Este artículo aparecido en la excelente revista "Letras libres" de México revela un hecho connotado y veraz, la aparición de una gama de filósofos que se salen del canon académico y no por ello, pierden el rigor, sólo que: Se expresan por fuera de las líneas tradicionales, utilizan el cine, los comics, los ejemplos y paralelos asimétricos y tomados de una posmodernidad audiovisual que nos recuerdan unos medios múltiples y canales a disposición en una revolución de las comunicaciones sin igual en la historia. CESAR HERANDO BUSTAMANTE
El interés que, a últimas fechas, ha despertado la filosofía entre el gran público ha hecho emerger a figuras intelectuales que, para algunos académicos, pecan de poco rigor y mucho protagonismo. Sin embargo, en lugar de decantarnos por una u otra, la filosofía podría verse beneficiada del conflicto irresoluble entre especialización y divulgación.
por Eduardo Charpenel 1 marzo 2025
Si bien durante muchos siglos la filosofía fue un patrimonio de las élites, esto ha cambiado de forma palpable, como de ello da cuenta el vasto panorama contemporáneo. Junto al ejercicio profesional y académico de la filosofía en las universidades, y al cultivo de ciertas vertientes literarias cuyo contenido podríamos denominar filosófico, podemos advertir desde las últimas décadas nuevas tendencias y desarrollos que han generado una serie de condiciones que permiten que la filosofía se posicione en distintos y amplios espacios, y que ahora sea practicada y recibida por nuevos actores sociales.
En el panorama reciente, destaca el ávido interés por parte de un público amplio por conocer y saber de filosofía en general. Tal vez la causa de ello se remonta a esfuerzos educativos donde la filosofía se había colocado en planes de estudios en distintos países incluso desde el bachillerato. Recuperando una distinción de Kant, podría decirse que con la divulgación se propicia el conocimiento de la philosophia scholastica –es decir, que uno esté enterado e informado sobre qué dijeron a grandes rasgos un Tomás de Aquino o un Spinoza, por ejemplo– al tiempo que, en cierta medida, también se satisface esa tendencia que todos los seres humanos tenemos en lo que toca a una philosophia cosmica: esa aspiración de nuestra razón por esclarecer cuestiones fundamentales sobre nuestra propia existencia, las cuales según Kant apuntaban en el fondo a responder “¿qué puedo conocer?”, “¿qué debo hacer?”, y “¿qué me cabe esperar?” –cuestiones todas ellas que, a su vez, podrían resumirse en la pregunta “¿qué es el ser humano?”.
Durante un largo periodo esta labor fue desempeñada casi exclusivamente por los propios filósofos académicos, con un afán pedagógico de difundir una perspectiva adecuada sobre tal o cual autor, corriente de pensamiento o campo de estudio –con lo cual, posiblemente, han buscado validar socialmente la pertinencia de su profesión y de sus investigaciones–. Difusión y divulgación se convirtieron en cierta forma de género propio pero menor dentro de la comunidad filosófica.
II
Pero, en un punto no muy distante, dichos textos ya no solo fueron elaborados por los filósofos profesionales. Pienso en una serie de recursos que, en lo personal, me aproximaron en su momento al estudio de la filosofía: las introducciones confeccionadas a modo de cómics, las cuales, con sus atractivas ilustraciones, me condujeron a autores en mi época de bachillerato que, sin duda, no estaba preparado para comprender pero que me fascinaron. Con los libros del dibujante mexicano Rius y con los de la colección “Para Principiantes” del sello argentino Longseller –el cual, además de traducir títulos norteamericanos, brindó la oportunidad a dibujantes y filósofos latinoamericanos de escribir introducciones sobre autores y temáticas de nuestra realidad– se me develó todo un horizonte de ideas y pensamientos. A la par de que leía a Nietzsche a escondidas –ilusamente, pensando que lo comprendía–, me hacía de una primera biblioteca filosófica de cómics sobre Hegel, Foucault y Wittgenstein.
Hoy, el género del cómic filosófico pervive en un contexto mucho más extenso donde la divulgación de la filosofía es vastísima: resulta ingente la cantidad de youtubers o tiktokers que actualmente producen contenido de introducción a tales o cuales autores o planteamientos filosóficos, que reseñan nuevos ensayos o libros de contenido filosófico, o que arrojan una mirada hacia tal o cual fenómeno de la realidad contemporánea desde un ángulo especulativo. A esto habría que añadir, entre otras cosas, los contenidos ocasionales pero casi omnipresentes en redes, como los de estudiantes a quienes se les encarga subir tal o cual presentación a ciertas plataformas, o incluso los contenidos producidos entre docentes o académicos para fines pedagógicos –no sin un dejo de vergüenza, confieso que en época de pandemia realicé de la manera más pedestre y rudimentaria videos dirigidos a mis alumnos, sin sospechar jamás que ese canal de YouTube, al que nunca le he dado ninguna difusión, obtendría más vistas que mis artículos indexados.
Todo esto inunda el mar de información. A la par, se pueden mencionar recursos como cuentas de X que se dedican a tuitear frases o citas célebres e ingeniosos memes, así como incontables podcasts temáticos, o juegos virtuales de rol que fomentan la así llamada “filosofía para niños”. Hay toda una serie de insospechados materiales disponibles para el aprendizaje de ciertos conceptos o nociones. Pienso en la “Immanuel Kant song”: un video en YouTube con una alucinante pero divertida canción de cantina con la cual uno puede familiarizarse con los conceptos y pormenores relevantes de la Crítica de la razón pura. Como se puede apreciar, no es poca la cantidad de información y de recursos, y es difícil precisar cómo debe uno conducirse o manejarse al respecto.
III
Otro factor clave en la difusión de la filosofía es la labor de ciertos pensadores contemporáneos que han contribuido a una particular popularización del saber filosófico, llevándolo a nuevos espacios y modalidades discursivas. Me refiero a autores como Slavoj Žižek, Byung-Chul Han, Markus Gabriel, Richard David Precht, Michel Onfray o Peter Sloterdijk –pudiendo, en un momento dado, sumarse a esta lista, en algunas de sus facetas, figuras como Bernard-Henri Lévy, Giorgio Agamben, David Harvey y Judith Butler, o incluso remotamente otros como Jordan Peterson o Yuval Noah Harari– quienes sin ser propiamente filósofos –uno es psicólogo y el otro historiador– a veces pasan por tales por las referencias que introducen y su manera de presentar ciertas ideas y argumentos.
Estos filósofos –para los que por desgracia no tengo una nomenclatura específica más que “filósofos de coyuntura”– no son, a mi parecer, lo que en un sentido más familiar podríamos denominar intelectuales. Si se les compara con autores como Jean-Paul Sartre o Michel Foucault los filósofos de coyuntura exhiben ciertas diferencias importantes. Los intelectuales eran autores “comprometidos” con un activismo político directo; los filósofos de coyuntura, en cambio, sostienen por lo general un perfil más mediático criticando diversas dinámicas sociales desde una perspectiva que guarda mayor distancia ante los acontecimientos concretos, lo cual les permite abordar una mayor pluralidad de frentes globales e introducir sus ideas a distintas audiencias.
Los intelectuales, por lo general, hacían esa incursión de activismo a la par que realizaban proyectos teóricos más ambiciosos –piénsese en la ontología existencial y social de Sartre en El ser y la nada y en la Crítica de la razón dialéctica o la revisión de Foucault de toda la modernidad y sus modalidades de conocimiento en Las palabras y las cosas–. En cambio, los filósofos de coyuntura suelen escribir ensayos breves, a modo de reportes críticos en tono accesible pero subversivo, y producen con vorágine ante el desarrollo de las nuevas dinámicas del momento.
Si bien ambos grupos coincidirían en criticar fuertemente las sociedades de consumo, los intelectuales de antaño ponían el foco de su atención en las estructuras más amplias (Estado, mercados económicos, instituciones disciplinarias), mientras que los pensadores de coyuntura se abocan en reiteradas ocasiones a problemas a nivel individual, son característicos del mundo contemporáneo: la salud mental, la autoexplotación, la hiperconectividad y la identidad digital, entre otros. En ese sentido, su discurso se vuelve un tanto más íntimo y se conecta con toda una literatura sobre wellness, crecimiento interior, autoayuda, cuidado holístico y empoderamiento, respecto a la cual, por supuesto, uno puede tener justificadas dudas en cuanto a sus métodos, rigurosidad teórica, exigencias y pretensiones.
IV
Los pensadores de coyuntura buscan promoverse y suscitar cierto culto a su imagen o persona. El personaje más paradigmático es a todas luces Slavoj Žižek, quien saca partido de toda una serie de elementos. En primer lugar, busca potenciar su estilo excéntrico, su personalidad frenética, y su carácter como outsider o marginal por su etnicidad eslovena y balcánica. En segundo lugar, es capaz de buscar popularidad explicando el nazismo a través de Pokémon GO, o el sujeto de Lacan y la noción de ideología de Marx a través de Kung Fu Panda –en este sentido, a diferencia de otros pensadores de coyuntura, se aproxima en su uso de la cultura pop a los grandes divulgadores de la filosofía de las últimas décadas como Fernando Savater o André Comte-Sponville–. En tercer lugar, acapara la atención al ser deliberadamente escandaloso, trazando analogías entre fenómenos actuales con personajes como Iósif Stalin, Adolf Hitler o Pol Pot, obteniendo la mayor notoriedad posible. Y en cuarto lugar, un rasgo que lo hace tremendamente popular es su intención de brindar un comentario agudo repleto de referencias filosóficas y psicoanalíticas a los eventos de la cultura contemporánea, como se atestigua a través de sus documentales The pervert’s guide to cinema (2006) y The pervert’s guide to ideology (2012). Después de conocer sus explicaciones, algún espectador bien podría tener la impresión de que no entendió nada de estas películas, y de que necesita de la guía constante del filósofo popular para no quedar fuera de la conversación cultural actual.
V
Después de pasar revista a este panorama, mi tesis principal es que la tensión entre la filosofía académica universitaria y las manifestaciones populares o democráticas del saber filosófico es, desde cierta óptica, irresoluble, pero es sano que así sea. Confío en que se puede vivir en una tensión sana entre estos polos. La filosofía, al igual que cualquier rama del saber rigurosa, se beneficia de que haya círculos de especialistas y expertos que, mediante los instrumentos y las herramientas de su ciencia o disciplina, buscan genuinamente una perspectiva sólida y fundada de la realidad. Esto no tendría por qué cambiar y no tiene por qué ser visto como algo negativo, a pesar de que no sea popular. Tal como en física o medicina hay cierto tipo de saber o conocimiento que, no sin cierta pérdida, puede ser transmitido a audiencias más amplias, lo mismo pasa en la filosofía, cuando no se comparten todas las herramientas de análisis formal (por ejemplo, lógica) o material (por ejemplo, filología, referentes histórico-contextuales) entre los recipientes de cierto discurso. Como se dice en el gremio, hay filosofía que es para filósofos. Está bien que sea así. Dada la cientificidad de la filosofía, el académico que se vale de registros demasiado populares o pedestres tendría que preguntarse si con ello no está menoscabando su búsqueda por la verdad.
Ahora bien, la filosofía puede desplegarse de una u otra forma dependiendo de las audiencias. Sería un error para el filósofo académico pensar, por ejemplo, que su disciplina pierde el rumbo cuando se populariza. En realidad, esto puede pasar en muchas instancias previas. Los practicantes de la filosofía académica suelen incurrir en ciertos vicios epistémicos cuando, sin conocer otras vertientes o aproximaciones, las descalifican por arrogancia o por una cuestión de agenda o partidismos, cuando deliberadamente oscurecen sus términos buscando únicamente aparentar cierta profundidad, o bien, y esto también es importante, cuando en algún sentido le dan la espalda a la realidad y despliegan sus investigaciones en compartimentos sin ningún tipo de comunicación con algún referente exterior (cultura, política, sociedad, otras formas de hacer filosofía, etcétera).
Entre esos posibles referentes exteriores a la propia manera de conducir la filosofía está, paradójicamente, la posibilidad de su propia divulgación. De este carácter “ajeno” que tiene para muchos filósofos profesionales la divulgación o la difusión da cuenta el hecho de que muchos se declaran ignorantes respecto a editoriales o foros donde esta se practica. ¡O ya ni se diga solicitarles que sepan el nombre de algún youtuber o tiktoker filosófico! Para varios filósofos académicos, el solo hecho de saber el nombre de uno parecería comprometer su propia dignidad profesional.
Esta actitud de esnobismo académico no debería prevalecer: muchos de los alumnos que recibimos en los foros universitarios llegan a nosotros precisamente por esos medios; muchos de los temas que, desde la academia, nos parecen relevantes y fundamentales ya son objeto de una discusión en esos foros. No sugiero tampoco que todo académico deba dar ese paso a la divulgación o difusión, pero sí es deseable tener cierta familiaridad con ella –si no está conforme con cómo se realiza, deberá entonces él mismo escribir y dialogar en otros foros y espacios–. El filósofo académico debe reconocer que la divulgación y la difusión son parte del ecosistema de la filosofía, y hay buenas y malas maneras de practicar cada una de estas vertientes.
VI
Otro tanto puede decirse sobre los filósofos coyunturales. Aquí he de hacer más matices. Esta clase de figuras es la que, desde la academia, nos puede generar mayor incomodidad: como cuando uno quiere orientar a un alumno a desarrollar una tesis sobre Platón, pero aquel contrataca proponiendo una investigación sobre Jordan Peterson, por considerar que habla del mismo tema, pero de forma más actualizada o aterrizada. A pesar de haberme topado con casos como este, he de decir que, en cierta medida, me he reconciliado con los filósofos coyunturales en más de un sentido.
De despreciarlos a priori juzgándolos como viles charlatanes o mercaderes del conocimiento, pasé a soportarlos en el grado más mínimo que admite el término tolerancia, y ahora puedo otorgarles el beneficio de la duda leyendo algunos de sus textos. Me explico: me costaría precisar qué he aprendido de Slavoj Žižek o de Byung-Chul Han en cuanto contenidos o principios filosóficos –para estos efectos, he de decir que, entre los que he mencionado anteriormente, Agamben y Gabriel son aquellos de los que he sacado mayores réditos–. Sin embargo, reconozco que, a su manera, logran generar una reflexión en su audiencia, y son agudos en su forma de identificar ciertas dinámicas o problemáticas sociales como filosóficamente relevantes. En esa medida, es innegable que acercan una amplia audiencia a la filosofía.
Con todo, no puedo dejar de mencionar que lo que más desconcierta de ellos es la prisa de su pensamiento. Son figuras que reaccionan a los eventos del momento, pero lo hacen, muchas veces, de una forma tan precipitada que, en efecto, resulta escandalosa. Piénsese en aquel infame volumen, Sopa de Wuhan, una compilación de textos que circuló durante la pandemia con las reacciones inmediatas de Žižek, Agamben, Gabriel, Butler y Han ante la propagación de la covid-19. Hoy en día, con el beneficio de la distancia, resultan diagnósticos totalmente risibles, como el de Agamben sugiriendo que la pandemia era una exageración fabricada para mantener a la población en estado de miedo y excepción, el de Han defendiendo el colectivismo asiático frente al individualismo occidental como una característica que iba a permitir a las sociedades en Oriente sobrellevar de mejor forma la pandemia, o el de Žižek profetizando que las nuevas condiciones propiciarían un orden económico comunista basado en la solidaridad global.
Decían los antiguos que una de las fuentes del error es la precipitación en el juicio. Eso es a lo que se exponen esta clase de autores. De Byung-Chul Han salió publicado en español el libro Vida contemplativa. Elogio de la inactividad (2023), un pequeño opúsculo donde se exhorta al lector a llevar un tipo de vida reflexivo y meditativo, en contraposición con las dinámicas prevalentes en el mundo contemporáneo. Pero es precisamente esta amonestación la que esta clase de figuras no siguen –en algunos conteos que he revisado, se computa que Han tiene más de cuarenta libros publicados, a veces a razón de tres o cuatro libros por año–. Como consecuencia de su ritmo vertiginoso y acelerado, tengo la impresión de que el pensamiento de Byung-Chul Han y Žižek se vuelve repetitivo y su capacidad crítica se ve reducida, corriendo el riesgo de convertirse en una forma de propaganda intelectual más que en un diagnóstico preciso de la realidad.
Aun así, no puedo dejar de otorgarles el beneficio de la duda, pero teniendo en cuenta que los juicios más radicales y sin matices son los que más tienden a incurrir en el error. Si los filósofos de la coyuntura suelen errar por una praecipitatio in iudicio, nosotros debemos ser conscientes al leerlos de no fiarnos de una falsa autoridad, de no deslumbrarnos por el carácter arriesgado de ciertos planteamientos, pero a la par no debemos dejarnos influir por nuestros prejuicios, preferencias o animadversiones al momento de ponderarlos.
Siguiendo a Carlos Pereda, creo que, con todo, debemos darnos una oportunidad de no sucumbir a una razón arrogante al convivir con estas figuras. Si bien pensamos que hay más razones de peso para formarse intelectualmente en Platón que en Peterson o en Hegel que en Sloterdijk, no podemos vivir de espaldas a la realidad que nos circunda, y no podemos privarnos de aprender todo lo podríamos derivar positivamente de tales interacciones. Lo contrario sería ponerles a estas figuras una mordaza, real o simbólica, y refugiarnos en nuestras cofradías oyendo a nuestros supuestos pares. Y eso no le convendría a nadie. ~