Es preciso que mis lectores
lean este texto de Jorge Volpi sobre Sergio Pitol, es una apertura a su obra lúcida y vital, de suma importancia en hispanoamerica, Jorge descifra de alguna manera las claves creativas de este
gran escritor. Espero los inquiete, ha sido tomada de “ El Boomerang Literario”
del periódico “El país” de España, espero mis lectores se acerquen no solo a la obra de Sergio, sino al mundo ficcional crítico del mismo Jorge Volpi, su blog es un bocado de cardenal. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE
JORGE VOLPI
Martes, 5 de febrero de 2019
"Los caminos de la creación son imprecisos, están llenos
de pliegues, de espejismos, de demoras. Se requiere la paciencia de un ángel,
una buena dosis de abandono y, a la vez, una voluntad de acero para no sucumbir
a las trampas con que el inconsciente se encarga de obstaculizar al escritor su
camino."
Sergio
Pitol es, sin duda, una de esas figuras mayores que aparecen de vez en cuando,
casi milagrosamente, en la literatura mexicana. A través de los años, Pitol ha
sido capaz de sortear los innumerables obstáculos, internos y externos, que se
le presentan a un escritor hasta convertirse no sólo en el mayor sobreviviente
de su generación, sino en uno de los pocos narradores y ensayistas
indispensables de la literatura en el fin de siglo. Después de varios años de
permanecer como un "escritor secreto", en gran medida por su
alejamiento físico de México, pero asimismo por la distancia que su obra
marcaba respecto a la de sus contemporáneos, por fin ha obtenido algo mucho más
importante que el reconocimiento de la crítica: cientos, miles de lectores que
ahora forman una comunidad, una cofradía que se multiplica a diario, y para la
cual sus cuentos, novelas y ensayos no sólo son una inagotable fuente de
placer, sino un mapa del vasto universo de sus obsesiones, una guía por los
infinitos territorios del arte.
No es
casual, pues, que su obra mayor -o al menos aquella que mejor condensa sus
preocupaciones literarias y vitales- se titule justamente El arte de la fuga.
La cita de Bach no se limita a invocar los delicados mecanismos formales que
Pitol ha empleado en su trabajo, las cuidadosas filigranas contrapuntísticas de
sus novelas o la claridad armónica de sus ensayos, sino que también hace
ineluctable y burlona referencia a su particular modo de encarar la creación y
la vida literaria: a esa fuga que lo ha llevado a recorrer territorios
inexplorados, a alejarse de la modas y las manías, a explorar, por su cuenta,
los poblados abismos de la tradición literaria.
Es un lugar
común afirmar que el mejor homenaje que se le puede hacer a un escritor es la
lectura de sus libros; sin embargo, ello no invalida la justicia de la
afirmación. De ahí que, en estas páginas, vaya a hacer poco más que entresacar
algunos pasajes de El arte de la fuga -reflexiones, guiños, aforismos- y apenas
glosarlos o, más bien, variarlos, para relacionar el ars poetica que ahí se
encuentra con su propia obra. Pocos escritores como Pitol han sido tan
acuciosos lectores de la gran tradición universal que habita en la literatura
mexicana y nadie mejor que él mismo, pues, para servir como renovado Virgilio
para quien se precipita a estudiar -mejor: a comprender- la naturaleza de sus
libros.
Variación.
"Para conjurar los peligros que acehcan a la creación artística, un
escritor debe convertir los obstáculos en la materia de su propia escritura.
Sergio Pitol ha convertido los pliegues y abismos del arte en en su propio
sustento, en su propia materia, en su propia vida."
Tema II. "No concibo a un novelista que no utilice
elementos de su experiencia personal, una visión, un recuerdo proveniente de la
infancia o del pasado inmediato, un tono de voz capturado en alguna reunión, un
gesto furtivo vislumbrado al azar, para luego incorporarlo a uno o varios
personajes. El narrador hurga más y más en su vida a medida que su novela
avanza. No se trata de un ejercicio meramente autobiográfico; novelar a secas
la propia vida resulta, en la mayoría de los casos, una vulgaridad, una
carencia de imaginación. Se trata de otro asunto: un observar sin tregua los
propios reflejos para poder realizar una prótesis múltiple en el interior del
relato."
Desde su
primera publicación, "Victorio Ferri cuenta un cuento" (1958), Pitol
ha aplicado con rigor esta consigna. Por más que sea posible descubrir el
cúmulo de obsesiones que animan su escritura, su biografía permanece oculta,
entreverada en la trama, los escenarios o los personajes de sus libros. Su vida
ha devenido, pues, literatura: Pitol, como Borges, es ya un personaje que ha
podido incorporarse naturalmente a los territorios de la ficción. Sus primeros
cuentos, aquellos de Tiempo cercado, Infierno de todos y Los climas, delatan
referencias a su infancia en el ingenio de El Potrero o su adolescencia en
Córdoba, y se encuentran habitados por oscuros personajes, casi todos miembros
de familias decadentes y casi fantasmales, como los paradigmáticos Ferri, cuyos
contactos con la realidad podemos adivinar pero nunca comprobar, pero en
cualquier caso la literatura -y aquí, de modo particular, la influencia de
Faulkner- han transfigudo y enriquecido la realidad. Para Pitol -hombre
elegante y cortés donde los haya-, hubiese sido una vulgaridad la mera puesta
en escena de su existencia en estos paisajes veracruzanos: sus criaturas se han
convertido en seres indisociables del universo de la ficción. La excentricidad
y, sobre todo, aquellas zonas pantanosas que sólo se insinúan y nunca se
muestran, son procedimientos estictamente literarios que escapan al nivel
anecdótico y, por ello mismo, rozan el ambiente casi mítico en el que se
desarrollan estos primeros años de su escritura.
Variación.
"La vida privada de Sergio Pitol permanece oculta para la mayor parte de
sus lectores. Hay que agradecerle que así sea. En vez de eso, su literatura es
autobiográfica sólo en el sentido en que retrata y exacerba sus manías, sus
obsesiones y sus miedos, cediéndoselos por entero a sus personajes."
Tema III. "¡Viajar y escribir! Actividades ambas
marcadas por el azar; el viajero, el escritor, sólo tendrán certeza de la
partida. Ninguno de ellos sabrá a ciencia cierta lo que ocurrirá en el
trayecto, menos aún lo que le deparará el destino al regresar a su Ítaca
personal."
A partir de 1953, Pitol se convierte en la versión mexicana
del judío errante: pierde una ciudad tras otra: La Habana y Caracas; Nueva
York, Londres y Roma. Luego vienen los años de exotismo: Pekín, Varsovia,
Belgrado. Apenas se detiene, y su particular odisea continúa por Barcelona,
Bristol, de nuevo Varsovia, París, Estambul, Moscú y Praga, hasta que al fin
regresa a México en 1988.
Es el azar quien lo conduce y, como en el poema de Kavafis,
na hay duda de que su camino ha sido largo, rico en experiencias. Ese mismo
azar es el que habita su literatura: aquel que lo lleva de El tañido de una
flauta (1972) a Juegos florales (1982), sus dos primeras novelas. Aquí se
inicia el minucioso retrato de mexicanos en el extranjero que caracterizará
buena parte de la obra de Pitol: en la primera, es el periplo de un grupo de
artistas mexicanos, su entorno y sus conflictos amorosos, en el marco del
redescubrimiento de sus relaciones a partir de la visión de una película
japonesa -"El tañido de una flauta"-, que -¿por casualidad?- repite
la propia historia de los mexicanos; la segunda, por su parte, vuelve a colocar
a mexicanos entre Jalapa y Venecia, otra de las ciudades emblemáticas de Pitol,
para descubrir las sutiles tramas que componen el círculo social de Billie
Upward. De algún modo, Juegos florales culmina la primera etapa del viaje
pitoliano, una escala de aprovisionamiento y también, por qué no decirlo, una
isla que le servirá para dar un vuelco en su trayectoria, un giro tan azaroso
como su partida el cual llevar a cabo una interminable excursión por las
literaturas eslavas -y por los libros de Bajtín- y a encontrar una nueva piedra
de toque para sus próximos viajes: el humor.
Variación. El viaje y la literatura: caminos que son, por
encima de todas las consideraciones, un vehículo de conocimiento, de
exploración, de necesidad de satisfacer las dudas. Al regresar de Ítaca, como
al terminar de leer una novela o un ensayo de Pitol, uno ha dejado de ser quien
era antes, se ha llenado de experiencias ajenas, se ha convertido en
otro."
Tema IV. "Durante años utilicé los escenarios por donde
fui desfilando como un telón de fondo frente al cual mis personajes confrontan
con otros valores lo que son o, más bien, lo que imaginan ser. [...] El
exotismo de pacotilla que los rodea apenas cuenta; lo importante es el dilema
moral que se plantean, el juicio de valor que deben emitir una vez que se
encuentran desasidos de todos sus apoyos tradicionales, de sus hábitos, de las
coartadas con que durante años han pretendido adormecer su conciencia."
La manida y ya obsoleta disputa entre la literatura de corte
nacionalista y aquella que apuesta por los valores universales, tan típica de
la primera mitad del siglo en México, aunque sus resonancias lleguen hasta
nuestros días, carece de sustento en la obra de Pitol. Sus novelas de madurez
se desarrollan, casi sin excepciones, en medios que combinan el exotismo
europeo -Venecia, Estambul, Praga- con los escenarios locales -Jalapa, las
colonias Roma o Juárez-, sin que prime un valor estictamente realista para
ninguna de ellas. Aunque el eco de las acuciosas descripciones decimonónicas
pued ser advertid en toda la obra de Pitol -se trata de uno de los mejores
lectores del costumbrismo del siglo pasado-, su interés no radica en la captura
fotográfica de semejantes contextos, sino, en sus propias palabras, en su
reconvención en escenarios casi teatrales, en decorados que resaltan la soledad
-y el miedo, la estupidez o la vanidad- de sus protagonistas. En efecto, sólo
una gran construcción de fondo alcanzará el papel de personaje central en su
obra narrativa, el edificio de la Plaza Río de Janeiro que habitó el propio
Pitol y que se convertirá en el centro de la acción de su mejor novela, El
desfile del amor (1984).
Variación. "La literatura verdadera no es la que se
distingue por describir paisajes o rostros, sino aquella que, como la de Sergio
Pitol, plantea problemas, desarrolla conflictos, se burla de sí misma, de sus
personajes y, en última instancia, de sus lectores; en pocas palabras, aquella
que cuestiona y duda."
Tema V. "La tarea del escritor consiste en enriquecer la
tradición, aunque la venere un día y al siguiente se líe con ella a bofetadas.
De ambas maneras será consciente de su existencia. Por eso me han atraído y
preocupado los problemas de la forma, los recursos y posibilidades de los
géneros, su capacidad de transformación."
Según
revela el propio Pitol, El desfile del amor nació de la idea de escribir una
novela con trama policiaca. Si en sus anteriores trabajos narrativos había
estado cerca de las preocupaciones experimentales de su generación -y, en
especial, de sus modelos franceses y norteamericanos-, esta obra marca una
ruptura definitiva o, más bien, una apuesta personal que lo aleja notablemente
de sus contemporáneos e, incluso, de la solemnidad de algunos textos previos.
El desfile del amor es un hito en la novelística de Pitol y, de hecho, en la
literatura mexicana de la segunda mitad del siglo xx, tanto por su profunda
originalidad como por su lucha y posterior triunfo -y armonía- con la tradición
de la novela moderna.
La trama
policiaca -proveniente, en realidad, de Las almas muertas de Gogol- es apenas
un recurso casi teatral que le permitirá a Pitol organizar y estructurar la
novela y desnudar los conflictos que le interesan. Pero, a diferencia de sus
obras anteriores, en este caso el diálogo de Pitol con la tradición literaria
se lleva a cabo a través de la parodia del género, del pastiche y de la ironía.
Como El huerto de Juan Fernández, la pieza de Tirso en la cual se funda, El
desfile del amor es un gran baile de máscaras, un elusivo juego de corte casi
borgeano en el cual la realidad y la ficción se imbrican de tal modo que el
lector, al igual que los protagonistas, no puede sino danzar y recluar y
fascinarse en torno a un enigma siempre elusivo y, a la postre, insignificante.
Si ya en la
mayor parte de sus cuentos podía advertise un acertijo apenas insinuado por el
estilo y las disquisiciones de sus personajes, aquí Pitol ha sido capaz de
construir toda la novela como un laberinto, un círculo concéntrico en cuyo
centro, más que la solución al enigma, sólo se encuentra el vacío. No es casual
que Pitol haya elegido el edificio de la Plaza Río de Janeiro como metáfora de
la novela: en torno a un patio cercado -a la verdad oculta y hueca-, se
desarrollan cientos de historias e insinuaciones concéntricas, articuladas
entre las largas escalinatas y los diminutos departamentos que componen el
inmueble. Pitol parece sugerir que el único modo de lidiar con tradición
literaria -con la angustia de la influencia, en palabras de Bloom-, es
rodeándola, acercándose a ella pero nunca dejándose devorar, cercándola y
admirándola desde la distancia.
Variación.
"La literatura de Sergio Pitol encarna como nadie el intenso diálogo
mantenido con la tradición literaria -tanto universal como mexicana- que lo
precede. Sus novelas y ensayos son producto de intensos juegos con los géneros,
el resultado de la cuidadosa planeación formal y estructural que sólo puede
entenderse como prolongación y ruptura con sus lecturas."
Tema IV.
"Un novelista es alguien que oye voces a través de las voces. Se mete en
la cama y de pronto esas voces lo obligan a levantarse, a buscar una hoja de
papel y escribir tres o cuatro líneas, o tan sólo un par de adejtivos o el
nombre de una planta. Esas catracterísticas, y unas cuantas más, hacen que su
vida mantenga una notable semejanza con la de los dementes, lo que para nada lo
angustia; agradece, por el contrario, a las Musas, el haberle transmitido esas
voces sin las cuales se sentiría perdido. Con ellas va trazando el mapa de su
vida. Sabe que cuando ya no pueda hacerlo le llegará la muerte, no la
definitiva sino la muerte en vida, el silencio, la hibernación, la parálisis,
lo que es infinitamente peor."
A partir
del éxito de El desfile del amor, Pitol abandona cualquier estrechez dogmática
y se deja habitar por las voces de sus personajes. Como ocurría con sus
experiencias personales o con los escenarios exóticos de sus cuentos y novelas,
acaso tengan una vaga conexión con las producidas por seres de carne y hueso,
con conversaciones escuchadas o presentidas, pero lo cierto es que poco a poco
se convierten en piezas maestras del arte de la actuación. En Domar a la divina
garza (1988) y La vida conyugal (1991), este procedimiento es llevado a su
límite: son, ante todo, recopilaciones -no: reinvenciones- vocales. Pitol
regresa a su afición teatral y se permite utilizar las máscaras
alternativamente dolientes y risueñas -y en cualquier caso ridículas- de la
tragedia griega para inventar personas, es decir, estilos, giros, quiebres
vocales. Dante C. de la Estrella, Marietta Karapetiz o Jacqueline Cascorro
viven a través de sus tics y sus palabras, de la atroz condición humana que les
otorga su propio estilo y sus propios devaneos.
Variación.
"Sergio Pitol sigue atento a las voces de quienes lo rodean y, en
especial, a la suya propia, y ello lo convierte en el escritor más perseverante
de su generación, uno de los pocos que han conseguido triunfar sobre el
silencio y la muerte."
Tema VII.
"Todo escritor deberá desde el inicio ser fiel a sus posibilidades y
tratar de afinarlas; tener el mayor respeto al lenguaje, mantenerlo vivo,
renovarlos si es posible; no hacer concesiones a nadie, y menos al poder o a la
moda, y plantearse en su tarea los retos más audaces que le sea posible
concebir."
Estas
recomendaciones, extraídas de El arte de la fuga, constituyen la respuesta de
Pitol a las célebres meditaciones de Cyrill Connoly sobre la creación
artística. La obra maestra tiene de orfebrería, como demuestra el hecho de que
cada página de sus libros sólo puede
haber sido escrita por él. Lejos de influencias de ocasión, parapetado en sus
lecturas y sus sueños, Pitol se encuentra en el mejor momento de su carrera: ha
accedido a ese estado de gracia que le permite adivinar cada vez nuevas y más
deslumbrantes obras.
Proliferan las comparaciones entre la obra de Pitol y la de
otros escritores; sin embargo, el único paralelismo que yo encuentro justo es
el que podría emparentarlo con el último Verdi: en ambos, después de una
prolongada carrera, de experimentos y giros sorprendentes, de un conocimiento
cada vez mayor de los abismos de la naturaleza humana y de las sinuosidades de la
forma artística, surge esa ironía feroz que es, al mismo tiempo, compasiva y
trágica. No es casual que Falstaff, la última ópera verdiana, concluya
precisamente con una fuga: tutto nel mondo è burla. La misma fuga y la misma
risa que animan el ridículo y doloroso, despiadado y triste retrato de nuestra
cambiante humanidad dibjado en las novelas de Sergio Pitol.
Variación.
"Cada nuevo libro de Pitol ha logrado mantenerse fiel a sus principios y,
a la vez, ha conseguido plantearse nuevas metas, puertos cada vez más lejanos
en su trayecto literario, y en cada ocasión ha salido victorios de la aventura.
. Por eso hay que desearle a Pitol muchos más viajes de los que ya ha
emprendido, muchas más páginas, muchas más tribulaciones: que su errancia sea
aún más larga y más rica en experiencias -así sea en el interior de su
biblioteca en Xalapa-, y que sus naves continúen surcando los océanos hasta
perderse de vista."
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