lunes, 20 de octubre de 2025

Entrevista a Neige Sinno. “Mi relación con la lengua es la de alguien que debe conquistarla”

 


Con el ánimo de tomar lo mejor de la red en materia literatura transcribo este artículo publicado por "letra libres" de México, por considerarlo de suma importancia, no solo por la calidad de su prosa y el impacto que produjo la publicación de su novela  (TRISTE TIGRE), sino por el hecho de que es poco conocida, por lo menos en Colombia hay pocas referencias a esta obra. 

CESAR HERNANDO BUSTAMANTE


La escritora francesa habla sobre su novela “Triste tigre”, donde, a partir de una forma híbrida, fragmentaria, vuelve al abuso sexual que sufrió en su infancia.

por

Melina Balcázar 1 octubre 2025


Triste tigre de Neige Sinno (Vars, Francia, 1977) ha sido un verdadero acontecimiento en el mundo literario francés. Debe su éxito al entusiasmo de sus lectores que lo volvieron viral. Publicado en español por Anagrama y ganador de numerosos premios, entre ellos el Femina, Strega, Le Monde, la crítica ha reconocido también su singularidad y fuerza crítica. A partir de una forma híbrida, fragmentaria, la autora vuelve al abuso sexual perpetrado por su padrastro entre sus siete y catorce años. Asistimos a su búsqueda incesante de una forma que logre decir la “extrema violencia sin violencia de los abusos”, aunque sin pathos ni juicio, intentando comprender lo que hizo posible el incesto y las consecuencias en su vida. Una experiencia límite que le tomó más de veinte años escribir.

Con Triste tigre, te propusiste no hacer del tema, el abuso sexual, el problema central del libro, sino más bien la manera de escribirlo. Una de las principales dificultades de hecho fue utilizar la primera persona…

Es un libro que no quería escribir y aun así lo hice. Me lo cuestioné mucho y tengo que ser honesta conmigo y aceptar que ese cliché de que debemos ir adonde no queremos es cierto. No quería creerlo, pero me doy cuenta de que ir más allá de mi resistencia a escribir un libro sobre el abuso abrió una puerta para mí y me llevó a trabajar la autobiografía, algo que siempre rechacé. Descubrí un mundo al atreverme a utilizar la primera persona.

¿La autobiografía estaría relacionada con esa búsqueda de verdad, esencial para ti?

Sí, pero sobre todo tiene que ver con mi contrato con el lector. Aunque el contrato autobiográfico es extraño, me compromete como escritora y, aunque lo desee, no puedo inventar nada, siempre debo contenerme. Al mismo tiempo, no quería limitarme a un texto autobiográfico y la única manera fue cruzarlo con análisis literarios. Así, el yo que habla no es el de la niña víctima de abuso, tampoco es el que cuenta su vida, sino el de una persona que ha escrito ensayos sobre otros libros y se sirve de esa experiencia para entender lo que vivió. Al recurrir al comentario encontré una libertad que me permite respirar. No hubiera podido solo contar lo que me pasó y lo que me pasa ahora. Esa forma más híbrida, más posmoderna, más alegre también me dio acceso al testimonio, forma que yo despreciaba, aunque no sea nada despreciable, pero es algo que descubro al momento de construir mi relato.

Me cuestioné también por qué no leía testimonios, por qué me parecía una especie de subliteratura. Vengo de una formación intelectual que desprecia el testimonio, que lo ve como una forma popular. Cuando empiezo el texto me doy cuenta de que voy a un lugar que yo siempre desprecié y me resisto porque me pone en una posición muy incómoda. Tuve que retarme y preguntarme: si el testimonio no es arte, entonces qué es. Es algo mucho más impuro, pantanoso. Porque yo no decidí mi historia, es un material que me imponen. La versión de los hechos que expongo al principio y que deseo destruir es la de mi padrastro y de la que me convenció cuando era niña. Me manipuló como sucede con todas las víctimas. Estuve muchos años con su narrativa. Y que su versión fuera el relato que yo escribiría me era insoportable. Así que deconstruyo lo que me impuso. El trabajo del libro es deshacer y volver a montar mi historia, que los lectores lo perciban y que lo hagan conmigo. Solo así se vuelve tolerable escribir un testimonio.

Vemos un debate contigo, incluso observamos cómo te lees a ti misma. En un pasaje describes tu vida como una serie de noticias de la página de sucesos y reproduces notas periodísticas sobre ti y tu familia.

Sí, hay tantas formas de ver una misma historia, es esencial y una obviedad al mismo tiempo. Hay varias formas de contar una historia, pero también hay varias formas de leer, de recibir una misma historia. Nabokov con Lolita, por ejemplo. ¿Cómo se leyó y cómo lo leemos ahora? ¿Cómo se puede leer? De ahí que desde el principio quisiera tener tan presente al lector. Estar siempre consciente de que alguien lo va a recibir. A veces me dirijo directamente al lector y le pregunto su opinión; otras, me resulta inevitable volverlo un jurado, incluso un enemigo, pero enseguida doy marcha atrás pues lo que me importa es que se convierta en un aliado.

En Triste tigre, no temes utilizar un lenguaje crudo, dar los detalles del abuso que sufriste y de las consecuencias en tu vida, incluso en el ámbito sexual. Y, al mismo tiempo, vemos tu búsqueda de una distancia, como una manera de proteger al lector y tal vez a ti misma.

Creo que se debe al tema, porque si en algún momento no cuento en detalle el abuso y tomo demasiada distancia llego a un discurso abstracto que no es lo que busco. Quiero que los lectores siempre estén conscientes de que hablamos del cuerpo de una niña, de una adolescente. Hay tantas estrategias internas para negar la realidad e ir a lo abstracto, y situarnos en un lugar protegido, seguro, pero corremos el riesgo de enceguecernos. Pues, ¿de qué hablamos cuando hablamos de abuso, sino del cuerpo que sufre?

Es como navegar entre polos opuestos en todo momento. Aunque también es válido que un libro te agreda. Decir al lector: es horrible, pero mira. Al mismo tiempo yo quería pensar e incitar a pensar. Quería alcanzar esa frontera donde sufres al leer, ya que es horrible confrontarse a las imágenes de un niño violentado. Pero el libro te ofrece también suficiente lucidez para pensar. Por eso protejo al lector, lo tomo de la mano y lo preparo desde el inicio para lo que va a recibir, que no le llegue por sorpresa. Si soportas las tres primeras páginas, podrás soportar el resto. Hay gente que me dice “tengo mucho miedo de leer tu libro”, pero les respondo que el inicio es muy brutal, porque quería poner las cartas sobre la mesa, pero que después vamos juntos por los momentos difíciles de mi experiencia. No voy a abusar. No voy a manipular al lector, aunque puedo, mi posición de víctima me lo permitiría. Sé que todo esto coloca mi discurso en un lugar de poder, de cierto modo, y me propongo ser consciente de ese poder, usarlo, pero no abusar de él.

Uno de los aspectos más impresionantes es tu manera de escribir desde la vulnerabilidad, al exponerte por completo.

Lo hago para entender. Aunque desde el inicio sé que no voy a conseguirlo, ya llevo tantos años en esa búsqueda, pero esa necesidad mía de buscar sentido tiene también que ver con la escritura, que es producir sentido. Por eso me gusta tanto la imagen de Bolaño del escritor como samurái, que, en vez de luchar contra otro samurái, lucha contra un monstruo y sabe que va a ser derrotado, pero aun así va. Es una imagen que me parece tan verdadera respecto a la búsqueda de sentido en un caso de violencia como el mío, ya que te motiva, te lleva a seguir el combate y te da la fuerza de ir hasta el final del libro. Es algo también presente en todas las víctimas: sabes que no es sano ponerte en el lugar del agresor, querer entender. Porque no es algo que está hecho para entender, aun cuando pudiéramos, tampoco quieres pues sería normalizarlo. Entonces, tiene que permanecer así, como algo inaceptable, inentendible. Terminas el libro y no has entendido, pero pasaste por varios puntos de vista que te hacen ver esa historia desde otros ángulos. Ganas lucidez.

Triste tigre funciona a partir de una premisa paradójica: la posibilidad de compartir tu experiencia pese a lo incomprensible que es.

Sí, aunque tengo muy presente que están detrás de mí todas las personas que no pudieron contar el abuso que sufrieron. Tampoco hay que tomar demasiada confianza, no puedo hablar en lugar del otro y generalizar. Voy del entusiasmo por arrojar un poco de luz en lo ocurrido a su lado más oscuro que me hunde de nuevo. Una mezcla de emoción por lo que el arte puede hacer y una conciencia muy clara de lo que no puede.

De hecho, oscilas entre un amor por la literatura y un juicio contra ella. Como si la literatura también fuera culpable…

No es que sea culpable, mi intención es más bien deconstruir la idea falsa de “me salvó la literatura”, porque un lugar común así puede ayudar, pero también se vuelve un arma contra las víctimas de abuso. Yo escribo sabiendo que no lo he superado, soy resiliente, pero no resolví nada, no fui a psicoterapia. Hay muchas personas en mi situación, con una culpa suplementaria, pues saben que además de ser víctimas son incapaces de salvarse y eso me parece todavía más tóxico. No quiero ese cliché. La literatura es todo para mí, la experiencia más valiosa de mi existencia, pero sé que no me salvará de la oscuridad que llevo dentro. No romantizar es una forma de honestidad. Estoy en la lucha permanente de cuestionar todo, no desde la sinceridad, no creo que importe ser sincero, más bien desde una honestidad intelectual, algo que me viene de mi formación universitaria. Me parece bien que haya quien lo superó, pero es sumamente importante que exista un lugar para los que hablamos desde una perspectiva no resuelta.

Cuando uno te lee, comprende la dificultad de escribir tu experiencia. Pero, aun así, vuelves a ella con tu traducción al español. ¿Qué te llevó a recorrer de nuevo ese camino tan doloroso?-

La traducción de Triste tigre es un proceso que viene de muy lejos. Llevo en México alrededor de veinte años. Hubiera podido seguir escribiendo en francés, pero desde hace más de diez años estoy en un taller en español con un grupo de amigas con el objetivo de convertirme en una escritora mexicana. Quería escribir en español, pues sentía muy extraño vivir en Michoacán y escribir en francés. No me gustaba.

Si bien escribía en francés, lo traducía al español para el taller y modificaba el texto en francés a partir de las observaciones que me hacían sobre la versión en español durante el taller. Fue siempre un vaivén entre ambas lenguas.

Otra parte de mi compromiso con hacer yo misma la traducción tiene que ver con la conversación que se abrió aquí, desde 2017, con los feminismos latinoamericanos. Pero además está esa conciencia muy mía, aunque clara para los que vivimos en dos idiomas, de la perfectibilidad y de la vulnerabilidad. Cada frase es una búsqueda sin fin. Quería que fuera mi traducción y le insistí mucho a mi editor en español. Un traductor profesional llegaría a otro resultado, tal vez mejor. Pero esas debilidades, que son las mías, me parecen importantes. Creí que debían respetarse, más en un tema así, pues la fragilidad de mi lengua corresponde bien a mi proceso de escritura. Incluso mi francés es imperfecto, es el de alguien que lleva muchos años viviendo en otro idioma. Y es un idioma que además viene de una clase social muy popular, en mi familia nadie escribe. Mi relación con la lengua es la de alguien que debe conquistarla. 


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