Además de ser un
excelente escritor, Truman Capote fue un excéntrico personaje, más una ficción que
otra cosa, se movió como pez entre el agua en la sociedad elitista americana,
no sólo falseándola, sino haciendo que estuviera a sus pies a como diera lugar, ideó todo tipo de situaciones y mentiras para mantenerse vigente, creando en la mayoría de veces mitos, obteniendo siempre que las miradas no le
abandonaran, su lengua mordaz e inteligente sirvió a este propósito
y de hecho una prosa exquisita y renovada que llegó al clímax con “A sangre fría”,
una novela perfecta y un icono en la aplicación de las técnicas del periodismo a la literatura. Esta reseña de Rodolfo Biscia de una nueva biografía
aparecida en “La revista Ñ” de Clarin, deja ver las claves de un personaje que siempre cautiva.
Rodolfo Biscia
Una nueva biografía del
célebre autor de A sangre fría,
por Liliane Kerjan, renueva el interés por una obra y una vida
irrepetibles.
Todo biógrafo de Truman Capote corre con ventaja, ya que
cuenta con el atractivo de un personaje magnético y ese sinfín de peripecias
amenas que tuvo la suerte, cuando no la desgracia, de vivir a lo largo de cinco
décadas. Al momento de narrar otra vez una historia conocida, Liliane Kerjan se
limita a mediar entre estos sucesos, un tesoro de textos muy célebres y el poco
exigente lector de hoy en día. El resultado es uno de esos libros algo
superfluos que nunca están de más en nuestra biblioteca.
Kerjan repasa la vida del escritor desde su infancia sureña
hasta su madurez neoyorquina y la decadencia final, incluido su colapso en Los
Angeles, en 1984. De manera intermitente, esta doctora en letras que estudió el
teatro de Edward Albee y Arthur Miller logra encontrar una buena cadencia para
retratar al héroe de su relato. Valga este ejemplo: “Capote tuvo como forma de
vida el torbellino, el pavoneo y el encadenamiento precipitado de los hechos;
como horizonte, la falta de duración; como modelos, la seducción y la estafa”.
El verdadero rival de Kerjan no hay que buscarlo entre los
otros biógrafos, sino en la obra del propio biografiado. Porque además de
retratar con prosa acerada a sus amistades famosas, Capote multiplicó imágenes
de sí mismo en casi cada recodo de su producción. En 1986 se publicó de manera
póstuma su relato autobiográfico, muy temprano, “Recuerdo a mi abuelo”.En Otras
voces, otros ámbitos, había transfigurado los paisajes de su infancia en la
ciudad imaginaria de Noon City, una tendencia que prolongó en su siguiente
novela, El arpa de hierba.
Dejó al menos dos semblanzas insuperables de su Nueva Orleáns
natal: un artículo de 1946 y “Jardines ocultos”, en Música para
camaleones. De su encuentro con la escritora Colette, nos queda el relato
“La Rosa Blanca”. De sus muchos viajes, contamos con las crónicas memorables
de Color local (1950). Conocemos el hogar que logró
construirse en Brooklyn a mediados de los 50 a través de “Una casa en las
alturas” y escuchamos cómo el escritor se autoentrevista antes de dormirse en
“Vueltas nocturnas”.
Se añaden, además, el prefacio fulgurante de Música
para camaleones y el autorretrato que epiloga Los perros
ladran (1973), compilación considerada por él mismo como un mapa en
prosa y una geografía en palabras de sus últimos treinta años. Tenemos, finalmente,
a P. B. Jones, narrador de Plegarias atendidas y tardío alter
ego, el más descarnadamente fiel que segregó el escritor.
Kerjan destaca bien la parábola que, en la obra de Capote, va
desde la crónica periodística hasta la novela testimonial. Arranca con el
relato de un viaje a Haití en 1948, comisionado por Harper´s Bazaar,
y sigue con el diario de su gira soviética, en compañía de los cantantes negros
que interpretarían la ópera Porgy and Bess en Leningrado. Se
oyen las musas (1956), en efecto, conjuga la crónica de viaje, una radiografía
política de la Guerra Fría y la reflexión sobre la distancia entre lo vivido y
la escritura, todo irrigado por la pluma de un observador avispado y malicioso.
De la célebre entrevista a Marlon Brando en Kioto, al año siguiente, la autora
sostiene con razón que el episodio prefiguró las revelaciones escabrosas de su
última novela, Plegarias atendidas.
La tendencia llegó a su clímax con A sangre fría (1966),
donde Capote abordó el crimen cuádruple de la familia Clutter, en Garden City,
Kansas. Kerjan tal vez se equivoque al declarar que Desayuno en Tiffany´s no
envejeció, pero es perspicaz para apreciar la novedad formal de A
sangre fría, cuya escritura demandó “un ojo selectivo irreprochable para
los detalles visuales y, sobre todo, una empatía con personas situadas fuera
del abanico de la propia imaginación”. Hace falta, además, recordar otros ecos.
Uno de los proyectos alternativos propuestos por The New Yorker, al
momento de la cobertura del crimen, se concretó más tarde en el cuento “Un día
de trabajo”: es el diálogo con una mucama en que se divisa el retrato oblicuo
de sus veinticuatro empleadores. Y A sangre fría conoció una
resonancia miniaturizada, diez años más tarde, en el relato verídico “Féretros
tallados a mano”. Lejos de señalar una ruptura, el proyecto de Plegarias
atendidas marcaría la culminación de esta tendencia: una novela
mundana basada en el conocimiento íntimo de la alta burguesía y en las
confidencias recibidas, a la vez fresco proustiano, crónica contemporánea
y roman à clef.
Polígrafo e histrión, Capote inventó una moral de la
escritura –rara mezcla de inquina y de compasión– que muy pronto se ocupó de
transgredir. En su cuento “El invitado del Día de Acción de Gracias”, reformuló
la réplica que Blanche DuBois desliza en una escena crucial de Un
tranvía llamado deseo: “Existe un solo pecado imperdonable: la crueldad
deliberada. Todo lo demás puede perdonarse. Eso, jamás”.
Hay, sin embargo, mucha crueldad intencional en Plegarias
atendidas, algo que tal vez explique parte del fracaso del autor al
intentar convertir la Café Society neoyorquina en un nuevo mundo de Guermantes.
Pocos llegaron a cultivar un estilo tan entrañablemente malévolo o una ética
tan aviesa, a la medida de una obra en perpetua metamorfosis. Pero al margen de
la variedad de sus temas y los contornos difusos de su imaginación moral,
recordaríamos menos a Truman Capote si no hubiera sido, sobre todas las cosas,
un abnegado estilista. Además de la diferencia entre escribir bien y mal, conocía
esa otra diferencia impiadosa que existe entre escribir muy bien y el verdadero
arte.
Sin duda encontró una forma del goce en su tortuosa destreza
para construir mundos con palabras. Y si bien sufrió con los escollos de la
puntuación y “las complejidades diabólicas de separar los párrafos”, reconforta
descubrir que cada tanto experimentaba un momentáneo sosiego: en una
entrevista, celebró la aparición de esas frases que, sin que sepamos bien de
dónde vienen, irrumpen en el momento preciso y son el dividendo inesperado, el
empujoncito jubiloso que mantiene con vida al escritor.
Truman Capote, Liliane Kerjan. Trad. Silvia Kot Editorial El Ateneo, 256 págs.
Truman Capote, Liliane Kerjan. Trad. Silvia Kot Editorial El Ateneo, 256 págs.
https://www.clarin.com/revista-enie/literatura/seduccion-impiedad-estafa_0_HyhR3KFiW.html
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