Sergio no sólo es un gran novelista sino un estudioso de la
realidad latinoamericana. Aún recuerdo su novela “Castigo Divino” de un factura
perfecta. Desde hace años tiene un blog en “Boomerang literario” de “El país “de
España, esta es una de sus columnas a propósito del aniversario de ese otro
gran escritor latinoamericano Augusto Roa Bastos
SERGIO RAMÍREZ
La vida de Augusto Roa Bastos, cuyo centenario de nacimiento
celebramos este año, parece asunto de sus propias invenciones. Pasó su infancia
en Iturbe, un poblado del Alto Paraná, donde se habla por igual el guaraní y el
castellano, lo que le dio esa lengua escindida, o doble, que habría de marcar su
escritura no sólo en la tesitura verbal, sino también en su carga de tradición
oral.
Su padre, Lucio Roa, llegó hasta allí a talar árboles para
abrir aquellas tierras al cultivo de la caña de azúcar. Con sus manos construyó
los pupitres donde Augusto y su hermana mayor Rosa se sentaban a recibir las
lecciones que él mismo les impartía, una hora diaria después de la siesta de la
tarde, porque nunca asistieron a la escuela pública.
Cuando se casó con Lucía Bastos se acercaba ya al medio siglo
de vida, veinte años mayor que la esposa, con la que estuvo unido por otro
medio siglo. Ella fue cómplice de Augusto para que aprendiera la lengua
guaraní, prohibida por el padre, y lo introdujo en el mundo oral de las
leyendas indígenas. Es cuando aprendió que los árboles guardan dentro de su
corteza a seres silenciosos que se lamentan con quejidos lastimeros si son
talados.
Luego lo enviaron a Asunción para que siguiera sus estudios
en el Colegio de San José, al cuidado de un tío suyo, el obispo Hermenegildo
Roa. Fue cuando estrenó sus primeros zapatos. Vivir al lado de un pariente
poderoso puede sonar a grato privilegio, pero según le contó a Tomás Eloy
Martínez, "tenía un solo par de medias y vivía muerto de hambre", el
más pobre entre todos los alumnos hacinados en un dormitorio comunal.
El padre había encargado su custodia para el viaje a una
conocida suya, que llevaba consigo un niño de pecho. Debían trasbordar de un
tren a otro, con lo que debieron amanecer en la estación intermedia donde había
un inmenso cráter provocado por un estallido de explosivos durante una de las
tantas revueltas militares. Y cuando en la oscuridad la mujer dio de mamar a la
criatura, él se prendió al otro pecho, la primera vez, dice, "que tuvo una
sensación erótica".
Esta escena pasó a las páginas de su novela Hijo de hombre,
publicada en 1960, donde se relata la guerra del Chaco, que estalló en 1932,
enfrentando a Paraguay y Bolivia por la posesión de unos campos petroleros que
nunca existieron. Atizando el conflicto estaban detrás la Standard Oil y la
Royal Dutch-Shell.
En 1947 huyó del Paraguay cuando el gobierno del general
Morinigo ordenó su captura, vivo o muerto, acusado de conspirador comunista. Lo
buscaron en las oficinas del diario El País, donde trabajaba como redactor, y
tras escaparse por la azotea pasó varios días escondido dentro de un depósito
de agua vacío, hasta que pudo salir al destierro hacia Buenos Aires.
Escribió los cuentos de su libro El trueno entre las hojas,
publicado en 1953, mientras servía como camarero en un hotel de parejas
clandestinas. "El trabajo que hago no es exigente y me quedan muchas horas
libres", le dice en una carta a Tomás Eloy; "llevo bebidas a los
cuartos y las parejas me dan propinas generosas. Cuando se van, recojo las
sábanas y las toallas y las llevo a la lavandería..."
Fue también empleado de una editorial de partituras
musicales, guionista de cine, y vendedor de seguros. Su exilio duró cerca de
medio siglo. Ahora Paraguay vivía bajo el reinado del general Alfredo
Stroesnner, llegado al poder en 1954.
Cuando en 1982 se atrevió a regresar, el dictador lo expulsó
del país acusado de tener "ideas bolcheviques", iguales razones por
las que décadas atrás había lo había perseguido el general Morinigo.
Su gran novela, y una de las grandes de la lengua, es, sin
duda, Yo el Supremo, de 1974, que retrata al doctor José Gaspar Rodríguez de
Francia, el Karaí Guazú, Supremo Dictador Perpetuo de la República, llegado al
poder al darse la independencia de España en 1811. Devoto de la ilustración,
convirtió al Paraguay en un sepulcro cerrado, sin mendigos ni ladrones ni
asesinos, pero también sin enemigos, hacinados en los calabozos, o en los
cementerios. Yendo hacia el pasado, traza un relato contemporáneo de
Stroesnner, derrocado por fin en 1989.
El doctor Francia de Roa Bastos pugna siempre por salir del
sepulcro. Es el astro central y absorbente de un sistema solar regido por la
obediencia total. No nos hemos librado de su fantasma empecinado.
http://www.elboomeran.com/blog-post/7/18472/sergio-ramirez/el-supremo-cronista-del-poder/
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