lunes, 31 de julio de 2023

UN ABRAZOTE, GABO

 Una excelente columna de Daniel Samper Pizano publicado en los Danieles sobre un texto publicado  por Alfaguara sobre las carta entre los miembros del Boom. Cesar H Bustamante


En 1968 se hallaba en plena efervescencia el Boom, aquel

 volcán que lanzó al mundo las obras de grandes narradores

 latinoamericanos vivos. Las cartas entre ellos, sus agentes

, los periodistas y los editores iban y venían mientras 

 circulaban por el planeta las peripecias de la familia Buendía,

 la mala vida de los cadetes limeños, la agonía del general

 Artemio Cruz, las locuras tiernas de la Maga, los fantasmas

 de Pedro Páramo, las noches de rumba en La Habana y otros

 relatos que brotaban en lengua española y sorprendían a

 lectores de todos los rincones. 

En la cúspide, al lado de García Márquez, sobresalían otros tres nombres: el argentino Julio Cortázar (1914-1984), el mexicano Carlos Fuentes (1928-2012) y el peruano Mario Vargas Llosa (1936). Aunque regados en diversos mapas, los cuatro se reconocían como miembros de la misma camada intelectual y política y, fieles a su instinto de comunidad, mantenían una dinámica correspondencia. Las estampillas reemplazaban a las mesas de tertulia. Gabo y Vargas Llosa azotaron los buzones durante año y medio antes de darse un primer abrazo presencial en Caracas. 

Muchas cartas se perdieron. Pero gracias a las que recopilaron sus biógrafos y a las que custodian archivos académicos, Alfaguara acaba de publicar Las cartas del Boom. Por sus 562 páginas circulan 207 mensajes que van de noviembre de 1955 a marzo de 2012. Ya para esta última fecha la neblina habitaba el cerebro de Gabo, mientras que Carlos ofrecía el aspecto de un atleta octogenario. La última misiva de quien la pandilla apodaba el Águila Azteca presentía un adiós al amigo. “Muy querido Gabriel. ¡Felicidades por tus 85! ¡Pensar que nos conocimos hace medio siglo! Nuestras vidas son inseparables. Te agradezco tus grandes libros. Tu cuate, Carlos Fuentes”. La despedida se produjo, pero al revés. Inesperadamente, el mexicano murió pocas semanas más tarde. Gabo tardó dos años más en apagarse. 

Al Boom lo bautizaron así en 1966 y al cabo diez o doce años de explosión se había extinguido como movimiento, pero no así su influencia ni sus resplandores, coronados por dos perdurables premios Nobel. El prólogo de Las cartas, escrito por los cuatro biógrafos del cónclave primordial con admirable inteligencia, información y humor, podría ser la chispa final del volcán. 

Para los lectores colombianos lo más atractivo es el correo de Gabo, donde calibramos al afecto por sus colegas y encontramos que el más cercano es Fuentes, amigo constante y generoso, a quien GGM llama Máster misérrimo, Magíster querido, muchacho y hermanazo. Las esquelas de García Márquez a los parceros casi siempre se cierran con un abrazote y su apodo: Gabo

Su epistolario sigue el rastro a los agudos problemas económicos que atravesó antes de Cien años de soledad y los esfuerzos y ahorros que realizó como redactor publicitario y guionista de cine y televisión para consagrarse a escribir ficciones. Cuando pide un favor o agradece una palanca —¿quién no?— es enormemente discreto y digno. Busca con ilusión una beca de escritor en alguna universidad de Estados Unidos, pero no la consigue, entre otras razones porque el gobierno gringo lo veta por “comunista”. Imposible imaginar que, años después, la Universidad de Columbia lo vestiría de doctor honoris causa, un cónsul zalamero le sellaría la visa y Bill Clinton lo invitaría a la Casa Blanca.

GABO1
Primera edición de Cien años de soledad (Mayo de 1967).


Uno de los momentos más conmovedores del archivo de Gabo es la decisión que toma aún bajo la incertidumbre de la suerte que correrá Cien años de soledad. Su juramento recuerda al de Bolívar en el monte Sacro. “Se acabaron los años de trabajos forzados —dice a Fuentes—: a partir de ahora, aunque sea comiendo tierra, no haré nada más que escribir novela”. 

GGM no para de informar a sus amigos sobre el embarazo de Macondo. En octubre del 65 avisa que ya tiene el título y la primera mitad. En septiembre del 66 confiesa que “me asaltó el terror de que en realidad no había dicho nada en 500 cuartillas” y le tocó limpiar el texto y asestarle “unos cuantos machetazos” antes de enviarlo a la Editorial Sudamericana de Buenos Aires. En marzo de 1967 afirma padecer “un miedo de cucaracha ante la inminente aparición del mamotreto”. El 12 de mayo revela a Fuentes que se perdió la portada original y la sustituirá un dibujo improvisado. El 30 asoman los primeros ejemplares en la imprenta. El 21 de julio recibe un mensaje de Cortázar: “Acabo de leer Cien años de soledad y he pasado por una de las experiencias literarias más entrañables que recuerdo”. Fuentes proclama en mayúsculas: “¡CIEN AÑOS DE SOLEDAD ES UNA OBRA MAESTRA!”. El 2 de diciembre se esfuman los temores del autor. “Cien años sigue vendiéndose como salchichas”, revela dichoso a Carlos.

Cuando las vitrinas de las librerías argentinas exhiben el nuevo libro con una carabela selvática en la portada, Gabo estaba abstraído en El otoño del patriarca. Había perdido largos meses de trabajo por equivocar el tono. En octubre del 65 descubre la clave y vuelve a comenzar: “La novela —indica a Vargas Llosa— debe ser el monólogo del dictador decrépito, despistado y sordo”. Aún transcurrirán diez años más antes de que se publique.

Las cartas del Boom son avaras en chismes y comedidas en lenguaje. El vocabulario de Pablo Escobar todavía no prevalecía sobre el de Cervantes. Los cuatro compadres solían entrar en trances creativos y colectivos: que una película, que un musical, que una enciclopedia narrada de dictadores latinoamericanos... Mientras pule Cien años y avanza en El otoño, Gabo empieza La cándida Eréndira y una manotada de “cuentos raros”. En diciembre del 68 viajan juntos a Praga Gabriel, Carlos y Julio. El 15 de agosto de 1970 se reúnen todos en la casa de campo francesa de Cortázar. Será la última parranda. Alguien toma la única fotografía del cuarteto: una joya borrosa.