Solo quiero que mis lectores lean
este excelente artículo tomado de la Revista Ñ del periodico" El
Clarin" de Buenos Aires.
CAROLINA KEVE
Filosofía. Un grupo de investigadores
cuestiona al pensador coreano que, por moda o curiosidad, es muy influyente en
el pensamiento local.
¿Por qué amamos tanto a Byung-Chul Han? Aunque suene trivial,
la pregunta parece repetirse como un apotegma cada vez que se encara la figura
de este pensador surcoreano, devenido en uno de los filósofos más leídos del
mundo contemporáneo. Tan solo un video con una entrevista en 2018 (en el sitio
de El País) tuvo más de medio millón de reproducciones en los dos primeros días
y fue el contenido más visto del sitio durante 30 horas.
Pero, ¿por qué? ¿Es acaso por esa sintaxis concreta que
amalgama conceptos en oraciones cortas y libros que no superan las 150 páginas?
¿Será esa sensibilidad para cifrar el pulso de una subjetividad posliberal
donde la política se diluye en una singularidad que todo lo trasciende, o como
él mismo describe en La expulsión de lo distinto, un régimen donde “el yo como
empresario de sí mismo se produce, se representa y se ofrece como mercancía”?.
La efectividad de la ecuación, sin embargo, también abre
algunas dudas y sospechas sobre las contradicciones que subyacen en la
superficie de sus afirmaciones y en esa arquitectura de la resignación que
parece quedar presa del absolutismo del presente. Tal es la premisa desde la
que parte ¿Por qué (no) leer a Byung-Chul Han? (UBU Ediciones), una compilación
que cuestiona al autor de Psicopolítica y La sociedad de la transparencia, que
se propone nada más y nada menos que deconstruir “la operación Han”: desde el
problema que para María Cristina Ruiz del Ferrier plantea el deseo por fijar en
una definición sobre el poder su imposibilidad ontológica, ahogando entonces la
productividad del concepto, hasta las trampas que de acuerdo a Luciana Espinosa
supone la idea de la melancolía como instancia para superar la desaparición de
la experiencia erótica frente a una mismidad omnipresente, o bien lo que Senda
Sferco, recuperando el término de Bauman, denomina como la “gramática líquida”,
es decir una narrativa que se ajusta a ese habitus postindustrial imposible se
ser objetivado en una identidad determinada.
¿Dónde queda el sujeto entonces? La pregunta, explicitada por
María Beatriz Greco, vuelve a sonar a lo largo del libro, casi obligadamente
frente a una conceptualización donde lo digital y lo semiológico asoman como
pliegues de un dispositivo sin fisuras, en el que el capitalismo se capilariza
borrando todo espacio de resistencia y donde la singularidad aparece anulando
toda posibilidad instituyente. Es de esta forma que, afirma Ana Paula
Penchaszadeh, se construye “una dialéctica cerrada, donde el diagnóstico
positivo es sentencia y no hay lugar para el ‘entre’, la paradoja, los
callejones sin salida”.
Desde este modo, se recupera la obra de Han con una mirada
compleja, que incluso bordea aquellas zonas más grises de su desarrollo teórico
como la lectura que hace de Carl Schmitt, pero cuyo valor sobre todo radica en
recordarnos no caer en la tentación de reducir la crítica a su narrativa
sencilla y eficacia (como suele pasar cuando la filosofía se apropia de otros
lenguajes, acaso cuántas veces Slavoj Žižek se ha tenido que enfrentar a estos
argumentos)… O, en otras palabras y retomando la astucia del título, la cosa no
pasa por pensar por qué leemos tanto a Han sino por qué no debemos leerlo. Es
en esa tensión tal vez donde está la estrategia para acercarnos a un
pensamiento cuya inquietud, pese a todos sus defectos, lo vuelven tan
pertinente como necesario.
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