No es fácil mantener con calidad tres blog, pero circunstancias de la vida y el deseo de darle a la literatura la divulgación que amerita como herramienta escrutadora de la dimensión humana, que ayuda a descifrar la intrincada naturaleza del hombre, me obligan a continuar con este esfuerzo, que siendo grato, requiere de tiempo y dedicación. En este blog seguirán apareciendo los mejores artículos de literatura semanal, que en mi apreciación deben ser divulgados.
Hace poco escribí en mi blog: “Literatura al día” un artículo sobre por
qué escriben nuestros escritores, una indagación de varias opiniones rescatadas
de muchas entrevistas a escritores importantes. Me encontré después con este
excelente artículo publicado por el diario “El espectador” de Colombia, que
espero mis lectores disfruten. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE
ANTONIO ACEVEDO LINARES
Cultura
23 Jul 2019 - 2:18 PM
Las razones
por las que un hombre o una mujer escriben y que lo convierten en un/a
escritor/a o un/a poeta, son múltiples e insólitas, extravagantes o
irreverentes, contestatarias o tiernas.
Allen Ginsberg
decía que escribía porque le gustaba cantar cuando estaba solo y porque no
tenía ninguna razón, porque no tenía un por qué, y porque era la mejor manera
de expresar todo lo que le viene a la mente en el espacio de un cuarto de hora
o de toda una vida. Umberto Eco dijo que sus hijos habían crecido y ya no sabía
a quién contarle sus historias. Juan Marse escribió que escribía novelas por
puro placer estético, esto es, para sentirse vivo, para crear criaturas
imaginarias, y con la vida que no pudo vivir, conjurar así la nada y el olvido,
como una forma de la felicidad, y que escribía para sobrevivir a su infancia y
salvar de la nada algunas imágenes, algunos sentimientos y emociones de la
infancia. Miguel Otero Silva dijo que escribía porque no pudo ser ni
concertista, ni pintor, ni abogado, ni ingeniero, ni deportista, ni
guerrillero, ni militante del partido comunista, ni orador parlamentario, ni
senador. La naturaleza no lo había dotado para el ejercicio de las anteriores
profesiones y como político sus brillantes discursos solo se le ocurrían cuando
ya se había clausurado el debate.
Rubén Fonseca
dijo que en el principio el amor por la imaginación (soñar, inventar ideas,
fabular) lo llevó al amor por la lectura y que el amor por la lectura lo llevó
al amor por la escritura y tuvo deseos de crear todo aquello que admiraba, pero
pronto descubrió que escribir era a veces aburrido, desesperante y siempre
fatigoso y que perseveró porque es difícil abandonar un trabajo de cuyo
aprendizaje ha exigido mucho tiempo y esfuerzo. Graham Greene dijo que escribía
por necesidad, que, si tenía un forúnculo y estaba maduro, lo apretaba. Wole
Soyinka dijo que suponía que era su lado masoquista. Rafael Alberti dijo que
escribía para comunicarse lo más claramente posible con aquellos que lo leían y
le escuchaban. Salvador Elizondo, como en un laberinto de palabras, dijo que
"recuerdo haber escrito y también me veo cuando escribía. Y me veo
recordar que me veía escribir y recuerdo haberme visto recordar que escribía y
escribo que me veo escribir que recordaba haberme visto escribir que me veía
escribir que recordaba haberme visto escribir que yo escribía y que escribía
que escribo que escribía. También puedo imaginarme escribir que ya había
escrito que me imaginaria escribiendo que había escrito que me imaginaba
escribir que me veía escribir que escribo".
Tomás Borge
dijo que escribir es como hacer el amor, y escribir un primer libro es como
hacer el amor por primera vez. Nadie soportaría la tentación de seguir
haciéndolo hasta la consumación de los siglos. Germán Espinosa ha elegido
responder que escribe para justificarse o bien que si llegase a descubrir por
qué escribe, dejaría de escribir pero que en honor a la verdad escribe porque
en él la fantasía priva sobre la razón. Gabriel García Márquez dijo que
escribía para que sus amigos lo quisieran más. Alexandre Kouchener dijo que
escribía porque en ello encontraba placer y alegría y que pensaba que el don
poético habita al poeta como un instinto biológico como la abeja que no se
pregunta por qué recoge “la ofrenda de las flores” y al hacerlo fecunda las
plantas.
Osvaldo
Soriano no ha sabido con precisión por qué escribía. Dijo, sin embargo,y arriesga una respuesta al decir que primero
está el placer, la sensualidad de las palabras que elige para abrir el espacio
de libertad en el Universo que va a construir el texto que él escribe, esto es,
responde a la necesidad de escribir por el placer de escribir, lo que no deja
de producir angustia y sabe el precio que tiene que pagar, pero también escribe
para compartir la soledad. Henry Miller dijo que el escribir es como la vida
misma, es un viaje de descubrimiento y todo lo que hace lo hace por la mera
alegría de hacerlo. No le preocupa que lo entiendan el lector corriente ni el
crítico y tan pronto como oyó su propia voz quedó encantado, y el hecho de que
fuera una voz diferente, distinta, única, le sostuvo.
José Agustín
Goytisolo dijo que escribir le ha ayudado a vivir, a estar alegre entre tanto
desastre y tanta miseria moral, entre tanta mediocridad y cobardía y que uno
siempre escribe por carencias profundas, por desequilibrio. "Comencé a
escribir", dijo Manuel Vásquez Montalbán, "porque quería ser grande,
rico y bello". Leonardo Sciascia dijo: "escribo porque me gusta
escribir, porque el hacerlo uno se ve escribir y se siente vivir además de
existir". Marguerite Duras, sarcástica, ha dicho que hostigada por esa
pregunta no tenía nada que decir al respecto, que nunca ha sabido nada sobre
esa extraña actividad. Jaroslav Seifert dice que quizás se escribe por ese
deseo que existe en cada ser de dejar una huella. Peter Schneider, más
cauteloso, terminó diciendo que no había escrito lo suficiente para reflexionar
sobre esta pregunta. A mí me gustaría decir por qué también escribo, para
terminar con esta caza de citas, con un poema titulado, Poema:
Amo las
palabras
con las que
te amo
y escribo
porque estoy
enamorado de
la lluvia
del viento de
la tarde
de los besos
de las manos
de tus
caricias de tus ojos
que me sueñan
de tus noches
junto a mí de
tu voz que me susurra
de tus silencios
cuando callas
de tu
presencia cuando
te tengo de
tus pasos
cuando
caminamos juntos
de tu pelo
cuando lo estremece
el viento de
tus palabras
que son como
brazas ardientes
escribo para
conjurarte
contra la
muerte y no dejes
de existir y
te quedes para
siempre en
éste poema
y en éste
corazón
y en ésta
mano
que te
escribe siempre.
Con o sin
vergüenza, el escritor o el poeta escriben porque es su vocación más pura y
encuentra la forma a través del lenguaje de embellecer el mundo envilecido en
el que vivimos, porque es su destino más inexorable escribir como un explorador
de nuevos mundos por construir o conquistar, el lenguaje es un continente que
se ha propuesto descubrir y el instrumento más maravilloso que le permite seducir,
imaginar, delirar las historias más increíbles y bellas que su mente y la
realidad y la historia construye y que pasan por su corazón y su mano que la
escriben. Escribir es el ejercicio de la imaginación más exacerbado que le hace
decir a Albert Einstein que la imaginación es superior al conocimiento.
Escribir no
es un oficio para decir cosas bonitas ni enamorar doncellas ni un esnobismo del
escritor para llenarse los bolsillos de dinero, porque ya sabemos que una
sociedad que no respeta la condición de escritor o poeta es lo que menos
logrará si pretende hacer de la palabra una mercancía más del mercado para
adular o congraciarse con el poder o las academias o el establecimiento. El
deber revolucionario de un escritor es escribir bien, dijo alguna vez García
Márquez, y en ese deber está incluidas su ética y su estética literaria. No es
tampoco un ejercicio de individuos privilegiados, pero sí de una sensibilidad
distinta al común de todos los hombres, porque no todos los hombres tienen la
sensibilidad del lenguaje y su enamoramiento para escribir. Acaso se escribe
porque se ama el lenguaje como a una mujer o la vida, y nos alucina y maravilla
como la creación más fervorosa del ser humano. El día que el hombre sienta
alucinarse por el poder del lenguaje o las palabras será poeta y estará
condenado a vivirlo en todos los instantes de su vida y aprenderá a amar y a
vivir la vida con poesía.
Cioran ha
escrito que "para mí escribir es vengarme. Vengarme contra el mundo,
contra mí mismo. Casi todo lo que he escrito fue el producto de una
venganza". Gesualdo Bufalino escribió que se escribe para vencer dentro de
uno mismo la amnesia, "¿pero no se escribe también para ser feliz?",
se pregunta. Se escribe para jugar, ¿ por qué no? La palabra es un juguete, el
más serio, el más fatuo, el más caritativo de los juguetes de adulto.
"Escribo porque siento que cumplo una función que es necesaria para mí, si
no escribo siento desventura y remordimiento", dijo Jorge Luis Borges.
Este artículo excelente sobre el nobel de literatura,
publicado por letras libres corresponde al develamiento de una escritura
diferente, a un hombre con una cultura y un amor por el texto, el desciframiento
sobre el tiempo en la narrativa es de suma importancia y de hecho inabarcable
del todo, siempre hay mil aperturas, como heridas abiertas. Espero mis lectores
lo disfruten. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE
Elvira Navarro
En la literatura del escritor austriaco, instalada en una
digresión casi continua, hay una pregunta que sobrevuela todo el rato: ¿qué es
el tiempo? Preguntarse por el tiempo es preguntar por todos nosotros, seres
temporales.
Hace casi diez años, en
casa de un amigo, vi un libro de Peter Handke sobre su mesita de noche. Me
parece recordar que se trataba de Ayer, de camino. De lo que no me cabe duda es
que, al preguntarle sobre su lectura, este amigo me dijo que se sumergía en
Handke siempre de la misma manera: por la noche y como si rezara. “Sus libros
son una oración”, añadió, y no pregunté más porque creí entender a qué se
refería, aunque quizá no lo entendí en absoluto y superpuse mi manera de leer a
Handke a la suya. Sea como sea, este amigo no es creyente; cuando eligió la
palabra “oración”, imaginé que no se refería al rezo dirigido a un Dios
trascendente, sino a la meditación, y en un triple sentido: meditación como un
proceso de desidentificación con el propio pensamiento y como exploración de
las posibilidades abiertas en ese proceso; meditación como una modificación del
tiempo en la medida en que se toma distancia del discurrir interno; meditación
como gratitud.
Hay algo parecido a
estos tres aspectos en la escritura de Peter Handke, Premio Nobel de Literatura
2019. La literatura opera sobre el tiempo, sobre la duración, contrayéndola o
dilatándola. Es una paradoja que, allí donde podemos cuantificar la duración de
una historia (en la mayoría de las narraciones de trama limpia, sin meandros),
el tiempo casi se evapore por efecto de la rapidez, como si las acciones, que
suceden necesariamente en un espacio-tiempo (y que, por tanto, construyen el
tiempo), lo hicieran invisible al tornarlo ligero. También es paradójico lo
contrario: que una suspensión de la acción, del hilo temporal, nos haga sentir
el tiempo con todo su peso y misterio: el tiempo se hace presente mediante su
ausencia, como una aparición fantasmagórica que no es liviana porque lleva
grilletes en los pies y cadenas en las manos. Un espíritu que es casi un
cuerpo. En la literatura del escritor austriaco, instalada en una digresión
casi continua, hay una pregunta que sobrevuela todo el rato: ¿qué es el tiempo?
Preguntarse por el tiempo es preguntar por todos nosotros, seres temporales. El
tiempo es nuestra condición de posibilidad. ¿Cómo lo vivimos?
El tiempo de lectura no
tiene relación con el tiempo interno del relato. En un cuento breve puede darse
una enorme concentración temporal que se traduce en densidad semántica, el
mundo entero intuido en unas cuantas páginas (es el caso de Borges o de Las
ciudades invisibles de Calvino). Y a la inversa: en una digresión mal traída
(conceptos manoseados, autocomplacencia lingüística) puede que no haya nada, ni
siquiera tiempo: tenemos entonces la sensación de perder el tiempo, al igual
que cuando las acciones no son significativas.
Con Handke nunca
perdemos el tiempo, y eso es algo que puede decirse de muy pocos escritores.
Apenas hay quienes hacen de la escritura una tentativa continua de
descubrimiento en lugar de una repetición de fórmula (el mero oficio), pues prima
una concepción de lo literario donde no hay misterio ni oscuridad; tampoco
iluminación alguna, porque sin oscuridad no hay luz. Entregarse a esa tarea
supone, además, asumir el fracaso. “Con todos mis libros he fracasado,
fracasado bien, creo, pero con todos, exceptuando las cosas cortas. Ensayo
sobre el jukebox o Ensayo sobre el cansancio o Lucie en el bosque con estas
cosas de ahí, en toda su marginalidad, de alguna manera son pequeñas obras
maestras. Pero con el resto he fracasado, de manera real. Con mi novela de
formación, Carta breve para un largo adiós, todo es quebradizo, no da en el
clavo, aunque por otro lado acierta en algo. O La repetición, que escribí en
memoria de los hermanos de mi madre. He fracasado en eso también. Todo se queda
en fragmentos”, le dijo Handke a Cecilia Dreymüller en una entrevista que
publicó Babelia en 2003.
¿Qué es lo que Handke
hace en sus libros? Al respecto, Alejandro Gándara firmaba en El Cultural uno
de los mejores artículos que he leído en estos días. Decía Gándara que el
origen del artefacto está en el mazazo que supusieron para Europa, y en
concreto para Alemania (que junto con Francia e Italia fue la cuna de la
Modernidad y del proyecto ilustrado en la Europa continental), las guerras
mundiales. La confianza en la razón, en el progreso y en los avances
científicos y técnicos se vino abajo tras haberse puesto todo al servicio de la
masacre y la barbarie; en consecuencia, mejor que el hombre se callara y
hablase el mundo, y esa es la operación que Handke lleva a cabo. La renuncia a
la acción, a la trama, no está al servicio de la expresión de una subjetividad,
sino del ir al encuentro de lo otro, de lo que aún es posible. “Caminar es dar
por bueno el mundo cuando más cuesta dar por buena la vida”, escribe Chus Fernández
sobre Handke (Chus es el mejor lector de Handke que conozco) en La Nueva
España, y también:
“Quien se asombra
conjura el tiempo y se entrega al hallazgo, a lo que de no haberse asombrado
habría pasado por alto. ¿Debido al merecimiento? No. Debido a la
correspondencia.”
Termino con una
anécdota maravillosa contada por Fernando Castro Flórez en su Facebook: un día
estaban él y Nacho Criado desayunando en un bar de Jaén cuando apareció Peter
Handke con aspecto de mendigo. El camarero le dijo que se marchara, pero Castro
lo reconoció. “¿No serás periodista?”, le preguntó Handke con cara de espanto.
Estuvieron hablando un rato. Handke les contó que había llegado a la ciudad
caminando, y cuando salió del bar, le esperaban en la calle unos cuantos perros.
Esto ilustra mejor la literatura de Handke que todo lo que he dicho. ~
Javier Cercas ha escrito varios libros, devalando aspectos históricos de
España, como la guerra civil, el golpe de estado de parte del coronel Tejeros, recién
nacida la republica después de la muerte de Franco, partiendo de la premisa que
la verdad también es una construcción narrativa, los hechos reales también requieren
de la imaginación desbordada del autor para poder ser plasmados en un texto.
Esta obra galardonada (Premio planeta2019) es otro aporte a esa costumbre de
sorprendernos que tiene Cercas. He aquí un buen artículo sobre la mismo
aparecido en la revista “Babelia” del periódico “El país” de España. CESAR
HERNANDO BUSTAMANTE
En la galardonada ‘Terra Alta’, Javier Cercas narra la historia de un
‘mosso d’esquadra’ usando las herramientas de la novela negra. El dominio del
ritmo narrativo queda lastrado por cierta relajación del estilo.
CARLOS PARDO
1 NOV 2019 -
19:37 COT
Javier Cercas
lleva años defendiendo, mal que, pese a algunos, que la “verdad” es una
construcción narrativa, y quizá haya que entender “Terra Alta”, su adscripción
y homenaje a la novela policiaca con vocación popular, como la insistencia
paradójica y algo bromista en su forma de narrar de siempre: una capacidad
imaginativa que se aplica con igual solvencia a los “hechos reales” y los
“hechos ficticios”, pues ambos trabajan para la construcción de una misma
verdad, la literaria. Ahora bien, cabe preguntarse cuánto del estilo de su
autor se potencia y cuánto se encorseta en este coqueteo con las convenciones
del género.
Resumamos la
situación de partida: el asesinato de una pareja catalana de la alta burguesía,
dueña de un emporio en el tranquilo territorio tarraconense de Terra Alta
(tranquilo quiere decir que las guerras van por dentro), pone en marcha una
investigación con la que el joven mosso d’esquadra Melchor, “extranjero” en la
localidad, letraherido y lacónico, no se conforma.
Pronto
sabremos más de Melchor. La novela alterna capítulos dedicados al caso con
otros centrados en el pasado del protagonista: hijo de una prostituta
asesinada, delincuente, presidiario, posteriormente mosso d’esquadra y héroe en
los atentados islamistas de Cambrils en agosto de 2017.
Es evidente
la facilidad con la que se convertiría en producto televisivo: su intriga, los
calculados remansos, su doble final
Terra Alta
combina ambos planos con gran capacidad. Cercas sabe que el lector rápidamente
empezará a “echar de más” cualquier escena retrospectiva, por lo que rompe la
simetría de la alternancia de dos tiempos justo cuando el caso policial parece
estancarse. Y deja que la intriga vaya recargándose. E incluso en los últimos
capítulos retrospectivos de la novela, centrados en el comienzo de la relación
de Melchor con su pareja, Olga, y leídos cuando ya todos sabemos qué pasará con
los personajes, consiguen profundizar en algunas de las líneas de fondo de
Terra Alta, como la construcción de la identidad a través de la literatura.
La
insistencia de Cercas en la vocación lectora de Melchor le permite que el tema
de la venganza, pilar en la construcción del personaje, se sacuda algunos
clichés habituales: el policía que debe vengar la muerte de sus seres queridos
y pone en duda su sentido de la justicia. Cercas entabla un diálogo literario
de más calado sosteniendo durante toda la novela un juego especular con Los
miserables, de Victor Hugo, con las diferentes encarnaciones de Jean Valjean,
pero también con su “archienemigo”, el policía Javert, y su complejo sentido de
la ética. A través de este espejo conocemos la evolución de Melchor, también su
permeabilidad social y cierta ambigüedad del lugar que ocupa en la historia. Pero
sobre todo, analizamos el doble fondo de conceptos como odio, venganza y
justicia. Otro acierto del personaje lo favorece el ambiguo lugar que ocupa,
por edad, con su pareja y entre sus compañeros de comisaría. Cercas elige a un
casi treintañero rodeado de “mayores” que hacen resonar ciertos acordes sutiles
del protagonista: la demanda de un contacto oblicuo, por ejemplo.
Es
interesante recordar, no obstante, que Melchor es un personaje de una pieza, y
que en Terra Alta es la historia la que muestra sus dobleces: los sucesos del 1
de octubre en Cataluña, los atentados islamistas e, incluso, como una nota de
fondo que termina cobrando importancia, la Guerra Civil. Los sucesos históricos
contribuyen a apuntalar la ambivalencia de la narración, nunca con el protagonismo
de otras novelas de Cercas.
Un equilibrio
difícil
Es evidente
la facilidad con la que Terra Alta podría convertirse en un producto
televisivo: su intriga, los calculados remansos, su doble final que quiebra las
expectativas del lector. Pero desde una perspectiva estrictamente novelesca,
también es fácil reconocer la capacidad del autor de Anatomía de un instante
para que el ritmo seco del “atestado” en presente narrativo y la predominancia
del diálogo se carguen de tragedia. Cercas contagia la sensación de necesidad
con que se encadenan los actos. Por eso resultan tan antipáticas las numerosas
acotaciones, presentes con la única función de facilitarle el trabajo a un
lector no demasiado despierto.
Por ejemplo,
las abundantes frases hechas: a un personaje le “propinan” “una paliza de
muerte”, el silencio “pareció petrificarse”, “un silencio ensordecedor”, la
noticia “fue un jarro de agua helada”, unos ojos “se anegan de lágrimas”. O las
puntuales pinceladas descriptivas, algo campanudas: “el reverbero del sol crea
charcos temblorosos de agua ilusoria”, “el firmamento amputado por el contorno
abrupto de las sierras, cuyas laderas ondean como un mar de árboles, trémulo y
verde”, “las persianas entornadas frenaban el embate rabioso de la canícula”, “nubes
algodonosas, de un blanco sucio o de un gris blancuzco, que amenazan lluvia”.
Y es que
Terra Alta mantiene un difícil equilibrio entre el pastiche consciente, la
artesanía estructural, la indagación en algunos conflictos morales marca de la
casa y una incomprensible relajación del estilo.
Cómo siempre certero, el periódico "El país" de España acierta a propósito de la última novela de Mario Vargas Llosa, de la mano de Jesús Ceberio. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE HUERTAS
El Nobel peruano vuelve a la gran novela con 'Tiempos recios', que narra
la conspiración de EE UU contra el Gobierno legítimo de Guatemala en 1954.
JESÚS CEBERIO
11 OCT 2019 - 17:09 COT
La violencia
es la materia prima con la que trabaja habitualmente Mario Vargas Llosa, sobre
todo en sus novelas de carácter histórico. En América Latina no le faltan
referentes, pero él mismo cree que Guatemala es tal vez el país que arrastra
una historia más violenta. Con un 70% de población indígena perpetuamente
marginada, una tradición militarista enraizada en la Capitanía General de la
época colonial y una minoría rapaz que monopoliza tierras y minas, es el
escenario en el que se desarrolla la última novela de Vargas Llosa: Tiempos
recios (Alfaguara). La historia discurre justamente en uno de los breves
periodos de su historia, a mediados del siglo pasado, en que un militar llegado
a la presidencia por elecciones libres intentó implantar una democracia moderna
que segó una insurrección orquestada por la CIA. Todo ello por inspiración de
la compañía United Fruit, a la que el presidente Jacobo Árbenz había expropiado
algunas tierras ociosas y pretendía que por primera vez pagara impuestos. Han
pasado 65 años, pero aquellos hechos parecen a veces un prólogo de nuestros
días.
MÁS
INFORMACIÓN
“Son cerca de
las seis —dijo el dominicano”
Piedad en
tiempos recios
PREGUNTA. ¿Qué
es lo que condujo sus pasos hasta Guatemala, que no deja de ser una especie de
córner geográfico de América?
RESPUESTA. Sí,
está como al margen, pero la suya es una de las historias más violentas de
América Latina, si no la más, y al mismo tiempo es un país muy bello. Vivió un
momento de gran lucimiento, que fue este periodo en que está situada la novela.
La reforma que intentó Árbenz le dio un gran protagonismo. Yo estaba en la
universidad, recuerdo que seguíamos día a día lo que ocurría en Guatemala,
porque había allí, yo creo que para muchos, un ejemplo de lo que se podía hacer
en el resto de América Latina, que se convirtió en una gran frustración cuando
se produjo la caída de Árbenz y luego el exilio.
P. ¿Es esta
novela una especie de justificación retrospectiva de su militancia
revolucionaria juvenil?
R. No, no.
Esta novela nace de una conversación que tengo hace unos tres años en República
Dominicana con un amigo, Tony Raful, que es periodista, historiador y poeta. Me
dijo: “Mario, tengo una historia para que la escribas”. Y yo dije: “¡Dios mío!
Las historias para que las escriba nunca las voy a escribir”. Y me habló de la
implicación de Trujillo, primero en la rebelión de Castillo Armas y luego en su
asesinato. Él mismo ha publicado un libro sumamente interesante, con documentos
que me abrieron una perspectiva nueva sobre esa intervención del “trujillismo”
en América Latina promovida por la CIA. Trujillo fue el instrumento que utilizó
la CIA para suministrar a Castillo Armas dinero, armas e incluso soldados. Esa
cercanía se rompe luego y se vuelven enemigos mortales, al parecer porque
Castillo Armas no cumple ninguna de las condiciones que Trujillo le había
puesto para ayudarlo por la desconfianza que le producía. Así como se llevaba
maravillosamente con Somoza, desconfiaba de Trujillo como si la impetuosa
personalidad de éste le fuera a recortar poderes si le daba demasiada entrada
en Guatemala. Se han publicado algunas cartas que el embajador enviaba al
presidente dominicano y en las que le cuenta que Castillo Armas habla mal de la
familia de Trujillo en sus borracheras. Esto volaba a Trujillo, lo volvía una
bestia feroz. Entonces él manda a su asesino favorito, que es Johnny Abbes
García, como agregado militar a Guatemala para que conspire. La noche del
asesinato, Abbes García escapa de Guatemala llevándose con él a la amante de
Castillo Armas. Eso es un hecho fehaciente que está publicado. ¿Cuál fue realmente
la implicación de Trujillo en el asesinato? ¿Lo mandó matar él? ¿Intervinieron
Abbes García y la amante de Castillo Armas? Todo eso son ahora especulaciones,
pero es uno de los temas que me fascinaron.
P. Precisamente
la autoría del atentado es un hecho que la novela no termina de despejar.
R. Claro, no
quiero contradecir la realidad de manera tan visible, entonces he dejado en una
cierta insolvencia lo que ocurre realmente la noche del asesinato.
P. Un
capítulo fascinante, sobre todo a la luz de la actualidad, es ese prólogo en el
que Edward L. Bernays, un prodigio de la propaganda al que el narrador califica
de “titiritero genial”, convence a la élite de Boston de que los intereses de
la United Fruit son los de Estados Unidos y que la recién inaugurada democracia
de Guatemala los pone en peligro por su dependencia del Kremlin.
R. Las fake
news tienen un éxito absoluto. Bernays, ese sobrino de Sigmund Freud que tiene
la idea de que la publicidad va a ser el principal instrumento de poder en el
siglo XX, se inventó que Guatemala se estaba convirtiendo en un satélite
soviético porque la URSS quería entrar en América Latina para apoderarse del
canal de Panamá. Es una fantasía delirante que contradice el proyecto de
Árbenz, que quería hacer de Guatemala un país moderno, una democracia
capitalista. Cuando reparte las tierras a medio millón de campesinos
guatemaltecos, busca la forma para que ellos fueran empresarios privados de
esas tierras, para que no fueran descapitalizados otra vez por los
latifundistas. Es una de las grandes injusticias históricas que este Gobierno
democrático elegido en elecciones libres fuera derrocado por una conspiración
que lo acusaba de comunista.
P. Bernays
explica en su reunión con los potentados de Boston que el amor desmedido del
Gobierno guatemalteco por la democracia supone un peligro para United Fruit. Y
añade: “Esto es bueno saberlo, pero no decirlo”.
R. Él tenía
muy estrechas relaciones con dueños de periódicos, de radios, de televisiones,
y las aprovechó para llevar periodistas a Guatemala, un país realmente
desconocido. Lleva a periodistas liberales de The New York Times, The
Washington Post, Time Magazine, y les da dosieres, y les presenta a la gente
adecuada. Así va surgiendo esta mistificación de que Guatemala es ya un
satélite soviético. Cuando no había ni un solo ciudadano soviético porque la Constitución,
que la dieron Árbenz y Arévalo, prohibía relaciones diplomáticas de Guatemala
con países comunistas. Entonces, de pronto, Árbenz encuentra que le montan una
revolución con su propio Ejército, con las reformas con las que él quería
imitar y acercarse a Estados Unidos. Debió ser trágico para él.
P. El
titiritero había conseguido su propósito.
R. Sí, claro,
era un publicista. Yo he leído solo el libro Propaganda, que escribió el año
28, que sostiene la tesis, profundamente antidemocrática, de que la publicidad
va a prevalecer sobre la verdad.
P. Visto lo
visto, acertó entonces y puede acertar hoy
R. Es muy
difícil hoy saber cuál es la verdad, precisamente por esa revolución audiovisual
que en muchos sentidos ha democratizado la información, porque todos somos
informantes, pero al mismo tiempo la abundancia crea confusión. No es fácil
orientarse entre verdades y mentiras. Pero la democracia, que permite la
diversidad periodística, está mejor defendida contra las fake news que una
dictadura, donde solo hay una voz, que es la voz del gobernante.
P. ¿Hasta qué
punto está superabundancia de información impide que el ciudadano discrimine
entre verdades y mentiras?
R. Eso es
cierto en los detalles, pero no en las grandes opciones. Creo que todo el mundo
tiene clarísimo que, con el Brexit, Inglaterra ha caído en un populismo
lamentable, en un nacionalismo antihistórico…
P. Pero la
mayoría de los británicos votó a favor del Brexit.
R. Para gran
sorpresa mía, que pensaba que la democracia británica estaba vacunada contra el
populismo, pero me equivoqué.
P. ¿Cómo
convive la democracia con la mentira sistemática?
R. La mentira
está siempre ahí, pero en las sociedades libres se puede combatir mejor gracias
a la diversidad. Hay periódicos más respetables que otros, porque son más
prudentes a la hora de difundir fake news. En una dictadura uno está
completamente perdido, no hay sino una única voz que nos incomunica con el resto
del mundo, aunque gracias a la revolución tecnológica esto es cada vez más
difícil. ¿Qué significa eso en última instancia? ¿Que tenemos muchos problemas?
Siempre los hemos tenido. Pero el problema mayor que tuvo la democracia fue el
comunismo, que sedujo a millones de jóvenes con la idea de un paraíso en esta
tierra. Esto ha desaparecido, el comunismo desapareció, ya no existe. ¿O
alguien puede creer que Corea del Norte, o Venezuela, o Cuba puedan ser modelos
para el Tercer Mundo?
P. ¿Y China?
R. China es
un país capitalista, autoritario. Necesita la libertad, la libre competencia,
la libre investigación. Sin eso es muy difícil que siga prosperando. Claro,
China ha arrancado de muy abajo, y hasta ahora consigue mantener el desarrollo
con un régimen autoritario, severo, centralista. Pero va a llegar un momento en
que esa burguesía, esas nuevas clases medias, van a exigir más libertad. Eso
está ocurriendo en Hong Kong hoy en día. Vamos a ver qué pasa el día de mañana
cuando China llegue a ese estado en el que va a tener que elegir entre más
libertad o más desarrollo.
P. Usted se
proclama un liberal optimista que hace suya la frase de Popper de que nunca la
humanidad vivió mejor…
R. Sí, todo
anda mal, pero nunca hemos estado mejor. Es una frase que pronunció [en 1991]
en un homenaje que le dio la Universidad Menéndez Pelayo.
P. De
entonces acá han ocurrido algunas cosas: los atentados de las Torres Gemelas,
esa guerra interminable en Afganistán, la invasión de Irak, la catástrofe de
Siria y una crisis económica que se ha traducido en un crecimiento intolerable
de la pobreza y la desigualdad.
R. Ahora las
cosas ocurren en un plano internacional y esto hace que todo parezca más
dramático. Es verdad, uno de los grandes problemas de nuestra época es el terrorismo.
Sin embargo, está activado por grupúsculos de fanáticos que no constituyen una
amenaza real contra el desarrollo de la humanidad.
P. Pero
tienen un efecto nefasto en la vida política.
R. Sí, están
empujando a muchos sectores democráticos hacia el autoritarismo. En nombre de
la autodefensa se destruyen grandes valores de la democracia. Por supuesto, es
uno de los peligros. Pero más grave que el terrorismo islámico es el rebrote
del nacionalismo, eso que creíamos extinguido en Europa, sobre todo después de
las catástrofes de las guerras mundiales. Es el llamado de la tribu, la idea de
que en el pasado existió una sociedad homogénea donde todos se entendían, que
es una falacia, jamás existió eso. La paranoia que hay hoy día contra el
inmigrante es una manifestación de racismo. Y eso que antes estaba mal visto,
ahora ha dejado de estarlo. Los políticos incluso pueden hablar contra la
inmigración de esa manera racista prejuiciosa. Es un problema muy serio de la
democracia.
P. Hasta el
punto de que historiadores y politólogos rastrean paralelismos entre este
tiempo y los años treinta del siglo pasado.
R. Sin duda
hay coincidencias. Pero al mismo tiempo existe la experiencia, y esa
experiencia hace que, a pesar de las barbaridades que dice Trump, EE UU no esté
dando pasos irresponsables todavía. También China o Rusia son muy prudentes a
la hora de pasar a los hechos.
P. Uno de los
elementos menos tranquilizadores es el crecimiento de la desigualdad económica,
la concentración extrema de la riqueza, en un momento en que la nueva directora
general del FMI anticipa más tiempos recios…
R. Hay
sectores nacionalistas que en una situación así querrían encerrarse más porque
creen que así se protegen. La globalización es una realidad inatajable, a no
ser que un país se condene al anacronismo absoluto. Eso puede hacerlo un
pequeño país como Bután, que ha decidido vivir en la Edad Media, pero no puede
hacerlo el resto del mundo. La prosperidad exige ir disolviendo las fronteras.
Pero no hay que ser pesimista. Nunca hemos sabido de una manera tan evidente
que la historia no está escrita, que nosotros hacemos la historia. ¿Quién iba a
imaginar que el comunismo iba a desaparecer? ¿Quién iba a imaginar que gente
como Boris Johnson o Trump subirían al poder? Al mismo tiempo que han ocurrido
esas cosas, nunca ha habido en la historia tantos países con Gobiernos
democráticos en América Latina. Democracias imperfectas, muy corrompidas, sin
ninguna duda, pero eso es preferible a las dictaduras militares que teníamos de
un confín a otro.
P. En cambio,
en Europa, algunos países excomunistas practican hoy eso que ha dado en
llamarse democracia iliberal.
R. Hungría,
Polonia… Uno pensaría que la ocupación soviética despertó en ellos un apetito
de libertad, pero han evolucionado hacia un nacionalismo extremo que practica
una política antiinmigración claramente racista. Es un gran problema. Pero
Europa, que es probablemente el más ambicioso de los proyectos en Occidente
para integrar a países de lenguas distintas, de creencias distintas, de
costumbres distintas en una unidad económica y social, y mañana política, va a
prevalecer. Es la buena dirección de la historia.
P. Volviendo
a la novela, Tiempos recios enlaza directamente con La Fiesta del Chivo, pero
aparecen también muchas huellas de Conversación en La Catedral. En general, sus
novelas de base histórica tienen un material básico que es la violencia
política, que a menudo se traslada con brutalidad al ámbito privado. ¿Es la
violencia la materia prima con la que trabaja?
R. Sin duda,
y probablemente es así porque nací en Perú, un país que ha estado marcado por
las dictaduras. Comencé a pensar en un país que vivía bajo la dictadura de
Odría, ocho años siniestros que pusieron a Perú fuera del mundo. La vida
política estaba prohibida, la política era una mala palabra, no había libertad
de partidos, había una censura estrictísima. Sabíamos que la prensa nos mentía,
que la radio nos mentía, no había televisión, que las verdades había que
escudriñarlas en el fondo de las noticias que circulaban. La represión era
sistemática. Fui a la Universidad pública de San Marcos, que era uno de los
pocos centros de resistencia. Pertenezco a una generación que vivió esta
violencia. Quizás eso hizo que tuviera tanto rechazo a ese aspecto tan
compartido en América Latina, el de las dictaduras militares. Ahora han
desaparecido, hay dictaduras ideológicas. En Cuba, Venezuela, Nicaragua. Pero
en el resto hay Gobiernos elegidos, democráticos, más bien corruptos, sí. Creo
que la corrupción es uno de los grandes problemas en América Latina.
P. Uno de los
personajes de la novela concluye después del derrocamiento de Árbenz que
Guatemala retrocede a toda carrera hacia la tribu. Y se pregunta: “¿Se
restablecerá pronto la esclavitud?”. “¿Era esto lo que quería EE UU, una
dictadura al servicio de latifundistas codiciosos y racistas?”
R. Eso crea
en América Latina un enorme desencanto con la democracia, y hace que los
jóvenes de varias generaciones se embarquen en aventuras guerrilleras imitando
a Cuba, pensando que la revolución comunista era lo único que podía salvar al
continente. Y eso atrasa 50 años la evolución de América Latina. La fascinación
por el modelo cubano arranca en cierta forma en Guatemala.
P. ¿Cree que
el golpe contra Árbenz transformó a Fidel Castro?
R. Si se lee
su famoso alegato de cuando lo juzgan por el asalto al Cuartel Moncada, La
historia me absolverá, es un discurso socialdemócrata, no es comunista, ni
siquiera socialista. La radicalización de Castro, que lo va empujando hacia el
comunismo, viene en gran parte por lo ocurrido en Guatemala. El Che Guevara
estaba allí. Trata de ir a las famosas milicias populares, que nunca
existieron, y entonces termina asilándose en la Embajada de Argentina porque lo
mataban. Pero el Che sale convencido de allí, y eso es algo decisivo en su
influencia sobre Castro, que si una revolución quiere triunfar en América
Latina, primero tiene que acabar con el Ejército, que el Ejército es una fuerza
hostil a la revolución. Y segundo, tiene que buscar el apoyo, el amparo, de la
Unión Soviética si quiere resistir operaciones como la que liquidó a Árbenz. El
contexto de la Guerra Fría es muy importante para explicar la mistificación
extraordinaria que hubo en EE UU, tanto en el Gobierno como en la prensa
respecto a Árbenz. No hubiera ocurrido con Kennedy. Tampoco su predecesor,
Truman, quiso involucrarse en una acción armada en Guatemala. Eisenhower,
Nixon, los Dulles son los que compran la historia inventada por ese aventurero
prodigioso que es Bernays al servicio de una compañía frutera. Las mentiras se
convierten en verdades y Estados Unidos apoya la insurrección contra un
Gobierno democrático.
“Los países
que van bien producen una literatura pobre. Los novelistas suizos buscan,
desesperados, catástrofes
P. La CIA ya
lo había ensayado con éxito un año antes en Irán con Mossadegh tras la
nacionalización de British Petroleum.
R. Ellos
estaban muy envalentonados por el éxito que habían tenido en Irán y la CIA
aplicó el mismo modelo a Guatemala. Lo que es muy interesante es que todo eso
está denunciado por ensayistas e historiadores norteamericanos, que son los que
han escrito las mejores cosas sobre Árbenz. La documentación de la época que ha
liberalizado el Departamento de Estado presenta un espectáculo bochornoso de la
conducta de la CIA durante esos años.
P. Tiempos
recios es una obra en la que el malo más malo es realmente el protagonista de
la novela.
R. Los malos
tienen un atractivo especial para los novelistas. Si se eliminara a los malos
se eliminaría media literatura europea y media literatura universal
probablemente. Los malos son mucho más interesantes para la literatura que los
buenos. Los países que van bien, que progresan, donde hay más justicia social,
producen una literatura pobrísima. Los novelistas suizos andan desesperados
buscando catástrofes.
P. El diálogo
último del narrador con Miss Guatemala en Virginia, 60 años después, parece la
búsqueda de un final feliz, o cuando menos amable, a una historia por lo demás
terrible.
R. Quería
involucrar al narrador más directamente y contradecir de alguna manera el
pesimismo que puede arrastrar esta historia, poner una nota que tuviera más
color, que acercara un poco más a este mundo, muy distinto del de aquella
época. No sé por qué lo escribí, pero desde un primer momento tuve la idea de que
debería haber un epílogo. Así como había un antes, que era la historia del
publicista y el dueño de la United Fruit, que hubiera un después, menos
pesimista que el resto de la novela. Al final, no sé por qué, pero la novela la
concebí así desde un principio.
P. Y es el
personaje más querido por el narrador a lo largo de la novela.
R. Sin
ninguna duda. El personaje de Marta Borrero es muy misterioso. Jugó un papel
muy importante, pero nunca se sabe con certeza cuál fue. Hasta qué punto llegó
a ser tan influyente como se creía, y como se cree todavía, no lo sabe nadie y
nunca se sabrá probablemente. Es un misterio que queda en la historia y
estimula mucho la imaginación de los novelistas.
Se ha re-editado “Microfisica del poder” de Michel Foucault. La actual edición (Siglo XXI Editores), al cuidado
de Edgardo Castro y con traducción de Horacio Pons, a diferencia de la primera
versión castellana de la editorial española La Piqueta de 1978 (organizada por
Julia Varela y Fernando Álvarez-Uría) que incluía dos textos más, respeta la
selección italiana, a excepción del artículo “Nietzsche, la genealogía y la
historia”.
Dice el artículo publicado en la revista Ñ del periódico “El Clarín” con
respecto a esta edición: “La actual edición (Siglo XXI Editores), al cuidado de
Edgardo Castro y con traducción de Horacio Pons, a diferencia de la primera
versión castellana de la editorial española La Piqueta de 1978 (organizada por
Julia Varela y Fernando Álvarez-Uría) que incluía dos textos más, respeta la
selección italiana, a excepción del artículo “Nietzsche, la genealogía y la
historia”.
Cosas curiosas que uno se va enterando, siendo un lector apasionado de
este filosofo: No existe versión en francés de este texto, las traducciones al
español se hacen a partir de la edición italiana o inglesa. En este texto,
según el articulista, se categoriza: “La actual edición (Siglo XXI Editores),
al cuidado de Edgardo Castro y con traducción de Horacio Pons, a diferencia de
la primera versión castellana de la editorial española La Piqueta de 1978
(organizada por Julia Varela y Fernando Álvarez-Uría) que incluía dos textos
más, respeta la selección italiana, a excepción del artículo “Nietzsche, la
genealogía y la historia”.
La lectura de este texto nos cambió la óptica sobre la historia lineal y
sin discontinuidades en la que vivíamos inmersos, recordemos que inicia con
afirmaciones muy lúcidas, que significaban un rompimiento con esta manera de
mirar la historia, el papel de la filosofía cómo desciframiento del contexto
social desde la relación poder-saber: “La genealogía es gris; es meticulosa y
pacientemente documentalista. Trabaja sobre sendas embrolladas, garabateadas,
muchas veces reescritas. Paul Ree se equivoca, como los ingleses, al describir
las génesis lineales, al ordenar, por ejemplo, con la única preocupación de la
utilidad, toda la historia de la moral: como si las palabras hubiesen guardado
su sentido, los deseos su dirección, las ideas su lógica; como si este mundo de
cosas dichas y queridas no hubiese conocido invasiones, luchas, rapiñas,
disfraces, trampas.
Luis Diego Fernández (Quien escribe la reseña)tiene muy en claro lo que significó
la publicación del texto en su época y lo que representó para el filósofo: “En
este sentido, su definición de “intelectual específico” será consistente con
este alejamiento de los modos de la izquierda tradicional al intervenir de un
modo no universalista ni decimonónico, operando en luchas reales, materiales y
concretas en torno a situaciones transversales (la universidad, las relaciones
familiares y sexuales, la prisión o los asilos psiquiátricos), es decir, un
repudio a toda forma de verdad o de apelación a la justicia al modo de un
jurista”.
Retomar la genealogía de Nietzsche como herramienta, para descifrar lo
que hay de pensamiento en la historia y no la historia del pensamiento, es un
giro extraordinario, que hace la obra de este autor sea relevante. Este texto
es fundamental y su lectura resulta de mucha actualidad, los momentos geopolíticos
y sociales que suceden hoy en el mundo lo confirman. Su lectura es pertinente
por lo tanto.
Es nefasta la presidencia de Donald Trump para los Estados Unidos. Este
artículo del nobel de economía publicado por el periódico “El país” de España,
deja ver cuánto están equivocados los americanos. Es posible que vuelva ganar
la presidencia acudiendo a radicalismos, que tristemente le dan resultado. Esperamos
por el bien de su propio país no sea así. CESAR BUSTAMANTE HUERTAS
Paul Krugman
Las políticas
económicas del presidente de EE UU no dan los resultados que él quería y no
tiene ni idea del motivo.
Donald Trump
ha celebrado el aniversario del 11-S repitiendo varias mentiras sobre lo que
hizo ese día. Pero esa no era su única preocupación. También se pasó parte del
día escribiendo una serie de tuits vilipendiando a las autoridades de la
Reserva Federal, a las que tildaba de “cabezas huecas”, y exigiéndoles que
pusieran en práctica de inmediato medidas de urgencia para estimular la
economía (medidas de urgencia que normalmente solo se aplican ante una crisis
grave).
La diatriba
de Trump era reveladora por dos motivos. El primero es que ahora resulta
evidente que está en modo pánico total porque sus políticas económicas no dan
los resultados prometidos. Y el segundo es que no tiene ni idea de por qué sus
políticas no funcionan, ni de cualquier otra cosa relacionada con la política
económica. Pero antes de pasar a la economía, hablemos de uno de los
indicadores de la ineptitud de Trump: sus comentarios sobre la deuda federal.
Además de
exigir que la Reserva recorte los tipos de interés por debajo de cero, Trump
declaraba que “luego deberíamos empezar a refinanciar nuestra deuda”, porque
“Estados Unidos siempre debería pagar el tipo de interés más bajo”. Dejó a los
observadores estupefactos y preguntándose de qué estaba hablando.
Pero en
realidad, es bastante evidente. Trump cree que la deuda federal es como un
préstamo empresarial, que puedes saldar anticipadamente para aprovechar unos
tipos de interés más bajos. Está claro que desconoce que la deuda federal
consiste en realidad en bonos, que no se pueden pagar por adelantado (lo cual
es una de las razones por las que los tipos de interés sobre la deuda federal
son siempre más bajos que, pongamos por caso, los tipos sobre las hipotecas
inmobiliarias). Es decir, se imagina que las finanzas del Gobierno pueden
gestionarse como si Estados Unidos fuese un casino o un campo de golf, y nunca
se le ha ocurrido preguntarle a alguien del Tesoro si es así como funciona.
Pero
volviendo a la economía, ¿por qué le ha entrado el pánico a Trump? Después de
todo, aunque la economía se esté desacelerando, no estamos en una recesión, y
no está ni mucho menos claro que se vislumbre una en el horizonte. No hay nada
en los datos que justifique un estímulo monetario radical, un estímulo, por
cierto, que los republicanos, Trump incluido, desaprobaron durante la época de
Obama, cuando la economía realmente lo necesitaba. Es más, a pesar de las
afirmaciones de Trump de que la Reserva de algún modo ha hecho algo
descabellado, lo cierto es que la política monetaria ha sido más flexible de lo
que el propio equipo económico de Trump esperaba cuando realizó sus halagüeños
pronósticos. En el verano de 2018, las previsiones económicas de la Casa Blanca
vaticinaban que, este año, los tipos a tres meses alcanzarían una media del
2,7%, y ahora se sitúan en el 1,9%.
Pero aunque
no exista una urgencia económica, por lo visto Trump tiene la impresión de que
se enfrenta a una emergencia política. El presidente esperaba el año próximo
una economía boyante, y si como ahora parece probable, los resultados
económicos son, en el mejor de los casos, mediocres, tiene un problema serio.
Recordemos
que las dos políticas económicas más destacadas de Trump han sido su bajada de
impuestos en 2017 y la rápida escalada de su guerra comercial con China. Se
suponía que la primera de ellas nos llevaría a una década o más de crecimiento
económico rápido, mientras que la segunda resucitaría la producción industrial
estadounidense. Pero en realidad, el recorte fiscal dio pie, como mucho, a un par
de trimestres de crecimiento más elevado. Las enormes exenciones no han
disparado, como prometió, los salarios o la inversión empresarial; más bien se
han utilizado para recomprar acciones y pagar dividendos más altos.
Por otra
parte, la guerra comercial ha resultado ser un importante lastre para la
economía, más fuerte de lo que mucha gente, yo incluido, preveía. Hasta el
pasado otoño se esperaba en general que Trump trataría con China de la misma
manera en que lo ha hecho con México: hacer unos cuantos cambios,
principalmente cosméticos, en los acuerdos actuales, cantar victoria y pasar a
otra cosa. Sin embargo, una vez que quedó claro que iba muy en serio en cuanto
al enfrentamiento, la confianza empresarial empezó a caer y arrastró con ella a
la inversión. Y los electores se han dado cuenta: el índice de aprobación de
Trump en economía, aunque sigue siendo más alto que su aprobación en general,
ha empezado a empeorar. De ahí las frenéticas exigencias a la Reserva de que
vaya a por todas.
Pero aunque
Trump es consciente de que está en apuros, no hay signos de que entienda por
qué. No es la clase de persona que reconozca alguna vez, ni siquiera ante sí
mismo, que ha cometido errores; su instinto siempre es culpar a otro mientras
insiste en sus políticas fracasadas.
Incluso las
medidas que insinúan una ligera relajación política, como su anuncio de un
aplazamiento de dos semanas en la aplicación de algunos de los aranceles a
China, denotan un profundo desconocimiento del problema, que tiene tanto que ver
con sus caprichos como con los aranceles en sí. Sus bandazos en la política,
aunque impliquen el aplazamiento de los aranceles, no hacen más que aumentar la
incertidumbre sobre si hará o dejará de hacer algo, lo cual está llevando a las
empresas a aplazar las inversiones.
Entonces,
¿qué va a pasar a continuación? Trump podría cambiar de rumbo y hacer lo que la
mayoría de la gente esperaba hace un año, que es alcanzar un acuerdo con China
que más o menos restablezca el statu quo. Pero eso equivaldría de hecho a
admitir la derrota y, a estas alturas, no está claro que los chinos se fíen de
que vaya a cumplir ese acuerdo después del día de las elecciones. Lo cierto es
que, en lo que respecta a la política económica, Trump se ha metido él sólito
en un buen atolladero.
domingo, 18 de agosto de 2019
La violencia y el abuso contra las mujeres es el pan de cada día en
Latinoamérica que aún no soporta dejar el machismo soterrado que tanto dominó a
estas sociedades y que continúa cubriendo perversamente conductas que apenarían
a cualquier colectivo. El feminicidio endémico parece no parar y develamiento de
la poca voluntad de los gobiernos para tomar medidas de cambio dejan mucho que
desear como sociedad. Este artículo en una buena medida de lo que pasa, en este
caso con un movimiento que languidece en México. Espero mis lectores lo lean y
sobre todo que nos sirva para la reflexión. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE
Lucía Núñez
01 agosto 2019
Al concentrarse en la actuación de las redes sociales, las críticas al
MeToo mexicano pasaron por alto los errores y omisiones del gobierno y las
empresas. Es tiempo de hablar de sus responsabilidades, aunque la atención
mediática se haya disipado.
Entre el día
de hoy y finales de marzo, cuando estalló el MeToo mexicano en redes sociales,
pasó ya un buen número de meses que quizá puedan servir para evaluar, con menos
urgencia y emociones viscerales, las objeciones que entonces recibió el
movimiento. El MeToo mexicano, pensará la mayoría, parece haber desaparecido:
¿por qué seguir ocupándose de él cuando hace tiempo que no se ha posicionado,
ni siquiera unas horas, como trending topic? La respuesta es sencilla: conviene
mantenerlo en la conversación porque los problemas que señaló –la violencia
sexual de género, como la violación, el abuso y el acoso sexual– persisten, y
seguirán haciéndolo, en escuelas y oficinas, universidades e instituciones
públicas, hasta que todos los involucrados –es decir, la sociedad, y no solo la
víctima y su agresor– les pongan la atención debida y demuestren, con
soluciones y en los hechos, su compromiso por igualar las condiciones en las
que estudian y trabajan las mujeres y los hombres.
Volviendo a
finales de marzo, el MeToo fue criticado por muchas personas, entre ellas
expertas en el tema de género y algunas feministas. Dijeron que la denuncia
informal anónima no estuvo acompañada de una estrategia dirigida a generar una
respuesta o una transformación institucional que permitiera el acceso a la
justicia, la reparación del daño y la asunción de responsabilidad de los
señalados como agresores y de las mismas instituciones. En un principio, mi
postura concordaba con esa crítica, sin embargo, se fue matizando hasta la que
sostengo ahora: el MeToo en México fue una respuesta espontánea y desesperada a
la tolerancia no solo estatal sino también comunitaria de formas de violencia
sutiles y evidentes, pero que en su momento, como resultado de la solidaridad y
el acompañamiento entre mujeres, pudieron hacerse públicas.
El MeToo no
fue un movimiento planeado, más bien surgió de acciones un tanto
desorganizadas. En contra del objetivo judicial que la opinión pública quiso
imponer, muchos de los testimonios no buscaban iniciar un proceso jurídico,
porque las mujeres lo habían intentado antes y había resultado tortuoso e
infructífero o porque no querían someterse al revictimizante camino burocrático
de la (in)justicia. Bien sabemos que, por el solo hecho de contratar a un/a
abogado/a, cuyos honorarios no puede pagar la mayoría, acceder a la justicia es
principalmente, aunque no sea el único factor, una cuestión de clase.
De esta
manera, el MeToo cobra sentido: no fue estéril por no haber tenido la meta de
iniciar un procedimiento de denuncia formal; al contrario, fue valioso por
haber colocado en el debate público un tema del que aún no se habla lo
suficiente. Solo por poner un par de ejemplos: el problema se debatió
ampliamente en abril gracias a las redes sociales, pese a que el Código Penal
Federal sanciona el hostigamiento desde 1991 y a que el delito de acoso sexual
existe en la Ciudad de México desde 2002. Peor aún, después del movimiento
dentro y fuera de redes, el asunto volvió a dejarse de lado. Fuera de los
estallidos mediáticos, el acoso, el hostigamiento y las violencias sexuales en
general todavía se ocultan, y en no pocas ocasiones se normalizan, toleran o
minimizan con pactos patriarcales, que no solo involucran a los hombres sino también
a algunas mujeres. El silencio fomenta los abusos de poder cometidos por
las/los agresores. En este sentido, el MeToo fue un grito para que el daño se
reconozca como tal, no solo por quien lo cometió. El reconocimiento social es
el primer paso para la reparación, un reconocimiento que contenga el mensaje de
que el dolor causado es real y legítimo, y de que el daño cometido por la
persona agresora es reprochable y reprobado. Así, al trascender el marco de lo
jurídico y el mecanismo de la denuncia formal, el movimiento habilitó un medio
de control informal para presionar en contra de la normalización y el silencio.
Hay que
reconocer, además, que las redes sociales abren la posibilidad de la denuncia
anónima –lo que reduce el temor que sienten las víctimas a las represalias–,
así como su alcance como medio de información masiva, que en la actualidad está
transformando las dinámicas sociales y sus relaciones con los aparatos
jurídicos penales, las conductas antisociales y la misma concepción de
justicia.
2
Trascender lo
individual
El MeToo no
puede ser el único blanco de las críticas. Ante él, las instituciones públicas
y privadas no reaccionaron con responsabilidad. Debían haber ido –aún deben
hacerlo– más allá de las declaraciones vacías de condena al acoso y a la
violencia de género. Las instituciones no son y no deben comportarse como
simples espectadoras o testigos de la violencia, ni hacerlo solo cuando estalla
el reclamo de las mujeres. En especial, deben apartarse de aquella conveniente
visión que afirma que este tipo de violencia solo se ejerce entre individuos
aislados y, en cambio, entender que el acoso sexual no es un problema exclusivo
del acosador y la víctima. La violencia de género tiene una raíz estructural, y
las instituciones públicas y privadas juegan un papel muy importante en su
(re)producción y legitimación. Para abordar seriamente el problema en los
espacios educativos y laborales, es crucial recordar que esta es una forma de
discriminación por sexo, que sufren con más frecuencia las mujeres. La
discriminación está relacionada con la desigualdad: entre más grande sea la
segunda, más lo será la primera, y el acoso mantendrá su vigencia. Aunque el
MeToo haya pasado, las instituciones aún deben examinar las dinámicas y
relaciones de poder entre los sexos que su estructura organizacional promueve
al interior. Mandar a la agredida a litigar en el ámbito penal en contra de su
agresor no transforma las dinámicas de desigualdad de las empresas y las
instituciones.
En ese
sentido, la postura de los gobiernos federal y de la Ciudad de México, al
centrarse en la denuncia penal, reiteraron el tramposo mensaje de que la
violencia es un asunto que concierne a la víctima y el victimario. Fue el
mensaje de un gobierno que en realidad no comprende ni quiere atender el
problema. Las respuestas de otras instituciones, en específico, también fueron
limitadas. La Procuraduría de Justicia de la capital buscó a las organizadoras
del Foro MeToo, después de que ellas publicaran una carta abierta que solicitó
a varias autoridades tomar acciones (que les daba como fecha límite el 6 de
mayo). La presidenta de la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México
dijo que daría seguimiento puntual a las respuestas y acciones de las
autoridades enlistadas en la petición pública de ese foro.
3La legisladora Lorena Villavicencio dijo que
solicitaría a la Comisión de Justicia de la Cámara de Diputados la
comparecencia del fiscal general y de los fiscales sobre el seguimiento de las
denuncias.
4Nada de esto sucedió. Pero, aunque hubiera
sucedido, hay que considerar que muchas de las conductas denunciadas son
delitos de querella, y que la declaración de la legisladora reduce la
problemática al ámbito penal.
Por su parte,
el presidente de la república puso en evidencia, una vez más, su ya conocido
desinterés e incomprensión sobre las cuestiones de género al declarar que el
asunto debía ser atendido por el Instituto Nacional de las Mujeres, aislándolo
del foco nacional a un mero “tema de mujeres”. Esto además tuvo la esperada
consecuencia de la falta de asignación de tareas y responsabilidades a cada
secretaría de su gabinete, que deberían garantizar el principio de igualdad y
no discriminación y, por ende, la prevención, sanción y reparación de la
violencia de género dentro de ellas.
5
A su vez, el
Instituto Nacional de las Mujeres emitió un irreflexivo comunicado.
6A pesar de ser lainstitución encargada de la
transversalización de la política nacional de igualdad (es decir, de garantizar
que todas las instituciones de gobierno incorporen y hagan efectiva esa
política), también instaba a las denunciantes a formalizar procesos ante las
autoridades competentes para abrir investigaciones que resultaran en sanciones
y reparaciones del daño. Al hacerlo, trasladó la culpa de la impunidad a las
que prefirieron optar por el uso de las redes ante el ineficaz y tortuoso
procedimiento judicial. Este instituto actuó, entonces, como policía o fiscal,
no como organismo gubernamental para defender los derechos y el bienestar de
las mujeres. (¿Acaso las autoridades no deberían preguntarse por qué muchas no
denuncian formalmente?)
En tanto, la
Secretaría de Cultura federal lanzó un comunicado refrendando la política de
“cero tolerancia”.
7Me pregunto en qué se traduce tal frase,
tomada de los programas de represión neoliberal estadounidense, hermanados con
el Broken Windows de Rudolph Giuliani, que criminalizó la pobreza y se intentó
importar en el entonces Distrito Federal. La cantaleta de “tolerancia cero” es
una frase cargada de historia de represión y discriminaciones –Zero Tolerance
es también el nombre de la política de Trump contra los migrantes en nuestra
frontera norte–. En el caso de la violencia contra las mujeres, pierde todo
sentido y se transforma en un mensaje que se oye fuerte pero no activa nada en
concreto.
En el ámbito
federal como en el local, las secretarías del Trabajo, de Educación y de la
Función Pública, ni sus luces. Llama la atención la falta de acciones de la
Secretaría del Trabajo porque en esas fechas se discutió en la Cámara de
Diputados la aprobación del proyecto de reformas de la ley federal. La nueva
legislación es explícita: obliga a los patrones, en acuerdo con los
trabajadores, a contar con un protocolo de prevención y atención de la
discriminación por razones de género y a la atención de casos de violencia,
acoso u hostigamiento (art. 132, XXXI), lo cual será significativo en tanto que
sindicatos y autoridades del trabajo se encarguen de vigilar su formulación y
puesta en práctica.
8El papel de los sindicatos en este tema es
fundamental, pero en su momento también hicieron mutis.
Quienes
representan a las instituciones públicas y privadas deben tener conciencia
sobre la posibilidad de ser demandados por quienes hayan sufrido un evento de
acoso u hostigamiento, por la vía civil y laboral, o incluso de ser denunciados
en el ámbito penal
9por no cumplir con su obligación de
garantizar la no discriminación por sexo. No solo es posible demandar o
denunciar a quien agredió sino también a la empresa, dependiendo de las
circunstancias. Además, al no contar con los mecanismos o protocolos correspondientes,
muchas optaron por despedir al denunciado en redes sociales, sin un
procedimiento de investigación y sanción transparente, con lo cual siguen
evadiendo sus obligaciones en cuanto a la prevención y atención. Con ese giro
engañoso borran su responsabilidad, actuando de manera políticamente correcta,
pero sosteniendo, en el fondo, formas organizacionales que producen y perpetúan
la desigualdad de género y sus abusos de poder e injusticias.
Más allá del
derecho que tiene la persona denunciada en redes sociales para demandar al
patrón por despido injustificado, es relevante señalar que con frecuencia los
patrones buscan acuerdos oscuros sin las garantías mínimas. El mensaje resulta
contraproducente porque uno de los propósitos de la denuncia, ya sea formal o
informal, es que exista un reconocimiento del daño por parte del individuo que
lo comete, pero también de la sociedad. Con los acuerdos oscuros, quien comete
el daño no comprende ni asume su responsabilidad, la institución o la empresa
tampoco lo hacen y no se suscita un mensaje de repudio y sanción por parte de
la sociedad. Así, se refuerza la idea de que los conflictos no se solucionan
por medio de la justicia sino a través de relaciones de poder. Debo agregar que
la falta de condena social a la discriminación por sexo, la percepción de las
víctimas (muchos aún no consideran esto como una violación de sus derechos) y
la consecuente ausencia de mecanismos institucionales y garantías mínimas que
hagan viables y procesables los reclamos de discriminación –sin que ello
implique la pérdida del empleo– podrían contarse entre las explicaciones de que
las mujeres acudan poco al reclamo judicial.
Las empresas
privadas y dependencias oficiales deben hacerse responsables por sus ambientes
de discriminación. Las escuelas también deben establecer mecanismos para
prevenir el acoso y su encubrimiento. El gobierno, al no interpelar a estas
instituciones, permitió que las mujeres quedaran relegadas, de nuevo, al
litigio individual, que generalmente ocurre en la materia penal.
Las denuncias
del MeToo mexicano fueron una respuesta a una práctica que es mucho más
frecuente de lo que piensa la mayoría de las personas. Su proyección pudo haber
puesto en crisis a la autoridad, tanto del Estado como a los que toman decisiones
en empresas y organismos públicos y privados. Ahora que el movimiento en redes
parece haber terminado, todos estos actores harían bien en diseñar una
estrategia integral, que promueva cambios estructurales y ponga en el centro
las políticas de prevención y reparación, las cuales además estén encaminadas a
modificar las relaciones de poder en los diversos ámbitos, eliminando la
segregación por sexo, tanto horizontal como vertical.
De no hacerlo, otra edición del MeToo mexicano
volverá a sorprenderlos, y las mujeres volverán a señalarlos, con razón, como
responsables.