En el vasto universo de la literatura
hay autores de suma importancia que no tienen la publicidad que amerita su
obra, Uhart, es una escritora con mucho peso en el marco de la literatura Argentina.
Empieza a publicarse su obra completa, es una oportunidad para re-leerla o
acercarse a su obra en el caso de no conocerla. Desde hace años las editoriales
poco se preocupan por establecer vasos comunicantes en Hispanoamérica,
convirtieron a cada país en ínsulas y no hay esa relación intensa que alguna
vez se dio para bien de nuestros autores, recordemos el fenómeno del Boom. Esperemos esta reseña aparecida en la revista
Ñ de Argentina, contribuya a su conocimiento. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE
Uhart, la intensidad nuestra de cada día
Narradora excéntrica y cronista
formidable, la autora de "Animales" publica el primer volumen de su
obra completa.
A esta altura es un lugar común decir que durante muchos años
Hebe Uhart circuló en editoriales difíciles de encontrar, hasta que la edición
de Relatos reunidos (2010) por Alfaguara en su colección de cuentos completos
le dio un espaldarazo que ayudó a ganarle una difusión no sólo nacional sino
también hispanoamericana.
Habría que matizar: su supuesto tercer libro, La gente de la
casa rosa (1970) (aunque los dos anteriores se acercan a la invisibilidad), no
sólo fue editado por Fabril (sello importante en ese momento) sino prologado
por Haroldo Conti en un perceptivo texto: “Ni aclara, ni completa una realidad
conocida. Revela o, mejor dicho, ella misma es una realidad única, distinta”.
Igualmente importante fue la edición masiva, para kioscos, de
La luz de un nuevo día en la colección Capítulo Argentino que dirigía Susana
Zanetti para el Centro Editor de América Latina. Quienes habían extrañado algunos
textos en los Relatos reunidos, o los completistas, los encontraron en El gato
tuvo la culpa (Blatt & Ríos, 2014), que agrupó los textos restantes.
Ahora el sello Adriana Hidalgo anuncia una obra completa a
cargo de Julia Saltzmann, que al fin ordenará toda su producción. Lo hará en
tres volúmenes, repartidos por géneros. El que aparece ahora, Novelas reunidas,
agrupará por primera vez sus novelas. En total son seis: La elevación de Maruja
(1974), Algunos recuerdos (1983), Camilo asciende (1987), Memorias de un pigmeo
(1992), Mudanzas (1995) y Señorita (1999). Como “bonus track”, el volumen
agrega el discurso de Hebe Uhart de aceptación del Premio Iberoamericano de
Narrativa Manuel Rojas 2017 de Chile. Los dos volúmenes siguientes agruparán
todos sus cuentos y todas sus crónicas de viaje.
EL UNIVERSO PROPIO
Los cuentos han labrado el lugar de Hebe Uhart en una zona
totalmente única (centrada en la mirada, la escucha y el lenguaje) de la
literatura rioplatense y latinoamericana, comparable a la de Clarice Lispector
o Juan Rulfo. Las novelas, en cambio, se ajustan más de cerca a lo que suelen
tratar las novelas: la realidad social y familiar, lo urbano acotado, la
historia personal. En ese sentido las dos más extensas –Camilo asciende y
Mudanzas– circulan alrededor de grupos que se repiten y entornos pueblerinos
semejantes. Una especie de apuntes para la tarea lo constituye Algunos
recuerdos, divididos en esos dos lugares: Paso del Rey y Moreno (donde nacería
Hebe Uhart).
Una especie de culminación lateral es Señorita, donde la
autora deja de lado los alter egos infantiles o adolescentes y se zambulle con
refulgente lucidez en develar la construcción de su propio yo, su proyección
fuera del ambiente pueblerino y el nacimiento de uno de los núcleos
alimentadores de su producción: los años en que fue maestra y directora de
primaria, antes de pasar al estudio y enseñanza de la filosofía. Aparte están
La elevación de Maruja y en particular Memorias de un pigmeo, salvaje, crispada
de extrañeza.
En Algunos recuerdos aparecen algunos recursos después
empleados. Por ejemplo la reacción de relativo fastidio ante la realidad con un
automatismo de lenguaje. Aquí lo es “Y suma y sigue, y suma y sigue”. Tal vez
sea herencia, traducción, del que emplea la madre, tocando el italiano, en
Mudanzas: fastidiada por las exigencias de la etiqueta doméstica, se dice:
“sacarse el delantal, ponerse el delantal, saludar, tome una copita de oporto,
sí, no, se la ve más gorda, que no muchas gracias, tute, muse, muse musaie” (el
subrayado es mío).
En el centro de ese universo familiar lo que más subyuga,
inquieta y sacude a la niña que lo integra, que mira y oye y que escribirá, es
su tía María, porque está loca. Tiene una actitud áspera, incomprensible para
con el entorno de costumbres, se la pasa tirando baldes de agua a las paredes,
sospecha de todos y establece categorías extrañas.
Mirá también
Mudanzas
En Mudanzas, si hay una mujer que la cuida y se mueve en
silencio despierta su mecanismo: “todo ese sigilo no hacía más que confirmar
las teorías de María: ella era una ladrona hipócrita. María tenía clasificados
a los brujos en diversas categorías: los había enemeros, valijeros, alcahuetes,
bolseros, hurgadores o remeschadores, bragueteros, culo de fuentón y culo de
balde”. Elige a los peores, los “dañinos a conciencia, brujos que hacían el mal
por el solo placer de joder a los demás”. Pero los incluye sin excepción cuando
desea: “Ojalá creparan todos”.
De hecho la palabra mudanza sintetiza muy bien no sólo el
traslado de un lugar a otro para esta familia de transplantados inmigrantes,
sino también los cambios o deseos de cambio de nivel, de importancia. El
“ascenso” de Camilo en la novela homónima suena casi a metafísica. Pero es
sencillamente social, económico. Es más: no resulta él el personaje principal.
Todo el cuerpo familiar está en cambio constante. Algunos se van deteriorando,
como el padre, que queda en la casa vieja. O la propia María, que entra y sale
de internaciones según los llantos y promesas de cambiar, nunca cumplidas.
Lo importante es el modo en que Hebe Uhart la trata, sin caer
nunca en los excesos representativos o violentos desencadenados a menudo por la
demencia. Pero a la vez utilizando unos pollos que han terminado como satélites
del desequilibrio, encerrados en una pieza, y que circulan con un aire
castigado, casi de internados de un campo de concentración, con algo de dibujo
animado, ya en Algunos recuerdos: “En el jardín había un grupo de pollos que
estaba en el recreo, si es que eso era recreo; no estaban acostumbrados a
caminar en superficies grandes y más que pollos, parecían camellos”.
En Mudanzas tienen un preanuncio cuando pasan del aire libre
al gallinero, como parte del ascenso, del cambio de la familia: “Desde que los
pollos quedaron para siempre en el gallinero, habían adquirido una marcha
prudente y reflexiva, propia de un espacio menor”.
El desvío de la locura los condena finalmente a la pesadilla:
“María había encerrado unos pollos en el cuartito. Los encerraba ahí para que
no se hicieran callejeros, para que no se juntaran con nadie ni fueran presa de
los brujos. (…) Ella, al nacer, los bañaba,la mitad se había muerto. (…) La
madre insistió para que María los liberara, pero ella se negó firmemente: ese
día no les tocaba salida”. Ya en Algunos recuerdos Luisa (la niña o adolescente
hipnotizada por la tía) reconoce: “entonces se dio cuenta de que la locura no
era hermosa ni libre, de que ella no era una persona para su tía María ni
viceversa”.
La intensidad del afecto o el rencor puede ser interna: Luisa
camina junto a Fernando, que tropieza con las líneas del asfalto después de jactarse
de un tío ingenioso (a ella ni se le ocurre hablarle de María): “tuvo un
sentimiento contradictorio; uno de desilusión, porque no era perfecto ya que
tropezaba, y otro, más feroz y vengativo; se alegraba de que él tropezara; él
tan rubio, tan lindo, tan protegido por un tío inteligente e ingenioso”.
Lo escrito sobre familias tiene que ver con la rama italiana.
Aparece una y otra vez una actitud escéptica, irónica, hasta sarcástica. O el
idioma, y la reacción automática. Cuando la madre se cansa de oír hablar a
María de vestidos extraños, piensa: “Las rayas son rayas y las flores, flores.
Te lo van a fabricar de medida, tute, muse, muse musaie”. Cuando alguien le
pregunta por su hermano, le contesta con prudencia: “Allá está. Ni pelio ni
mellio”.
Teresa, la tía civilizada, formateada, casada con Domingo,
tiene su propio latiguillo: para marcar su nitidez, inicia o termina conceptos
con la palabra “francamente”.
En Mudanzas Atilio soporta la presión “modernizadora” de
Domingo en su negocio de comidas. Hasta que lo salva el deseo de su mujer de
irse a Buenos Aires. En estos grupos las mujeres suelen ser más dinámicas, más
profundas, los varones más movidos por superficies, o socavados por la tristeza
o la deriva.
HISTORIAS LATERALES
Las dos novelas separadas de la saga familiar son menores.
Muy breve (54 págs.), La elevación de Maruja narra su pedido de ayuda a un
padrino, un viaje y residencia en París, y el regreso. Maruja es bastante
áspera, exigente. Quiere bailar (de ahí “la elevación”). El padrino tiene ideas
fijas que suelen llevarlo al despilfarro y las falsas seguridades.
Una vez Maruja estuvo casada, pero peleaban sin cesar. Como
trabajo él revisaba los palos de la luz. Distraído por la discusión, lo hizo
sin guantes protectores y perdió un brazo. Deja de ver a Maruja: “Dicen que se
casó con otra mujer, que puso una pizzería y le va muy bien”.
Maruja hace pruebas para bailar ante Kalina Koumarova.
Frustrada, se va a París. Allí asiste a una clase de metafísica de un cardenal,
conoce a un poeta carpintero y otro armenio. Visita a Carlos, un antiguo
conocido. Por fin regresa. Encuentra al padrino cuidado por unas primas, y se
queda en la casa. Recuerda a una hijita muerta. De pronto aparece la narradora
misma y comenta que Maruja ha cambiado: “Maruja se había vuelta reservada. Pero
esa es otra historia”.
Memorias de un pigmeo es tan distinta, que parece de otra
autora. La protagoniza Uto, un pigmeo de una tribu invadida, que trata de
estudiar en la ciudad. Ella misma contó en un reportaje de Graciela Speranza:
“surgió porque los pigmeos me habían interesado para hacer una nota y por lo
tanto había recopilado información. Me interesaron esos seres tan chiquitos,
fronterizos”. En el relato, sin embargo, esos rasgos no aparecen: de hecho
tiene que hacer recordar que Uto es pigmeo más de una vez, para que el lector
lo recuerde.
Señorita tiene un tono totalmente otro. En comparación
resplandece, ilumina. Traza su camino biográfico con una lucidez vasca, de
pedernal, y con una alegría comunicada de existir, de crecer. También incluye
hacia el final su primera experiencia como maestra de primaria. Una directora
“chiquita, reservada y respetada” le da un “grado difícil”. Descubre: “había
aprendido la Historia de la Didáctica y los métodos deductivo e inductivo. Ahí
no podía usar ninguno”.
Ha pasado de niña a adolescente. Se ha acercado lentamente al
summun: la señorita. Después de ver cómo una publicidad define los diecinueve,
los veintinueve, los treintainueve años de una mujer y su relación con la pasión,
decide no casarse. Le cuentan cómo la amante de un sabio fue corrida a
carterazos por la esposa, en un tren. Se identifica con “la otra”. Cuando un
primo mayor la sorprende con las piernas hacia arriba sobre unos almohadones,
corre a cambiarse. Vuelve convertida en otra y él comenta: “Es toda una
señorita”.
De algún modo, en ese sentido, Hebe Uhart nunca dejó de
serlo. En una reunión intelectual porteña de la juventud, un hombre mayor
invita a los asistentes a dejarse leer la mano. No lo acepta, pero se siente
grosera, reconoce “todos mis ascetismos anteriores como una forma de tosquedad
o de inutilidad”. Está aprendiendo. Ve una pareja sentada en el suelo que se
dicen, cariñosamente: “Estúpida”, “Pajarón”.
Sabe que se casarán y los comprende. Va a una fiesta de
Navidad y le dicen: “¡Ah, qué bien crecidita está!”. Siente que la tratan como
si fuera un chancho, un pato. Se lava con jabón de lavar la ropa y cree que
podrá cumplir este proyecto: “En lo posible no hablaría con nadie, ni contaría
nada, ni sería nadie”.
Pero habló, contó, fue alguien. Antes, al comienzo, también
había planeado: “no me voy a casar, porque si me caso, me voy a tener que
separar y es triste. Pero voy a tener muchos novios, a los diecinueve, a los
veintinueve, a los treinta y nueve, y tal vez un poco más”.
También es contradictoria, taoísta, su relación con la
docencia, con la sabiduría. Al fin se dedica a caminar “por la calle Florida,
de gran aprendizaje”. Pero un poco antes, a poca distancia del final, los
alumnos le dicen: “Vos no sos la maestra, sos como nosotros”. Ella les aclara:
“–Soy la maestra, soy la maestra –decía yo”.
Las dos frases tienen razón, en este texto existencial y
luminoso.
Elvio Gandolfo es autor, entre otras, de las novelas Mi mundo
privado y Los lugares.
HEBE UHART
Básico
Moreno, Provincia de Buenos Aires, 1936.
Egresada de Filosofía y docente de oficio, Hebe Uhart empezó
a publicar en 1962 y fue por décadas una escritora de escritores, gracias a
títulos como La gente de la casa rosa (1970), El budín esponjoso (1977) y
Guiando la hiedra (1997), que evidenciaron su singularísimo estilo. La
aparición de Relatos reunidos (Alfaguara), premiado en la Feria del Libro de
Buenos Aires en 2011, confirmó para públicos de distintas latitudes algo que
Fogwill ya había destacado: sus cuentos están entre los mejores de la
literatura argentina, junto con los de Silvina Ocampo y Sara Gallardo. Ha
publicado novelas y varios libros de crónicas (Visto y oído y De aquí para
allá, entre ellos), el género que prefiere últimamente. Desde 1982 dicta un
taller de expresión ya legendario en su casa de Almagro. En 2017 Chile le
concedió el Premio Iberoamericano de Narrativa Manuel Rojas.
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