Con todo lo sucedido en
Israel a propósito del traslado de la embajada de los Estados Unidos, esta
entrevista, publicada en la revista “Babelia” del periódico “El país” de España
resulta ser una visión muy diferente de la posición radical de Israel frente al
conflicto con el pueblo Palestino. Cae como anillo al dedo, más viniendo de
quien viene. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE
JUAN
CARLOS SANZ
11 MAY
2018 - 04:33 COT
El escritor más reconocido en lengua hebrea publica 'Queridos
fanáticos', un libro en el que condensa en forma de cuento lo que ha aprendido
sobre la vida.
Parece el mismo de hace tres años, pero su voz se pierde
a menudo en la grabadora entre el ronroneo de su gato Freddie. “Mi
salud ya solo me permite viajar con la imaginación”, se excusa el escritor más
reconocido en lengua hebrea. Amos Oz (Jerusalén, 1939) comienza una
conversación con Babelia en su casa de Tel Aviv sobre los
zelotes, extremistas y sectarios que prefieren observar un mundo complejo de la
forma más simple, aunque termina reconociendo que su último libro, Queridos
fanáticos, es en realidad un legado: “Se lo he dedicado a mis nietos.
He concentrado lo que he aprendido en la vida, pero no de una manera abstracta,
sino como un cuento”.
PREGUNTA. ¿Por qué ha recuperado discursos de hace tres
lustros?
RESPUESTA. Es una revisión de mis conferencias de 2002
en Alemania. Hay una nueva aproximación. Lo más peligroso del siglo XXI es el
fanatismo. En todas sus formas: religioso, ideológico, económico…, incluso
feminista. Es importante entender por qué regresa ahora. En el islam, en
ciertas formas del cristianismo, en el judaísmo…
P. Escribe sobre su tierra. ¿Oriente Próximo es la cuna del
fanatismo?
R. Es una idea común, pero no creo que sea verdad. El
auge del fanatismo y el racismo en Estados Unidos es mucho más peligroso.
Existe fundamentalismo en Rusia y en el este de Europa. También es peligroso el
fanatismo nacionalista en Europa Occidental.
P. ¿Compartimos ese pecado original?
R. Creo que hay un gen fanático en casi todos nosotros.
Es la tendencia del ser humano de intentar cambiar a los demás. Les decimos a
los niños: “Tienes que ser como yo”. Eso es muy común.
P. Usted razona sobre un fanatismo universal.
R. Cuanto más complejos se van haciendo los problemas,
más y más gente está hambrienta de respuestas muy simples. Una fórmula que lo
cubra todo. Pero muy a menudo se trata de mensajes fanáticos. Por ejemplo:
“Todos nuestros problemas se deben a la civilización occidental”, o “nuestros
problemas se deben al fundamentalismo islámico”, o “tienen su origen en la
globalización” o “en el sionismo”…
P. Usted fue un muchacho fanático.
R. Un pequeño extremista, educado en una convención de
nacionalismo y sionismo. “Los judíos tienen razón, nuestros enemigos están
equivocados. Somos los buenos de la película y los otros son los malos”. Así de
simple.
P. ¿Cómo se cura el fanatismo?
R. Hay que tener curiosidad. Ponerse en la piel del
otro. Aunque sea un enemigo. La receta es imaginación, sentido del humor,
empatía. Pero no para contentar al otro. No soy como Jesucristo y no pido poner
la otra mejilla. Lo mío es intentar imaginar qué hace al otro actuar de
determinada forma.
P. Usted escapó de la atmósfera de su Jerusalén natal. ¿Es
difícil no acabar siendo un fanático en esa ciudad?
R. Amo Jerusalén. Pero necesito mantener una cierta
distancia. Es demasiado conservadora, en términos de ideología o religión. En
Jerusalén casi todo el mundo tiene una fórmula personal para la salvación o la
redención. Cristianos, musulmanes, judíos, pacifistas, ateos, racistas, todo el
mundo.
P. Nació en un barrio que hoy es ultraortodoxo.
R. Entonces era de clase media baja. Había religiosos,
pero también comunistas y algún anarquista. Y nacionalistas. Era un barrio
interesante porque la gente discutía a todas horas.
P. ¿Una característica más bien jerosolimitana?
R. Es israelí, en general, aunque resulta más evidente
en Jerusalén. Cualquier parada de autobús puede convertirse en un seminario
académico. Completos desconocidos discuten de política, moralidad, religión,
historia o sobre cuáles son las verdaderas intenciones de Dios. Pero nadie
quiere escuchar al otro, todos creen tener la razón.
P. En el Estado judío, donde la religión es un signo
identitario, ¿cómo vive un laico, un ateo?
R. Mi problema no es la religión, sino el fanatismo
religioso. No es el cristianismo, sino la Inquisición. No es el islam, sino
el yihadismo. No es el
judaísmo, sino los judíos fundamentalistas. No es Jesucristo, sino los
cruzados.
P. Un Gobierno ultraconservador en Israel, Trump en
la Casa Banca, ¿una era propicia a la intransigencia?
R. La mayor parte del mundo se está moviendo rápido
desde una perspectiva compleja a otra muy simplista. Pasa también en la
izquierda radical.
P. El nacionalismo, el conflicto palestino, ¿no han
condicionado esa visión en Israel?
R. Es natural. Cuando un maldito y cruel conflicto dura
más de cien años hay heridas en ambos bandos. Oscuras imágenes del otro. Hay
gente sentimental en Europa que cree que todo puede arreglarse charlando y
tomando un café, con la idea de que en el fondo todo es un malentendido. Un poco
de terapia de grupo y tan amigos. No. Hay conflictos que son muy reales. Cuando
dos hombres aman a la misma mujer. O dos mujeres al mismo hombre. Eso no se
puede solucionar tomando un café. El conflicto entre israelíes y palestinos es
real.
P. ¿Hace falta un divorcio: dos Estados?
R. Básicamente es eso. La casa es muy pequeña. Tenemos
que hacer dos apartamentos. Israel y, en la puerta de al lado, Palestina.
Luego tendremos que aprender a decirnos “buenos días” en la escalera. Más tarde
podremos ir de visita, a tomar café a casa del otro… Y hasta cocinar juntos: un
mercado común, una federación o confederación…, pero antes hay que dividir la
casa… En el fondo todos saben que la única solución posible es la de los dos
Estados. Aunque no les gusta. Para palestinos e israelíes es como una amputación,
pierdes parte de tu cuerpo.
P. En Israel hay quien le cree un fanático de la fórmula de
los dos Estados.
R. La otra solución solo funciona en Suiza. En
Yugoslavia acabó en un baño de sangre. Hubo un divorcio pacífico en la antigua
Checoslovaquia. ¿A quién se le ocurre que israelíes y palestinos deben
acostarse juntos y hacer el amor y no la guerra? Después de un siglo de
matanzas no es posible.
P. No parece que el liderazgo israelí muestre prisa por
hallar una solución.
R. Ese es el corazón del conflicto, la falta de
liderazgo. Nadie tiene el valor que tuvo [el presidente francés Charles] De
Gaulle cuando concedió la independencia a Argelia.
P. ¿Ni los israelíes ni los palestinos?
R. Todo el liderazgo mundial. Por no citar también el de
su país…
P. Precisamente iba a preguntarle…
R. No veo líderes valientes en Madrid o Barcelona. Una
nueva fragmentación de Europa no me hace feliz. No entiendo por qué, pero si
una mayoría del pueblo en Cataluña quiere vivir por su cuenta, lo hará. Puede
que sea una gran equivocación, una tragedia para Cataluña y para el resto del
país. No se puede obligar a dos personas a compartir cama si una de ellas
no quiere.
P. O sea, como en Israel y Palestina.
R. Pienso en Checoslovaquia, fue complicado, pero no
hubo guerra. Hasta Escocia quiere un Estado.
P. Entonces, ¿ahora vivimos una era de cobardes y fanáticos?
R. Es un tiempo de simplificaciones. La gente espera
respuestas simples y ya no teme parecer extremista. Hace 80 años teníamos miedo
de Hitler o Stalin.
P. Si la inmunización que supuso la II Guerra Mundial ya no
surte efecto, ¿hace falta una nueva vacuna?
R. No quiero otro baño de sangre. Pero existe el riesgo:
el fanatismo conduce a la violencia. Mi librito contiene un miligramo de
vacuna: tolerancia y curiosidad. Sonreír de tiempo en tiempo, incluso reírse de
uno mismo. No he visto nunca un fanático con sentido del humor.
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