domingo, 30 de marzo de 2025

FILOSOFÍA Y CULTURA POP

 Este artículo aparecido en la excelente revista "Letras libres" de México revela un hecho connotado y veraz, la aparición de una gama de filósofos que se salen del canon académico y  no por ello, pierden el rigor, sólo que: Se expresan por fuera de las líneas tradicionales, utilizan el cine, los comics, los ejemplos y paralelos asimétricos y tomados de una posmodernidad audiovisual que nos recuerdan unos medios múltiples y canales a disposición en una revolución de las comunicaciones sin igual en la historia. CESAR HERANDO BUSTAMANTE



El interés que, a últimas fechas, ha despertado la filosofía entre el gran público ha hecho emerger a figuras intelectuales que, para algunos académicos, pecan de poco rigor y mucho protagonismo. Sin embargo, en lugar de decantarnos por una u otra, la filosofía podría verse beneficiada del conflicto irresoluble entre especialización y divulgación.


por Eduardo Charpenel 1 marzo 2025


Si bien durante muchos siglos la filosofía fue un patrimonio de las élites, esto ha cambiado de forma palpable, como de ello da cuenta el vasto panorama contemporáneo. Junto al ejercicio profesional y académico de la filosofía en las universidades, y al cultivo de ciertas vertientes literarias cuyo contenido podríamos denominar filosófico, podemos advertir desde las últimas décadas nuevas tendencias y desarrollos que han generado una serie de condiciones que permiten que la filosofía se posicione en distintos y amplios espacios, y que ahora sea practicada y recibida por nuevos actores sociales.


En el panorama reciente, destaca el ávido interés por parte de un público amplio por conocer y saber de filosofía en general. Tal vez la causa de ello se remonta a esfuerzos educativos donde la filosofía se había colocado en planes de estudios en distintos países incluso desde el bachillerato. Recuperando una distinción de Kant, podría decirse que con la divulgación se propicia el conocimiento de la philosophia scholastica –es decir, que uno esté enterado e informado sobre qué dijeron a grandes rasgos un Tomás de Aquino o un Spinoza, por ejemplo– al tiempo que, en cierta medida, también se satisface esa tendencia que todos los seres humanos tenemos en lo que toca a una philosophia cosmica: esa aspiración de nuestra razón por esclarecer cuestiones fundamentales sobre nuestra propia existencia, las cuales según Kant apuntaban en el fondo a responder “¿qué puedo conocer?”, “¿qué debo hacer?”, y “¿qué me cabe esperar?” –cuestiones todas ellas que, a su vez, podrían resumirse en la pregunta “¿qué es el ser humano?”.


Durante un largo periodo esta labor fue desempeñada casi exclusivamente por los propios filósofos académicos, con un afán pedagógico de difundir una perspectiva adecuada sobre tal o cual autor, corriente de pensamiento o campo de estudio –con lo cual, posiblemente, han buscado validar socialmente la pertinencia de su profesión y de sus investigaciones–. Difusión y divulgación se convirtieron en cierta forma de género propio pero menor dentro de la comunidad filosófica.


II

Pero, en un punto no muy distante, dichos textos ya no solo fueron elaborados por los filósofos profesionales. Pienso en una serie de recursos que, en lo personal, me aproximaron en su momento al estudio de la filosofía: las introducciones confeccionadas a modo de cómics, las cuales, con sus atractivas ilustraciones, me condujeron a autores en mi época de bachillerato que, sin duda, no estaba preparado para comprender pero que me fascinaron. Con los libros del dibujante mexicano Rius y con los de la colección “Para Principiantes” del sello argentino Longseller –el cual, además de traducir títulos norteamericanos, brindó la oportunidad a dibujantes y filósofos latinoamericanos de escribir introducciones sobre autores y temáticas de nuestra realidad– se me develó todo un horizonte de ideas y pensamientos. A la par de que leía a Nietzsche a escondidas –ilusamente, pensando que lo comprendía–, me hacía de una primera biblioteca filosófica de cómics sobre Hegel, Foucault y Wittgenstein.


Hoy, el género del cómic filosófico pervive en un contexto mucho más extenso donde la divulgación de la filosofía es vastísima: resulta ingente la cantidad de youtubers o tiktokers que actualmente producen contenido de introducción a tales o cuales autores o planteamientos filosóficos, que reseñan nuevos ensayos o libros de contenido filosófico, o que arrojan una mirada hacia tal o cual fenómeno de la realidad contemporánea desde un ángulo especulativo. A esto habría que añadir, entre otras cosas, los contenidos ocasionales pero casi omnipresentes en redes, como los de estudiantes a quienes se les encarga subir tal o cual presentación a ciertas plataformas, o incluso los contenidos producidos entre docentes o académicos para fines pedagógicos –no sin un dejo de vergüenza, confieso que en época de pandemia realicé de la manera más pedestre y rudimentaria videos dirigidos a mis alumnos, sin sospechar jamás que ese canal de YouTube, al que nunca le he dado ninguna difusión, obtendría más vistas que mis artículos indexados.


Todo esto inunda el mar de información. A la par, se pueden mencionar recursos como cuentas de X que se dedican a tuitear frases o citas célebres e ingeniosos memes, así como incontables podcasts temáticos, o juegos virtuales de rol que fomentan la así llamada “filosofía para niños”. Hay toda una serie de insospechados materiales disponibles para el aprendizaje de ciertos conceptos o nociones. Pienso en la “Immanuel Kant song”: un video en YouTube con una alucinante pero divertida canción de cantina con la cual uno puede familiarizarse con los conceptos y pormenores relevantes de la Crítica de la razón pura. Como se puede apreciar, no es poca la cantidad de información y de recursos, y es difícil precisar cómo debe uno conducirse o manejarse al respecto.


III

Otro factor clave en la difusión de la filosofía es la labor de ciertos pensadores contemporáneos que han contribuido a una particular popularización del saber filosófico, llevándolo a nuevos espacios y modalidades discursivas. Me refiero a autores como Slavoj Žižek, Byung-Chul Han, Markus Gabriel, Richard David Precht, Michel Onfray o Peter Sloterdijk –pudiendo, en un momento dado, sumarse a esta lista, en algunas de sus facetas, figuras como Bernard-Henri Lévy, Giorgio Agamben, David Harvey y Judith Butler, o incluso remotamente otros como Jordan Peterson o Yuval Noah Harari– quienes sin ser propiamente filósofos –uno es psicólogo y el otro historiador– a veces pasan por tales por las referencias que introducen y su manera de presentar ciertas ideas y argumentos.


Estos filósofos –para los que por desgracia no tengo una nomenclatura específica más que “filósofos de coyuntura”– no son, a mi parecer, lo que en un sentido más familiar podríamos denominar intelectuales. Si se les compara con autores como Jean-Paul Sartre o Michel Foucault los filósofos de coyuntura exhiben ciertas diferencias importantes. Los intelectuales eran autores “comprometidos” con un activismo político directo; los filósofos de coyuntura, en cambio, sostienen por lo general un perfil más mediático criticando diversas dinámicas sociales desde una perspectiva que guarda mayor distancia ante los acontecimientos concretos, lo cual les permite abordar una mayor pluralidad de frentes globales e introducir sus ideas a distintas audiencias.


Los intelectuales, por lo general, hacían esa incursión de activismo a la par que realizaban proyectos teóricos más ambiciosos –piénsese en la ontología existencial y social de Sartre en El ser y la nada y en la Crítica de la razón dialéctica o la revisión de Foucault de toda la modernidad y sus modalidades de conocimiento en Las palabras y las cosas–. En cambio, los filósofos de coyuntura suelen escribir ensayos breves, a modo de reportes críticos en tono accesible pero subversivo, y producen con vorágine ante el desarrollo de las nuevas dinámicas del momento.


Si bien ambos grupos coincidirían en criticar fuertemente las sociedades de consumo, los intelectuales de antaño ponían el foco de su atención en las estructuras más amplias (Estado, mercados económicos, instituciones disciplinarias), mientras que los pensadores de coyuntura se abocan en reiteradas ocasiones a problemas a nivel individual, son característicos del mundo contemporáneo: la salud mental, la autoexplotación, la hiperconectividad y la identidad digital, entre otros. En ese sentido, su discurso se vuelve un tanto más íntimo y se conecta con toda una literatura sobre wellness, crecimiento interior, autoayuda, cuidado holístico y empoderamiento, respecto a la cual, por supuesto, uno puede tener justificadas dudas en cuanto a sus métodos, rigurosidad teórica, exigencias y pretensiones.


IV

Los pensadores de coyuntura buscan promoverse y suscitar cierto culto a su imagen o persona. El personaje más paradigmático es a todas luces Slavoj Žižek, quien saca partido de toda una serie de elementos. En primer lugar, busca potenciar su estilo excéntrico, su personalidad frenética, y su carácter como outsider o marginal por su etnicidad eslovena y balcánica. En segundo lugar, es capaz de buscar popularidad explicando el nazismo a través de Pokémon GO, o el sujeto de Lacan y la noción de ideología de Marx a través de Kung Fu Panda –en este sentido, a diferencia de otros pensadores de coyuntura, se aproxima en su uso de la cultura pop a los grandes divulgadores de la filosofía de las últimas décadas como Fernando Savater o André Comte-Sponville–. En tercer lugar, acapara la atención al ser deliberadamente escandaloso, trazando analogías entre fenómenos actuales con personajes como Iósif Stalin, Adolf Hitler o Pol Pot, obteniendo la mayor notoriedad posible. Y en cuarto lugar, un rasgo que lo hace tremendamente popular es su intención de brindar un comentario agudo repleto de referencias filosóficas y psicoanalíticas a los eventos de la cultura contemporánea, como se atestigua a través de sus documentales The pervert’s guide to cinema (2006) y The pervert’s guide to ideology (2012). Después de conocer sus explicaciones, algún espectador bien podría tener la impresión de que no entendió nada de estas películas, y de que necesita de la guía constante del filósofo popular para no quedar fuera de la conversación cultural actual.


V

Después de pasar revista a este panorama, mi tesis principal es que la tensión entre la filosofía académica universitaria y las manifestaciones populares o democráticas del saber filosófico es, desde cierta óptica, irresoluble, pero es sano que así sea. Confío en que se puede vivir en una tensión sana entre estos polos. La filosofía, al igual que cualquier rama del saber rigurosa, se beneficia de que haya círculos de especialistas y expertos que, mediante los instrumentos y las herramientas de su ciencia o disciplina, buscan genuinamente una perspectiva sólida y fundada de la realidad. Esto no tendría por qué cambiar y no tiene por qué ser visto como algo negativo, a pesar de que no sea popular. Tal como en física o medicina hay cierto tipo de saber o conocimiento que, no sin cierta pérdida, puede ser transmitido a audiencias más amplias, lo mismo pasa en la filosofía, cuando no se comparten todas las herramientas de análisis formal (por ejemplo, lógica) o material (por ejemplo, filología, referentes histórico-contextuales) entre los recipientes de cierto discurso. Como se dice en el gremio, hay filosofía que es para filósofos. Está bien que sea así. Dada la cientificidad de la filosofía, el académico que se vale de registros demasiado populares o pedestres tendría que preguntarse si con ello no está menoscabando su búsqueda por la verdad.


Ahora bien, la filosofía puede desplegarse de una u otra forma dependiendo de las audiencias. Sería un error para el filósofo académico pensar, por ejemplo, que su disciplina pierde el rumbo cuando se populariza. En realidad, esto puede pasar en muchas instancias previas. Los practicantes de la filosofía académica suelen incurrir en ciertos vicios epistémicos cuando, sin conocer otras vertientes o aproximaciones, las descalifican por arrogancia o por una cuestión de agenda o partidismos, cuando deliberadamente oscurecen sus términos buscando únicamente aparentar cierta profundidad, o bien, y esto también es importante, cuando en algún sentido le dan la espalda a la realidad y despliegan sus investigaciones en compartimentos sin ningún tipo de comunicación con algún referente exterior (cultura, política, sociedad, otras formas de hacer filosofía, etcétera).


Entre esos posibles referentes exteriores a la propia manera de conducir la filosofía está, paradójicamente, la posibilidad de su propia divulgación. De este carácter “ajeno” que tiene para muchos filósofos profesionales la divulgación o la difusión da cuenta el hecho de que muchos se declaran ignorantes respecto a editoriales o foros donde esta se practica. ¡O ya ni se diga solicitarles que sepan el nombre de algún youtuber o tiktoker filosófico! Para varios filósofos académicos, el solo hecho de saber el nombre de uno parecería comprometer su propia dignidad profesional.


Esta actitud de esnobismo académico no debería prevalecer: muchos de los alumnos que recibimos en los foros universitarios llegan a nosotros precisamente por esos medios; muchos de los temas que, desde la academia, nos parecen relevantes y fundamentales ya son objeto de una discusión en esos foros. No sugiero tampoco que todo académico deba dar ese paso a la divulgación o difusión, pero sí es deseable tener cierta familiaridad con ella –si no está conforme con cómo se realiza, deberá entonces él mismo escribir y dialogar en otros foros y espacios–. El filósofo académico debe reconocer que la divulgación y la difusión son parte del ecosistema de la filosofía, y hay buenas y malas maneras de practicar cada una de estas vertientes.


VI

Otro tanto puede decirse sobre los filósofos coyunturales. Aquí he de hacer más matices. Esta clase de figuras es la que, desde la academia, nos puede generar mayor incomodidad: como cuando uno quiere orientar a un alumno a desarrollar una tesis sobre Platón, pero aquel contrataca proponiendo una investigación sobre Jordan Peterson, por considerar que habla del mismo tema, pero de forma más actualizada o aterrizada. A pesar de haberme topado con casos como este, he de decir que, en cierta medida, me he reconciliado con los filósofos coyunturales en más de un sentido.


De despreciarlos a priori juzgándolos como viles charlatanes o mercaderes del conocimiento, pasé a soportarlos en el grado más mínimo que admite el término tolerancia, y ahora puedo otorgarles el beneficio de la duda leyendo algunos de sus textos. Me explico: me costaría precisar qué he aprendido de Slavoj Žižek o de Byung-Chul Han en cuanto contenidos o principios filosóficos –para estos efectos, he de decir que, entre los que he mencionado anteriormente, Agamben y Gabriel son aquellos de los que he sacado mayores réditos–. Sin embargo, reconozco que, a su manera, logran generar una reflexión en su audiencia, y son agudos en su forma de identificar ciertas dinámicas o problemáticas sociales como filosóficamente relevantes. En esa medida, es innegable que acercan una amplia audiencia a la filosofía.


Con todo, no puedo dejar de mencionar que lo que más desconcierta de ellos es la prisa de su pensamiento. Son figuras que reaccionan a los eventos del momento, pero lo hacen, muchas veces, de una forma tan precipitada que, en efecto, resulta escandalosa. Piénsese en aquel infame volumen, Sopa de Wuhan, una compilación de textos que circuló durante la pandemia con las reacciones inmediatas de Žižek, Agamben, Gabriel, Butler y Han ante la propagación de la covid-19. Hoy en día, con el beneficio de la distancia, resultan diagnósticos totalmente risibles, como el de Agamben sugiriendo que la pandemia era una exageración fabricada para mantener a la población en estado de miedo y excepción, el de Han defendiendo el colectivismo asiático frente al individualismo occidental como una característica que iba a permitir a las sociedades en Oriente sobrellevar de mejor forma la pandemia, o el de Žižek profetizando que las nuevas condiciones propiciarían un orden económico comunista basado en la solidaridad global.


Decían los antiguos que una de las fuentes del error es la precipitación en el juicio. Eso es a lo que se exponen esta clase de autores. De Byung-Chul Han salió publicado en español el libro Vida contemplativa. Elogio de la inactividad (2023), un pequeño opúsculo donde se exhorta al lector a llevar un tipo de vida reflexivo y meditativo, en contraposición con las dinámicas prevalentes en el mundo contemporáneo. Pero es precisamente esta amonestación la que esta clase de figuras no siguen –en algunos conteos que he revisado, se computa que Han tiene más de cuarenta libros publicados, a veces a razón de tres o cuatro libros por año–. Como consecuencia de su ritmo vertiginoso y acelerado, tengo la impresión de que el pensamiento de Byung-Chul Han y Žižek se vuelve repetitivo y su capacidad crítica se ve reducida, corriendo el riesgo de convertirse en una forma de propaganda intelectual más que en un diagnóstico preciso de la realidad.


Aun así, no puedo dejar de otorgarles el beneficio de la duda, pero teniendo en cuenta que los juicios más radicales y sin matices son los que más tienden a incurrir en el error. Si los filósofos de la coyuntura suelen errar por una praecipitatio in iudicio, nosotros debemos ser conscientes al leerlos de no fiarnos de una falsa autoridad, de no deslumbrarnos por el carácter arriesgado de ciertos planteamientos, pero a la par no debemos dejarnos influir por nuestros prejuicios, preferencias o animadversiones al momento de ponderarlos.


Siguiendo a Carlos Pereda, creo que, con todo, debemos darnos una oportunidad de no sucumbir a una razón arrogante al convivir con estas figuras. Si bien pensamos que hay más razones de peso para formarse intelectualmente en Platón que en Peterson o en Hegel que en Sloterdijk, no podemos vivir de espaldas a la realidad que nos circunda, y no podemos privarnos de aprender todo lo podríamos derivar positivamente de tales interacciones. Lo contrario sería ponerles a estas figuras una mordaza, real o simbólica, y refugiarnos en nuestras cofradías oyendo a nuestros supuestos pares. Y eso no le convendría a nadie. ~

jueves, 27 de marzo de 2025

EL TIEMPO SEGÚN JORGE LUIS BORGES

Este artículo lo encontré en el portal "Antroposmoderno"  que divulga ensayos de carácter científico y cultural con un ánimo divulgativo y en pro de traer aquellos aspectos aparentemente difíciles con mucha sencillez y fáciles de entender para el ciudadano de a pie. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE   


El tiempo, como la vida o la muerte, es un hecho esencial y un misterio que desconcierta, ya que sucede sobre nosotros sin darnos tregua. Se repite y avanza sin volver sobre sus pasos. Un minuto dura lo mismo ayer, hoy o mañana.


El tiempo, como la vida o la muerte, es un hecho esencial y un misterio que desconcierta, ya que sucede sobre nosotros sin darnos tregua. Se repite y avanza sin volver sobre sus pasos. Un minuto dura lo mismo ayer, hoy o mañana.


Isaac Newton planteó hace casi 400 años su famosa Ley de Gravitación Universal, donde describe la interacción entre distintos cuerpos. De esa teoría se conjetura que para el sabio inglés, el tiempo es universal y uniforme. Verbigracia, todos los relojes que imaginariamente coloquemos en el Universo corren hacia el mismo lado y de forma sincronizada.


Conjetura entonces el sabio inglés que hay un continui spatium temporis (continuo espacio del tiempo) y que nos movemos en tres dimensiones, que son a su vez por donde transcurren nuestros actos individuales y las acciones colectivas, conjuntamente con el devenir universal e indetenible. No obstante, añadió Newton, “esta idea surge porque nos movemos a través de distancias cortas y velocidades pequeñas, y nuestros cerebros no están diseñados para pensar que podría ser de otra forma”. En este aspecto, otro genio más cercano a nosotros, Albert Einstein revolucionó el mundo de la física al percibir que existen algunas contradicciones no sólo en el planteamiento de Newton, sino en otras teorías evolucionadas posteriormente como la electromagnética y la propagación de la luz.


Después de plantear su Teoría de la Relatividad, Einstein logró un cambio significativo en la captación del tiempo. Consideró que es relativo y que no puede transcurrir sin el espacio; uno y el otro se encuentran indisolublemente ligados y al complementarse se identifican. Por consiguiente, de acuerdo con la ciencia, debemos medir las distancias tomando en consideración el tiempo que tarda la luz en viajar de un lugar a otro. “Esto ocurre debido a que vivimos en un espacio de tres dimensiones espaciales y una cuarta que las conjuga, el tiempo”.


Acaso impensadamente, pero con una asombrosa capacidad de intuición, Borges es el poeta que se anticipa a varios eslabones de la ciencia. Hasta él había una incomodidad en la interpretación de la cuántica, que no es intuitiva y presenta un problema en la medición del azar, intrínseco a ella. En el arte musical quien mejor combina lirismo con precisión casi científica es Johann Sebastian Bach, que en su ingeniería melódica, logra algo muy similar a un teorema, pero que produce emoción. En un mismo sentido, Borges estremece con su literatura, incorporando lirismo, musicalidad de lenguaje y manejo de la forma para el uso de giros inesperados.


En ciencia es muy normal que un estudioso se quede sin palabras para explicar la alegoría de ciertos conceptos. En uno de sus relatos más conocidos, Borges aventura que “la metafísica es una rama de la literatura fantástica”; por consiguiente, el discurso de la verdad y el de la ficción no serían sino dos caras de una misma moneda. Se puede conjeturar entonces la idea de que la ciencia (discurso metafísico por excelencia) quizá no esté del todo divorciada del arte. Tanto una, con su inteligencia razonada, como el otro, con sus juegos de la imaginación, se complementan y confunden para desarrollar el conocimiento humano -siempre parcial y limitado- un paso más allá.


Muestra de ello es el propio Borges, quien sin saber de física, solo por intuición, anticipó en sus ficciones las modernas teorías de la física cuántica, donde propone un recorrido audaz y personalísimo por este territorio de convergencias que van desde la teoría de la relatividad a la antimateria, de la espiral de Fibonacci a las partículas elementales de Galileo o Einstein, y por supuesto, de Borges a la imaginación de Borges y su precioso lirismo.


Ahora bien, el tiempo no es una cantidad física medible porque no puede ser descrito por un operador lineal que se define en un espacio funcional, como lo proponen los postulados, y eso es lo fundamental para la física cuántica, adherida a una superposición de estados en la que pasado, presente y futuro se funden, y en la que los procesos de causa y efecto se invierten. Es así como el tiempo sigue siendo un concepto escurridizo a pesar de que forma parte íntegra de nuestra vida. Es decir, desde que nacemos hasta que morimos estamos sometidos inexorablemente bajo el influjo del tiempo.


Desde la Física sabemos que forma parte íntegra del tejido espacio temporal, complementado en tres dimensiones. A lo largo del siglo pasado y parte de este, experimentos de diferente índole han puesto al descubierto algunas nociones acerca del tiempo que no siempre suelen encajar en nuestro modelo de pensamiento. En concreto podemos mencionar dos teorías, la relativista y la cuántica, las cuales modifican radicalmente nuestro concepto tradicional del tiempo, a las que podemos agregar algunas propuestas interesantes desarrolladas por parte de algunos científicos, pero la cuestión sigue abierta: el tiempo, en su naturaleza esencial, sigue siendo un enigma.


¿Cómo sería un universo eterno? En una pregunta que Borges se plantea en El libro de la arena, y él mismo se responde al enunciar que “la poesía es el intento de expresar lo inexpresable”. Así como la matemática extiende los límites de la inteligencia para descifrar algunos enigmas del mundo, la poesía avanza sobre los límites del lenguaje. En la ciencia muchas veces transmitir o explicarse a uno mismo lo que el mundo nos está diciendo suele dejarnos sin palabras. En la cuántica es elocuente: usamos el lenguaje de onda para unas cosas, el lenguaje de partículas para otra. Sin embargo, las ecuaciones nos dicen que es una mezcla entre ambas cosas para lo que no tenemos palabras; lo cual significa que hay una limitación del lenguaje. Y para esta travesía no dudamos en proponer a los poetas, que exploran los límites del lenguaje casi como una revelación.


Pero, ¿qué es el tiempo, esa substancia inaprensible que discurre por nuestra vida inexorablemente y no cesa de suceder? Un misterio, casi tan rotundo como nosotros mismos y todo lo que nos rodea; sin duda, el más estremecedor de los enigmas, que acelera o ralentiza sus pasos a su antojo, adquiriendo formas diversas en este lienzo que habitamos llamado Universo. A veces vuela, otras se arrastra, pero siempre pasa riguroso e inexorable. El tiempo está tan vitalmente enredado con el entramado de nuestra existencia, que es difícil concebirlo como una entidad independiente. Pensando en este hecho insoslayable, ¿qué definimos como tiempo?


San Agustín de Hipona se resignó ante él y pudo escribir en sus Confesiones: “Si nadie me lo pregunta, yo sé qué es el tiempo; pero si alguien me pide que se lo diga, no sé”. Lo cierto es que, mientras los científicos han aprovechado el poder del átomo, para descifrar el código genético y demostrar los límites que le corresponden a este, el tiempo parece seguir incólume y provocativo, sin esperanzas de ser resuelto.


Para don Francisco de Quevedo, “el tiempo es un enemigo que nos mata huyendo”, para nuestro Jorge Luis Borges, que lo supo definir de un modo menos trágico que magnífico en su poesía, es el problema esencial de la filosofía: “si supiéramos qué es tiempo, sin duda lo sabríamos todo”. Jugar con el tiempo era uno de sus hábitos predilectos y lo expresó con encantadas palabras en un soneto titulado “James Joyce”:


En un día del hombre están los días


del tiempo, desde aquel inconcebible


día inicial del tiempo, en que un terrible


Dios prefijó los días y agonías


hasta aquel otro en que el ubicuo río


del tiempo terrenal torne a su fuente,


que es lo Eterno, y se apague en el presente,


el futuro, el ayer, lo que ahora es mío.


Entre el alba y la noche está la historia


universal: Desde la noche veo


a mis pies los caminos del hebreo,


Cartago aniquilada, Infierno y Gloria.


Dame, Señor, coraje y alegría


para escalar la cumbre de este día.


Borges lo barajaba y exaltaba con idéntica belleza, a la par que lo minimizaba con pretendido desaliento: “Yo recuerdo más lo que he leído que lo que me ha pasado -se disculpaba con cierta ironía-. Pero claro, una de las cosas más importantes que pueden pasarle a un hombre, es haber leído tal o cual página que lo ha conmovido, y es esta una experiencia no menos intensa que otras”. Destinado a indagar sobre los enigmas que le planteaban sus primeras lecturas, el poeta llegó a descubrir que la literatura, adherida a todas las formas del tiempo, no es solo un juego, sino -como pretendía Gonzalo de Berceo- una “fermosa variación” que le permitía dirimir las otras variaciones de una trama donde nacer, crecer, envejecer y morir, es el único argumento de toda obra original e incomparable. Para Borges, el tiempo era algo más que el simple “número del movimiento según el antes, el después y el todavía”, como lo había definido Aristóteles. Para la física (tanto clásica como moderna) el tiempo es en sí otro plano sobre el que suceden los hechos, a la manera del espacio.


“Negar la sucesión temporal, negar el yo, negar el universo astronómico, son desesperaciones aparentes y consuelos secretos. Nuestro destino (a diferencia del infierno de Swedenborg y del infierno de la mitología tibetana) no es espantoso por irreal; es espantoso porque es irreversible y de hierro. El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre; es un fuego que me consume, pero yo soy el fuego. El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges”.


Fuente: https://www.elimparcial.es/


miércoles, 5 de febrero de 2025

QUERIDAS LECTORAS QUERIDOS LECTORES (ANAGRAMA-31ENERO-2025)


 

Chie, una de las astronautas que habitan la estación internacional en Orbital, obra ganadora del Premio Booker 2024 firmada por Samantha Harvey, mira una foto de su madre. Le acaban de comunicar que, a miles de kilómetros de ella, en la Tierra, ha fallecido. Al fijarse en el retrato, se pregunta: «¿Vale la pena no poder despedirse por estar ahí?». 

En la cabeza de Chie, su madre dice: «No olvides jamás el precio que la humanidad paga por sus momentos de gloria, porque la humanidad no sabe cuándo parar, no sabe cuándo dar el día por terminado, así que ten cuidado». Mirando por la ventanilla de la nave espacial, Chie sabe que hay algo en esa misión que resulta extremadamente superbo, titánico, futurista, incluso totalitario. ¿Qué sentido tiene estar ahí, tan lejos de todo, flotando en el espacio sideral? ¿Qué precio hay que pagar para contemplar el mundo desde esa perspectiva única? ¿Valió la pena todo lo que la humanidad llegó a hacer para llegar hasta aquí?

Stefan Zweig publicó en 1927 un libro titulado Momentos estelares de la humanidad, en el que noveló relatos verídicos que fueron hitos históricos para la humanidad: el asesinato de Cicerón, la conquista de Bizancio, la batalla de Waterloo, el fusilamiento simulado de Dostoievski… Todos ellos eran eventos terrestres, acontecimientos que sucedieron en la faz de la Tierra. Tenían que pasar muchos años para que llegara otro evento antológico, y ese momento lo retrata con éxtasis y delicadeza Samantha Harvey en Orbital, la novela traducida al español por Albert Fuentes, en la que un grupo de seis astronautas lleva a cabo una misión rutinaria en la Estación Espacial Internacional, en la órbita terrestre baja.

Ese momento histórico quedó retratado en la instantánea que el astronauta Michael Collins capturó durante la primera misión a la Luna en 1969: la fotografía del módulo abandonando la superficie lunar, con la Tierra de fondo. Anton, uno de los astronautas rusos que forman parte de la misión de Orbital, reflexiona sobre esa fotografía: «Michael Collins es el único ser humano que no sale en la fotografía» se dice, «y es un detalle que siempre ha sido motivo de gran asombro. Todas y cada una de las personas que vivían en ese instante, que sepa al menos la humanidad, queda dentro de esa imagen; solo falta una, el hombre que hizo la imagen».
Pero también podría leerse en el sentido opuesto: «En verdad, en esa foto no sale nadie, no se ve a nadie. Todos son invisibles: Armstrong y Aldrin dentro del módulo lunar, la humanidad no vista sobre un planeta que, desde esa perspectiva, podría estar perfectamente deshabitado. La prueba de vida más poderosa y obvia que contiene la fotografía es el propio fotógrafo: su ojo en el visor, la cálida pulsación para liberar el obturador».

NOVEDADES

Esta semana publicamos en «Panorama de narrativas» Tierra de empusas, la primera novela de Olga Tokarczuk desde la concesión del Nobel en 2018, con la que la autora polaca entreteje un subversivo e inquietante homenaje a La montaña mágica de Thomas Mann desde una perspectiva feminista, traducido por Katarzyna Mołoniewicz y Abel Murcia.

Continuamos en «Narrativas hispánicas» con Habitada, de Cristina Sánchez-Andrade, que, moviéndose entre el realismo rural, el fantástico gallego y el humor más audaz, nos transporta a una aldea de la Galicia profunda dominada por arcaicas estructuras sociales, represión religiosa y tabúes sexuales.

«Argumentos» trae el ensayo Hembras, de la zoóloga y divulgadora Lucy Cooke, que desmonta con sólidos argumentos –y no exenta de sentido del humor– el sesgo de género en la ciencia animal, haciendo una relectura contemporánea de la teoría de la evolución. Con la traducción de Francisco J. Ramos Mena.

En «Nuevos cuadernos Anagrama» Santiago Gerchunoff firma Un detalle siniestro en el uso de la palabra fascismo un certero y breve ensayo que plantea un enfoque novedoso sobre el uso y abuso de la palabra «fascismo» en la actualidad.

La colección «Crónicas» cuenta con el nuevo libro del escritor israelí Dror Mishani, autor del exitoso thriller Tres, que publicamos en 2021, y que en esta ocasión escribe Habitación sin vistas, con traducción de Sonia de Pedro: un desgarrador testimonio desde Israel de los primeros meses de la guerra de Gaza.

«La bella Varsovia» publica La cicatriz de la selva de Almudena Vidorreta, una poética carta a los hijos, a aquellos que nacen y a aquellos que no, así como a las ausencias que nos acompañan.

Desde esta semana también están disponibles en formato audiolibro Orbital, de Samantha Harvey, con narración de Sara Gómez, obra ganadora del Premio Booker 2024, a la que hemos dedicado esta newsletter y que es un maravilloso viaje a los límites de nuestras certezas que nos habla de lo que supone sentirse humano cuando estás suspendido a más de cuatrocientos kilómetros de la Tierra. 

Y El gigante enterrado de Kazuo Ishiguro, con narración de Masumi Mutsuda y Víctor Velasco, una hermosa fábula ambientada en un pasado remoto y legendario sobre el deber de recordar y la necesidad de olvidar.
PILDORAS PARA ESTE DÍA


Arià Paco guanya el Premi Llibres Anagrama de Novel·la
El jurat format per Mita Casacuberta, Guillem Gisbert, Imma Monsó, Sergi Pàmies, Jordi Puntí i les editores Isabel Obiols i Silvia Sesé ha decidit per unanimitat atorgar el 10è Premi Llibres Anagrama de Novel·la a l’obra Teoria del joc d’Arià Paco, una esplèndida novel·la sobre l’amor al segle XXI que, des de la perspectiva masculina, indaga sobre les tensions del desig i el feminisme en la societat actual.


El tratado del Espacio Exterior

En la novela de Samantha Harvey aparecen cuatro astronautas de cuatro nacionalidades distintas (americano, japonesa, británica, italiano) y dos cosmonautas rusos. Cuando disputas lejanas tensionan la geopolítica en la Tierra, otras leyes gobiernan la vida de los astronautas: en las misiones espaciales, los conflictos mundanos tienen que quedar de lado. Es por eso que en 1967 se aprobó el Tratado del Espacio Exterior, donde se enumeraban los principios que deben regir las actividades en el espacio ultraterrestre: ahí constan normas como las de utilizar el espacio con fines pacíficos y la cooperación internacional. De hecho, los astronautas, cuando dejan la Tierra, son considerados «enviados de la humanidad» y antes de despegar han sido entrenados, entre tantísimas otras cosas, en sensibilización cultural, para llegar a entender las perspectivas, tradiciones y costumbres de sus compañeros. ¿Es posible que solo puedan convivir tantas nacionalidades distintas si se encuentran así de lejos de la Tierra?

Laika y todos sus compañeros

El 3 de noviembre de 1957, Sputnik 2 era lanzado al espacio exterior con una perrita dentro: Laika. Pasó a la historia como el primer ser vivo en morir en órbita terrestre. Los astronautas de Orbital viajan con cinco unidades de ocho ratones cada una «que nacieron mo­dificados, robustos y adaptados a una vida sin gravedad». Pero otros seres menos populares también han viajado por el espacio. A bordo del Apolo 17, en 1972, viajaban moscas de la fruta para estudiar los efectos de la microgravedad y la radiación espacial. En 1968, dos tortugas rusas fueron enviadas a la Luna. Pero, ¿por qué tortugas? Porque consumen poco oxígeno y pueden aguantar mucho sin comer y sin beber. Regresaron vivas, habiendo perdido el 10 % de su peso, pero murieron al ser diseccionadas para comprobar las consecuencias del trayecto extraterrestre.


Liliana Viola gana el Premio Anagrama de Crónica/Fundación Giangiacomo Feltrinelli

El jurado, formado por Martín Caparrós, Carlo Feltrinelli, Leila Guerriero, Juan Villoro y Silvia Sesé, con la coordinación y preselección de Felipe Restrepo Pombo, seleccionó como ganadora del 6.º Premio Anagrama de Crónica/Fundación Giangiacomo Feltrinelli la obra La hermana de la periodista y editora, Liliana Viola. A caballo entre la crónica y el perfil, la autora ofrece una mirada de la monja argentina Martha Pelloni, que en los años noventa se dedicó a buscar justicia en el caso de violación y muerte de una estudiante en el colegio en el que ella era rectora. Un libro que también es un retrato de la desprotección de los débiles y de la corrupción del poder.

El mundo no se ha parado ni un momento

En 1965 se publicó el que se acabaría convirtiendo en un himno mundial. Jimmy Fontana, un actor y cantautor italiano, lanzaba «Il Mondo», que se convirtió en una de las canciones italianas más conocidas de todos los tiempos. La letra, poética pero directa, cantaba la incorruptibilidad del amor en un mundo en permanente cambio y movimiento. Engelbert Humperdinck la versionó al inglés, Hervé Vilard la versionó al francés, Sergio Dalma, al español… De esta manera, se demostró que había algo de esa canción que no hablaba ningún idioma en particular ni se podía interpretar dentro de unas fronteras. «¿Qué podemos hacer en nuestra soledad abandonada sino mirarnos a nosotros mismos?», se preguntan los astronautas de Orbital. «Rendirnos al amor», es una de las respuestas que ofrecen. El hit de Fontana ya lo presagiaba.




jueves, 23 de enero de 2025

QUERIDAS LECTORAS QUERIDOS LECTORES (ANAGRAMA 17 DE ENERO 2025)

 


Parece algo inaudito no saber cuándo vamos a hacer algo por última vez: el paseo final, ese giro de la llave en la cerradura de la puerta, un abrazo, alguna conversación insubstancial. Es probable que hiciéramos tantas cosas de otro modo si supiéramos que las hacemos definitivamente, sin posibilidad de repetirlas. Quizá es por ello por lo que T. S. Eliot insistía en el comienzo que se abre en cada desenlace cuando recitaba el verso: «El final es desde donde empezamos». O Emily Dickinson, que escribía «No pude detenerme ante la Muerte / Ella, amable, esperó por mí».


Nos sorprende no saber cuándo haremos ese último gesto, nos sorprende no saber qué hicieron nuestros muertos antes de morir, y nos sorprende todavía más que esos últimos momentos fueran en apariencia insignificantes, carentes de trascendencia, como si no dijeran nada de sus biografías. En otras ocasiones, como pasa con el suicidio, los instantes previos se convierten en el enigma que es necesario descifrar, como si pudieran contener la clave que explicara el motivo de su partida. Ya sea el consuelo para los que se quedan, el perdón para los que se van o, simplemente, la comprensión de lo que ha sucedido.



Juan Tallón, antes de escribir El mejor del mundo, antes de escribir Obra maestra, antes incluso de escribir Rewind, firmó un libro que exploraba los últimos momentos de vida de cuatro poetas suicidas: Cesare Pavese, Alejandra Pizarnik, Anne Sexton y Gabriel Ferrater. Se titulaba Fin de poema, y aunque se publicó por primera vez en 2013, lo reeditamos ahora en Anagrama, en «Compactos», con una edición revisada por el mismo autor. En él, Tallón se transporta a Turín, Buenos Aires, Boston y Sant Cugat para seguir los pasos de los cuatro poetas que, algunos faltos de inspiración, otros intentando recuperar una obra perdida, estaban a punto de quitarse la vida. ¿Qué revelan esos eventos finales de sus existencias? ¿Qué revelan de sus muertes?


Tallón ilumina con belleza desgarradora la obsesión, la soledad y la desesperanza de los cuatro autores, a través de un ejercicio literario que quiere trazar los hilos que unen creación y vida, como si esos finales tristes se pudieran entender también a través de sus obras, de sus últimos versos. «El suicida siempre ha de estar preparado, con su maleta hecha», escribe Tallón con la voz de Cesare Pavese. Pero a veces no hay lugar al que escapar. ¿Acaso era la poesía para todos ellos un sitio al que huir? ¿Acaso era la literatura un intento de salvarse a sí mismos?


Sea como fuere, no hay hoja de instrucciones para la vida, como tampoco la hay para la creación: con los ojos abiertos en la oscuridad, uno avanza con intuiciones, sin barandillas, probando de acertar. Y de hacer del camino, creativo y vital, el mejor de los posibles.



NOVEDADES DE LA SEMANA


Enero es mes de «Compactos» en Anagrama y traemos una estupenda cosecha para empezar el año. Comenzamos con Fin de poema, de Juan Tallón, al que hemos dedicado esta newsletter y que conforma un homenaje a la poesía a partir de cuatro autores brillantes y atormentados: Alejandra Pizarnik, Anne Sexton, Cesare Pavese y Gabriel Ferrater. 


Le sigue El laberinto sentimental, de José Antonio Marina, un mítico ensayo que pone la inteligencia al servicio de la afectividad para estudiar, desde la psicología y la filosofía, cómo gestionamos nuestros sentimientos.


Continuamos con la recuperación de Maic, la primera novela de Tina Vallès, traducida al castellano bajo el mismo título por Isabel Llasat, que nos habla, con gran sensibilidad y precisión, de aquellos niños que desde muy temprana edad cargan con responsabilidades demasiado grandes.


Además, publicamos, con traducción al catalán de Ernest Riera, La Zona d’Interès, de Martin Amis, una comedia negra incómoda e inteligente que indaga en el horror perpetrado por el nazismo. 


Por último, contamos con Fiebre en las gradas de Nick Hornby, el relato autobiográfico de la tumultuosa relación del autor con el fútbol y con su equipo, el Arsenal londinense, durante más de veinte temporadas.


Nuestras bibliotecas de autores también continúan ampliándose: la de Truman Capote trae Desayuno en Tiffany’s, la extraordinaria novela corta traducida por Enrique Murillo, en una nueva edición que incluye tres cuentos: «Una casa de flores», «Una guitarra de diamantes» y «Un recuerdo navideño». Siguiendo con Capote, tenemos el libro Los perros ladran, un compendio de escritos autobiográficos que es, al mismo tiempo, un auténtico manual del escritor, traducido por Damià Alou. 


En la Biblioteca Jack Kerouac publicamos La ciudad pequeña, la gran ciudad, el debut literario poderoso y conmovedor del padre de la Generación Beat antes de consagrarse como tal, con traducción de Andrés Barba. 


La Biblioteca Roald Dahl trae Relatos de lo inesperado, traducido por Carmelina Payá y Antonio Samons, un despliegue magistral de macabro sentido del humor que dio lugar a la célebre serie televisiva cuyos episodios estaban presentados por el propio Roald Dahl. 


En la Biblioteca Patricia Highsmith reeditamos Extraños en un tren, un icónico thriller de vértigo moral basado en la idea de un crimen perfecto, traducido por Jordi Beltrán. 


La colección cierra con ¡Ánimo, Wilt! en la Biblioteca Tom Sharpe, el tercer libro de la saga del salvaje y desopilante Wilt, un escrito artesano del arte de la farsa.


PILDORAS PARA ESTAR AL DÍA


El verano más inspirador de Gabriel Ferrater


Gabriel Ferrater denominó «agosto mágico» a dicho mes de verano del año 1957, cuando «su madre se fue a Londres y lo dejó solo en casa», como escribe Tallón. Fue entonces cuando Ferrater leyó a Shakespeare sin parar, y fue bajo su influjo que escribió el mítico «In memoriam», un poema largo que tiene, como el mismo libro de Tallón, un tono elegíaco al retratar lo cotidiano. A finales de 1963, Ferrater empezó a dejar de escribir. Decía a sus amigos que no tenía nada que decir. También les decía que antes de llegar a los cincuenta se suicidaría, porque no quería oler a viejo. Menos de diez años después cumplió su promesa.




La melancolía en la música


¿Qué hace que una pieza musical sea melancólica? Es el gran misterio a resolver al que el antropólogo Roger Bartra se enfrenta en su ensayo Ecos de la melancolía. En este vídeo el autor nos habla de las expresiones musicales que analiza en su libro, repasa algunos de los compositores que estudia, como Händel o Beethoven, y también ofrece algunas pinceladas de cómo el lenguaje musical puede transmitir emociones y sensaciones vinculadas a la melancolía.



Palabras: avisos inútiles


Los finales pueden llegar de repente, sin previo aviso, o lentamente, dando señales, ofreciendo algunas pistas que solo se dejan leer en retrospectiva. Algunos avisos: el poema «Querer morirse» de Anne Sexton; las palabras en el diario de Pavese que decían: «Todo esto da asco. Basta de palabras. Un gesto. No escribiré más»; el verso de Pizarnik que cantaba: «Creo que mi soledad debería tener alas». Solo el tiempo y su poder convirtieron estas frases en avisos, gritos de auxilio o decisiones ya tomadas, puras declaraciones. Hay despedidas que solo se pueden interpretar cuando su autor ya se ha ido.



Escribir hacia la muerte


Se dice que los nacidos en miércoles son seres melancólicos, de aquí el nombre del mítico personaje de La familia Addams, protagonista de la serie que estrenó Tim Burton en 2022. A las personas tristes y silenciosas, nostálgicas, se las llama saturninas, porque su temperamento está tocado por Saturno, el astro de la melancolía, conocido así por su lentitud, anquilosamiento y torpeza de movimientos. ¿Son los poetas malditos otros seres mitológicos como los que viven bajo el yugo de Saturno o los nacidos en miércoles? Aunque no tenemos respuesta, sí podemos decir que hay autores que han escrito toda su obra hacia la muerte. Alejandra Pizarnik es una de ellos. «Desde esa, si puede decirse, preposición [hacia], han surgido sus mejores poemas», se afirma en Fin de poema. Ella leía los Diarios de Kafka, ese escritor melancólico y triste, ese ser aferrado a la muerte, convencida de que nunca podría hacer algo igual. «Esto es lo que quisiera que fuese mi diario, pero es imposible. Esto solo puede hacerlo él.» Pizarnik no sabía entonces que sus diarios y su correspondencia se leerían con la misma admiración y el mismo asombro con los que ella leyó a Kafka. Dos autores tocados por la mirada oscura de la desaparición.



... o escribir hacia la vida


Y si hay poetas que escribieron hacia la muerte, hay otros que escribieron hacia la vida. El gran emblema de esa escritura es el poeta norteamericano Walt Whitman, que en su canónico libro Hojas de hierba dejó escrito: «Esto es lo que debes hacer: ama a la Tierra y al Sol y a los animales». 


Una referencia más cercana la tenemos en la poeta Sara Herrera Peralta, que en Un mapa cómo (La Bella Varsovia, 2022) escribe:


«Lo que escribo / sobrevivirá a la muerte, / respeta el duelo. / Lo que escribo coloca a la hoja / frente a la charca, el agua fresca, / con su sonido, / al caer el sol en una tarde de verano / mientras los niños corren. / Lo que escribo / les alimenta a ellos. / Lo que escribo es / la vida, / los dedos de esos niños / abriendo la avellana / ya en el suelo. // Lo que escribo / es lento, es corto. / Se parece a un árbol, / a ese que perdura, / que se mantiene de pie / a través de las generaciones: / da sombra, alimenta, cobija, / permite el baile alrededor. // Lo que escribo pretende ser / un árbol quieto, / paciente, / frente al seísmo».




martes, 14 de enero de 2025

LOS ESCORPIONES DE SARA BARQUINERO (LUMEN) RESEÑA DE SONIA HERNANDEZ

 



Siempre he leído a esta escritora española por su agudeza, lucidez y fuerza. Sus alusiones e incitaciones a lecturas son siempre acertadas y nos enfrentan cada vez a un mundo que realmente ni comprendemos y menos parecemos encajar. Miremos algunos rasgos biográficos.

Sonia Hernández (Terrassa, Barcelona, 1976) es doctora en Filología Hispánica, periodista, escritora y gestora cultural. En poesía, ha publicado los poemarios La casa del mar (2006), Los nombres del tiempo (2010), La quietud de metal (2018) y Del tot inacabat (2018); en narrativa, los libros de relatos Los enfermos erróneos (2008), La propagación del silencio (2013) y Maneras de irse (2021) y las novelas La mujer de Rapallo (2010), Los Pissimboni (2015), El hombre que se creía Vicente Rojo (2017) y El lugar de la espera (2019).

En 2010 la revista Granta la incluyó en su selección de los mejores narradores jóvenes en español. Es miembro del GEXEL, Grupo de Estudios del Exilio Literario. Ha colaborado habitualmente en varias revistas y publicaciones, como Cultura|s, el suplemento literario de La Vanguardia, Ínsula, Cuadernos Hispanoamericanos o Letras Libres.

He aquí su comentario sobre un texto que ya empecé a leer y que corresponde a sus comentarios.



SIN PRINCIPIO DE REALIDAD

Manuel, que se hace llamar Fabrizio, que se hace llamar Marta, y que es personaje clave en la trama de Los Escorpiones le espeta a la protagonista, Sara, que se llama como la autora de la novela: “Tú y yo no somos de esa clase de personas que están bien”. Una afirmación que provoca que ella piense que “su patetismo es un espejo de la pobre alma humana en general y de la mía en particular, que tantas veces ha querido suplicarle a alguien que se quede”. En la descripción y la indagación del malestar espiritual o psíquico –lo que se alude como la “tecnocracia de la psique”– se encuentran las páginas más acertadas y deslumbrantes que podrían justificar parte del revuelo que ha suscitado la extensísima y ambiciosa novela de novelas de Sara Barquinero (Zaragoza, 1994).


Sus personajes –principalmente Sara y Thomas, los protagonistas que funcionan como hilo conductor a lo largo de los diferentes libros o pantallas que se van superando– han perdido cualquier principio de realidad que les permita interactuar de una manera más o menos sana o consciente con su entorno. De hecho, de lo que se trata es de adivinar el origen de la anhedonía y el Angst que les impide disfrutar del placer o de cualquier forma de vitalidad si no recurren a los porros, la cocaína u otras drogas más fuertes o al orfidal. Como personajes de un videojuego que premia con la empatía y la comunión con algo o alguien que descubra el sentido genuino de los días. La mayor parte del tiempo el suicidio parece la única opción.


Barquinero es doctora en Filosofía y, entre otros reconocimientos, ha recibido el Premio de Ensayo Valores Universales de la Fundación Unir. En 2021 publicó la novela Estaré sola y sin fiesta. La presencia del pensamiento y las teorías de autores filosóficos de diferentes épocas constituye el cimiento más sólido sobre el que se alza toda la catedralicia construcción. Si se insiste en presentar la novela como emblema y espacio de reconocimiento de toda una generación, la llamada Z, es porque la autora incluye también un lenguaje propio de tribu o de iniciados que crecieron bajo la influencia constante de los videojuegos y la publicidad invasiva de marcas, y que vieron como el mundo se detuvo casi completamente cuando ellos llegaban a lo que les habían anunciado como los mejores años de su vida. Les cuesta creer que el futuro tenga alguna posibilidad. Sin duda, el libro consolida el universo estético y cultural de una generación a partir de malestares eternos que cada época ha lidiado como ha podido.


Así, entre crisis de angustia, y cuando “el principal problema de no dormir es que con el tiempo suficiente la realidad cobra la consistencia del sueño”, por lo que lo único que se puede hacer es drogarse y disimular – “Ninguna de tus reacciones frente a lo que debería importarte es genuina, siempre hay un punto de fingimiento o cinismo”–, los dos protagonistas se implican en una delirante investigación que pretende hallar los orígenes y mecanismos de funcionamiento de una Gran Conspiración promovida por una sociedad secreta o una empresa multinacional y poderosa descendiente de un club de caballeros masones. La familia D’Alessandro dominan locales de ocio, residencias para enfermedades neurológicas, laboratorios farmacéuticos, fábricas de máquinas tragaperras y videojuegos, salas de arte y productoras audiovisuales. Desde todas estas plataformas, el clan manipula el comportamiento presente y futuro de la humanidad para obtener una clientela interminable de consumidores de ansiolíticos, antidepresivos o somníferos.


El rastro de la conspiración a lo largo de los siglos se ilustra con una novela italiana escrita pocos años antes del ascenso de Mussolini, con un texto testimonial sobre los clubs nocturnos de finales de los setenta en New Orleans y con la recuperación de chats de foros suicidas en la Deep Web. También introduce formas narrativas que alteran la linealidad, partituras verticales herméticas, o estructuras que buscan efectos propios de las pantallas, como reproducir simultáneamente el pensamiento de dos personajes que se encuentran cada uno a un lado diferente de la puerta.


En todos estos registros, contextos y épocas, Barquinero consigue narraciones con diálogos y descripciones de las escenas y las acciones tan verosímiles que acogen a quien lee como invitado a una sólida estancia provista absolutamente de todo para dejarse llevar. Para personas que dudan entre la realidad y la ficción y se preguntan cuál de las dos tiene mayor consistencia, la autora se ha empleado a fondo en demostrar que es posible construir una realidad paralela y perceptible desde la literatura, de la misma manera que se construye una realidad virtual digital. La novela empezó a gestarse en 2016, mientras la autora estaba todavía en la universidad. Asegura que podría tener 500 páginas más. Como en el cuento de Borges en el que se pretende incluirlo absolutamente todo en un mapa, también en Los Escorpiones se corre el riesgo de querer recabar demasiada información. En el ejercicio abrumador que a veces puede resultar la lectura de la novela –un efecto del que probablemente la autora y la editora son conscientes–, quien lee desde su propia, incierta e incompleta realidad, se encuentra ante un desarrollo no exento de exhibicionismo. Al fin y al cabo, se trata de personas que no saben qué hacer con su existencia, pero han asumido que son símbolos de sí mismos y necesitan imaginar, percibir, sentir y gritar lo que hay detrás de un emblema.


miércoles, 8 de enero de 2025

UNA METAFISICA A LA ALTURA DE LOS TIEMPOS (LA INAFERRABLE FANTASMA DE LA VIDA BERGSON)

 Bergson es un filosofo que siempre me ha cautivado por la fuerza de sus argumentos y por oponerse al cientificismo en boga de su tiempo con una lucidez y capacidad creativa sin parangón.  Llamado el filósofo de la intuición, Bergson buscó la solución a los problemas metafísicos en el análisis de los fenómenos de la conciencia. En el terreno filosófico, reactualizó la tradición del espiritualismo francés y encarnó la reacción contra el positivismo y el intelectualismo de finales de siglo. Este es el primer capitulo de un texto sobre su pensamiento y obra, que trae los anclajes más importantes de sus elucidaciones, tan importantes para la propia filosofía, como para el arte y el cine en tiempos que estas materias buscan de nuevo su centro. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE


ANTONIO DOPAZO GALLEGO


¿Por qué los antiguos persas consideraban sagrado el mar? ¿Por 

qué los griegos le concedieron una divinidad aparte, 

un hermano del propio Júpiter? Cierto es que todo ello 

no carece de significado. Y aún más profundo es el significado 

de aquella historia de Narciso, que, por no poder aferrar 

la dulce imagen atormentadora que veía en la fuente, 

se sumergió en ella y se ahogó. Pero esa misma imagen la 

podemos ver en todos los ríos y océanos. Es la imagen del 

inaferrable fantasma de la vida, y esa es la clave de todo.

Hernán Melville, Moby Dick


Aunque la metafísica haya caído en desuso, no abandonó la gran escena sin entonar un último himno a la altura de sus pretensiones. Es Henri Bergson quien, en más de un sentido, elabora la última gran metafísica de Occidente integrando todos los saberes de su tiempo en una filosofía que se presenta en escena, Inmodestamente, como la superación de la condición humana y la experiencia total.

Siendo su punta de lanza el «impulso vital» (élan vital), resulta inevitable acordarse de la voluntad de Schopenhauer, quien concibió la anterior gran fuerza metafísica de Occidente. Encontramos aquí, sin embargo, aportaciones cruciales relativas a los problemas del tiempo, la memoria y el desarrollo de la vida, que pasan a ser redefinidos por completo.

Bergson representa el punto culminante de una corriente filosófica que, bajo la rúbrica de «espiritualismo», acompañó en segundo plano, como una actriz secundaria pero insistente, a la filosofía moderna desde Descartes, denunciando todos los abusos del mecanicismo y reivindicando la primacía absoluta de la conciencia y la voluntad. A menudo, sin embargo, su excesivo desdén respecto al estudio de la materia le impidió resultar convincente más allá de círculos reducidos. 

Hizo falta un filósofo de una talla superior, gran renovador conceptual a la vez que entusiasta de la ciencia y maestro del estilo, para devolver la ventaja al espiritualismo justo en el momento en el que el cientifismo lo sometía a un asedio encarnizado y el criticismo kantiano daba por muerta a la metafísica. Bergson es alguien a quien, en cierto modo, la filosofía francesa llevaba siglos esperando. 

Solo ahora se vuelve a afirmar orgullosa, con su nuevo embajador a la cabeza, enarbolando las banderas de la conciencia, la libertad y la creación. ¿Por qué, en definitiva, Bergson? Por dos motivos fundamentales. 

En primer lugar, abanderó una moda intelectual, siendo probablemente el pensador más influyente de las tres primeras décadas del siglo xx en Europa. Con un estilo accesible («es preciso haber descompuesto hasta el final lo que tenemos en nuestro espíritu para llegar a expresarse en términos simples») y conceptos de una ductilidad poco frecuente, devolvió a la filosofía al epicentro de la cultura: poetas, novelistas, políticos, científicos, pintores y cineastas de todo el mundo asistieron a sus conferencias o se congregaron en torno a sus textos, que corrían como la pólvora en la Europa prebélica. Un público exaltado y ávido de discursos rupturistas se dejó inspirar por un pensamiento que hacía de la novedad y la creación su bandera, con el atractivo añadido de transmitirse, ya fuera por escrito o de viva voz, mediante una cadencia ágil y un ritmo envolvente que le valieron a su autor el apodo de «el Encantador».

Leer a Bergson (pronunciado con el acento en la segunda sílaba) es un ejercicio singularmente estético para tratarse de filosofía. Moviliza lo que podría llamarse una «razón imaginativa». Las imágenes se intercalan entre largas y «arácnidas» argumentaciones fundiendo ámbitos que creíamos previamente aislados (psicología, biología, física, arte, sociología, religión). Casi se diría que emergen de un subterráneo en el que, como en un sueño lúcido, los contornos se desdibujan y rehacen. Uno se deja atrapar por la gracilidad del discurso conservando, no obstante, la sospecha de que el animal filosófico que tiene enfrente no muestra todas sus cartas, de que hay un oscuro engranaje haciendo posible ese discurrir aparentemente suave pero de una sutileza fuera de lo habitual.

De ahí el segundo motivo para reivindicarlo: la originalidad y precisión con las que releyó la tradición y abordó fenómenos anteriormente marginados o condenados a un tratamiento sesgado por parte de la ciencia y la filosofía. La risa, el déjá vu, el ensueño, la hipnosis, la superstición, el misticismo o la pérdida de la memoria,­ renovador conceptual a la vez que entusiasta de la ciencia y maestro del estilo, para devolver la ventaja al espiritualismo justo en el momento en el que el cientifismo lo sometía a un asedio encarnizado y el criticismo kantiano daba por muerta a la metafísica. 

Bergson es alguien a quien, en cierto modo, la filosofía francesa llevaba siglos esperando. Solo ahora se vuelve a afirmar orgullosa, con su nuevo embajador a la cabeza, enarbolando las banderas de la conciencia, la libertad y la creación.

¿Por qué, en definitiva, Bergson? Por dos motivos fundamentales. 

En primer lugar, abanderó una moda intelectual, siendo probablemente el pensador más influyente de las tres primeras décadas del siglo xx en Europa. Con un estilo accesible («es preciso haber descompuesto hasta el final lo que tenemos en nuestro espíritu para llegar a expresarse en términos simples») y conceptos de una ductilidad poco frecuente, devolvió a la filosofía al epicentro de la cultura: poe­tas, novelistas, políticos, científicos, pintores y cineastas de todo el mundo asistieron a sus conferencias o se congregaron en torno a sus textos, que corrían como la pólvora en la Europa prebélica. Un público exaltado y ávido de discursos rupturistas se dejó inspirar por un pensamiento que hacía de la novedad y la creación su bandera, con el atractivo añadido de transmitirse, ya fuera por escrito o de viva voz, mediante una cadencia ágil y un ritmo envolvente que le valieron a su autor el apodo de «el Encantador».

De ahí el segundo motivo para reivindicarlo: la originalidad y precisión con las que releyó la tradición y abordó fenómenos anteriormente marginados o condenados a un tratamiento sesgado por parte de la ciencia y la filosofía. La risa, el déjá vu, el ensueño, la hipnosis, la superstición, el misticismo o la pérdida de la memoria, entre otros hechos psicológicos, fueron refundidos y forjados en sus propios términos. Bajo el Nobel de literatura late el pensador. Y como todo «clásico», además de lo fecundo y diverso de su obra, Bergson tiene algo monstruoso, algo «intempestivo», por usar la expresión de Nietzsche, que nos impide reducirlo a un conjunto de factores históricos, por más que estos sigan indudablemente ahí.

Ese «ingrediente secreto», que él mismo rastreó en sus autores predilectos («un filósofo habría dicho lo mismo con independencia del momento de su nacimiento, aunque para ello hubiera tenido que cambiar de interlocutores»), es difícil de captar reduciéndolo a un cúmulo de tópicos confusos («el moderno Heráclito», «el hipnotizador de las palabras», «el anti-intelectualista») o a una serie de etiquetas («el filósofo del tiempo», «el vitalista», «el espiritualista») que, por demasiado amplias, pierden la capacidad de ponernos en contacto con la intuición central que anima su pensamiento.

Es sin duda la intuición de la «duración» (su concepto clave) lo que está en el centro del pensamiento de Bergson, la chispa que prende el fuego al que siempre retorna para calentarse y enfrentar un nuevo problema. Porque el filósofo, según pensaba nuestro autor, es ante todo alguien que crea problemas, y solo los resuelve porque ha hecho un esfuerzo por plantearlos. Los problemas filosóficos no preexisten en una bóveda celeste a la que haya que elevarse para descolgarlos; tampoco se toman hechos de la sociedad: es preciso que sean inventados, y no por gusto, sino por necesidad.

¿Qué tiene entonces de especial el concepto de «duración» para que Bergson confiara tan ciegamente en él a la hora de plantear los problemas que llevan su firma? De entrada, hemos de advertir que siempre se mostró reacio a dar de ella una definición cerrada y definitiva. pues consideraba que era preciso captarla en experiencias concretas y describirla mediante razonamientos breves que funcionan.

casi como iluminaciones. En este sentido, se trata de uno de los filósofos más escurridizos, y la competencia, como sabemos, no es poca. 

Él solía comenzar afirmando que, si el tiempo no añadiera nada a lo real el universo estaría dado todo de una vez. Ahora bien, sentimos de forma inmediata que eso no es así. Las cosas se demoran, llevan su tiempo, y el índice de este retardo en nuestra conciencia es a menudo un sentimiento de impaciencia. Para Bergson, este sentimiento es una experiencia innegable, porque está directamente conectado con nuestra acción sobre el mundo, a la cual prepara y en la que se prolonga. De ahí el célebre ejemplo del agua azucarada: tras depositar en ella el terrón, podemos removerla más deprisa o más despacio ganando algunos segundos al cronómetro, sin duda, pero no podemos evitar sentir, en la espera, una diferencia absoluta entre nuestra propia duración interna (la de lo que queremos, pensamos y sentimos) y la duración material del vaso con la que entra en contacto. De esa diferencia de tensiones, una vez integradas en nuestra conciencia como dos trenes que se acompasan permitiendo a sus pasajeros intercambiar un breve saludo, surgirá la acción de nuestro cuerpo sobre la materia. Si tomamos por real esta última, entonces debemos tomar por real también la serie de estados psicológicos que han conducido a ella y ejercido como su condición.
El hecho de que la realidad esté habitada por procesos antes que por cosas (y Bergson era un buen conocedor de la termodinámica) sugiere que ella misma se retarda y acelera de forma absoluta, que es vacilación y esfuerzo, y que no está decidida, sino decidiéndose: no es, pero tam­poco «escapa» o «fluye» como un torrente enloquecido, sino que dura bajo ritmos y tensiones muy diversos. Esta duración, además, posee un sentido: es una llamada a nuestra acción; la pista de ejercicio de nuestra libertad. Y esa libertad de todos los seres que ruedan sobre la duración se unifica globalmente en el concepto de «impulso vital», que corona la filosofía de Bergson.