miércoles, 15 de agosto de 2018

NOVELAS REUNIDAS HEBE UHART

En el vasto universo de la literatura hay autores de suma importancia que no tienen la publicidad que amerita su obra, Uhart, es una escritora con mucho peso  en el marco de la literatura Argentina. Empieza a publicarse su obra completa, es una oportunidad para re-leerla o acercarse a su obra en el caso de no conocerla. Desde hace años las editoriales poco se preocupan por  establecer  vasos comunicantes en Hispanoamérica, convirtieron a cada país en ínsulas y no hay esa relación intensa que alguna vez se dio para bien de nuestros autores, recordemos el fenómeno del Boom.  Esperemos esta reseña aparecida en la revista Ñ de Argentina, contribuya a su conocimiento. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE
 Uhart, la intensidad nuestra de cada día
Narradora excéntrica y cronista formidable, la autora de "Animales" publica el primer volumen de su obra completa.

A esta altura es un lugar común decir que durante muchos años Hebe Uhart circuló en editoriales difíciles de encontrar, hasta que la edición de Relatos reunidos (2010) por Alfaguara en su colección de cuentos completos le dio un espaldarazo que ayudó a ganarle una difusión no sólo nacional sino también hispanoamericana.

Habría que matizar: su supuesto tercer libro, La gente de la casa rosa (1970) (aunque los dos anteriores se acercan a la invisibilidad), no sólo fue editado por Fabril (sello importante en ese momento) sino prologado por Haroldo Conti en un perceptivo texto: “Ni aclara, ni completa una realidad conocida. Revela o, mejor dicho, ella misma es una realidad única, distinta”.

Igualmente importante fue la edición masiva, para kioscos, de La luz de un nuevo día en la colección Capítulo Argentino que dirigía Susana Zanetti para el Centro Editor de América Latina. Quienes habían extrañado algunos textos en los Relatos reunidos, o los completistas, los encontraron en El gato tuvo la culpa (Blatt & Ríos, 2014), que agrupó los textos restantes.

Ahora el sello Adriana Hidalgo anuncia una obra completa a cargo de Julia Saltzmann, que al fin ordenará toda su producción. Lo hará en tres volúmenes, repartidos por géneros. El que aparece ahora, Novelas reunidas, agrupará por primera vez sus novelas. En total son seis: La elevación de Maruja (1974), Algunos recuerdos (1983), Camilo asciende (1987), Memorias de un pigmeo (1992), Mudanzas (1995) y Señorita (1999). Como “bonus track”, el volumen agrega el discurso de Hebe Uhart de aceptación del Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas 2017 de Chile. Los dos volúmenes siguientes agruparán todos sus cuentos y todas sus crónicas de viaje.

EL UNIVERSO PROPIO
Los cuentos han labrado el lugar de Hebe Uhart en una zona totalmente única (centrada en la mirada, la escucha y el lenguaje) de la literatura rioplatense y latinoamericana, comparable a la de Clarice Lispector o Juan Rulfo. Las novelas, en cambio, se ajustan más de cerca a lo que suelen tratar las novelas: la realidad social y familiar, lo urbano acotado, la historia personal. En ese sentido las dos más extensas –Camilo asciende y Mudanzas– circulan alrededor de grupos que se repiten y entornos pueblerinos semejantes. Una especie de apuntes para la tarea lo constituye Algunos recuerdos, divididos en esos dos lugares: Paso del Rey y Moreno (donde nacería Hebe Uhart).
Una especie de culminación lateral es Señorita, donde la autora deja de lado los alter egos infantiles o adolescentes y se zambulle con refulgente lucidez en develar la construcción de su propio yo, su proyección fuera del ambiente pueblerino y el nacimiento de uno de los núcleos alimentadores de su producción: los años en que fue maestra y directora de primaria, antes de pasar al estudio y enseñanza de la filosofía. Aparte están La elevación de Maruja y en particular Memorias de un pigmeo, salvaje, crispada de extrañeza.
En Algunos recuerdos aparecen algunos recursos después empleados. Por ejemplo la reacción de relativo fastidio ante la realidad con un automatismo de lenguaje. Aquí lo es “Y suma y sigue, y suma y sigue”. Tal vez sea herencia, traducción, del que emplea la madre, tocando el italiano, en Mudanzas: fastidiada por las exigencias de la etiqueta doméstica, se dice: “sacarse el delantal, ponerse el delantal, saludar, tome una copita de oporto, sí, no, se la ve más gorda, que no muchas gracias, tute, muse, muse musaie” (el subrayado es mío).

En el centro de ese universo familiar lo que más subyuga, inquieta y sacude a la niña que lo integra, que mira y oye y que escribirá, es su tía María, porque está loca. Tiene una actitud áspera, incomprensible para con el entorno de costumbres, se la pasa tirando baldes de agua a las paredes, sospecha de todos y establece categorías extrañas.

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Mudanzas
En Mudanzas, si hay una mujer que la cuida y se mueve en silencio despierta su mecanismo: “todo ese sigilo no hacía más que confirmar las teorías de María: ella era una ladrona hipócrita. María tenía clasificados a los brujos en diversas categorías: los había enemeros, valijeros, alcahuetes, bolseros, hurgadores o remeschadores, bragueteros, culo de fuentón y culo de balde”. Elige a los peores, los “dañinos a conciencia, brujos que hacían el mal por el solo placer de joder a los demás”. Pero los incluye sin excepción cuando desea: “Ojalá creparan todos”.

De hecho la palabra mudanza sintetiza muy bien no sólo el traslado de un lugar a otro para esta familia de transplantados inmigrantes, sino también los cambios o deseos de cambio de nivel, de importancia. El “ascenso” de Camilo en la novela homónima suena casi a metafísica. Pero es sencillamente social, económico. Es más: no resulta él el personaje principal. Todo el cuerpo familiar está en cambio constante. Algunos se van deteriorando, como el padre, que queda en la casa vieja. O la propia María, que entra y sale de internaciones según los llantos y promesas de cambiar, nunca cumplidas.

Lo importante es el modo en que Hebe Uhart la trata, sin caer nunca en los excesos representativos o violentos desencadenados a menudo por la demencia. Pero a la vez utilizando unos pollos que han terminado como satélites del desequilibrio, encerrados en una pieza, y que circulan con un aire castigado, casi de internados de un campo de concentración, con algo de dibujo animado, ya en Algunos recuerdos: “En el jardín había un grupo de pollos que estaba en el recreo, si es que eso era recreo; no estaban acostumbrados a caminar en superficies grandes y más que pollos, parecían camellos”.

En Mudanzas tienen un preanuncio cuando pasan del aire libre al gallinero, como parte del ascenso, del cambio de la familia: “Desde que los pollos quedaron para siempre en el gallinero, habían adquirido una marcha prudente y reflexiva, propia de un espacio menor”.

El desvío de la locura los condena finalmente a la pesadilla: “María había encerrado unos pollos en el cuartito. Los encerraba ahí para que no se hicieran callejeros, para que no se juntaran con nadie ni fueran presa de los brujos. (…) Ella, al nacer, los bañaba,la mitad se había muerto. (…) La madre insistió para que María los liberara, pero ella se negó firmemente: ese día no les tocaba salida”. Ya en Algunos recuerdos Luisa (la niña o adolescente hipnotizada por la tía) reconoce: “entonces se dio cuenta de que la locura no era hermosa ni libre, de que ella no era una persona para su tía María ni viceversa”.

La intensidad del afecto o el rencor puede ser interna: Luisa camina junto a Fernando, que tropieza con las líneas del asfalto después de jactarse de un tío ingenioso (a ella ni se le ocurre hablarle de María): “tuvo un sentimiento contradictorio; uno de desilusión, porque no era perfecto ya que tropezaba, y otro, más feroz y vengativo; se alegraba de que él tropezara; él tan rubio, tan lindo, tan protegido por un tío inteligente e ingenioso”.

Lo escrito sobre familias tiene que ver con la rama italiana. Aparece una y otra vez una actitud escéptica, irónica, hasta sarcástica. O el idioma, y la reacción automática. Cuando la madre se cansa de oír hablar a María de vestidos extraños, piensa: “Las rayas son rayas y las flores, flores. Te lo van a fabricar de medida, tute, muse, muse musaie”. Cuando alguien le pregunta por su hermano, le contesta con prudencia: “Allá está. Ni pelio ni mellio”.

Teresa, la tía civilizada, formateada, casada con Domingo, tiene su propio latiguillo: para marcar su nitidez, inicia o termina conceptos con la palabra “francamente”.

En Mudanzas Atilio soporta la presión “modernizadora” de Domingo en su negocio de comidas. Hasta que lo salva el deseo de su mujer de irse a Buenos Aires. En estos grupos las mujeres suelen ser más dinámicas, más profundas, los varones más movidos por superficies, o socavados por la tristeza o la deriva.

HISTORIAS LATERALES


Las dos novelas separadas de la saga familiar son menores. Muy breve (54 págs.), La elevación de Maruja narra su pedido de ayuda a un padrino, un viaje y residencia en París, y el regreso. Maruja es bastante áspera, exigente. Quiere bailar (de ahí “la elevación”). El padrino tiene ideas fijas que suelen llevarlo al despilfarro y las falsas seguridades.

Una vez Maruja estuvo casada, pero peleaban sin cesar. Como trabajo él revisaba los palos de la luz. Distraído por la discusión, lo hizo sin guantes protectores y perdió un brazo. Deja de ver a Maruja: “Dicen que se casó con otra mujer, que puso una pizzería y le va muy bien”.

Maruja hace pruebas para bailar ante Kalina Koumarova. Frustrada, se va a París. Allí asiste a una clase de metafísica de un cardenal, conoce a un poeta carpintero y otro armenio. Visita a Carlos, un antiguo conocido. Por fin regresa. Encuentra al padrino cuidado por unas primas, y se queda en la casa. Recuerda a una hijita muerta. De pronto aparece la narradora misma y comenta que Maruja ha cambiado: “Maruja se había vuelta reservada. Pero esa es otra historia”.

Memorias de un pigmeo es tan distinta, que parece de otra autora. La protagoniza Uto, un pigmeo de una tribu invadida, que trata de estudiar en la ciudad. Ella misma contó en un reportaje de Graciela Speranza: “surgió porque los pigmeos me habían interesado para hacer una nota y por lo tanto había recopilado información. Me interesaron esos seres tan chiquitos, fronterizos”. En el relato, sin embargo, esos rasgos no aparecen: de hecho tiene que hacer recordar que Uto es pigmeo más de una vez, para que el lector lo recuerde.

Señorita tiene un tono totalmente otro. En comparación resplandece, ilumina. Traza su camino biográfico con una lucidez vasca, de pedernal, y con una alegría comunicada de existir, de crecer. También incluye hacia el final su primera experiencia como maestra de primaria. Una directora “chiquita, reservada y respetada” le da un “grado difícil”. Descubre: “había aprendido la Historia de la Didáctica y los métodos deductivo e inductivo. Ahí no podía usar ninguno”.

Ha pasado de niña a adolescente. Se ha acercado lentamente al summun: la señorita. Después de ver cómo una publicidad define los diecinueve, los veintinueve, los treintainueve años de una mujer y su relación con la pasión, decide no casarse. Le cuentan cómo la amante de un sabio fue corrida a carterazos por la esposa, en un tren. Se identifica con “la otra”. Cuando un primo mayor la sorprende con las piernas hacia arriba sobre unos almohadones, corre a cambiarse. Vuelve convertida en otra y él comenta: “Es toda una señorita”.

De algún modo, en ese sentido, Hebe Uhart nunca dejó de serlo. En una reunión intelectual porteña de la juventud, un hombre mayor invita a los asistentes a dejarse leer la mano. No lo acepta, pero se siente grosera, reconoce “todos mis ascetismos anteriores como una forma de tosquedad o de inutilidad”. Está aprendiendo. Ve una pareja sentada en el suelo que se dicen, cariñosamente: “Estúpida”, “Pajarón”.

Sabe que se casarán y los comprende. Va a una fiesta de Navidad y le dicen: “¡Ah, qué bien crecidita está!”. Siente que la tratan como si fuera un chancho, un pato. Se lava con jabón de lavar la ropa y cree que podrá cumplir este proyecto: “En lo posible no hablaría con nadie, ni contaría nada, ni sería nadie”.

Pero habló, contó, fue alguien. Antes, al comienzo, también había planeado: “no me voy a casar, porque si me caso, me voy a tener que separar y es triste. Pero voy a tener muchos novios, a los diecinueve, a los veintinueve, a los treinta y nueve, y tal vez un poco más”.

También es contradictoria, taoísta, su relación con la docencia, con la sabiduría. Al fin se dedica a caminar “por la calle Florida, de gran aprendizaje”. Pero un poco antes, a poca distancia del final, los alumnos le dicen: “Vos no sos la maestra, sos como nosotros”. Ella les aclara: “–Soy la maestra, soy la maestra –decía yo”.

Las dos frases tienen razón, en este texto existencial y luminoso.

Elvio Gandolfo es autor, entre otras, de las novelas Mi mundo privado y Los lugares.

HEBE UHART​

Básico​

Moreno, Provincia de Buenos Aires, 1936.​

​Egresada de Filosofía y docente de oficio, Hebe Uhart empezó a publicar en 1962 y fue por décadas una escritora de escritores, gracias a títulos como La gente de la casa rosa (1970), El budín esponjoso (1977) y Guiando la hiedra (1997), que evidenciaron su singularísimo estilo. La aparición de Relatos reunidos (Alfaguara), premiado en la Feria del Libro de Buenos Aires en 2011, confirmó para públicos de distintas latitudes algo que Fogwill ya había destacado: sus cuentos están entre los mejores de la literatura argentina, junto con los de Silvina Ocampo y Sara Gallardo. Ha publicado novelas y varios libros de crónicas (Visto y oído y De aquí para allá, entre ellos), el género que prefiere últimamente. Desde 1982 dicta un taller de expresión ya legendario en su casa de Almagro. En 2017 Chile le concedió el Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas.








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