Para mi generación, nací en el 60 del siglo pasado, la escritora no
solamente es un icono de las letras, por su lucidez, sus ensayos, la obra
narrativa y la suprema actitud contestaría que siempre mantuvo. Para nosotros
era como una guía y la enseñanza de que la literatura es una cosa muy sería, no
un simple pasatiempo, nos cambió la óptica de lo que era para nosotros un simple pasatiempo. La interpretación, sobre la que escribió un excelente texto, fue una obra emblemática para nosotros. la lectura hace parte del mundo
creativo. Esta entrevista a su biógrafo, hecha por la editora de lecturas del periódico “El
tiempo” de Colombia, es un excelente trabajo. Sólo espero que mis lectores la
lean y la disfruten. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE.
Benjamin Moser habla de su biografía 'Sontag, Her Life
and Work', por la que ganó el Pulitzer.
Por: María Paulina Ortiz 14 de junio 2020 , 03:39 p.m.
Benjamin
Moser estaba de vacaciones en Río de Janeiro cuando recibió un correo
electrónico: “Hemos revisado el trabajo de varios biógrafos y queremos que sea
usted quien escriba la biografía de Susan Sontag”, le decían. Moser –nacido en
Houston, Texas, en 1976– había hecho años atrás la que sin duda es la mejor
biografía de la escritora Clarice Lispector. En su cabeza no tenía la idea de
empezar una tarea semejante. Sabía que era un reto asustador: “Tienes a todos
encima: a la familia, a los amigos, a los ex, a las ex, a todos. La primera vez
era un ingenuo total. La segunda, uno ya lo sabe. Pero con una persona como
Sontag era muy difícil decir que no a la invitación”. El llamado venía del
editor de la escritora estadounidense y de su hijo, David Rieff. Después de
conocer el libro de Moser sobre Lispector pensaron que estaban ante el biógrafo
ideal. Al final fueron siete años de trabajo y 573 personas entrevistadas para
un resultado de ochocientas páginas que muestran como nunca antes el universo
en el que Susan Sontag vivió y creó. El mes pasado, Moser recibió por esta
biografía –Sontag. Her Life and Work– el Premio Pulitzer.
Tuvo acceso a
archivos privados de Susan Sontag y a personas que nunca habían hablado en
público sobre ella. ¿Cómo fue ese trabajo?
Su archivo
está en la Universidad de California. Allá hay una parte que es pública y una
privada, que tiene una reserva que me parece que es hasta cincuenta años
después de su muerte. Yo tuve el privilegio de acceder a las dos partes.
También el derecho de entrevistar a ciertas personas que no sé si hubieran
hablado con otro porque siempre me preguntaban: “¿El hijo de Susan sabe que
usted está haciendo esto?”. Les decía que sí. El problema es que como Susan fue
una persona tan polémica –eso le gustaba: pensaba que era parte de su papel
como intelectual– también tenía muchos enemigos. Y la autorización que recibí
de la familia les dio a muchos la impresión de que yo estaba guiado, que estaba
haciendo algo para una parte de la familia y no para la otra. Entre ellos hay
divisiones. La hermana no habla con el hijo de Susan, por ejemplo. Es una cosa
un poco sísmica. Pero yo no me puse de un lado ni de otro. El libro tiene mi
nombre porque es mi libro. No es el libro de Susan Sontag, ni el de su hijo, o
de la hermana o de la ex.
En la
biografía se ve muy clara la influencia de su madre, una figura fundamental
para ella.
Es cierto.
Desafortunadamente Susan tuvo una madre que… Mira, la única persona que me
habló bien de ella fue su peluquero –el que le dio a Susan la mecha blanca en
el pelo–. A nadie le gustaba esa mujer. Eso me dio cierta pena porque ella
había perdido a su madre muy joven, también a su marido. Había pasado por
muchas cosas desagradables, se había puesto a beber y con eso creó una serie de
infelicidades. Era muy devota de las apariencias, dependía de su físico, de la
opinión ajena. Susan siempre estaba viendo cómo atraer la mirada de su madre,
pero ella solo la veía cuando le daba la gana o cuando le convenía. Esa
carencia fue algo que surgió y resurgió en todas las relaciones de Susan con
mujeres. Fue una decepción con la que vivió.
Es llamativa
la inseguridad que la acompañaba, sobre todo porque en público su imagen era
siempre muy distinta.
Eso
decepcionó a mucha gente cuando publiqué el libro. Porque la imagen de Susan,
tan fuerte, tan poderosa, tan sabia, tan imperial, como parecía ser, era muy
diferente a como ella se sentía en su casa. Susan escribió como cien volúmenes
de diarios y casi en cada página uno siente esa inseguridad. Nadie lo esperaba
de una mujer así. Pero para mí alguien fuerte –como se piensa que era ella– es
un estereotipo. Ninguna persona es así las veinticuatro horas del día. Eso la
humaniza bastante y hace más impresionante lo que alcanzó. Porque no fue por no
tener las mismas inseguridades que todos tenemos. Sino por haberlas superado. Y
cómo lo hizo es un poco la historia del libro.
¿Qué
sensación le quedaba a usted al estar frente a esos diarios tan personales?
Los archivos
me daban una melancolía terrible. Estar en la cabeza de alguien de esa manera
es muy difícil. Susan empezó a escribir los diarios a los 12 o 13 años y siguió
hasta su muerte. Me pesaba ver a esa persona luchando de la forma como lo
hacía. Porque uno se da cuenta de que, por ejemplo, a los 25 años estaba
obsesionada con una mujer y yo sabía que esa relación iba a acabar muy mal.
Porque estaba leyendo el otro lado de la historia, ya había visto qué había
pasado con esa chica. Sentía la energía que invertía en su vida personal, como
todos lo hacemos, con nuestras familias, nuestros amigos, nuestros amantes, con
la carrera, el dinero. Muchas tardes, cuando terminaba mi jornada y cerraba los
archivos, salía a la luz y sentía como si mi vida no hubiera existido ese día.
Y tenía una tristeza que no sé cómo explicártela. Además, uno debe andar con
mucho cuidado. La responsabilidad de tener esa información es grande. Con
frecuencia me preguntaba: si fuera yo, ¿quisiera que alguien que no me conoce,
a quien no conozco, se ponga en mi e-mail, en mis asuntos sexuales,
financieros, médicos? Uno tiene que actuar con mucho respeto y delicadeza. Con
mucha ética. Mi regla para publicar algo es: si ayuda a que el lector entienda
mejor al personaje o a su obra, lo publico. Susan está muerta. Eso lo siente
uno en sus archivos, el papel amarillo, las cosas viejas. Lo que quiero con la
biografía es hacer de esa persona muerta una figura viva. Que viva en la mente
del lector.
Cuando
publicó la biografía, en septiembre pasado, empezó a generar polémica su
afirmación de que Sontag fue quien escribió el libro estrella de su marido
Philip Rieff: Freud, la mente de un moralista.
Me pareció
interesante que eso llamara la atención. Para mí era algo evidente. Ella se lo
había dicho a sus amigos, a su familia. Todos lo sabían. Susan tenía que
hacerlo para que la dejara en paz mientras se divorciaba, porque él estaba
amenazando con quedarse con el hijo. Así fue: ella lo escribió; tiene su voz,
sus ideas. Y mira que él no hizo más que un libro en toda su vida. En cambio,
ella escribió lo que escribió.
Otro tema que
atraviesa las páginas es su sexualidad. La relación que tenía con, o no sé si
decir contra, su lesbianismo.
Contra está
bien. En sus diarios, como a los 14 años, ella ya se dice lesbiana. Y está
espantada con lo que eso puede significarle. Se casa muy rápido, precisamente
con el señor al que le escribió el libro. Y se separa después de no mucho
tiempo. Pero en la sociedad en que ella vivía, que no era diferente al resto
del mundo, eso te excluía. Las personas tenían miedo de asumirse. Hoy hemos
olvidado que era así. Esa lucha le costó durante toda su vida, le dio
infelicidad. La relación con Annie Leibovitz, por ejemplo, es una historia de
clóset, de armario. Era algo que yo no entendía: por qué se negaba. ¿Para qué
en Nueva York? En el mundo intelectual y artístico a quién le iba a importar.
Además todo el mundo lo sabía. Pero Susan nació en los años 30. Ella se había
quedado en la manera en que fue educada. Esta es una historia que quise
reconstruir no solo para contar su vida. Lo interesante es que es simbólica. Me
gustaría que la gente supiera lo que ha costado llegar, por ejemplo, a tener a
una lesbiana como alcalde de Bogotá. Es una lucha de mucha gente, de muchas
generaciones. No debemos olvidar lo que ha sido esa liberación y lo que eso
significaba en las vidas de las personas. Muchas de ellas menos favorecidas que
Susan.
Del cáncer
tampoco habló en primera persona. Y escribió un libro maravilloso sobre el
tema, La enfermedad y sus metáforas...
Eso es muy
raro, ¿no? Ella contó que su mamá le dijo una vez: “Has empezado las últimas
tres frases con la palabra yo. Yo, yo, yo. No hables de ti, que eso a nadie le
interesa, habla de los demás”. Esa educación la marcó. No era que se
escondiera. Ese libro, La enfermedad y sus metáforas, está escrito con una
pasión que nadie puede poner en duda. Pero pensaba que no necesitaba exponerse
de forma explícita: ya era un texto con tanta agonía. Por eso es que Sontag es
tan interesante. Uno ve los dos lados de la cuestión. Por un lado, uno siente
que hay que decir “esta es mi vida”, y por otro, notas que no siempre es
necesario. Todo el mundo sabía que ese libro era radicalmente personal. Y es
muy lindo ver en los archivos la cantidad de gente que le envió cartas para
agradecérselo. Hay cientos. Los lectores entendieron muy bien que era un libro
sobre ella.
Es increíble
ver cómo lo que escribió está hoy tan vigente.
Cuando
publiqué este libro las personas me preguntaban qué actualidad tiene la obra de
Susan Sontag. Y yo tenía que explicarlo. Hoy, si tomamos el ejemplo de La
enfermedad y sus metáforas, ¿cuántos ensayos han salido recientemente en los
periódicos de Estados Unidos sobre ese libro? Porque nos ayuda a pensar la
pandemia que afrontamos, el lenguaje que usamos. Por ejemplo, que la enfermedad
siempre es extranjera. Bueno, pues tenemos a un payaso en la Casa Blanca que
habla del ‘virus chino’. Y vemos los resultados: los asiáticos en Estados
Unidos están siendo atacados en las calles. Y ese es un ejemplo chiquito de lo
que significa Susan. Porque ella no es el Twitter de alguien que todo el día
grita cosas. Es la persona que nos ayuda a ver lo que está por detrás de todo.
Por eso vuelve a ser leída hoy. Claro, hubiera querido que no fuera a causa de
una pandemia. Pero bueno.
El libro
muestra a una persona que está siempre preguntándose y no tiene temor a cambiar
de opinión.
Eso es algo
que muchos no querían ver. Porque la sentían como alguien que lo sabía todo. Y
si hablamos de su inseguridad personal, también es interesante hablar de su
inseguridad intelectual, como una persona que no tiene siempre todas las
respuestas. Susan está más con las preguntas, por eso nos instiga tanto
todavía. Ella piensa y piensa, vuelve y revuelve sobre sus temas predilectos. Busca
entender un mundo muy cruel, que es una de las preguntas básicas de su obra:
cómo miramos el dolor de los demás, cómo debemos considerar un mundo tantas
veces incomprensible. En la biografía se refleja la evolución de una cabeza, de
una obra, que no es una cosa estable. En los años 60 ella fue muy procomunista,
por ejemplo, muy pro-Fidel, pro-Vietnam; en los 90 el mundo era otro y ella
también. No se trata de decir que tenía razón en los 60 y no en los 90, sino de
ver cómo una persona se mueve con el tiempo.
También se ve
la importancia que Sarajevo tuvo para ella.
Eso para mí
es el corazón del libro. Qué puede hacer el artista, el ciudadano, en un mundo
en el que todo es sufrimiento, guerra total. ¿Una persona famosa e importante
como Sontag qué puede hacer? Lo que hizo fue que llegó a Sarajevo y montó una
producción de teatro en un lugar donde no había agua, ni luz, ni baños,
poniendo en riesgo su propia vida. Y eso se convirtió en un gesto que nadie
olvidó. Hace poco estuve en un mercado popular de Sarajevo y había una mujer
vendiendo fruta. Le pregunté si ella sabía quién era Susan Sontag. ¡Y se
ofendió! “Por supuesto, cómo no voy a saber quién es. Ella vino aquí y se quedó
con nosotros cuando nadie nos hacía caso y nos dejaban matar como a perros en la
calle”, me dijo. Quedé impresionado. En Estados Unidos Susan es una figura del
mundo intelectual, político, artístico, pero no cualquiera en la calle la
conoce. Una mujer en un mercado popular de Chicago o de Los Ángeles no sabe
quién es.
¿Qué obra de
ella lo ha marcado más a usted?
Antes de la
pandemia hubiera dicho Sobre la fotografía, un libro que me cambió la vida. He
aprendido tanto sobre la manera de ver. Qué podemos fotografiar, qué no. Mi
último viaje antes del confinamiento fue a la India. Visité una aldea y vi a
una gente que iba en fila, vestida de manera rara. Me di cuenta de que era un
entierro. En el medio llevaban a una mujer muerta. Y yo ahí, sacando mis fotos
de Instagram, de turista idiota. Y me surgió una pregunta: ¿cómo tienes el
derecho de fotografiar a una mujer que no conoces, no sabes su nombre, ni el de
su familia, ni si la religión de ella hubiera permitido que se le tomaran
fotos? Guardo las imágenes, ¿pero tengo derecho de publicarlas? Todo eso viene
después de Susan. Su libro cambió mi visión del mundo. Sin embargo, hoy
elegiría La enfermedad y sus metáforas, el más actual que podemos leer.
¿Qué opina de
su obra de ficción?
Mucha gente
que ha querido reducirla habla mal de su ficción. Esa cosa de “era buena para
esto, mala para lo otro”. Con esa urgencia de calificar. Para Susan y su
generación la novela era el género más importante. Ella tenía la ilusión de ser
novelista. Me gusta su ficción. No siempre es buena, pero incluso sus peores
novelas son interesantísimas. Muy ricas para pensar. Hoy tenemos una idea de lo
que es una novela. En los años 60 ese género era más experimental. Su ficción
es una manera de acercarme a ella de una forma que no conocía. Porque yo creo
saber lo que es una novela, como creo saber lo que es una lesbiana, o qué es el
comunismo, o qué es Estados Unidos, o qué es una mujer. Pero esas cosas han
cambiado tanto que solo por una figura como Susan puedes entender lo poco que
sabes. Me dio una dimensión mental que sin ella no hubiera tenido.
De las
personas que entrevistó, ¿quizá fue Annie Leibovitz la más difícil de
encontrar?
Ella era una
persona clave para mí. Durante quince años fue compañera de Susan. Además de
ser una de las mujeres más interesantes de Estados Unidos. Hacer esas
entrevistas a veces es una cosa un poco turística: tienes la posibilidad de
conocer las mentes más atractivas del mundo. Ya había entrevistado a muchas
personas a su alrededor porque ella no quería hablar conmigo. Y un día, después
de cinco años de intentarlo, yo estaba en París y alguien me llamó y me dijo
que Annie estaba dispuesta a conversar. Al día siguiente. En Nueva York. ¡Cómo
iba a decirles que estaba al otro lado del mundo! Me fui directo al aeropuerto.
Tenía muchas millas, porque hacer una biografía de Susan Sontag te da muchas
millas. Llegué a la mañana siguiente a su estudio. Al principio estaba
distante. Sabía que el hijo de Susan había dicho cosas sobre ella que desde su
punto de vista no eran verdad. Al final me habló durante horas y pude sentir el
amor que tenía por Susan. Porque esa fue una relación que muchos no
entendieron. Se peleaban, había mucho drama. La imagen de lo que vivieron las
dos me cambió cien por ciento. Es la primera vez que se cuenta esa historia.
¿Cómo era la
relación de Susan Sontag con la muerte?
Sobre eso
también había mucha mitología. Decían que ella se negaba a morir, imponiéndole
un narcisismo que no era real. Susan sabía muy bien qué era la muerte. Pero
había vencido el cáncer dos veces, la primera a los 42 años, cuando estuvo casi
condenada a morirse. Nadie esperaba que sobreviviera, y sobrevivió. La segunda
vez también. Entonces, en la tercera, ella tenía la esperanza y sentía la obligación
de hacer todo para intentarlo. Luchó de forma heroica. A los 71 años, murió.
Cuando ella tuvo el primer cáncer, en 1975 –un cáncer de seno, que es una parte
sexualizada de la mujer–, había una vergüenza total y las personas se dejaban
morir porque no querían hablar de eso. Era algo general. Clarice Lispector
murió en el 77 sin que nadie le dijera que tenía cáncer. Eso no se decía, esa
palabra no se nombraba. Susan luchó toda su vida precisamente contra esa
mitificación.
Usted
escribió las biografías de dos mujeres excepcionales. ¿Eso lo cambió en algo?
Te digo: yo
hice un doctorado, y es muy poco lo que aprendí en él en comparación con lo que
aprendí al hacer las biografías. Ellas están conmigo todo el tiempo, siempre,
presentes en mi vida. Ha sido un privilegio conocer sus vidas y sus obras. Y mi
esperanza es que mucha más gente las conozca. Es el servicio que puedo brindar
a dos personas que quiero tanto. Aprender con estas mujeres me ha cambiado la
vida de una forma más honda de lo que pueda describir.
María Paulina
Ortiz
Editora de
Lecturas
No hay comentarios:
Publicar un comentario