La muerte de este gran
escritor americano, el último de aquellos
grandes novelistas judíos,
representa para la literatura universal una lamentable noticia. Son muchos los artículos
sobre su vida y su obra, publicaremos dos como un justo homenaje para quien nos
brindó tantos ratos de lectura y alegría, no importa que al final, su mensaje,
lleno de desesperanza, por la magia de la buena literatura, nos deje un sabor
agrio. El primero lo publicó letras libres y el segundo publicado por el periódico
“El país” de España. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE
Luis Muñoz Oliveira
En la obra de Roth se hallaban la ironía, la prosa
siempre aguda, el dominio absoluto de la narración, el manejo de sus ritmos y
sus tiempos. Y ante todo, una cierta disposición sombría y burlona ante la
escritura y la vida.
29 mayo 2018
En uno de esos horribles viajes trasatlánticos que duran
horas y en los que normalmente se padecen la incomodidad del cuerpo y la
desesperación del alma, tuve la fortuna de leer por primera vez a Philip Roth.
Cuando abrí el libraco de casi 600 páginas y comencé con la historia de “El
sueco”, quedé absolutamente atrapado. El vuelo de Barcelona a Buenos Aires se
me hizo corto. Recuerdo bien la narración de Pastoral americana en
voz de Nathan Zuckerman, personaje del que no tenía noticia.
Fue en Buenos Aires que un amigo, al verme leer a Roth, me
informó de que había toda una saga en voz de Zuckerman, que comenzaba en la
juventud del escritor.
—Este es el primero que leo —dije.
—No sabes qué envidia me da que te queden tantos libros por
leer— contestó.
Hoy entiendo por qué me dijo aquello, aunque no veo por qué
no podemos volver con admiración a leer su obra: conocerla no empobrece su
relectura.
Roth tiene la maestría de hablar de la desgracia humana con
un humor magnífico. Ahora que escribo esto voy a aquel ejemplar que voló
conmigo de un lado al otro del Atlantico y me encuentro subrayados de esa
primera lectura: “Había aprendido la peor de las lecciones que puede dar la
vida: la de que carece de sentido. Y cuando sucede tal cosa, la felicidad nunca
vuelve a ser espontánea”. Hojas más adelante me encuentro otro subrayado,
siempre me maravilla: “La tragedia del hombre que no está hecho para la
tragedia… esa es la tragedia de cada hombre”.
Cuando terminé Pastoral americana y volví a
Barcelona, comencé a leer con avidez todas las novelas de Zuckerman. Ahora sí
en orden: La visita al maestro; Zuckerman desencadenado; La
lección de anatomía; La orgía de Praga; La contravida; Pastoral
Americana (otra vez); Me casé con un comunista; hasta que
llegué a la última que se había publicado entonces: La mancha humana.
Recuerdo el desasosiego y la melancolía que sentí cuando me quedé sin más
Zuckerman. Afortunadamente en 2008 apareció Sale el espectro, la
última novela de la saga. Sin embargo, cuando la abrí y comencé a leerla, sentí
un nudo en la garganta y no pude sino hacerla a un lado. Decidí que no quería
terminar con Zuckerman, no mientras Roth siguiera vivo. Mi estúpido homenaje a
su muerte sería leer la salida del espectro. Hoy, apenas envíe estas palabras,
me sentaré a terminar lo que empecé hace diez años.
Al dar por terminada mi lectura de Zuckerman, tuve
oportunidad de descubrir por segunda vez a Roth: recuerdo con especial
admiración El teatro de Sabbath, El lamento de Portnoy, El
animal moribundo y Elegía. Las últimas dos son un terrible
retrato del final de la vida. En Elegía dice Roth en voz de su
personaje: “la vejez no es una batalla, es una masacre”.
Roth llenaba de ironía y de erotismo la vida de sus
personajes: recuerdo a Zuckerman con una torticolis tremenda justo cuando se
había ligado a una chica guapísima, lo que obviamente lo incapacitaba para el
sexo. O mucho más terrible aún: a Sabbath, un titiritero que padece artritis en
las manos. Y claro, al seductor y deseoso David Kepesh que termina convertido
en un gran pecho. Imagínense a Casablanca vuelto teta.
Como escritor en ciernes encontré en Roth la ironía, la prosa
siempre aguda, el dominio absoluto de la narración, el manejo de sus ritmos y
sus tiempos. Pero de un escritor no se aprende como de un maestro de álgebra.
Lo que me dejó Roth en el espíritu es una cierta disposición sombría y burlona
ante la escritura y la vida. A Roth lo llevo en la sombra. Además, también me
enseñó el silencio: en 2012 anunció que dejaba de escribir. Dijo que ya no
tenía ni la enjundia mental ni la física para enfrentarse al complejo artefacto
que es una novela. Roth aceptó que ya había escrito sus mejores libros y
decidió callar: ¿para qué escribir si no buscas la mejor obra que puedan dar tu
cabeza y tus manos? A veces es necesario callar.
El sábado pasado, antes de la final de la Champions League,
no lo invento, brindamos por Roth. Todos los ahí presentes somos sus asiduos
lectores. Roth nos ha dado horas y horas de charla, así que un brindis no
estaba de más. Y medio tiempo más tarde, Roth se hizo presente en los errores
del pobre Karius, portero del Liverpool. Ese es el tipo de cosas que Roth le
hubiera hecho a un personaje:
—Cae —me lo imagino diciendo— para que veamos si te
levantas. Y en el camino, intenta sobrevivir a las estupideces a las que te
orilla tu apetito sexual.
“Sigue siendo cierto que de lo que se trata en la vida no es
de entender bien al prójimo. Vivir consiste en malentenderlo, malentenderlo una
vez y otra y muchas más, y entonces, tras una cuidadosa reflexión,
malentenderlo de nuevo. Así sabemos que estamos vivos, porque nos equivocamos”,
escribió en Pastoral americana.
Y, finalmente, termino citándolo en su lengua, para que
brille su pulcritud, su acidez y su fuerza: “Think of old age this way: it’s
just an everyday fact that one’s life is at stake. One cannot
evade knowing what shortly awaits one. The silence that will surround one
forever. Otherwise it’s all the same. Otherwise one is immortal for as long as
one lives”. Esto es
de The dying animal.
Me retiro a leer Sale el espectro. Cerraré
ese círculo que dejé abierto por diez años. Después guardaré silencio y trataré
de no sentirme inmortal, que el tiempo se nos escapa como avión
trasatlántico.
MUERE EL
ESCRITOR PHILIP ROTH A LOS 85 AÑOS
Novelista, ensayista,
autor de colecciones de cuentos, Roth fue uno de los grandes narradores
americanos del siglo XX
PABLO DE LLANO
23 MAY 2018 - 10:00 COT
Philip Roth, uno de los autores más importantes de la
literatura estadounidense de la segunda mitad del siglo XX, ha fallecido este
martes por la noche en Manhattan a los 85 años según ha confirmado su agente,
Andrew Wylie. La causa ha sido una insuficiencia cardiaca.
Nacido el 19 de marzo de 1933 Newark (Nueva Jersey),
hijo de un matrimonio de descendientes de emigrantes judíos de Europa del Este
y criado en el barrio de clase media de Weequahic, Philip Milton Roth, eterno
candidato al premio Nobel, que nunca llegó a conquistar, recibió otros de los
premios más señalados como dos National Book Awards, dos National Book Critics,
tres PEN/Faulkner Awards, un Pulitzer y un Man Booker International.
Tras publicar 31 obras a lo largo de su carrera, el autor
de El lamento de Portnoy (1969), que lo catapultó al éxito con
la tormentosa relación con el sexo del personaje Alexander Portnoy, y de la ya
legendaria Trilogía americana, que le abrió definitivamente las puertas del
Olimpo literario –Pastoral americana (1997), Me casé con un
comunista(1998) y La mancha humana (2000)–, tomó la
decisión de dejar la escritura en 2012, año en que fue galardonado con el
Príncipe de Asturias de las Letras, cerrando una trayectoria magistral que
arrancó con la publicación en 1959, cuando tenía 26 años, de Goodbye
Columbus, un conjunto de cinco relatos y una novela de amor que le
valió uno de los premios más prestigiosos de Estados Unidos, el National Book
Award.
Con Roth desaparece el último de los gigantes de las letras
americanas del siglo pasado, junto con Saul Below (1915-2005) y John Updike
(1932-2009), y una figura central de la fecunda narrativa judía estadounidense
al lado del propio Bellow, Bernard Malamud (1914-1986) y Norman Mailer
(1923-2007), brillando por su capacidad para profundizar en las obsesiones de
la cultura de su propia comunidad.
Roth, sin embargo, no se sentía cómodo con su reiterada
categorización como escritor judío-americano. "Ese epíteto no tiene
sentido para mí", dijo. "Si no soy un americano, no soy nada",
o, como resumió en otra ocasión rechazando la acotación comunitaria y
resaltando su propósito de universalidad: "Yo no escribo judío, escribo
estadounidense". En su autobiografía Los hechos (2008),
decía con humor a propósito de su padre: "Su repertorio nunca ha sido
enorme: familia, familia, familia, Newark, Newark, Newark, judío, judío, judío.
Más o menos como el mío".
La introspección psicológica –recurriendo al uso del alter
ego; como el novelista Nathan Zuckerman, voz de nueve de sus novelas– fue
permanente campo de batalla del prolífico Roth, con obras memorables como Patrimonio (1991),
en la que el protagonista examina su compleja relación con su padre y se sitúa
ante la dificultad de ser testigo de su agonía hasta su muerte. En su
obituario, The New Yorker ha recordado los temas preferidos de
Roth: “La familia judía, el sexo, los ideales americanos, la traición de los
ideales americanos, el fanatismo político y la identidad personal”.
En una entrevista en 1985, Roth definía así la cuestión
esencial sobre la que rotaba como su literatura: "Es la tensión entre el
hambre de libertad personal y las fuerzas de la inhibición", decía
aludiendo a la lucha del individuo contemporáneo con los corsés tradicionales y
personales.
En enero, después de años alejado de los medios, el autor
de La visita al maestro(1979) concedió una entrevista a The
New York Times en la que afirmaba que la lectura –sobre todo obras de
Historia– había reemplazado su pasión por la escritura y explicaba que había
dado por finalizada su carrera al tomar conciencia de que había dado de sí todo
lo que llevaba dentro: “Había sacado lo mejor de mi trabajo, y lo siguiente
sería inferior”. “Ya no poseía la vitalidad mental, ni la energía verbal o la
forma física necesarias para construir y mantener un largo ataque creativo de
cualquier duración sobre una estructura tan compleja y exigente como una
novela”. Cuando optó por dejar el oficio, Philip Roth pegó un post-it en
su ordenador que leía: "La lucha con la escritura ha terminado". Para
evaluar su obra, citaba esta frase que dijo hacia el final de su vida el
boxeador Joe Louis: "Lo hice lo mejor que pude con lo que tenía".
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