viernes, 19 de abril de 2024

INTERCULTURALIDAD EN COLOMBIA: LA APUESTA POR UN FUTURO DIFERENTE

Este texto publicado en el último número de "Letras libres" me parece de suma importancia por aquellos aspectos que los Colombianos no parecemos relevar y los gobiernos no implementan de manera eficaz las herramientas entregadas por la constitución del 91 como es el reconocimiento de la interculturalidad. Espero mis lectores lo disfruten por lo relevante de sus planteamientos y los interrogantes puestos sobre la palestra. CESAR H BUSTAMANTE


Colombia ha sido pionera en legislar sobre la interculturalidad. A pesar de los avances, las diferencias ideológicas se interponen en la puesta en marcha de las políticas públicas necesarias


Fernando Vicario

 Jesús Martín Barbero definió la cultura como “la mejor forma de estar juntos que hemos sido capaces de inventar”  con lo cual quiso decir que es posible compartir con otros y dotarlos de derechos por muy diferentes que sean. De este modo crecemos mejor, más completos. Pero esta idea había que legislarla, ponerla sobre el papel. En América Latina, uno de los primeros países en dar el paso fue Colombia.


La Constitución de 1991 es un punto de inflexión. Texto de referencia en la región, le da al Estado las herramientas para que a través de diálogos interculturales se puedan buscar caminos que combatan las exclusiones. La valentía de muchos de sus enunciados hacía concebir esperanzas respecto a la posibilidad de acabar con la violencia que azotaba de forma sistemática gran parte del territorio. Colombia pasó de ser un Estado confesional y autoritario a ser uno constitucional, democrático, republicano y pluralista que propiciaba la inclusión de comunidades ignoradas como los wayuu en la Guajira o los raizales, grupo étnico afrocaribeño del archipiélago de San Andrés.


Pero los marcos legales tienen que venir acompañados de acciones que certifiquen su eficacia. Los ciudadanos no podían constatar los avances porque la guerra seguía frenando cruelmente los intentos de cambio. La debilidad institucional en muchos lugares o, incluso, la ausencia de Estado impedían los encuentros interculturales que la Carta Magna pregonaba. No basta con poner en el papel porque transformar es un proceso muy lento. Mucho más cuando el sujeto de esa transformación es todo un país con más de cien comunidades indígenas, con pueblos afrodescendientes y con una diversidad de género y orientación sexual que cada vez lograba un mayor reconocimiento. Por otra parte, la corrupción debilitaba las instituciones y la credibilidad de quienes las representaban, en particular los sobornos y el hecho de que la ley se aplique solo para beneficio de los grupos en el poder. Sin duda, la corrupción es una de las razones más visibles de la ineficacia de los esfuerzos por lograr la continuidad en los procesos de desarrollo.


Colombia ha vuelto a dar un paso gigante en la legislatura actual con el Plan Nacional de Desarrollo (PND) que arranca con una potente declaración de intenciones: “Sentar las bases para que el país se convierta en un líder de la protección de la vida, a partir de la construcción de un nuevo contrato social que propicie la superación de injusticias y exclusiones históricas.”La idea de un nuevo “contrato social” es una declaración intercultural en sí misma. Como señaló J.J. Rousseau, se establece un acuerdo entre los miembros de una comunidad que limita la acción individual a favor de una mejora de la convivencia social. Esta noción establece que las personas son capaces de vivir juntas gracias a las normas morales que formulan para ello.


Diana Quigua, directora de poblaciones del Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, afirma que, entre otros muchos aciertos, el plan se origina en los diálogos entre iguales, en la gobernanza compartida. Eso resultó evidente en la consulta previa para elaborar el documento. Según afirma Quigua, este ha sido el único gobierno que hizo viable la consulta con los 116 pueblos indígenas que habitan en Colombia. Este reconocimiento viene a reparar su ausencia pasada a la hora de elaborar unas políticas culturales incluyentes para la verdadera Colombia.


Alhena Caicedo, directora del Instituto Colombiano de Antropología e Historia (ICAHN), afirma que el cambio que adelanta el plan ya se puede ver en la conformación misma del gobierno. Los funcionarios ahora cuentan con una visión más amplia del territorio y de sus habitantes. Además, personas afrodescendientes e indígenas, normalmente eran objeto de políticas y ahora son generadoras de las mismas. Alhena afirma que este PND tiene la intencionalidad de visibilizar las potencialidades que existen, reconocer la diferencia y permitir que sean las poblaciones las que hagan política. Se trata de una visión de gobierno que contará con los sectores más populares, con aquellos que habían sido excluidos de las últimas ediciones de este documento que marca la hoja de ruta nacional


Una política pública de interés es el Programa de Economías Comunitarias, un trabajo mancomunado con la Dirección de Emprendimiento que incluye otras maneras de generar recursos desde los saberes tradicionales, con formas de producción propias, más allá de la artesanía. Son claves la recuperación de conocimientos comunitarios y la relación con la tierra en la que se habita. Un ejemplo de estos procesos es la desestigmatización de la hoja de coca, trabajo que se realiza con el Ministerio de Justicia y la Agencia Antidrogas del país para recuperar los usos tradicionales de esta planta que habían sido prohibidos a cuenta de los prejuicios producto de la acción delictiva del narcotráfico.


Para cambiar y que estos cambios surtan efecto es necesario adecuar los instrumentos que permiten operativizar estas buenas ideas, en especial, replantearse la arquitectura institucional, lo que hace que las modificaciones sean más lentas de lo deseable. Además, no basta con cambiar instituciones y legislaciones, es preciso incidir en los comportamientos de las personas. Desde la educación primaria hasta la formación profesional deben fomentarse nuevas actitudes incluyentes, el espíritu de negociación y la búsqueda de la paz no como una meta sino como un camino que se va construyendo en colectivo. A la paz no se llega, por la paz se transita con el fin de alcanzar los cambios que se precisan. El gobierno enfrenta muchas trabas en la instrumentación de unas propuestas que pretenden incluir a toda Colombia. Las mismas provienen no solamente del pasado; se vinculan con motivaciones ideológicas que no permiten aceptar las diferencias. Es notoria la falta de encuentros con empresarios o con gremios como el ganadero, que han mostrado su desacuerdo con los modos de realizar el Plan de Desarrollo. En las ciudades es complejo hablar con otros grupos políticos que nos son afines a quien ostenta el poder y las reformas quedan estancadas en el Congreso por falta de consensos.


La diversidad es para todo el espectro ideológico colombiano una piedra en el zapato. No reconocerlo así lleva a los gobiernos a pregonar el “ahora nos toca a nosotros” que tanto daño hace, venga de donde venga. Es aquí donde radica la principal dificultad para avanzar. Todo se convierte en un “ahora yo” que ignora lo avanzado en el pasado y trata de construir un nuevo camino con exclusión de sectores adversarios, hábitos difíciles de cambiar que disminuyen las capacidades de transformación de la realidad. Hablar de inclusión excluyendo remite a ideas de venganza. Negociar, la clave del éxito de cualquier legislatura, no destaca como una de las habilidades de quienes ostentan el poder en estos momentos. No cabe duda de que la intención del plan es incluir a quienes estuvieron excluidos, pero hay que tener cuidado de que los caminos escogidos no reediten el enfrentamiento y la violencia que durante tantos años ha azotado Colombia. 

jueves, 11 de enero de 2024

LA MUERTE DEL SABER? ( Byung-Chul Han)

 Uno de los problemas fundamentales de la filosofía es nuestra relación con la muerte, con lo inexorable en el marco del pensamiento trascendental que nos hace más humanos. Este hecho singular e irrepetible constituye el factor que nos incita a actos y hechos que buscan superar nuestra finitud. Siempre los conceptos sobre el tema tienen que ver con la existencia humana, el sentido de la vida y la naturaleza humana. Este texto desde una perspectiva muy particular es un enfoque diferenciador y lúcido. Espero mis lectores lo disfruten. CESAR H BUSTAMANTE


"El poder inteligente, de apariencia libre y amable, que estimula y seduce, es más efectivo que el poder que clasifica, amenaza y prescribe.Byung-Chul Han                            


En una de sus clases, Adorno comenta un recuerdo de infancia. Siendo niño vio pasar una vez un camión de transporte de animales muertos que llevaba unos cuantos cadáveres de perros. Al verlo se preguntó: “¿Qué es eso? ¿Qué sabemos en realidad? ¿Somos nosotros mismos también eso?”. La filosofía, seguía diciendo Adorno, es una especie de materialismo que “asume la conciencia no aminorada ni sublimada de la muerte”. Una parte esencial del materialismo es la experiencia de lo muerto. El materialismo constata el “factor [de la muerte] que se sale del espíritu”. Según esto, filosofar no es otra cosa que pensar y conmemorar la muerte sin tapujos, no embellecida ideológica o metafísicamente, el intento de “asumir en la conciencia en toda su gravedad lo reprimido de la muerte”. Como la plena conciencia implica siempre la conciencia de la muerte, a cambio de esta represión —dice Adorno— hay que tributar el “precio de una limitación de la conciencia”. Así pues, tras reprimir la muerte se piensa con una conciencia demediada y falsa.

La amedrentada pregunta del niño “¿qué es eso?” al ver pasar el camión de transporte de animales muertos sería para Adorno la primera pregunta de la filosofía. Pero se diferencia esencialmente de la pregunta aristotélica ti estin. No es una pregunta movida por el deseo de saber. Más bien representa la fragilidad del saber o lo cuestionable de la pregunta ti estin. Remite más a los “agujeros del saber” que al saber mismo. La muerte cuestiona la economía del propio saber. La segunda pregunta, que enlaza con la pregunta “¿qué es eso?”, dice: “¿Qué sabemos en realidad?”. Se podría traducir como esta otra pregunta: ¿Qué es en realidad el saber? ¿Se puede asumir la muerte en el saber? ¿Acaso la muerte no hace visibles aquellas heridas que el saber mantiene tapadas?


Asumir la muerte en la conciencia no significa solo tomar nota de la muerte. No solo se exige pensar en la muerte, sino un pensar que recorra la muerte, que se arrime a ella, estar dispuestos a que sea la muerte la que nos dé el pensar. Asumir la muerte en la conciencia no consiste solo en asignar a la muerte, generosa o magnánimamente, un sitio en la conciencia, de modo que la muerte pase a ser un contenido de la conciencia mientras la conciencia misma se mantiene incólume en su forma anterior. Más bien sucede que la muerte hace que se tambalee la imagen que la conciencia tiene de sí misma. Con la experiencia del horror la conciencia entra en contacto con lo distinto de ella misma. (...)

La muerte no es el asunto de un yo solitario frente a un acontecimiento impersonal. Y el otro no me anima para que me alce contra el acontecimiento impersonal de la muerte, sino que lo que me llega del otro es justamente la muerte. Si la muerte natural fuera la vida que por sí misma se vive hasta el final, la vida amada y colmada, entonces la muerte, que siempre habrá sido antinatural, sería una interrupción violenta de la vida. Toda muerte es prematura. Su antinaturalidad, el hecho de que no exista la muerte natural, remite a un contexto general de violencia. Mi muerte remite a un delito. Un “haber sido arrojado” de tipo distinto convierte la muerte en asesinato. Tal “haber sido arrojado” es un sometimiento, el estado de ánimo fundamental del coestar, concretamente el hecho de estar expuesto a la mentalidad hostil del otro.

Se muere en soledad. El remedio de la soledad no sería el coestar, pues este se expresa en una mentalidad hostil del otro. Justamente el coestar me arrastra a la soledad, a la muerte solitaria. La soledad es el estado que todos tenemos en común. En El tiempo y el Otro [libro de Emmanuel Levinas], la muerte era el foco de aquella violencia impersonal de lo absolutamente desconocido, que extinguiría mi subjetividad y, por tanto, mi soledad: “Por ello, la muerte no confirma mi soledad sino que, al contrario, la rompe”. En vista de esta violencia anónima, la muerte no es solitaria, pues ya no queda ningún yo que pudiera sentirse solitario. La violencia de la muerte ya no es simplemente desconocida o irreconocible. Más bien se muestra como la figura “de lo cortante del acero, de la química del veneno, del hambre y de la sed”. Estas figuras de la violencia son constitutivas de mi soledad. La muerte sería un finar en soledad. No existe la muerte buena y natural, sino solo el finar. Morir humanamente se vuelve imposible. Si el hombre fina no es porque sea un animal, sino justamente porque es hombre. (...) En medio de mi soledad, ante la amenaza de muerte, llamo al otro, le pido ayuda. El estar vuelto hacia la muerte sería la preocupación por la supervivencia.

miércoles, 13 de diciembre de 2023

POR QUÉ HAY ALGO EN LUGAR DE NADA ?

 

JAIME RUBIO HANCOCK

Es el editor de boletines de EL PAÍS y columnista en Anatomía de Twitter. Antes pasó por Verne, donde escribió sobre redes sociales, filosofía y humor, entre otros temas. Estudió Periodismo en la UAB y Humanidades en la UOC. Es autor de los ensayos '¿Está bien pegar a un nazi?' y 'El gran libro del humor español', y de la novela 'El informe Penkse'



 



¿Se puede demostrar la existencia de Dios? Sergio C. Fanjul habla en este artículo de dos libros que aseguran que hay pruebas más o menos científicas de que Dios existe. Me temo que sus autores se han enzarzado en una batalla inútil: en Dios se puede creer, pero su existencia es indemostrable. Lo mismo vale para refutar su existencia: no podemos demostrar que Dios no existe, igual que no podemos demostrar que no ha existido nunca un centauro.

Detrás de estas inquietudes hay una pregunta muy poderosa. Se trata de lo que Heidegger llamaba "la pregunta fundamental" en su Introducción a la metafísica. Una pregunta a la que Leibniz quería responder en sus Principios de la naturaleza y la gracia fundados en razón (1714): ¿por qué hay algo en lugar de nada? ¿De dónde salen el universo, nuestra galaxia, nuestro planeta, mi casa y esta camisa que no recuerdo haber comprado? ¿No sería más fácil que no hubiera nada, "pues la nada es más simple y más fácil que algo", como escribía Leibniz? O quizás no: como respondía el filósofo estadounidense Sidney Morgenbesser a quienes le hacían esta pregunta, “si no hubiera nada, aún os seguiríais quejando”.


Repasemos algunas de las respuestas que se han dado, o intentado dar, al origen del universo. (En este texto, por cierto, recupero gran parte del contenido de este artículo de hace unos años).


1. Dios lo hizo todo. Para Leibniz, la respuesta era Dios, pero hoy en día las explicaciones que recurren a divinidades se acogen con sospecha, como los libros de los que habla Fanjul en su artículo. Pero eso no quiere decir que no haya pensadores que crean que una divinidad lo explica todo: John Leslie y Robert Lawrence Kuhn citan en su libro The Mystery of Existence (El misterio de la existencia) a filósofos contemporáneos como Alvin Platinga y Richard Swinburne, por ejemplo.


Uno de los argumentos a los que se suele recurrir para defender la existencia de Dios (o de un dios) es el del “ajuste fino” (fine tuning) del universo. Según esta idea, las leyes físicas están tan bien calibradas que cambios muy pequeños harían imposible que surgiera la vida, lo que da a entender que esas leyes se crearon para nosotros.


Esta teoría se encuentra con algunas objeciones:


- El hecho de que algo tenga pocas probabilidades de suceder no quiere decir que no se pueda explicar por leyes naturales. Es muy difícil que me toque la lotería, pero no es un milagro. Es decir, no se trata que alguien haya "fabricado" estas leyes para que nosotros podamos existir, sino que nosotros existimos porque estas son las leyes que hay. 


- Del mismo modo que hay sorteos de lotería cada semana, también podría haber más universos. Hay cosmólogos que proponen esta posibilidad, basándose en la teoría de cuerdas o en la cosmología de los agujeros negros, por ejemplo. En filosofía, hay que mencionar el realismo modal de David Lewis, que sugiere que todos los mundos posibles existen. Es decir, si hay muchos universos, no sería tan raro que en al menos uno de ellos haya vida. A alguien le tiene que tocar.


- El universo que tiene 13.700 millones de años y su parte observable tiene un diámetro de más de 90.000 millones de años luz. Entonces, ¿por qué es importante lo que ha ocurrido (que se sepa) en un solo planeta? ¿No es posible que la vida no sea más que una excepción poco importante? Es más, incluso aunque haya un solo universo, hay millones y millones de sorteos diferentes en cada planeta y, de nuevo, a alguien le tiene que tocar.


- Con otras leyes físicas también podría haber surgido vida, aunque quizás no humana y quizás no en la Tierra.



sábado, 9 de diciembre de 2023

JÁMAS HEMOS SIDO TAN LIBRES COMO BAJO EL COLONIALISMO

 Este artículo de Benjamín Maldonado Alvarado,  publicado por la UNAM por la revista "Comunidad", me recordó algunas de las apreciaciones del libro "Introducción a la constitucionalismo" de Alfonso López Michelsen, quien realizó una mirada exhaustiva del colonialismo desde la perspectiva legal, social y la aplicación de normas que serian la simiente del actual derecho humanitario, pese a muchas de las crueldades conocidas, que aludimos como catástrofe. El paralelismo entre la resistencia francesa, analizado por el filósofo Sartre en el texto denominado "La republica del silencio", y la posición de los indígenas mesoamericanos durante la colonia es muy pertinente, por los factores causa y efecto y la coherencia que producen.   El revisionismo al periodo colonial de nuestros pueblos es necesario y requiere de miradas a un periodo extenso de nuestra historia. CESAR H BUSTAMANTE.

Benjamín Alvarado Maldonado.

En memoria de Floriberto Díaz, quien sigue alumbrando pensamientos y compromisos veinte años después.


Hace unos años, el Dr. Maarten Jansen me decía que él pensaba que la comunalidad no era tanto un modo de vida característico de los indígenas mesoamericanos sino su respuesta al colonialismo, por lo que su existencia estaba ligada a la de la fuerza opresora contra la que reaccionaba; es decir, que debíamos considerar la comunalidad como un rasgo coyuntural y no estructural de estos pueblos. Con esto, además, explicaba en parte las contradicciones actuales de la vida comunal, pues ya no es una respuesta plenamente coherente, sino que ha sido afectada por el colonialismo, generando discriminación, exclusión y autoritarismo en su interior.

​ Consideré seriamente su razonamiento —aunque no lo compartiera— porque no proviene de un europeo racista. Jansen es un destacado académico comprometido con los indígenas y desde hace tres décadas está ligado a la comunalidad mesoamericana porque formó una familia con una activista ñu savi, por eso vive varios meses de cada año en una comunidad mixteca y debe mantener su ciudadanía participando en ella. Su perspectiva puede describirse como la mirada interna de alguien externo, pero de ninguna manera es una visión reaccionaria o cómplice de la dominación. Él mismo ha argumentado que el carácter etnocida de las políticas públicas del Estado mexicano es, desde principios del siglo pasado, una declaración de guerra contra las culturas indígenas y que el indigenismo es tan redentor como cómplice. 


Jean-Paul Sartre publicó en 1944 un breve texto titulado La República del silencio, donde discute la ocupación nazi de Francia y la resistencia que opuso el pueblo francés, a la que califica como la República del silencio y de la noche. Me parece interesante contrastar sus ideas con la dominación colonial de los pueblos mesoamericanos y su respuesta a la opresión, a pesar de las obvias diferencias. La lectura de Sartre me recordó aquella plática con Jansen, pues —desde su perspectiva— tanto la comunalidad como la resistencia comunal se parecen mucho a aquella experiencia francesa.

​ Sartre comienza su texto con una oración contundente: Jamás fuimos tan libres como bajo la ocupación alemana y enseguida muestra el modo de vida que se organizó en Francia contra la opresión nazi durante cuatro años. La resistencia se vivió y se celebró como la expresión más humana de la libertad al grado de que constituyó otra república, una colectividad construida en el silencio y en la noche. Que los franceses jamás hubieran sido tan libres como durante su lucha contra los invasores nazis no significa que antes no padecieran otros tipos de dominación; significa, simplemente, que hasta entonces no habían reaccionado con la coherencia, la lucidez y la firmeza colectivas con que lo hacían en ese momento. Cada uno:

sabía que se debía a todos y que solo debía contar consigo mismo; cada cual realizaba, en el desamparo más total, su papel histórico. Cada cual acometía, contra los opresores, la empresa de ser sí mismo irremediablemente y, al elegirse a sí mismo en su libertad, elegía la libertad de todos.

​ Durante la ocupación nazi, las personas luchaban por una meta clara: no resistían para acomodarse y resignarse a vivir perpetuamente bajo la dominación, sino para recuperar la vida sin opresión al triunfo de su movimiento. Eso era lo que compartían los franceses. Incluso los que no militaban en la clandestinidad simpatizaban con la Resistencia y la apoyaban con los medios a su alcance, en una forma que Sartre llama “responsabilidad total”. Esa vocación de responsabilidad evidencia su carácter individual y colectivo a la vez.

​ Paradójicamente, el triunfo de la Resistencia significaba un regreso a la vida libre pero individual. El aprendizaje podía perderse porque la colectividad que había florecido no era una experiencia histórica sino coyuntural, y no había estructuras sociales ni mentales tan colectivas como para que la Resistencia pudiera subsistir. La esperanza de Sartre era que esa experiencia, rica pero efímera, continuara; deseaba que, al salir de la clandestinidad, pudiera organizar la vida públicamente y le diera forma a un nuevo pacto social: “¿No es deseable que se conserven a la luz del sol las austeras virtudes de la República del silencio y de la noche?”.

​ Estas frases podrían coincidir muy bien con lo que dicen varios indígenas mesoamericanos al hablar de su resistencia a los colonialismos, por lo que podemos establecer al menos cuatro paralelismos entre la Resistencia francesa y la mesoamericana.



1. Equidad y participación democrática

“La Resistencia fue una democracia verdadera; tanto para el soldado como para el jefe había el mismo peligro, la misma responsabilidad, la misma libertad absoluta dentro de la disciplina”, y así se constituyó “la más fuerte de las repúblicas”, escribió Sartre. Su fuerza radicó en que no había representatividad ficticia ni delegación de responsabilidades ni autoridades a las que respetar a ciegas. Seguramente algunas veces había que “mandar obedeciendo”, como dicen los zapatistas, y otras veces había que obedecer mandando. En el caso de la resistencia mesoamericana, la comunalidad también se trata de participación, coordinación y cargos. Como en el episodio francés, estas responsabilidades se asumen colectivamente y destacar en el servicio a la causa común lleva a sacrificarse voluntariamente de distintas formas.


2. La reiteración del ser

En la Francia nazi no bastaba con resistir, había que reiterar la identidad con el movimiento, la pertenencia a la comunidad y la diferencia ante el opresor. Esa insistencia contribuía a fundamentar una nueva experiencia histórica: “Era preciso que cada francés conquistara y afirmara a cada instante contra el nazismo aquella república sin instituciones, sin ejército, sin policía”. La reiteración se expresa en silencio, en rituales y en nuevas tradiciones, pero siempre confirma la identidad asumida colectiva e individualmente, fortalece el espíritu rebelde. Para los indígenas mesoamericanos la reiteración de la resistencia comunal frente al colonialismo también es cotidiana y se expresa cíclicamente en las fiestas.


3. El silenciamiento de los dominados

Bajo la dominación, dice Sartre, se pierde el derecho a hablar. Más aún, el opresor trata de dominar el habla, domesticar la imaginación, envenenar el pensamiento: “Por todas partes, en las paredes, en los diarios, en la pantalla, veíamos el inmundo y mustio rostro que nuestros opresores querían darnos”. Ante ello, las posibilidades de resistir están en la fuerza de la lengua y el imaginario propios. Abundaba Sartre diciendo que “cada pensamiento justo era una conquista […], cada palabra se volvía preciosa como una declaración de principios”.

​ Son evidentes las semejanzas entre el silenciamiento que enfrentaron los franceses y el que han padecido los mesoamericanos. La gran diferencia es que la agresión colonial contra la lengua y el pensamiento mesoamericanos ha durado más de cinco siglos, pero la resistencia se ha mantenido durante todo este tiempo porque hay lenguas y culturas que siguen vivas en muchas comunidades.


4. La intensidad de la dominación y de la resistencia

La dominación colonial de los pueblos indígenas —primero ante los españoles y después ante los mexicanos— es, sin duda, más grave que la ocupación nazi de Francia, porque no duró unos años sino varios siglos y ha significado muchas más muertes y saqueos en un territorio de mayor extensión. La intensidad de la opresión es alta y constante, pero es similar a la nazi en estos términos:

La misma crueldad del enemigo nos llevaba hasta los extremos de nuestra condición, forzándonos a formular las preguntas que se suelen eludir en tiempos de paz.

​ Esa intensidad alcanza a todos, aunque no participen igualmente en las luchas contra el opresor.

Las circunstancias a menudo atroces de nuestro combate nos obligaban, en suma, a vivir, sin fingimientos ni velos, aquella situación desgarrada, insostenible… Y no me refiero a ese grupo escogido que formaron los verdaderos soldados de la Resistencia sino a todos los franceses que, a todas horas del día y de la noche y durante cuatro años, dijeron no.

 

Pensar la comunalidad desde la Resistencia francesa

Es común que a cualquier forma de dominación se oponga una resistencia, pero no es habitual que nazca un ambiente de libertad como el que describe Sartre. Ser tan libres bajo la opresión solo es posible de forma colectiva y organizada; se necesitan una ideología de resistencia, una identidad cohesionadora, una estructura eficaz, ganar espacios al control opresor, aunque sea en la clandestinidad, y crear áreas de emancipación en lo imaginario y en lo real. A diferencia de la Resistencia francesa, que dependió de una ideología antinazi coyuntural, la vida comunal mesoamericana ha resistido gracias a una mentalidad viva y antigua. Podríamos decir que esta resistencia ha sido una experiencia de libertad exitosa, pero solamente en lo que a resistir se refiere, pues los pueblos indígenas no logran aún liberarse de la dominación.

​ Más allá de los puntos de coincidencia, la experiencia francesa y la mesoamericana son distintas en un aspecto central: la resistencia colectiva de los franceses, como temía Sartre, desapareció cuando los nazis fueron vencidos; la mesoamericana persiste porque la dominación continúa, pero si se le derrotara, ¿qué sucedería con la comunalidad? A eso apuntan las siguientes preguntas.




1. ¿La comunalidad apareció con el colonialismo y desaparecerá con él?

Afirmar esto significaría aceptar, con Jansen y otros, que la comunalidad se trata de una reacción y no de una característica de los pueblos mesoamericanos. De ser así, la vida comunal no tendría una raíz prehispánica y tampoco una perspectiva de futuro poscolonial. Desaparecería con el triunfo de su misión, como sucedió con la Resistencia francesa. Sería más un arma que una herramienta, y no tendría otro sentido.


2. ¿Es la comunalidad una praxis defensiva?

De ser cierto, la comunalidad no sería útil para la construcción de una nueva sociedad; si esta surgió únicamente para que los pueblos indígenas pudieran defenderse de la agresión colonial, desaparecerá con el triunfo de unos o de otros. Por lo tanto, la comunalidad sería una estructura, una mentalidad y una forma de vida rígidas, cerradas y agresivas, pues eso es lo que se necesita para la victoria. Pero lo que se especializa en proteger sirve poco para atacar, lo que preserva lo construido se usa poco para construir.


3. ¿Es la comunalidad una experiencia lo suficientemente positiva como para reconstruir la vida después de su triunfo?

Si la comunalidad apareció con el colonialismo y su función es defensiva, entonces no se trata de una experiencia positiva y útil para la construcción, sino de una experiencia negativa que sirve para impedir la destrucción, y se concentra en cerrar las puertas a la agresión a cualquier precio. Por el contrario, si consideramos que la comunalidad es una característica antigua de los pueblos mesoamericanos y que moldea cada uno de sus periodos históricos, debemos aceptar que tiene la fuerza y cuenta con las condiciones para rehacer a los pueblos en una etapa poscolonial. Se trataría, entonces, de un modo de vida ordinario y no de una respuesta extraordinaria ante la opresión externa.

​ En cambio, si pensamos que la comunalidad no es una condición mesoamericana sino coyuntural, se necesitaría un poderoso ejercicio de consciencia para volverla una condición propia y para usarla como base en la creación de un país intercultural. Habría que soñar, como Sartre, que una experiencia tan rica y lúcida conserve a la luz del sol las virtudes que construyó durante más de cinco siglos como República del silencio y de la noche. Percibo que esto es posible y que se está haciendo en la gran mayoría de las comunidades oaxaqueñas que conozco.


4. ¿Es la comunalidad un tipo opresor de colectivismo?

Se ha argumentado que la comunalidad (sobre todo si la reducimos a usos y costumbres) tiene las características duras de una práctica de resistencia, por lo que se le concibe como una ideología esencialista y dogmática que justifica un régimen interno de imposición, intolerancia, exclusión, falocracia, uniformidad, intransigencia, etc. Desde esta visión, la comunalidad es lo contrario de lo que dice ser y actúa como lo que pretende combatir, mostrando un rostro incoherente y autoritario.

​ La dominación de los pueblos indígenas ha causado estragos incluso entre quienes resisten. Algunos de ellos son brutales, como el alcoholismo y la subordinación de las mujeres; otros son muy duros, como la exigencia de participar y contribuir a la comunidad. Pero no haber encontrado aún la forma de resolver estos problemas no significa que sean características inherentes a la comunalidad mesoamericana o que no puedan solucionarse. Quizá haya respuestas cuando la vida comunal pueda dejar de ser defensiva y aporte toda su fuerza de manera constructiva.

​ A la vez, la resistencia implica un ejercicio de exaltación de lo propio frente a lo ajeno (incluso cuando se trata de un sometimiento temporal, como el que ejercieron los nazis sobre los franceses), pero, de nuevo, esa exaltación es una estrategia de lucha y no un rasgo cultural insuperable.

​ Si solamente vemos el rostro defensivo de la comunalidad, pensaremos que es una práctica demagógica y que en su discurso colectivista hay un trasfondo opresor. Porque ocurre en un contexto de guerra, la resistencia debe ser cerrada y selectiva para mantener al movimiento tan seguro como sea posible. La comunalidad ha tenido que endurecerse, y puede haber cometido excesos, pero no son necesariamente parte de su naturaleza. Por el contrario, tiene la fuerza para construir una sociedad en libertad porque, simultáneamente, es una forma de organización donde el individuo se realiza en la colectividad y una comunidad que se realiza por la participación consciente de cada persona.



5. La resistencia es una ideología de guerra, ¿también lo es la comunalidad?

La resistencia es inevitablemente una ideología de guerra: en el caso francés, se basaba en una ideología antinazi; en el mesoamericano, la mentalidad comunal es preexistente a la dominación y ha sido la base natural para resistir. Es cierto que en la actualidad el poder comunal dentro de los municipios oaxaqueños tiene muchas contradicciones, pero ha sido una experiencia más positiva que negativa. Primero, porque se hace responsable de sus asuntos políticos y administrativos mediante asambleas y cargos. Segundo, porque si bien ha aumentado el enorme peso de las contribuciones que exige la comunidad, esta ha sido la fórmula para sobrevivir en condiciones de extremo empobrecimiento y ante las intenciones etnocidas del Estado. El colectivismo activo, sustentado en la reciprocidad, también ha fortalecido el tejido social —por ejemplo, el ser comunitario se celebra en varias fiestas cada año—. En suma, gracias a la resistencia de larga duración, las comunidades oaxaqueñas siguen siendo indígenas y mantienen formas culturales diferentes y específicas.

​ La comunalidad es un modo de vida colectivista realmente existente que se puede constatar en gran parte de las comunidades mesoamericanas, tal como lo han reportado por décadas innumerables etnografías. El reto en este caso no consiste, como en el sueño de Sartre, en encontrar formas de vivir las virtudes de la resistencia comunal fuera de la clandestinidad, sino en lograr las condiciones para vivir la comunalidad en una libertad autónoma cotidiana. Como decía Floriberto Díaz, el recurso para lograrlo es la milpa como eje de vida, y su estructura principal es la asamblea comunitaria.

domingo, 19 de noviembre de 2023

A: ACELERACION POR ANTONIO AGUILIAR (A PROPÓSITO DEL ANIVERSARIO DEL SUPLEMENTO Ñ DEL CLARÍN DE BUENOS AIRES)

 La película El proyecto colibrí (The Hummingbird Project), de 2018, cuenta la lucha de un grupo de emprendedores que pretenden instalar un cable de fibra óptica que envíe información financiera desde Kansas a la Bolsa de Nueva York. Su objetivo es lograr que la transmisión de datos dure 16 milisegundos, en vez de los 17 milisegundos habituales. La diferencia de un milisegundo, indetectable para la percepción humana, significa una ganancia de millones de dólares para las empresas que participan en la Bolsa.

En este mundo de comunicaciones instantáneas, en que la circulación de la información adquiere dimensiones inauditas, la aceleración se ha convertido en una cuestión política, económica, cultural, artística y afectiva. ¿Cómo movernos en un mundo que se acelera día a día a una velocidad que -como lo muestra El proyecto colibrí- sólo las máquinas pueden procesar?.

¿Cómo reaccionar frente al automatismo de las máquinas que si con la Revolución Industrial llegaron para sustituir el trabajo manual, ahora con la inteligencia artificial avanzan hacia el reemplazo y la optimización del trabajo intelectual? ¿Marchamos, como anunció la ciencia ficción de J.G. Ballard y Philip K. Dick, hacia un mundo poshumano en el que el tiempo esté gobernado por las máquinas?

Desde sus inicios, la modernización tuvo como objetivo agilizar la vida y acelerar los procesos. Las diferentes tecnologías -de transporte, de información y de fabricación industrial- acortaron los tiempos en un mundo donde hasta la alimentación se acomoda con el fast-food al ritmo frenético de la vida cotidiana.

Pero a medida que este proceso se profundizó, sobre todo con la aparición de la computación y su ingreso en los hogares, fue la circulación de la información la que adquirió dimensiones colosales y vertiginosas.

El ensayista Paul Virilio escribió sobre la influencia de las innovaciones tecnológicas en la percepción y acuñó el concepto de “teletopología” para describir cómo la tecnología posibilita que dos personas en diferentes lugares puedan estar asistiendo a un mismo evento.

Según él, el Mundial de Fútbol de 1990 fue el momento en el que todos los habitantes del planeta asistieron a un mismo evento e interactuaron con la misma imagen. Lo interesante es que, según Virilio, la saturación informativa y su falta de referencias hacen que la dicotomía verdadero/falso en relación a la imagen sea suplantada por el par actual/virtual.

Los orígenes del aceleracionismo se remontan a los 90, década en que dejó de existir el bloque comunista y el neoliberalismo se impuso en todos los rincones del mundo.

La expansión del capital de la mano de la globalización hizo del mundo un lugar más pequeño, donde las diferentes ciudades ostentaban los mismos carteles y marcas y las computadoras personales comenzaban a conectarse entre sí.

Antes esa experiencia, la misteriosa y esotérica CCRU (Unidad de Investigación de Cultura Cibernética), radicada en Inglaterra, se propuso intervenir en la relación entre desarrollo y tecnología.

Se trataba de abandonar las instituciones escleróticas de oposición al capitalismo como los sindicatos y distanciarse de la tradición crítica de negatividad. Los aceleracionistas reemplazaron el culto de la velocidad (propio del capitalismo neoliberal) por las estrategias de aceleración: cómo intervenir en el mundo maquínico para despertar el potencial emancipatorio de la tecnología.

Algunos gurúes del aceleracionismo, como el filósofo esotérico Nick Land, posteriormente se pasaron a la ultraderecha, pero también el movimiento encontró eco, sobre todo después del crack financiero de 2008 y el fracaso de los movimientos radicalizados, en pensadores de izquierda como lo muestra la compilación Aceleracionismo.

Aunque se ha producido mucha polémica con el aceleracionismo (sobre todo después de las apropiaciones de extrema derecha), el argumento central sigue siendo atractivo: más que un discurso negativo que hace un culto de la resistencia y la nostalgia, es necesario apostar por la invención y la comprensión de procesos como la inteligencia artificial o el capitalismo expandido que constituyen un desafío para las nuevas subjetividades.

El siglo XXI comenzó entonces como una aceleración de la mano de internet, las máquinas, las plataformas digitales y los avances técnicos. ¿Significa esta aceleración un cambio radical en el arte y la literatura como ocurrió en el siglo XX con las vanguardias?

A principios del siglo pasado, las vanguardias artísticas hicieron un culto de la velocidad: los futuristas italianos trataron de plasmarla en sus poemas y pinturas, y casi todos los movimientos le cantaron loas y bendijeron sus cualidades. El automóvil y el avión, el telégrafo, los transatlánticos y las nuevas técnicas de reproducción cambiaron la forma de percibir y recorrer el mundo y la idea del arte.

Pero si en esos años 30 la velocidad era una promesa que podía redireccionarse con fines emancipatorios, hoy es una realidad abrumadora que pone en cuestión a la humanidad misma. Ante este panorama, el arte ofrece tres estrategias: cortocircuito, acentuación y suspensión.

Las estrategias de cortocircuito actúan en las redes y se aprovechan de las plataformas que están en un scroll permanente. En Instagram, artistas reconocidos como Jeff Koons, Jenny Holzer o Tracey Emin publican sus obras, y otros, como beeple crap o el dúo Hackatao, directamente ingresaron al mundo del arte por el CryptoArt y las NFT, piezas digitales con valor monetario.

Lo interesante de las cuentas como la de Tracey Emin es que la obra se mezcla con selfies y eventos a los que ella asiste, como si en esa nube estuviera su obra, su vida y cualquier cosa que haga o se le ocurra. Con posteos casi diarios, estos artistas se suben al caballo de la aceleración y tratan de domarlo o interferir en su lógica.

La estrategia de acentuación se detecta en las obras que incorporan la aceleración en sus narrativas, sea con un montaje más frenético (en cine) o en relatos literarios que tratan de experimentar con los ritmos de consumo actuales.

Eso es evidente en el cine en narraciones que avanzan a los saltos, con cortes abruptos e imágenes que duran muy poco tiempo pero que suponen un espectador adiestrado en comprensiones rápidas. Los videoclips musicales fueron la escuela en la que aprendimos esta nueva alfabetización visual.

En Barbie -ejemplo reciente- el descubrimiento de Ken del patriarcado se expresa en una sucesión de imágenes rápidas de celebrities en que la mirada tiene que estar entrenada para captar a todos los personajes que se suceden frenéticamente.

En Lobo de Wall Street de Scorsese o la versión de Mad Max de 2015, las diversas tecnologías de filmación (desde el tratamiento digital al steady cam, instrumento que estabilizaba el registro tomado ‘cámara en mano’) permiten transportar al espectador al vértigo eufórico de un ritmo que se asemeja al del capital, la transmisión de información o la locura diaria.

Buena parte del cine que se estrena actualmente está implicado en la aceleración de las percepciones y no es casual que las películas más taquilleras, desde Misión imposible a Agente Stone, consistan en persecuciones frenéticas.

El libro, a diferencia del cine, tiende a imponer su propio ritmo, más demorado y separado de las velocidades cotidianas. Sin embargo, hay autores que han experimentado con la aceleración como César Aira, con narraciones que una vez que las comenzamos no se detienen.

La estrategia de suspensión no consiste tanto en demorar la aceleración sino en inventar instantes fuera de ella. Las performances de Marina Abramovic, las películas de Pedro Costa o instalaciones como las de Jonathas de Andrade no son una desaceleración del tiempo sino su abolición, su reemplazo por otra temporalidad, más demorada, cuidada y volcada hacia una intimidad comunitaria.

Una vez que esas obras concluyen, el retorno a la temporalidad habitual es diferente. Nuestra vida se acelera y, a la vez que subimos a la montaña rusa de las redes y de la información continua, buscamos el arte y la literatura para que por cortocircuito, acentuación o suspensión, vivir adquiera nuevos sentidos.