Hemos querido reproducir esta entrevista aparecida en el periódico "El tiempo" de Colombia, a propósito de la feria del libro por efectos del lanzamiento de su ultima novela " El libro de la envidia, de la mano de Carlos Restrepo.
SILVA REVIVE HIPÓTESIS DEL CRIMEN DE JOSÉ ASUNCION SILVA
CULTURA Y ENTRETENIMIENTO
SILVA REVIVE HIPÓTESIS DEL CRIMEN DE JOSÉ ASUNCION SILVA
Cinco libros escritos, cerca de siete años dándole vueltas en
la cabeza y la lectura de muchas obras de la Bogotá del siglo XIX fue lo que le
costó al escritor bogotano Ricardo Silva Romero darle vida a 'El libro de la
envidia', su nueva novela, que presenta en esta Feria del Libro de Bogotá. (Vea más información sobre la Feria del libro)
La obra bien pudo venirse cocinando desde la infancia de
Silva, cuando se obsesionó con una caricatura del ‘Loco Cacanegra’, dibujada
por pluma del famoso artista José María Espinosa en una pared del corredor de
su casa paterna. Luego averiguó que se trataba de un personaje de la segunda
mitad del siglo, que deambulaba por las calles santafereñas.
La novela comenzó a cobrar vida cuando el autor entendió que
‘Cacanegra’ era el preciso para articular otro tema que le intrigaba
sobremanera: el supuesto asesinato del poeta José Asunción Silva, de quien se
tiene por cierto que se suicidó en su casa de la Candelaria (hoy Casa de Poesía
Silva).
“Siempre veía aquella ilustración trágica y cómica del
‘Loco’, y era cuestión de tiempo y de justicia imaginarlo como una persona. El
poeta José Asunción Silva terminó de conmoverme por obra y gracia de El corazón
del poeta, la estupenda biografía que escribió Enrique Santos Molano, y que mi
papá, Eduardo Silva Sánchez, me recomendó en 1999. Un día, hace tres años, me
pareció increíble que no se me hubiera ocurrido antes que el ‘Loco’ fuera a la
Bogotá de 1896 a denunciar que Silva no se suicidó, sino que lo mataron”,
explica Silva.
¿Cómo fue la investigación para esta novela?
Fue el montaje de una amplia biblioteca sobre la Bogotá del
siglo XIX, cuyos libros fueron fundamentales durante la escritura y hasta me
acompañé de la música de 1800. Leí todo lo que hay sobre Silva: de sus
biógrafos mediocres a sus propias cartas. Luego releí por segunda vez El
corazón del poeta, para que no se me escapara en ningún momento el espíritu del
poeta y no se me perdiera de vista la hipótesis del asesinato.
Usted anota que se nos ha querido vender la imagen idealizada
del suicida por amor. ¿Por qué se inclina por los que sostienen que en realidad
el poeta fue asesinado?
Creo que se trata de un doble asesinato. Que lo mataron,
pusieron en escena el suicidio: el revólver en la mano, el libro trágico
abierto. Y después sus ‘biógrafos’, muy a propósito, lo pusieron en la historia
como ese poeta suicida, lánguido y romántico y pedante y endeudado hasta el
último día, que no fue, pero que suena mejor. ¿Por qué nadie –ni siquiera la
madre y la hermana de Silva, que dormían en los cuartos del lado– escuchó el
disparo en la madrugada de la silenciosísima Candelaria de 1896, donde apenas
se escuchaban las ominosas campanadas de las iglesias?
¿Por qué si todas las piezas del asesinato encajan en la
biografía de Santos Molano, el lector prefiere la hipótesis del suicidio?
Por lo mismo por lo que el lector prefiere quedarse, por
ejemplo, con la idea de que Colombia ha sido una sociedad democrática o con la
impresión de que la selección colombiana de fútbol de 1994 no estaba cercada
por la mafia: porque una sociedad varada en el principio –que sólo tenga tiempo
para sobrevivir– prefiere el mito a la historia. Además, el suicidio suena
romántico y poético, y lleno hastío, como cualquier bogotano. Algo más: los
crímenes sin resolver son la marca de estilo del país.
¿Es posible determinar quiénes podrían haber sido los
asesinos de Silva?
Podrían decirse los nombres de los asesinos: un grupo de
vergonzosos aristócratas bogotanos, dignos de hoy y de siempre, que
participaban en una operación de falsificación de billetes, y que, como buenos
conspiradores, decidieron matar a Silva y hacerlo pasar por suicida. Sin
embargo, teniendo en cuenta los 118 años que han pasado –“118 años de
encubrimiento”, habría titulado García Márquez–, la mejor manera de
denunciarlos es la ficción. Cuando Enrique empezó a leer El libro de la
envidia, y pasó por la escena del asesinato, me dijo: “Así fue”. Más adelante,
me dijo: “Sí, fueron esos”. Que, por respeto a sus familias, tienen los nombres
cambiados en la novela. Y en últimas ya son personajes de una ficción.
¿Son reales los personajes?
Hay personajes reales que necesariamente tuvieron que ser
imaginados y hay personajes imaginados que se parecen mucho –mucho– a los
reales. Aparecen, de la historia de la ciudad, José Asunción Silva, Julio
Flórez, Rafael Pombo, Oreste Síndici, y más. Del ‘Loco Cacanegra’ real sólo quedaba
su caricatura, y esta novela es entonces la invención de su vida. Y sin embargo
los personajes más presentes en el libro, aquella prostituta liberal, la
Virreyna, ese inspector conservador, Próspero Quijano, son creaciones
inspiradas en hombres y mujeres que caminaron esa Bogotá.
Hay un dejo de nostalgia del autor por esa Bogotá de
antaño...
Soy consciente de que viví fascinado por esa Bogotá y
enamorado de esos personajes mientras investigué y escribí y corregí esta
novela. Quizás la palabra sea nostalgia; sí, cierta tristeza por lo que está
tan lejos. Pues por esa Bogotá que hemos pisado todos, por ciertas calles de La
Candelaria que hemos recorrido (que pese a todo han sobrevivido al muy bogotano
empeño de tumbar y que no quede nada de la historia) pasaron Silva, Pombo,
Flórez, el ‘Loco’, la Virreyna.
A otro de los personajes, la Negra tarotista, le encantan los
versos de Candelario Obeso. ¿Es un tributo a uno de sus géneros literarios
consentidos: la poesía?
El libro de la envidia no sólo está lleno de poemas y de
poetas, sino que busca sonar, avanzar, y llegar a un verso final como un poema.
A fuerza de escribir versos, he querido que cuando esté escribiendo prosa,
desde columnas a novelas, esté también contando sílabas y descubriendo modos de
decir lo que estoy viendo, y hallando atajos inesperados a los misterios que no
se nos revelan. Sí, esta historia y estos personajes están unidos por las
palabras y sus sentidos y sus pequeños sonidos.
Sorprende ahora, con esta narración innovadora, que se funde
con la crónica. ¿Fue este uno de los retos que se planteó?
Yo no quería que sonara a fábula, aunque lo sea, sino a
crónica desde el lugar de los hechos. Por eso la historia está narrada en
presente y sucede el mismo día. Porque está ocurriendo ahora mismo, ya. Porque
estamos ahí: vemos las grietas, las ventanas abiertas, las tejas rojas y la
nueva edición de El Telegrama. Para eso me serví de decenas de relatos de esos
tiempos, de mapas, de periódicos, de directorios que encontré en los más
completos archivos de la ciudad.
A esto se une otra clave de la estructura del libro: todo
ocurre en un día, el 31 de agosto de 1896...
Pude comenzar a escribir apenas decidí que todo sucedería “el
31 de agosto de un año que no diré…”. Pensé en narrar tres días, pero noté que
con un día era suficiente, pues me empujaba a incorporar las vidas de los
personajes en el recorrido por Bogotá, e invitaba al lector a imaginar los días
siguientes. Parece que va a llover, novela que publiqué hace diez años, sucede
en doce horas en la Bogotá de comienzos de este siglo. Tenía claro que en un
día puede suceder todo.
¿Qué tan diferente es esa Bogotá de la novela a la de hoy?
Es evidente que Bogotá no creció, sino que se derramó, y pasó
de ser una mancha a ser un monstruo. Pero en el fondo sigue siendo la misma
ciudad, enemiga de quienes la habitan y amaestrada por una élite pequeñísima
que se atrinchera en el buen uso del lenguaje y en la importancia de los
apellidos. Me temo que, por cuenta de estos pocos dueños, Colombia ha estado habitada
por hijos ilegítimos, y Bogotá es la capital.
El padre de Silva se llamaba Ricardo. ¿Hay algún parentesco
suyo con esos Silva?
Silva no tuvo hijos, pero el apellido, según lo investigó mi
tío Guillermo, que murió el año pasado, al parecer viene del mismo lugar. No me
atrevería, sin embargo, a hablar de parentesco. Quizás era inevitable que me
sentara a escribir sobre Ricardo Silva. Sí fue extraño y gracioso, por decir lo
menos, hablar bien de un Ricardo Silva que fue un gran padre y un gran
articulista.
En algún momento de la trama, aparece Rafael Pombo, pero como
en contra de Silva...
Los Pombo fueron buenos amigos de los Silva. Hablar de Pombo,
creo, era inevitable. En efecto, Pombo envió un telegrama dolido a los hermanos
Cuervo cuando se enteró del suicidio –falso– de Silva, pero en la novela,
preocupado y sincero, simplemente quiere que dejen en paz a las dos
sobrevivientes del poeta y trata de convencer al ‘Loco’ de que no siga
revolviendo el avispero y se resigne a la versión oficial.
¿La idea de la envidia era una de sus reflexiones pendientes?
Sí. No he logrado resignarme a la mezquindad, a la
frustración que se va encontrando uno por el camino cuando se dedica a
escribir, a inventarse cualquier cosa en Colombia. No he podido encogerme de
hombros y decir: “Así es y punto”. Creo que la frustración, tan posible en
estas tierras, sucede día a día. La conjura de los mediocres conduce con
demasiada frecuencia a la envidia, a la sensación de que los logros ajenos nos
fueron robados, nos fueron arrebatados. Ruegue a Dios no ganarse nada ni
alcanzar algo semejante al éxito: pronto será linchado de alguna manera. No
obstante, no me resigno. Habrá menos envidia mientras haya más oportunidades,
mientras la educación de calidad, por ejemplo, llegue a más personas, y pienso
que es responsabilidad de todos animarnos a que sea eso lo que pase.
Sábado 3 de mayo, a las 5:30 p. m.
Ese día, Ricardo Silva R. estará firmando y hablando de su
libro con los visitantes al ‘stand’ de Alfaguara. Silva es autor, también, de
‘En orden de estatura’, ‘Autogol’, ‘Comedia romántica’ y ‘El libro de los
ojos’.
CARLOS RESTREPO
CULTURA Y ENTRETENIMIENTO
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