No es fácil mantener con calidad tres blog, pero circunstancias de la vida y el deseo de darle a la literatura la divulgación que amerita como herramienta escrutadora de la dimensión humana, que ayuda a descifrar la intrincada naturaleza del hombre, me obligan a continuar con este esfuerzo, que siendo grato, requiere de tiempo y dedicación. En este blog seguirán apareciendo los mejores artículos de literatura semanal, que en mi apreciación deben ser divulgados.
No cabe duda que toda selección paradójicamente significa una exclusión.
Los concursos literarios que, la mayoría de veces constituyen una promoción,
siempre guardan algo de injusticia, de falsedad. En todo caso algunos muy
famosos cumplen con su deber como corresponde. La lista Granta de jóvenes escritores
menores de 35 años de la lengua española ha sido importante, en lengua inglesa
ha tenido verdaderos aciertos, lo mismo en nuestro idioma. Aun así, se dan
posiciones encontradas, esta es una de esas, la que trascribo, pues los debates
son buenos al final. La controversia
queda abierta. CESAR BUSTAMANTE HUERTAS
La selección
tiene omisiones imperdonables y la presencia desproporcionada de los epicentros
culturales de siempre. Si las listas literarias no son representativas: ¿siguen
siendo relevantes?
Por Hernán Vera Álvarez
Es escritor y
editor argentino especializado en estudios de literatura latinoamericana y
española. Ha sido professor de Escritura Creativa.
Jorge Luis
Borges solía decir que lo primero que notamos de una lista son las omisiones.
Días atrás, la revista británica Granta eligió los 25 mejores narradores
jóvenes en español menores de 35 años. Mucho antes de que se revelara la
selección en una rueda de prensa desde el Instituto Cervantes de Madrid, los
rumores de los posibles nombres favoritos deambularon por el mundillo literario
hispano (siempre pobre en premios monetizados y tan rico en chismes). Y, como
anticipaba Borges, fue imposible no reparar en las omisiones.
Aunque los
escritores elegidos tienen méritos literarios suficientes para aparecer en una
lista —como Mónica Ojeda, de Ecuador, y Cristina Morales, de España—, hay una
cuestión que no podemos obviar: los reconocimientos culturales suelen pasar por
alto que también son espacios de visibilidad y que deben ser representativos
para abarcar al vasto mundo literario en español.
Integrar una
lista es potenciar la diversidad en una sociedad por momentos reaccionaria a
cualquier minoría. La lista de Granta es importante porque es el vehículo para
que lectores conozcan nuevos creadores, actúa de caja de resonancia para que
las grandes casas editoriales incorporen a escritores interesantes y puede ser
el pasaporte a contratos de traducción.
Este
excelente artículo publica por la revista “Babelia” del periódico “El país” de
España sobre la pandemia y sus consecuencias sociales y económicas que, como
una lámpara de Aladino ha revelado la grave crisis del capitalismo que sus áulicos
se resisten a reconocer con las consecuencias nefastas para la población más
vulnerable, galopando desde hace mucho tiempo con la persistencia tenaz de
inequidad e injusticia social, sin alguna posibilidad de resolverse en manos de
estos gurúes. Espero incite a la reflexión y que sirva para otras lecturas y la
toma de posición en los procesos de elección de nuestros gobernantes, donde nos
hemos equivocado continuamente lo que nos ha llevado a más atraso y desequilibrios
sociales sin solución alguna por ahora. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE
La pandemia
es una lupa que agranda los defectos de un sistema económico “cansado” y
acelera las metamorfosis que estaban latentes en la sociedad. Una avalancha de
libros analiza este momento crítico
JOAQUÍN ESTEFANÍA
09 ABR 2021 - 22:30 COT
Desde hace más de una década la
memoria de la Gran Depresión está más viva que nunca. Se recuerdan sus efectos
principales (desempleo masivo y quiebras en cadena) y la salida que le dio
Franklin Delano Roosevelt, un presidente mítico por enfrentarse a los dos
mayores retos del siglo XX: la brutal crisis económica, la más larga, profunda
y extendida de la centuria, y el fascismo internacional. A ese mito
contribuyeron las circunstancias de su muerte, todavía en el cargo, y a pocas
semanas de lograr la rendición nazi: Roosevelt murió en 1945 con las botas
puestas.
Un libro del profesor de la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) Andreu Espasa (Historia del New
Deal) sitúa en su lugar la política que aplicó Roosevelt para acabar con las
dificultades estadounidenses frente a quienes han construido del new deal un
relato perfecto. Más bien fue un proceso que, lejos de pretender aplicar una
teoría concreta —aunque estuvo inspirado por la revolución keynesiana que
llegaba de Europa y defendía una mayor intervención del Estado en la economía—,
se caracterizó por un fuerte grado de experimentalismo, con numerosas
improvisaciones, fracasos parciales y rectificaciones constantes. A pesar de
ello, finalmente la Administración de Roosevelt (1933-1945) puso los cimientos
para la creación del Estado de bienestar estadounidense y el inicio de una
recuperación económica de larga duración.
Se pueden establecer analogías y
diferencias entre la Gran Depresión, la Gran Recesión del año 2008 y el Gran
Confinamiento de 2020. La mayor similitud entre los tres acontecimientos
recesivos es su naturaleza múltiple. Lo que empezó en 1929 como problemas de
naturaleza económica derivó en muchos países en una crisis de representatividad
política, con una rápida disminución del número de regímenes democráticos, y,
en el ámbito exterior, en una fuerte crisis geopolítica que terminaría
provocando el estallido de la II Guerra Mundial.
Ocho décadas después, durante la Gran
Recesión, la debacle económica también generó una dura crisis de legitimación
política, con victorias sorprendentes del populismo de derechas en lugares tan
significativos como los Estados Unidos de Trump, el Reino Unido de Johnson o el
Brasil de Bolsonaro. La pandemia de la covid-19 ha derivado en una sindemia
(rasgos sanitarios, económicos, sociales, políticos, vitales) que en el plano
geopolítico añade un enfriamiento de las relaciones entre EE UU y Rusia y una
guerra comercial con China. Por último, a todas estas dificultades superpuestas
hay que sumar la que sobrevuela de modo sistemático toda la época: el cambio
climático que amenaza las condiciones de habitabilidad del planeta. De las tres
se desprende la inclinación natural de las economías complejas hacia la
inestabilidad, como demostró el gran Hyman Minsky (más actual que nunca), y el
papel de los gobiernos en impulsar el consumo y la inversión en tiempos de alto
desempleo.
Lo que empieza como un problema
económico deriva en crisis geopolítica y de la democracia
Ahora parece que estamos en un nuevo
momento Roosevelt que también se caracteriza por pasos adelante y hacia atrás,
fuertes contradicciones y, en general, por una falta de teorización. La
práctica política va delante de la teoría. Solo hay algo común: hacer lo
contrario que en la Gran Recesión con el austericidio (gastar más, repensar la
fiscalidad y la deuda, preocuparse por las recuperaciones débiles y desiguales,
incentivar la presencia del sector público, etcétera), con la paradoja de que
las instituciones más desacomplejadas con esta nueva política son,
sorprendentemente, las mismas que antes estrangularon el bienestar de los
ciudadanos (el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo, la
Reserva Federal, la Comisión Europea, etcétera). Sus representantes son los
“nuevos conversos”.
Durante los últimos 40 años el
eslogan que resumía todo era el de “There is no alternative” (TINA), atribuido
a la primera ministra británica Margaret Thatcher. El sociólogo Boaventura de
Sousa Santos, que nos traslada de la pandemia a la utopía, entiende que, si se
sigue defendiendo que no hay alternativa posible, ello nos conduce al suicidio.
Es el tiempo de las alternativas. Copérnico y los científicos que le siguieron
cambiaron el modo de entender el cosmos al demostrar que la Tierra giraba
alrededor del Sol y no al revés como se creía hasta entonces. Los muchos libros
que se publican sobre el asunto coinciden básicamente en que la coyuntura
requiere avances revolucionarios en cuanto a la manera de concebir las ciencias
sociales, y entre ellas la economía política, para aumentar el bienestar de la
gente.
El historiador canadiense Quinn
Slobodian es de los más críticos con el papel que el neoliberalismo y la
revolución conservadora de la TINA han ocupado en estos últimos 40 años, por su
profundo conservadurismo y su hostilidad hacia la democracia. Slobodian da una
vuelta de rosca a sus pretensiones: al revés de lo que de sí mismos predican
los liberales económicos, divididos en diferentes tribus, su movimiento no
surgió para reducir el gobierno y para limitar las regulaciones, sino para
utilizar el primero y capturar las últimas; usar al Estado y sus instituciones
para aislar a los mercados de la soberanía política y de las turbulencias
democráticas de igualdad y justicia social que conducen a los déficit y a la
deuda pública. Lejos de descartar el Estado regulador, los neoliberales quieren
aprovecharlo para su gran proyecto de proteger el capitalismo a escala global.
Cuarenta años de droga ultraliberal han debilitado toda voluntad y todo recurso
por parte del Estado para actuar con firmeza y aplicar su voluntad a un
proyecto.
Ha aparecido una heterodoxia en los
últimos años, la Teoría Monetaria Moderna, que desvía el foco de atención del
déficit y la deuda (los países con moneda propia tienen holgura para pagarlos
siempre que ello no descontrole la inflación) y lo sitúa en las verdaderas
crisis cuya solución eleva el bienestar ciudadano: crisis es un paro de dos
dígitos, o la brutal desigualdad de salarios y de patrimonio, o que la ausencia
de vacunas multiplique el número de muertos por el coronavirus. El déficit y la
deuda no son crisis, sino desequilibrios que deben ser tratados
instrumentalmente de otro modo. La centralidad del déficit y la deuda es una “narrativa
económica”, en palabras del Nobel Robert Shiller, aunque ambos no llegan a la
calificación de noticias falsas como la creencia de que las acciones
tecnológicas no dejan de subir, la convicción de que el precio de la vivienda
nunca disminuye o la seguridad de que algunas empresas son demasiado grandes
para quebrar.
Sean ciertas o falsas, esas historias
se transmiten por el boca a boca, los medios de comunicación o las redes
sociales, y crean percepciones sobre el gasto, el ahorro o la inversión que, en
última instancia, tienen un gran impacto en la vida de los ciudadanos y la
sociedad. La catedrática norteamericana Stephanie Kelton está dispuesta a ser
alanceada —y a defenderse— por su libro El mito del déficit, que sin duda será
objeto de polémica con la academia.
El balance del periodo neoliberal se
puede resumir en un crecimiento exponencial de las desigualdades, acompañado de
una falta de dinamismo empresarial y productivo. Las dos cosas a la vez. Lo
desarrolla el catedrático Carlos Sebastián en El capitalismo del siglo XXI, en
el que no se olvida de incidir en una tesis muy querida para él: el sistema no
funciona bien si sus instituciones no tienen la calidad necesaria para
apuntalarlo.
Es subrayable que la mayor parte de
los autores de esta tanda de libros tan críticos con el hipercapitalismo de
nuestros días (una de las excepciones sería el economista y político griego
Yanis Varoufakis, que ha escrito una novela de ciencia ficción para llegar a la
conclusión de que ya no estamos en el capitalismo, sino en un tecnofeudalismo
más propio de una distopía) finalmente prefieren ese capitalismo —eso sí,
reformado— que cualquier otro sistema. Por ejemplo, el exministro español Juan
Costa sostiene que la mayoría social está tirando la toalla, que el capitalismo
sufre una crisis de confianza estructural porque la ciudadanía piensa que es
injusto, que no funciona para todos sino tan solo para una pequeña élite, y sin
embargo sigue defendiendo una entelequia llamada “multicapitalismo” que no pasa
de las enumeraciones retóricas.
Que la confianza de la gente en el
capitalismo es escasa (Stiglitz, Jeffrey Sachs…) lo manifiesta Joan Coscubiela
en La pandemia del capitalismo al recoger un estudio de la Fundación Edelman de
enero de 2020: en 22 de los 28 países examinados, más del 50% de la población
considera que el sistema capitalista produce más mal que bien y es socialmente
injusto. La antinomia consiste en que el capitalismo es, al mismo tiempo, el
único sistema socioeconómico existente, no tiene alternativa, da síntomas de
agotamiento (el profesor Luis Arenas lo denomina “capitalismo cansado”) y actúa
como una pandemia con gran capacidad destructiva.
Entre los mayores defensores del
capitalismo están los profesores eméritos de Princeton Anne Case y Angus Deaton
(este último, Nobel de Economía), que describen en su texto Muertes por
desesperación la situación del corazón blanco de Estados Unidos: baja la
esperanza de vida, aumenta el número de muertos por sobredosis, suicidios o
enfermedades relacionadas con el alcohol, y no solo entre las minorías, sino
entre los trabajadores de raza blanca. El libro retrata con toda crudeza el
declive del sueño americano para muchos trabajadores que ven cómo sus familias
se rompen y sus esperanzas se frustran. El texto documenta la desesperación y
la muerte, y analiza cómo el capitalismo, que sacó de la pobreza a multitud de
personas, está destruyendo ahora a la América obrera. No posee soluciones que
sirvan a todo el mundo y, sin embargo, Case y Deaton declaran: “Creemos en el
capitalismo (…) no es necesario abolirlo, pero debería reorientarse para servir
al interés público”.
En el análisis del capitalismo
actual, muchos autores introducen el aspecto ecológico. El más coherente es el
profesor en Viena Clive L. Spash, que reconoce que siendo incapaz la economía
ortodoxa de abordar las dimensiones social y ambiental como aspectos cruciales
para entender el funcionamiento del sistema económico, tampoco las corrientes
heterodoxas como el marxismo/socialismo, el feminismo, el poskeynesianismo o la
economía institucional han sabido incorporar de manera coherente esas mismas
dimensiones en su análisis.
La profesora de Ciencias Políticas y
Filosofía Nancy Fraser añade otros asuntos a la ecología: además de la sociedad
visible, hay una serie de “talleres ocultos” como son el trabajo de cuidados no
remunerados, los bienes públicos y la riqueza expropiada. Desde un punto de
vista socialista, Fraser entiende que una visión ampliada del capitalismo
implica que su antagonista debe incorporar no solo la explotación del trabajo
asalariado por parte del capital, sino también sus múltiples formas
alternativas de explotación parasitaria.
En este contexto, la pandemia de la
covid ha actuado como una especie de lupa que ha agrandado la visión de los
problemas y los puntos débiles del sistema, y ha acelerado las metamorfosis que
estaban latentes. El coronavirus es la metástasis de un sistema que hace tiempo
que ya daba señales de insostenibilidad social, ambiental y democrática. El
mundo debe prepararse para lo que viene, que, según Jacques Attali, el
consejero especial del presidente Mitterrand, es una crisis económica,
filosófica, social y política difícilmente imaginables. ¿Recuperaremos nuestro
nivel de vida de antes?, ¿y nuestro modo de vida?, ¿y nuestra forma de
consumir, de trabajar, de amar? ¿Podremos preservar la democracia? Varoufakis
entiende que el armisticio de la guerra de clases que se logró tras la II
Guerra Mundial en forma de pacto social ha terminado.
Falta otra pandemia: una ola política
oscura en la que, en medio de un ambiente de fin del mundo, se impongan
regímenes autoritarios que preconicen abiertamente la xenofobia y el
absolutismo. Los partidarios de esos regímenes sostendrían que los demócratas
no fueron capaces de resolver las crisis. Y, por tanto, tratarán de
sustituirlos.
El diario “El comercio” público esta excelente nota sobre el poeta y
crítico francés, lo trascribo en razón de la importancia y la sindéresis del
articulista.
Charles
Baudelaire es el gran poeta moderno, el que inaugura la poesía moderna o, al
menos, el que primero revela lo que es un poeta moderno. Es el “pater familia”,
según el escritor chileno Roberto Bolaño. Sorprendentemente, Francia, el país
donde nació hace 200 años un 9 de abril, no le rendirá los homenajes que merece
un escritor de su talla. Citado por el diario El País, el experto en el siglo
XIX francés, Henri Scepi, afirma que Baudelaire, a diferencia de Víctor Hugo,
“nunca ha sido un escritor de consenso nacional”. Definir la modernidad no es
una cuestión del tiempo, aunque lo contenga. Le caracteriza, más bien, la
crítica, como sostiene el Nobel mexicano Octavio Paz. Es su parte constitutiva
y, a la vez, su condena, porque lo moderno es efímero, cambiante y nos
descoloca. “Cuando tenía las respuestas a la vida, me cambiaron las preguntas”,
decía un grafiti del Mayo del 68 francés. La modernidad se inicia como “una
crítica a la religión, la filosofía, la moral, el derecho, la historia, la
economía y la política (...) Los conceptos e ideas cardinales de la Edad
Moderna -progreso, evolución, revolución, libertad, democracia, ciencia,
tecnología- salieron de la crítica”, escribe Paz en ‘La otra voz’. Por eso,
romper con la tradición será la tradición de los modernos. Baudelaire fue el
poeta que transgredió. Se podría decir que aún hoy lo hace. Con Baudelaire se
inicia la conciencia del poeta en el mundo. Será un ángel caído. Luminoso como
es, está condenado a revolcarse en el fango del mundo horroroso y hostil. Quizá
sea en el poema Abel y Caín donde mejor se define al poeta maldito. “Raza de
Caín, en el fango cae y muere míseramente (...) por las sendas ¡arrastra tu
familia entera!” El poeta será siempre un agredido, como se puede leer en el
poema Albatros, “¡Qué débil e inútil es este viajero / que si tan bello fue se
convierte grotesco! / Uno quema su pico con su pipa encendida (...) / el Poeta
es igual a este rey de las nubes / que se ríe de las flechas y vence el
temporal; / desterrado en la tierra y en medio de las gentes, / sus alas de
gigante le impiden volar”. Es la gran ciudad el problema para un poeta
simbolista como Baudelaire, sus masas y la pérdida de sensibilidad. Desprecia
al burgués -rico nuevo, al fin de cuentas- de gusto dudoso, si no pésimo. “Si
no hubiese habido literatura antes de la burguesía, esta no la habría
inventado”, solía decir el crítico y escritor argentino Ricardo Piglia. De esa
conciencia poética se alimentaron los modernistas nuestros, los llamados
‘Decapitados’. Medardo Ángel Silva decía que su poesía “no es para ti,
burgués”, que es capaz de vender a su madre por “un dólar yanqui”. La ciudad y
los tumultos le fastidian. “Multitud, soledad: términos iguales”, escribe en
‘El Spleen de París’. Es la ciudad que provoca tedio y hastío. El poeta se
fijará en ese personaje grotesco, el “gracioso”, que resulta ser “el señorito
enguantado, charolado, severamente encorbatado”, que le desea feliz año a un
burro y se cree genial. Pero era en realidad “un magnífico imbécil que me
pareció concentrar en sí todo el ingenio de Francia”. La bohemia es un elemento
importante en el espíritu baudelaireiano. Los poemas que acompañan esta página
(El vino de los traperos y Embriagaos), pueden ser emblemáticos de su visión:
la embriaguez es necesaria, ya sea para acabar con las cargas del Tiempo o para
que se “abra al desesperado sueños de venganza y de gloria futura”, dice el
filósofo alemán Walter Benjamin. Baudelaire no fue el primer poeta que tuvo
afición por las drogas (y tampoco será el último). Estas ayudan a separar a los
poetas de la dimensión humana. Pero su estado crítico encuentra en ellas un
problema: son “paraísos artificiales”, que aniquilan uno de los mayores valores
de los seres humanos: la voluntad. “¡Ay!, los vicios del hombre, tan llenos de
horror como se les supone, contienen la prueba (¡aunque solo fuese por su
infinita expansión!) de su deseo del infinito; únicamente es un gusto que a
menudo se equivoca de camino”, dice este francés que murió a los 46 años, y 10
años antes trastocó la poesía con ‘Las flores del mal’. Pese a esa juventud,
“Baudelaire es ‘el’ poeta, el poeta adulto. Sabe muy bien lo que está haciendo,
sabe muy bien que está innovando, maneja la técnica de una manera soberana, es
el dueño de todos sus recursos. En ese sentido, no es frágil; es una roca, es
fuertísimo”, dijo Bolaño en la entrevista que dio al programa ‘La belleza de
pensar’. Darío Sztajnszrajber, divulgador argentino de filosofía, se anima a
colocar a Baudelaire entre Marx y Nietzsche. Su obra ha sido clave para
Benjamin, quien dedicó buena parte de su vida al estudio del poeta francés y
cuyos textos se juntaron en un volumen de título ‘Baudelaire’. Y Jacques
Derrida, figura del deconstruccionismo, escribió su libro ‘Dar (el) tiempo’ a
partir del poema en prosa La moneda falsa, que se encuentra en ‘El Spleen de
París’. Charles Baudelaire no es un poeta fácil: puede escandalizar aún ahora a
los de buena conciencia, que siguen siendo ángeles y logran ignorar este mundo.
Pero los poetas desde entonces, todos sin excepción -al menos los buenos, los
que han gozado del éxtasis poético- son hijos de este ‘pater familia’ como lo
llamó Bolaño, porque es “un poeta (que) lo puede soportar todo” aunque lo
“conduzca a la ruina, a la locura, a la muerte”.
La literatura siempre nos ayuda esclarecer el presente, las angustias
que nos agobian. "La peste" es una novela de Camus, que sirve de apoyo para
entender todas las vicisitudes del momento crítico que vivimos por gracia del
COVAVINURUS. Este es un buen artículo, espero que mis lectores disfruten.
CESAR H BUSTAMANTE
su novela el escritor describe su tiempo y su tierra natal, pero su
novela trasciende su marco temporal y geográfico, adquiriendo el rango de
metáfora universal
RAFAEL
NARBONA17 marzo, 2020
¿Qué nos
enseñó La peste, de Albert Camus? Que las peores epidemias no son biológicas,
sino morales. En las situaciones de crisis, sale a luz lo peor de la sociedad:
insolidaridad, egoísmo, inmadurez, irracionalidad. Pero también emerge lo
mejor. Siempre hay justos que sacrifican su bienestar para cuidar a los demás.
Publicada en 1947, La peste intenta ser una respuesta al dolor desatado por la
Segunda Guerra Mundial. Ambientada en Orán, narra los estragos de una epidemia
que causa centenares de muertes a diario. La propagación imparable de la
enfermedad empujará a las autoridades a imponer un severo aislamiento. Todo
comienza un dieciséis de abril. En esas fechas, Orán es una ciudad con una vida
frenética. Casi nadie repara en las existencias ajenas. Sus habitantes carecen
de sentido de la comunidad. No son ciudadanos, sino individuos que escatiman
horas al sueño para acumular bienes. La prosperidad material siempre parece una
meta más razonable que la búsqueda de la excelencia moral.
El Covid-19 o
coronavirus ha impulsado a muchos lectores a releer o a leer por vez primera La
peste, buscando recursos para afrontar el largo exilio en casa impuesto por las
autoridades sanitarias. La enfermedad siempre está ahí, pero pensamos que solo
le concierne a los otros. Ahora es asunto de todos. Nuestra campana de cristal
se ha agrietado. No somos invulnerables. Oriundo de la Argelia francesa, Camus
describe en La peste su tiempo y su tierra natal, pero su novela trasciende su
marco temporal y geográfico, adquiriendo el rango de metáfora universal. Sus
reflexiones resultan particularmente esclarecedoras en estos días. Camus señala
que la irrupción de una epidemia letal nos hace meditar sobre el tiempo.
Normalmente, no percibimos su espesor, el abanico de posibilidades que contiene
cada minuto. Solo hay una forma de comprender su carga fructífera: “sentirlo en
toda su lentitud”. Esa experiencia se hará asequible para todos con la peste,
pero la incertidumbre y el miedo transformarán la lentitud en parálisis,
estancamiento. El tiempo no se adapta a nosotros. Somos nosotros los que
debemos aprender a experimentarlo en toda su plenitud. El tiempo es el barro
del que estamos hechos. No podemos permitir que pase de balde, sin producir
frutos. No es posible volver atrás. El tiempo perdido es irrecuperable.
La
expectativa de la enfermedad y la muerte nos coloca ante las preguntas
fundamentales que solemos evitar o postergar. Camus piensa que no existe Dios,
que la fe es una expresión de impotencia, pero opina que el escepticismo no nos
has hecho más libres. Solo nos ha dejado más desamparados. La capacidad de
sacrificio del doctor Rieux, protagonista de La peste, pone de manifiesto que
atribuimos una importancia excesiva a nuestro yo. La grandeza del ser humano
reside en su capacidad de amar, no en su ambición personal. No hay nada hermoso
en el dolor, pero indudablemente nos abre los ojos y nos obliga a pensar. Rieux
no se acostumbra a ver morir a sus pacientes. Piensa que la respiración de un
moribundo es una objeción irrebatible contra la supuesta bondad de la vida. La
vida es absurda, ilógica. La inteligencia del hombre solo le hace más
desgraciado, pues le muestra que el universo está gobernado por el azar. Camus
admite que sin la perspectiva de lo sobrenatural, todas las victorias del
hombre son provisionales. La victoria definitiva y total corresponde a la
muerte. Para Rieux, la existencia solo es “una interminable derrota”. Su
filosofía se reduce a eso. No es mucho, pero es una convicción vigorosamente
respaldada por la miseria física y moral que aflige –en mayor o menor grado– a
la humanidad. Camus piensa que el mal y la indiferencia son más abundantes que
las buenas acciones. El hombre no es malo por naturaleza, pero su conocimiento
de las cosas es deficiente. Sus actos más nefandos proceden de la ignorancia.
Es la tesis del intelectualismo socrático, que Camus ratifica con una frase
feliz: “no hay verdadera bondad ni verdadero amor sin toda la clarividencia
posible”.
¿Qué es lo
ético en mitad de una epidemia? Luchar con “honestidad”. Luchar por el hombre,
a pesar de todas sus imperfecciones. En esa batalla, el fanatismo ideológico
solo estorba. Hay que mirar más allá, pensando solo en lo humano. ¿Cómo se
recordará la peste cuando pase? ¿Tal vez como una hoguera cruenta e interminable?
No, más bien como “un ininterrumpido pisoteo que aplasta todo a su paso”. El
ser humano evocará esos días con temblor, recordando la fragilidad de la vida.
La peste produce horror, pero también tedio. Después de los sentimientos
iniciales de terror o coraje, de indignidad o heroísmo, se extiende una emoción
unánime de monotonía. “Al grande y furioso impulso de las primeras semanas
había sucedido un decaimiento que hubiera sido erróneo tomar por resignación,
pero que no dejaba de ser una especie de consentimiento provisional”. La
sensación de fatalidad, de estar en manos de una calamidad sin término, embota
la sensibilidad. Lo humano retrocede, el espíritu se adormece, lo biológico
usurpa el lugar de lo racional. La monotonía se apodera de todo, aplanando los
afectos y la capacidad de razonar: “La ciudad estaba llena de dormidos
despiertos que no escapaban realmente a su suerte sino esas pocas veces en que,
por la noche, su herida, aparentemente cerrada, se abría”. La peste acaba
aniquilando los valores. La humanidad se desliza hacia el nivel de conciencia
de una res en el matadero, que intuye su final sin reaccionar. Las epidemias
matan el cuerpo y el alma. El coronavirus nos está recordando la importancia
del contacto físico. El ser humano necesita tocar a sus semejantes, sentir su
cercanía. “Los hombres no se pueden pasar sin los hombres”, escribe Camus.
Curiosamente, esa necesidad a veces solo se hace visible cuando se propaga una
catástrofe. “El único medio de hacer que las gentes estén unas con otras es
mandarles la peste”.
En Occidente,
la crisis de la familia ha provocado que cada vez haya más personas aisladas.
En los grandes espacios urbanos, los individuos se recluyen en apartamentos
minúsculos y apenas se saludan en las zonas comunes. Las ciudades crecen al
mismo ritmo que la soledad. Para Camus, el sufrimiento de los niños es
particularmente insoportable. Cuando el doctor Rieux y su amigo Tarrou
acompañan a un niño en su agonía, su tolerancia a la frustración se desborda,
transformándose en airada protesta: “Ya habían visto morir a otros niños puesto
que los horrores de aquellos meses no se habían detenido ante nada, pero no
habían seguido nunca sus sufrimientos minuto tras minuto como estaba haciendo
desde el amanecer. Y, sin duda, el dolor infligido a aquel inocente nunca había
dejado de parecerles lo que en realidad era: un escándalo”. El Padre Paneloux
se muestra comprensivo: “Esto subleva porque sobrepasa nuestra medida. Pero es
posible que debamos amar lo que no podemos comprender”. El doctor Rieux no
acepta este razonamiento: “Yo tengo otra idea del amor, y estoy dispuesto a
negarme hasta la muerte a amar esta creación donde los niños son torturados”.
Admite que no conoce la gracia divina y cuando el sacerdote le dice que lucha
por el hombre, replica que solo pelea por la salud. Al igual que Dostoievski,
Camus opina que “no hay nada sobre la tierra más importante que el sufrimiento
de un niño” y “una eternidad de dicha” no puede compensar ese dolor. El padre
Paneloux objeta que “el sufrimiento de los niños es nuestro pan amargo, pero
sin ese pan nuestras almas perecerían de hambre espiritual”. Tarrou apunta que
el dolor de los inocentes nos plantea un reto: la posibilidad de alcanzar la
santidad. Amando, acompañando, cuidando, sacrificando nuestro bienestar para
que otros vivan. Rieux contesta que no le interesa ser santo, ni héroe. Solo
quiere ser hombre y ser solidario con los vencidos. Por la peste o por la
historia.
La peste
avanza y ya nadie se atreve a hablar de Dios. Perdura una esperanza tibia e
insuficiente que solo es obstinación de vivir. Camus concluye que “todo lo que
el hombre puede ganar al juego de la peste y de la vida es el conocimiento y el
recuerdo”. Sin embargo, no se puede vivir solo de lo que se sabe y se recuerda.
Si no esperamos nada, si percibimos la muerte como un límite insuperable,
existir se convierte en una fatigosa carrera hacia la nada. Todos somos Sísifo,
subiendo una penosa pendiente para despeñarnos por el vacío. Solo puede
aliviarnos la ternura, el afecto que surge entre los humanos, tristes criaturas
que han aprendido a contar las horas, sabiendo que cada minuto es un paso hacia
el abismo. Todos los hombres son hermanos en el sufrimiento, en una desdicha
que no se puede aplacar. Camus, humanista sin un ápice de cinismo, no condena a
sus semejantes: “hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de
desprecio”.
Los espíritus
verdaderamente grandes nos sitúan en el umbral de los interrogantes. No nos dan
respuestas. Nos incitan a que –desde nuestra soledad– pensemos y recorramos
nuestro propio camino. Camus nos cede la palabra, invitándonos al recogimiento.
El que no sabe estar solo desconoce lo que es la verdadera libertad. Debemos
buscar al otro por anhelo de fraternidad, no para huir de nuestros miedos. No
hay que lamentar el aislamiento impuesto por las autoridades. Es una buena
oportunidad para explorar nuestra intimidad y buscar un sentido a la vida.
La pandemia
ha producido muerte, hospitales colapsados, quebrantos de salud, una población
inerme llena de interrogantes, políticas públicas que se tradujeron en
aislamientos, parálisis del mundo cómo nunca se había visto después de 1945, depresión,
muchas reflexiones por supuesto. El virus del COVI, apareció hace un año intempestivamente
y de la noche a la mañana la vida nos cambió abruptamente.
Cómo apareció
este virus letal. Las hipótesis son muchas: Fue producto de la manipulación humana, o peor, fue una estrategia en
el marco de las tensiones hegemónicas entre las potencias, algo que se salió de
las manos en esa guerra secreta en que permanecen las grandes potencias. Lo
cierto es que de pronto nos anunciaron su asedio letal y se dieron medidas y disciplinas que implicaron cambios profundos.
Las ciudades
quedaron solas, la economía se paró del todo, se nos obligó por prevención a utilizar tapaboca y fue preciso guardar distancias con la gente.
De hecho, se generó entre los pares una desconfianza y con las personas de
nuestro ámbito familiar y entorno una solidaridad antes no vista. Las
actividades productivas, sociales por efectos de las medidas de prevención se pararon, nos dedicamos a lo básico: Sobrevivir a la espera de una solución.
Después de un
año quedan muchas enseñanzas. La primera, que la sociedad de consumo no puede ir
más, sería una irresponsabilidad. Los daños al planeta, al ecosistema, a la naturaleza por efecto de esta actitud demencial son muchos y de alguna manera estamos pagando y recibiendo lo que sembramos. La
inequidad social definitivamente tiene que terminarse y la dirigencia mundial, frente a
todo lo que ha pasado, debe comenzar a generar cambios sustanciales, esta es una responsabilidad inaplazable. Cada uno de nosotros debemos entender y asumir que cuidar nuestro planeta constituye una
prioridad que implica muchos cambios.
Qué dejo la pandemia. Empecemos por resaltar
las consecuencias en materia económica. “La economía a nivel mundial ha sufrido
un vuelco de magnitudes históricas: Caída estrepitosa en el valor del petróleo,
alzas sin precedentes en el precio del dólar, devaluación inimaginable que implicó la quiebra
de compañías en sectores asociados al turismo (compañías de viajes, empresas de
aviación, hotelería) y otro sin número de consecuencias económicas que ha
llevado a poner en consideración incluso una gran recesión mundial”[1].
Miremos este análisis.”
En contraste, más recientemente, se ha establecido una nueva posición que
considera los sistemas económicos como subsistemas ecosféricos creados por el
hombre, totalmente dependientes de los recursos naturales del sol y de la
tierra. A esta corriente se le ha denominado Economía Ecológica (Daly, 1975,
1995, 1997a, b) y constituye un movimiento que trata de hacer una revisión de
la teoría económica actual desde el punto de vista ambiental, generando un
nuevo orden económico (Romeiro, 1999; Amazonas y Nobre, 2002; May et al.,
2003).
El sistema productivo necesariamente debe revisarse, lo mismo la actitud de nosotros frente al planeta. Los daños ambientales son muchos y de seguir como vamos serán irreversibles. El punto de partida de los
análisis ambientales consiste en aceptar que la actividad económica, sin la
cual los seres humanos tendríamos dificultades para subsistir es toxica, es pertinente producir cambios en la forma como producimos, como
trabajamos, la energía que utilizamos y al final. Por ocasión del paro de
todas las actividades productivas y comerciales por un año, la ausencia total de movilidad en el mundo, estuvimos
todos en casa, aislados, el planeta descansó de esa actividad loca y de paso nos
fue mostrando cuánto daño le hemos hecho. Tan solo con seis meses de quietud,
se vio el florecimiento de lugares que por razones de ese mal manejo ahora respira
mejor, el verde resurgió, descansaba de nuestra actitud depredadora. Es un
hecho que bajo sustancialmente la contaminación en ocasión a esta fase inercial del ciclo productivo, no importa
que fuera por poco tiempo, nos enseñó que si queremos sobrevivir los cambios no dan espera.
En materia de
salud mental los daños en ocasión al aislamiento son muchos. “las acciones
implementadas por los países para intentar controlar la epidemia es la
cuarentena. Sin embargo, esta trae consigo otros retos de salud que deben
vencerse. Se han descrito —generalmente luego de las 72 horas— efectos psicológicos
negativos, incluidos confusión, enojo, agotamiento, desapego, ansiedad,
deterioro del desempeño y resistencia a trabajar, pudiendo llegar incluso a
trastorno de estrés postraumático y depresión. Muchos de los síntomas se relacionan
con los temores de infección, frustración, aburrimiento, falta de suministros o
de información, pérdidas financieras y el estigma”[2].
Estos son los resultados mas relevantes. Después de un año de aislamiento aún no sabemos como se resolverá este galimatias. Sólo esperamos
volver a la normalidad con los cambios que sea necesario asumir.
[1]Efectos de la economía en
tiempos de pandemia. Maykol Alejandro Agudelo Amaya
La Filosofía
moral ha producido infinidad de textos de mucha hondura, la biblia constituye
un ejemplo elocuente de ello. La política es lo concreto, la filosofía moral es
el fundamento esencial. El hombre siempre se mueve entre el bien y el mal,
dilucidar sobre esta materia ha sido tarea de los filósofos.
Lo Primero
diferenciar la ética de la moral, cuales son los ejes que la articulan. La distinción
entre la ética y la moral es de suma importancia. En el fondo siempre dilucidamos lo que es bueno, y lo correcto. Esto quiere decir que hay acciones éticas, pero
no morales o a la inversa. “Si bien desde sus inicios el pensamiento filosófico
se ha preocupado por reflexionar sobre las formas de la conducta humana, su esencia,
su deber ser, sus bases o principios, es innegable que el pensar moral no ha
quedado fuera de las vicisitudes propias de la historia en que se gesta”. Aristóteles trabajó con absoluta ponderación y
sindéresis este tema. Aristóteles trató los temas de la moral, del bien y del
mal. Sócrates fue un ejemplo de esta
diatriba, acepto una decisión que no compartía, se quitó la vida y dejo de
alguna manera su posición con elocuencia, tenía una diferencia con la ciudad estado
que está bellamente plasmada en los diálogos platónicos.
En el marco
de la racionalidad jurídica hay una relación entra la ley ética que excluye la
moral. Toda norma tiene un fundamento ético, muchas veces excluye la moral como
sustrato, es un fenómeno social. Establecer que está bien y que está mal. Las
leyes las hacemos los humanos, siempre tienen un fundamento moral y ético, al
final la pregunta qué es ética y qué es moral. La ley constituye un
conjunto de principios y normas concretos de los cuales se derivan todas las
reglas prácticas del hombre, que manda o prohíbe hacer algo. Una vez plasmado en
la ley un mandato, está debe cumplirse no en razón del principio morales o
éticos en que se sustenta, sino por el dogmatismo jurídico que establece la
relación entre el ciudadano y la ley, la gobernanza como dice Foucault. Fernando
Savater, escritor y filósofo español, define la ética como: “el arte de vivir”,
“el saber vivir”. Por lo tanto, agrega: “El arte de discernir lo que nos
conviene y lo que no nos conviene. La ética está relacionada con el estudio
fundamentado de los valores morales que guían el comportamiento humano en la
sociedad.
La política
es el eje entre gobernantes y gobernados. Esto leí en la red y puede resultar
cierto: “Si la política no considera la dimensión ética, es muy fácil caer en
el descrédito, en la pérdida de confianza, lo que lleva finalmente a
entramparse en una crisis”. “Mientas lo legal es todo aquello que deriva de la
legislación vigente en un país, y que regula lo que se nos permite o prohíbe
hacer como ciudadanos en función de la justicia y para el bien de la sociedad
como un todo, la ética es una disciplina filosófica que nos habla del bien y
del mal y sus relaciones con la moral y el comportamiento de los seres humano”[1].
Con el COVI,
un virus letal, llevamos un año lidiando con él, en pleno siglo XXI, tiene a la
humanidad tratando de entender que pasa, elucidar cómo es nuestra relación con
la naturaleza es de suma importancia. Cuáles son las responsabilidades morales
y éticas en esta articulación. Este VIRUS es producto de la manipulación de la naturaleza
por el hombre. En pleno siglo XXI no hemos medido estas responsabilidades.
Somos partes del medio no dueños, la naturaleza parece entenderlo mejor que
nosotros. Los indígenas lo entendieron muy bien desde tiempos ancestrales.
Apenas estamos legislando sobre el tema. Nuestras decisiones en todo caso
desbordan la propia naturaleza. La manipulación genética desde la perspectiva ética
y moral que sustrato tienen. O no lo tienen, la aventura de comportarnos como
Dioses trae consecuencias, el tema no es religioso. La ciencia, tiene
responsabilidades morales y éticas en todo caso.
Es un tema de
locos. La humanidad le asignó al consumo voraz el eterno elixir de la felicidad.
Somos una sociedad consumista y por lo tanto depredadora de la naturaleza. En esta
relación el COVI es una consecuencia de nuestra irresponsabilidad. Meditar sobre
estas articulaciones de locos resulta necesario. Gracias al aislamiento, salir
es peligroso, podemos meditar tranquilamente sobre el tema.
La grandeza
de Borges ha sido un bálsamo en el aislamiento por efecto del virus del COVI.
He comenzado con juicio la relectura de su obra a partir de la edición de los
estudios críticos en la edición de EMECE.
Empezaré con
su vida, el itinerario de un lector agudo. Borges es un pensador entrañable,
excepcional, pura literatura. Cada minuto en el mundo alguien está leyendo algún
texto suyo. Este argentino, lector por antonomasia, produjo una obra que
asombró al mundo. Por su belleza, lucidez e innovadora en el sentido literal de
la palabra. Invirtió los papeles, la lectura se convierte en el motor que le
permitió crear su obra, asumió que antes de escritor, era un lector, la magia
que le produjo generó un dialogo con toda la literatura universal, escribió
desde el asombró que le produjo el contacto con otros textos.
De un texto de Beatriz Sarlo tomo algunos aspectos
biográficos de una importancia para entender su obra: “Nació en 1899,
en Buenos Aires, hijo de una familia patricia que tenía, como la anciana dama
de uno de los cuentos de El informe de Brodie, algunos próceres menores entre
sus antepasados. La biografía de Borges, despoblada de actos espectaculares, es
discreta en la exhibición de pasiones privadas. Casi no importa una 'vida' de
Borges por fuera de las historias de encuentros con los libros, las leales
amistades literarias y algunos viajes que, sobre todo el primero a Europa entre
1914 y 1921, fueron capítulos de una educación estética. Como también sucede
con Sarmiento, el mito biográfico se funda en la apropiación de la literatura:
el Quijote leído por primera vez en traducción inglesa cuando era un niño; su
versión, a los nueve años, de un cuento de Oscar Wilde; su fascinación por
Chesterton, Kipling y Stevenson; sus traducciones de Kafka, Faulkner y Virginia
Woolf; su amistad juvenil, en España, con el ultraísmo; la familiaridad con la
poesía gauchesca y la aversión por las letras de tango; su caprichosa y
productiva relación con Evaristo Carriego, poeta modesto que su padre había
frecuentado; su devoción por Macedonio Fernández y el gusto por escritores
'raros', marginales y menores; las antologías que preparó con sus amigos Adolfo
Bioy Casares y Silvina Ocampo; la desconfianza asordinada ante el criollismo de
Don Segundo Sombra; el ensueño de las literaturas escandinavas, las Mil y una
noches y la Odisea; la traducción aporteñada de las últimsa páginas del Ulises;
su veneración por la Cábala y por la Divina Comedia”.
La grandeza
de Borges radica en la capacidad de mezclar los géneros (Los ensayos se
convierten en cuentos y a la inversa) son textos cortos, ensayos, sobre el
tiempo, la inmortalidad, la cábala que terminan convertidos en cuentos que le
sirven de pretexto para crear una ficción excepcional, con una prosa alejada de
barroquismos. Esta afirmación sobre su obra lo explica mejor: “allí están los
temas filosóficos, allí está su relación tensa pero permanente con la
literatura inglesa, su sistema de citas, su erudición extraída de las minucias
de las enciclopedias, su trabajo de escritor sobre el cuerpo de la literatura
europea y sobre las versiones que esta literatura construyó como 'Oriente';
allí están sus símbolos, los espejos, los laberintos, los dobles; allí está su
afición a las mitologías nórdicas y a la Cábala. Pero se perdería, si la
lectura se fija dentro de estos límites, la tensión que recorre la obra de
Borges, cuando la dimensión rioplatense aparece inesperadamente para desalojar
a la literatura occidental de una centralidad segura. La literatura de Borges
es una literatura de conflicto. “En el segundo ensayo, «El lector como
escritor’>, Rodríguez Monegal va a ofrecernos el punto central de su lectura
de Borges, una «lectura poética». El punto de partida será «Pierre Menard,
autor del Quijote». Aquí está el texto central para la fundamentación de su teoría,
ya previsto por Borges en una conferencia de 1927, «La función literaria»,
recogida más tarde en El idioma de los argentinos: «en vez de una poética de la
obra literaria, la poética de su lectura (...). “Pierre Menard, autor del
Quijote” posee un arte de la lectura» (página 45).
La lectura es
tan importante como la escritura: Para Borges, concluye el crítico (Rodríguez
Monegal), leer es una actividad tan intelectual como escribir; el lector
participa de la creación misma en un diálogo continuado con un texto. Esta idea
es desarrollada en los relatos «La biblioteca de Babel», «El jardín de los
senderos que se bifurcan» y «La escritura de Dios»[1].
Afirmo con absoluta convicción: “«Que otros se jacten de las páginas que han
escrito; a mí me enorgullecen las que he leído».
Es imposible acceder a todos los libros, el universo de los mismos supera nuestra capacidad y tiempo. Borges, lleno de referencias es una buena guía para acceder a autores y libros excelentes.