Con motivo de la publicación de El mejor del mundo, de Juan
Tallón, invitamos al autor a participar en nuestra newsletter semanal para que
nos cuente las circunstancias en las que escribió su novela, así como también
algunas de las referencias que le sirvieron de inspiración en su proceso de
creación.
Era 2004 y acababa de comprarme un apartamento. Vivía solo y
la felicidad se volvía por momentos una exageración. Tal vez por eso, para
compensar tanta alegría, un día soñé que llegaba a casa después del trabajo y
al abrir la puerta me encontraba dentro a dos personas que no conocía de nada:
mi mujer y mi hija. Me trataban con tanta normalidad y afecto, resultaba tan
auténtica la escena que no podían no ser mi mujer y mi hija de verdad. El sueño
–mejor llamémosle pesadilla– era angustioso no porque de pronto tuviese una
familia, que también, sino porque no podía hacer nada por revolverme contra la
situación; simplemente, tenía que asumir el nuevo escenario, sin derecho a
preguntar quiénes eran, qué hacían en mi casa y por qué no desaparecían de mi
vista.
El sueño se reiteró a lo largo de varios años. De hecho, no
tenía ni que soñarlo: a veces estaba despierto y me ponía a pensar en aquel
panorama siniestro, en el que por la mañana salía de casa sin una relación de
pareja, y a la tarde, de regreso, estaba casado y tenía hijos. Muchos años
después, la vieja obsesión derivó en novela, aunque no en aquellos términos
exactos; pero parecidos. No hay desgracia que no pueda transformarse, con un
poco de paciencia, en material literario.
El 16 de julio de 2022 me compré una libreta roja, de las que
entran en un bolsillo, y en la primera hoja anoté:
«El protagonista es un empresario de éxito. Viaja mucho por trabajo. Un día, después de una de sus estancias en el extranjero, regresa a casa y empieza a advertir que todo ha cambiado, incluido él. No entiende nada y no puede hacer nada».
Todo estaba por hacer, pero esa anotación contenía algunos de los temas que la novela desarrollaría a lo largo de los meses: el sometimiento enfermizo a la ambición personal, la experiencia de la extrañeza, los cambios inesperados, la otredad, la pérdida de control sobre la propia vida, la identidad, la conflictividad familiar. Pocas semanas después de inaugurar la libreta, encontré el nombre del protagonista: Antonio Hitler Ferreiro. «Es un disparate», pensé. Pero no supe rehuirlo. Ni quise. El disparate desprendía tanta energía que en mi cabeza rozaba la genialidad. En ocasiones te enfrentas a ideas propias de las que te resulta imposible decir si son nefastas o buenas. A partir de cierto punto de la escritura, me pareció suicida la posibilidad de sustituir el nombre por otro. Antonio Hitler se volvió irremediable. Si me deshacía de él, tenía que tirar la novela, así que lo mantuve.
Después de dos libros muy corales, narrados desde múltiples puntos de vista, me propuse escribir al fin una novela «de personaje», centrada en alguien complejo, aborrecible, víctima de un pasado espantoso, zarandeado por la vida, y que cambia a lo largo del libro. No solo eso: me había apetecido siempre titular una novela con el nombre de su protagonista. Esta vez creí encontrar la oportunidad. Cuando finalizó el trabajo de libreta y comenzó el de escritura propiamente, el libro ya se titulaba Hitler. Completé el primer borrador, escrito entre mi casa y la cafetería de abajo, e inicié la reescritura, y siguió titulándose así. A la hora de darla a leer, mi editora y algunos amigos me advirtieron de un delicado problema. Si la titulaba Hitler, generaba una expectativa que no se satisfacía, y además ponía el foco sobre una cuestión que no era la primordial. Me costó entrar en razón. Mis ojos se habían «acostumbrado» a leer Hitler en la portada. Tras la última reescritura a conciencia, a lo largo de un mes de agosto, en una cafetería de Queens, en Nueva York, con el aire acondicionado más alto que he sufrido nunca, el viejo título cayó. Durante días se me ocurrieron los peores del mundo. Pero de pronto, encontré el que mejor capturaba la esencia del personaje sin nombrarlo.
Un día los diseñadores me hicieron llegar una serie de cubiertas, siempre minimalistas, con imágenes de cerrojos de distinto tipo. Esa mañana me encontraba en A Coruña, desayunando con la poeta y editora Dores Tembrás. No era eso todavía, pensé al ver las propuestas, pero estábamos cerca. Quizás no necesitábamos tanto un cerrojo como una manilla, en la que había más sutilezas e incógnitas. No estaba hablando en serio cuando dije que a lo mejor debería ir a una ferretería, a curiosear. «¡Vamos a Herrajes García!», propuso mi amiga. «Es la Tiffany’s de las ferreterías». No bromeaba. Supimos que la cubierta estaba en aquella tienda nada más entrar. Tal vez fue decisivo ir acompañado de una poeta. No tardamos ni cinco minutos en encontrar lo que necesitábamos. «Es esta. Esta es la cubierta de la novela», coincidimos al ver una manilla de Olivari, modelo Lotus SuperOro satinado. No era lujosa, pero sí distinguida, y nada bruta, pero sí firme; ni antigua ni hipercontemporánea: algo que jamás pasaría de moda.
En «Narrativas hispánicas» publicamos El mejor del mundo, la nueva novela de Juan Tallón tras la magnífica Obra maestra, a la que dedicamos esta newsletter. Una extraordinaria historia de realidades paralelas que aborda la experiencia de la extrañeza a través de un personaje contradictorio, implacable, violento y, a ratos, incluso tierno.
En «Nuevos cuadernos Anagrama» publicamos El tiempo que nos queda, un premonitorio ensayo con el que el historiador Patrick Boucheron reflexiona sobre el auge de la ultraderecha en Francia y los peligros que acechan a Europa: una tormenta lenta que no acaba de estallar.
Y continuamos con No pienses mira, la propuesta de la cronista de exposiciones y profesora de arte Mercè Ibarz sobre nuestra relación directa y personal con el arte y las exposiciones. Un ensayo exquisito, muestra de la inteligencia y sensibilidad de la autora, que mezcla memoria íntima, observación culta y análisis social, y que publicamos también en catalán bajo el título No pensis, mira.
A «Compactes» publiquem La llavor immortal, de Jordi Balló i Xavi Pérez, amb pròleg de Xavier Pla. Un assaig sobre cinema que ja ha esdevingut un clàssic, i que es pregunta fins a quin punt són originals els arguments cinematogràfics.
También publicamos en «La Bella Varsovia» el Premio Nacional de Poesía Joven Miguel Hernández 2020: Atlas, de Alba Cid, con traducción de la propia autora. Una cartografía sorpresiva y resistente, como la pintura sobre tela de araña o las cartas de navegación polinesias, que descubre una de las grandes voces de la poesía gallega actual.
Finalmente, lanzamos en formato audiolibro La hermana menor, el emocionante retrato de una de las figuras más exquisitas, talentosas y extrañas de la literatura argentina, Silvina Ocampo, de la mano de Mariana Enriquez y con la narración de Mara Brenner.
No hay comentarios:
Publicar un comentario