Fernanda Solorzano
Este articulo, sobre este connotado
director rebasa lo específicamente cinematográfico y toca aspectos humanos que
en todo caso hacen parte esencial de aquellos puramente creativos, nos ayuda en
todo caso a comprender de que están
hechos estos grandes directores, sus tragedias internas. Esta retrospectiva y visión, ilustra revela la infinidad de fuentes a las recurre en últimas un director
En su libro Catching
the big fish. Meditation, consciousness, and creativity, el director David
Lynch describe la depresión que padeció en los inicios de su carrera, y la
compara a sentirse atrapado dentro de un disfraz de payaso, sofocante y hecho
de hule. Cuenta que superó esa etapa cuando conoció la meditación trascendental,
una técnica creada por Maharishi Mahesh Yogi, el gurú que inició a los Beatles.
Según Lynch, esa técnica le ha permitido acceder al campo unificado de
conciencia –noción védica que propone que todo está vinculado– donde ha pescado ideas
que derivan en películas (por ejemplo, la oreja mutilada de Terciopelo
azul). Solo menciona una vez al “payaso de la negatividad” pero
la imagen siniestra permanece en el lector.
En 2006, el año previo
a la publicación del libro, Lynch estrenó Inland Empire. Tardó en
terminarla dos años y medio y entretanto generó grandes expectativas. Tras el
éxito de Mulholland Drive se esperaba con ansia el nuevo
misterio del director surrealista. Pocos, sin embargo, aceptaron sin reparos su
nuevo experimento, el más impenetrable hasta entonces.
Inland Empire comienza con un prólogo. Una prostituta discute en polaco con un
cliente, y este la abandona en un cuarto de hotel. Ahí, ella ve un programa de
televisión en el que tres conejos gigantes se comportan como humanos. Sus diálogos
inconexos provocan risas y aplausos, como sucede en las sitcoms. La
trama principal de la cinta arranca cuando Nikki (Laura Dern) abre la puerta de
su lujosa casa a una mujer extraña (Grace Zabriskie). Con un acento de Europa
del Este, la mujer asegura ser su vecina y le dice que obtendrá el papel de la
cinta para la cual Nikki hizo una audición. Luego, le narra un cuento popular
polaco sobre un niño que causa “el nacimiento del Mal” y una niña que descubre
un palacio detrás de un callejón. La mujer reclama a Nikki haber sido esa niña
y no acordarse de ello. Confundida y asustada, esta le ordena a la intrusa
salir de su casa. Para probar que no miente, la vecina hace ver a Nikki lo que
sucederá al día siguiente. Señala otro sofá de la misma casa, donde la actriz
celebra con sus amigas la noticia de que, en efecto, ha obtenido el papel. En
adelante se narra el rodaje de la película y la creciente identificación de
Nikki con el personaje que interpreta. Una especie de viajera entre dimensiones
de espacio y de tiempo, Nikki es protagonista de todas las historias sugeridas
hasta aquí: es una prostituta polaca, una chica que descubre un palacio detrás
de un callejón, la actriz de una película y el personaje de esa ficción. En
todas las historias es víctima de un hombre celoso y en todas se repiten
ciertas líneas de diálogo. Hasta la escena de los conejos antropomorfos tiene
vínculos con las demás.
Si esto suena
abrumador, lo es. Con tres horas de duración y más tramas empalmadas de las que
es posible contar, Inland Empire se resiste al resumen. En
principio parece extender la premisa de Mulholland Drive: una
actriz inocente que pierde su identidad (en ambas películas se hace el retrato
de un director de cine taimado y se sugiere que la mafia cierra los
tratos en Hollywood). Esta trama, sin embargo, pronto toma la forma de un
cristal que ha estallado. Cada nuevo fragmento conforma una historia de lectura
independiente pero unida a otros fragmentos a través de las grietas. Aparecen
motivos que recorren la filmografía de Lynch –mujeres duplicadas, vidas
paralelas y salas oscuras que llevan a otra dimensión– pero la cinta no insinúa
conclusiones ni porqués. Esto desconcertó a muchos, incluso a quienes decían
comprender que el cine de Lynch no aspira a la comprensión.
Inland Empire, sin embargo, está lejos de ser un extravío sin sentido. Es la película
que mejor ilustra el proceso creativo de Lynch y una crónica ilustrada del
campo unificado, tal y como lo describe en Catching the big fish.
Escribió el guion día tras día, durante el rodaje, sin ceñirse a un argumento.
En su libro, narra: “Pensaba en algo y surgía otra cosa. No tenía idea de qué
era esa otra cosa y no le encontraba sentido. Entonces llegaba otra idea para
otra escena, y esa tercera idea solía estar muy alejada de las otras dos, aun
cuando la segunda ya suponía un salto respecto a la primera.” Sobra decir, sus
actores andaban a tientas. “Era un riesgo –escribió Lynch– pero ya que todas
las cosas se vinculan entre sí, sabía que, al final, esta idea iba a tener
relación con aquella otra.”
Si el director pudo
diseñar escaletas de rodaje a partir de sus sesiones diarias de meditación fue
por una razón tecnológica: filmó la película en video digital. El formato le
había servido para grabar cortos que subía a su página web (como la serie Rabbits,
el sitcom de conejos). Con ese propósito grabó un monólogo de
setenta minutos escrito para Laura Dern, pero el resultado le gustó tanto que
lo convirtió en proyecto de cine: Inland Empire. Respaldado por la
productora francesa Studio Canal, Lynch se liberó de las restricciones de
filmar en celuloide: el presupuesto, accidentes en el procesado y un ritmo de
rodaje que ha descrito como “agónico”.
Las ventajas del video
digital no convencieron a los habituados a las texturas diversas y bien
definidas de las películas previas de Lynch. En comparación, las imágenes
de Inland Empire son planas y los colores se ven emplastados.
Pero el efecto es intencional. El director no quiso filmar en alta resolución y
eligió una cámara con resolución estándar. “Cuando en una toma hay un rincón
oscuro o tienes duda sobre lo que ves –dijo– la mente comienza a soñar.” A esto
se suma la distorsión de rostros, patente en la conversación entre Nikki y su
vecina. Aun si su plática no fuera delirante, la irrealidad de la imagen tiene
un efecto ominoso. Es una de las mejores secuencias en la filmografía de Lynch.
Tras filmar Inland
Empire, Lynch declaró que no volvería a la película fotográfica. Hasta la
fecha, tampoco ha vuelto al cine. Sin embargo, el tipo de narrativa que exploró
en esta película –tan abierta que parece deshilada– reaparece ahora en Twin
Peaks, la secuela de la serie de televisión transmitida en los noventa. Por
sus elementos oníricos, esa serie ya rompía con esquemas de la época. Los nuevos
capítulos, sin embargo, la hacen parecer realista. Cada uno contiene viñetas
extrañas y aterradoras que parecen no guardar relación entre sí. Por supuesto,
la tienen. El agente Dale Cooper (Kyle MacLachlan) hoy lidia con doppelgangers que
le impiden “volver” al mundo, pero se intuye que tarde o temprano emergerá de
la oscuridad.
Inland Empire da la pista de ese desenlace. No hay clave que resuelva el misterio
de la cinta –ni un misterio, como tal– pero sí un acontecimiento
que devuelve a los personajes su tranquilidad inicial. Nikki asesina a Phantom:
un hipnotista que ha inducido a varios a comportarse de formas
autodestructivas. Al momento de morir, el rostro de Phantom se asemeja al de un
payaso de labios rojos y mueca torcida. Sus rasgos se empalman con la cara de
Nikki, sugiriendo que era presa, junto con otros, de una influencia maligna.
Tras la muerte de este, los personajes de las distintas historias retoman su
camino y se reúnen para celebrarlo en una escena de risas y cantos. Es atípica
en el cine de Lynch pero evoca el estado de plenitud que, dice el director,
conoció cuando él mismo se libró del payaso de la negatividad.
Entre un sinnúmero de cosas, Inland Empire (y el regreso
de Twin Peaks) es un retrato alucinante del limbo de la depresión.
~
este blog tiene parecidos a Literatura Al Día, por la forma como está concebido por el autor, que es el mismo. No obstante, debo admirar este esfuerzo que el mismo hace, para dar bagaje a ambos.
ResponderEliminarYo que tengo solamente un blog de poesía que es cántico primaveral, no he tomado la determinación para hacer otro blog con temas deferentes, pero esto me motiva a tomar muy rápido una solución.
Los blogs son una herramienta que no anima a permanecer actualizados en todo sentido.
Por eso debo felicitar al autor de Periscopio Literarrio, por el esfuerzo que realiza.