una visibilidad panóptica. Más bien esta se expone sin ninguna coacción externa, por una necesidad interior. Se produce a sí misma, es decir, se pone en escena. La palabra francesa se produire significa dejarse ver. En el régimen de la información, las personas se esfuerzan por alcanzar la visibilidad por sí mismas, mientras que el régimen de la disciplina las obliga a ello. Se colocan de manera voluntaria ante el foco, incluso desean hacerlo, mientras que los internos del panóptico disciplinario procuran evitarlo. La transparencia no es sino la política de hacer visible el régimen de la información. Referirse a la transparencia solo como la política de información abierta de una institución o persona es perder su alcance. La transparencia es el imperativo sistémico del régimen de la información. El imperativo de la transparencia reza así: todo debe presentarse como información. Transparencia e información son sinónimos. La sociedad de la información es la sociedad de la transparencia. El imperativo de la transparencia permite que la información circule con libertad. No son las personas las realmente libres, sino la información. La paradoja de la sociedad de la información es que las personas están atrapadas en la información. Ellas mismas se colocan los grilletes al comunicar y producir información. La prisión digital es transparente. El Flagship Store de Apple en Nueva York es un cubo de cristal. Es un templo de la transparencia. En términos de la política de visualización, es la antítesis arquitectónica de la Kaaba de La Meca. Kaaba significa literalmente «cubo». Un denso manto negro lo oculta a la vista. Solo los sacerdotes tienen acceso al interior. Lo arcano, que deniega toda visibilidad, es constitutivo del dominio teopolítico. El espacio más interior del templo griego, que se sustrae a la visibilidad, se llama ádyton (literalmente, «lo inaccesible»). Solo los sacerdotes tienen acceso al espacio sagrado. El dominio se basa aquí en lo arcano. El edificio transparente de Apple, en cambio, está abierto las veinticuatro horas del día. En el sótano hay una tienda. Todo el mundo tiene acceso al edificio como cliente. La Kaaba, con su manto negro, y el edificio de Apple ilustran dos fundamentos diferentes de la dominación: lo arcano y la transparencia. El cubo de cristal de Apple puede sugerir libertad y comunicación sin límites, pero en realidad materializa la dominación despiadada de la información. El régimen de la información hace que las personas sean completamente transparentes. La dominación en sí misma nunca es transparente. No existe la dominación transparente. La transparencia es el frente de un proceso que escapa a la visibilidad. La transparencia en sí misma no es transparente. Tiene una parte trasera. La sala de máquinas de la transparencia es oscura. Así es como nos entregamos al poder cada vez mayor de la caja negra algorítmica. En el régimen de la información, el dominio se oculta fusionándose por completo con la vida cotidiana. Se esconde detrás de lo agradable de los medios sociales, la comodidad de los motores de búsqueda, las voces arrulladoras de los asistentes de voz o la solícita servicialidad de las smarter apps. El smartphone está demostrando ser un eficaz informante que nos somete a una vigilancia constante. La smarthome transforma todo el hogar en una prisión digital que registra de manera minuciosa nuestra vida cotidiana. El robot aspirador inteligente, que nos ahorra la tediosa limpieza, cartografía toda la vivienda. La smartbed con sensores en red continúa la monitorización incluso durante el sueño. La vigilancia se introduce en la vida cotidiana en forma de convenience. En la prisión digital como zona de bienestar inteligente no hay resistencia al régimen imperante. El like excluye toda revolución. El capitalismo de la información se apropia de técnicas de poder neoliberales. A diferencia de las técnicas de poder del régimen de la disciplina, no funcionan con coerciones y prohibiciones, sino con incentivos positivos. Explotan la libertad, en lugar de suprimirla. Controlan nuestra voluntad en el plano inconsciente, en lugar de quebrantarla violentamente. El poder disciplinario represivo deja paso a un poder inteligente que no da órdenes, sino que susurra, que no manda, sino que da con el codo, es decir, da un toque con medios sutiles para controlar el comportamiento. La vigilancia y el castigo, que caracterizan el régimen de la disciplina según Foucault, dejan paso a la motivación y la optimización. En el régimen neoliberal de la información, la dominación se presenta como libertad, comunicación y community. Los influencers de YouTube e Instagram también han interiorizado las técnicas de poder neoliberales. Influencers de viajes, de belleza o de fitness invocan sin cesar la libertad, la creatividad y la autenticidad. Los anuncios de productos, incluidos con habilidad en su autoescenificación, no se consideran molestos. De ese modo, son específicamente buscados y codiciados, mientras que, en YouTube, los anuncios convencionales son eliminados por el bloqueador de anuncios. Los influencers son venerados como modelos a los que seguir. Ello dota a su imagen de una dimensión religiosa. Los influencers, como inductores o motivadores, se muestran como salvadores. Los seguidores, como discípulos, participan de sus vidas al comprar los productos que los influencers dicen consumir en su vida cotidiana escenificada. De ese modo, los seguidores participan en una eucaristía digital. Los medios de comunicación social son como una Iglesia: el like es el amén. Compartir es la comunión. El consumo es la redención. La repetición como dramaturgia de los influencers no conduce al aburrimiento y a la rutina. Más bien le da al conjunto el carácter de una liturgia. Al mismo tiempo, los influencers hacen que los productos de consumo parezcan utensilios de autorrealización. De esa manera, nos consumimos hasta la muerte, mientras nos realizamos hasta la muerte. El consumo y la identidad se aúnan. La propia identidad deviene en una mercancía. Nos creemos libres, mientras nuestras vidas están sometidas a toda una protocolización para el control de la conducta psicopolítica. En el régimen neoliberal de la información, no es la conciencia de la vigilancia permanente, sino la libertad sentida, lo que asegura el funcionamiento del poder. En contraste con la intocable telepantalla del Big Brother, la pantalla táctil inteligente hace que todo esté disponible y sea consumible. De ese modo, se crea la ilusión de la «libertad de la yema de los dedos».[8] En el régimen de la información, ser libre no significa actuar, sino hacer clic, dar al like y postear. Así, apenas encuentra resistencia. No debe temer a ninguna revolución. Los dedos no son capaces de actuar en sentido enfático, como las manos. No son más que un órgano de elección consumista. El consumo y la revolución son mutuamente excluyentes. Una de las principales características del totalitarismo clásico como religión política laica es la ideología, que constituye una «reivindicación de una explicación total» del mundo. La ideología como narración promete «la explicación total» de «todo el acontecer histórico, la explicación total del pasado, el conocimiento total del presente y la fiable predicción del futuro».[9] La ideología como explicación total del mundo elimina toda experiencia de la contingencia, toda incertidumbre. Con su dataísmo, el régimen de la información revela rasgos totalitarios. Se esfuerza por lograr un conocimiento total. Pero el conocimiento total dataísta no se consigue con el relato ideológico, sino con la operación algorítmica. El dataísmo quiere calcular todo lo que es y será. El big data no cuenta nada. Los relatos dejan paso a los recuentos algorítmicos. El régimen de la información sustituye por completo lo narrativo por lo numérico. Los algoritmos, por muy inteligentes que sean, no pueden eliminar la experiencia de la contingencia con tanta eficacia como los relatos ideológicos. El totalitarismo se despide de la realidad tal y como nos la dan nuestros cinco sentidos. Construye una realidad que sería más real detrás de lo dado, lo que hace necesario un sexto sentido. El dataísmo, en cambio, se las arregla sin el sexto sentido. No trasciende la inmanencia de lo dado, es decir, los datos. La palabra latina datum, que viene de dare («dar»), significa, literalmente, lo dado. El dataísmo no imagina otra realidad detrás de lo dado, detrás de los datos, porque es un totalitarismo sin ideología. El totalitarismo forma una masa obediente que se somete a un líder. La ideología anima a las masas. Les insufla un alma. En Psicología de las masas, Gustave Le Bon habla del alma de la masa, que unifica las acciones de la masa. El régimen de la información, en cambio, aísla a las personas. Incluso cuando se reúnen, no forman una masa, sino enjambres digitales que no siguen a un líder, sino a sus influencers. Los medios electrónicos son medios de masas en el sentido de que producen un hombre-masa: «El hombre-masa es el habitante electrónico del globo terráqueo y al mismo tiempo está conectado con todos los demás hombres, como si fuera un espectador en un estadio deportivo global».[10] El hombre-masa no tiene identidad. Es «nadie». Los medios digitales ponen fin a la era del hombre-masa. El habitante del mundo digitalizado ya no es ese «nadie». Más bien es alguien con un perfil, mientras que en la era de las masas solo los delincuentes tenían un perfil. El régimen de la información se apodera de los individuos mediante la elaboración de perfiles de comportamiento. Según Walter Benjamin, la cámara cinematográfica permite acceder a una forma especial del inconsciente. Lo llama «inconsciente óptico». Los primeros planos o la cámara lenta harían visibles los micromovimientos y las microacciones que escapan al ojo humano. Sacarían a la luz un espacio inconsciente: «Solo aprendemos sobre el inconsciente óptico a través de ella [la cámara], como aprendemos sobre el inconsciente instintivo a través del psicoanálisis».[11] Las ideas de Benjamin sobre el inconsciente óptico pueden trasladarse al régimen de la información. El big data y la inteligencia artificial son como una lupa digital que descubre el inconsciente oculto del agente tras el espacio consciente de la acción. Por analogía con el inconsciente óptico, podemos llamarlo inconsciente digital. El big data y la inteligencia artificial ponen al régimen de la información en condiciones de influir en nuestro comportamiento por debajo del umbral de la conciencia. El régimen de la información se apodera de esas capas prerreflexivas, instintivas y emotivas del comportamiento que van por delante de las acciones conscientes. Su psicopolítica basada en datos interviene en nuestro comportamiento sin que seamos conscientes de ello. Todo cambio fundamental de medios de comunicación crea un nuevo régimen. El medio es el dominio. A la vista de la revolución electrónica, Carl Schmitt se sintió obligado a redefinir su célebre frase sobre la soberanía: «Después de la Primera Guerra Mundial, dije: “Soberano es quien decide el estado de excepción”. Después de la Segunda Guerra Mundial, con mi propia muerte a la vista, digo: “Soberano es quien dispone de las ondas del espacio”».[12] Los medios digitales hacen posible el dominio de la información. Las ondas, los medios electrónicos de masas, pierden importancia. Lo decisivo para obtener el poder es ahora la posesión de la información. No es la propaganda de los medios de masas, sino la información, la que asegura el dominio. Ante la revolución digital, Schmitt reescribiría su dictum sobre la soberanía: soberano es quien manda sobre la información en la red