Vacaciones en Mar del
Plata. Borges, de blanco, con amigos. En el centro Silvina Ocampo, Y Adolfo
Bioy Casares en el otro extremo.
Este artículo publicado
en 2014 deja ver la suerte de ciertas bibliotecas memorables, la humanidad ha
visto desaparecer grandes bibliotecas, por los destinos contrariados a que nos somete el azar o las decisiones inexplicables de algún
militar triunfante. La de Borges y de Bioy Casares, paradójicamente en manos de
dos mujeres, cuya suerte al lado de estos dos grandes de las letras
universales, no contaba con tan magna responsabilidad, devela lo raro de ciertos
hechos. Por fortuna, ahora están bien resguardadas, para bien de las letras. En
todo caso este artículo tomado de “La Revista Ñ” de Clarín es de una factura rmpecable
que espero mis lectores disfruten. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE
Raquel Garzón
A 100 años del nacimiento del
escritor, gran parte de su legado quedó en manos de la madre de su hijo
extramatrimonial.
“Siempre pensé que las bombas de tiempo debieran llamarse
testamentos”, escribió Adolfo Bioy Casares, Premio Cervantes 1990, al recordar
las esquirlas que dejó la herencia de su abuela. Pero la frase, recogida en
Descanso de caminantes, una edición de sus diarios íntimos publicada en forma
póstuma, resume como ninguna lo que pasó cuando apareció su propio testamento,
pocos días después de su muerte, el 8 de marzo de 1999.
En él, Bioy dejaba el 20 por ciento de sus bienes (que
incluían un departamento en Cagnes-sur-Mer, Francia, donde el autor de La
invención de Morel amaba pasar el verano), a Lidia Ramona Benítez, su
enfermera.
El 80 por ciento restante debía dividirse en dos mitades: una
para su hijo, Fabián Bioy Demaría, y la otra, entre sus tres nietos, hijos de
Marta Bioy Ocampo. Una seguidilla inconcebible de muertes –la de la escritora
Silvina Ocampo, su mujer, en 1993, luego de años con Alzheimer; la de su hija
Marta, víctima en 1994 de un accidente de tráfico ridículo y fatal; la del
mismo Bioy Casares en 1999 y finalmente, la de su hijo Fabián, en 2006, a los
42 años de edad– encadenó varios juicios sucesorios con un resultado
insospechado.
La carambola del destino quiso que los derechos de autor de
dos de los escritores más espléndidos de la literatura argentina del siglo XX y
gran parte del patrimonio en juego –valuado provisoriamente en 2007, con un
dólar a $3,15, en poco más de 8,5 millones de pesos, según surge del expediente
judicial, que consultamos– estén desde el pasado marzo en manos de la madre de
Fabián, una de las amantes de Bioy, seductor tan aplicado como admitido.
Al conmemorarse mañana el centenario de su nacimiento,
detenerse en los detalles nunca revelados de este folletín judicial de casi 15
años y más de 4.000 fojas es indagar no sólo en las reediciones y futuros
libros de inéditos de ABC y de Silvina, sino también en el destino de uno de
los tesoros más preciados de cualquier autor, su biblioteca: unos 20 mil tomos
de enorme valor literario y económico, que la Universidad de Princeton quiso
comprar y trasladar a los EE.UU. en 2000.
La saga refleja, además, los efectos de la inestabilidad
política de nuestro país y sus cicatrices en un patrimonio familiar: el
expediente registra cómo, desde 1999 las valuaciones de los bienes y demás
cuentas involucradas en la sucesión sufrieron los vaivenes del país. Empezaron
en tiempos de convertibilidad y luego fueron parcialmente pesificados,
recalculados en diversas ocasiones y consumidos por gastos de mantenimiento,
honorarios de abogados y peritos e inflación.
Las versiones difieren: allegados al escritor sostienen que
su intención de beneficiar en el testamento a Benítez, la enfermera que lo
asistió los últimos nueve años de su vida, era conocida y habría complicado la
relación de Bioy con sus nietos, Florencio, Victoria y Lucila, huérfanos desde
1994, quienes a partir de la muerte de su madre, vivieron estos juicios
sucesivos como un “trauma” que les llevaba la vida entera, según una fuente que
pide reserva.
Consultados por Clarín para este artículo, los jóvenes Bioy
declinaron participar por tratarse de “un tema muy personal”. Pero
declaraciones previas de Florencio, realizadas a Alejandra Rodríguez Ballester
para la revista Ñ, traslucen el desgaste emocional de haber vivido “desde los
20 años en sucesión”.
Otras fuentes (entre ellas una entrevista con Fabián, el hijo
de Bioy, publicada el 20 de marzo de 1999 en el diario madrileño ABC) indican
que la familia se enteró de que Bioy Casares dejaba a la enfermera el quinto de
su fortuna cuando Lidia reclamó judicialmente el inventario y la tasación de la
biblioteca y demás bienes de los pisos 5to y 6to de Posadas 1650, donde Bioy y
Silvina Ocampo vivieron gran parte de su matrimonio de 53 años.
La propiedad –697 metros cuadrados más terraza, situados en
una de las mejores esquinas de Recoleta– se vendió por dos millones setenta y
cinco mil dólares, en diciembre de 2000. Pero recién en junio de 2013 la
justicia ordenó que parte de ese dinero se usara para pagar el grueso del
legado. La enfermera cobró, en efectivo, 307.706 dólares, salvados de la
pesificación por su carácter de depósito judicial (según resolución de abril de
2002).
No es la única sorpresa de un juicio sucesorio que bien
valdría una serie de televisión y del que participaron decenas de abogados
(algunos murieron y fueron reemplazados por sus herederos a la hora de trabajar
o de cobrar), escribanos, administradores provisorios, peritos, tasadores y
expertos varios.
Hoy los derechos de autor de la obra de Adolfo Bioy Casares
–valuados en diciembre de 2005 en poco más de un millón y medio de pesos– y la
mitad de los de Silvina Ocampo –tasados en 258 mil- no están en manos de su
familia. Pertenecen a Sara Josefina Demaría, madre y heredera de Fabián Bioy
Demaría, el hijo extramatrimonial que Bioy Casares tuvo con ella en 1963.
“Finita”, una bellísima mujer de alta sociedad por entonces
casada con Eduardo Ayerza, con quien tuvo otros tres hijos, se separó cuando
Fabián tenía 6. Al morir este en 2006, soltero y sin descendencia, lo heredó su
madre.
La razón de los porcentajes asignados a Fina Demaría y a los
nietos de Bioy tiene fundamentos legales. Reconocido por Bioy en 1998 (hasta
entonces llevaba el apellido Ayerza), Fabián heredó de su padre bienes y
derechos, entre ellos, la mitad del patrimonio de Silvina Ocampo que Bioy
recibió a la muerte de ésta, en 1993.
Durante el juicio sucesorio, además, Fabián inició otro
contra sus sobrinos, para compensar valores por una porción de Rincón Viejo, un
campo que el escritor había donado a su hija, Marta Bioy Ocampo (concebida con
otra de sus amantes, María Teresa von der Lahr, y luego adoptada, amada y
criada por Silvina como propia).
Rincón Viejo, en Pardo, provincia de Buenos Aires, es una
propiedad de más valor literario que económico (más de siete millones y medio
de pesos, según una tasación judicial provisoria de 2007). Allí, promediando
los años 30, Bioy y Borges iniciaron su trabajo en colaboración escribiendo un
folleto de yogur para La Martona, empresa de los Casares, la familia materna de
Bioy (para otro artículo guardamos el análisis de la increíble amistad entre el
donjuán irrefrenable y el tímido sin suerte).
Este campo, especialmente querido por Bioy, fue también el
sitio donde él y Silvina vivieron antes de casarse y donde él escribió algunas
de sus obras esenciales, como la novela El sueño de los héroes (1954).
Respetando el deseo del escritor, Rincón Viejo quedó en manos de la familia de
Marta. Pero la Justicia reconoció a Fabián el derecho a ser compensado por su
valor, de allí que la mayor parte del dinero obtenido por el piso de Posadas le
correspondiera a él y, a su muerte, a su madre, Fina.
El campo es administrado por Florencio Basavilbaso Bioy, el
nieto mayor del escritor. A él y a sus hermanas –Victoria y Lucila– corresponde
la otra mitad de los bienes y derechos de autor de Silvina Ocampo, heredada por
Marta. Y además, los derechos morales sobre las obras de sus abuelos.
Explica un conocedor de la causa, quien pide anonimato: “Los
derechos morales que apuntan a preservar la integridad de una obra y la buena
imagen de un escritor, tras su muerte le corresponden más a su sangre que a
cualquiera. A Fabián y a Marta, sus hijos, si hubieran vivido; no estando
ellos, a sus nietos.”¿Podrían oponerse los nietos a editar o reeditar algunas
obras que encontraran inconvenientes?
“Tendrían voz en el tema, pero no creo que requieran hacerla
oír nunca, porque es un trabajo que se hace con mucho conocimiento y respeto”,
señala el experto. Este juego de equilibrios se relaciona con los inéditos de
ambos autores en cuya edición y puesta en valor trabajan, desde hace años, los
curadores Daniel Martino (de la obra de Bioy) y Ernesto Montequin (de la obra
de Silvina Ocampo).
El diario íntimo que Bioy llevó por medio siglo le fue donado
por el propio Bioy a Martino, junto a quien trabajó los últimos años de su vida
en la preparación del monumental Borges. “Los derechos de autor son de Fina
Demaría, pero la decisión de qué se publica, cómo se publica y cuándo se
publica corresponde a Martino”, precisa esta fuente. Hay además fotografías, una
obra que Bioy desarrolló entre 1958 y 1971 y que recién empieza a ser valorada
(recogida en Revista Ñ, el 30/8). Una selección integra la muestra “El lado de
la luz, Bioy fotógrafo”, que se inaugura el 25 de este mes en el Centro
Cultural San Martín.
La conservación y el destino de la biblioteca y papeles
privados hallados en el piso de Posadas –que se asignaron en la partición por
mitades a la Sra. Demaría y a los nietos de Bioy– mereció un incidente judicial
aparte. “Nadie quiere hablar de valores”, afirma un allegado a los herederos.
“En 2000 hubo una oferta de la Universidad de Princeton por la biblioteca, pero
como todavía no se sabía a quién le iba a tocar y la valuación estaba
pendiente, se desestimó.”
La oferta de esa universidad llegó al juzgado por correo. En
lo peor de su enfrentamiento con el ex marido de su hija Marta, Teresa
Costantini ofreció comprarle la biblioteca a Bioy por un millón de dólares, con
uso de ésta para Bioy. Recuerda Soledad Costantini, su hija: “Había tantos
problemas en la familia por esos años, que mi madre juzgó con sensatez que no
teníamos garantía de que podrían cumplir un trato así”. Pero no es la única.
En una audiencia del 8 de abril del 2003, el expediente
registra otra “propuesta de compra”, ésta de US$ 200 mil, tampoco aceptada.
Entretanto, la Biblioteca Nacional está interesada, según dijeron.
La edición impresa de
este artículo se publicó el 14/9/2014. En 2017, un grupo de instituciones y
personas compró por 400 mil dólares la biblioteca de los Bioy y la donó a la
Biblioteca Nacional.
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