Este
excelente artículo publica por la revista “Babelia” del periódico “El país” de
España sobre la pandemia y sus consecuencias sociales y económicas que, como
una lámpara de Aladino ha revelado la grave crisis del capitalismo que sus áulicos
se resisten a reconocer con las consecuencias nefastas para la población más
vulnerable, galopando desde hace mucho tiempo con la persistencia tenaz de
inequidad e injusticia social, sin alguna posibilidad de resolverse en manos de
estos gurúes. Espero incite a la reflexión y que sirva para otras lecturas y la
toma de posición en los procesos de elección de nuestros gobernantes, donde nos
hemos equivocado continuamente lo que nos ha llevado a más atraso y desequilibrios
sociales sin solución alguna por ahora. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE
La pandemia
es una lupa que agranda los defectos de un sistema económico “cansado” y
acelera las metamorfosis que estaban latentes en la sociedad. Una avalancha de
libros analiza este momento crítico
JOAQUÍN ESTEFANÍA
09 ABR 2021 - 22:30 COT
Desde hace más de una década la memoria de la Gran Depresión está más viva que nunca. Se recuerdan sus efectos principales (desempleo masivo y quiebras en cadena) y la salida que le dio Franklin Delano Roosevelt, un presidente mítico por enfrentarse a los dos mayores retos del siglo XX: la brutal crisis económica, la más larga, profunda y extendida de la centuria, y el fascismo internacional. A ese mito contribuyeron las circunstancias de su muerte, todavía en el cargo, y a pocas semanas de lograr la rendición nazi: Roosevelt murió en 1945 con las botas puestas.
Un libro del profesor de la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) Andreu Espasa (Historia del New
Deal) sitúa en su lugar la política que aplicó Roosevelt para acabar con las
dificultades estadounidenses frente a quienes han construido del new deal un
relato perfecto. Más bien fue un proceso que, lejos de pretender aplicar una
teoría concreta —aunque estuvo inspirado por la revolución keynesiana que
llegaba de Europa y defendía una mayor intervención del Estado en la economía—,
se caracterizó por un fuerte grado de experimentalismo, con numerosas
improvisaciones, fracasos parciales y rectificaciones constantes. A pesar de
ello, finalmente la Administración de Roosevelt (1933-1945) puso los cimientos
para la creación del Estado de bienestar estadounidense y el inicio de una
recuperación económica de larga duración.
Se pueden establecer analogías y diferencias entre la Gran Depresión, la Gran Recesión del año 2008 y el Gran Confinamiento de 2020. La mayor similitud entre los tres acontecimientos recesivos es su naturaleza múltiple. Lo que empezó en 1929 como problemas de naturaleza económica derivó en muchos países en una crisis de representatividad política, con una rápida disminución del número de regímenes democráticos, y, en el ámbito exterior, en una fuerte crisis geopolítica que terminaría provocando el estallido de la II Guerra Mundial.
Ocho décadas después, durante la Gran
Recesión, la debacle económica también generó una dura crisis de legitimación
política, con victorias sorprendentes del populismo de derechas en lugares tan
significativos como los Estados Unidos de Trump, el Reino Unido de Johnson o el
Brasil de Bolsonaro. La pandemia de la covid-19 ha derivado en una sindemia
(rasgos sanitarios, económicos, sociales, políticos, vitales) que en el plano
geopolítico añade un enfriamiento de las relaciones entre EE UU y Rusia y una
guerra comercial con China. Por último, a todas estas dificultades superpuestas
hay que sumar la que sobrevuela de modo sistemático toda la época: el cambio
climático que amenaza las condiciones de habitabilidad del planeta. De las tres
se desprende la inclinación natural de las economías complejas hacia la
inestabilidad, como demostró el gran Hyman Minsky (más actual que nunca), y el
papel de los gobiernos en impulsar el consumo y la inversión en tiempos de alto
desempleo.
Lo que empieza como un problema
económico deriva en crisis geopolítica y de la democracia
Ahora parece que estamos en un nuevo
momento Roosevelt que también se caracteriza por pasos adelante y hacia atrás,
fuertes contradicciones y, en general, por una falta de teorización. La
práctica política va delante de la teoría. Solo hay algo común: hacer lo
contrario que en la Gran Recesión con el austericidio (gastar más, repensar la
fiscalidad y la deuda, preocuparse por las recuperaciones débiles y desiguales,
incentivar la presencia del sector público, etcétera), con la paradoja de que
las instituciones más desacomplejadas con esta nueva política son,
sorprendentemente, las mismas que antes estrangularon el bienestar de los
ciudadanos (el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo, la
Reserva Federal, la Comisión Europea, etcétera). Sus representantes son los
“nuevos conversos”.
Durante los últimos 40 años el eslogan que resumía todo era el de “There is no alternative” (TINA), atribuido a la primera ministra británica Margaret Thatcher. El sociólogo Boaventura de Sousa Santos, que nos traslada de la pandemia a la utopía, entiende que, si se sigue defendiendo que no hay alternativa posible, ello nos conduce al suicidio. Es el tiempo de las alternativas. Copérnico y los científicos que le siguieron cambiaron el modo de entender el cosmos al demostrar que la Tierra giraba alrededor del Sol y no al revés como se creía hasta entonces. Los muchos libros que se publican sobre el asunto coinciden básicamente en que la coyuntura requiere avances revolucionarios en cuanto a la manera de concebir las ciencias sociales, y entre ellas la economía política, para aumentar el bienestar de la gente.
El historiador canadiense Quinn
Slobodian es de los más críticos con el papel que el neoliberalismo y la
revolución conservadora de la TINA han ocupado en estos últimos 40 años, por su
profundo conservadurismo y su hostilidad hacia la democracia. Slobodian da una
vuelta de rosca a sus pretensiones: al revés de lo que de sí mismos predican
los liberales económicos, divididos en diferentes tribus, su movimiento no
surgió para reducir el gobierno y para limitar las regulaciones, sino para
utilizar el primero y capturar las últimas; usar al Estado y sus instituciones
para aislar a los mercados de la soberanía política y de las turbulencias
democráticas de igualdad y justicia social que conducen a los déficit y a la
deuda pública. Lejos de descartar el Estado regulador, los neoliberales quieren
aprovecharlo para su gran proyecto de proteger el capitalismo a escala global.
Cuarenta años de droga ultraliberal han debilitado toda voluntad y todo recurso
por parte del Estado para actuar con firmeza y aplicar su voluntad a un
proyecto.
Ha aparecido una heterodoxia en los
últimos años, la Teoría Monetaria Moderna, que desvía el foco de atención del
déficit y la deuda (los países con moneda propia tienen holgura para pagarlos
siempre que ello no descontrole la inflación) y lo sitúa en las verdaderas
crisis cuya solución eleva el bienestar ciudadano: crisis es un paro de dos
dígitos, o la brutal desigualdad de salarios y de patrimonio, o que la ausencia
de vacunas multiplique el número de muertos por el coronavirus. El déficit y la
deuda no son crisis, sino desequilibrios que deben ser tratados
instrumentalmente de otro modo. La centralidad del déficit y la deuda es una “narrativa
económica”, en palabras del Nobel Robert Shiller, aunque ambos no llegan a la
calificación de noticias falsas como la creencia de que las acciones
tecnológicas no dejan de subir, la convicción de que el precio de la vivienda
nunca disminuye o la seguridad de que algunas empresas son demasiado grandes
para quebrar.
El balance del periodo neoliberal se puede resumir en un crecimiento exponencial de las desigualdades, acompañado de una falta de dinamismo empresarial y productivo. Las dos cosas a la vez. Lo desarrolla el catedrático Carlos Sebastián en El capitalismo del siglo XXI, en el que no se olvida de incidir en una tesis muy querida para él: el sistema no funciona bien si sus instituciones no tienen la calidad necesaria para apuntalarlo.
Es subrayable que la mayor parte de
los autores de esta tanda de libros tan críticos con el hipercapitalismo de
nuestros días (una de las excepciones sería el economista y político griego
Yanis Varoufakis, que ha escrito una novela de ciencia ficción para llegar a la
conclusión de que ya no estamos en el capitalismo, sino en un tecnofeudalismo
más propio de una distopía) finalmente prefieren ese capitalismo —eso sí,
reformado— que cualquier otro sistema. Por ejemplo, el exministro español Juan
Costa sostiene que la mayoría social está tirando la toalla, que el capitalismo
sufre una crisis de confianza estructural porque la ciudadanía piensa que es
injusto, que no funciona para todos sino tan solo para una pequeña élite, y sin
embargo sigue defendiendo una entelequia llamada “multicapitalismo” que no pasa
de las enumeraciones retóricas.
Que la confianza de la gente en el
capitalismo es escasa (Stiglitz, Jeffrey Sachs…) lo manifiesta Joan Coscubiela
en La pandemia del capitalismo al recoger un estudio de la Fundación Edelman de
enero de 2020: en 22 de los 28 países examinados, más del 50% de la población
considera que el sistema capitalista produce más mal que bien y es socialmente
injusto. La antinomia consiste en que el capitalismo es, al mismo tiempo, el
único sistema socioeconómico existente, no tiene alternativa, da síntomas de
agotamiento (el profesor Luis Arenas lo denomina “capitalismo cansado”) y actúa
como una pandemia con gran capacidad destructiva.
En el análisis del capitalismo actual, muchos autores introducen el aspecto ecológico. El más coherente es el profesor en Viena Clive L. Spash, que reconoce que siendo incapaz la economía ortodoxa de abordar las dimensiones social y ambiental como aspectos cruciales para entender el funcionamiento del sistema económico, tampoco las corrientes heterodoxas como el marxismo/socialismo, el feminismo, el poskeynesianismo o la economía institucional han sabido incorporar de manera coherente esas mismas dimensiones en su análisis.
La profesora de Ciencias Políticas y
Filosofía Nancy Fraser añade otros asuntos a la ecología: además de la sociedad
visible, hay una serie de “talleres ocultos” como son el trabajo de cuidados no
remunerados, los bienes públicos y la riqueza expropiada. Desde un punto de
vista socialista, Fraser entiende que una visión ampliada del capitalismo
implica que su antagonista debe incorporar no solo la explotación del trabajo
asalariado por parte del capital, sino también sus múltiples formas
alternativas de explotación parasitaria.
En este contexto, la pandemia de la covid ha actuado como una especie de lupa que ha agrandado la visión de los problemas y los puntos débiles del sistema, y ha acelerado las metamorfosis que estaban latentes. El coronavirus es la metástasis de un sistema que hace tiempo que ya daba señales de insostenibilidad social, ambiental y democrática. El mundo debe prepararse para lo que viene, que, según Jacques Attali, el consejero especial del presidente Mitterrand, es una crisis económica, filosófica, social y política difícilmente imaginables. ¿Recuperaremos nuestro nivel de vida de antes?, ¿y nuestro modo de vida?, ¿y nuestra forma de consumir, de trabajar, de amar? ¿Podremos preservar la democracia? Varoufakis entiende que el armisticio de la guerra de clases que se logró tras la II Guerra Mundial en forma de pacto social ha terminado.
Falta otra pandemia: una ola política
oscura en la que, en medio de un ambiente de fin del mundo, se impongan
regímenes autoritarios que preconicen abiertamente la xenofobia y el
absolutismo. Los partidarios de esos regímenes sostendrían que los demócratas
no fueron capaces de resolver las crisis. Y, por tanto, tratarán de
sustituirlos.
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