Es
difícil decir algo nuevo del Nobel Colombiano, pues a propósito de su muerte
una pléyade escritores e intelectuales se ha encargado de publicar notas de
excelente factura. Valdría la pena como lector, realizar un reconocimiento
inmenso, a quien nos ha brindado tan gratas horas de placer con una obra rica
en imágenes y de un encanto inagotable. Su convicción de que toda buena novela,
lo es en función de dos circunstancias simultáneas: ser una transposición
poética de la realidad y una suerte de adivinanza cifrada del mundo, se cumple
a cabalidad en su obra. Benedeti en un estudio, que poco se menciona, tal vez
por el infinito universo de los mismos, frente al mítico encumbramiento de lo
real maravilloso de su obra, recordaba en un paralelo con el mundo de Santa
Maria de Oneti y Yoknapatawpha de Fulkner, que “no obstante, de esos tres
puntos claves de la geografía literaria americana, tal vez sea Macondo el que
mejor se imbrica en un paisaje verosímil, en un alrededor de cosas poco menos
que tangibles, en un aire que huele inevitable-mente a realidad; no, por
supuesto, a la literal, fotográfica, sino a la realidad más honda, casi
abismal, que sirve para otorgar definitivo sentido a la primera y embustera
versión que suelen proponer las apariencias. “ No existe mejor historia de
Colombia, que la narrada por Gabo en “cien años de Soledad “. Allí esta
reflejada de forma sublime la violencia, los partidos políticos , la mitología
omnisciente del imaginario de la costa caribe, que no solamente identifica a un
pueblo entero sino que en contraposición a la simbólica representación de
nuestra realidad y en contraposición a los mundos de Yoknapatawpha y Santa
María, en Macondo, son prolongaciones, excrecen-cias, involuntarios anexos de
cada ser en particular. El paraguas o el reloj del coronel (en El coronel no
tiene quien le escriba), las bolas de billar robadas por Dámaso (en En este
pueblo no hay ladrones), la jaula de turpiales construida por Baltazar (en La
prodigiosa tarde de Baltazar), los pájaros muertos que asustan a la viuda
Rebeca (en Un día después del sábado), el clarinete de Pastor (en La mala
hora), la bailarina a cuerda (en La hojarasca), pueden ser obviamente tomados
como símbolos, pero son mucho más que eso: son instancias de vida, datos de la
conciencia, reproches o socorros dinámicos, casi siempre testigos implacables.”
La
obra de Gabo, que empieza a nacer 19 años antes de su nacimiento, exactamente
el 19 de octubre de 1908 en un pueblecito, llamado Barrancas, donde los abuelos
de Lisandro pacheco y nuestro Nobel, como José Arcadio y Prudencio Aguilar,
asumieron con un duelo a muerte, zanjar las diferencias suscitadas en la
gallera, empezando con ello a forjar entre realidad y mito el rompecabezas de
lo que seria la construcción literaria mas importante después del quijote en el
mundo Hispano.
Gracias,
es la única palabra que cabe frente a una obra que nunca acabaremos de leer y
la que despierta en el mundo un encantamiento sin límites.
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