domingo, 25 de enero de 2015

LA LECTURA DIGITAL ES HORA DE CONVIVIR A PLENITUD CON ESTA REALIDAD

Este artículo fue publicado hace más de tres años y su vigencia resulta ser absoluta, no ha tenido ninguna modificación ni actualización.
Yo he pensado, alguna vez, escribir una historia del libro. No desde el punto de vista físico. No me interesan los libros físicamente (sobre todo los libros de los bibliófilos, que suelen ser desmesurados), sino las diversas valoraciones que el libro ha recibido. Jorge Luis Borges.


El escritor Héctor Abad Faciolince, en una reciente columna en el diario el espectador de Colombia, escribía sobre las virtudes de la tecnología que nos permite tener una Biblioteca infinita a nuestra disposición, señalaba con asombro que: “En una memoria USB de buena capacidad, del tamaño del dedo meñique, puede caber la Enciclopedia Británica, las Obras Completas de todos los escritores del Boom latinoamericano, el directorio telefónico de Calcuta, los Evangelios apócrifos y los auténticos, todas las traducciones existentes del Corán, las cien mejores novelas francesas del siglo XIX, los Principios de Newton y hasta las Elegías de varones ilustres de Indias, que casi no caben en ningún libro de papel”. Confieso que desde hace seis años, soy un lector de pantalla compulsivo, no me cuesta ningún esfuerzo leer una novela o un ensayo en mi PC, he oteado la red con una paciencia de relojero y gracias a ello gozo de una biblioteca digital importante, almacenada como un tesoro en la memoria de mi PC, que me permite tener a la mano algo así como dos mil textos, que incluyen no solamente aquellos clásicos imprescindibles en la vida, sino autores nuevos, mucha narrativa latinoamericana, inclusive escritores excepcionales como Bolaños, Guillermo Martínez, Mendoza……que antes era imposible tener a la mano, por razones económicas, ausencia de publicaciones en nuestro país…….En fin. Borges, en una de las conferencias mas hermosas, reunidas en un texto que se titula Borges oral expresaba con una reverencia absoluta que: “De los diversos instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro”. Es indudable, se refería al libro tradicional, esa cosa hermosa, con pastas, una solapa, un titulo y un mundo en su interior……en el mismo recordaba que en “César y Cleopatra de Shaw, cuando se habla de la biblioteca de Alejandría se dice que es la memoria de la humanidad. Eso es el libro y es algo más también, la imaginación.” Que diría, ahora que esa memoria puede caber en tan poco y esta a disposición de cualquier persona con un mínimo de tecnología, que metáfora resultaría gracias a las mieles de esta realidad que no alcanzó el escritor argentino. Una cosa es la historia del libro, de la escritura y otra de la lectura como tal. El excelente libro de Mangel sobre la historia de la lectura en occidente, reconoce momentos claves en este proceso histórico de la lectura, rupturas y señala como la lectura oral constituye la partida de bautizo del periplo histórico, que termina en la lectura digital. Según el bibliotecólogo, Fernando Báez, citado por Edy de Souza, el primer libro data del año 4100 a 3300 AC (http://artedfactus.wordpress.com/2008/03/22/apuntes-sobre-la-historia-de-la-lectura-en-occidente/) otros estudios señalan tres periodos claves (Alfaro López, Guglielmo Cavallo y Roger Chartier) de manera taxativa se refieren a tres momentos en la lectura: “ Un primer momento, que es el transito de la lectura oral a la lectura silenciosa, después el paso de la lectura intensiva a la lectura extensiva, que es anterior a Gutemberg, al salto de lo impreso y el tercero lo constituye la trasmisión electrónica de los textos". Estamos en plena auge de la lectura digital, de la revolución de la Web 2.0, del blog y por lo tanto de la biblioteca de babel de la que hablaba Borges. Ahora seleccionar nuestras lecturas se hace no solamente necesario, sino imprescindible frente al universo de posibilidades que nos otorga la red. A ello se suma el intercambio de opiniones a través del chat, el acceso a revistas especializadas, a tesis de grado de las mejores universidades, el mundo impreso está al alcance de nuestro PC, esta realidad genera más bien una angustia, el deseo de quien tiene todo a la mano, no puede disfrutarlo por los límites de tiempo. Cuando nos referimos al texto, recordaban los autores citados, que la lectura no está previamente inscrita en el texto, es decir, que existe una distancia (hay que remarcar esto) entre el sentido que transmite un texto, una vez que ha adquirido una forma definida, en el dispositivo portador de lo escrito y lo que potencialmente son capaces de realizar los lectores, una vez que se encuentran ante éste. En consecuencia, el texto existe en la medida en que hay un lector que lo lee. Aquí es donde comienza la historia de las prácticas de la lectura porque al historiador lo que ha de interesarle son las maneras específicas que históricamente se han dado de la relación entre el mundo del texto y el mundo del lector, con la lectura digital, el texto adquiere vida de igual manera cuando se accede a él a través de la red, que está siempre a su entera disposición. Con las bibliotecas de almacenamiento creadas por portales como Google, el mundo impreso se reduce a nuestra voluntad de acceder al mismo……esta posibilidad ya nos asombra de antemano, nos conmueve.

jueves, 8 de enero de 2015

GUILLERMO MARTINEZ 2

Este excelente escritor Argentino ganó el primer concurso Hispanoamericano del cuento Gabriel García Márquez, el anterior articulo fue publicado en el blog literatura al día en el 2009, haciendo énfasis a la relación de sus relatos con el mundo de las matemáticas. Para nosotros, que le venimos leyendo hace mucho tiempo, este galardón que se suma a los muchos que ha ganado no es ninguna sorpresa. Esperamos los lectores de DIRATO LIBROS, empiecen a leerlo, no se arrepentiránaquí publicamos un texto y una entrevista.

er escritor y los problemas de definición
Publicado en Escritores del mundo, junio 2014.

¿Qué significa ser escritor? Como con toda palabra asociada a cierto prestigio, el intento de definición se empeña (inútilmente) por recortar lo suficiente o identificar un rasgo que sugiera alguna clase de valor, más allá de la comprobación tautológica de una cantidad de páginas escritas.
La palabra es a la vez profunda y trivial, y basta cambiar la entonación para que concurran distintas acepciones o gradaciones para desglosar. En la acepción más llana y democrática un escritor es, me parece, simplemente una persona que se ha dedicado con cierta consecuencia y al menos durante una parte de su vida a escribir. Cualquier otro requisito que se quiera imponer queda de inmediato bajo el fuego de contraejemplos. Por ejemplo: ¿Es necesario haber publicado algo? No: Kafka, o cualquier escritor todavía inédito que acumula manuscritos, o que se limita a escribir por amor al arte. Mi padre nunca publicó en su vida y dejó una obra escrita apabullante. ¿Es necesario haber escrito una cierta cantidad de libros? No: Rulfo y su obra mínima. ¿Es necesario haber escrito durante toda la vida, para recibirlo como título honorífico al final? No: Alain Fournier o Rimbaud. ¿Es necesario ser ungido por la academia? No: Borges ignorado por nuestras facultades hasta 1965 y atacado durante muchos años más. ¿Es necesario tener el reconocimiento de lectores? No: Di Benedetto y su obra tanto tiempo no leída. ¿Es necesario haber sido publicado por un editor? No: otra vez Borges y tantos otros, que se publicaron a sí mismos el primer libro. ¿Es necesario tener alguna formación en particular? No: hay ejemplos de todos los oficios terrestres y Piglia, famosamente, porque quería ser escritor, decidió eludir la carrera de Letras. 
Ahora bien, más allá de esta acepción “democrática”, en los círculos literarios la palabra se usa como contraseña para distinguir niveles. Por ejemplo, en la expresión “Te puede gustar o no, pero es un escritor”. Aquí, “escritor” reconoce a quien tiene, además de libros publicados, algo nuevo o interesante para decir, algo personal, un mundo propio, que sobresale y se reconoce de algún modo. Entre estos dos extremos están todas las gradaciones posibles, y también la que cada cual elige como definición para sí. 



Por Juan Carlos Millán. Especial para EL MERIDIANO Cultural. Licenciado en Matemática por la Universidad Nacional del Sur en 1984, doctor en Lógica en 1992, el ganador del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, Guillermo Martínez, adelantó estudios posdoctorales en Oxford. Premio Planeta Argentina con la novela Crímenes imperceptibles –traducida a 35 idiomas, y llevada al cine por Álex de la Iglesia–, colabora habitualmente con artículos y reseñas en distintos medios.
"Había un escritor argentino que enviaba todos sus libros a concursos literarios y pegaba la página 100 a la 101 para que cada vez que recibía rechazada la novela, constataba si el jurado había leído la obra. Después, tras convertirse en escritor y hacer parte de un Jurado, se da cuenta de que cada escritor se mueve en una cárcel sintáctica, de tal manera que una persona acostumbrada a leer se da cuenta de la clase de libro que tiene entre las manos y no necesita llegar hasta la página 100. De tal manera que al final de su vida, este autor reconoció que después de saber qué clase de escritor se está leyendo solo resta ir hasta la página 100 y DESPEGARLADescripción: http://cdncache1-a.akamaihd.net/items/it/img/arrow-10x10.png", recordó el galardonado escritor durante una emotiva charla celebrada en la Biblioteca Nacional como parte de la semana dedicada al Premio y a García Márquez, que reunió a los cinco finalistas.
¿Qué importancia tienen reconocimientos como el Premio Hispanoamericano de Cuento con el que usted acaba de ser galardonado?
 Yo inicié mi carrera como escritor gracias a un premio literario con el que se reconoció mi primer libro de cuentos. En los años noventa era muy difícil publicar en Argentina, y mucho más si se trataba de un libro de cuentos; de tal manera que gracias a un Premio del Fondo Nacional de las Artes, pude ver publicado Infierno grande.
Para mí los premios cumplen con la importante función de descubrir, traer a la luz y ayudar a los autores que recién comienzan sus carreras. Cuando comencé a publicar solo había cinco editoriales que publicaban autores argentinos, pero ninguna de ellas arriesgaba por nombres desconocidos.
¿Quiénes publicaban? Aquellos que hacían parte del sistema, amigos de editores, los propios editores y periodistas culturales, porque existía la estrategia de hacerse a un nombre y un público en los diarios, para luego escribir una novela que tuviera garantizada a sus lectores; primero se debía ejercer el periodismo para luego convertirse en escritor, que son cosas muy distintas, aunque algunas veces coincidan.
¿Cuál es la importancia de reconocer un género como el del cuento?
 El cuento tiene una riqueza formal suficiente como para poder contener todos los temas literarios o filosóficos. Y de algún modo ese fue uno de los aportes más importantes de Borges al género: hacer de cada cuento algo así como un pequeño Aleph de la literatura, una reproducción en miniatura de todas las formas literarias. La novela es un desarrollo posterior, pero el género del cuento –como decía el propio García Márquez– estuvo desde el principio; y creo que va a seguir estando, porque es el arquetipo de cualquier narración.
¿Cuál es la temática de las obras que integran Una felicidad repulsiva?
 Este libro está integrado por una serie de relatos fantásticos, aunque hay una serie de registros en los que se percibe un tono familiar, un tono erótico; hay una nuovelle que es un cuento de horror. En fin, hay varios registros. Yo trato de hacer mis cuentos a veces en consonancia y otras en contravía de tradiciones muy establecidas dentro del género. El primer cuento de este libro –El I Ching y el hombre de los papeles– lo escribí hace 12 años, y fue mi regreso al género después de muchos años, porque a pesar de escribir novelas tenía en lista de espera una cantidad de temas a los que nunca les llegaba el momento. Y cuando lo escribí, tuve la sensación de que este cuento inauguraría toda una serie.
¿Le costó trabajo volver a escribir cuentos después de tanto tiempo?
 La verdad, tuve que buscar la aceptación del género, y se trató de un regreso con dificultades en la medida que había perdido parte de la naturalidad con la que solía escribir cuentos, durante la adolescencia y los primeros años dedicado al oficio. El conjunto del libro se fue armando de una manera un poco imprevista a la que faltaba la nuovelle con la que quería cerrarlo: Una madre protectora.
¿Por qué hacer un libro de cuentos?
Yo también he escrito novelas –cinco–, pero en general a mí se me ocurren una serie de ideas que luego se convierten en cuentos. De hecho, cuatro de estas cinco novelas originalmente estaban concebidas como cuentos, y este libro no se publicó antes porque la nuovelle que tenía pensada para cerrar el libro –La muerte lenta de Luciana B–, se convirtió en una novela. Luego hice un segundo intento con Yo también tuve una novia bisexual, que también terminó convertida en una novela.
Comienzo con la idea de escribir un relato largo quizá, no más allá de eso, pero algunas historias cobran esa especie de segunda dimensión, que yo asocio con un elemento teórico, que me obliga a contemplar la posibilidad de ampliar el relato para llevarlo al género novelístico. En general, cuando comienzo a escribir no sé si el resultado va a ser un cuento o una novela, pero trato de que cada historia tenga la longitud que precisa. 
¿Cómo escribe sus cuentos y sus novelas?
Yo soy muy lento para escribir, y no puedo darme el lujo de decidir si voy a escribir un cuento o una novela, porque escribir un cuento también requiere tiempo y no es cosa de un rato. De tal manera que si trabajo en una novela trato de terminarla, porque la contrapartida de ese proceso tan lento es que nunca dejo proyectos a la mitad. Por ejemplo, tardé seis meses en escribir Una madre protectora.
¿Le preocupa el público y el cambio que se pueda estar gestando con las nuevas tecnologías?
La realidad es mucho más astuta, contradictoria y diversa de lo que parecerían sugerir las tendencias principales. El libro típico que espera un editor norteamericano es un libro grande, y nosotros solemos definir a las novelas argentinas como finitas y raras, porque la concepción que tenemos allá no es la del mamotreto. Y no por eso se venden más, desde luego, porque no existe una correlación entre la cantidad de páginas que pueda tener una obra y el interés del público.
Resulta interesante cómo se verá afectada la manera de leer y la literatura del futuro, pero yo como escritor nunca me planteo esas cuestiones. Pienso en el texto que tengo entre manos como un problema en sí mismo, al igual que los matemáticos no se preguntan si de aquello que intentan resolver saldrá una industria o qué otra cosa. 
A veces se sufre con las consecuencias, pero eso también resulta imprevisible. Cuando terminé de escribir Crímenes imperceptibles, que es mi novela más traducida y la de mayor éxito en ventas, recuerdo haberle dicho a mi mujer de ese entonces que esa obra solo la iban a poder leer matemáticos, y mis expectativas no iban más allá de que el libro tuviera cierta acogida en la Facultad de Ciencias Exactas. Por otra parte, los depósitos de las editoriales están llenos de libros que se suponían predestinados a ser grandes best sellers.
Leer para escribir
¿Qué papel juega el legado de Gabriel García Márquez en su obra?
García Márquez me parece que dejó una lección de vida admirable respecto a lo que implica ser un escritor y un intelectual de nuestro tiempo. Como escritor, a mí me han llamado particularmente la atención sus nouvelles –que es un género que me interesa–, porque además fueron las primeras que tuve la oportunidad de leer: La hojarasca, La mala hora, El coronel no tiene quien le escriba, y sobre todo La mala hora. Esa es la zona de García Márquez que más me interesa como escritor.
Eso no significa que como lector no disfrute la lectura de autores que escriben muy diferente a lo que yo hago, porque no tengo una visión literaria tan sesgada como para no poder apreciar otros modos muy distintos de expresarse, de tal manera que también admiro profundamente esas grandes novelas que nos dejó García Márquez.
Aunque el propio García Márquez rescataba la oralidad y esas historias que contaba su abuela, también está presente en su obra el legado de Alejo Carpentier, de tal manera que logra decantar todo ese preciosismo que venía del Barroco Latinoamericano para darle una renovada fuerza que resulta avasallante, y que está tan presente en esas grandes nouvelles. 

Usted viene de una familia políticamente comprometida. ¿Qué tanto pesa el compromiso político en su propia obra?
Por eso decía que para mí García Márquez era un ejemplo de vida, en la medida que siempre defendió causas que podían resultar muy incómodas y que le podían restar miles y miles de lectores. En mi obra ese tipo de compromiso político no está tan presente porque siempre descreí del compromiso político en la esfera literaria. Yo fui militante político y me parecía que poco o nada podía hacerse desde los libros, en la medida que una obra literaria llega a su público en tiempos distintos que puede abarcar generaciones.
Además de escritor, usted es doctor en Ciencias Matemáticas. ¿Qué tanto hay de evasión en la determinación de escribir?
Escribí desde muy chico y la literatura siempre ha estado en mi vida; de tal manera que nunca sentí el estudio de las ciencias exactas como un corsé, al revés. Por ejemplo, el estudio de las lógicas polivalentes –que son un intento de dejar atrás la lógica binaria–, ya que encuentro que dentro de la lógica matemática también hay un espacio para la paradoja, la creación y la innovación. Pienso por ejemplo en los fractales, que son estructuras con ciertas patologías y monstruosidades que remiten de inmediato a la literatura fantástica.
¿Qué tanto lo inspiró Ernesto Sábato en esa intención de seguir la vocación de escritor?
Ernesto Sábato no me parece un buen ejemplo, porque se trata de alguien que siempre renegó de la Ciencia, e incluso entró en una especie de misticismo anticientificista, que sin embargo no le impidió ir a buscar su premio a Rumania en un avión. Abominar de la ciencia en general resulta reduccionista, porque allí también se encuentran sutilezas admirables en la manera de pensar, e incluso hay una riqueza comparable o superior a otros campos del conocimiento respecto a la audacia del pensamiento.
De Sábato me interesan algunos ensayos de su primera época, o su novela El Túnel; y como pasa con casi todos los escritores, hay una parte de su obra que merece ser rescatada, porque a veces se suele caer en la tentación de abominar de la obra de alguien en su conjunto. Yo por ejemplo al principio era el escritor de Bahía Blanca, luego fui el escritor matemático y después el escritor de policiales. No es así, porque yo aspiro a ser escritor a secas. Muchos noveles escritores se ven enfrentados a la paradoja de estudiar una 'carrera seria' y dedicarse a la literatura.
¿Le ocurrió algo parecido?
Mi papá se daba cuenta de que era muy difícil ganarse la vida a través de la literatura, y quería que yo terminara una 'carrera seria', para luego hacer lo que había hecho él mismo: era ingeniero agrónomo, pero después se dedicó a escribir y a leer, de manera que terminó haciendo lo que quiso.
A su muerte –él era un muy buen cuentista y muy prolífico, además–, hicimos una selección junto con mis hermanos de aquellos cuentos que circulaban dentro de la familia, que él había corregido en su momento y alguno de los cuales incluso ganó un premio literario. El libro se llamó Un mito familiar, y alcanzó a tener un recorrido literario.
Después, yo mismo descubrí que dentro del ambiente literario argentino, aunque casi ningún escritor vive de sus libros, hay toda una cantidad de espacios para vivir de la literatura en un sentido general: talleres, cursos, conferencias; muchos escritores viven de ese entorno literario.
Usted se ha referido en varias oportunidades a la importancia que tuvo la biblioteca pública en su formación como escritor…
La Biblioteca Pública Rivadavia en Bahía Blanca es una biblioteca muy hermosa y muy completa –durante mucho tiempo fue la biblioteca pública más completa de América Latina–, en la que por ejemplo tuve la oportunidad de leer gran cantidad de novelas policiacas, libros de Julio Verne, y colecciones estupendas como la de Robin Hood, o Iridium.
Recuerdo que allí también leí mi primer libro largo, de lo cual estaba muy orgulloso, que fue El conde de Montecristo. Estaba todo, y mi papá tenía la función de conseguir los libros que solicitaban algunos de los usuarios y que le interesaban a él mismo: hacía listas de libros que luego se incorporaban al patrimonio general de la biblioteca.


DATOS:
Guillermo Martínez (Bahía Blanca, 1962). Se radicó en Buenos Aires en 1985, donde se doctoró en Ciencias Matemáticas. Posteriormente residió dos años en Oxford, Gran Bretaña, con una beca de postdoctorado del CONICET. En 1982 obtuvo el Primer Premio del Certamen Nacional de Cuentos Roberto Arlt con el libro La jungla sin bestias (inédito). En 1989 obtuvo el Premio del Fondo Nacional de las Artes con el libro de cuentos Infierno Grande (Planeta). Su primera novela,Acerca de Roderer (Planeta, 1992), tuvo gran recibimiento de la crítica y fue traducida a varios idiomas. Publicó después La mujer del maestro (novela, Planeta 1998).
En 2003 apareció el libro de ensayos Borges y la matemática (Seix Barral) y obtuvo el Premio Planeta Argentina con Crímenes imperceptibles, novela que fue traducida a 35 idiomas y ha sido llevada al cine por el director Álex de la Iglesia, con el título Los crímenes de Oxford y un casting que incluye a John Hurt y Elijah Wood.
En 2005 publicó un libro de artículos y polémicas sobre literatura: La fórmula de la inmortalidad(Seix Barral). En 2007 apareció su última novela, La muerte lenta de Luciana B., contratada hasta el momento para traducciones a veinte idiomas, y votada por la crítica en España entre los diez mejores libros de 2007.
En 2009 publicó en Seix Barral el ensayo Gödel (para todos), en colaboración con Gustavo Piñeiro.

Participó del Internacional Writing Program de la Universidad de Iowa y obtuvo becas del Banff Centre for the Arts y de las fundaciones MacDowell y Civitella Ranieri. Colabora regularmente con artículos y reseñas en La Nación y otros medios. Fue jurado de los principales premios literarios: Alfaguara, Planeta, Emecé, La Nación-Sudamericana, Fondo Nacional de las Artes.
Uno de sus cuentos ha sido publicado recientemente en el New Yorker.

Es uno de los escritores argentinos más traducidos en el mundo.


Por Juan Carlos Millán. Especial para EL MERIDIANO Cultural. Licenciado en Matemática por la Universidad Nacional del Sur en 1984, doctor en Lógica en 1992, el ganador del Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez, Guillermo Martínez, adelantó estudios posdoctorales en Oxford. Premio Planeta Argentina con la novela Crímenes imperceptibles –traducida a 35 idiomas, y llevada al cine por Álex de la Iglesia–, colabora habitualmente con artículos y reseñas en distintos medios.
"Había un escritor argentino que enviaba todos sus libros a concursos literarios y pegaba la página 100 a la 101 para que cada vez que recibía rechazada la novela, constataba si el jurado había leído la obra. Después, tras convertirse en escritor y hacer parte de un Jurado, se da cuenta de que cada escritor se mueve en una cárcel sintáctica, de tal manera que una persona acostumbrada a leer se da cuenta de la clase de libro que tiene entre las manos y no necesita llegar hasta la página 100. De tal manera que al final de su vida, este autor reconoció que después de saber qué clase de escritor se está leyendo solo resta ir hasta la página 100 y DESPEGARLADescripción: http://cdncache1-a.akamaihd.net/items/it/img/arrow-10x10.png", recordó el galardonado escritor durante una emotiva charla celebrada en la Biblioteca Nacional como parte de la semana dedicada al Premio y a García Márquez, que reunió a los cinco finalistas.
¿Qué importancia tienen reconocimientos como el Premio Hispanoamericano de Cuento con el que usted acaba de ser galardonado?
 Yo inicié mi carrera como escritor gracias a un premio literario con el que se reconoció mi primer libro de cuentos. En los años noventa era muy difícil publicar en Argentina, y mucho más si se trataba de un libro de cuentos; de tal manera que gracias a un Premio del Fondo Nacional de las Artes, pude ver publicado Infierno grande.
Para mí los premios cumplen con la importante función de descubrir, traer a la luz y ayudar a los autores que recién comienzan sus carreras. Cuando comencé a publicar solo había cinco editoriales que publicaban autores argentinos, pero ninguna de ellas arriesgaba por nombres desconocidos.
¿Quiénes publicaban? Aquellos que hacían parte del sistema, amigos de editores, los propios editores y periodistas culturales, porque existía la estrategia de hacerse a un nombre y un público en los diarios, para luego escribir una novela que tuviera garantizada a sus lectores; primero se debía ejercer el periodismo para luego convertirse en escritor, que son cosas muy distintas, aunque algunas veces coincidan.

¿Cuál es la importancia de reconocer un género como el del cuento?
 El cuento tiene una riqueza formal suficiente como para poder contener todos los temas literarios o filosóficos. Y de algún modo ese fue uno de los aportes más importantes de Borges al género: hacer de cada cuento algo así como un pequeño Aleph de la literatura, una reproducción en miniatura de todas las formas literarias. La novela es un desarrollo posterior, pero el género del cuento –como decía el propio García Márquez– estuvo desde el principio; y creo que va a seguir estando, porque es el arquetipo de cualquier narración.
¿Cuál es la temática de las obras que integran Una felicidad repulsiva?
 Este libro está integrado por una serie de relatos fantásticos, aunque hay una serie de registros en los que se percibe un tono familiar, un tono erótico; hay una nuovelle que es un cuento de horror. En fin, hay varios registros. Yo trato de hacer mis cuentos a veces en consonancia y otras en contravía de tradiciones muy establecidas dentro del género. El primer cuento de este libro –El I Ching y el hombre de los papeles– lo escribí hace 12 años, y fue mi regreso al género después de muchos años, porque a pesar de escribir novelas tenía en lista de espera una cantidad de temas a los que nunca les llegaba el momento. Y cuando lo escribí, tuve la sensación de que este cuento inauguraría toda una serie.
¿Le costó trabajo volver a escribir cuentos después de tanto tiempo?
 La verdad, tuve que buscar la aceptación del género, y se trató de un regreso con dificultades en la medida que había perdido parte de la naturalidad con la que solía escribir cuentos, durante la adolescencia y los primeros años dedicado al oficio. El conjunto del libro se fue armando de una manera un poco imprevista a la que faltaba la nuovelle con la que quería cerrarlo: Una madre protectora.
¿Por qué hacer un libro de cuentos?
Yo también he escrito novelas –cinco–, pero en general a mí se me ocurren una serie de ideas que luego se convierten en cuentos. De hecho, cuatro de estas cinco novelas originalmente estaban concebidas como cuentos, y este libro no se publicó antes porque la nuovelle que tenía pensada para cerrar el libro –La muerte lenta de Luciana B–, se convirtió en una novela. Luego hice un segundo intento con Yo también tuve una novia bisexual, que también terminó convertida en una novela.
Comienzo con la idea de escribir un relato largo quizá, no más allá de eso, pero algunas historias cobran esa especie de segunda dimensión, que yo asocio con un elemento teórico, que me obliga a contemplar la posibilidad de ampliar el relato para llevarlo al género novelístico. En general, cuando comienzo a escribir no sé si el resultado va a ser un cuento o una novela, pero trato de que cada historia tenga la longitud que precisa. 
¿Cómo escribe sus cuentos y sus novelas?
Yo soy muy lento para escribir, y no puedo darme el lujo de decidir si voy a escribir un cuento o una novela, porque escribir un cuento también requiere tiempo y no es cosa de un rato. De tal manera que si trabajo en una novela trato de terminarla, porque la contrapartida de ese proceso tan lento es que nunca dejo proyectos a la mitad. Por ejemplo, tardé seis meses en escribir Una madre protectora.


¿Le preocupa el público y el cambio que se pueda estar gestando con las nuevas tecnologías?
La realidad es mucho más astuta, contradictoria y diversa de lo que parecerían sugerir las tendencias principales. El libro típico que espera un editor norteamericano es un libro grande, y nosotros solemos definir a las novelas argentinas como finitas y raras, porque la concepción que tenemos allá no es la del mamotreto. Y no por eso se venden más, desde luego, porque no existe una correlación entre la cantidad de páginas que pueda tener una obra y el interés del público.
Resulta interesante cómo se verá afectada la manera de leer y la literatura del futuro, pero yo como escritor nunca me planteo esas cuestiones. Pienso en el texto que tengo entre manos como un problema en sí mismo, al igual que los matemáticos no se preguntan si de aquello que intentan resolver saldrá una industria o qué otra cosa. 
A veces se sufre con las consecuencias, pero eso también resulta imprevisible. Cuando terminé de escribir Crímenes imperceptibles, que es mi novela más traducida y la de mayor éxito en ventas, recuerdo haberle dicho a mi mujer de ese entonces que esa obra solo la iban a poder leer matemáticos, y mis expectativas no iban más allá de que el libro tuviera cierta acogida en la Facultad de Ciencias Exactas. Por otra parte, los depósitos de las editoriales están llenos de libros que se suponían predestinados a ser grandes best sellers.
Leer para escribir
¿Qué papel juega el legado de Gabriel García Márquez en su obra?
García Márquez me parece que dejó una lección de vida admirable respecto a lo que implica ser un escritor y un intelectual de nuestro tiempo. Como escritor, a mí me han llamado particularmente la atención sus nouvelles –que es un género que me interesa–, porque además fueron las primeras que tuve la oportunidad de leer: La hojarasca, La mala hora, El coronel no tiene quien le escriba, y sobre todo La mala hora. Esa es la zona de García Márquez que más me interesa como escritor.
Eso no significa que como lector no disfrute la lectura de autores que escriben muy diferente a lo que yo hago, porque no tengo una visión literaria tan sesgada como para no poder apreciar otros modos muy distintos de expresarse, de tal manera que también admiro profundamente esas grandes novelas que nos dejó García Márquez.
Aunque el propio García Márquez rescataba la oralidad y esas historias que contaba su abuela, también está presente en su obra el legado de Alejo Carpentier, de tal manera que logra decantar todo ese preciosismo que venía del Barroco Latinoamericano para darle una renovada fuerza que resulta avasallante, y que está tan presente en esas grandes nouvelles. 

Usted viene de una familia políticamente comprometida. ¿Qué tanto pesa el compromiso político en su propia obra?
Por eso decía que para mí García Márquez era un ejemplo de vida, en la medida que siempre defendió causas que podían resultar muy incómodas y que le podían restar miles y miles de lectores. En mi obra ese tipo de compromiso político no está tan presente porque siempre descreí del compromiso político en la esfera literaria. Yo fui militante político y me parecía que poco o nada podía hacerse desde los libros, en la medida que una obra literaria llega a su público en tiempos distintos que puede abarcar generaciones.
Además de escritor, usted es doctor en Ciencias Matemáticas. ¿Qué tanto hay de evasión en la determinación de escribir?
Escribí desde muy chico y la literatura siempre ha estado en mi vida; de tal manera que nunca sentí el estudio de las ciencias exactas como un corsé, al revés. Por ejemplo, el estudio de las lógicas polivalentes –que son un intento de dejar atrás la lógica binaria–, ya que encuentro que dentro de la lógica matemática también hay un espacio para la paradoja, la creación y la innovación. Pienso por ejemplo en los fractales, que son estructuras con ciertas patologías y monstruosidades que remiten de inmediato a la literatura fantástica.
¿Qué tanto lo inspiró Ernesto Sábato en esa intención de seguir la vocación de escritor?
Ernesto Sábato no me parece un buen ejemplo, porque se trata de alguien que siempre renegó de la Ciencia, e incluso entró en una especie de misticismo anticientificista, que sin embargo no le impidió ir a buscar su premio a Rumania en un avión. Abominar de la ciencia en general resulta reduccionista, porque allí también se encuentran sutilezas admirables en la manera de pensar, e incluso hay una riqueza comparable o superior a otros campos del conocimiento respecto a la audacia del pensamiento.
De Sábato me interesan algunos ensayos de su primera época, o su novela El Túnel; y como pasa con casi todos los escritores, hay una parte de su obra que merece ser rescatada, porque a veces se suele caer en la tentación de abominar de la obra de alguien en su conjunto. Yo por ejemplo al principio era el escritor de Bahía Blanca, luego fui el escritor matemático y después el escritor de policiales. No es así, porque yo aspiro a ser escritor a secas. Muchos noveles escritores se ven enfrentados a la paradoja de estudiar una 'carrera seria' y dedicarse a la literatura.
¿Le ocurrió algo parecido?
Mi papá se daba cuenta de que era muy difícil ganarse la vida a través de la literatura, y quería que yo terminara una 'carrera seria', para luego hacer lo que había hecho él mismo: era ingeniero agrónomo, pero después se dedicó a escribir y a leer, de manera que terminó haciendo lo que quiso.
A su muerte –él era un muy buen cuentista y muy prolífico, además–, hicimos una selección junto con mis hermanos de aquellos cuentos que circulaban dentro de la familia, que él había corregido en su momento y alguno de los cuales incluso ganó un premio literario. El libro se llamó Un mito familiar, y alcanzó a tener un recorrido literario.
Después, yo mismo descubrí que dentro del ambiente literario argentino, aunque casi ningún escritor vive de sus libros, hay toda una cantidad de espacios para vivir de la literatura en un sentido general: talleres, cursos, conferencias; muchos escritores viven de ese entorno literario.
Usted se ha referido en varias oportunidades a la importancia que tuvo la biblioteca pública en su formación como escritor…
La Biblioteca Pública Rivadavia en Bahía Blanca es una biblioteca muy hermosa y muy completa –durante mucho tiempo fue la biblioteca pública más completa de América Latina–, en la que por ejemplo tuve la oportunidad de leer gran cantidad de novelas policiacas, libros de Julio Verne, y colecciones estupendas como la de Robin Hood, o Iridium.
Recuerdo que allí también leí mi primer libro largo, de lo cual estaba muy orgulloso, que fue El conde de Montecristo. Estaba todo, y mi papá tenía la función de conseguir los libros que solicitaban algunos de los usuarios y que le interesaban a él mismo: hacía listas de libros que luego se incorporaban al patrimonio general de la biblioteca.