jueves, 23 de octubre de 2025

De este lado están los míos y del otro están los nuestros (Tomado de la revista Colofón)

 


Matías Rodríguez viaja a Sarajevo, la Jerusalén de Europa, la ciudad-Aleph donde se conjugan diversas culturas. Ilustra Mariano Lucano.

La Jerusalén de Europa es la capital en la que es posible escuchar, al mismo tiempo, el adhan cuando el reloj lunar de Sahat-Kula marca la hora señalada y cien metros más allá, hacia el río Miljacka, las campanadas de la Catedral católica del Corazón de Jesús. Sarajevo es (o fue) la ciudad del encuentro de las culturas, pero también podría ser la de los cementerios omnipresentes o la de los museos en cada esquina, muchos de los cuales ofician de testigos de la guerra fratricida que en los noventa intentó aislar a Bosnia para exterminar sus tradiciones y, con ellas, a su gente. Padres contra hijos, amigos contra vecinos y hermanos contra hermanos dinamitaron siglos de tolerancia de la noche a la mañana y se enfrentaron en trincheras urbanas durante 44 meses.

Entre 1992 y 1995 el ejército nacionalista serbio asedió la capital bosnia en el sitio más largo desde Leningrado. En ese lapso más de doce mil personas, la mayoría civiles y muchos de ellos niños, murieron, pero lo hicieron de formas brutales. Cazados por los francotiradores mientras intentaban cruzar las calles, masacrados en las filas de espera para recargar bidones de agua, alcanzados por el fuego de artillería en los mercados de abastos. Los que sobrevivieron apenas corrieron mejor suerte: debieron huir del país heridos, perseguidos, desplazados, amputados por las heridas provocadas por las minas terrestres.

Sarajevo, ciudad mártir, tuvo que subsistir 1425 días sin gas, electricidad ni agua potable porque desde la cima del monte Trebevi, la espina dorsal bosnia, el ejército serbio cerró el grifo de suministro de los servicios, incluso durante los cruentos inviernos balcánicos que pueden alcanzar, sin demasiado esfuerzo, temperaturas bajo cero. Durante todo ese tiempo los sarajevitas sólo salían de sus casas con tres objetivos: conseguir agua, abastecerse de alimentos e intercambiar libros, el único atisbo de normalidad en un escenario de locura. Esa generación atropellada, abarrotada de poetas, cronistas y novelistas del horror, no perdió su voracidad lectora ni siquiera en los días más aciagos del bombardeo, porque así había sido siempre. Mientras que Belgrado fue el músculo fabril y Croacia ofreció sus costas al turismo de masas, Bosnia fue el refugio cultural de la Yugoslavia del Mariscal Tito.

El daño fue incalculable para Sarajevo, que era un lugar muy chico para un infierno tan grande. A las vidas astilladas por la guerra se sumó la destrucción del patrimonio histórico y un casco urbano reducido a cenizas. Los bosniacos —bosnios musulmanes— fueron el principal objetivo de los nacionalistas ortodoxos y la mayoría de las mezquitas de la ciudad fueron destruidas pero el genocidio no fue sólo cosa de los serbios, porque por allí también merodearon los croatas. Los milicianos bosnios, que fueron apoyados por voluntarios muyahidines, llegaron a estar enfrentados con ambos bandos en una guerra tripartita, tan absurdamente desigual como sanguinaria. En Mostar, por caso, el ejército croata dinamitó el Puente Viejo para cercar a los bosniacos e instaló campos de trabajo en los que los prisioneros, ataviados con chalecos refractarios, eran usados como carnada para atraer el fuego enemigo.

Actualmente, los bosnios que tuvieron que desplazarse y formaron historias en dos orillas, estragados por el exilio, encuentran en las fachadas derruidas de los edificios las ermitas del sufrimiento, puntos cardinales del ruido ensordecedor que alguna vez reinó en donde ahora sólo retumba el silencio. En Sarajevo, dicen, es posible distinguir a los visitantes de los locales por su forma de caminar. Los primeros lo hacen mirando hacia arriba, buscando cicatrices en el hormigón, mientras que los segundos enfocan su vista al frente. Esta metáfora demuestra que los sarajevitas no quieren quedar atrapados en el poema de Bertolt Brecht que remite al destierro, aquel del hombre que llevaba el ladrillo consigo, para mostrar al mundo, como era su casa.

Sarajevo durante la guerra fue el espanto, las bombas y la sangre derramada, pero también el violonchelo de Vedran Smailović sonando en las ruinas de Bascarsija, el Esperando a Godot de Susan Sontag en un teatro local o la primera edición del Festival Internacional de Cine de la ciudad, que se celebró en medio del ruido de metralla por autogestión de Haris Pasovic. A propósito de este evento, que sirvió para visibilizar el padecimiento bosnio, un periodista inquirió al director sobre el sentido del mismo. La respuesta de Pasovic fue concluyente: “Lo que en verdad hay que preguntarse es qué sentido tiene organizar una guerra en mitad de un festival de cine”.

lunes, 20 de octubre de 2025

Entrevista a Neige Sinno. “Mi relación con la lengua es la de alguien que debe conquistarla”

 


Con el ánimo de tomar lo mejor de la red en materia literatura transcribo este artículo publicado por "letra libres" de México, por considerarlo de suma importancia, no solo por la calidad de su prosa y el impacto que produjo la publicación de su novela  (TRISTE TIGRE), sino por el hecho de que es poco conocida, por lo menos en Colombia hay pocas referencias a esta obra. 

CESAR HERNANDO BUSTAMANTE


La escritora francesa habla sobre su novela “Triste tigre”, donde, a partir de una forma híbrida, fragmentaria, vuelve al abuso sexual que sufrió en su infancia.

por

Melina Balcázar 1 octubre 2025


Triste tigre de Neige Sinno (Vars, Francia, 1977) ha sido un verdadero acontecimiento en el mundo literario francés. Debe su éxito al entusiasmo de sus lectores que lo volvieron viral. Publicado en español por Anagrama y ganador de numerosos premios, entre ellos el Femina, Strega, Le Monde, la crítica ha reconocido también su singularidad y fuerza crítica. A partir de una forma híbrida, fragmentaria, la autora vuelve al abuso sexual perpetrado por su padrastro entre sus siete y catorce años. Asistimos a su búsqueda incesante de una forma que logre decir la “extrema violencia sin violencia de los abusos”, aunque sin pathos ni juicio, intentando comprender lo que hizo posible el incesto y las consecuencias en su vida. Una experiencia límite que le tomó más de veinte años escribir.

Con Triste tigre, te propusiste no hacer del tema, el abuso sexual, el problema central del libro, sino más bien la manera de escribirlo. Una de las principales dificultades de hecho fue utilizar la primera persona…

Es un libro que no quería escribir y aun así lo hice. Me lo cuestioné mucho y tengo que ser honesta conmigo y aceptar que ese cliché de que debemos ir adonde no queremos es cierto. No quería creerlo, pero me doy cuenta de que ir más allá de mi resistencia a escribir un libro sobre el abuso abrió una puerta para mí y me llevó a trabajar la autobiografía, algo que siempre rechacé. Descubrí un mundo al atreverme a utilizar la primera persona.

¿La autobiografía estaría relacionada con esa búsqueda de verdad, esencial para ti?

Sí, pero sobre todo tiene que ver con mi contrato con el lector. Aunque el contrato autobiográfico es extraño, me compromete como escritora y, aunque lo desee, no puedo inventar nada, siempre debo contenerme. Al mismo tiempo, no quería limitarme a un texto autobiográfico y la única manera fue cruzarlo con análisis literarios. Así, el yo que habla no es el de la niña víctima de abuso, tampoco es el que cuenta su vida, sino el de una persona que ha escrito ensayos sobre otros libros y se sirve de esa experiencia para entender lo que vivió. Al recurrir al comentario encontré una libertad que me permite respirar. No hubiera podido solo contar lo que me pasó y lo que me pasa ahora. Esa forma más híbrida, más posmoderna, más alegre también me dio acceso al testimonio, forma que yo despreciaba, aunque no sea nada despreciable, pero es algo que descubro al momento de construir mi relato.

Me cuestioné también por qué no leía testimonios, por qué me parecía una especie de subliteratura. Vengo de una formación intelectual que desprecia el testimonio, que lo ve como una forma popular. Cuando empiezo el texto me doy cuenta de que voy a un lugar que yo siempre desprecié y me resisto porque me pone en una posición muy incómoda. Tuve que retarme y preguntarme: si el testimonio no es arte, entonces qué es. Es algo mucho más impuro, pantanoso. Porque yo no decidí mi historia, es un material que me imponen. La versión de los hechos que expongo al principio y que deseo destruir es la de mi padrastro y de la que me convenció cuando era niña. Me manipuló como sucede con todas las víctimas. Estuve muchos años con su narrativa. Y que su versión fuera el relato que yo escribiría me era insoportable. Así que deconstruyo lo que me impuso. El trabajo del libro es deshacer y volver a montar mi historia, que los lectores lo perciban y que lo hagan conmigo. Solo así se vuelve tolerable escribir un testimonio.

Vemos un debate contigo, incluso observamos cómo te lees a ti misma. En un pasaje describes tu vida como una serie de noticias de la página de sucesos y reproduces notas periodísticas sobre ti y tu familia.

Sí, hay tantas formas de ver una misma historia, es esencial y una obviedad al mismo tiempo. Hay varias formas de contar una historia, pero también hay varias formas de leer, de recibir una misma historia. Nabokov con Lolita, por ejemplo. ¿Cómo se leyó y cómo lo leemos ahora? ¿Cómo se puede leer? De ahí que desde el principio quisiera tener tan presente al lector. Estar siempre consciente de que alguien lo va a recibir. A veces me dirijo directamente al lector y le pregunto su opinión; otras, me resulta inevitable volverlo un jurado, incluso un enemigo, pero enseguida doy marcha atrás pues lo que me importa es que se convierta en un aliado.

En Triste tigre, no temes utilizar un lenguaje crudo, dar los detalles del abuso que sufriste y de las consecuencias en tu vida, incluso en el ámbito sexual. Y, al mismo tiempo, vemos tu búsqueda de una distancia, como una manera de proteger al lector y tal vez a ti misma.

Creo que se debe al tema, porque si en algún momento no cuento en detalle el abuso y tomo demasiada distancia llego a un discurso abstracto que no es lo que busco. Quiero que los lectores siempre estén conscientes de que hablamos del cuerpo de una niña, de una adolescente. Hay tantas estrategias internas para negar la realidad e ir a lo abstracto, y situarnos en un lugar protegido, seguro, pero corremos el riesgo de enceguecernos. Pues, ¿de qué hablamos cuando hablamos de abuso, sino del cuerpo que sufre?

Es como navegar entre polos opuestos en todo momento. Aunque también es válido que un libro te agreda. Decir al lector: es horrible, pero mira. Al mismo tiempo yo quería pensar e incitar a pensar. Quería alcanzar esa frontera donde sufres al leer, ya que es horrible confrontarse a las imágenes de un niño violentado. Pero el libro te ofrece también suficiente lucidez para pensar. Por eso protejo al lector, lo tomo de la mano y lo preparo desde el inicio para lo que va a recibir, que no le llegue por sorpresa. Si soportas las tres primeras páginas, podrás soportar el resto. Hay gente que me dice “tengo mucho miedo de leer tu libro”, pero les respondo que el inicio es muy brutal, porque quería poner las cartas sobre la mesa, pero que después vamos juntos por los momentos difíciles de mi experiencia. No voy a abusar. No voy a manipular al lector, aunque puedo, mi posición de víctima me lo permitiría. Sé que todo esto coloca mi discurso en un lugar de poder, de cierto modo, y me propongo ser consciente de ese poder, usarlo, pero no abusar de él.

Uno de los aspectos más impresionantes es tu manera de escribir desde la vulnerabilidad, al exponerte por completo.

Lo hago para entender. Aunque desde el inicio sé que no voy a conseguirlo, ya llevo tantos años en esa búsqueda, pero esa necesidad mía de buscar sentido tiene también que ver con la escritura, que es producir sentido. Por eso me gusta tanto la imagen de Bolaño del escritor como samurái, que, en vez de luchar contra otro samurái, lucha contra un monstruo y sabe que va a ser derrotado, pero aun así va. Es una imagen que me parece tan verdadera respecto a la búsqueda de sentido en un caso de violencia como el mío, ya que te motiva, te lleva a seguir el combate y te da la fuerza de ir hasta el final del libro. Es algo también presente en todas las víctimas: sabes que no es sano ponerte en el lugar del agresor, querer entender. Porque no es algo que está hecho para entender, aun cuando pudiéramos, tampoco quieres pues sería normalizarlo. Entonces, tiene que permanecer así, como algo inaceptable, inentendible. Terminas el libro y no has entendido, pero pasaste por varios puntos de vista que te hacen ver esa historia desde otros ángulos. Ganas lucidez.

Triste tigre funciona a partir de una premisa paradójica: la posibilidad de compartir tu experiencia pese a lo incomprensible que es.

Sí, aunque tengo muy presente que están detrás de mí todas las personas que no pudieron contar el abuso que sufrieron. Tampoco hay que tomar demasiada confianza, no puedo hablar en lugar del otro y generalizar. Voy del entusiasmo por arrojar un poco de luz en lo ocurrido a su lado más oscuro que me hunde de nuevo. Una mezcla de emoción por lo que el arte puede hacer y una conciencia muy clara de lo que no puede.

De hecho, oscilas entre un amor por la literatura y un juicio contra ella. Como si la literatura también fuera culpable…

No es que sea culpable, mi intención es más bien deconstruir la idea falsa de “me salvó la literatura”, porque un lugar común así puede ayudar, pero también se vuelve un arma contra las víctimas de abuso. Yo escribo sabiendo que no lo he superado, soy resiliente, pero no resolví nada, no fui a psicoterapia. Hay muchas personas en mi situación, con una culpa suplementaria, pues saben que además de ser víctimas son incapaces de salvarse y eso me parece todavía más tóxico. No quiero ese cliché. La literatura es todo para mí, la experiencia más valiosa de mi existencia, pero sé que no me salvará de la oscuridad que llevo dentro. No romantizar es una forma de honestidad. Estoy en la lucha permanente de cuestionar todo, no desde la sinceridad, no creo que importe ser sincero, más bien desde una honestidad intelectual, algo que me viene de mi formación universitaria. Me parece bien que haya quien lo superó, pero es sumamente importante que exista un lugar para los que hablamos desde una perspectiva no resuelta.

Cuando uno te lee, comprende la dificultad de escribir tu experiencia. Pero, aun así, vuelves a ella con tu traducción al español. ¿Qué te llevó a recorrer de nuevo ese camino tan doloroso?-

La traducción de Triste tigre es un proceso que viene de muy lejos. Llevo en México alrededor de veinte años. Hubiera podido seguir escribiendo en francés, pero desde hace más de diez años estoy en un taller en español con un grupo de amigas con el objetivo de convertirme en una escritora mexicana. Quería escribir en español, pues sentía muy extraño vivir en Michoacán y escribir en francés. No me gustaba.

Si bien escribía en francés, lo traducía al español para el taller y modificaba el texto en francés a partir de las observaciones que me hacían sobre la versión en español durante el taller. Fue siempre un vaivén entre ambas lenguas.

Otra parte de mi compromiso con hacer yo misma la traducción tiene que ver con la conversación que se abrió aquí, desde 2017, con los feminismos latinoamericanos. Pero además está esa conciencia muy mía, aunque clara para los que vivimos en dos idiomas, de la perfectibilidad y de la vulnerabilidad. Cada frase es una búsqueda sin fin. Quería que fuera mi traducción y le insistí mucho a mi editor en español. Un traductor profesional llegaría a otro resultado, tal vez mejor. Pero esas debilidades, que son las mías, me parecen importantes. Creí que debían respetarse, más en un tema así, pues la fragilidad de mi lengua corresponde bien a mi proceso de escritura. Incluso mi francés es imperfecto, es el de alguien que lleva muchos años viviendo en otro idioma. Y es un idioma que además viene de una clase social muy popular, en mi familia nadie escribe. Mi relación con la lengua es la de alguien que debe conquistarla. 


jueves, 16 de octubre de 2025

POEMAS PARA EL ALMA

 EL INMENSO Y ABISMAL CUADRANTE DE LA TIENDA DE KAREN




EL SITIO


En este pequeño sitio de tres por tres

se asientan todo tipo de seres

de los más lúcidos hasta los más estúpidos

como hermosas luciérnagas

esperan la noche

el tiempo se dilata

cada uno administra sus ansiedades

 mortales animales

sin salida alguna

vertemos en una copa de licor o cerveza

los logros y frustraciones, las guerras inútiles

 esperan ser recordadas

 en otros sitios ya no nos 

escuchan

nos  batimos por ello aquí, sin límite alguno,

 con todos nuestros poderes

esperando ser al menos hombres libres

 sin alguna atadura y con holgura

así sea tan sólo por unos pesos

que nos permitan otra vez ser de nuevo alguien

no importa que nos dure tan solo unos segundos





QUIEN MANDA AQUI (LA TIENDA DE KAREM)


pareciera que alguien más que Karen manda

puede ser una persona que en el anonimato

desde el puesto y la mesa indicada

con esa máscara que los poderes ocultos

establecen, espera ser el amo. Su intención,  crear un orden en medio del desorden

entre la espesura de tanto borracho

tanto ser encantador

tanto silencioso

señora mojigata

dulcinea o gato o ese perro o mascota

que desde el garaje del rey se bate.

La clave, llegar temprano

tener para pagar la cuenta

ser de derecha y como el gato

gruñir y sacar la uñas

para crear la sensación

de mando tan de moda

por estos ratos.




LA MONA (EN LA TIENDA DE KAREN)


Llega en su bicicleta clásica verde

como la espesura de nuestros cafetales

con su aroma, su dulzura, con la condescendencia

clara de un alucinógeno

llena de vida, con cierto desencanto

por una humanidad que nos traiciona

de unos intelectuales que presumen

 industriales empoderados entre sus fábricas inútiles

llega

acompañada del recuerdo fuerte de una madre que la mira

desde el ámbito de una loca luna.

eterna y vigilante, pese a lo lejana.

cuando llega, todo cambia

nada es igual

ella con su pelo ensortijado

se vuelve el alma,la vida 

de un lugar que nos encanta

simplemente por su anonimato y desparpajo



poemas vanos de Cesar H Bustamante





























KAREN


No solo es el alma de sus hijas

la razón trascendental de un lugar

con pretensiones de universo

con sus lunas, sus satélites 

esos meteoritos humanos que solo ella entiende

de sus mal llamados clientes 

de los muchos borrachos que llegamos

como aves migratorias

sin ley y sin amos

para hallar en esta terraza de tres por tres

el lugar o el nido como las águilas

que buscan esquivar la vida

efímero lugar que la noche

acaba a una hora límite

como toda felicidad, de antemano 

sabemos que este elixir no será eterno

o al final tan solo un buen recuerdo


martes, 14 de octubre de 2025

LA PAZ COMO NEGOCIO EN GAZA (CESAR H BUSTAMANTE)

 Cómo hacer de la paz un negocio. Convertirla en sostenible y rentable. Es la peor expresión de un capitalismo voraz y despreciable que se aprovecha de las más virulenta circunstancia para hacer de un genocidio un negocio inmobiliario oprobioso. El presidente Trump, diseñó una estrategia impecable, remplazó la diplomacia por las cifras galopantes en compañía de su yerno Jared Kushner y De Steve Witkoff, el primero esposo de Ivanka y el segundo inversor americano con negocios en varios países de Oriente Medio, socios entre sí, vinculados a grupos inmobiliarios de Emiratos y a Liberte Financial, firma de criptomonedas en Abu Dabi.

El negocio, lógico, es la reconstrucción de Gaza. Ahí están igualmente representados los intereses de Catar (Sheikh Mohamed bimng Abulrahman Al Thani), de Egipto (Hassan -rashad director de inteligencia de su país), Turquía (Ibahin Kalin jefe de inteligencia) y por su puesto Hamas ((Kalill al Hayya). Es un precipitado que dice mucho de cómo la paz no está pensada para las victimas sino en el negocio inmobiliario de unos pocos.   

Trump  y Wickoff están detrás del llamado "GREAT (Gaza reconstituion, economic aceleration and trasformation Trust ewel)  plan impulsado por los aliados del presidente estadounidense para la reconstrucción y el desarrollo económico de Gaza tras el acuerdo de paz.

Nada se dice de la denuncia de crímenes de guerra contra el primer ministro Benjamin Natanyahu y el exministro de defensa Yoag Galant. Poco se habla de los USD 21.700 millones que Estados Unidos ha invertido en ayuda militar a Israel, según un informe realizado por la universidad de Brown. Muchas cosas pasan en el mundo y no se revela la verdad. Recordemos, Washington y Kiev firmaron en abril un acuerdo que le permite a los Estados Unidos  tener acceso a la explotación de los recursos naturales ucranianos. Este es el mundo que nos está imponiendo el seño Trump: América para los americanos. 

Los Estados Unidos, antes propugnaba por intereses en favor de la democracia, la paz y el multilateralismo y hoy anda al garete de un negociante ávido de dinero, sin ningún respeto por los tratados internacionales (Más de 15 TLC rotos de manera unilateral a través de resoluciones ejecutivas). Siempre ha propugnado por sus intereses geopolíticos pero nunca de la manera que lo está haciendo Trump. Esperaré como termina esto mis queridos lectores.

lunes, 6 de octubre de 2025

SHOPIFY: LA APUESTA -YA NO TAN OCULTA- DE INTELIGENCIA ARTIFICIAL

 En el proceso de entender en toda su extención el papel que juega la IA en el contexto social, ecconómico y político del mundo, he traido artículos sobre esta herramienta con el único objetivo de entender su espectro en la condición humana a cabalidad. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE

Tomado de News Sensei

Shopify (SHOP) entró al radar de News Sensei en octubre de 2023, cuando sus acciones rondaban los 50 dólares. Desde entonces, el rendimiento ha sido extraordinario: hoy cotiza en torno a los 150 dólares, lo que significa que ha triplicado su valor en apenas dos años. En un mercado que se ha vuelto cada vez más concentrado en pocas acciones tecnológicas, Shopify ha demostrado que todavía existen historias de crecimiento fuera del club de los “siete magníficos” de la inteligencia artificial.


¿A qué se dedica Shopify? Su modelo es simple en apariencia pero profundo en impacto: es la plataforma que democratizó el comercio electrónico. Permite a cualquier emprendedor minorista (incluso aquellos muy pequeños, y con pocos recursos) marca o empresa montar su propia tienda digital con infraestructura de pagos, logística, analítica y marketing, todo bajo un ecosistema integrado. Es, en cierto sentido, el “back office” de la economía digital.


A diferencia de Amazon o Mercado Libre han levantado imperios sobre el modelo de marketplace centralizado: grandes plazas digitales que concentran la oferta, atraen tráfico masivo y controlan la experiencia del cliente, al costo de que los vendedores pierdan identidad de marca y autonomía. Shopify juega un juego distinto: no compite por ser la plaza pública, sino por ser la infraestructura invisible que permite a cada comerciante erigir su propia tienda con control total sobre su narrativa, relación con clientes y estrategia. Esa descentralización se traduce en tres ventajas clave: autonomía de marca (el consumidor compra directamente al cliente, no a “Amazon”), flexibilidad de integración (Shopify se conecta con redes sociales, aplicaciones y ahora con Chat GPT), y escalabilidad invisible (crece con sus comerciantes sin rivalizar con ellos, a diferencia de Amazon con sus marcas propias). En la era de la inteligencia artificial, esa invisibilidad se transforma en poder: aunque el usuario nunca vea su logo, cada vez que una IA ejecute una compra por ti, es muy probable que el sistema corra sobre Shopify.


¿Cómo lo hace? A través de una combinación de software, escalabilidad y visión global. Shopify ha expandido su negocio más allá del comercio en línea: está presente en ventas físicas (con sus terminales y punto de venta), en B2B/Enterprise (donde marcas globales como Starbucks ya están en su plataforma) y en mercados internacionales, donde Europa y Asia están impulsando gran parte de su crecimiento. El resultado: ingresos creciendo 31% anual, GMV (Gross Merchandise Volume, es decir, el valor total de los bienes vendidos a través de la plataforma) de más de 2 billones de dólares, y una capacidad para innovar que la distingue de competidores más estáticos.


¿Qué la hace diferente? Tres palancas estratégicas: internacionalización, la expansión a tiendas físicas y el desembarco en clientes corporativos. A esto se suma una cultura de innovación en productos que se refleja en iniciativas como Checkout Kit, Universal Cart y la integración con Microsoft Copilot. Shopify no es solo una plataforma de ventas: es un ecosistema que busca unir todos los puntos del comercio moderno.


¿Por qué es una jugada de IA? Porque acaba de firmar una alianza con OpenAI que convierte a ChatGPT en un canal de ventas directa. Imagina preguntar en un chat por “unos tenis de running con buen soporte” y comprar en segundos gracias al catálogo de Shopify integrado al motor conversacional. Esta convergencia IA + comercio apunta a un nuevo paradigma: no navegarás catálogos, la IA te llevará al producto exacto. Si en los noventa el navegador fue el punto de entrada a internet, ahora el asistente de IA podría convertirse en el punto de entrada al comercio. Y Shopify está en el centro de ese cambio. En 2023 escribimos: “Con la plataforma de comercio electrónico de Shopify, los usuarios pueden crear una tienda en línea atractiva y completamente funcional sin mucho esfuerzo. Shopify tiene una gran oportunidad de beneficiarse de la adopción de la IA. Shopify ya ha lanzado un asistente de compras con IA, impulsado por ChatGPT. El mecanismo ayuda a crear una experiencia de compra más rápida y personalizada para los consumidores. Asimismo, está en posibilidad de seguir explorando otros usos para utilizar su posición de liderazgo y ser pionero en llevar el poder de la IA al comercio electrónico y a la industria minorista”. Ahora esto es una realidad.


Aquí es donde entra la visión futurista. En un mundo donde la inteligencia artificial reordena industrias enteras, el comercio será cada vez más invisible y fluido. Las interfaces desaparecerán; bastará con pensarlo, decirlo o sugerirlo, y un agente digital resolverá la transacción.

Hoy más de 700 millones de personas utilizan ChatGPT de manera regular, y esa cifra sigue en expansión, lo que convierte a la inteligencia artificial conversacional en una de las interfaces más masivas y con mayor potencial de monetización de la historia digital. Para Shopify, cuya infraestructura ya está integrada al ecosistema de OpenAI, este crecimiento significa un canal de distribución y ventas sin precedentes: cada interacción puede convertirse en una transacción. Ya en 2023, en News Sensei advertíamos sobre la creciente concentración del mercado: un puñado de acciones tecnológicas vinculadas a la IA explicaban el 75% de la ganancia total del Nasdaq, llevando la bolsa estadounidense a su mayor concentración en seis décadas. En ese contexto, mirar hacia jugadores fuera de ese núcleo ultraconcentrado —como Shopify— ofrecía una apuesta estratégica más equilibrada y con espacio de crecimiento. Hoy, la confluencia entre la masificación de la IA y el modelo descentralizado de Shopify refuerza esa visión de largo plazo.


Y hay más catalizadores curiosos. Shopify, que tiene raíces en Canadá, también se beneficia indirectamente de la ola de legalización del cannabis en ese país (y próximamente en el mundo). La infraestructura digital para vender, procesar pagos y distribuir productos de cannabis regulados ha encontrado en Shopify un aliado. Este ángulo —poco comentado por analistas tradicionales— le añade una veta especulativa ligada a una industria multimillonaria en expansión global.


El telón de fondo es un mercado bursátil cada vez más concentrado: siete acciones relacionadas con la IA (Apple, Amazon, Alphabet, Meta, Microsoft, Nvidia y Tesla) explican gran parte de las ganancias totales del Nasdaq. Estados Unidos vive la mayor concentración bursátil en 60 años. Sin embargo, Shopify representa la historia alternativa: una empresa fuera del núcleo de las “big tech” que ha logrado crecer 150% en dos años gracias a ejecución impecable, innovación continua y visión de largo plazo.


Podemos decir que Shopify no es solo una acción: es una narrativa. Es la historia de cómo el comercio se está fundiendo con la inteligencia artificial, cómo la infraestructura invisible puede generar más valor que las marcas visibles, y cómo la próxima década podría ver a Shopify en la liga de las megacapitalizaciones globales. En un escenario plausible, su plataforma podría ser la espina dorsal del “comercio autónomo”, donde la IA no solo recomienda, sino que negocia, compra y distribuye por nosotros.


*Ningún valor bursátil o digital, en ninguna de las empresas o criptomonedas mencionadas, forma parte de una recomendación financiera y se realiza únicamente con fines informativos.

martes, 30 de septiembre de 2025

LA UNIVERSIDAD FRENTE AL FUEGO DE LA IA

 Son muchas las respuestas que el hombre se hace frente a esta revolución técnologica, que aún no se ha resuelto, primero por lo novedoso de su aparecimiento (Pese a que tiene muchos años para las TIC) y disposición para el ciudadano comun y por supuesto para toda la sociedad. No hablo desde la perspectiva de sus aplicaciones, sino del papel que jugará en todo el espectro humano, que va desde lo mínimo, hasto lo más altamente especializado. Cómo descifrarla desde una óptica psicologica, sociologica, filosofica, política y antropológica, para solo hablar de aspectos más densos, que son por ahora indefinibles con claridad. Estos artículos tomados de la revista "Letras libres" buscan dilucidar la IA para la naturaleza humana, en lo individual y  sus efectos en la sociedad en general. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE


Muchas universidades han regresado a los exámenes orales y escritos ante el temor de que los alumnos usen la inteligencia artificial. Hoy que un trabajo final puede elaborarse en cuestión de minutos no solo se ha vuelto imprescindible preguntarnos qué significa aprender e investigar, sino principalmente cómo hacer que la tecnología reduzca la brecha educativa, en lugar de hacerla más grande.

por

Nain Martínez

1 septiembre 2025


En una sala silenciosa de la hemeroteca digital, Mariana abre un archivo con miles de periódicos capitalinos de los años sesenta. Pide a un modelo de inteligencia artificial que rastree controversias sobre contaminación y recibe, en minutos, un listado de protestas contra el humo de las fábricas. Respira aliviada: el semestre parece salvado. Luego duda. El informe usa nociones de “ambientalismo” acuñadas mucho después; quizá el algoritmo filtró historias que en 1964 nadie habría llamado así. ¿Dónde quedaron las luchas por el agua y los parques convertidos en basureros clandestinos? La tecnología que prometía agilizar la pesquisa ahora le exige mayor vigilancia. Investigar consiste también en darle la vuelta a la criatura maquinal, seguir sus huellas y preguntar qué voces deja fuera. Ahí comienza la revolución que este texto explora.


Pero esta revolución tiene una historia vertiginosa. Aunque sus raíces se remontan a la década de los cuarenta, el estallido ocurrió en 2022. Ese año, aplicaciones como Dall-E plasmaron simples frases en imágenes de una originalidad pasmosa y abrieron la puerta a la invención maquinal o, mejor dicho, al nacimiento de una criatura algorítmica capaz de crear. Unos meses más tarde, el gólem sintético se volvió conversación. El lanzamiento de ChatGPT puso en manos de millones un interlocutor artificial capaz de resumir las ideas clave de un capítulo, redactar un soneto o elaborar código informático, lo cual la convirtió en la aplicación de más rápido crecimiento de la historia. El avance no se detuvo. Desde 2024, modelos como ChatGPT, Claude y Gemini comenzaron a integrar texto, imagen y audio en tiempo real, mediante una conversación continua casi humana. Tres años bastaron para disolver las fronteras de lo posible y sacudir la idea de qué significa pensar en la era de la IA. Ese torbellino obliga hoy a las instituciones de educación superior a mirarse en el espejo y revisar las bases de su labor académica.


La diferencia de esta nueva estirpe de inteligencia artificial no se limita a la rapidez de su desarrollo. La verdadera disrupción de esta criatura sintética reside en su capacidad para emular –y en ocasiones superar– habilidades cognitivas que considerábamos exclusivamente humanas y a salvo de la automatización. Redacta informes, traduce textos, explora bases de datos inmensas y condensa información con una soltura que desconcierta. Sus modelos incursionan, por lo tanto, en el ámbito del juicio; ordenan el conocimiento desde dentro, de manera opaca, generando síntesis que no siguen las pautas de rigor que se enseñan en el aula. Por eso, las instituciones de educación superior enfrentan un reto doble. Por un lado, redefinir qué cuenta como aprendizaje cuando el proceso puede quedar, al menos en parte, en las manos sintéticas del algoritmo; y por otro, formar a sus estudiantes para profesiones que esta inteligencia ubicua ya está reescribiendo.


Cuando el autómata habita la academia



El impacto más evidente de esta tecnología ha sido en la autoría. El temor al plagio algorítmico –el uso de modelos como ChatGPT para elaborar trabajos académicos– encendió las alarmas entre docentes. Pero pronto quedó claro que este problema, aunque preocupante, apenas roza la superficie. Los estudios sobre las herramientas para detectar textos generados con IA muestran tasas de falsos positivos de hasta el 50% de los casos, penalizando particularmente a quienes escriben en idiomas distintos al inglés.1 Con ese margen de error, la meta no puede reducirse a identificar infractores; exige repensar cómo evaluamos el aprendizaje.


Ese replanteamiento ya ocurre en muchas aulas. Docentes sustituyen exámenes finales por ejercicios presenciales y monitorean el avance de los trabajos. Un ensayo riguroso no se elabora en un día; es resultado de un proceso que deja rastro, y seguirlo forma parte de la lección. Al mismo tiempo, la ia abre filtraciones luminosas. Bien empleada, puede actuar como tutora personalizada que aclare dudas, ayude a identificar bibliografía fiable, traduzca fuentes o apoye a un estudiante para vencer el temor a exponer en público. El reto consiste en diseñar tareas que impulsen el razonamiento humano, mostrar dónde fallan los modelos y enseñar a usarlos con ética para ampliar, y no empobrecer, las competencias profesionales.


En el ámbito de la investigación, la promesa es igualmente deslumbrante. Modelos que filtran millones de textos y simulan moléculas permiten que los equipos de trabajo se libren de tareas interminables, lo cual abre atajos inéditos. En 2022, AlphaFold –creado por DeepMind, filial de Google– publicó las formas tridimensionales de más de doscientos millones de proteínas, meta que habría llevado siglos de experimentación, e impulsó una carrera por diseñar fármacos en tiempo récord. Algo parecido ocurre en las ciencias sociales y las humanidades, donde un algoritmo clasifica décadas de debates parlamentarios, transcribe miles de entrevistas o sigue los rastros de un pintor al comparar lienzos dispersos. El tiempo antes consumido en la criba se vuelca ahora en formular preguntas más ambiciosas.


Un aspecto no menor es cómo estas herramientas pueden, en principio, democratizar el acceso y la producción de conocimiento. Nueve de cada diez artículos en ciencias naturales se publican en inglés;2 para un equipo en Dakar o en Bogotá, esa barrera se traduce en semanas adicionales de trabajo. Hoy, un modelo traduce al instante un estudio de física o una monografía de historia del arte y derriba ese muro. Aprovechar esa ventana promete una conversación académica con acentos diversos, aunque la puerta recién entreabierta anuncia desafíos aún mayores.


Los modelos, entrenados con un corpus dominado por textos anglosajones, arrastran sesgos. Cuando analizan movimientos sociales latinoamericanos, pueden privilegiar marcos teóricos del norte global si leen las juntas de buen gobierno zapatistas a través del lente de la “governance” liberal o interpretan el suma qamaña andino (vivir bien) como “desarrollo sostenible”, borran así contextos y tradiciones propias de autonomía política. Su mecánica interna sigue oculta, de modo que sus respuestas llegan como veredictos sin expediente; reconstruir la ruta lógica resulta casi imposible. Cuando una hipótesis depende de esa caja opaca, la reproducibilidad –piedra angular del método científico– se tambalea. La máquina que acelera el hallazgo exige un escepticismo de relojero y protocolos que documenten los datos, interroguen al algoritmo y contrasten sus hallazgos con métodos independientes.


Domesticar la criatura algorítmica

Navegar esta realidad desborda el esfuerzo aislado de docentes e investigadores. Exige una arquitectura institucional que vaya más allá de la prohibición. Las universidades deben actualizar sus lineamientos de ética académica para definir, con precisión, cuándo la inteligencia sintética participa como colaboradora legítima y cuándo vulnera la integridad del trabajo propio. Urge también una alfabetización crítica para el profesorado, capaz de rediseñar sus métodos y guiar a los estudiantes en un uso responsable de estas herramientas.


Ese horizonte ético se cruza con decisiones muy terrenales sobre licencias, seguridad y costos. La disyuntiva entre contratar modelos comerciales, instalar alternativas de acceso abierto –con los riesgos que ello implica– o desarrollar un sistema propio no es trivial. Cada elección redefine presupuestos, protege o expone los datos y marca la autonomía tecnológica de la institución. La convivencia con la IA demanda, pues, un rediseño institucional, pero también una visión renovada de la misión académica.


En América Latina, la asimetría salta a la vista. Sin soberanía tecnológica, muchas universidades corren el riesgo de convertirse en consumidoras de plataformas diseñadas con otros sesgos y otras prioridades. Más aún, sin recursos adicionales, carecen de la capacidad técnica y organizativa para acceder a estas tecnologías, capacitar a sus docentes y diseñar los protocolos de integración que se requieren. Por eso se necesitan políticas audaces que cambien la ecuación: fondos públicos que subsidien la formación docente y alianzas entre instituciones que sumen capacidades para aprender de la experiencia compartida. De lo contrario, el gólem algorítmico replicará, y quizá pueda amplificar, las mismas brechas tecnológicas, educativas y económicas que la universidad aspira a cerrar.


Horizonte de Prometeo en México

En México, la disrupción de la inteligencia artificial dibuja un paisaje de contrastes. Algunas universidades marcan el paso con iniciativas pioneras. El Tecnológico de Monterrey, por ejemplo, ha desarrollado su propio modelo generativo –TECGPT– y un ecosistema de formación que lo acompaña, mientras que la UNAM ha creado grupos de trabajo para investigar el impacto de estas herramientas y guiar a su comunidad. Otras instituciones, como la Ibero y la Universidad Autónoma de Baja California, avanzan en la definición de lineamientos éticos y pedagógicos. En esta línea, El Colegio de México impulsa un modelo de innovación pedagógica desde la base, acompañando a profesores de ciencias sociales y humanidades en el diseño y evaluación de estrategias de enseñanza directamente en el aula. El objetivo es sistematizar esta experiencia para ofrecer recursos prácticos que puedan ser de utilidad para otras instituciones públicas con retos parecidos.


Estas iniciativas son, de momento, islas de innovación en un archipiélago fragmentado. Muchas universidades estatales y tecnológicas carecen de presupuesto e infraestructura para abordar los desafíos de la IA. Para evitar que esta brecha se profundice, es indispensable pasar de las reacciones aisladas a una estrategia nacional. El Observatorio de IA de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES) busca articular esfuerzos, pero hace falta un compromiso de Estado que financie la capacitación a gran escala, fomente consorcios regionales de cómputo y proteja la soberanía tecnológica. Solo así la inteligencia artificial podrá cerrar, y no ampliar, las desigualdades educativas que ya lastran al país.


La inteligencia artificial generativa, más que una fuerza externa, actúa a la vez como un motor que amplía nuestras ambiciones y un espejo que revela –y acelera– viejas desigualdades. Igual que el fuego robado por Prometeo, esta criatura algorítmica ofrece un don ambiguo, colmado de promesas creativas entrelazadas con riesgos latentes. Ya no debatimos su llegada; habita entre nosotros. El asunto es cómo orientar su potencia y quién sujetará las riendas. El desafío exige la doble faena del arquitecto y del herrero: levantar la forja donde la chispa prometeica se transforme en servicio público y en fuerza de emancipación. Esa tarea colectiva, que involucra a cada campus, aula y grupo de investigación, necesita sin embargo un andamiaje mayor. Para que la criatura algorítmica no nos devore, se requieren políticas públicas, recursos y un liderazgo del Estado mexicano capaz de enlazar esfuerzos dispersos y garantizar el acceso con equidad. La oportunidad está, al menos en parte, en nuestras manos; el riesgo también. Solo entonces este fuego alumbrará un conocimiento más crítico, más plural y, ante todo, más justo. ~


Debora Weber-Wulff, Alla Anohina-Naumeca, Sonja Bjelobaba, Tomáš Foltýnek, Jean Guerrero-Dib, Olumide Popoola, Petr Šigut y Lorna Waddington, “Testing of detection tools for ai-generated text”, International Journal for Educational Integrity 19, núm. 26 (2023): 1-39.

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Michael D. Gordin, Scientific Babel: How science was done before and after global English, Chicago y Londres, University of Chicago Press, 2015. ↩︎

jueves, 11 de septiembre de 2025

El VERANO EN QUE EUROPA PERDIO EL ALAMA (JOANA BONET)

 


He seguido desde el portal "Boomerang literario" a esta excelente periodista y filóloga, escribe en prensa desde los 18 años sobre literatura, moda, tendencias sociales, feminismo, política y paradojas contemporáneas. Especializada en la creación de nuevas cabeceras y formatos editoriales, ha impulsado a lo largo de su carrera diversos proyectos editoriales. En 2016, crea el suplemento Fashion&Arts Magazine (La Vanguardia y Prensa Ibérica), que también dirige. Dos años antes diseñó el lanzamiento de la revista Icon para El País. Entre 1996 y 2012 dirigió la revista Marie Claire, y antes, en 1992, creó y dirigió la revista Woman (Grupo Z), que refrescó y actualizó el género de las revistas femeninas. Entre muchas otras actividades. CESAR HERNANDO BUSTAMANTA.

En el centro del cuadro, un hombre con bigote rubio y esmoquin mira al frente con gravedad mientras su mujer, más alta que él gracias al moño, cierra los ojos. Se trata de la obra Fiesta en París, de Max Beckmann, y la primera vez que la vi me removió pues todo en ella es premonición, como si un ave negra acechara a los personajes, caricaturas de sí mismos, que quieren divertirse aunque se miren sin verse, dando la espalda al cantante. El cuadro se ha explicado con nombres y apellidos. Beckmann lo empezó en 1925, lo retocó seis años más tarde, y en 1947 introdujo nuevos personajes, como el embajador alemán en París, que en la esquina inferior derecha se cubre la cara con espanto.


Cuatro escotes aparecen en la obra, pero ni la piel de las damas enjoyadas logra rebajar la tensión siniestra de unos personajes comprimidos y asfixiados. Entre ellos se halla el príncipe europeísta Karl Anton Rohan, impulsor de la Europäische Kulturbund, que disolvió el Tercer Reich. La sensación de presagio invade la atmósfera, dentro y fuera del cuadro. Y no es extraño: cuando Beckmann terminó por primera vez la obra, Hitler publicaba su enloquecido Mein Kampf, escrito en la cárcel. Hace dos meses, el escritor José Lázaro ha publicado un ensayo titulado El éxito de Hitler. La seducción de las masas (Triacastela), en el que analiza sus ideas y mensajes. “Se acabaron las humillaciones y frustraciones. Vamos a ponernos en pie y a reclamar lo que es nuestro”. ¿Les suena?.

Así hablan Trump, Putin o Netanyahu. Volvamos a hacer grande América, Rusia o Israel, dicen. Señala Lázaro como de­tonante la vieja rabia de Hitler, muy profunda, capaz de conectar con la frus­tración del pueblo llano. El libro es valiente al explorar el pensamiento del genocida que durante años subyugó a los alemanes, quienes paseaban sus cuellos de piel por los bulevares de Berlín o Munich mientras millones de judíos eran enviados a las cámaras de gas. Los asesi­natos tenían lugar bien cerca de los espacios en que los niños alemanes jugaban o disfrutaban de sus vacaciones.

Este verano he vuelto a pensar en la pintura de Beckmann mientras nos bañábamos en aguas turquesa y las noticias anunciaban insoportables capítulos de la masacre en Gaza. ¿Cuántas veces oímos decir a nuestro alrededor “ya no volverá a haber una guerra como las de antes, con morteros y carros de combate”? Todo será más sofisticado. Pero esa guerra antigua, de acoso y derribo, nos ha desnortado. En Gaza se desprecia todo principio básico de humanidad y no existe derecho internacional que valga. Sus habitantes no tienen adónde ir, a diferencia de iraquíes o afganos, que podían hallar refugio en los países vecinos.

Aún menos compasión que alimentos. Josep Borrell, impotente ante la barbarie, dio con las palabras acertadas: “Europa ha perdido su alma”. ¡Qué poco ejemplares han resultado los paños calientes tendidos a Netanyahu, igual que la servil adulación a Trump! La posición moral del Viejo Continente, antaño tan influyente, es hoy sumisa hasta la complicidad.

Acaba agosto y la luz empieza a acortarse, aunque la tarde todavía sea holgada. El clima funesto y las malas políticas han calcinado un buen trozo de España. El mundo parece cada vez menos fiable. Tanto, que en los cursos de inteligencia artificial nos subrayan que la primera regla es no fiarse, sospechar siempre; ejercer la vigilancia para no ser invadido por un misil virtual. En el vagón de un tren destino a Alicante me encuentro con tres niños y sus pantallas desaforadas. Entablo conversación con el padre en voz baja. Son pa­lestinos de Cisjordania, y regresan. “Es nuestra casa, ¿qué vamos a hacer?”, me dice el hombre, confiado en que pronto acabará la guerra. Los dos hijos y su madre siguen absortos en sus iPads , pero la niña, siete u ocho años, nos mira de reojo y escucha sin que se note. Al salir del tren, me sonríe tan dulce que vuelvo a sentir un pellizco, entre la impotencia y la vergüenza. Se alejan con sus maletas de colores estridentes cargadas de resignación, umbo a casa, donde el viento les trae cada día el olor a pólvora mientras el resto del mundo apura la copa del verano mirándose sin verse, como los personajes del cuadro de Beckmann.