martes, 20 de abril de 2021

POR QUÉ ESTOY EN DESACUERDO CON LA LISTA DE ‘MEJORES ESCRITORES’ DE GRANTA EN ESPAÑOL

 

No cabe duda que toda selección paradójicamente significa una exclusión. Los concursos literarios que, la mayoría de veces constituyen una promoción, siempre guardan algo de injusticia, de falsedad. En todo caso algunos muy famosos cumplen con su deber como corresponde. La lista Granta de jóvenes escritores menores de 35 años de la lengua española ha sido importante, en lengua inglesa ha tenido verdaderos aciertos, lo mismo en nuestro idioma. Aun así, se dan posiciones encontradas, esta es una de esas, la que trascribo, pues los debates son buenos al final.  La controversia queda abierta. CESAR BUSTAMANTE HUERTAS

 

 

La selección tiene omisiones imperdonables y la presencia desproporcionada de los epicentros culturales de siempre. Si las listas literarias no son representativas: ¿siguen siendo relevantes?

 

Por Hernán Vera Álvarez

Es escritor y editor argentino especializado en estudios de literatura latinoamericana y española. Ha sido professor de Escritura Creativa.

Jorge Luis Borges solía decir que lo primero que notamos de una lista son las omisiones. Días atrás, la revista británica Granta eligió los 25 mejores narradores jóvenes en español menores de 35 años. Mucho antes de que se revelara la selección en una rueda de prensa desde el Instituto Cervantes de Madrid, los rumores de los posibles nombres favoritos deambularon por el mundillo literario hispano (siempre pobre en premios monetizados y tan rico en chismes). Y, como anticipaba Borges, fue imposible no reparar en las omisiones.

 

Aunque los escritores elegidos tienen méritos literarios suficientes para aparecer en una lista —como Mónica Ojeda, de Ecuador, y Cristina Morales, de España—, hay una cuestión que no podemos obviar: los reconocimientos culturales suelen pasar por alto que también son espacios de visibilidad y que deben ser representativos para abarcar al vasto mundo literario en español.

 

Integrar una lista es potenciar la diversidad en una sociedad por momentos reaccionaria a cualquier minoría. La lista de Granta es importante porque es el vehículo para que lectores conozcan nuevos creadores, actúa de caja de resonancia para que las grandes casas editoriales incorporen a escritores interesantes y puede ser el pasaporte a contratos de traducción.

LISTA

– Andrea Abreu, España, 1995

– José Adiak Montoya, Nicaragua, 1987

– David Aliaga, España,1989

– Carlos Manuel Álvarez, Cuba, 1989

– José Ardila, Colombia, 1985

– Gonzalo Baz, Uruguay, 1985

– Miluska Benavides, Perú, 1986

– Irene Reyes-Noguerol, España, 1997

– Munir Hachemi, España, 1989

– Cristina Morales, España, 1985

– Alejandro Morellón, España, 1985

– Aniela Rodríguez, México, 1992

– Andrea Chapela, México, 1990

– Aura García-Junco, México, 1989

– Mateo García Elizondo, México, 1987

– Camila Fabbri, Argentina, 1989

– Michel Nieva, Argentina, 1988

– Martín Felipe Castagnet, Argentina, 1986

– Dainerys Machado Vento, Cuba, 1986

– Eudris Planche Savón, Cuba, 1985

– Paulina Flores, Chile, 1988

– Diego Zúñiga, Chile, 1987

– Estanislao Medina Huesca, Guinea Ecuatorial, 1990

– Mónica Ojeda, Ecuador, 1988

– Carlos Fonseca, Costa Rica, 1987

 

 


 

lunes, 12 de abril de 2021

EL CAPITALISMO CAMBIA DE PIEL

 


Este excelente artículo publica por la revista “Babelia” del periódico “El país” de España sobre la pandemia y sus consecuencias sociales y económicas que, como una lámpara de Aladino ha revelado la grave crisis del capitalismo que sus áulicos se resisten a reconocer con las consecuencias nefastas para la población más vulnerable, galopando desde hace mucho tiempo con la persistencia tenaz de inequidad e injusticia social, sin alguna posibilidad de resolverse en manos de estos gurúes. Espero incite a la reflexión y que sirva para otras lecturas y la toma de posición en los procesos de elección de nuestros gobernantes, donde nos hemos equivocado continuamente lo que nos ha llevado a más atraso y desequilibrios sociales sin solución alguna por ahora. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE

 

La pandemia es una lupa que agranda los defectos de un sistema económico “cansado” y acelera las metamorfosis que estaban latentes en la sociedad. Una avalancha de libros analiza este momento crítico

JOAQUÍN ESTEFANÍA

09 ABR 2021 - 22:30 COT

Desde hace más de una década la memoria de la Gran Depresión está más viva que nunca. Se recuerdan sus efectos principales (desempleo masivo y quiebras en cadena) y la salida que le dio Franklin Delano Roosevelt, un presidente mítico por enfrentarse a los dos mayores retos del siglo XX: la brutal crisis económica, la más larga, profunda y extendida de la centuria, y el fascismo internacional. A ese mito contribuyeron las circunstancias de su muerte, todavía en el cargo, y a pocas semanas de lograr la rendición nazi: Roosevelt murió en 1945 con las botas puestas. 

Un libro del profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) Andreu Espasa (Historia del New Deal) sitúa en su lugar la política que aplicó Roosevelt para acabar con las dificultades estadounidenses frente a quienes han construido del new deal un relato perfecto. Más bien fue un proceso que, lejos de pretender aplicar una teoría concreta —aunque estuvo inspirado por la revolución keynesiana que llegaba de Europa y defendía una mayor intervención del Estado en la economía—, se caracterizó por un fuerte grado de experimentalismo, con numerosas improvisaciones, fracasos parciales y rectificaciones constantes. A pesar de ello, finalmente la Administración de Roosevelt (1933-1945) puso los cimientos para la creación del Estado de bienestar estadounidense y el inicio de una recuperación económica de larga duración.

Se pueden establecer analogías y diferencias entre la Gran Depresión, la Gran Recesión del año 2008 y el Gran Confinamiento de 2020. La mayor similitud entre los tres acontecimientos recesivos es su naturaleza múltiple. Lo que empezó en 1929 como problemas de naturaleza económica derivó en muchos países en una crisis de representatividad política, con una rápida disminución del número de regímenes democráticos, y, en el ámbito exterior, en una fuerte crisis geopolítica que terminaría provocando el estallido de la II Guerra Mundial. 

Ocho décadas después, durante la Gran Recesión, la debacle económica también generó una dura crisis de legitimación política, con victorias sorprendentes del populismo de derechas en lugares tan significativos como los Estados Unidos de Trump, el Reino Unido de Johnson o el Brasil de Bolsonaro. La pandemia de la covid-19 ha derivado en una sindemia (rasgos sanitarios, económicos, sociales, políticos, vitales) que en el plano geopolítico añade un enfriamiento de las relaciones entre EE UU y Rusia y una guerra comercial con China. Por último, a todas estas dificultades superpuestas hay que sumar la que sobrevuela de modo sistemático toda la época: el cambio climático que amenaza las condiciones de habitabilidad del planeta. De las tres se desprende la inclinación natural de las economías complejas hacia la inestabilidad, como demostró el gran Hyman Minsky (más actual que nunca), y el papel de los gobiernos en impulsar el consumo y la inversión en tiempos de alto desempleo.

 

Lo que empieza como un problema económico deriva en crisis geopolítica y de la democracia

Ahora parece que estamos en un nuevo momento Roosevelt que también se caracteriza por pasos adelante y hacia atrás, fuertes contradicciones y, en general, por una falta de teorización. La práctica política va delante de la teoría. Solo hay algo común: hacer lo contrario que en la Gran Recesión con el austericidio (gastar más, repensar la fiscalidad y la deuda, preocuparse por las recuperaciones débiles y desiguales, incentivar la presencia del sector público, etcétera), con la paradoja de que las instituciones más desacomplejadas con esta nueva política son, sorprendentemente, las mismas que antes estrangularon el bienestar de los ciudadanos (el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo, la Reserva Federal, la Comisión Europea, etcétera). Sus representantes son los “nuevos conversos”.

 

Durante los últimos 40 años el eslogan que resumía todo era el de “There is no alternative” (TINA), atribuido a la primera ministra británica Margaret Thatcher. El sociólogo Boaventura de Sousa Santos, que nos traslada de la pandemia a la utopía, entiende que, si se sigue defendiendo que no hay alternativa posible, ello nos conduce al suicidio. Es el tiempo de las alternativas. Copérnico y los científicos que le siguieron cambiaron el modo de entender el cosmos al demostrar que la Tierra giraba alrededor del Sol y no al revés como se creía hasta entonces. Los muchos libros que se publican sobre el asunto coinciden básicamente en que la coyuntura requiere avances revolucionarios en cuanto a la manera de concebir las ciencias sociales, y entre ellas la economía política, para aumentar el bienestar de la gente. 

El historiador canadiense Quinn Slobodian es de los más críticos con el papel que el neoliberalismo y la revolución conservadora de la TINA han ocupado en estos últimos 40 años, por su profundo conservadurismo y su hostilidad hacia la democracia. Slobodian da una vuelta de rosca a sus pretensiones: al revés de lo que de sí mismos predican los liberales económicos, divididos en diferentes tribus, su movimiento no surgió para reducir el gobierno y para limitar las regulaciones, sino para utilizar el primero y capturar las últimas; usar al Estado y sus instituciones para aislar a los mercados de la soberanía política y de las turbulencias democráticas de igualdad y justicia social que conducen a los déficit y a la deuda pública. Lejos de descartar el Estado regulador, los neoliberales quieren aprovecharlo para su gran proyecto de proteger el capitalismo a escala global. Cuarenta años de droga ultraliberal han debilitado toda voluntad y todo recurso por parte del Estado para actuar con firmeza y aplicar su voluntad a un proyecto.

 

Ha aparecido una heterodoxia en los últimos años, la Teoría Monetaria Moderna, que desvía el foco de atención del déficit y la deuda (los países con moneda propia tienen holgura para pagarlos siempre que ello no descontrole la inflación) y lo sitúa en las verdaderas crisis cuya solución eleva el bienestar ciudadano: crisis es un paro de dos dígitos, o la brutal desigualdad de salarios y de patrimonio, o que la ausencia de vacunas multiplique el número de muertos por el coronavirus. El déficit y la deuda no son crisis, sino desequilibrios que deben ser tratados instrumentalmente de otro modo. La centralidad del déficit y la deuda es una “narrativa económica”, en palabras del Nobel Robert Shiller, aunque ambos no llegan a la calificación de noticias falsas como la creencia de que las acciones tecnológicas no dejan de subir, la convicción de que el precio de la vivienda nunca disminuye o la seguridad de que algunas empresas son demasiado grandes para quebrar.

 Sean ciertas o falsas, esas historias se transmiten por el boca a boca, los medios de comunicación o las redes sociales, y crean percepciones sobre el gasto, el ahorro o la inversión que, en última instancia, tienen un gran impacto en la vida de los ciudadanos y la sociedad. La catedrática norteamericana Stephanie Kelton está dispuesta a ser alanceada —y a defenderse— por su libro El mito del déficit, que sin duda será objeto de polémica con la academia.

 

El balance del periodo neoliberal se puede resumir en un crecimiento exponencial de las desigualdades, acompañado de una falta de dinamismo empresarial y productivo. Las dos cosas a la vez. Lo desarrolla el catedrático Carlos Sebastián en El capitalismo del siglo XXI, en el que no se olvida de incidir en una tesis muy querida para él: el sistema no funciona bien si sus instituciones no tienen la calidad necesaria para apuntalarlo. 

Es subrayable que la mayor parte de los autores de esta tanda de libros tan críticos con el hipercapitalismo de nuestros días (una de las excepciones sería el economista y político griego Yanis Varoufakis, que ha escrito una novela de ciencia ficción para llegar a la conclusión de que ya no estamos en el capitalismo, sino en un tecnofeudalismo más propio de una distopía) finalmente prefieren ese capitalismo —eso sí, reformado— que cualquier otro sistema. Por ejemplo, el exministro español Juan Costa sostiene que la mayoría social está tirando la toalla, que el capitalismo sufre una crisis de confianza estructural porque la ciudadanía piensa que es injusto, que no funciona para todos sino tan solo para una pequeña élite, y sin embargo sigue defendiendo una entelequia llamada “multicapitalismo” que no pasa de las enumeraciones retóricas.

 

Que la confianza de la gente en el capitalismo es escasa (Stiglitz, Jeffrey Sachs…) lo manifiesta Joan Coscubiela en La pandemia del capitalismo al recoger un estudio de la Fundación Edelman de enero de 2020: en 22 de los 28 países examinados, más del 50% de la población considera que el sistema capitalista produce más mal que bien y es socialmente injusto. La antinomia consiste en que el capitalismo es, al mismo tiempo, el único sistema socioeconómico existente, no tiene alternativa, da síntomas de agotamiento (el profesor Luis Arenas lo denomina “capitalismo cansado”) y actúa como una pandemia con gran capacidad destructiva.

 Entre los mayores defensores del capitalismo están los profesores eméritos de Princeton ­Anne Case y Angus Deaton (este último, Nobel de Economía), que describen en su texto Muertes por desesperación la situación del corazón blanco de Estados Unidos: baja la esperanza de vida, aumenta el número de muertos por sobredosis, suicidios o enfermedades relacionadas con el alcohol, y no solo entre las minorías, sino entre los trabajadores de raza blanca. El libro retrata con toda crudeza el declive del sueño americano para muchos trabajadores que ven cómo sus familias se rompen y sus esperanzas se frustran. El texto documenta la desesperación y la muerte, y analiza cómo el capitalismo, que sacó de la pobreza a multitud de personas, está destruyendo ahora a la América obrera. No posee soluciones que sirvan a todo el mundo y, sin embargo, Case y Deaton declaran: “Creemos en el capitalismo (…) no es necesario abolirlo, pero debería reorientarse para servir al interés público”.

 

En el análisis del capitalismo actual, muchos autores introducen el aspecto ecológico. El más coherente es el profesor en Viena Clive L. Spash, que reconoce que siendo incapaz la economía ortodoxa de abordar las dimensiones social y ambiental como aspectos cruciales para entender el funcionamiento del sistema económico, tampoco las corrientes heterodoxas como el marxismo/socialismo, el feminismo, el poskeynesianismo o la economía institucional han sabido incorporar de manera coherente esas mismas dimensiones en su análisis. 

La profesora de Ciencias Políticas y Filosofía Nancy Fraser añade otros asuntos a la ecología: además de la sociedad visible, hay una serie de “talleres ocultos” como son el trabajo de cuidados no remunerados, los bienes públicos y la riqueza expropiada. Desde un punto de vista socialista, Fraser entiende que una visión ampliada del capitalismo implica que su antagonista debe incorporar no solo la explotación del trabajo asalariado por parte del capital, sino también sus múltiples formas alternativas de explotación parasitaria.

 

En este contexto, la pandemia de la covid ha actuado como una especie de lupa que ha agrandado la visión de los problemas y los puntos débiles del sistema, y ha acelerado las metamorfosis que estaban latentes. El coronavirus es la metástasis de un sistema que hace tiempo que ya daba señales de insostenibilidad social, ambiental y democrática. El mundo debe prepararse para lo que viene, que, según Jacques Attali, el consejero especial del presidente Mitte­rrand, es una crisis económica, filosófica, social y política difícilmente imaginables. ¿Recuperaremos nuestro nivel de vida de antes?, ¿y nuestro modo de vida?, ¿y nuestra forma de consumir, de trabajar, de amar? ¿Podremos preservar la democracia? Varoufakis entiende que el armisticio de la guerra de clases que se logró tras la II Guerra Mundial en forma de pacto social ha terminado. 

Falta otra pandemia: una ola política oscura en la que, en medio de un ambiente de fin del mundo, se impongan regímenes autoritarios que preconicen abiertamente la xenofobia y el absolutismo. Los partidarios de esos regímenes sostendrían que los demócratas no fueron capaces de resolver las crisis. Y, por tanto, tratarán de sustituirlos.

 



domingo, 4 de abril de 2021

BAUDELAIRE, EL MALDITO DE LA MODERNIDAD

 


El diario “El comercio” público esta excelente nota sobre el poeta y crítico francés, lo trascribo en razón de la importancia y la sindéresis del articulista.

https://www.elcomercio.com/tendencias/baudelaire-maldito-modernidad-poesia-francia.html.


Charles Baudelaire es el gran poeta moderno, el que inaugura la poesía moderna o, al menos, el que primero revela lo que es un poeta moderno. Es el “pater familia”, según el escritor chileno Roberto Bolaño. Sorprendentemente, Francia, el país donde nació hace 200 años un 9 de abril, no le rendirá los homenajes que merece un escritor de su talla. Citado por el diario El País, el experto en el siglo XIX francés, Henri Scepi, afirma que Baudelaire, a diferencia de Víctor Hugo, “nunca ha sido un escritor de consenso nacional”. Definir la modernidad no es una cuestión del tiempo, aunque lo contenga. Le caracteriza, más bien, la crítica, como sostiene el Nobel mexicano Octavio Paz. Es su parte constitutiva y, a la vez, su condena, porque lo moderno es efímero, cambiante y nos descoloca. “Cuando tenía las respuestas a la vida, me cambiaron las preguntas”, decía un grafiti del Mayo del 68 francés. La modernidad se inicia como “una crítica a la religión, la filosofía, la moral, el derecho, la historia, la economía y la política (...) Los conceptos e ideas cardinales de la Edad Moderna -progreso, evolución, revolución, libertad, democracia, ciencia, tecnología- salieron de la crítica”, escribe Paz en ‘La otra voz’. Por eso, romper con la tradición será la tradición de los modernos. Baudelaire fue el poeta que transgredió. Se podría decir que aún hoy lo hace. Con Baudelaire se inicia la conciencia del poeta en el mundo. Será un ángel caído. Luminoso como es, está condenado a revolcarse en el fango del mundo horroroso y hostil. Quizá sea en el poema Abel y Caín donde mejor se define al poeta maldito. “Raza de Caín, en el fango cae y muere míseramente (...) por las sendas ¡arrastra tu familia entera!” El poeta será siempre un agredido, como se puede leer en el poema Albatros, “¡Qué débil e inútil es este viajero / que si tan bello fue se convierte grotesco! / Uno quema su pico con su pipa encendida (...) / el Poeta es igual a este rey de las nubes / que se ríe de las flechas y vence el temporal; / desterrado en la tierra y en medio de las gentes, / sus alas de gigante le impiden volar”. Es la gran ciudad el problema para un poeta simbolista como Baudelaire, sus masas y la pérdida de sensibilidad. Desprecia al burgués -rico nuevo, al fin de cuentas- de gusto dudoso, si no pésimo. “Si no hubiese habido literatura antes de la burguesía, esta no la habría inventado”, solía decir el crítico y escritor argentino Ricardo Piglia. De esa conciencia poética se alimentaron los modernistas nuestros, los llamados ‘Decapitados’. Medardo Ángel Silva decía que su poesía “no es ­para ti, burgués”, que es capaz de vender a su madre por “un dólar yanqui”. La ciudad y los tumultos le fastidian. “Multitud, soledad: términos iguales”, escribe en ‘El Spleen de París’. Es la ciudad que provoca tedio y hastío. El poeta se fijará en ese personaje grotesco, el “gracioso”, que resulta ser “el señorito enguantado, charolado, severamente encorbatado”, que le desea feliz año a un burro y se cree genial. Pero era en realidad “un magnífico imbécil que me pareció concentrar en sí todo el ingenio de Francia”. La bohemia es un elemento importante en el espíritu baudelaireiano. Los poemas que acompañan esta página (El vino de los traperos y Embriagaos), pueden ser emblemáticos de su visión: la embriaguez es necesaria, ya sea para acabar con las cargas del Tiempo o para que se “abra al desesperado sueños de venganza y de gloria futura”, dice el filósofo alemán Walter Benjamin. Baudelaire no fue el primer poeta que tuvo afición por las drogas (y tampoco será el último). Estas ayudan a separar a los poetas de la dimensión humana. Pero su estado crítico encuentra en ellas un problema: son “paraísos artificiales”, que aniquilan uno de los mayores valores de los seres humanos: la voluntad. “¡Ay!, los vicios del hombre, tan llenos de horror como se les supone, contienen la prueba (¡aunque solo fuese por su infinita expansión!) de su deseo del infinito; únicamente es un gusto que a menudo se equivoca de camino”, dice este francés que murió a los 46 años, y 10 años antes trastocó la poesía con ‘Las flores del mal’. Pese a esa juventud, “Baudelaire es ‘el’ poeta, el poeta adulto. Sabe muy bien lo que está haciendo, sabe muy bien que está innovando, maneja la técnica de una manera soberana, es el dueño de todos sus recursos. En ese sentido, no es frágil; es una roca, es fuertísimo”, dijo Bolaño en la entrevista que dio al programa ‘La belleza de pensar’. Darío Sztajnszrajber, divulgador argentino de filosofía, se anima a colocar a Baudelaire entre Marx y Nietzsche. Su obra ha sido clave para Benjamin, quien dedicó buena parte de su vida al estudio del poeta francés y cuyos textos se juntaron en un volumen de título ‘Baudelaire’. Y Jacques Derrida, figura del deconstruccionismo, escribió su libro ‘Dar (el) tiempo’ a partir del poema en prosa La moneda falsa, que se encuentra en ‘El Spleen de París’. Charles Baudelaire no es un poeta fácil: puede escandalizar aún ahora a los de buena conciencia, que siguen siendo ángeles y logran ignorar este mundo. Pero los poetas desde entonces, todos sin excepción -al menos los buenos, los que han gozado del éxtasis poético- son hijos de este ‘pater familia’ como lo llamó Bolaño, porque es “un poeta (que) lo puede soportar todo” aunque lo “conduzca a la ruina, a la locura, a la muerte”.

 



jueves, 18 de marzo de 2021

ALBERT CAMUS SU NOVELA LA PESTE EN LOS TIEMPOS DEL CORONAVIRUS

 


La literatura siempre nos ayuda esclarecer el presente, las angustias que nos agobian. "La peste" es una novela de Camus, que sirve de apoyo para entender todas las vicisitudes del momento crítico que vivimos por gracia del COVAVINURUS. Este es un buen artículo, espero que mis lectores disfruten. CESAR H BUSTAMANTE

 

su novela el escritor describe su tiempo y su tierra natal, pero su novela trasciende su marco temporal y geográfico, adquiriendo el rango de metáfora universal

RAFAEL NARBONA17 marzo, 2020

 

¿Qué nos enseñó La peste, de Albert Camus? Que las peores epidemias no son biológicas, sino morales. En las situaciones de crisis, sale a luz lo peor de la sociedad: insolidaridad, egoísmo, inmadurez, irracionalidad. Pero también emerge lo mejor. Siempre hay justos que sacrifican su bienestar para cuidar a los demás. Publicada en 1947, La peste intenta ser una respuesta al dolor desatado por la Segunda Guerra Mundial. Ambientada en Orán, narra los estragos de una epidemia que causa centenares de muertes a diario. La propagación imparable de la enfermedad empujará a las autoridades a imponer un severo aislamiento. Todo comienza un dieciséis de abril. En esas fechas, Orán es una ciudad con una vida frenética. Casi nadie repara en las existencias ajenas. Sus habitantes carecen de sentido de la comunidad. No son ciudadanos, sino individuos que escatiman horas al sueño para acumular bienes. La prosperidad material siempre parece una meta más razonable que la búsqueda de la excelencia moral.

El Covid-19 o coronavirus ha impulsado a muchos lectores a releer o a leer por vez primera La peste, buscando recursos para afrontar el largo exilio en casa impuesto por las autoridades sanitarias. La enfermedad siempre está ahí, pero pensamos que solo le concierne a los otros. Ahora es asunto de todos. Nuestra campana de cristal se ha agrietado. No somos invulnerables. Oriundo de la Argelia francesa, Camus describe en La peste su tiempo y su tierra natal, pero su novela trasciende su marco temporal y geográfico, adquiriendo el rango de metáfora universal. Sus reflexiones resultan particularmente esclarecedoras en estos días. Camus señala que la irrupción de una epidemia letal nos hace meditar sobre el tiempo. Normalmente, no percibimos su espesor, el abanico de posibilidades que contiene cada minuto. Solo hay una forma de comprender su carga fructífera: “sentirlo en toda su lentitud”. Esa experiencia se hará asequible para todos con la peste, pero la incertidumbre y el miedo transformarán la lentitud en parálisis, estancamiento. El tiempo no se adapta a nosotros. Somos nosotros los que debemos aprender a experimentarlo en toda su plenitud. El tiempo es el barro del que estamos hechos. No podemos permitir que pase de balde, sin producir frutos. No es posible volver atrás. El tiempo perdido es irrecuperable.

 

La expectativa de la enfermedad y la muerte nos coloca ante las preguntas fundamentales que solemos evitar o postergar. Camus piensa que no existe Dios, que la fe es una expresión de impotencia, pero opina que el escepticismo no nos has hecho más libres. Solo nos ha dejado más desamparados. La capacidad de sacrificio del doctor Rieux, protagonista de La peste, pone de manifiesto que atribuimos una importancia excesiva a nuestro yo. La grandeza del ser humano reside en su capacidad de amar, no en su ambición personal. No hay nada hermoso en el dolor, pero indudablemente nos abre los ojos y nos obliga a pensar. Rieux no se acostumbra a ver morir a sus pacientes. Piensa que la respiración de un moribundo es una objeción irrebatible contra la supuesta bondad de la vida. La vida es absurda, ilógica. La inteligencia del hombre solo le hace más desgraciado, pues le muestra que el universo está gobernado por el azar. Camus admite que sin la perspectiva de lo sobrenatural, todas las victorias del hombre son provisionales. La victoria definitiva y total corresponde a la muerte. Para Rieux, la existencia solo es “una interminable derrota”. Su filosofía se reduce a eso. No es mucho, pero es una convicción vigorosamente respaldada por la miseria física y moral que aflige –en mayor o menor grado– a la humanidad. Camus piensa que el mal y la indiferencia son más abundantes que las buenas acciones. El hombre no es malo por naturaleza, pero su conocimiento de las cosas es deficiente. Sus actos más nefandos proceden de la ignorancia. Es la tesis del intelectualismo socrático, que Camus ratifica con una frase feliz: “no hay verdadera bondad ni verdadero amor sin toda la clarividencia posible”.

¿Qué es lo ético en mitad de una epidemia? Luchar con “honestidad”. Luchar por el hombre, a pesar de todas sus imperfecciones. En esa batalla, el fanatismo ideológico solo estorba. Hay que mirar más allá, pensando solo en lo humano. ¿Cómo se recordará la peste cuando pase? ¿Tal vez como una hoguera cruenta e interminable? No, más bien como “un ininterrumpido pisoteo que aplasta todo a su paso”. El ser humano evocará esos días con temblor, recordando la fragilidad de la vida. La peste produce horror, pero también tedio. Después de los sentimientos iniciales de terror o coraje, de indignidad o heroísmo, se extiende una emoción unánime de monotonía. “Al grande y furioso impulso de las primeras semanas había sucedido un decaimiento que hubiera sido erróneo tomar por resignación, pero que no dejaba de ser una especie de consentimiento provisional”. La sensación de fatalidad, de estar en manos de una calamidad sin término, embota la sensibilidad. Lo humano retrocede, el espíritu se adormece, lo biológico usurpa el lugar de lo racional. La monotonía se apodera de todo, aplanando los afectos y la capacidad de razonar: “La ciudad estaba llena de dormidos despiertos que no escapaban realmente a su suerte sino esas pocas veces en que, por la noche, su herida, aparentemente cerrada, se abría”. La peste acaba aniquilando los valores. La humanidad se desliza hacia el nivel de conciencia de una res en el matadero, que intuye su final sin reaccionar. Las epidemias matan el cuerpo y el alma. El coronavirus nos está recordando la importancia del contacto físico. El ser humano necesita tocar a sus semejantes, sentir su cercanía. “Los hombres no se pueden pasar sin los hombres”, escribe Camus. Curiosamente, esa necesidad a veces solo se hace visible cuando se propaga una catástrofe. “El único medio de hacer que las gentes estén unas con otras es mandarles la peste”.

 

En Occidente, la crisis de la familia ha provocado que cada vez haya más personas aisladas. En los grandes espacios urbanos, los individuos se recluyen en apartamentos minúsculos y apenas se saludan en las zonas comunes. Las ciudades crecen al mismo ritmo que la soledad. Para Camus, el sufrimiento de los niños es particularmente insoportable. Cuando el doctor Rieux y su amigo Tarrou acompañan a un niño en su agonía, su tolerancia a la frustración se desborda, transformándose en airada protesta: “Ya habían visto morir a otros niños puesto que los horrores de aquellos meses no se habían detenido ante nada, pero no habían seguido nunca sus sufrimientos minuto tras minuto como estaba haciendo desde el amanecer. Y, sin duda, el dolor infligido a aquel inocente nunca había dejado de parecerles lo que en realidad era: un escándalo”. El Padre Paneloux se muestra comprensivo: “Esto subleva porque sobrepasa nuestra medida. Pero es posible que debamos amar lo que no podemos comprender”. El doctor Rieux no acepta este razonamiento: “Yo tengo otra idea del amor, y estoy dispuesto a negarme hasta la muerte a amar esta creación donde los niños son torturados”. Admite que no conoce la gracia divina y cuando el sacerdote le dice que lucha por el hombre, replica que solo pelea por la salud. Al igual que Dostoievski, Camus opina que “no hay nada sobre la tierra más importante que el sufrimiento de un niño” y “una eternidad de dicha” no puede compensar ese dolor. El padre Paneloux objeta que “el sufrimiento de los niños es nuestro pan amargo, pero sin ese pan nuestras almas perecerían de hambre espiritual”. Tarrou apunta que el dolor de los inocentes nos plantea un reto: la posibilidad de alcanzar la santidad. Amando, acompañando, cuidando, sacrificando nuestro bienestar para que otros vivan. Rieux contesta que no le interesa ser santo, ni héroe. Solo quiere ser hombre y ser solidario con los vencidos. Por la peste o por la historia.

 

La peste avanza y ya nadie se atreve a hablar de Dios. Perdura una esperanza tibia e insuficiente que solo es obstinación de vivir. Camus concluye que “todo lo que el hombre puede ganar al juego de la peste y de la vida es el conocimiento y el recuerdo”. Sin embargo, no se puede vivir solo de lo que se sabe y se recuerda. Si no esperamos nada, si percibimos la muerte como un límite insuperable, existir se convierte en una fatigosa carrera hacia la nada. Todos somos Sísifo, subiendo una penosa pendiente para despeñarnos por el vacío. Solo puede aliviarnos la ternura, el afecto que surge entre los humanos, tristes criaturas que han aprendido a contar las horas, sabiendo que cada minuto es un paso hacia el abismo. Todos los hombres son hermanos en el sufrimiento, en una desdicha que no se puede aplacar. Camus, humanista sin un ápice de cinismo, no condena a sus semejantes: “hay en los hombres más cosas dignas de admiración que de desprecio”.

 

Los espíritus verdaderamente grandes nos sitúan en el umbral de los interrogantes. No nos dan respuestas. Nos incitan a que –desde nuestra soledad– pensemos y recorramos nuestro propio camino. Camus nos cede la palabra, invitándonos al recogimiento. El que no sabe estar solo desconoce lo que es la verdadera libertad. Debemos buscar al otro por anhelo de fraternidad, no para huir de nuestros miedos. No hay que lamentar el aislamiento impuesto por las autoridades. Es una buena oportunidad para explorar nuestra intimidad y buscar un sentido a la vida.


lunes, 15 de marzo de 2021

VARIOPINTAS DE LA CRISIS

 La pandemia ha producido muerte, hospitales colapsados, quebrantos de salud, una población inerme llena de interrogantes, políticas públicas que se tradujeron en aislamientos, parálisis del mundo cómo nunca se había visto después de 1945, depresión, muchas reflexiones por supuesto. El virus del COVI, apareció hace un año intempestivamente y de la noche a la mañana la vida nos cambió abruptamente. 

Cómo apareció este virus letal. Las hipótesis son muchas: Fue producto de la manipulación humana, o peor, fue una estrategia en el marco de las tensiones hegemónicas entre las potencias, algo que se salió de las manos en esa guerra secreta en que permanecen las grandes potencias. Lo cierto es que de pronto nos anunciaron su asedio letal y se dieron medidas y disciplinas que implicaron cambios profundos.

Las ciudades quedaron solas, la economía se paró del todo, se nos obligó por prevención a utilizar tapaboca y fue preciso guardar distancias con la gente. De hecho, se generó entre los pares una desconfianza y con las personas de nuestro ámbito familiar y entorno una solidaridad antes no vista. Las actividades productivas, sociales por efectos de las medidas de prevención se pararon, nos dedicamos a lo básico: Sobrevivir a la espera de una solución.

Después de un año quedan muchas enseñanzas. La primera, que la sociedad de consumo no puede ir más, sería una irresponsabilidad. Los daños al planeta, al ecosistema, a la naturaleza por efecto de esta actitud demencial son muchos y de alguna manera estamos pagando y recibiendo lo que sembramos. La inequidad social definitivamente tiene que terminarse y la dirigencia mundial, frente a todo lo que ha pasado, debe comenzar a generar cambios sustanciales,  esta es una responsabilidad inaplazable. Cada uno de nosotros debemos entender y asumir que cuidar nuestro planeta constituye una prioridad que implica muchos cambios.

 Qué dejo la pandemia. Empecemos por resaltar las consecuencias en materia económica. “La economía a nivel mundial ha sufrido un vuelco de magnitudes históricas: Caída estrepitosa en el valor del petróleo, alzas sin precedentes en el precio del dólar, devaluación inimaginable que implicó la quiebra de compañías en sectores asociados al turismo (compañías de viajes, empresas de aviación, hotelería) y otro sin número de consecuencias económicas que ha llevado a poner en consideración incluso una gran recesión mundial”[1].  

Miremos este análisis.” En contraste, más recientemente, se ha establecido una nueva posición que considera los sistemas económicos como subsistemas ecosféricos creados por el hombre, totalmente dependientes de los recursos naturales del sol y de la tierra. A esta corriente se le ha denominado Economía Ecológica (Daly, 1975, 1995, 1997a, b) y constituye un movimiento que trata de hacer una revisión de la teoría económica actual desde el punto de vista ambiental, generando un nuevo orden económico (Romeiro, 1999; Amazonas y Nobre, 2002; May et al., 2003). 

El sistema productivo necesariamente debe revisarse, lo mismo la actitud de nosotros frente al planeta. Los daños ambientales son muchos y de seguir como vamos serán irreversibles. El punto de partida de los análisis ambientales consiste en aceptar que la actividad económica, sin la cual los seres humanos tendríamos dificultades para subsistir es toxica, es pertinente producir cambios en la forma como producimos, como trabajamos, la energía que utilizamos y al final. Por ocasión del paro de todas las actividades productivas y comerciales por un año, la ausencia total de movilidad en el mundo, estuvimos todos en casa, aislados, el planeta descansó de esa actividad loca y de paso nos fue mostrando cuánto daño le hemos hecho. Tan solo con seis meses de quietud, se vio el florecimiento de lugares que por razones de ese mal manejo ahora respira mejor, el verde resurgió, descansaba de nuestra actitud depredadora. Es un hecho que bajo sustancialmente la contaminación en ocasión a esta fase inercial del ciclo productivo, no importa que fuera por poco tiempo, nos enseñó que si queremos sobrevivir los cambios no dan espera.

En materia de salud mental los daños en ocasión al aislamiento son muchos. “las acciones implementadas por los países para intentar controlar la epidemia es la cuarentena. Sin embargo, esta trae consigo otros retos de salud que deben vencerse. Se han descrito —generalmente luego de las 72 horas— efectos psicológicos negativos, incluidos confusión, enojo, agotamiento, desapego, ansiedad, deterioro del desempeño y resistencia a trabajar, pudiendo llegar incluso a trastorno de estrés postraumático y depresión. Muchos de los síntomas se relacionan con los temores de infección, frustración, aburrimiento, falta de suministros o de información, pérdidas financieras y el estigma”[2].  Estos son los resultados mas relevantes. Después de un año de aislamiento aún no sabemos como se resolverá este galimatias. Sólo esperamos volver a la normalidad con los cambios que sea necesario asumir.







[1] Efectos de la economía en tiempos de pandemia. Maykol Alejandro Agudelo Amaya

Angie Marcela Osma Tamayo.

https://repository.ucatolica.edu.co/bitstream/10983/25153/1/Trabajo%20de%20grado%20Final%20%283%29.pdf

 

 





miércoles, 27 de enero de 2021

VIRUS, CIENCIA Y POLITICA

 La Filosofía moral ha producido infinidad de textos de mucha hondura, la biblia constituye un ejemplo elocuente de ello. La política es lo concreto, la filosofía moral es el fundamento esencial. El hombre siempre se mueve entre el bien y el mal, dilucidar sobre esta materia ha sido tarea de los filósofos.

Lo Primero diferenciar la ética de la moral, cuales son los ejes que la articulan. La distinción entre la ética y la moral es de suma importancia. En el fondo siempre dilucidamos  lo que es bueno, y lo correcto. Esto quiere decir que hay acciones éticas, pero no morales o a la inversa. “Si bien desde sus inicios el pensamiento filosófico se ha preocupado por reflexionar sobre las formas de la conducta humana, su esencia, su deber ser, sus bases o principios, es innegable que el pensar moral no ha quedado fuera de las vicisitudes propias de la historia en que se gesta”.  Aristóteles trabajó con absoluta ponderación y sindéresis este tema. Aristóteles trató los temas de la moral, del bien y del mal.  Sócrates fue un ejemplo de esta diatriba, acepto una decisión que no compartía, se quitó la vida y dejo de alguna manera su posición con elocuencia, tenía una diferencia con la ciudad estado que está bellamente plasmada en los diálogos platónicos.

En el marco de la racionalidad jurídica hay una relación entra la ley ética que excluye la moral. Toda norma tiene un fundamento ético, muchas veces excluye la moral como sustrato, es un fenómeno social. Establecer que está bien y que está mal. Las leyes las hacemos los humanos, siempre tienen un fundamento moral y ético, al final la pregunta qué es ética y qué es moral. La ley constituye un conjunto de principios y normas concretos de los cuales se derivan todas las reglas prácticas del hombre, que manda o prohíbe hacer algo. Una vez plasmado en la ley un mandato, está debe cumplirse no en razón del principio morales o éticos en que se sustenta, sino por el dogmatismo jurídico que establece la relación entre el ciudadano y la ley, la gobernanza como dice Foucault. Fernando Savater, escritor y filósofo español, define la ética como: “el arte de vivir”, “el saber vivir”. Por lo tanto, agrega: “El arte de discernir lo que nos conviene y lo que no nos conviene. La ética está relacionada con el estudio fundamentado de los valores morales que guían el comportamiento humano en la sociedad.

La política es el eje entre gobernantes y gobernados. Esto leí en la red y puede resultar cierto: “Si la política no considera la dimensión ética, es muy fácil caer en el descrédito, en la pérdida de confianza, lo que lleva finalmente a entramparse en una crisis”. “Mientas lo legal es todo aquello que deriva de la legislación vigente en un país, y que regula lo que se nos permite o prohíbe hacer como ciudadanos en función de la justicia y para el bien de la sociedad como un todo, la ética es una disciplina filosófica que nos habla del bien y del mal y sus relaciones con la moral y el comportamiento de los seres humano”[1].

Con el COVI, un virus letal, llevamos un año lidiando con él, en pleno siglo XXI, tiene a la humanidad tratando de entender que pasa, elucidar cómo es nuestra relación con la naturaleza es de suma importancia. Cuáles son las responsabilidades morales y éticas en esta articulación. Este VIRUS es producto de la manipulación de la naturaleza por el hombre. En pleno siglo XXI no hemos medido estas responsabilidades. Somos partes del medio no dueños, la naturaleza parece entenderlo mejor que nosotros. Los indígenas lo entendieron muy bien desde tiempos ancestrales. Apenas estamos legislando sobre el tema. Nuestras decisiones en todo caso desbordan la propia naturaleza. La manipulación genética desde la perspectiva ética y moral que sustrato tienen. O no lo tienen, la aventura de comportarnos como Dioses trae consecuencias, el tema no es religioso. La ciencia, tiene responsabilidades morales y éticas en todo caso.

Es un tema de locos. La humanidad le asignó al consumo voraz el eterno elixir de la felicidad. Somos una sociedad consumista y por lo tanto depredadora de la naturaleza. En esta relación el COVI es una consecuencia de nuestra irresponsabilidad. Meditar sobre estas articulaciones de locos resulta necesario. Gracias al aislamiento, salir es peligroso, podemos meditar tranquilamente sobre el tema.






martes, 5 de enero de 2021

BORGES EL MAESTRO

 


La grandeza de Borges ha sido un bálsamo en el aislamiento por efecto del virus del COVI. He comenzado con juicio la relectura de su obra a partir de la edición de los estudios críticos en la edición de EMECE.

Empezaré con su vida, el itinerario de un lector agudo. Borges es un pensador entrañable, excepcional, pura literatura. Cada minuto en el mundo alguien está leyendo algún texto suyo. Este argentino, lector por antonomasia, produjo una obra que asombró al mundo. Por su belleza, lucidez e innovadora en el sentido literal de la palabra. Invirtió los papeles, la lectura se convierte en el motor que le permitió crear su obra, asumió que antes de escritor, era un lector, la magia que le produjo generó un dialogo con toda la literatura universal, escribió desde el asombró que le produjo el contacto con otros textos.

 De un texto de Beatriz Sarlo tomo algunos aspectos biográficos de una importancia para entender su obra: “Nació en 1899, en Buenos Aires, hijo de una familia patricia que tenía, como la anciana dama de uno de los cuentos de El informe de Brodie, algunos próceres menores entre sus antepasados. La biografía de Borges, despoblada de actos espectaculares, es discreta en la exhibición de pasiones privadas. Casi no importa una 'vida' de Borges por fuera de las historias de encuentros con los libros, las leales amistades literarias y algunos viajes que, sobre todo el primero a Europa entre 1914 y 1921, fueron capítulos de una educación estética. Como también sucede con Sarmiento, el mito biográfico se funda en la apropiación de la literatura: el Quijote leído por primera vez en traducción inglesa cuando era un niño; su versión, a los nueve años, de un cuento de Oscar Wilde; su fascinación por Chesterton, Kipling y Stevenson; sus traducciones de Kafka, Faulkner y Virginia Woolf; su amistad juvenil, en España, con el ultraísmo; la familiaridad con la poesía gauchesca y la aversión por las letras de tango; su caprichosa y productiva relación con Evaristo Carriego, poeta modesto que su padre había frecuentado; su devoción por Macedonio Fernández y el gusto por escritores 'raros', marginales y menores; las antologías que preparó con sus amigos Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo; la desconfianza asordinada ante el criollismo de Don Segundo Sombra; el ensueño de las literaturas escandinavas, las Mil y una noches y la Odisea; la traducción aporteñada de las últimsa páginas del Ulises; su veneración por la Cábala y por la Divina Comedia”.

La grandeza de Borges radica en la capacidad de mezclar los géneros (Los ensayos se convierten en cuentos y a la inversa) son textos cortos, ensayos, sobre el tiempo, la inmortalidad, la cábala que terminan convertidos en cuentos que le sirven de pretexto para crear una ficción excepcional, con una prosa alejada de barroquismos. Esta afirmación sobre su obra lo explica mejor: “allí están los temas filosóficos, allí está su relación tensa pero permanente con la literatura inglesa, su sistema de citas, su erudición extraída de las minucias de las enciclopedias, su trabajo de escritor sobre el cuerpo de la literatura europea y sobre las versiones que esta literatura construyó como 'Oriente'; allí están sus símbolos, los espejos, los laberintos, los dobles; allí está su afición a las mitologías nórdicas y a la Cábala. Pero se perdería, si la lectura se fija dentro de estos límites, la tensión que recorre la obra de Borges, cuando la dimensión rioplatense aparece inesperadamente para desalojar a la literatura occidental de una centralidad segura. La literatura de Borges es una literatura de conflicto. “En el segundo ensayo, «El lector como escritor’>, Rodríguez Monegal va a ofrecernos el punto central de su lectura de Borges, una «lectura poética». El punto de partida será «Pierre Menard, autor del Quijote». Aquí está el texto central para la fundamentación de su teoría, ya previsto por Borges en una conferencia de 1927, «La función literaria», recogida más tarde en El idioma de los argentinos: «en vez de una poética de la obra literaria, la poética de su lectura (...). “Pierre Menard, autor del Quijote” posee un arte de la lectura» (página 45).

La lectura es tan importante como la escritura: Para Borges, concluye el crítico (Rodríguez Monegal), leer es una actividad tan intelectual como escribir; el lector participa de la creación misma en un diálogo continuado con un texto. Esta idea es desarrollada en los relatos «La biblioteca de Babel», «El jardín de los senderos que se bifurcan» y «La escritura de Dios»[1]. Afirmo con absoluta convicción: “«Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído».

Es imposible acceder a todos los libros, el universo de los mismos supera nuestra capacidad y tiempo. Borges, lleno de referencias es una buena guía para acceder a autores y libros excelentes. 

CESAR HERNANDO BUSTAMANTE HUERTAS