Es un hecho que se ha empezado desde hace unos años una especie de
revisionismo de la historia. A ciencia cierta Rusia ya lo había suscitado en la
década de los 60 y después con el glasnost desde las mismas esferas del poder. Aun
así, no se conocían a cabalidad los nefastos resultados de una dictadura y un
totalitarismo de inconmensurables alcances con más de 20 millones de víctimas, persecución
política de dimensiones inimaginables y asilo de muchos de los opositores al régimen. La revolución Rusa del año 17 del siglo pasado está lejos de ser
estudiada en el amplió contexto de la época, menos el efecto que produjo ni lo
que significó para la humanidad en términos de esperanza y cambio. Al final fue
una frustración. Este artículo publicado por la “Revista Ñ” de Clarín, constituye
una buena apertura a esta mirada que de antemano siempre generará debates. Cesar
H Bustamante
Veronica
Boix
Con abordajes históricos sobre los Romanov, la
Revolución, Putin y hasta el psicoanálisis, se relee la URSS.
La Revolución Rusa encarnó el sueño de una realidad
igualitaria pero se desvaneció, a lo largo del tiempo, en una pesadilla
totalitaria. A cien años de la toma del Palacio de Invierno, el acontecimiento
que marcó el pulso del siglo XX todavía despierta interpretaciones
contradictorias y cobra vida nueva en la publicación de ensayos,
investigaciones, biografías y crónicas.
Lejos de la habitual dicotomía héroe-culpable, Jorge Saborido
descubre los contextos en los que se tomaron las decisiones que impulsaron el
proceso revolucionario en 1917. La Revolución Rusa cien años después (Eudeba).
Sobre la base de que la revolución no es “una enfermedad social que debe ser
curada, sino la expresión de los deseos del hombre”, el profesor, que contó con
fuentes nuevas provenientes de los archivos soviéticos, afirma que el desenlace
de 1917 fue una de las salidas posibles a la confluencia de tres factores: la
crisis económica producida por la guerra, una profunda insatisfacción social y
las cuestiones irresueltas por el zarismo. Discute hasta qué punto esas
cuestiones fueron capitalizadas por los bolcheviques. En el fondo, sostiene que
la Revolución puso en primer plano el cuestionamiento acerca de la conciliación
entre justicia, igualdad y libertad.
Al plantear su base ideológica, Saborido enfrenta la
afirmación de que: “el comunismo no fue una idea que salió mal sino una mala
idea”, famosa frase del maestro conservador de la historiografía soviética,
Richard Pipes, quien a pesar del golpe que recibió por haber participado en el
Consejo de Seguridad de Ronald Reagan, impuso el rigor de su trabajo y aún hoy
es replicado por historiadores del resto del mundo. Así es que en su obra
emblemática La Revolución Rusa (Debate), Pipes realiza un
minucioso análisis y sostiene que el movimiento leninista fue un derivado
natural de la tradición autoritaria rusa y de su incapacidad para construir una
sociedad civil potente y libre.
De esta manera, marca una línea de continuidad entre zarismo
y leninismo. Así entiende que “Para los revolucionarios rusos, el poder era
simplemente un medio para llegar a un fin, que consistía en la reconfiguración
de la especie humana. Durante los primeros años tras su ascenso al poder
carecieron de la fortaleza necesaria para alcanzar un objetivo tan contrario a los deseos del pueblo ruso, pero lo
intentaron sentando las bases del régimen estalinista, que volvería a
intentarlo con recursos mucho más grandes”. La historiografía abarca desde
1905, incluida la convulsión previa, hasta el período cercano al atentado
contra la vida de Lenin y la política de deificación posterior. Resulta
significativo que elija destacar que “En su forma plenamente desarrollada, el
campo de concentración, con el Estado de partido único y la policía política omnipotente,
fueron la principal contribución del bolchevismo a las prácticas políticas del
siglo XX”.
La versión “traidora”
Y el entusiasmo que despertó el centenario se volvió una
oportunidad para editar –por primera vez completa en español– la Historia
de la Revolución Rusa (Ediciones IPS), el relato que León Trotski
escribió en 1932, durante su primer exilio en la isla turca de Prinkipo, ya
convertido en un “traidor”. En ella aparece la versión particular del
pensamiento de uno de los organizadores del acontecimiento central y, al mismo
tiempo, un registro apasionado de los hechos. “Un partido no es para nosotros
una máquina que deba defender su inocencia y su falta de pecados echando mano a
medidas estatales de represión, sino un organismo complejo, que como todos los
seres vivos se desarrolla por medio de contradicciones. Dejar al descubierto
estas contradicciones –entre ellas las vacilaciones y los errores del Estado
Mayor– no debilita en lo más mínimo el significado de esa gigantesca tarea
histórica que el Partido puso sobre sus hombros por primera vez en la
historia”. La frase logra reflejar el énfasis que guía las ideas del creador
del Ejército Rojo, y se vuelve central en el texto, acerca del vuelco
democrático que supuso el proceso revolucionario para la sociedad rusa. A lo
largo de la lectura, resulta llamativa la conciencia clara de posteridad de
Trotski y su evidente intención de presentarse como el verdadero líder
revolucionario.
Es curioso que el otro hombre que escribió en primera persona
los sucesos de 1917 fuera un estadounidense. John Reed narra su experiencia en
la revolución en Diez días que estremecieron al mundo (Marea).
A raíz de las noticias que llegaban desde Rusia, Reed se aventuró en la llamada
Petrogrado en septiembre de 1917 y permaneció en el país hasta febrero del año
siguiente. Primero entrevistó a Kérenski –el primer ministro– y luego a
Trotski. Más tarde habló con otros líderes, como Lenin, se mezcló con el pueblo
y consiguió construir un retrato vital de ese momento trascendente. En ningún
momento intenta disimular su mirada romántica del partido bolchevique, formado
por obreros, campesinos, soldados, pero mantiene una asombrosa capacidad de
detectar cómo se despertó el espíritu voraz por cambiar el orden imperante. No
sorprende que Lenin definiera la crónica como “la exposición más veraz y vívida
de la Revolución”. Lo cierto es que su vivencia directa capta un elemento
esencial de la condición humana: la búsqueda de libertad frente a la
explotación. El libro también fue editado por Ediciones IPS.
En Todo lo que necesitás saber sobre la Revolución
Rusa (Paidós), Martín Baña y Pablo Stefanoni despliegan una
enciclopedia de hechos y personajes que clarifican y quitan complejidad a uno
de los procesos políticos determinantes del siglo XX. Allí se distinguen las
capas de la revolución que fue rusa, obrera y bolchevique al mismo tiempo. Y
también ubica la revolución en el contexto mundial, más allá de la crisis
europea que lo circundaba.
El Kremlin es, sin duda, el símbolo de la grandeza –y
brutalidad– de la URSS. En Los secretos del Kremlin (El
Ateneo), Bernard Lecomte investiga crímenes, traiciones y complots que podrían
ocultarse, todavía hoy, detrás de la fortaleza de murallas infranqueables, con
palacios, iglesias y torres que fundaron Lenin y Trotski. El periodista francés
va tejiendo un siglo de historias a partir de los actos oscuros de sus
protagonistas, el asesinato de Rasputín, la alianza de Stalin con Hitler, los
espías de la KGB, incluso, el surgimiento de la figura de Vladimir Putin.
El actual presidente de Rusia es el eje de la biografía
escrita por Frédéric Pons (Vladimir Putin, El Ateneo). El periodista se
atreve a desarmar la figura controvertida del mandatario y muestra al niño
tímido devenido en estratega político absolutamente reservado. Así, conforma un
retrato, más allá del personaje que predomina en los medios, y no solo analiza
al hombre sino su contexto, es decir, al país que lo llevó al poder y persiste
en su elección nostálgica como si pretendiera recuperar el orden perdido. Es
interesante el modo en que se cruzan testimonios que ubican a Putin como
heredero del imperio rojo soviético y, al mismo tiempo, del imperio blanco de
los zares.
La Rusia zarista
Esa visión que intenta recuperar el orgullo del pueblo ruso
en la figura de Putin resulta una idea central en La saga de los
Romanov (El Ateneo), la investigación de Jean des Cars acerca del
ciclo político de Rusia desde el siglo XVII hasta principios del XX. No es
casualidad que el original se publicara en Francia el mismo año que la Corte
Suprema de Rusia estableciera que la ejecución de los Romanov había sido
injustificada. Podría decirse que el historiador francés, especializado en las
grandes familias de la nobleza europea, relata la historia de la dinastía y muestra
de qué modo sigue teniendo influencia sobre la construcción de la identidad
actual de ese país. En ese sentido, Semon Sebag Montefiore también narra la
trama del país a partir de la familia legendaria en Los Romanov (Crítica).
Solo que el historiador inglés prefiere sumergirse en el carácter de más de
veinte zares y zarinas, entre los que hubo grandes estrategas, como Pedro y
Catalina, o locos como Iván el Terrible. De algún modo, consigue captar los efectos devastadores del
poder absoluto sobre la personalidad de los hombres y mujeres que formaron
parte de la dinastía en esa sucesión de conspiraciones, asesinatos, excesos
sexuales y falsedades que tramó la historia de grandeza épica del clan.
Sin embargo, hay un hombre que simboliza al zarismo en
decadencia mejor que el último de los Romanov: Grigori Rasputín. Su vida se
convirtió en una fábula compartida, primero, por los rusos y, luego, por la
sociedad occidental. En el libro que lleva su nombre, el profesor alemán
Alexandre Sumpf intenta desarmar la leyenda y mostrar las facetas de una figura
que apoyó al zarismo y, al mismo tiempo, encarnó su extinción. Lejos de una
hagiografía, aparece la figura de Rasputín como un hombre que avanza desde su
juventud en Siberia hacia San Petersburgo y, a los treinta y seis años, ingresa
al palacio imperial para vivir más de una década de intrigas, rumores,
traiciones y desbordes. (Grigori Rasputín, El Ateneo) Tal vez, dentro de
los libros publicados este año sobre el tema, el más insólito resulte El
psicoanálisis en la Revolución de Octubre (Editorial Topia), una serie
de ensayos compilados por Enrique Carpintero que aborda la relación inusual acerca de la alianza entre
marxismo y psicoanálisis. Mientras que la Revolución encarnó, para algunos, la
amenaza de desaparición del orden; para otros, se alzó como una esperanza
cierta de construir un mundo mejor. De una u otra forma, el hombre se vio
enfrentado en su intimidad a un cambio inminente de sus relaciones personales,
es decir, la teoría marxista no se limita a una concepción economista, sino que
alcanza el inconsciente. Tal vez, la clave de lectura de los ensayos se
encuentre en el prólogo: “A cien años de la Revolución de Octubre nos
encontramos con un mundo que ha cambiado radicalmente. Pero también un mundo
atravesado por la crisis de un sujeto que hace necesario seguir sosteniendo la
esperanza de un proyecto emancipatorio social y político”.
A esta altura, el interés que sigue despertando la Revolución
Rusa en sus múltiples facetas, más allá de su fracaso, deja al descubierto que
aún hoy perdura el deseo del hombre por encontrar un orden alternativo al
actual que consiga dar forma a la libertad, la justicia y la equidad.
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