martes, 5 de enero de 2021

BORGES EL MAESTRO

 


La grandeza de Borges ha sido un bálsamo en el aislamiento por efecto del virus del COVI. He comenzado con juicio la relectura de su obra a partir de la edición de los estudios críticos en la edición de EMECE.

Empezaré con su vida, el itinerario de un lector agudo. Borges es un pensador entrañable, excepcional, pura literatura. Cada minuto en el mundo alguien está leyendo algún texto suyo. Este argentino, lector por antonomasia, produjo una obra que asombró al mundo. Por su belleza, lucidez e innovadora en el sentido literal de la palabra. Invirtió los papeles, la lectura se convierte en el motor que le permitió crear su obra, asumió que antes de escritor, era un lector, la magia que le produjo generó un dialogo con toda la literatura universal, escribió desde el asombró que le produjo el contacto con otros textos.

 De un texto de Beatriz Sarlo tomo algunos aspectos biográficos de una importancia para entender su obra: “Nació en 1899, en Buenos Aires, hijo de una familia patricia que tenía, como la anciana dama de uno de los cuentos de El informe de Brodie, algunos próceres menores entre sus antepasados. La biografía de Borges, despoblada de actos espectaculares, es discreta en la exhibición de pasiones privadas. Casi no importa una 'vida' de Borges por fuera de las historias de encuentros con los libros, las leales amistades literarias y algunos viajes que, sobre todo el primero a Europa entre 1914 y 1921, fueron capítulos de una educación estética. Como también sucede con Sarmiento, el mito biográfico se funda en la apropiación de la literatura: el Quijote leído por primera vez en traducción inglesa cuando era un niño; su versión, a los nueve años, de un cuento de Oscar Wilde; su fascinación por Chesterton, Kipling y Stevenson; sus traducciones de Kafka, Faulkner y Virginia Woolf; su amistad juvenil, en España, con el ultraísmo; la familiaridad con la poesía gauchesca y la aversión por las letras de tango; su caprichosa y productiva relación con Evaristo Carriego, poeta modesto que su padre había frecuentado; su devoción por Macedonio Fernández y el gusto por escritores 'raros', marginales y menores; las antologías que preparó con sus amigos Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo; la desconfianza asordinada ante el criollismo de Don Segundo Sombra; el ensueño de las literaturas escandinavas, las Mil y una noches y la Odisea; la traducción aporteñada de las últimsa páginas del Ulises; su veneración por la Cábala y por la Divina Comedia”.

La grandeza de Borges radica en la capacidad de mezclar los géneros (Los ensayos se convierten en cuentos y a la inversa) son textos cortos, ensayos, sobre el tiempo, la inmortalidad, la cábala que terminan convertidos en cuentos que le sirven de pretexto para crear una ficción excepcional, con una prosa alejada de barroquismos. Esta afirmación sobre su obra lo explica mejor: “allí están los temas filosóficos, allí está su relación tensa pero permanente con la literatura inglesa, su sistema de citas, su erudición extraída de las minucias de las enciclopedias, su trabajo de escritor sobre el cuerpo de la literatura europea y sobre las versiones que esta literatura construyó como 'Oriente'; allí están sus símbolos, los espejos, los laberintos, los dobles; allí está su afición a las mitologías nórdicas y a la Cábala. Pero se perdería, si la lectura se fija dentro de estos límites, la tensión que recorre la obra de Borges, cuando la dimensión rioplatense aparece inesperadamente para desalojar a la literatura occidental de una centralidad segura. La literatura de Borges es una literatura de conflicto. “En el segundo ensayo, «El lector como escritor’>, Rodríguez Monegal va a ofrecernos el punto central de su lectura de Borges, una «lectura poética». El punto de partida será «Pierre Menard, autor del Quijote». Aquí está el texto central para la fundamentación de su teoría, ya previsto por Borges en una conferencia de 1927, «La función literaria», recogida más tarde en El idioma de los argentinos: «en vez de una poética de la obra literaria, la poética de su lectura (...). “Pierre Menard, autor del Quijote” posee un arte de la lectura» (página 45).

La lectura es tan importante como la escritura: Para Borges, concluye el crítico (Rodríguez Monegal), leer es una actividad tan intelectual como escribir; el lector participa de la creación misma en un diálogo continuado con un texto. Esta idea es desarrollada en los relatos «La biblioteca de Babel», «El jardín de los senderos que se bifurcan» y «La escritura de Dios»[1]. Afirmo con absoluta convicción: “«Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído».

Es imposible acceder a todos los libros, el universo de los mismos supera nuestra capacidad y tiempo. Borges, lleno de referencias es una buena guía para acceder a autores y libros excelentes. 

CESAR HERNANDO BUSTAMANTE HUERTAS 

 






























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