No es fácil mantener con calidad tres blog, pero circunstancias de la vida y el deseo de darle a la literatura la divulgación que amerita como herramienta escrutadora de la dimensión humana, que ayuda a descifrar la intrincada naturaleza del hombre, me obligan a continuar con este esfuerzo, que siendo grato, requiere de tiempo y dedicación. En este blog seguirán apareciendo los mejores artículos de literatura semanal, que en mi apreciación deben ser divulgados.
A propósito del último libro de Gabriel Vásquez, un texto de cuentos, el periódico
“El Espectador” de Colombia, publicó esta crónica, que no solamente describe el
libro en mención, los avatares de su arquitectura, sino que resulta ser una
excelente descripción del mundo personal del autor y sus pasiones alrededor de
la literatura. Esta visita a su casa y a su mundo, refleja el trabajo cartográfico
y el juicio de un autor consagrado y quien siempre es muy acucioso a la hora de
publicar. Espero mis lectores la disfruten. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE.
Cultura7 Dic 2018 - 8:00 PM
Andrés Osorio Guillott.
“Andrés”, dijo. Volteé y ahí estaba
con la puerta abierta. Una primera imagen que presagiaba la definición del
cuento del autor, que ya decía, como siempre, que existe la posibilidad de
abrir el espectro del mundo a través de quienes narran las historias de un
pasado escurridizo y de una condición sumamente volátil, maleable y hostil.
A su casa la custodian los libros,
las historias que nos ayudan a socorrer ese eterno concilio que buscamos con
nuestra condición. Y junto a los libros hay algunos cuadros y otras
fotografías. Imágenes de Borges, García Márquez, Vargas Llosa, Cervantes y
Chéjov acompañan a los libros.
Y las obras de esos mismos escritores
que aparecen en cuadros y fotografías son las mismas que están en un lugar
especial de su biblioteca. Cuando Juan Gabriel Vásquez se sienta a escribir en
el alba, justo en ese instante en el que nacimiento se impone. El nacimiento de
un día, de un rayo de sol, de un hecho que puede surgir por ese azar que lo
abraza si se trata de él, pero que lo aterra si se trata de las personas que
más quiere. Se sirve un café con su máquina de expresos y se dedica a leer
media hora el libro que, como dice él, sirve de diapasón para marcar la clave
con que quiere seguir su narración. Así, por ejemplo, para escribir Canciones
para el incendio, leyó todos los días a Chéjov, ese médico y escritor ruso que
se convirtió en un hito del cuento realista y naturalista. Ese asombro
proveniente de los libros que uno nunca puede dejar porque siempre tienen algo
más que decirnos, le susurra en el oído a Vásquez y le dice cuál es el ritmo
que debe seguir. Al terminar su lectura, asume el hilo conductor de su
narrativa. Entiende que la estructura de su relato lo sumerge de nuevo en un
orden que la vida misma nunca nos ha dado, pues entiende que detrás de la
apabullante rutina hay un caos que nos rige, que nos arroja experiencias e
instantes súbitos, insospechados y frenéticos.
Al escribir le da la espalda a ese
segmento de su biblioteca en donde se encuentran los libros que aconsejan, que
acompañan siempre su literatura. Tal vez los vuelve a revisar por un momento,
tal vez decide absolverse de su grandeza para sumirse por completo en el
pasado, en el pasado que lo apasiona, que lo aqueja, que cuanto más lo conoce
más lo aleja del mismo tiempo.
Mientras hablábamos del retorno al
cuento, a esa posibilidad de contarnos desde la polifonía, desde la pluralidad
de voces y experiencias que por distintas no significa que no tengan un punto
de convergencia, Vásquez recordó que su primer libro de cuentos estuvo permeado
por la duda, por el temor a seguir escribiendo, por el pánico que recae cuando
vemos con desprecio lo que escribimos y consideramos la terrible posibilidad de
desechar los relatos que nos hablan, nos revelan y nos visibilizan lo más
sublime y lo más monstruoso de la realidad. Y podría ser también que en ese
miedo encontramos una de las bellas condenas de escribir y no es otra que saber
padecer de incertidumbres, de destinos desconocidos que se hacen letales y de
múltiples preguntas que conducen a un estado de reflexión sempiterno.
“La novela es un vehículo que te
lleva a un lugar desconocido y luego vuelve para traernos las noticias. Leer y
escribir novelas es viajar a territorios que no están cartografiados. Un cuento
no es un viaje, es un cruce de caminos. El cuento es un atisbo, una sugerencia
de algo, es ir caminando y ver una puerta entreabierta y alguien te dice algo ahí
al fondo. Ese pequeño momento es un cuento. La novela es un viaje entero”,
cuenta Vásquez cuando hablamos de esas pequeñas fronteras invisibles que
dividen el sendero del cuento y el de la novela.
Los minutos fueron pasando y fui
viendo los pequeños silencios de un pensante. Esas milésimas de segundo en el
que el cerebro escarba ese vasto mundo del lenguaje para encontrar la palabra
precisa, la palabra que armoniza lo contado, que da sentido a lo dicho. Y entre
silencios y cavilaciones sobre el solemne valor de la escritura, hablamos de la
perversa pero no por eso menos interesante manía de los humanos para
(re)inventar su realidad mediante el engaño premeditado, el engaño causal. “La
memoria apela a la distorsión y al engaño”, es la frase que Vásquez menciona en
uno de los cuentos de Canciones para el incendio. ¿Si la memoria es tan
elemental, por qué es tan endeble a la vez? Nos preguntamos. Esa confrontación
del recuerdo con la verdad de los hechos y con la verdad se convierte en un
escenario zurumbático y torpe en el que nos acecha la verdad que no podemos
soportar. Y es ahí, en ese lecho de la incomodidad en el que comprendemos ese
estado etéreo de insatisfacción y tedio con la realidad que nos tocó, con la
realidad que hemos causado, y entonces apelamos a la tergiversación de lo que
recordamos, a la alteración de un pasado que decidimos que sea soluble, porque
nos fastidia el hecho de aceptar las cosas como son y esquivamos la idea de
nosotros como productos de una determinación, razón por la cual terminamos, al
igual que Vásquez, abrazando la idea del azar para dejarnos cautivar por lo
fortuito y lo que va a romper siempre con lo establecido.
“Esa sensación de haber descubierto
formas muy distintas entre sí para capturar un pedazo de las vidas ajenas fue
maravillosa”, afirmó el autor cuando hablamos de la literatura y su misión de
barloventear nuestra singularidad. Ese rompimiento de lo meramente subjetivo
para explorar los recovecos de nuestra condición y asumir la responsabilidad de
la que hablaba Sartre para hacernos cargo de nuestro comportamiento en El
existencialismo es un humanismo, se convierte en una actitud que resulta
empática, en una postura en la que no merodeamos en la vida del otro buscando
un quiebre o una condena, sino que buscamos alimentar la perspectiva que recae
sobre ese mundo caótico y esquizofrénico.
Volver a escribir cuentos fue volver
a su pasado, fue hablar de la violencia. Esos dos temas atraviesan los nueve
cuentos de su último libro y son un espejo al que constantemente se enfrenta
Vásquez cuando quiere evocar las pasiones que despiertan sus letras. El ruido
de las cosas al caer y La forma de las ruinas nos hablan de eso, de un pasado
que no solamente heredó de su familia sino que también vivió, un tiempo de
antaño que todos los días le habla, desde distintas voces y desde distintos
ángulos, para recordarle que ese camino que se deja atrás nunca se abandona,
que detrás de ese camino se esconden otros senderos, otros personajes, otras
historias que siempre podrán contar todo de diversas maneras. En esa pluralidad
de escenarios el escritor colombiano reconoce que la violencia no solo es
contada desde las víctimas directas, sino que todos fuimos rozados por las
balas y acechados por la muerte trágica. Esa influencia indirecta, quizá débil
de la guerra, termina por permear la percepción de comunidad, la percepción de
alteridad.
Pero en ese ir y venir de anécdotas,
de pensamientos, volvemos a su pasado. Un pasado que fue primero de sus
familiares y luego asumió él en esos años como estudiante de derecho de la
Universidad del Rosario. Pero ese tiempo poco tiene que ver con su carrera,
tiene que ver con las callejuelas empinadas, rocosas y angostas del centro de
Bogotá, esas callejuelas que siempre han sido ruidosas y que guardan dos de las
historias que más lo marcaron: los asesinatos de Rafael Uribe Uribe y de Jorge
Eliécer Gaitán. Por eso cada vez que vuelve a recordar esos años o que vuelve a
caminar esos lugares, Vásquez reafirma su vulnerabilidad con los lugares que
guardan una historia, pues volver a ellos, luego de haber escrito La forma de
las ruinas y de haberse escabullido entre los archivos y las voces que aún
pueden contar el asesinato de Uribe Uribe y de “El bogotazo” es reconocer que
la inocencia con que pisaba los andenes tupidos de mugre ya no está, que ahora
sabe qué pasó en esa Bogotá que vio cómo se desmoronaba su destino por la
barbarie y la locura que acarreó la muerte de aquellos caudillos que no
hablaban de promesas sino de la construcción de una esperanza conjunta.
Le pregunté por su gusto por el
billar, quizá creyendo que en ese gusto estaba inmiscuido en algún rincón
Álvaro Mutis, quien afirmaba que jugar billar era como hacer poesía. Y me
contestó que los cinco años que pasó en el centro como estudiante de derecho no
hubieran sido posibles sin los billares y los cafés, esos en los que justamente
se escondían los poetas para paliar la realidad con una carambola, una taza de
café, un cigarrillo, una pluma y una de esas canciones para el incendio.
Fernando Del Paso fue
uno de los grandes escritores de México, “Noticias del imperio” es su mejor novela,
de una vigencia absoluta. Su lectura nos hizo tener una visión histórica sobre su país, desde la conquista hasta nuestros días, constituyeel ADN de una nación que aún busca su
identidad, elucidar su pasado, desde una estética alucinante y con una
prosa avasallante fue su propósito. Fue un escritor amigo de
Colombia y quien tuvo una amistad entrañable con Gabriel García Márquez, de
quien escribió uno de los mejores ensayos sobre su obra. Este artículo tomado
del periódico “El Tiempo” de Colombia lo presenta en su verdadera dimensión y con
mucha lucidez recuerda su gran legado. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE
Por: Juan
Camilo Rincón y Natalia Matallana Restrepo19 de noviembre 2018 , 02:16 Pm. Vale la pena recordar su legado intelectual y literario y su especial cariño por Colombia.
México es el país latinoamericano que en más ocasiones se ha
hecho acreedor al Premio Miguel de Cervantes: Octavio Paz, Carlos Fuentes,
Sergio Pitol, José Emilio Pacheco, Elena Poniatowska y Fernando del Paso fueron
reconocidos con el galardón literario más importante de la lengua española. Se
trata del gran ejército de los seis; la tropa que estructuró buena parte de la
literatura latinoamericana del siglo XX, con una P en su línea frontal a la que
Fuentes, con su apellido, llevó la contraria.
Este año también perdimos a Pitol y ahora, tras el
fallecimiento del insurrecto Fernando del Paso, el 14 de noviembre pasado en
Guadalajara (México), nos acercamos al final de una generación y de un momento
cultural que nos dieron, a través de sus palabras, nuevas formas de vernos y
pensarnos.
De ellos, hoy solo sobrevive una mujer de letras poderosas y
fecundas, mientras nos vamos volviendo testigos del ocaso de ese gran imperio
de las letras, ese que hizo la perfecta transición desde el boom para
ofrecernos otros modos de literatura.
“¡Qué tristeza la muerte de Fernando del Paso, quien seguirá
siendo uno de los más grandes novelistas mexicanos!”, expresó Elena
Poniatowska, su gran amiga, por quien no solo sentía un gran cariño sino una
inmensa admiración.
Jorge Volpi, digno heredero de la obra del creador de
‘Palinuro de México’, se refirió a él como “uno de los más grandes narradores
de nuestro tiempo”, cuyas obras maestras son “portentosos universos verbales
que seguirán confrontándonos”.
Para el escritor nicaragüense Sergio Ramírez, también ganador
del Premio Cervantes, fue “uno de los grandes clásicos de la lengua española,
quien llegó en cada una de sus obras hasta el fondo de las palabras”.
La autora y periodista mexicana Mónica Lavín se refirió así a
la obra de su coterráneo: “Sin ‘Noticias del Imperio’ no tendríamos luces para
comprender la tragedia del breve imperio de Maximiliano en México ni nuestra
raíz liberal con Juárez. Sin la obra de Fernando del Paso, Carlota no nos
resonaría en primera persona desde el Castillo de Chapultepec, tan deseosa del
amor de Maximiliano, tan dispuesta a defenderlo hasta el final. Con ‘Noticias
del Imperio’ tuvimos renovados ojos para ver a México a través de ellos, los
extranjeros, que se llenaron de asombro, y de los que los consideraron intrusos
por ser producto del deseo de los conservadores. Sin ‘Noticias del Imperio’
comprender México hoy sería imposible”.
Obra delirante
Carmen Villoro, poeta y narradora mexicana encargada de la
Cátedra Fernando del Paso en la Universidad de Guadalajara y hermana de Juan
Villoro, considera al autor de ‘José Trigo’ “el escritor más sólido e
importante de los últimos tiempos”.
La autora de ‘Obra negra’ estuvo muy cerca de Del Paso y su
familia, sobre todo en los últimos diez años. Señala que sus obras fueron
monumentales y de un riquísimo manejo del lenguaje, influyendo de manera
significativa en su proceso creativo, pues el poder de la escritura del
cervantino radica en su capacidad de inspirar pasión por el lenguaje, invitando
a dejar a un lado el temor a los riesgos.
“Me contagió esta tonalidad, un tanto delirante, que explora
las imágenes, muy atrevida y que no se detiene en el sentido común. Creo que
esta es una gran virtud de la literatura de Fernando del Paso, que lo contagia,
que es atreverse a seguir el flujo natural del pensamiento y la imaginación,
permitiendo que se desborden. Creo que esto, combinado con un rigor en el dominio
de la gramática, más precisa y ortodoxa, es una composición excelente como para
atreverse a seguir jugando; es algo que a todos nos atrapa de su literatura y
ojalá, en alguna medida, se cuelgue en el trabajo de los que estamos
intentándolo”, afirma Villoro.
También recuerda que a Del Paso le gustaba discutir sobre los
autores que consideraba debían ser incluidos en la colección de narrativa que
él dirigía para la Universidad de Guadalajara. Hacía énfasis en que los jóvenes
debían leer los clásicos, pero también le apostaba al tipo de historias que
rompían esquemas: “Insistía en llevarlos a la literatura universal, porque él
era un hombre universal. Le importaba mucho que las propuestas literarias
fueran revolucionarias, vanguardistas, distintas, atrevidas, incluso
temerarias”.
Una catedral verbal
Fernando del Paso sentía una gran admiración por la obra del
escritor Antonio Ortuño, narrador y periodista nacido en Guadalajara, finalista
en 2007 del Premio Herralde de Novela con su libro ‘Recursos humanos’ y cuya
primera novela, ‘El buscador de cabezas’, fue seleccionada por el diario
Reforma como el mejor libro debut de 2006.
Para esta nueva pluma mexicana, ‘José Trigo’ y ‘Palinuro de
México’ fueron apuestas radicales por una literatura exuberante; afirma además
que ‘Noticias del Imperio’ revitalizó la novela histórica en nuestro idioma:
“Del Paso fue un gran barroco, un tipo que levantó catedrales verbales, que
supo conservar de pie esas enormes montañas de lenguaje, que construía las
frases con una ambición y un talento asombrosos”. Ortuño señala que es
importante leerlo porque “aúna ambición, riesgo, humor, coloquialismo,
erudición e inteligencia”.
Palinuro de Colombia
Hace un par de meses fue inaugurada en Medellín la librería
del Fondo de Cultura Económica. Esta lleva, en un acto de profundo cariño del
país que quiso tanto, el nombre del creador de ‘Linda 67’.
Y es que el chilango tenía un inmenso afecto por nuestro país;
le encantaba el ajiaco, lamentaba el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán “tanto
como cualquier colombiano que se respete” y se dolía de la violencia que por
largas décadas ha sufrido Colombia.
Se declaró admirador de la obra de Jorge Zalamea, principalmente
por sus traducciones de Saint-John Perse, así como del trabajo creativo de
Álvaro Mutis y de Gabriel García Márquez, de quienes afirmó alguna vez que le
habían enseñado a leer, abriéndole las puertas de la literatura.
Al padre de Maqroll (Mutis) lo citó más de una vez en sus
textos, y lo consideraba “un personaje salido de un libro de Marcel Proust. Un
personaje, desde luego, lleno de vida y alegría, a quien la cultura y el buen
humor le salen por los poros”.
Su enorme cariño por el bardo bogotano nació porque este lo
llevó a amar la poesía y a Gabo, con quien pasaba largas tardes viendo jugar a
sus hijos en la sala de su casa. Ambos dieron a luz, además, a un libro
titulado ‘El coloquio de invierno’ (1992), producto de un conversatorio con
Fuentes en el auditorio Alfonso Caso de la Ciudad Universitaria del país manito
en febrero de 1991, en el que los tres autores fueron los encargados de las
lecciones inaugurales en un evento en el cual se debatió sobre los grandes
cambios de nuestro tiempo.
Gran amigo de sus amigos, llegó a heredar el moisés que dejó
el artista Fernando Botero a su paso por el país azteca. ‘Coleccionó’
colombianos como Fernando Arbeláez, Nicolás Suescún, Nancy Vicens y Antonio
Montaña Nariño, conformando la que él llamó “una cadena de amigos”.
Cuando vino a Colombia en 1993 para presentarse en la Feria
Internacional del Libro de Bogotá, fue entrevistado, entre otros, por Jorge
Consuegra. Al terminar el diálogo, el periodista cultural le pidió una firma en
‘Noticias del Imperio’ pero, contra la costumbre, no en las primeras hojas sino
en la mitad del libro. Fernando le preguntó: “¿Para qué quieres la firma ahí
donde se puede perder?”; Consuegra respondió: “Es que ahí termina el capítulo
que más me marcó”. Sorprendido pero satisfecho con su respuesta, le dejó su
rúbrica con un abrazo.
Fernando del Paso iba a presentar en la Feria Internacional
del Libro de Guadalajara su nueva novela, ‘La muerte se va a Granada’,
publicada por el Fondo de Cultura Económica, y tenía planeado hacer presencia
en el homenaje a Juan José Arreola por los 100 años de su natalicio.
También se había contemplado que hiciera entrega del Premio
Sor Juana Inés de la Cruz a Margo Glantz. Debido a la noticia de su
fallecimiento, la feria decidió realizar un reconocimiento a su vida y obra.
Con unas sentidas palabras que envió para el evento de
inauguración de la librería antioqueña, Del Paso recordó a los asistentes lo
que el poeta mexicano Juan de Dios Peza escribió tras el deceso de su amigo
Ramón López Velarde: “Qué triste será la tarde en que a México regrese sin ver
a López Velarde”.
Las hizo entonces suyas al rememorar a su entrañable Antonio
Montaña, con quien, “navegando en un mar de recuerdos” escribían juntos en una
Olivetti “si no al alimón, sí al unísono”, y hoy las repetimos para despedir al
incomparable creador de ‘Sonetos de lo diario’: “Qué triste será la tarde en
que a México regrese sin ver a Fernando del Paso”. Hoy, Fernando, “vamos a
inventar de nuevo la historia”.
JUAN CAMILO RINCÓN Y NATALIA MATALLANA RESTREPO*
PARA EL TIEMPO
*Natalia Matallana Restrepo. Comunicadora social y
periodista. Reportera en el diario mexicano La Crónica de Hoy (Jalisco) para
las fuentes de Cultura y Metrópoli @nataliavuela
** Juan Camilo Rincón. Periodista, escritor e investigador
cultural. Autor de los libros 'Ser colombiano es un acto de fe. Historias de
Jorge Luis Borges y Colombia', 'Viaje al corazón de Cortázar' y 'Nuestra
memoria es para siempre'.
Vacaciones en Mar del
Plata. Borges, de blanco, con amigos. En el centro Silvina Ocampo, Y Adolfo
Bioy Casares en el otro extremo.
Este artículo publicado
en 2014 deja ver la suerte de ciertas bibliotecas memorables, la humanidad ha
visto desaparecer grandes bibliotecas, por los destinos contrariados a que nos somete el azar o las decisiones inexplicables de algún
militar triunfante. La de Borges y de Bioy Casares, paradójicamente en manos de
dos mujeres, cuya suerte al lado de estos dos grandes de las letras
universales, no contaba con tan magna responsabilidad, devela lo raro de ciertos
hechos. Por fortuna, ahora están bien resguardadas, para bien de las letras. En
todo caso este artículo tomado de “La Revista Ñ” de Clarín es de una factura rmpecable
que espero mis lectores disfruten. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE
Raquel Garzón
A 100 años del nacimiento del
escritor, gran parte de su legado quedó en manos de la madre de su hijo
extramatrimonial.
“Siempre pensé que las bombas de tiempo debieran llamarse
testamentos”, escribió Adolfo Bioy Casares, Premio Cervantes 1990, al recordar
las esquirlas que dejó la herencia de su abuela. Pero la frase, recogida en
Descanso de caminantes, una edición de sus diarios íntimos publicada en forma
póstuma, resume como ninguna lo que pasó cuando apareció su propio testamento,
pocos días después de su muerte, el 8 de marzo de 1999.
En él, Bioy dejaba el 20 por ciento de sus bienes (que
incluían un departamento en Cagnes-sur-Mer, Francia, donde el autor de La
invención de Morel amaba pasar el verano), a Lidia Ramona Benítez, su
enfermera.
El 80 por ciento restante debía dividirse en dos mitades: una
para su hijo, Fabián Bioy Demaría, y la otra, entre sus tres nietos, hijos de
Marta Bioy Ocampo. Una seguidilla inconcebible de muertes –la de la escritora
Silvina Ocampo, su mujer, en 1993, luego de años con Alzheimer; la de su hija
Marta, víctima en 1994 de un accidente de tráfico ridículo y fatal; la del
mismo Bioy Casares en 1999 y finalmente, la de su hijo Fabián, en 2006, a los
42 años de edad– encadenó varios juicios sucesorios con un resultado
insospechado.
La carambola del destino quiso que los derechos de autor de
dos de los escritores más espléndidos de la literatura argentina del siglo XX y
gran parte del patrimonio en juego –valuado provisoriamente en 2007, con un
dólar a $3,15, en poco más de 8,5 millones de pesos, según surge del expediente
judicial, que consultamos– estén desde el pasado marzo en manos de la madre de
Fabián, una de las amantes de Bioy, seductor tan aplicado como admitido.
Al conmemorarse mañana el centenario de su nacimiento,
detenerse en los detalles nunca revelados de este folletín judicial de casi 15
años y más de 4.000 fojas es indagar no sólo en las reediciones y futuros
libros de inéditos de ABC y de Silvina, sino también en el destino de uno de
los tesoros más preciados de cualquier autor, su biblioteca: unos 20 mil tomos
de enorme valor literario y económico, que la Universidad de Princeton quiso
comprar y trasladar a los EE.UU. en 2000.
La saga refleja, además, los efectos de la inestabilidad
política de nuestro país y sus cicatrices en un patrimonio familiar: el
expediente registra cómo, desde 1999 las valuaciones de los bienes y demás
cuentas involucradas en la sucesión sufrieron los vaivenes del país. Empezaron
en tiempos de convertibilidad y luego fueron parcialmente pesificados,
recalculados en diversas ocasiones y consumidos por gastos de mantenimiento,
honorarios de abogados y peritos e inflación.
Las versiones difieren: allegados al escritor sostienen que
su intención de beneficiar en el testamento a Benítez, la enfermera que lo
asistió los últimos nueve años de su vida, era conocida y habría complicado la
relación de Bioy con sus nietos, Florencio, Victoria y Lucila, huérfanos desde
1994, quienes a partir de la muerte de su madre, vivieron estos juicios
sucesivos como un “trauma” que les llevaba la vida entera, según una fuente que
pide reserva.
Consultados por Clarín para este artículo, los jóvenes Bioy
declinaron participar por tratarse de “un tema muy personal”. Pero
declaraciones previas de Florencio, realizadas a Alejandra Rodríguez Ballester
para la revista Ñ, traslucen el desgaste emocional de haber vivido “desde los
20 años en sucesión”.
Otras fuentes (entre ellas una entrevista con Fabián, el hijo
de Bioy, publicada el 20 de marzo de 1999 en el diario madrileño ABC) indican
que la familia se enteró de que Bioy Casares dejaba a la enfermera el quinto de
su fortuna cuando Lidia reclamó judicialmente el inventario y la tasación de la
biblioteca y demás bienes de los pisos 5to y 6to de Posadas 1650, donde Bioy y
Silvina Ocampo vivieron gran parte de su matrimonio de 53 años.
La propiedad –697 metros cuadrados más terraza, situados en
una de las mejores esquinas de Recoleta– se vendió por dos millones setenta y
cinco mil dólares, en diciembre de 2000. Pero recién en junio de 2013 la
justicia ordenó que parte de ese dinero se usara para pagar el grueso del
legado. La enfermera cobró, en efectivo, 307.706 dólares, salvados de la
pesificación por su carácter de depósito judicial (según resolución de abril de
2002).
No es la única sorpresa de un juicio sucesorio que bien
valdría una serie de televisión y del que participaron decenas de abogados
(algunos murieron y fueron reemplazados por sus herederos a la hora de trabajar
o de cobrar), escribanos, administradores provisorios, peritos, tasadores y
expertos varios.
Hoy los derechos de autor de la obra de Adolfo Bioy Casares
–valuados en diciembre de 2005 en poco más de un millón y medio de pesos– y la
mitad de los de Silvina Ocampo –tasados en 258 mil- no están en manos de su
familia. Pertenecen a Sara Josefina Demaría, madre y heredera de Fabián Bioy
Demaría, el hijo extramatrimonial que Bioy Casares tuvo con ella en 1963.
“Finita”, una bellísima mujer de alta sociedad por entonces
casada con Eduardo Ayerza, con quien tuvo otros tres hijos, se separó cuando
Fabián tenía 6. Al morir este en 2006, soltero y sin descendencia, lo heredó su
madre.
La razón de los porcentajes asignados a Fina Demaría y a los
nietos de Bioy tiene fundamentos legales. Reconocido por Bioy en 1998 (hasta
entonces llevaba el apellido Ayerza), Fabián heredó de su padre bienes y
derechos, entre ellos, la mitad del patrimonio de Silvina Ocampo que Bioy
recibió a la muerte de ésta, en 1993.
Durante el juicio sucesorio, además, Fabián inició otro
contra sus sobrinos, para compensar valores por una porción de Rincón Viejo, un
campo que el escritor había donado a su hija, Marta Bioy Ocampo (concebida con
otra de sus amantes, María Teresa von der Lahr, y luego adoptada, amada y
criada por Silvina como propia).
Rincón Viejo, en Pardo, provincia de Buenos Aires, es una
propiedad de más valor literario que económico (más de siete millones y medio
de pesos, según una tasación judicial provisoria de 2007). Allí, promediando
los años 30, Bioy y Borges iniciaron su trabajo en colaboración escribiendo un
folleto de yogur para La Martona, empresa de los Casares, la familia materna de
Bioy (para otro artículo guardamos el análisis de la increíble amistad entre el
donjuán irrefrenable y el tímido sin suerte).
Este campo, especialmente querido por Bioy, fue también el
sitio donde él y Silvina vivieron antes de casarse y donde él escribió algunas
de sus obras esenciales, como la novela El sueño de los héroes (1954).
Respetando el deseo del escritor, Rincón Viejo quedó en manos de la familia de
Marta. Pero la Justicia reconoció a Fabián el derecho a ser compensado por su
valor, de allí que la mayor parte del dinero obtenido por el piso de Posadas le
correspondiera a él y, a su muerte, a su madre, Fina.
El campo es administrado por Florencio Basavilbaso Bioy, el
nieto mayor del escritor. A él y a sus hermanas –Victoria y Lucila– corresponde
la otra mitad de los bienes y derechos de autor de Silvina Ocampo, heredada por
Marta. Y además, los derechos morales sobre las obras de sus abuelos.
Explica un conocedor de la causa, quien pide anonimato: “Los
derechos morales que apuntan a preservar la integridad de una obra y la buena
imagen de un escritor, tras su muerte le corresponden más a su sangre que a
cualquiera. A Fabián y a Marta, sus hijos, si hubieran vivido; no estando
ellos, a sus nietos.”¿Podrían oponerse los nietos a editar o reeditar algunas
obras que encontraran inconvenientes?
“Tendrían voz en el tema, pero no creo que requieran hacerla
oír nunca, porque es un trabajo que se hace con mucho conocimiento y respeto”,
señala el experto. Este juego de equilibrios se relaciona con los inéditos de
ambos autores en cuya edición y puesta en valor trabajan, desde hace años, los
curadores Daniel Martino (de la obra de Bioy) y Ernesto Montequin (de la obra
de Silvina Ocampo).
El diario íntimo que Bioy llevó por medio siglo le fue donado
por el propio Bioy a Martino, junto a quien trabajó los últimos años de su vida
en la preparación del monumental Borges. “Los derechos de autor son de Fina
Demaría, pero la decisión de qué se publica, cómo se publica y cuándo se
publica corresponde a Martino”, precisa esta fuente. Hay además fotografías, una
obra que Bioy desarrolló entre 1958 y 1971 y que recién empieza a ser valorada
(recogida en Revista Ñ, el 30/8). Una selección integra la muestra “El lado de
la luz, Bioy fotógrafo”, que se inaugura el 25 de este mes en el Centro
Cultural San Martín.
La conservación y el destino de la biblioteca y papeles
privados hallados en el piso de Posadas –que se asignaron en la partición por
mitades a la Sra. Demaría y a los nietos de Bioy– mereció un incidente judicial
aparte. “Nadie quiere hablar de valores”, afirma un allegado a los herederos.
“En 2000 hubo una oferta de la Universidad de Princeton por la biblioteca, pero
como todavía no se sabía a quién le iba a tocar y la valuación estaba
pendiente, se desestimó.”
La oferta de esa universidad llegó al juzgado por correo. En
lo peor de su enfrentamiento con el ex marido de su hija Marta, Teresa
Costantini ofreció comprarle la biblioteca a Bioy por un millón de dólares, con
uso de ésta para Bioy. Recuerda Soledad Costantini, su hija: “Había tantos
problemas en la familia por esos años, que mi madre juzgó con sensatez que no
teníamos garantía de que podrían cumplir un trato así”. Pero no es la única.
En una audiencia del 8 de abril del 2003, el expediente
registra otra “propuesta de compra”, ésta de US$ 200 mil, tampoco aceptada.
Entretanto, la Biblioteca Nacional está interesada, según dijeron.
La edición impresa de
este artículo se publicó el 14/9/2014. En 2017, un grupo de instituciones y
personas compró por 400 mil dólares la biblioteca de los Bioy y la donó a la
Biblioteca Nacional.
Me parece que este
texto, publicado por la revista “Babelia” es de suma importancia, es una vuelta
a la tuerca del discurso feminista, su posición genera una perspectiva novedosa
y nos obliga a pensar desde aperturas diferentes. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE
La autora del manifiesto ‘Todos deberíamos ser feministas’
sacudió la pasada Feria del Libro de Fráncfort con este discurso. En él
reivindica la utilidad de la literatura para ampliar los límites de la
imaginación como forma de combatir el machismo y el racismo.
CHIMAMANDA NGOZI ADICHIE
26 OCT 2018 - 17:50CEST
Me educaron en el catolicismo. De pequeña, me encantaba ir a
misa. Mi familia iba todos los domingos a la capilla de St. Peter, un edificio
blanco y alto situado en el campus de la Universidad de Nigeria, donde me crie.
El párroco era profesor universitario. Y en la medida de lo
posible para una iglesia católica romana, era un lugar abierto, progresista y
acogedor. Los sermones del domingo eran benignamente aburridos.
Años después, oí que la parroquia había cambiado de manos y
que el nuevo párroco era un hombre particularmente obsesionado con el cuerpo de
las mujeres.
Nombró una policía religiosa, una brigada de chicos, cuyo
trabajo consistía en situarse a la puerta de la iglesia, examinar a cada mujer
y decidir quién podía entrar y quién no. Rechazaban a las abuelas por llevar
vestidos excesivamente escotados.
Después de llevar años fuera, fui a casa a visitar a mis
padres. Y fui a misa. Llevaba una falda larga y blusa de manga corta con un
estampado tradicional, un atuendo normal y de uso común. En la entrada de la
iglesia, un joven se interpuso en mi camino. Su expresión era una forzada
máscara de rectitud que en circunstancias diferentes me habría parecido muy
divertida.
Me pidió que me fuese. Llevaba unas mangas demasiado cortas,
dijo. Enseñaba demasiado los brazos. No podía entrar en la iglesia a no ser que
me tapase los hombros con un chal.
Estaba furiosa. Esta iglesia formaba parte de mi feliz niñez,
parte de mis recuerdos de una época llena de alegría. Y ahora se había
convertido en un lugar que no trataba a las mujeres como seres humanos sino
como cuerpos que había que controlar y acosar. ¿Y para qué? Para proteger a los
hombres de sí mismos.
De modo que decidí escribir un artículo sobre este incidente
en un periódico nigeriano de gran tirada. Pensé que el artículo haría que se
tomaran medidas, que la comunidad universitaria se levantaría por fin y diría
“basta”, y que presentaría una petición al obispo o al Papa o a quien fuera que
tomara estas decisiones, y echarían a este párroco y volverían a convertir la
parroquia en un lugar acogedor, libre de misoginia.
Pero no fue así. En lugar de eso, me asombró la recepción
hostil que tuvo el artículo. El resumen de la misma fue: cállate. ¿Cómo te
atreves tú, una mujer joven, a retar a un hombre de Dios?
Me pareció interesante que tanto la respuesta a mi artículo
como la actitud del sacerdote hacia las mujeres procediesen de un impulso
similar: la necesidad de controlarnos.
Y este impulso de negar a las mujeres total autonomía sobre
su cuerpo, esta incapacidad para ver a las mujeres como seres humanos plenos,
existe en todo el mundo: la mujer de Oriente Próximo que no quiere pero es
obligada a cubrirse, la mujer occidental a la que llaman puta por ser un ser
sexual, la mujer asiática grabada secretamente en un baño público.
Es la hora de la valentía, que no es la ausencia de miedo
sino la decisión de actuar a pesar de tenerlo
Y este impulso existe también en el mundo literario
progresista, en el que se espera que las escritoras hagan a sus personajes
femeninos “simpáticos”, como si toda la humanidad de una persona del sexo
femenino debiese, a fin de cuentas, encajar en las cuidadosas limitaciones de
la simpatía.
Y para terminar el relato de lo ocurrido ese día en la
iglesia. Evidentemente mi reacción se basó en una cuestión de principios: de la
misma manera que los hombres podían decidir qué ponerse para ir a la iglesia,
las mujeres también deberían poder hacerlo. Pero desde un punto de vista
práctico, ese día hacía calor y los ventiladores de la iglesia no funcionaban y
lo último que yo quería era echarme un chal rasposo sobre los hombros.
De modo que hice caso omiso del policía religioso, entré y me
senté. El sacerdote fue informado de que una persona testaruda había entrado
sin permiso en la iglesia, y que era culpable de mostrar en exceso los brazos.
Me amonestó desde el altar, y después de la misa intercambiamos unas palabras.
Decir que esas palabras fueron desagradables sería quedarse muy corto, la
verdad.
Esa experiencia me hizo abandonar mi idea boba y romántica de
que “hablar claro” va unido a la certeza de un apoyo generalizado. Pero me
aclaró la importancia de hablar de lo que importa: no se debe hablar porque uno
esté seguro de que le van a apoyar, sino porque no puede permitirse el
silencio. Yo sabía lo que había sido la iglesia en otro tiempo, y vi en qué se
había convertido, y no podía mantenerme callada.
A veces me llaman activista. Y a menudo siento que me tira la
contrariedad, que mi espíritu se resiste, porque no es una palabra que yo
utilizaría jamás para describirme. Quizá porque crecí en Nigeria y vi a los que
yo considero activistas de verdad, personas que dan su vida por causas, gente
que muestra el tipo de dedicación extraordinaria al que yo solo puedo aspirar.
Me veo a mí misma como escritora, como narradora, como
artista. Escribir es lo que le da significado a mi vida. Es lo que más feliz me
hace cuando va bien. Es lo que más me entristece cuando va mal.
Pero también soy una ciudadana. Mi responsabilidad como
artista es mi arte. Mi responsabilidad como ciudadana es la verdad y la
justicia.
Esta distinción entre la artista y la ciudadana me la dejó
clara un conocido que —en respuesta a la hostilidad nigeriana por algo que yo
había comentado acerca del feminismo— me dijo: “Los nigerianos no tienen
problemas con tus libros; tienen problemas con tu política. Lo único que
quieren es que te calles y escribas”.
Hace unos años, el Gobierno nigeriano aprobó una ley que
declara ilegal la homosexualidad, una ley que no solo me parece profundamente
inmoral sino también cínica desde el punto de vista político.
Fue este mismo conocido quien me dijo que no entendía por qué
decidí manifestar mi oposición a esta ley que muchos nigerianos apoyan de
hecho.
“No tienes nada que ganar”, me dijo. “Y posiblemente mucho
que perder”. Su intención era buena. A su manera, intentaba protegerme. Pero se
equivocaba respecto a que yo no tenía nada que ganar. Porque vivir en una sociedad
que trata a cada ciudadano de manera justa e igual es una ventaja.
Necesitamos relatos más complejos: no basta saber cómo sufren
los refugiados, falta saber a qué aspiran
Si puedo cambiar una mente, si puedo conseguir que una
persona piense de manera crítica y se oponga a la ley, he ganado mucho, porque
he contribuido a dar un pequeño paso en el largo camino hacia el progreso.
El arte puede iluminar la política. El arte puede humanizar
la política. Pero a veces, eso no basta. A veces es necesario involucrarse en
la política como política. Y esto no podría ser más urgente hoy en día.
El mundo está virando; está cambiando; se está oscureciendo.
Ya no podemos jugar según las viejas reglas de la complacencia. Debemos
inventar nuevas formas de hacer, nuevas formas de pensar. El país más poderoso
del mundo parece hoy una corte feudal llena de intrigas, alimentada de
mendacidad, ahogada en su propia soberbia. Debemos saber qué es verdad. Debemos
decir cuál es la verdad. Y debemos llamar mentira a la mentira.
Este es el momento de la valentía, y para mí la valentía no
es la ausencia de miedo. Es la determinación de actuar a pesar de tener miedo.
Es el momento de relatos más complejos: no basta saber cómo
sufren los refugiados o de qué modo no encajan en una nueva sociedad; también
debemos saber qué hiere su orgullo, a qué aspiran, y quién arma las guerras que
los convirtieron en refugiados para empezar, de quién es la responsabilidad.
Es el momento de proclamar que la superioridad económica no
significa superioridad moral.
Es el momento de analizar el tema de la inmigración, de ser
sinceros respecto a ella. De preguntar si la cuestión es la inmigración o la
inmigración de tipos concretos de personas: musulmanes, negros, morenos.
Es el momento de la audacia en la narrativa, el momento de
los nuevos narradores. Es importante tener una amplia diversidad de voces, no
porque queramos ser políticamente correctos, sino porque queremos ser precisos.
No podremos entender el mundo si seguimos fingiendo que una pequeña parte de él
representa al mundo en su totalidad.
Es el momento de replantearnos cómo pensamos los relatos. La
cuestión de los derechos humanos no hace referencia solo a las grandes
historias de represión gubernamental. Trata también de relatos íntimos. La
violencia doméstica es tanto una cuestión de derechos humanos como lo es el
asilo de refugiados. Eleanor Roosevelt dijo de los derechos humanos: “Sin una
acción ciudadana concertada para defenderlos cerca de casa, buscaremos en vano
el progreso en el mundo en general”.
Hoy en día, en todo el mundo, las mujeres están hablando
alto, pero sus historias siguen sin oírse realmente.
Es hora de que dediquemos más que simple palabrería al hecho
de que los relatos de mujeres son para todos, no solo para las mujeres. Sabemos
por las investigaciones que las mujeres leen libros escritos por hombres y por
mujeres, pero los hombres leen libros escritos por hombres. Es hora de que los
hombres lean a las mujeres. Es hora de poner fin a esa pregunta de “qué quieren
las mujeres”, porque ya es hora de que todos sepamos que las mujeres quieren
simplemente ser miembros de pleno derecho de la familia humana.
Hoy en día existe un gran vacío en el espacio imaginativo de
muchas personas en todo el mundo. Es imposible sentir empatía por las mujeres
porque las historias de mujeres no se conocen verdaderamente; las historias de
mujeres no se consideran universales. Esta es, en mi opinión, la razón de que parezca
que vivimos en un mundo en el que muchas personas creen que un gran número de
mujeres pueden simplemente despertarse un día e inventarse historias de abusos
sexuales. Conozco a muchas mujeres que quieren ser famosas. No conozco a una
sola mujer que quiera ser famosa por haber sufrido acoso sexual. Creer esto es
pensar muy mal de las mujeres.
Las historias de mujeres no se consideran universales porque
hay un gran vacío en el espacio imaginativo
La jueza del Tribunal Supremo estadounidense Ruth Bader
Ginsburg ha contado que en una ocasión le preguntaron cuántos jueces del
Supremo deberían ser mujeres para que a ella le pareciese equitativo.
Y su respuesta fue “las nueve”.
Y explicaba que a menudo la gente se escandalizaba, y que le
decían que eso “no es equitativo”. Pero, por supuesto, durante muchos años los
nueve jueces fueron hombres, y parecía normal. Al igual que hoy parece normal
que la mayoría de los cargos de poder real en el mundo estén ocupados por
hombres.
Las mujeres siguen siendo invisibles. Las experiencias de las
mujeres siguen siendo invisibles. Es hora de que todas nosotras seamos osadas y
reconozcamos que, en palabras de Pablo Neruda, “pertenecemos a esta gran
humanidad, no a los pocos sino a los muchos”.
A veces se me conoce como un icono feminista. Tengo un
sombrero que dice “icono feminista”, aunque hoy no me lo he traído.
Pero ser un icono feminista significa que la gente a menudo
se dirige a mí para hablar de feminismo. Soy bilingüe; hablo igbo e inglés. Con
mi familia y amigos, solemos hablar los dos idiomas al mismo tiempo. Y una
amiga muy cercana me contó que había ido a ver a alguien para que la asesorase.
Lo dijo en inglés. Debo decir que el igbo no tiene pronombres de género, de
modo que se usa la misma palabra como pronombre para hombres y mujeres.
Mi amiga me dijo: “He ido a ver a una persona para que me
asesore”, y yo cambié a inglés y le pregunté: “¿Y él qué te dijo?”.
Mi amiga se echó a reír. “Siempre estás dándonos sermones
sobre que no demos cosas por sentadas, pero tú acabas de dar por sentado que la
persona que me asesoraba era un hombre. De hecho, era una mujer”.
Bajé la cabeza muy avergonzada. Pero eso también hizo que me
diera cuenta de lo profundamente inscrito que está el patriarcado en nuestro
ADN social.
La literatura es mi religión. He aprendido de la literatura
que todos tenemos defectos, que todos los humanos tenemos defectos. Pero
también he aprendido que podemos ser bondadosos, que no necesitamos ser
perfectos para poder hacer lo que es justo y correcto.
Tengo dos casas, en Nigeria y en Estados Unidos. Antes me
sacaba de quicio que la gente, cuando se le preguntaba dónde vivía, nombrara
dos lugares. Pero me he convertido en una de esas personas (y a veces me saco
de quicio a mí misma).
Pero cuando fui por primera vez a Estados Unidos para
estudiar en la universidad, hace más de 20 años, descubrí que tenía una nueva
identidad. En Nigeria pensaba en mí misma desde el punto de vista de la etnia y
la religión —era igbo y cristiana—, pero en Estados Unidos me convertí en algo
nuevo: me volví negra.
No traslado a menudo escenas de mi vida a la ficción, pero en
una ocasión lo hice con una escena concreta en la que por primera vez empecé a
entender lo que significaba ser negra.
Una editora me dijo que la escena era completamente
increíble. La había falseado para poder decir algo relativo a la raza. Me dijo
que eso nunca habría sucedido en la vida real.
Quise decirle que en realidad sucedió así.
Pero no lo hice, porque cuando enseño redacción creativa les
digo a mis alumnos que “no pueden usar la vida real para justificar su
ficción”. Si la ficción es increíble para el que la lee, el que la ha escrito
ha fracasado en su arte, que es el de usar el lenguaje para alcanzar la
suspensión de la incredulidad.
Se lo decía a mis alumnos porque yo solía creerlo. Pero estoy
descubriendo que lo cuestiono cada vez más. Porque lo que creemos o lo que no
creemos, lo que nos parece creíble y lo que nos parece increíble, es en sí un
marco de nuestras propias experiencias.
¿A cuántas personas negras conocía esa editora? ¿Cuántas
experiencias sinceras de personas negras había oído? ¿En qué se basaba para
decidir qué creer y qué no creer?
Es hora de ampliar nuestros límites, de ampliar el marco, de
saber que lo que ya existe puede ser en ocasiones demasiado limitado como para
abarcar la compleja multiplicidad de las experiencias humanas.
Pienso que necesitamos más relatos abiertamente políticos,
más relatos que miren al mundo a la cara. Pero también creo que necesitamos relatos
que no sean abiertamente políticos.
Todos los años doy un taller de redacción en Lagos. Y a la
hora de seleccionar a los participantes, hago un esfuerzo consciente por tener
diversidad de voces: diversidad de clase, de región, de religión.
Hace dos años asistió al taller un joven llamado Kelechi. Era
de clase trabajadora, inteligente, un periodista. Durante el taller, uno de los
participantes escribió un relato, un relato sin trama, una celebración del
lenguaje, una meditación sobre la maduración.
El relato me pareció hermoso. A Kelechi lo dejó perplejo.
“Pero en este relato no ocurre nada. Y no nos enseña nada”,
dijo.
Ahora que lo pienso otra vez, me avergüenza la respuesta que
le di.
“Bueno”, le respondí, “siento que el relato no te enseñe a construir
una casa y a encontrar trabajo”.
Mi respuesta, en su vergonzoso esnobismo, estaba influida por
una idea muy de moda entre quienes hacen literatura, quienes la enseñan y
quienes la promocionan: que cuestionar la utilidad de la literatura es ignorancia
en su forma más pura.
Más tarde, al pensar en ello, comprendí que lo que Kelechi
planteó ese día fue una pregunta mucho más profunda y mucho más importante.
¿Tiene importancia la literatura? ¿Es útil?
Podemos seguir hablando de literatura como un culto que no
puede cuestionarse, o podríamos suavizar los límites de nuestras definiciones.
¿Qué significa ser útil? ¿Acaba la utilidad en lo concreto?
Los humanos no somos una colección de huesos y carne lógicos.
Somos seres emocionales en igual medida que seres físicos. La utilidad debería
estar vinculada a todas las partes que nos hacen humanos.
Ojalá le hubiera dicho a Kelechi aquel día lo que pienso
ahora, que nuestra definición de útil se queda demasiado corta.
La literatura nos enseña. La literatura importa.
Leo para que me consuelen, leo para que me conmuevan, leo
para que me recuerden la gracia, la belleza y el amor, pero también el dolor y
la pena. Y todas estas cosas importan. Todas son lecciones útiles.
La clase intelectual latinoamericana y alguna vez muchos
escritores, sobre todo después de la revolución Cubana, por algunos momentos y
ante la grave crisis de nuestros países, vislumbraron proyectos políticos, quisieron
ser protagonistas directos del cambio, la necesidad ante lo que vivíamos parecía
no dejarles opción, esta es una muestra de tales propósitos. Muchos nunca
renunciaron a su labor crítica, a sus ensayos sobre nuestra realidad, otros se dedicaron
por entero a su obra creativa después de experiencias poco gratas en materia política. Este articulo publicado en “Letras Libres” es una muestra de ello, de
la mano de personajes tan importantes como Carlos Fuentes y Octavio Paz. CESAR
HERNANDO BUSTAMANTE
En el expediente de Octavio Paz que llevaba la Dirección
Federal de Seguridad hay un reporte de 1971 sobre la conferencia de prensa en
la que Paz, Castillo, Fuentes, entre otros, anuncian un proyecto político.
Guillermo Sheridan 18
octubre 2018
En el expediente de
Octavio Paz que llevaba la Dirección Federal de Seguridad (DFS) –que guarda el
Archivo General de la Nación y ahora puede leerse en línea gracias a la
iniciativa de Northwestern University, El Colegio de México, la ONG Artículo 19
y el Center for Research Libraries– hay un reporte fechado el 22 de septiembre
de 1971 sobre la conferencia de prensa en la que Paz, Castillo y Carlos
Fuentes, entre otros, anuncian un proyecto político.
La “Conferencia de
prensa”
Firma el informe el
capitán Luis de la Barreda Moreno, “Director Federal de Seguridad”, y lo titula
“Conferencia de prensa del Ing. Heberto Castillo Martínez”. Registra que el día
anterior, 21 de septiembre, en casa del ingeniero Castillo, un grupo formado
por él, Paz, Fuentes y los líderes estudiantiles Tomás Cervantes Cabeza de
Vaca, Salvador Ruiz Villegas y Manuel Santos, hicieron ante la prensa nacional
y extranjera un llamado:
A los sectores de
izquierda, intelectuales, profesionistas, obreros, estudiantes y campesinos y
mexicanos en general “que deseen una verdadera democracia en nuestro país”, a
fin de animarlos a que aporten sus ideas con el propósito de definir la
naturaleza, el programa y las metas de un organismo, movimiento o partido, que
sume los esfuerzos, constantes pero dispares de quienes luchan por la
independencia económica, la justicia social y la libertad política en
México.[1]
Los convocantes
“anhelan” que se respete “el voto individual y la voluntad popular para
oponerse al régimen político, económico y social” que consideran “al servicio
de los intereses extranjeros, concretamente de los norteamericanos” y que
convocan a elaborar una plataforma “que tiene como meta primordial obtener el
poder”. Aspiran a crear un “frente unido”, por lo que han hablado ya con
Demetrio Vallejo y Rafael Galván.
Interrogado por los
corresponsales extranjeros, Castillo dijo que “los vicios del régimen
oligárquico hicieron crisis en 1968, culminando en la masacre oficial” de Tlatelolco;
que el pueblo ya sale de la “enajenación mental”, cansado de recibir “las
migajas que la oligarquía les tiraba”; que la apertura que menciona Luis
Echeverría es resultado de la nueva conciencia; que la organización que buscan
“será estructurada de abajo hacia arriba sin imponer ideologías”.
Carlos Fuentes declaró
que el movimiento es “de izquierda en forma abierta y que sus filas se
fortalecerán con elementos de ideas avanzadas” y que la opción del gobierno es
“implementar el terrorismo sistematizado o luchar para robustecer la caricatura
de democracia que existe”.
A la pregunta sobre
dónde conseguirán financiamiento para su campaña, Octavio Pazrespondió que “formar comités de
financiamiento es inoperante” y que por ello optan “por formar grupos de
simpatizantes en cada una de las ciudades en que darían conferencias” y que
esos grupos correrían con los gastos. Ello además servirá “para comprobar la
disciplina y espíritu de colaboración de estos sectores y en caso de que alguno
fallara, sería prueba evidente de que aún no estaban preparados activamente en
la lucha”.
A la pregunta de si se
inspiran en la revolución cubana, Fuentesresponde que cuando Castro desembarcó en Cuba llevaba doce hombres “que
encontraron la semilla revolucionaria totalmente germinada” y sólo la
cultivaron. El grupo mexicano quiere eso, “sembrar la semilla revolucionaria
para hacerla germinar, lo que era un método indispensable para la Revolución”,
pues crear un gran movimiento “a la vista del poder oligárquico era exponer a
los integrantes a ser barridos por el Ejército”.
Sobre si había contacto
con las regiones indígenas del país, Octavio Paz respondió que miembros del
movimiento, “maestros de historia y antropología” ya estaban haciendo contacto
con esas zonas para “intercambiar conocimientos” y para “enseñar a los
indígenas lo que es la dignidad humana y cómo se adquiere la libertad”. Dijo
que contra la opinión general, “ellos consideraban que los indígenas eran más
susceptibles de participar en un movimiento incluso armado que muchos otros
sectores que se dicen revolucionarios pero están indispuestos a comprometerse”.
El expediente anexa una
fotografía en la página 69 del expediente, con sus identificadores:
Salvador Ruiz Villegas
Rafael Hernández Tomás
Carlos Fuentes Macías
(escritor)
No identificado.
Luis Tomás Cervantes
Cabeza de Vaca
Manuel José Santos
(Líder minero)
Octavio Paz Lozano
(Escritor)
Heberto Castillo
Martínez
Hasta ahí el informe
que obra en el expediente.
Entre la espada y el
muro
Paz estaba entusiasmado
con el proyecto que, en esa primera etapa, se autonombró “Comité Nacional de
Auscultación y Coordinación”. En una carta del 25 de octubre de 1971 a
Jean-Clarence Lambert,[2] dice estar trabajando “por fundar un partido
político”, a pesar de sentirse acorralado entre “la espada del PRI y el muro
del PC” (el Partido Comunista), una izquierda que a su vez cuenta en su
izquierda con sus ruidosos extremistas a los que Paz llama las “ranas
trostkistas” y los “sapos maoístas”.
En una entrevista,
“Postdata”, fechada el 10 de enero de 1972 con Rita Guibert[3]se refiere al proyecto:
Rita Guibert: ¿ Ya han
formado el partido?
Octavio Paz: Todavía no.
Lo estamos organizando.
R. G.: ¿ Quiénes son
los que están participando?
O. P.: Uno es Heberto
Castillo,[4 profesor de matemáticas que estuvo preso por haber simpatizado con
el movimiento estudiantil del 68 . Es uno de los hombres más inteligentes y de
mejor corazón que he conocido. Otro es Cabeza de Vaca, un líder estudiantil que
conoce muy bien a los campesinos y que se ocupa de los asuntos agrícolas. Entre
los intelectuales está Carlos Fuentes. También tenemos un grupo de estudiantes,
obreros y campesinos. Muy cerca de nosotros está Vallejo, un líder ferroviario
que ha estado en la cárcel por mucho tiempo, un hombre ejemplar que ha dirigido
a la clase obrera y que es una cabeza lúcida. Y hay otras fuerzas dispersas que
tal vez podrán unirse a nosotros, como los obreros electricistas En general,
queremos crear una alianza popular: obreros, campesinos, clase media,
intelectuales, estudiantes.
R. G.: ¿ Será un
partido electoral?
O.P.: No. Por el
momento no será un partido electoral ni queremos hacer política electoral.
Queremos activar el nivel del sindicato, municipio, las formas sociales
básicas. Vamos a la realidad con un mínimo de ideología. En general, en México
los partidos han sido formados por un pequeño grupo, con un programa que han
tratado de imponer de arriba para abajo. Nuestra idea es proceder en forma
contraria.
R.G.: ¿Porqué?
O. P.: Porque creemos
que atravesamos por una época de crisis de las ideologías. Creemos que el
«socialismo» de tipo cesarista y burocrático ha fracasado, lo mismo que la
democracia parlamentaria burguesa. Por eso queremos encontrar nuevas formas de
relación democrática que correspondan a las realidades del país. Queremos ser
realistas y partimos de la idea de que los programas políticos son para servir
a la gente y no para que la gente sirva a los programas políticos. En la Unión
Soviética la gente está al servicio del plan, y nosotros creemos que el plan
debe estar al servicio de la gente. Esto significa que tenemos una actitud
crítica frente a los modelos de desarrollo que nos ofrecen el neocapitalismo
del Oeste, principalmente los Estados Unidos, y el «socialismo» burocrático de
la Unión Soviética. Este es, al menos, mi modo de pensar y el de muchos de mis
amigos.
R. G.: ¿ Qué es lo que
están haciendo ahora?
O. P.: En este momento
pasamos por un período de investigación. Queremos saber: 1) si el pueblo quiere
que exista un partido y 2) cómo quiere que exista ese partido. De esa primera
consulta popular, de esa realidad mexicana surgirá un programa. Pienso que sobre
todo en el primer momento ese programa va a operar en el nivel más elemental:
el de los sindicatos obreros, y las organizaciones de los campesinos y de la
clase media. Todas esas organizaciones están controladas por la burocracia
política del PRI, de modo que el primer punto de nuestro programa y de nuestra
acción será el de la democracia interna y la libertad en las uniones populares
obreras y campesinas. Creo además que es fundamental romper con el centralismo
mexicano, ya sea el político o el de los monopolios económicos.
R. G.: ¿ Quiénes son
los enemigos de ese partido?
O. P.: En primer lugar,
el partido oficial, y con él toda la derecha, es decir el PRI. El PRI quisiera
poder absorbemos pero no ha podido. También están en contra nuestra los partidos
de izquierda tradicionales, como el Partido Comunista.
R. G.: ¿ Quiénes son
los que los apoyarán?
O. P.: Mucha gente que
todavía está en el PRI: obreros, campesinos y burócratas, y también mucha gente
del Partido Comunista y de grupos de izquierda.
R. G.: ¿ Cómo
solucionan el problema económico?
O. P.: Por ahora no
tenemos dinero y pienso que el pueblo mexicano, que es muy pobre, va a tener
que pagar a un partido pobre. Pero esto tiene una ventaja: no tendremos un gran
aparato administrativo. Nosotros queremos tener el mínimo de organización, el
mínimo de ideología y el máximo de movilidad.
R. G.: ¿ Y el gobierno?
O. P.: El gobierno,
debido a las condiciones del régimen, según he explicado en Postdata, ha
iniciado una «apertura» democrática que, incluso, si es incompleta es
saludable, y que nosotros debemos aprovechar para organizarnos.
R. G.: ¿Se podría
comparar la situación mexicana con la chilena?
O. P.: La situación de
Chile es muy distinta. Ellos tienen una tradición democrática que México no
tiene, pero en cambio México tiene una tradición social mucho más avanzada que
la chilena.
R. G.: ¿ Considera la
posibilidad de llegar a ser el presidente de México?
O. P.: No, yo odio la
autoridad.
R. G.: Su participación
en este movimiento político le ha valido algunas críticas; por ejemplo, me
dicen que García Márquez lo ha acusado de ser un hombre del sistema...
O. P.: García Márquez
se hizo el vocero de un grupito de pseudoextremistas que predican, sin tener
las fuerzas ni la posibilidad de hacerla, «¡la revolución ahora mismo!». García
Márquez es un oportunista de la izquierda, un hombre sin ideas políticas, sin
ideas tout court.
Desatadas las
habituales discordias y consecuentes escisiones de la izquierda unida en
México, ante la “idea” de hacer la revolución ahora, Paz comenzó a sentirse no
sólo incómodo, sino inútil.
“Ranas y grillos”
Muchos de sus
comentarios del periodo lamentan la esterilidad de esas disputas. El principal
quizás sea su carta del 19 de enero de 1972 a Adolfo Gilly (preso político en
Lecumberri), que apareció en la revista Plural[5]. En la carta –que es una
teoría del partido político, un denuesto del PRI, un ensayo histórico sobre la
izquierda mexicana y una reseña del libro de Gilly La Revolución interrumpida–
Paz argumenta en favor del proyecto político en cuestión con las mismas ideas
que se citan en el relato de la DFS. Se pregunta –y a Gilly– si será factible
crear una “alianza popular” y afirma que sí: una alianza popular que Paz
identifica con el modelo del presidente Cárdenas (en una nota posterior, de
1992, se arrepiente de haber escrito eso, pues el modelo de Cárdenas implementó
“el carácter corporativo del partido gubernamental”). Pero en la carta a Gilly
aún cree que menospreciar la herencia de Cárdenas y desear “comenzar todo de
nuevo” es insensato y conducirá a un ridículo peor que el que lograron los
comunistas en tiempos de Cárdenas, cuando acabaron como “furgón de cola del
lombardismo”.
A unos meses de haber
propuesto la consulta popular, es obvio en la carta que Paz se harta velozmente
de “la minúscula orquesta crepuscular de ranas y grillos que toca una delirante
musiquita en las afueras de la realidad” cuyo sonsonete es el mismo de García
Márquez, “¡la revolución ahora mismo!” si bien “su verdadero significado, lo
que llaman los psicoanalistas el contenido latente, es el suicidio político”.
En septiembre de 1972,
en “El escritor y el poder”, también en Plural, parece referirse de nuevo al
proyecto:
Pensar en una
transformación revolucionaria es quimérico y suicida dentro de la perspectiva
nacional e internacional. La otra posibilidad —la violencia reaccionaria— no es
nada remota aunque, todavía, no es inmediata. Todos debemos luchar contra ella.
Ahora el régimen intenta la reforma del PRI y del sistema. Tampoco es una
verdadera solución. La solución consiste en el nacimiento de un movimiento
popular independiente y democrático que agrupe a todos los oprimidos y
disidentes de México en un programa mínimo común. Como ciudadano soy partidario
de ese movimiento. Como escritor mi posición no es distinta ni contraria sino,
valga la paradoja, otra. Como escritor mi deber es preservar mi marginalidad
frente al Estado, los partidos, las ideologías y la sociedad misma. Contra el
poder y sus abusos, contra la seducción de la autoridad, contra la fascinación
de la ortodoxia. Ni el sillón del consejero del Príncipe ni el asiento en el
capítulo de los doctores de las Santas Escrituras revolucionarias[6].
Aún más tarde, en 1973,
aporta un resumen tajante del problema: “hay un anquilosamiento intelectual de
la izquierda mexicana, prisionera de fórmulas simplistas y de una ideología
autoritaria no menos sino más nefasta que el burocratismo del PRI y el
presidencialismo tradicional de México” (a la facción derechista la despacha
más rápido: “no tiene ideas, sólo intereses”)[7]. Otros amigos –sobre todo
Fuentes y Fernando Benítez– se habían sumado a la “apertura democrática” de
Luis Echeverría. Así pues, Paz decidió irse con su música a otra parte, es
decir a su trabajo intelectual y a la revista Plural (que había aparecido en
octubre de 1971); a ganarse la vida enseñando –tenía que pasar seis meses al
año en Harvard– y, finalmente, a poner en práctica su convicción de que era
necesario abrir la televisión a los intelectuales.
Dejó de asistir a las
reuniones de Castillo y habrá observado, con fastidio, que se cumplía el
sonsonete: el tradicional llamado a “la unidad de la izquierda” se desbarató en
alaridos; el Partido Comunista agravió a Castillo llegando a insinuar que trabajaba
para Echeverría[8]; otros desunidos fundaron el Partido Socialista de México,
los trostkistas crearon su PRT y los maoistas el MOS y sus disidentes el MAUS
(es en serio), y un largo ferrocarril de acrónimos infecundos. Y luego el mismo
Castillo decidió que el partido –al que llamo en 1974 el Partido Mexicano de
los Trabajadores (PMT)–sería un
“partido de masas”…
No hay –hasta donde sé–
una historia completa del episodio, si bien en su libro Octavio Paz en su siglo
(México: Aguilar, 2014), Christopher Domínguez Michael aporta una lectura
pertinente en el capítulo 10, “El ogro y el peregrino”, (páginas 379-380).
Cuenta que todavía en marzo de 1974, en Plural, una nota sin firma en las
sección “Letras, letrillas, letrones” (que escribía Paz) encomiaba la creación
de un movimiento democrático “que recoja lo que todavía está vivo de la doble
herencia del socialismo internacional y de la Revolución mexicana” y saludaba
–agrega Domínguez Michael– “los sanos esfuerzos que realizaban Castillo y
Vallejo”.
La ira de Castillo
El ingeniero no parece
haber perdonado a Paz su decisión de distanciarse del proyecto. En un iracundo
comentario de 1990 titulado “La experiencia de la libertad” (el título –con
ánimo paródico– del “Primer encuentro de Vuelta” que Paz había convocado en
1990 y que se transmitió por televisión[9]) Castillo censuró la –según él--
convicción de Paz en el sentido de que “las izquierdas en el mundo no tienen
otra cosa que hacer que abjurar de su fe en el socialismo y en las ideas y los
ideales de Carlos Marx”. Lo acusó de haber olvidado “su efímera participación
en ese esfuerzo por construir un nuevo partido” y de no haber explicado nunca
por qué se retiró. Lo acusó también de haber hecho a un lado su teoría de que
el intelectual debe estar lejos del Príncipe: “su cercanía y su permanente
elogio de Carlos Salinas lo hacen aparecer ante los ojos del pueblo cerca y al
lado del Príncipe.” Luego cita in extenso el proyecto del nuevo partido en
1971, en el que se exigía democracia, libertad política y justicia social, y
acusa a Paz de haber dejado de criticar al “imperialismo norteamericano”, al
Fondo Monetario Internacional, a la desigualdad y a la injusticia, y de creer
que la solución del mundo subdesarrollado “está en entregarse a quienes saben manejar
la economía desde la iniciativa privada”.
Según Castillo, Paz y
otros participantes en el encuentro han dejado atrás “esas ideas que hablan de
la explotación del hombre por el hombre” y creen que “el socialismo ha
fracasado y llevado a la ruina las economías de las naciones donde se
instauró”. Le molestó particularmente que Paz borre “los logros económicos” de
China, que ha “superado un atraso feudal que hacia que sus habitantes no
pudieran comer una vez siquiera al día.” Castillo no menciona la “Gran
Hambruna” que mató a 50 millones de personas entre 1958 y 1961, ni la
“Revolución Cultural” que entre 1966 y 1976 mató a 3 millones, ni tampoco la
matanza de Tiananmén del año anterior, 1989. Más que esos reveses, para
Castillo lo importante era
la educación elemental,
los servicios médicos para la mayoría, el trabajo productivo para casi todos,
la ausencia de pordioseros, el desarrollo del deporte, el mejor nivel
intelectual de los niños y jóvenes nacidos en esas naciones, alimentados
suficientemente, todo eso es nada. El fracaso absoluto. La alternativa es el
capitalismo moderno. La reprivatización de todas las empresas estatales. Así de
simple.
Su conclusión fue que
el hombre que en 1971 había participado en el “Comité Nacional de Auscultación
y Coordinación” ya no entendía la libertad: “la libertad para Paz es su
libertad, no la de los demás.”
Hasta donde sé, Paz no
le contestó, o por lo menos no directamente, pero unos meses más tarde, en
noviembre de 1991, evocaría la atmósfera de veinte años atrás:
Tampoco era alentadora
la situación política, moral e intelectual de México en 1971. Aunque la
revuelta de los estudiantes, tres años antes, fue reprimida con saña, había
estremecido al sistema político mexicano. Para los líderes juveniles y para sus
maestros, los intelectuales filomarxistas, el sacudimiento era el anuncio de
una transformación revolucionaria. Unos tenían los ojos puestos en Cuba, otros
en Moscú y otros en Pekín. Para nosotros, en cambio, era un signo de la madurez
de la nación y anunciaba el comienzo de la descomposición del sistema político
mexicano, instaurado en 1929 con la fundación del Partido Nacional
Revolucionario (hoy PRI).
La opción por la que se
inclinó, escribe[10], fue la revista Plural en la que “iniciamos la crítica del
partido hegemónico y de las taras y mentiras que corrompen a nuestra vida
política” desde la óptica independiente de cada colaborador, pues “no somos un
partido político”, pero unidos en “la convicción de asistir a un proceso, largo
y sinuoso, encaminado hacia la democracia y el pluralismo”. Claro, tal conducta
no complació a todos:
Nuestraactitud nos atrajo la doble enemistad de los
jerarcas del PRI y de los intelectuales de izquierda, los primeros empeñados en
defender el statu quo, los segundos empecinados en su programa revolucionario.
Unos y otros han cambiado; mejor dicho, la realidad los ha cambiado: los
dirigentes del PRI hoy aceptan que su partido, so pena de desaparecer o
provocar estallidos, tiene que transformarse, romper sus lazos con el Estado y
democratizarse radicalmente; por su parte, los intelectuales de izquierda
declaran con ostentación y a veces con intolerancia sus convicciones
democráticas y pluralistas, aunque todavía abundan entre ellos los defensores
de Castro y de su tiranía. Nos satisfacen estas declaraciones pero nos
repetimos, con cautela, el refrán: del dicho al hecho hay mucho trecho.
[1] Hay consenso de los
estudiosos en el sentido de que el redactor del “llamamiento” fue Carlos
Fuentes.
[2] Recogida en su
correspondencia, Jardines errantes, p. 214.
[3] Se recoge en
Miscelánea III, volumen 15 de las Obras completas, p. 472 y ss.
[4] En la edición –que
ya no alcanzó a revisar Paz– dice Heberto Padilla.
[5]“Burocracias celestes y terrestres”. La
recogió en Miscelánea II, volumen 14 de las Obras completas, p. 296 y ss.
[6]En El peregrino en su patria, volumen 8 de
las Obras completas, p. 549 y ss.
[7] “Presente fluido”,
ibid, p. 334 y ss.
[8] “PMT: Treinta años
después”, después sin autor, en la revista Proceso (12 de septiembre de 2004).
[9] Véase la crónica
del encuentro que escribió Christopher Domínguez Michael: En Miscelánea II,
volumen 14 de sus Obras completas, Paz recogió su discurso inaugural y un
balance final (p. 369 y ss).
[10] “Repaso” (en el
número 180 de la revista Vuelta), noviembre de 1991. Se recoge en El peregrino
en su patria , volumen 8 de sus Obras completas, pp.571-575.