Cómo siempre certero, el periódico "El país" de España acierta a propósito de la última novela de Mario Vargas Llosa, de la mano de Jesús Ceberio. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE HUERTAS
El Nobel peruano vuelve a la gran novela con 'Tiempos recios', que narra
la conspiración de EE UU contra el Gobierno legítimo de Guatemala en 1954.
JESÚS CEBERIO
11 OCT 2019 - 17:09 COT
La violencia
es la materia prima con la que trabaja habitualmente Mario Vargas Llosa, sobre
todo en sus novelas de carácter histórico. En América Latina no le faltan
referentes, pero él mismo cree que Guatemala es tal vez el país que arrastra
una historia más violenta. Con un 70% de población indígena perpetuamente
marginada, una tradición militarista enraizada en la Capitanía General de la
época colonial y una minoría rapaz que monopoliza tierras y minas, es el
escenario en el que se desarrolla la última novela de Vargas Llosa: Tiempos
recios (Alfaguara). La historia discurre justamente en uno de los breves
periodos de su historia, a mediados del siglo pasado, en que un militar llegado
a la presidencia por elecciones libres intentó implantar una democracia moderna
que segó una insurrección orquestada por la CIA. Todo ello por inspiración de
la compañía United Fruit, a la que el presidente Jacobo Árbenz había expropiado
algunas tierras ociosas y pretendía que por primera vez pagara impuestos. Han
pasado 65 años, pero aquellos hechos parecen a veces un prólogo de nuestros
días.
MÁS
INFORMACIÓN
“Son cerca de
las seis —dijo el dominicano”
Piedad en
tiempos recios
PREGUNTA. ¿Qué
es lo que condujo sus pasos hasta Guatemala, que no deja de ser una especie de
córner geográfico de América?
RESPUESTA. Sí,
está como al margen, pero la suya es una de las historias más violentas de
América Latina, si no la más, y al mismo tiempo es un país muy bello. Vivió un
momento de gran lucimiento, que fue este periodo en que está situada la novela.
La reforma que intentó Árbenz le dio un gran protagonismo. Yo estaba en la
universidad, recuerdo que seguíamos día a día lo que ocurría en Guatemala,
porque había allí, yo creo que para muchos, un ejemplo de lo que se podía hacer
en el resto de América Latina, que se convirtió en una gran frustración cuando
se produjo la caída de Árbenz y luego el exilio.
P. ¿Es esta
novela una especie de justificación retrospectiva de su militancia
revolucionaria juvenil?
R. No, no.
Esta novela nace de una conversación que tengo hace unos tres años en República
Dominicana con un amigo, Tony Raful, que es periodista, historiador y poeta. Me
dijo: “Mario, tengo una historia para que la escribas”. Y yo dije: “¡Dios mío!
Las historias para que las escriba nunca las voy a escribir”. Y me habló de la
implicación de Trujillo, primero en la rebelión de Castillo Armas y luego en su
asesinato. Él mismo ha publicado un libro sumamente interesante, con documentos
que me abrieron una perspectiva nueva sobre esa intervención del “trujillismo”
en América Latina promovida por la CIA. Trujillo fue el instrumento que utilizó
la CIA para suministrar a Castillo Armas dinero, armas e incluso soldados. Esa
cercanía se rompe luego y se vuelven enemigos mortales, al parecer porque
Castillo Armas no cumple ninguna de las condiciones que Trujillo le había
puesto para ayudarlo por la desconfianza que le producía. Así como se llevaba
maravillosamente con Somoza, desconfiaba de Trujillo como si la impetuosa
personalidad de éste le fuera a recortar poderes si le daba demasiada entrada
en Guatemala. Se han publicado algunas cartas que el embajador enviaba al
presidente dominicano y en las que le cuenta que Castillo Armas habla mal de la
familia de Trujillo en sus borracheras. Esto volaba a Trujillo, lo volvía una
bestia feroz. Entonces él manda a su asesino favorito, que es Johnny Abbes
García, como agregado militar a Guatemala para que conspire. La noche del
asesinato, Abbes García escapa de Guatemala llevándose con él a la amante de
Castillo Armas. Eso es un hecho fehaciente que está publicado. ¿Cuál fue realmente
la implicación de Trujillo en el asesinato? ¿Lo mandó matar él? ¿Intervinieron
Abbes García y la amante de Castillo Armas? Todo eso son ahora especulaciones,
pero es uno de los temas que me fascinaron.
P. Precisamente
la autoría del atentado es un hecho que la novela no termina de despejar.
R. Claro, no
quiero contradecir la realidad de manera tan visible, entonces he dejado en una
cierta insolvencia lo que ocurre realmente la noche del asesinato.
P. Un
capítulo fascinante, sobre todo a la luz de la actualidad, es ese prólogo en el
que Edward L. Bernays, un prodigio de la propaganda al que el narrador califica
de “titiritero genial”, convence a la élite de Boston de que los intereses de
la United Fruit son los de Estados Unidos y que la recién inaugurada democracia
de Guatemala los pone en peligro por su dependencia del Kremlin.
R. Las fake
news tienen un éxito absoluto. Bernays, ese sobrino de Sigmund Freud que tiene
la idea de que la publicidad va a ser el principal instrumento de poder en el
siglo XX, se inventó que Guatemala se estaba convirtiendo en un satélite
soviético porque la URSS quería entrar en América Latina para apoderarse del
canal de Panamá. Es una fantasía delirante que contradice el proyecto de
Árbenz, que quería hacer de Guatemala un país moderno, una democracia
capitalista. Cuando reparte las tierras a medio millón de campesinos
guatemaltecos, busca la forma para que ellos fueran empresarios privados de
esas tierras, para que no fueran descapitalizados otra vez por los
latifundistas. Es una de las grandes injusticias históricas que este Gobierno
democrático elegido en elecciones libres fuera derrocado por una conspiración
que lo acusaba de comunista.
P. Bernays
explica en su reunión con los potentados de Boston que el amor desmedido del
Gobierno guatemalteco por la democracia supone un peligro para United Fruit. Y
añade: “Esto es bueno saberlo, pero no decirlo”.
R. Él tenía
muy estrechas relaciones con dueños de periódicos, de radios, de televisiones,
y las aprovechó para llevar periodistas a Guatemala, un país realmente
desconocido. Lleva a periodistas liberales de The New York Times, The
Washington Post, Time Magazine, y les da dosieres, y les presenta a la gente
adecuada. Así va surgiendo esta mistificación de que Guatemala es ya un
satélite soviético. Cuando no había ni un solo ciudadano soviético porque la Constitución,
que la dieron Árbenz y Arévalo, prohibía relaciones diplomáticas de Guatemala
con países comunistas. Entonces, de pronto, Árbenz encuentra que le montan una
revolución con su propio Ejército, con las reformas con las que él quería
imitar y acercarse a Estados Unidos. Debió ser trágico para él.
P. El
titiritero había conseguido su propósito.
R. Sí, claro,
era un publicista. Yo he leído solo el libro Propaganda, que escribió el año
28, que sostiene la tesis, profundamente antidemocrática, de que la publicidad
va a prevalecer sobre la verdad.
P. Visto lo
visto, acertó entonces y puede acertar hoy
R. Es muy
difícil hoy saber cuál es la verdad, precisamente por esa revolución audiovisual
que en muchos sentidos ha democratizado la información, porque todos somos
informantes, pero al mismo tiempo la abundancia crea confusión. No es fácil
orientarse entre verdades y mentiras. Pero la democracia, que permite la
diversidad periodística, está mejor defendida contra las fake news que una
dictadura, donde solo hay una voz, que es la voz del gobernante.
P. ¿Hasta qué
punto está superabundancia de información impide que el ciudadano discrimine
entre verdades y mentiras?
R. Eso es
cierto en los detalles, pero no en las grandes opciones. Creo que todo el mundo
tiene clarísimo que, con el Brexit, Inglaterra ha caído en un populismo
lamentable, en un nacionalismo antihistórico…
P. Pero la
mayoría de los británicos votó a favor del Brexit.
R. Para gran
sorpresa mía, que pensaba que la democracia británica estaba vacunada contra el
populismo, pero me equivoqué.
P. ¿Cómo
convive la democracia con la mentira sistemática?
R. La mentira
está siempre ahí, pero en las sociedades libres se puede combatir mejor gracias
a la diversidad. Hay periódicos más respetables que otros, porque son más
prudentes a la hora de difundir fake news. En una dictadura uno está
completamente perdido, no hay sino una única voz que nos incomunica con el resto
del mundo, aunque gracias a la revolución tecnológica esto es cada vez más
difícil. ¿Qué significa eso en última instancia? ¿Que tenemos muchos problemas?
Siempre los hemos tenido. Pero el problema mayor que tuvo la democracia fue el
comunismo, que sedujo a millones de jóvenes con la idea de un paraíso en esta
tierra. Esto ha desaparecido, el comunismo desapareció, ya no existe. ¿O
alguien puede creer que Corea del Norte, o Venezuela, o Cuba puedan ser modelos
para el Tercer Mundo?
P. ¿Y China?
R. China es
un país capitalista, autoritario. Necesita la libertad, la libre competencia,
la libre investigación. Sin eso es muy difícil que siga prosperando. Claro,
China ha arrancado de muy abajo, y hasta ahora consigue mantener el desarrollo
con un régimen autoritario, severo, centralista. Pero va a llegar un momento en
que esa burguesía, esas nuevas clases medias, van a exigir más libertad. Eso
está ocurriendo en Hong Kong hoy en día. Vamos a ver qué pasa el día de mañana
cuando China llegue a ese estado en el que va a tener que elegir entre más
libertad o más desarrollo.
P. Usted se
proclama un liberal optimista que hace suya la frase de Popper de que nunca la
humanidad vivió mejor…
R. Sí, todo
anda mal, pero nunca hemos estado mejor. Es una frase que pronunció [en 1991]
en un homenaje que le dio la Universidad Menéndez Pelayo.
P. De
entonces acá han ocurrido algunas cosas: los atentados de las Torres Gemelas,
esa guerra interminable en Afganistán, la invasión de Irak, la catástrofe de
Siria y una crisis económica que se ha traducido en un crecimiento intolerable
de la pobreza y la desigualdad.
R. Ahora las
cosas ocurren en un plano internacional y esto hace que todo parezca más
dramático. Es verdad, uno de los grandes problemas de nuestra época es el terrorismo.
Sin embargo, está activado por grupúsculos de fanáticos que no constituyen una
amenaza real contra el desarrollo de la humanidad.
P. Pero
tienen un efecto nefasto en la vida política.
R. Sí, están
empujando a muchos sectores democráticos hacia el autoritarismo. En nombre de
la autodefensa se destruyen grandes valores de la democracia. Por supuesto, es
uno de los peligros. Pero más grave que el terrorismo islámico es el rebrote
del nacionalismo, eso que creíamos extinguido en Europa, sobre todo después de
las catástrofes de las guerras mundiales. Es el llamado de la tribu, la idea de
que en el pasado existió una sociedad homogénea donde todos se entendían, que
es una falacia, jamás existió eso. La paranoia que hay hoy día contra el
inmigrante es una manifestación de racismo. Y eso que antes estaba mal visto,
ahora ha dejado de estarlo. Los políticos incluso pueden hablar contra la
inmigración de esa manera racista prejuiciosa. Es un problema muy serio de la
democracia.
P. Hasta el
punto de que historiadores y politólogos rastrean paralelismos entre este
tiempo y los años treinta del siglo pasado.
R. Sin duda
hay coincidencias. Pero al mismo tiempo existe la experiencia, y esa
experiencia hace que, a pesar de las barbaridades que dice Trump, EE UU no esté
dando pasos irresponsables todavía. También China o Rusia son muy prudentes a
la hora de pasar a los hechos.
P. Uno de los
elementos menos tranquilizadores es el crecimiento de la desigualdad económica,
la concentración extrema de la riqueza, en un momento en que la nueva directora
general del FMI anticipa más tiempos recios…
R. Hay
sectores nacionalistas que en una situación así querrían encerrarse más porque
creen que así se protegen. La globalización es una realidad inatajable, a no
ser que un país se condene al anacronismo absoluto. Eso puede hacerlo un
pequeño país como Bután, que ha decidido vivir en la Edad Media, pero no puede
hacerlo el resto del mundo. La prosperidad exige ir disolviendo las fronteras.
Pero no hay que ser pesimista. Nunca hemos sabido de una manera tan evidente
que la historia no está escrita, que nosotros hacemos la historia. ¿Quién iba a
imaginar que el comunismo iba a desaparecer? ¿Quién iba a imaginar que gente
como Boris Johnson o Trump subirían al poder? Al mismo tiempo que han ocurrido
esas cosas, nunca ha habido en la historia tantos países con Gobiernos
democráticos en América Latina. Democracias imperfectas, muy corrompidas, sin
ninguna duda, pero eso es preferible a las dictaduras militares que teníamos de
un confín a otro.
P. En cambio,
en Europa, algunos países excomunistas practican hoy eso que ha dado en
llamarse democracia iliberal.
R. Hungría,
Polonia… Uno pensaría que la ocupación soviética despertó en ellos un apetito
de libertad, pero han evolucionado hacia un nacionalismo extremo que practica
una política antiinmigración claramente racista. Es un gran problema. Pero
Europa, que es probablemente el más ambicioso de los proyectos en Occidente
para integrar a países de lenguas distintas, de creencias distintas, de
costumbres distintas en una unidad económica y social, y mañana política, va a
prevalecer. Es la buena dirección de la historia.
P. Volviendo
a la novela, Tiempos recios enlaza directamente con La Fiesta del Chivo, pero
aparecen también muchas huellas de Conversación en La Catedral. En general, sus
novelas de base histórica tienen un material básico que es la violencia
política, que a menudo se traslada con brutalidad al ámbito privado. ¿Es la
violencia la materia prima con la que trabaja?
R. Sin duda,
y probablemente es así porque nací en Perú, un país que ha estado marcado por
las dictaduras. Comencé a pensar en un país que vivía bajo la dictadura de
Odría, ocho años siniestros que pusieron a Perú fuera del mundo. La vida
política estaba prohibida, la política era una mala palabra, no había libertad
de partidos, había una censura estrictísima. Sabíamos que la prensa nos mentía,
que la radio nos mentía, no había televisión, que las verdades había que
escudriñarlas en el fondo de las noticias que circulaban. La represión era
sistemática. Fui a la Universidad pública de San Marcos, que era uno de los
pocos centros de resistencia. Pertenezco a una generación que vivió esta
violencia. Quizás eso hizo que tuviera tanto rechazo a ese aspecto tan
compartido en América Latina, el de las dictaduras militares. Ahora han
desaparecido, hay dictaduras ideológicas. En Cuba, Venezuela, Nicaragua. Pero
en el resto hay Gobiernos elegidos, democráticos, más bien corruptos, sí. Creo
que la corrupción es uno de los grandes problemas en América Latina.
P. Uno de los
personajes de la novela concluye después del derrocamiento de Árbenz que
Guatemala retrocede a toda carrera hacia la tribu. Y se pregunta: “¿Se
restablecerá pronto la esclavitud?”. “¿Era esto lo que quería EE UU, una
dictadura al servicio de latifundistas codiciosos y racistas?”
R. Eso crea
en América Latina un enorme desencanto con la democracia, y hace que los
jóvenes de varias generaciones se embarquen en aventuras guerrilleras imitando
a Cuba, pensando que la revolución comunista era lo único que podía salvar al
continente. Y eso atrasa 50 años la evolución de América Latina. La fascinación
por el modelo cubano arranca en cierta forma en Guatemala.
P. ¿Cree que
el golpe contra Árbenz transformó a Fidel Castro?
R. Si se lee
su famoso alegato de cuando lo juzgan por el asalto al Cuartel Moncada, La
historia me absolverá, es un discurso socialdemócrata, no es comunista, ni
siquiera socialista. La radicalización de Castro, que lo va empujando hacia el
comunismo, viene en gran parte por lo ocurrido en Guatemala. El Che Guevara
estaba allí. Trata de ir a las famosas milicias populares, que nunca
existieron, y entonces termina asilándose en la Embajada de Argentina porque lo
mataban. Pero el Che sale convencido de allí, y eso es algo decisivo en su
influencia sobre Castro, que si una revolución quiere triunfar en América
Latina, primero tiene que acabar con el Ejército, que el Ejército es una fuerza
hostil a la revolución. Y segundo, tiene que buscar el apoyo, el amparo, de la
Unión Soviética si quiere resistir operaciones como la que liquidó a Árbenz. El
contexto de la Guerra Fría es muy importante para explicar la mistificación
extraordinaria que hubo en EE UU, tanto en el Gobierno como en la prensa
respecto a Árbenz. No hubiera ocurrido con Kennedy. Tampoco su predecesor,
Truman, quiso involucrarse en una acción armada en Guatemala. Eisenhower,
Nixon, los Dulles son los que compran la historia inventada por ese aventurero
prodigioso que es Bernays al servicio de una compañía frutera. Las mentiras se
convierten en verdades y Estados Unidos apoya la insurrección contra un
Gobierno democrático.
“Los países
que van bien producen una literatura pobre. Los novelistas suizos buscan,
desesperados, catástrofes
P. La CIA ya
lo había ensayado con éxito un año antes en Irán con Mossadegh tras la
nacionalización de British Petroleum.
R. Ellos
estaban muy envalentonados por el éxito que habían tenido en Irán y la CIA
aplicó el mismo modelo a Guatemala. Lo que es muy interesante es que todo eso
está denunciado por ensayistas e historiadores norteamericanos, que son los que
han escrito las mejores cosas sobre Árbenz. La documentación de la época que ha
liberalizado el Departamento de Estado presenta un espectáculo bochornoso de la
conducta de la CIA durante esos años.
P. Tiempos
recios es una obra en la que el malo más malo es realmente el protagonista de
la novela.
R. Los malos
tienen un atractivo especial para los novelistas. Si se eliminara a los malos
se eliminaría media literatura europea y media literatura universal
probablemente. Los malos son mucho más interesantes para la literatura que los
buenos. Los países que van bien, que progresan, donde hay más justicia social,
producen una literatura pobrísima. Los novelistas suizos andan desesperados
buscando catástrofes.
P. El diálogo
último del narrador con Miss Guatemala en Virginia, 60 años después, parece la
búsqueda de un final feliz, o cuando menos amable, a una historia por lo demás
terrible.
R. Quería
involucrar al narrador más directamente y contradecir de alguna manera el
pesimismo que puede arrastrar esta historia, poner una nota que tuviera más
color, que acercara un poco más a este mundo, muy distinto del de aquella
época. No sé por qué lo escribí, pero desde un primer momento tuve la idea de que
debería haber un epílogo. Así como había un antes, que era la historia del
publicista y el dueño de la United Fruit, que hubiera un después, menos
pesimista que el resto de la novela. Al final, no sé por qué, pero la novela la
concebí así desde un principio.
P. Y es el
personaje más querido por el narrador a lo largo de la novela.
R. Sin
ninguna duda. El personaje de Marta Borrero es muy misterioso. Jugó un papel
muy importante, pero nunca se sabe con certeza cuál fue. Hasta qué punto llegó
a ser tan influyente como se creía, y como se cree todavía, no lo sabe nadie y
nunca se sabrá probablemente. Es un misterio que queda en la historia y
estimula mucho la imaginación de los novelistas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario