El año que pasó estuvo marcado por una crisis global: De la política,
del clima, grandes masas de emigrantes, quienes, por física hambre deciden
emprender el viaje a la muerte, rechazadas sin ninguna consideración por los
países del primer mundo, no hay un ápice de solidaridad; en una actitud
xenófoba incompresible; crisis del modelo neoliberal, de las democracias en
todo el mundo, han caído en populismos
peligrosos.
La juventud está pasando el cobro de cuentas por tanta irresponsabilidad
acumulada. No está dispuesta a ser un espectador más. En todo el mundo las
protestas son el pan de cada día. El clima y el calentamiento global, está
dentro de las prioridades de estos jóvenes. Por lo tanto, la defensa del
Amazonas, la primera reserva de bosques del mundo, el pulmón del planeta,
constituye una prioridad, es una responsabilidad inaplazable.
La tecnología está en su mejor momento y son tantos los avances, con
efectos prácticos en la vida, revolucionarios, que ha generado una nueva
sociedad y un nuevo individuo; realmente hemos cambiado la manera de
relacionarnos, de pensar, de proceder, de valorar el tiempo. Es un hecho, estamos viviendo un verdadero cambio, en todo sentido, nunca nos preparamos para los mismos.
La literatura expresa estas crisis. Hay una literatura de jóvenes y
escritores en formación que apuntan a un universo narrativo totalmente
diferente al nuestro. No dependen solamente del lenguaje escrito y no se eximen
de las nuevas tecnologías para entregarnos una nueva forma de novelar, de crear
poéticas desconocidas para nosotros.
Este año, mis responsabilidades con nuestros escasos lectores, siguen
siendo las mismas. A continuación, publico un ensayo publicado por el periódico
“El tiempo” de Colombia, escrito por Gabriel Silva Lujan, nos ayuda a entender todo lo que nos está pasando. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE HUERTAS
GABRIEL SILVA
LUJÁN
Indignación,
protestas y soluciones a corto plazo. Estas, algunas proyecciones de lo que
puede pasar.
Por: Gabriel
Silva Luján 28 de diciembre 2019, 08:27 p.m.
La humanidad
desde sus albores se ha obsesionado con predecir el futuro, con poder anticipar
las amenazas y conocer de antemano las oportunidades. No son pocas las novelas
y las películas que reflejan ese anhelo: alguien se encuentra el diario del día
siguiente o por algún azar logra viajar al futuro. Saber qué va a pasar, o
creer que se sabe, le da certidumbre a la acción y claridad a las decisiones.
Las protestas
y las marchas son esencialmente de dos tipos. Aquellas que surgen de una
explosión de ira detonada por uno o varios hechos que activan, coyunturalmente,
en la población un profundo sentimiento contra la injusticia; y las otras que
corresponden a las asociadas con un hastío sistémico, es decir con la
acumulación progresiva de la convicción de que la sociedad es estructuralmente
injusta, corrupta, represiva y ambientalmente inviable.
En esta
versión se llega a la certidumbre de que las instituciones y los políticos son
incapaces de generar soluciones que den respuestas reales a las angustias
cotidianas de los ciudadanos. Generalmente lo que ocurre es que se inician con
la primera modalidad y, posteriormente, si el clima es correcto como ocurre en
la actual coyuntura, se convierten en una indignación no contra una situación
específica sino contra el orden establecido.
Pañitos de
agua tibia
Para entender
hacia dónde evolucionará la situación en Colombia, vale la pena contrastarla
con Chile y Hong-Kong. En estos dos últimos casos, los gobiernos intentaron
desactivar la protesta social pensando que el tiempo y las concesiones a los reclamos
puntuales serían suficientes. Eso no fue así. Ni echar para atrás el incremento
en el costo del transporte público en Santiago o remover la ley de extradición
de los hongkoneses produjo el tan anhelado apaciguamiento.
En Chile solo
se empieza a desactivar en algo la insurrección cuando el presidente Piñera
abre la puerta a una reconstrucción institucional poniendo en marcha un proceso
constituyente. En la antigua colonia británica pasa algo similar: se han
escalado las reclamaciones hasta convertirse en una lucha popular prolongada
por una democracia liberal independiente de Beijín.
El gobierno
Duque está recorriendo ese camino. El incremento desproporcionado del salario
mínimo y las gabelas populistas incluidas en la reforma tributaria son una respuesta
ad hoc que intenta desactivar la protesta social mediante pañitos de agua
tibia. La pregunta es si en el caso particular de Colombia eso será suficiente.
No parecería. Esas soluciones no van al meollo del asunto.
La ira de la
juventud porque que no ven futuro o sentido a la vida; la insatisfacción contra
la burocracia, el Estado y la corrupción que se esconde detrás de los
cacerolazos de la clase media; la convicción de que el Gobierno no solo es
incapaz sino también estructuralmente indolente; la sensación de un sistema
indiferente, bloqueado y elitista, no desaparecerán con un salario mínimo de un
millón de pesos.
De allí que
las marchas en Colombia evolucionarán, no cederán.
Y recorrerán
un camino no muy distinto al de otros países. La pregunta es si la iniciativa
política de un cambio estructural en el sistema, una transformación del
paradigma, la asumirán las fuerzas políticas reformistas y de centroizquierda,
o el establecimiento le entregará –por intransigencia– esa bandera a quienes
desean no una transformación sino, más bien, una revolución.
Queda la
esperanza de que haya aún la suficiente habilidad en la política colombiana
para hacer ajustes sistémicos que no sacrifiquen lo esencial de los principios
democráticos y de la libertad económica, impidiendo así el ascenso de las
propuestas que promueven una ruptura telúrica.
La
desigualdad, el tema
Las encuestas
indican que el sentimiento mayoritario es crecientemente adverso a la
globalización, a la libre empresa, a la propiedad privada y al minimalismo
estatal. La tendencia en la opinión es hacia favorecer un mayor proteccionismo
comercial, a más intervención estatal, y mayores incrementos en los impuestos a
la riqueza y a las empresas. Ineludiblemente, la lucha contra la desigualdad va
a ser el tema central de la discusión global y de la política doméstica el año
entrante.
En ese
contexto, es previsible una progresiva suplantación de la agenda del
liberalismo económico, y un ascenso de los planteamientos económicos dirigistas
y con un énfasis en la redistribución del ingreso. El papel del Estado se
incrementará en la toma de decisiones económicas, subordinando a las fuerzas
del mercado a una visión del desarrollo más ideológica y más centrada en la
protección del empleo y el desarrollo autónomo.
La cuestión
sobre el desenlace final de ese proceso, es decir qué tanto daño o bien le
harán esas tendencias al crecimiento económico y a la estabilidad
macroeconómica de largo plazo, dependerá del balance entre el populismo y la
sensatez. Por lo que se ve en Argentina, en Brasil, en México y ahora en
Colombia, la partida la va ganando el populismo.
Pausa en la
pugna global
Para
terminar, no se puede obviar el contexto geopolítico. Desde la llegada de Trump
a la Casa Blanca, la política internacional global cambió radicalmente. El
Gobierno estadounidense modificó sus prioridades estratégicas y sus métodos de
acción. Para resumir, se puede decir que el mundo pasó de la competencia entre
los bloques y las potencias a la confrontación abierta.
Eso,
consecuencia de la diplomacia agresiva de Trump, elevó el nivel de beligerancia
mucho más allá del que se había observado en la década anterior. Ese factor
alimentó la incertidumbre en todos los órdenes de las relaciones
internacionales.
En el 2020 se
sentirá un mejoramiento de la situación con una disminución de las tensiones
internacionales. Esa sensación, desafortunadamente, será escasamente una pausa
generada por la campaña presidencial en los Estados Unidos.
Teniendo en
cuenta que uno de los flancos más vulnerables del presidente Trump es su manejo
combativo y pugnaz de las relaciones internacionales, el mandatario, en busca
de su reelección, intentará suavizar esa percepción y demostrar que eso era
simplemente una táctica coyuntural que favoreció a los Estados Unidos.
Una vez
lograda la reelección, si esta ocurre, que hoy es el escenario más probable a
pesar del juicio político a Trump, volveremos probablemente a niveles similares
o superiores de confrontación estratégica por parte de todos los actores
internacionales, creándose un clima de aun mayor incertidumbre a partir del
final del próximo año. Todo indicaría, entonces, que el próximo año será el de
la ira.
GABRIEL SILVA
LUJÁN
Especial para
EL TIEMPO
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