Este año murió este gran historiador y divulgador de la
cultura Mexicana. Me recuerda a Germán Arciniegas de Colombia. Enrique Krauze
nos trae este articulo sobre su vida y obra que sintetiza la calidad y el
legado de su labor, como profesor de la UNAM, como escritor y como miembro de
la academia de historia de su país. En el mundo quedan muy pocos humanista de
este peso. Cuando perdemos uno de ellos, no queda más que divulgar su obra y
tratar de mantener vivo su pensamiento. En este caso, sus textos son de
referencia obligada.
Álvaro Matute es la imagen misma del
equilibrio, la suavidad, la ponderación, la honestidad. Clío misma las tendría
como prendas principales.
En 1998 Álvaro Matute fue elegido
académico de número para ocupar el sillón 11 de la Academia Mexicana de la
Historia. Su discurso de ingreso fue respondido por Enrique Krauze. Hoy,
a manera de homenaje por los 70 años del Dr. Álvaro
Matute recuperamos aquella ponderación.
POR ENRIQUE KRAUZE
Ponderación de Álvaro Matute
El nombre de Álvaro Matute[1],
admirable por tantas razones, me es personalmente entrañable por estar ligado
al despertar mismo de mi vocación intelectual. A mediados de los sesenta, en
las horas que me dejaban libre los inescrutables misterios de la regla de
cálculo, prendía Radio Universidad y escuchaba mi programa favorito: Los
libros al día. Su redactor era Álvaro Matute. Por aquella cartelera no solo
desfilaban los libros de historia, sino toda la producción bibliográfica
nacional: temas de teatro, novela, cine, política, sociedad. El programa tenía
la virtud de ser vivaz sin ser frívolo, informado sin ser tedioso, claro sin
ser superficial. Estaba hecho con una rara mezcla de equilibrio y pasión, por
un hombre que no leía las solapas de los libros: leía los libros. Entonces me
lo imaginaba viejo y de larga barba. Un prototipo de madurez. Años más tarde,
cuando lo conocí, me llevé la gran sorpresa: aquel promotor del noble arte de
la lectura era apenas unos años mayor que yo y llegaría a ser un miembro
destacado de nuestra generación. Álvaro Matute, el maestro, el historiador, ha
sabido ser fiel a esa vocación humanista que apuntaba en aquel remoto programa
de los años sesenta. Un hombre de libros que entiende la vida intelectual como
servicio público; cívico. Por más de un cuarto de siglo, Matute ha sido, ante
todo, un maestro, en la más alta tradición de la Universidad Nacional Autónoma
de México, un digno heredero de sus grandes mentores, sobre todo de dos a
quienes, si no me equivoco, debe los perfiles específicos de su vocación: don
Eduardo Blanquel –brillantísimo profesor que por desgracia se nos fue
prematuramente– y don Edmundo O’Gorman, cuya obra, plena de ironía,
conocimiento e inteligencia, no palidece frente a los escritos históricos de su
abuelo intelectual, José Ortega y Gasset. Como sus maestros, Álvaro Matute no
solo ha escrito libros, ensayos y artículos valiosos sino que ha pasado buena
parte de su vida transmitiendo su conocimiento a las generaciones jóvenes.
Recuerdo el entusiasmo con que hace algún tiempo me hablaba de un curso que ha
impartido sin interrupción por decenios a los recién llegados de las escuelas
preparatorias. Al escucharlo, confirmé que Clío, musa exigente, admite muchas
formas de servirla.
Una de ellas, representada
ejemplarmente por Matute, es profesarla en coloquios, congresos, conferencias,
seminarios, cátedras, mesas redondas y, sobre todo, cotidianamente, en las
aulas. Estoy seguro de que detrás de cada ficha de participación profesoral
incluida en su currículo –y son cientos de ellas– hay un acto auténtico de
compromiso con el tema y con el auditorio. Matute no llena expedientes, busca
conocer y dar a conocer, así hable de asuntos tan disímbolos como el Ateneo de
la Juventud –uno de sus temas favoritos–, los militares del siglo XIX, los
caudillos de la Revolución, el teatro en México, la tarea del historiador, la
obra de Ramón Iglesia, la historiografía mexicana o la literatura del siglo XX.
Este compromiso con la historia, y con la historia de la historia, ha sido un
imán para los alumnos de Matute. Así se entiende la riqueza y variedad de las
casi cincuenta tesis que ha dirigido en la Universidad, desde una biografía de
Ignacio Chávez hasta una monografía sobre el Colegio Madrid. Como corresponde a
un historiador genuino, Matute sabe que todo es susceptible de ser historiado:
lo grandioso y lo nimio, lo ideal y lo material, lo social y lo individual. A sus
55 años, ha seguido siendo el joven y omnívoro redactor de “los libros al día”.
Todo despierta su curiosidad y sabe plantar esa semilla en sus alumnos.
Pero Matute no solo sirve a la
musa de la historia en el papel ejemplar de maestro universitario sino como un
historiador cumplido y maduro. Además de participar puntualmente como editor y
consejero en numerosos cuerpos colegiados, editoriales, comisiones y proyectos
ligados al trabajo histórico, ha escrito cinco libros: el original estudio
sobre Lorenzo Boturini y el pensamiento histórico de Vico, editado
por la UNAM en 1976; La carrera del caudillo y Las
dificultades del nuevo Estado, dos libros claros y sustanciosos editados
por El Colegio de México dentro de la serie Historia de la Revolución Mexicana;
la obra La Revolución mexicana. Actores, escenarios y acciones, que
dio a luz el Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución
Mexicana; y, recientemente, el breve pero excelente panorama de la
historiografía mexicana llamado Estudios historiográficos. Además
de estas aportaciones, a la pluma de Matute se deben 12 libros coordinados,
antologías y ediciones de fuentes (entre ellos el utilísimo sobre la teoría de
la historia en México, el revelador sobre el contraespionaje político en la
época de Obregón, los conmovedores documentos sobre esa especie extraña de
santo laico y militar que fue Felipe Ángeles, y las indagaciones sobre la
huella española en América); 10 estudios y prólogos; 28 capítulos de libros
colectivos y ponencias en memorias; 21 artículos en revistas académicas; 15
textos en revistas de divulgación; 9 colaboraciones en tomos enciclopédicos; 52
textos de divulgación y docencia, y 48 reseñas críticas sobre la producción
histórica de los últimos veinticinco años en México.
En el universo de sus curiosidades
destacan dos campos: la historia de la Revolución y la historia de la historia,
es decir, la disciplina que José Gaos, en un memorable artículo de Historia
Mexicana, denominó historiografía. Todos los historiadores tenemos una
clave secreta, a veces familiar, que explica nuestra vocación. La inclinación
de Matute por estudiar la Revolución mexicana tiene su origen más claro en la
cercanía de Eduardo Blanquel, quien era la excepción a la regla universitaria
de no tocar la historia contemporánea. Pero quizá exista una presencia
anterior, la de su antepasado (abuelo) el general Amado Aguirre, de quien
Matute publicó y prologó su obra Mis memorias en campaña. Apuntes para
la historia en edición facsimilar en 1985. Este gran revolucionario
jalisciense, maderista de primera hora, no solo fue Constituyente del 17, sino
que pudo servir sin contradicción al gobierno de Carranza y al de Obregón, fue
embajador en varias repúblicas sudamericanas y escribió –además de la obra
publicada por su nieto– estudios sobre los territorios de Quintana Roo y Baja
California de los que fue gobernador. Murió a los 86 años, en 1949, cuando Álvaro
tenía alrededor de seis años de edad. Tal vez su recuerdo perduró en la casa
familiar. Así nacen las vocaciones cuando son de verdad. No del interés sino de
las entrañas.
Otra influencia dominante fue la
de don Edmundo O’Gorman, que abrevó a su vez el interés historiográfico en su
maestro José Gaos. Gaos solía decir que había cabalgado toda su vida entre la
historia y la filosofía, y la historiografía representaba una síntesis de las
dos disciplinas. Matute, que estudió primero en Ciencias Políticas y luego
Historia en la Facultad de Filosofía y Letras, se ha inclinado cada vez más
hacia el territorio fascinante de historiar a los historiadores. Próximamente
aparecerá, editada por el FCE, su obra sobre el Pensamiento
historiográfico mexicano del siglo XX (1910-1935) y está avanzado en
un 75% el libro que complementa esta edición de 1940 hasta 1968. Los lectores
esperamos con gran interés estos libros. Estamos seguros de que estarán a la
altura de aquellas obras de los grandes historiadores de la historia que, por
influencia de los transterrados españoles (de quienes todos somos deudores
intelectuales), se publicaron en la misma casa editorial en los años cuarenta.
El texto que Álvaro Matute ha
leído hoy pertenece al género referido y prueba la calidad de sus
investigaciones. Se concentra en un momento olvidado de nuestra vida académica,
un encuentro de 1955 que todos nosotros, estoy seguro, habríamos querido
presenciar. ¡Qué formidable desfile de escritores y pensadores! Entre ellos,
Matute destaca la figura modesta de Juan Hernández Luna, el historiador de las
ideas de origen michoacano que escribió una buena historia del Ateneo de la
Juventud pero que en aquel congreso atisbó avenidas de revisionismo que se
ampliarían asombrosamente en los años sesenta. Matute rescata también las ideas
de Manuel Moreno Sánchez, no hay que olvidarlo, sirvió al gobierno del general
Benigno Serrato, que sucedió al general Cárdenas en Michoacán y murió en
circunstancias sospechosas. Debido a esa experiencia, Moreno Sánchez pudo
perfilar una crítica francamente heterodoxa y, a mi juicio, muchas veces
certera, del cardenismo.
Pero tal vez el rescate más justo
y notable es el de un ensayo: “La ideología de la Revolución mexicana” escrito
por nuestro querido maestro Moisés González Navarro y publicado en Historia
Mexicana en 1960. Se trataba, en efecto, de un acto a contracorriente.
Mientras el gobierno lopezmateísta festejaba con bombo y platillo los cincuenta
años de una revolución que no solo no tenía fin sino que, supuestamente,
recomenzaba siempre, González Navarro hablaba del Termidor, y
aplicaba categorías extraídas de sus estudios sociológicos para mostrar la
trayectoria y el agotamiento de la ideología revolucionaria. Matute apunta, con
toda razón, que ese valeroso artículo de González Navarro fue un antecedente
del revisionismo histórico que tocaba a la puerta de nuestra historia escrita.
Y si se me permite dar una pequeña confirmación personal de este hallazgo
historiográfico de Matute, diré que al escribir Caudillos culturales en
la Revolución mexicana, leí aquel ensayo como una inspiración. Ese era el
tono y la distancia crítica que necesitaba. Mi ejemplar de aquel número 40
de Historia Mexicana está subrayado con pluma, lleno de
admiraciones y apostillas.
Matute toca un instante del
pensamiento historiográfico, el momento en que la Academia descubre, por así
decirlo, que la Revolución no es una realidad suprahistórica intocable, y que
por tanto la historia de la Revolución es historiable. En este sentido, me
parece importante señalar la influencia del ensayo seminal de Daniel Cosío
Villegas, “La crisis de México”, ese acto de revisionismo histórico avant
la lettre escrito fuera de la Academia y que sin embargo fructificó,
años más tarde, en los escritos de las jóvenes generaciones. De hecho, el
ensayo de Moreno Sánchez que recuerda Matute puede leerse como una respuesta a
Cosío Villegas. Por otra parte, Matute tiene razón en señalar de paso la
importancia de Frank Tannenbaum en la historia de nuestra historia, pero tal
vez discrepo un tanto de él en cuanto a considerarlo un autor ortodoxo. Creo
que en los libros de Tannenbaum, y en ensayos poco conocidos, hay al menos un
embrión de revisionismo histórico.
Clío, dije al principio, es una
musa exigente pero generosa. Se le puede servir como maestro, como editor, como
historiador en los géneros y los campos más diversos. Se le puede servir dentro
y fuera de la Academia. Matute le ha sido fiel dentro del ámbito universitario:
ha contribuido decisivamente –y seguirá contribuyendo, estoy seguro– a la
propagación, edición y descubrimiento del saber histórico. Pero para apreciar
su mayor cualidad como historiador basta acercarse a nuestro nuevo académico
como persona: en una generación arrebatada por las pasiones, Álvaro Matute es
la imagen misma del equilibrio, la suavidad, la ponderación, la honestidad.
Clío misma las tendría como prendas principales. Porque en una mano sostiene un
reloj de arena pero en la otra la balanza de la justicia.
[1] Álvaro
Matute Aguirre (Ciudad de México, 19 de abril de 1943-Ciudad
de México, 12 de septiembre de 20171)
fue un historiador mexicano. Fue miembro de la UNAM y también de
la ONU y, desde 1998, miembro de la Academia Mexicana de la Historia,
donde ocupó el sillón 11.3
Fue miembro de la Junta de Gobierno de la Universidad Nacional Autónoma de
México (UNAM) entre 1999 y el 2009.4
En el 2004, recibió el nombramiento como Investigador Emérito de dicha
universidad.3
Poco antes de su fallecimiento, se había anunciado su próximo ingreso, en el
2018, a la Academia Mexicana de la Lengua
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