miércoles, 23 de octubre de 2024

SOBRE LA PSICOPATOLOGÍA DE LA ESCRITURA (PILAR GONZALES; PRIMERA PARTE) DESDE EL JARDIN DE FREUD

 

Hace ya muchos años tuve la ocasión de trabajar con muchachas delincuentes recluidas en un centro de reeducación. Allí me sorprendió encontrar una gran inci­dencia de dificultades en el aprendizaje de la lecto-escritura, lo que técnicamente se llama dislexia, en estas jóvenes que estaban fuera de la ley. Eato me llevó a preguntar­me si existía una relación entre ser disléxico y estar fuera de la Ley (esta vez con ma­yúscula). A no ser que la primera condición se debiese a un factor hereditario o a la presencia de un gen específico, que hace pocas semanas dicen haber descubierto y que ya había sido postulado por Halgreen. El hecho de que la lecto-escritura sea un descubrimiento relativamente reciente en la historia de la humanidad me hace poner en duda dicho gen, pero principalmente esta hipótesis: la letra preexistiría en el in­consciente -donde no hay genes-a la escritura propiamente dicha. Ahora bien, en la medida en que el lenguaje es la condición del inconsciente y que éste es lo que caracteriza al ser humano, ¿podría decirse que existen seres huma­nos en los que no aparezca la letra, sin caer en una gran contradicción? ¿Habría seres humanos que no se caractericen por lo que caracteriza a los seres humanos? ¡Empecemos por definir la dislexia, término en el cual se incluyen tanto las dificul­tades en la adquisición de la lectura, como las de la escritura!  ortografía. Es obvio que si un niño en edad de aprender a hacerlo, sin daño cerebral que se lo impida, déficit telectual marcado o ausentismo escolar prolongado, no lo 10brra, hablaremos de disle­xia. Pero, inversamente, algunos acceden a la lecto-escritura a pesar de todos estos r inconvenientes, sumados incluso a la falta de estimulación familiar e institucional !. Centrándonos concretamente en los trastornos relativos a la escritura, encontra­ mos que los más frecuentes son: ¡ ~ , -Inversiones "verticales" (\;j) -Inversiones "horizontales" estáticas (p-q; b-d) o  kinéticas -Repeticiones de letras o sílabas, agregados, modificaciones (supresiones, reem­plazos o  mutilaciones de las mismas) -Confusión en el número -Confusión en el género -Confusión en el tiempo de los verbos -Confusión de mayúsculas y minúsculas -Confusión de fonemas sordos y sonoros (p-b; t-d; k-q/g) -Errores en la puntuación -Dificultades en la segmentación de las palabras.

Errores en el  sentido izquierda-derecha y arriba-abajo del texto -Disgrafía -Disortografía En la mayoría de estos errores incurren todos los niños que inician la lecto-escri­tura y los adultos bajo la  forma de lapsus calami. En cuanto los trastornos asociados con estas dificultades, los especialistas han hallado las siguientes: -Herencia -Factóressensoriales (oído, vista) -Disla teralidad .Esquemacorpciw .. -Desestruttura2i~ espai:io-temporal (ritmo) -Factor figura-fondO de&.: inteligencia -Lenguaje yarticulación'. -Factores afectivos Pero,co~ando los resultados de las diferentes investigaciones, parece que los factores que con mayor frecuencia se encuentran asociados con las dificultades de escritura son la dislateralidad y los trastornos de estructuración espado-temporal (ritmo)1, dificultades que ponen en evidencia la inadecuación del manejo del propio cuerpo en relación con el espacio-tiempo habitado. ¿No contrasta esto con la sensa­ción que producen los animales de habitar perfectamente su cuerpo, de estar en total armonía con él y con cada una de sus partes (como la falta de pudor en ellos lo atesti­gua, por ejemplo), con las destrezas que cada especie despliega sin inhibiciones neu­róticas que las entorpezcan? A no ser que se trate de un animal doméstico pervertido por el lenguaje humano (en estos casos se pueden observar embarazos fantasmas, dificultad de parir sin ayuda humana ...). Para establecer cuáles pueden ser las relaciones de la letra con el cuerpo, tene­mos que retrotraernos a la historia del individuo aún antes de su nacimiento, remitir­nos incluso a  las fantasías de su madre cuando ésta era una niña: entre aquellas forclusiones que todos los seres humanos compartimos, sin ser por ello psicóticos, está la  que concierne a la  diferencia de los sexos, descubrimiento que en el varón, al constatar la falta de pene en la mujer, lo lleva a atribuírsela al efecto de un castigo que puede sobrevenirle también a él. En la niña, "la envidia de pene" se vive como una injusticia cometida por la madre contra ella, al haberla "fabricado" en forma incom­pleta en comparación con el varón, con la consecuente decepción y rencor hacia la progenitora, pero abrigando la esperanza de que le crezca o le salga "eso" tan anhela­do, algún día. Establece entonces una ecuación entre el pene y el niño, que tendrá de mayor y que hará de ella una mujer completa, un andrógino tal como la madre lo fue para ella en su idealización. recurso al padre, que está condenado al fracaso, para la superación del Edipo, es el camino para la búsqueda de un hombre adulto diferen­te al padre cuando también ella sea adulta, fantaseando que podrá proporcionarle lo que a ella le falta. Las representaciones arqueológicas en el acto de dar a luz a un niño de forma fálica, dan fe de ello. En esas condiciones, el rujo de esa mujer, varón o  niña, en la medida en que se espera que ocupe un lugar en donde algo falta, va a simbolizar el falo, que es el signi­ficante de la falta y, por lo tanto, al ocupar ese vacío, se convierte en el vacío mismo. Así, paradójicamente, el deseo materno de que su hijo viva, veruculizado por la mira­da acogedora al nacer éste y los significantes que interpretan sus necesidades deter­minando un sentido, harán que el hijo pierda su ser en aras de colmar la demanda materna. Entonces será hablado antes de estar él mismo en capacidad de hablar y será objeto parcial antes de llegar a  ser sujeto. Es decir que esta madre vista como omnipotente es quien satisface todas las necesidades del hijo gracias a que otorga un sentido a las demandas de éste, formuladas a través del llanto y de los gritos, como "tienes hambre" o "frío" o "estás mojado", incluso a veces sin acertar con la neces.í­dad sentida, como en el caso estudiado por Spitz de los niños que sufrían de cólicos hasta los tres meses de edad, debido a que su llanto siempre era interpretado por la madre como hambre, cuando muchas veces se trataba de la necesidad de descarga de atención, para lo cual habría bastado mecerlo o un chupo2. Entonces, la madre, al satisfacer las necesidades del niño, exige de éste a cambio, supuestamente, que él satisfaga su deseo. De esta manera y en nombre, pues, del amor por su madre, el hijo sacrificará su forma corporal para parecerse a esa falta sin forma definida, es decir, se parecerá a la nada en esa primera identificación mortal. Para apropiarse de ese cuerpo, que por lo tanto no es suyo de entrada, el niño de­berá reconocerse gracias a las pulsiones escópicas en la superficie plana de un espejo, con la presencia de la madre, cuya imagen también responde a las mismas condicio­nes de reflexión, lo cual permite que él reconozca su propia imagen, después de ha­ber dejado de ser real o imagen de otro. Pero esa apropiación de su imagen no significa todavía la diferenciación del cuerpo de la madre que el contacto físico fre­cuente propicia, aunque sí plantea ya el dilema entre ser o no ser... el falo, por la ame­naza que la identificación con éste implica en tanto pérdida del ser. Esta situación exige una resolución y en esto el padre tiene un papel protagónico esencial al apare­cer como rival pero, principalmente, como aquel que rescatará al infante de la situa­ción de inminente peligro ante la cual se encuentra. Las ausencias de la madre son indicadoras de que el hijo no la  satisface totalmente, de que el deseo de ella está en otro lado y que el padre tiene mucho que ver en ello. El conflicto entre tener que re­nunciar a la madre devoradora para poner a salvo su cuerpo yla constatación doloro­sa de que el padre se ha interpuesto entre ellos 00 cual por otra parte es salvador), inicia la metaforización del Nombre-del-Padre que consiste en la sustitución del sig­nificante fálico o del deseo materno por el del Nombre-del-Padre, con lo cual se la cadena significante inconsciente. La entrada en el lenguaje es aquí determinante: "A partir de que habla, a partir de ese momento exactamente, no an­tes, entiendo que hay represión,,3. compromiso del niño con la lengua, que le va a permitir hacer ciertas diferenciaciones lingüísticas, cuyo prototipo es el famoso jort-da, hará al sujeto responsable de su inscripción en la neurosis, la psicosis o la perversión. En cuanto al deseo de ser el falo de la madre, si bien va a ceder su lugar al de te­nerlo o no, según que la opción sea masculina o femenina, hará que el objeto llamado "perdido", que no 10 está sino en la retroacción, en últimas, sea siempre la madre. Esto llevó a Lacan a postular que el deseo de retornar a la fusión simbiótica inicial mostraría cómo, al fin y al cabo, toda pulsión es pulsión de muerte. Esta asociación entre madre y muerte encuentra múltiples expresiones en el campo de la literatura y del arte en general y, dentro del psicoanálisis, el mismo autor afirmó que el sujeto tenta volver a encontrar la imago de la muerte en ciertas formas de suicidios "no vio­lentos" como la anorexia mental, el "envenenamiento de algunas toxicomanías" por vía oral o el "régimen de hambre de las neurosis gástricas,,4. También ciertos rituales funerarios evidencian esta misma búsqueda: "Yo quiero que a mí me entierren como a mis antepasados, en el vientre oscuro y fresco de una vasija de barro"s. Esta teorización era el preámbulo para llegar a nuestro tema: el de la escritura. represión de la significación fálica del propio cuerpo da lugar a la aparición de la ima­gen corporal que en los sueños y otras formaciones del inconsciente aparecerá en forma de letras; letras que son como las sucesoras en el inconsciente de los signifi­cantes del Otro materno. La predominancia de imágenes visuales en el sueño acentúa esa correspondencia con dicha imagen. Es como si cada noche, al dormír, tuviéramos que volver a satisfacer la demanda materna a la vez que nos regocijára­mos al volver a  formar parte de esa totalidad ilusoria, en esa ref,rresión mortaL como si "dormir fuera morir un poco". nombre de "letra" se debe a la posibilidad, que Freud entrevió por primera vez hacia 1900 en la Traumdeuttmg, de ser leída combinada con otras, a la manera de los jeroglíficos egipcios, a partir del relato de los sueños de los pacientes, para lo cual es operación indispensable el desprenderse de la imagen, visual en este caso. ~ :: ""';. :-­1 U....."11/1\\" ... •UN SOL DADO En este acertijo gráfico, comparable al jeroglífico, tenemos tres letras del saber inconsciente que pueden escribirse con nueve alfabéticas y que, para su lectura, re­quieren el paso de la imagen visual a la auditiva. Si un paciente sueña con un autómata, por ejemplo, el significado de lo que eso es nos va a conducir por un camino errado; la repetición de esta palabra por parte del analista puede llevar en cambio a que se escuche "auto" y "mata", por ejemplo, y re­mitir a un accidente automovilístico o a una idea de suicidio. Por esta vía puede irse comprendiendo por qué un niño en edad escolar puede encontrar dificultades para abordar la escritura, cuando otra escritura previa la está parasitando, por decirlo así, o por qué todos en algún momento cometemos lapsus calami cuando de esta actividad se trata. dibujo, del cual Cocteau decía que era escritura, pero anudada de otra manera, y que sin excepción ha precedido en todas las culturas a la escritura propiamente di­cha, es también la primera expresión gráfica en el infante y ofrece cierta uniformidad universal. "La imagen del cuerpo -antes del Edipo-puede proyectarse en toda representa­ción sea cual sea y no solamente en las representaciones humanas. Es así como un modelaje de cosa, de vegetal, de animal o de humano, es a la vez la imagen del que di­buja o  modela, y la imagen de aquellos que él dibuja o  modela tal como los quisiera conforme a lo que se permite esperar de elJos,,6. En este sentido, los dibujos de arte rupestre, que casi siempre se encuentran en lugares inaccesibles como grutas o sitios muy altos, ¿no nos están indicando que esa primera escritura que es el dibujo no tiene tanto la finalidad de comunicar algo a los otros, ni siquiera a los dioses, como mostrar que está habitada por lo sagrado, por el misterio que significa el sacrificio del propio cuerpo? ¿No es algo similar a lo que ocurre en el sueño, cuya finalidad no es portar un mensaje, al menos en primera ins­tancia, sino cifrarlo para preservar el cuerpo que, sin dormir, moriría? El disfrute de dibujar muestra entonces, para todos los niños, no la necesidad de comunicación sino la de autorrepresentarse ante todo, de demostrarse que son po­seedores de su cuerpo. A veces estos dibujos se tornan en regalos y, como las pintu­ras rupestres, son una ofrenda al Otro para pedir perdón por la deuda incumplida. Otras veces, inconsecuentes con el nivel que el sujeto ha alcanzado para desenvol­verse en la vida, se reducen a formas fálicas evidentes o a garabatos que apenas alcan­zan la abstracción de lo humano, como para congraciarse con esa figura idealizada. Antes de emprender la escritura propiamente dicha, las letras son dibujadas y, por lo tanto, antes de ser simbólicas lo que prima en eUas es la imagen y en esa medi­da evocarán la propia. Esto sucede durante un tiempo más o menos largo en todos niños, pero la persistencia de la imagen sobre lo simbólico caracterizará al disléxico. Para Pommier, "si el cuerpo de las letras aisladas tiene la misma significación que la del cuerpo, ¿su escritura no será la ocasión de un horror particular (el de la pesadi­lla por ejemplo), ligado a su formalización, independientemente de su uso? La posi­ción de la  letra en el saber inconsciente ¿no tendrá consecuencias cuando haya que leer o escribir efectivamente? efecto, habrá que representar de nuevo visualmen­te las leyes de composición del significante que fueron actividades en el momento de la entrada de la palabra. Si la letra reside primero en el inconsciente, a título de una re­presión ocasionada por la antiymodificación desde el punto de vista de su ubicación en el fantasma. Otra particula­ridad que la diferencia del síntoma es que no procede de la represión y en este senti­do puede presentarse en todas las estructuras, siendo fundamental en la psicosis como forma de enfrentar el vacío del Nombre, al anudarlo con los Nombres del Pa­dre, y para ello la firma de la obra es esenciaL Habría una homologia entre la literalidad, como escritura de las formaciones del inconsciente alrededor de un hueco, de un vacío, y la creación: "Todo arte se caracte­riza por un cierto modo de organización alrededor de este vado,,12. Vado que, re­cordémoslo, fue lo que primero habitamos y donde el espejo, con la mirada del Otro, nos pudo rescatar; es aquello que volvemos a encontrar en la hoja blanca que espera nuestra escritura o la pantalla del computador. De allí la angustia que nos embarga porque nos recuerda la  de la  castración. La sublimación, en la medida en que cons­truye una distancia que nos separa de la identificación posibilita recrear esa identificación pero desexualizándola, aunque siempre, de alguna manera, será antro­pomórfica. Cuando nuestra obra se presenta ante el espectador, en particular nues­tro escrito, ¿no sirve de que nos asegura que nuestra imagen corporal sigue alú? ¿No es ésta también la función del diario íntimo, de las cartas de amor que nos devuelve la libido que hemos colocado en el amado o amada? El amor a los libros, a su olor, el placer del tacto al recorrer su lomo y sus tapas, el deleite visual de sus ilus­traciones, ¿no nos devuelven nuestra imagen perdida? Otro apunte muestra cómo el libro es portador de erotismo: un espectador de ballet clásico comenta a su vecino de palco: "Esa bailarina es una maravilla haciendo elgrand écar/'. Su amigo le replica: "Es que los libros se abren mejor en las páginas más leídas". Para volver a ese vacío central que evoca la castración, ésta resulta la represión sucesiva de la imagen visual de la letra al pasar al sonido del significante en la escritu­ra y de éste a la unión por lo visual cuando se ligan las letras, ya que palabras escritas. al alm"  no son m totalmente  acústicas . castración reviste modalidades: la castración del Otro, a que nos hemos referido hasta ahora, que lleva al sujeto a obturar esa falta sacrificando su propio cuerpo, y la  castración del sujeto, que tiene lugar cuando éste renuncia a ser el falo materno para pasar a identificarse, en el caso del varón, con el padre, su supuesto po­seedor. La niña, dentro de la modalidad del no tenerlo, elige el camino de la identificación con su progenitora   o sustituta. de castración, antes de ser representada en la es­critura, podrá explicarse la existencia de un horror de la letra equivalente a la angustia de castración Su trazado en la hoja blanca podrá ser la fuente de angustia, porque las letras de escritura tienen el mismo valor que las del sueño desde el punto de vista de su formalización. Algunos niños no podrán esbozarlas como tampoco memorizar sin terror a sus hermanas nocturnas. En su trabajo con niños, M. Klein encontró ciertos fantasmas en las letras según su forma. Entre ellas recojo varios ejemplos relativos a la "i": así, para Fritz, "las representan el pene y su camino Oas lineas) el coito. Para Ernst, igualmente la 1 es el pene grande que 'quiere estar solo entre mamá y que él no tiene, y, por lo tanto, debe quitárselo a su papá'. Lisa, por su parte, también ve en la i al pene, un banqui tonto' "s. un chiste, en fin, encontramos el mismo papel de esta vocal. -Me acabo de comprar un Ferrar. -Un Ferrari, querrás decir. que aún me falta pagar la última letra. tanto la i es una letra que mejor que todas evoca una forma fálica, es la más adecuada para remitir a la castración del Otro que exige el sacrificio del cuerpo del hijo, que al escaparse (y no "caparse'') de esta exigencia queda en deuda (la letra por pagar). En la confusión entre el signo gráfico y la letra del sueño vemos el sueño de muchos, es decir, la confusión de registros nos pone en presencia de un síntoma en este chiste, si se puede decir si, cuando la posesión del auto representa la satisfacción de un deseo (el de ser el poderoso falo, el Yo ideal) y el castigo por ello, la muti­lación peniana. En su calidad de vocal, la i está más predispuesta a manifestar el goce que las consonantes; de ahí su prohibición en ciertas épocas de la historia. Renunciar a lo imaginario de las letras y a ser el falo imaginario de la madre pare­ce ser entonces una condición para acceder a la escritura. Parafraseando a Tajan y Volard, es como si "escribir fuera traicionar a la madre. Se diría incluso que cierta dosis de odio es necesaria para poder tomar distancia de las formas y lograr la unión de las letras y de las palabras entre sí, el significado y la lectura, en tanto que la preva­lencia de las formas aisladas favorece el goce y el retorno de lo reprimido. La sexuali­zación de las letras en el síntoma muestra cómo lo reprimido es simultáneo al retorno de lo reprimido, esto es, la significación fálica del cuerpo. Otro destino de la pulsión, esta vez desexualizado, es la sublimación. Aunque "síntoma" y "sublimación", según Pommier10 no se recubren y lo único común que presentan es la hipótesis de que hay un sujeto y su deseo, puede decirse que tampoco se oponen completamente. En efecto, el síntoma puede implicar la sublimación cuando el goce que le es inherente logra establecer un la:w social. Sería el caso de la escritura precisamente. Otro punto en común que señala el mismo autor1 ! entre sín­toma y sublimación, o acto creativo, es que la pulsión, al introducirse eros, crea nue­vas tensiones difiriendo la cita que todos tenemos con la muerte, a  lo que toda tiende a  fin de cuentas. Pero mientras que el síntoma es pasivo, la sublima­ción es activa y su resultado, la obra creativa artística o intelectual, puede firmarse. Desde el punto de vista lacaniano ya diferencia de Freud, para quien la sublima­ción tiene que ver con el fin inhibido, en tanto que el objeto tiene que ver con la idea­lización, la sublimación implicaría a ambos; particularmente el objeto sufre una modificación desde el punto de vista de su ubicación en el fantasma. Otra particula­ridad que la diferencia del síntoma es que no procede de la represión y en este senti­do puede presentarse en todas las estructuras, siendo fundamental en la psicosis como forma de enfrentar el vacío del Nombre, al anudarlo con los Nombres del Pa­dre, y para ello la firma de la obra es esencial Habría una homología entre la literalidad, como escritura de las formaciones del inconsciente alrededor de un hueco, de un vacío, y la creación: "Todo arte se caracte­riza por un cierto modo de organización alrededor de este vado,,12. Vado que, re­cordémoslo, fue lo que primero habitamos y donde el espejo, con la mirada del Otro, nos pudo rescatar; es aquello que volvemos a encontrar en la hoja blanca que espera nuestra escritura o la pantalla del computador. De allí la angustia que nos embarga porque nos recuerda la de la castración. La sublimación, en la medida en que cons­truye una distancia que nos separa de la identificación posibilita recrear esa identificación, pero desexualizándola, aunque siempre, de alguna manera, será antro­pomórfica. Cuando nuestra obra se presenta ante el espectador, en particular nues­tro escrito, ¿no sirve de que nos asegura que nuestra imagen corporal sigue alú? ¿No es ésta también la función del diario íntimo, de las cartas de amor que nos devuelve la libido que hemos colocado en el amado o amada? El amor a los libros, a su olor, el placer del tacto al recorrer su lomo y sus tapas, el deleite visual de sus ilus­traciones, ¿no nos devuelven nuestra imagen perdida? Otro apunte muestra cómo el libro es portador de erotismo: un espectador de ballet clásico comenta a su vecino de palco: "Esa bailarina es una maravilla haciendo elgrand écar/'. Su amigo le replica: "Es que los libros se abren mejor en las páginas más leídas". Para volver a ese vacío central que evoca la castración, ésta resulta la represión sucesiva de la imagen visual de la letra al pasar al sonido del significante en la escritu­ra y de éste a la unión por lo visual cuando se ligan las letras, ya que palabras. al alma" no son m totalmente tot ente acústicas . Castración reviste modalidades: la castración del Otro, a que nos hemos referido hasta ahora, que lleva al sujeto a obturar esa falta sacrificando su propio cuerpo, y la  castración del sujeto, que tiene lugar cuando éste renuncia a ser el falo materno para pasar a identificarse, en el caso del varón, con el padre, su supuesto po­seedor. La niña, dentro de la modalidad del no tenerlo, elige el camino de la identifi­cación con su progenitora o sustituta.

Pero para que la intromisión del padre tenga un valor estructurante, la palabra de la madre es fundamental: "[...] no es únicamente de la manera en que la madre se aco­moda con la persona del padre que convendría ocuparse, sino del caso que hace de su palabra, digamos el término, de su autoridad, es decir del lugar que ella reserva al Nombre-dei-Padre en la promoción de la ley,,14. En el varón, quien sufre en una proporción mucho mayor de dificultades en el aprendizaje de la lecto-escritura, la asunción de la castración no deja de ir asociada con angustias relacionadas con la pérdida de su miembro viril, debido a una confu­sión de registros simbólico/imaginario y, en esa medida, el acatamiento de la Ley que prolube el incesto, la fusión con la madre, tendrá entonces lugar a nivel de las nor­mas que rigen la escritura y si, inicialmente, las letras evocaban el cuerpo desdibujado por la significación fálica y más adelante el horror a la castración, la escritura final­mente puede, en el mejor de los casos, transformarse en objeto de amor como el que, alIado del odio rival por el padre, se ha dedicado a por haber sido quien protegió al hijo del amor devorador de la madre.

Identificarse con el padre es diferente de imitarlo; el asesinato simbólico del pa­dre habrá tenido lugar cuando el hijo pueda desprenderse de él y de su feminización, lo que en el plano de la escritura se evidenciará porque las letras o  sílabas dejarán de estar invertidas horizontalmente, en tanto que la inversión vertical remite a algo más primitivo, a un transitivismo en donde el niño no es aún "yo", es decir que no ha eli­dido su nombre del sujeto del inconsciente, llamándose a sí mismo "Carlitas" o da", "él" o "la niña"; su cuerpo no le pertenece, se ve desde el Otro y la letra ha sido trazada para verla desde el frente. Cuando las letras se pueden ubicar al derecho, pue­de inferirse que el sujeto ya se ubica ante sí mismo con respecto al espejo y al espacio que habita, lo que la utilización arriba/ abajo e izquierda/derecha de la hoja, propias de nuestra escritura, también demostrará. Sin que se trate de manera alguna de una especie de diccionario, salvo si se trata del que tiene el propio paciente, las interpretaciones que siguen deben ser el fruto de sus propias verbalizaciones, tal como se hace con los dibujos, en donde el trazado y las asociaciones son complementarias, dentro de una serie. Por lo tanto, las termina­ciones a/o, que corresponden al género, remiten a la identificación sexual, confusa en estos pacientes. En cuanto a la confusión singular/plural, Bettelheim considera que "uno es uno mismo o  un familiar, dos es otra persona importante ...,,15. La pregunta es ¿hasta qué punto el sujeto ha logrado diferenciarse de los otros?


El tiempo de los verbos, según Schilder, pone en evidencia las dificultades con la propia identificación y obviamente situarse en el tiempo, en tanto que las mayús­culas y las minúsculas parecen evocar respectivamente las relaciones adulto/niño y la ubicación dentro del parentesco; ambos son logros a partir de la superación del Edipo. La confusión de fonemas sordos y sonoros puede estar ligada a dificultades con el esquema corporal, concretamente laríngeo y son "herencia" de otras a nivel de la voz. En cuanto a la puntuación, Porge dice que "el signo de puntuación es una verda­dera historia sin palabras [ ...] No está tomado en una cadena lineal y tiene un papel de escenificación. La conclusión de los lingüistas es clasificarlo como un ideograma. Ciertas modificaciones, la supresión, el reemplazo por un signo "inofensivo" y la mutilación, son los mismos que Lacan18 encontró en los sarcófagos egipcios y que relaciona con el fantasma de "entre-do s-muertes", que halló en sus análisis de dislé­xicos. Al respecto, Allouch recuerda que, dentro de la teología egipcia. la imagen puede albergar al Ka (que se ha asimilado al espíritu), susceptible de cautivar al muer­to19, De al1í que ciertos signos, como el  del león, aparezcan cortados en dos o  tapo­nados de nuevo con yeso, como diciendo: "vé esta imagen trunca, decapitada, tachada, untada de un montón de yeso. ¡Cómo podrías decidirte a venir a habitarla! ¡Hay otras imágenes para ti y no te equivoques sobre el valor de éstas, no están en la pared de esta tumba sino como signos de escritura!" De su lado, Pommier cree que el tachamiento del león como objeto fobígeno de­muestra además que la fobia de la imagen es el primer paso hacia la escritura alfabéti­ca, al borrarse el valor figurativo para aislar la letra como ta120• La segmentación de las palabras puede relacionarse con la puntuación en el  sen­tido que se utiliza en la técnica psicoanalitica, ya que un texto puede prestarse a diver­sas interpretaciones pues no es fijo (ver el texto de la cigarra y la hormiga). Así, en el conocido texto "San Cayetano era un santo. Comía como vestía, pobremente. Dormía sobre una vieja estera. La vida de San Cayetano ...". El desplazamiento de los signos de puntuación, el corte de las palabras en de­terminados lugares, cambia totalmente su sentido, así: "San Cayeta no era un santo. Comía como bestia. ¡Pobre mente! Dormía sobre una vieja. Est'era la vida de San ...". 

Técnica que tanto humoristas como paranoicos o analistas utilizamos en idénti­ca forma, si con finalidades De la disgrafia tan frecuente en los disléxicos, podría decirse que la pintura de­muestra su unión con la letra, muy exactamente en la forma de caligrafía"z ,algo de la alienación del propio cuerpo en su representación estaría mostrándose allí, en lo que seguramente se basa la grafología, ante la cual, por otra parte, Freud era escéptico. La disortografía, en fin, o infracciones de la ortografía usual, es lo que mente se relaciona con la rebeldía ante la Ley paterna y al respecto puede anotarse que Chassagny encontró en los disléxicos perturbaciones en la lámina IV del Rors­chach, que representa al padre. Lobrot, en sus propias investigaciones, detectó en estos mismos pacientes actitudes oposicionistas Gunto con sentimientos de inferio­ridad e inestabilidad e incluso zurdera), que relacionó con el fracaso estadísticamente significativo en pruebas de repeticiones de series (de ritmos, musicales, de cifras ...); repeticiones sobre las que cabría preguntarse si se relacionan con la compulsión a la repetición de la  búsqueda de su propia identidad, a partir del nombre propio, de su propia unidad en virtud del borramiento originario de la Cosa, de la  madre. De allí que para llegar a escribir habría primero que ... borrar a la madre y después borrar al padre. De donde se deduce que el acceso a la escritura sólo tendría lugar después de intensas luchas cuyo resultado final sería la independencia del medio parental, lo que la situaría como una especie de prueba de iniciación, comprobando así que la asun­ción de la castración ha tenido lugar. Primer caso clínico trata de una mujer adulta que en su infancia nunca accedió a la lecto-escritura, pa­sando esto inadvertido en el colegio en donde estudió primaria y secundaria, ya que la mayoría de las lecciones se daban oralmente y porque su prodigiosa memoria le permitía prescindir de las ayudas escritas. Otro síntoma que la acompañó por muchos años fue el apetito voraz, que pro­en ella, a partir de la adolescencia, una obesidad bastante notoria. Sin haberlo hallado nunca en psicoanálisis, el cual emprendió por otros asuntos aparentemente como su sentimiento de minusvalía, de vacuidad, de "no ocupar ningún lugar importante en la vida", el síntoma disléxico desapareció, pero muchos años después, incluso cuando había adquirido cierto "apetito" por lo escrito, la muerte de una figura paterna muy admirada por ella en el plano intelectual la volvió de nuevo "anoréxica de la letra" transitoriamente, no pudiendo escribir más que cartas dicta­das por su jefe, que éste firmaba. En una retoma de su análisis, retrotrae sus dificultades con la letra a la vida de su abuela materna, persona muy inteligente y aficionada a los libros, incluso aquéllos prohibidos que aparecían en el Índice y que ella escondía entre otros más "inocen­tes" para no ser descubierta. Este esfuerzo fue vano, pues lo temido sucedió: fue descubierta y esto no sólo le valió la reprobación familiar sino que también vino la censura pública desde el  púlpito del cura del pueblo, por lo cual tuvo que irse a otra ciudad donde nadie la reconociera. Su hija, o sea la madre de la paciente, heredó esta afición por la lectura e incluso ocupó el lugar de maestra de su marido en la iniciación literaria, algo lejano a la carrera de él. Como esa actividad se ejercía en pijama, en la cama, ello sin duda contribuyó en buena parte a su erotización para la paciente, de tal forma que leer se convirtió en fuente de una gran excitación sexual que acaba por impedírselo pues se tornaba en un temor de quedar atrapada por las letras, en un goce insoportable que la llevaría incluso a perder a su familia. Retomando algunos puntos teóricos anotados anteriormente para anudarlos con este caso, encontramos aquí la oposición de dos destinos de la pulsión, uno se­xualizado (la bulimia) y otro desexualizado (la sublimación). En cuanto al primero, si aceptar la comida es una forma de dar satisfacción a la madre, a su anhelo de tener una niña "hermosa", en su doble sentido de "bonita" y "gordita", ¿esta niña no estaría encarnando el falo en todo el  esplendor y volumen que la madre desea pero a cambio de su auto aniquilación, pues, al ocupar un espacio hueco no puede ser más que vacío, lo que corresponde exactamente al sentimiento de esta paciente en la vida, sin que por otra parte, esto sea un obstáculo para desem­peñar el papel de matrona en su medio familiar amplio, participando así de la omni­potencia atribuida al Otro materno? La represión de la pulsión oral, su desexualización después de varios años de análisis, posibilitó una salida sublimatoria que, como siempre ocurre, no se efectuó de una vez por todas, sino que era esporádica: se dedicó al diseño del vestuario típico de unas muñecas sumamente estilizadas y en un par de ocasiones, sin que la arquitec­tura fuera su vocación, elaboró los planos de la casa de campo y de la ciudad de sus padres con gran acierto. Si el arte "se caracteriza por cierto modo de organización alrededor de [un] va­cío", como dijimos, tanto los trajes como las casas corresponden a esta definición: el traje como segunda piel de nuestro primer hábitat, el cuerpo, en tanto atravesado por el significante. Sobre la casa, citaré a Freud: "La escritura es originalmente el len­guaje del ausente, la vivienda, un sustituto del seno materno, esa primera morada, siempre añorada probablemente, en la que uno estuvo seguro y se sentia tan bien,,24. Esto nos conduce al síntoma transitorio que sufrió la paciente ante la muerte de esa figu­ra paterna. la medida en que evoca el síntoma de la paciente, la ínterpretaremos a tra­vés de un acertijo, relativo a la pérdida de una letra que traduciremos a continuación ,. francés: •  

"Cher i (ehén)) depuís que tu es partí) mon orthographe est earrément nulle".

 "Querido i (querido), desde que te marchaste, mi ortografía es decididamente nula".

Este fue un síntoma histórico que le ocurrió por un error de imprenta a la pala­bra orthographie, escritura antigua de la actual orthogaphie y que no por casualidad reca­yó exactamente sobre la palabra que remite al arte de escribir correctamente, en la i como vimos, representa imaginariamente al pene. De otro lado, esta pérdida evoca a su vez el mito egipcio de Osiris, a  quien su enemigo desmembró en quince pedazos que su esposa Isis logró recuperar para ar­marlo de nuevo, salvo uno: su miembro viril.

La pérdida en lo real de esa persona, en cuyo nombre aparecían dos íes, produce en la paciente el efecto de repetir o hacerle revivir la ausencia del padre como agente de la castración, ya que en su relación con su esposa y madre de la paciente el padre hacía las veces de hijo de esta quien llamaba "mamita". Al no poder representar la Ley no sólo afecta lo escrito en la paciente, sino que la de, resuelve a la significación fáli­ca aniquilando su deseo de ser (goce del cuerpo como tal, es decir como asexuado) al perderse de nuevo en el Otro, no siendo, no naciendo. El síntoma, que sería la tran­sacción entre el goce de satisfacer a la madre completándola y el castigo por ello a través la imposibilidad de acceder a la letra, era para la paciente su rechazo a leer que no era deseada, a leer el deseo de muerte de sus padres hacia ella. La muerte del "otro padre", inversamente, remitía inevitablemente a la lectura.

SEGUNDO CASO CLÍNICO 

No entraré en detalles en este caso, sólo diré que sufría de insomnio o, si lograba dormir, de atroces pesadillas cuando antes de acostarse no se había dedicado al tra­bajo intelectual, esto es, a leer y producir algún escrito. Pero la concentración en este tipo de trabajo a veces se le hacía imposible, debido a ideas de tipo persecutorio que lo agobiaban; sin embargo, cuando era capaz de neutralizarlas dedicándose a escri­bir, por ejemplo, podia incluso sacrificar sin mayores consecuencias varias horas de sueño durante las cuales las pesadillas estaban ausentes. Este descubrimiento lo llevó a hacer esfuerzos para, a pesar de todo, defender su trabajo intelectual fuera del se sentía presa del total sin sentido. La escritura en la psicosis tiene como función ser un síntoma, una prótesis que anude lo simbólica, lo real y lo imaginario; pero también poderse hacer un nombre, como en el caso de Joyce (cuyo padre no ejerció su función), poder "hacer obra de la letra, lo que lleva a que su nombre pueda escribirse "Yo-hice".

CONCLUSIONES 

"El autoanálisis de Freud era una writing-cure y creo que es por eso que falló. Escribir es diferente de hablar. Leer es diferente de oír. La writing-cure, no creo en ella. ¿Qué es lo que quiere decir tener que escribir? Literatura, seguramente ... una chifladura", de­cía Lacan en la conferencia en Yale.

 Quizás escribir, como en el caso del paciente de las pesadillas, no sea la pana­cea, pero no cabe duda. de que la actividad sublimatoria implícita en la escritura, que el psicoanálisis propicio sin que éste sea su objetivo ni sea necesario para que tenga lugar, es un freno contra el goce que amenaza con la disolución del propio cuerpo que, el Otro voraz exige, cuando se convierte en presa de lo real sin senti­do de lo sexual. Y en el caso concreto de la psicosis, la actividad sublimatoria, val­ga por caso la escritura, ¡al facilitar el anudamiento imaginario con lo simbólico y lorea!, asegura nada menos que la existencia. La firma, indispensable, de la obra, viene a subsanar el vacío del nombre, tal como lo dice Pommier. En 10 que concierne al síntoma, si puede ser leído, es porque está inscrito en un proceso de escritura; inversamente, la escritura sería un síntoma en que la letra, como se vio, ya que es una formación del inconsciente, es goce cifrado. El neurótico viene a octurar con su síntoma  real no simbolizable, separándose de ese real y lle­gando a identificarse con él, modificado, mientras que para el psicótico el síntoma es una suplencia que le permite.fundonar, logrando un final de análisis aceptable si, tanto el neurótico como el psicótico, logran acceder a la modesta pero no siempre sencilla meta que Lacan propone para el  psicoanálisis: "cuando el analizante piensa que es feliz por vivir, es suficiente . 

UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA  




martes, 15 de octubre de 2024

QUERIDAS LECTORAS, QUERIDOS LECTORES (ANAGRAMA)

 


Moito Conto es una preciosa librería situada en la calle San Andrés de A Coruña, que lleva más de diez años acompañando a lectores y lectoras de Galicia. La regenta Esther Gómez, que además de librera también colabora como periodista cultural en la Cadena SER, y que ha tenido la amabilidad de responder a nuestro «Cuestionario librero:


- ¿Cómo se forjó tu pasión por los libros?

En mi casa había muy pocos libros, pero cuando era adolescente unos tíos míos abrieron una librería-papelería en la que fui encontrando un mundo para mí. Cuando tenía catorce años alguien puso en mis manos La ciudad y los perros de Vargas Llosa y ese libro me cambió. Fue la puerta a la literatura, nunca más quise cerrarla.

- ¿Cuál es el último libro que te has leído?

Triste tigre de Neige Sinno, una historia de gran potencia en lo que cuenta y su estilo narrativo. La violencia y sus consecuencias en una historia dura pero bella.

- ¿Rosalía de Castro o Emilia Pardo Bazán?

En este momento me quedo con Pardo Bazán. En los últimos años he descubierto facetas desconocidas de su obra creativa que la convierten en una mujer y una escritora valiente y llena de fuerza. 


El diablo dijo que no dirigida por ]Ernes Lubitsch


- ¿Qué libro tiene el mejor título del mundo?

Me encantan los títulos de los libros, cuando son bonitos siguen resonando en mí tiempo después de su lectura, por ejemplo: De noche, bajo el puente de piedra de Leo Perutz.

- ¿Qué autor o autora galega crees que no está suficientemente reivindicado?

Xosé Luis Méndez Ferrín creo que tiene una obra literaria de gran calidad que no ha llegado a todo el público que la podría valorar.

- Un guilty pleasure que no te importe confesarnos....

Asocio mis placeres culpables al tiempo de crianza. Cuando mis hijos eran pequeños fueron varios mis placeres culpables, confesables sin arrepentimiento alguno: Los ojos amarillos de los cocodrilos de Katherine Pancol es uno de ellos.

- ¿Cuál es tu libro de Anagrama de cabecera?

Tengo que mencionar dos: El adversario de Emmanuel Carrère y El amigo de Sigrid Nunez.




- ¿Nos podrías decir alguna petición extraña que te hayan hecho en la librería?


Las peticiones más extrañas suelen estar relacionadas con la zona de literatura infantil, como una ocasión en que una señora me preguntó por un libro de armas para un niño de cuatro años porque le gustaban mucho y le interesaba cómo estaban hechas.


También hay gente que piensa que las editoriales están para publicar temas que a ellos les interesan muchísimo, como un señor que entró en la librería y preguntó dónde estaba la sección de libros de extracción de petróleo.


- Si no hubieses sido librera, ¿a qué crees que te dedicarías?


Cuando era adolescente decía que quería ser médica o periodista, me gustaban por igual las ciencias y las letras, pero llevo tantos años en el mundo del libro que ya no puedo imaginarme haciendo otra cosa. Lo único que tengo claro es que cualquier otra dedicación sería en relación con las personas.


- ¿Cuál es el mejor final de un libro que recuerdas y por qué?


Hay grandes finales en algunos clásicos, como El gran Gatsby de Scott Fitzgerald, que es bellísimo e inquietante, pero me gustaría citar el final de un libro titulado La brecha de Mercedes Valdivieso recientemente recuperado por Editorial Firmamento. Esta obra de 1961 está considerada la novela fundacional del feminismo en Latinoamérica, me ha encantado su lectura y ese final que abre una puerta a la libertad y dice así: «Pongo más leños al fuego y pienso que soy como un recluso que hizo saltar la cerradura de su calabozo y a quien, después de ciertas escaramuzas, le está permitido pasearse por la enorme cárcel, conversar con los presos en sus celdas y luego sentarse a esperar frente a la puerta. Porque allí fuera es donde está la libertad»

NOVEDADES



Tras ocho años de la publicación de su última novela, regresa Alessandro Baricco a «Panorama de narrativas» con Abel. Un western excepcional y trascendente en el que el amor, el miedo y la muerte se conjugan para crear una pieza experimental, con traducción de Xavier González Rovira.

Publicamos en «Narrativas hispánicas» El exclaustrado, de Álvaro Pombo; una deslumbrante novela sobre la fe, las dudas, los engaños, los autoengaños y los deseos inconfesables. Tras ganar el Premio Francisco Umbral con Santander, 1936, el autor cántabro vuelve a demostrar su virtuosismo para retratar el alma humana.

La razón de la oscuridad de la noche, escrita por John Tresch y traducida por Damià Alou, es una innovadora biografía de Edgar Allan Poe que pone de relieve la relación de amor y odio con la ciencia de este poeta melancólico, ensayista cosmológico y narrador detectivesco. Aparece en «Biblioteca de la memoria».

Por último, incorporamos dos clásicos contemporáneos a sus respectivas bibliotecas en la colección «Compactos»: por un lado, Niños en el tiempo, en la «Biblioteca Ian McEwan», una novela con traducción de Javier Fernández de Castro en la que la desaparición de una hija quiebra un matrimonio; y por el otro, El ojo, en la «Biblioteca Vladimir Nabokov», una inquietante novela corta ambientada en el universo cerrado de la emigración rusa en la Alemania prehitleriana, con traducción de Juan Antonio Masoliver Ródenas.


PILDORAS


Berta García Faet y Pau Luque charlan sobre «Definiciones móviles»

La versión que hizo Soleá Morente de una canción de Leonard Cohen es el punto de partida de la conversación que la poeta Berta García Faet y el filósofo Pau Luque mantienen en el nuevo episodio de Tema libre, el podcast de Anagrama. Desde allí, los dos autores se plantean la existencia de las verdades morales para reivindicar la necesidad de construir historias que den sentido a nuestra vida. Lo puedes escuchar aquí:


Lola López Mondéjar gana el Premio Anagrama de Ensayo con Sin relato

El pasado 7 de octubre se anunció el fallo del Premio Anagrama de Ensayo 2024, que recayó en Sin relato. Atrofia de la capacidad narrativa y crisis de la subjetividad, de Lola López Mondéjar. Un libro entre la filosofía y el psicoanálisis en el que la autora despliega una cartografía de la pérdida de la capacidad narrativa del individuo posmoderno, que ve agudizada la dificultad para contarse a sí mismo y elaborar relatos. El jurado, compuesto por Jordi Gracia, Pau Luque, Daniel Rico, Remedios Zafra, Silvia Sesé e Isabel Obiols, destacó que la obra trata «sobre la complejidad de un mundo que anima a hablar de uno mismo todo el rato y que paralelamente boicotea la lógica narrativa y creativa que requiere todo sujeto para construirse como tal». ¡Felicidades, Lola!


Emilia, Pardo y Bazán
Cerramos esta newsletter dedicada a Moito Conto con «Preocúpate mañana», tema de la banda Emilia, Pardo y Bazán, cuyo nombre es un claro homenaje a la autora gallega, («una mujer y una escritora valiente y llena de fuerza», según Esther Gómez). El cuarteto de Talavera de la Reina confiesa que su nombre surge de su interés por Pardo Bazán, autora que «entraña mucha controversia y era amada tanto por la aristocracia como por el pueblo; y por otro lado nos interesaba la sonoridad del nombre que suena como las alineaciones de fútbol o los escritores de zarzuela y de copla como Quintero, León y Quiroga y cosas así».


lunes, 7 de octubre de 2024

LOS NOMBRES QUE OLVIDAMOS (CRÓNICAS SOBRE LA VIOLENCIA Y SUS VIOLENCIAS COTIDIANAS) MARÍA FITZGERALD

El prólogo de Ana Bejarano expresa que, "Estamos al frente de "un poderoso relato entrelazado que permite dar voz a tantos estamentos sociales que son borrados de la discusión pública, de los centros de poder y en general de la priorización de derechos en sociedad quebrada como la colombiana". Después expresa con lucidez: "Una de las más grandes barreras de la develación y desmonte de fenómenos históricos de desigualdad ha sido la ausencia del relato nacional". Estos libros evitan el olvido y la tragedia de las víctimas, igualmente nos recuerdan tajantemente, el país descuadernado por multiples violencias que padecemos todos los días. CESAR H BUSTAMANTE.

Intermedio editores. 


Suicidios invisibles: 


O las historias de nuestros racismos cotidianos


Empezamos a adentrarnos en la selva. Esa a la que, varias veces, me habían advertido que no entrara. Sin embargo, la seguí. Ella lideraba, cortando la maleza con un machete y pisando el suelo con firmeza, aunque llevara los pies descalzos. A veces caminaba tan rápido, por ese terreno tan empinado y estrecho, que la perdía detrás de alguna de las hojas enormes que nos rodeaban; pero pronto volvía a encontrarla a la distancia, luego de volver a ver su paruma naranja brillante. 


Al principio, nos adentramos las dos. Solas. Nos comunicamos por señas: yo no hablaba lengua embera y ella no hablaba español. Pero eso no detuvo la misión. Ella necesitaba mostrarme algo con urgencia, yo la seguí sin saber qué era pero con la certeza de que era muy importante. Su nombre, traducido al español, es Elia. Tenía, en ese momento, 53 años. Hoy debe tener 55 o 56. Su rostro, de rasgos endurecidos por el sol, de mandíbula marcada y ojos rasgados y pequeños, mantenía una expresión serena, sí, pero desconfiada a la vez. Distante. 


Ella iba despejando un camino que antes ya se había abierto, pero que por no ser transitado, estaba volviendo a cerrarse. Era un camino entre plantas espesas, de hojas grandes y espinas en las ramas que se clavaban a los tobillos. Con cada paso, se levantaba una nube de pequeños insectos, que dejaban puntos rojos en la piel que ardían. Tardaron meses en sanar y dejaron cicatriz. 


Mientras caminábamos, ella señalaba algunas zonas y, después, mientras extendía los dedos de las manos, hacía un sonido de explosión con la boca. Al tiempo, cruzaba las manos en señal de equis, intentando decirme que no pisara allí. No tomó mucho tiempo entender: me señalaba las minas antipersona con las que mantenían a su comunidad confinada desde hacía varios meses y que era, en ese momento, la principal causa de la desnutrición que vivían en su pueblo. 


Porque era una realidad: el confinamiento estaba matando a los más pequeños de hambre, mientras los más grandes a duras penas sobrevivían con los plátanos que crecían en la ladera del río, y los pocos peces que alcanzaban a pescar. 


Los cultivos habían quedado desconectados del pueblo, pues todo el camino que llevaba hasta ellos, estaba repleto de minas. Por el río tampoco se podía transitar, pues las patrullas de los grupos paramilitares prohibían la circulación desde las 4 de la tarde, además de que cobraban una tarifa por navegar. Eso, sumado a la gasolina –que rondaba los 200.000 pesos por galón, dado el trayecto tan largo que debían hacer para llevarla hasta allá–, hacía imposible moverse por el río. 


Imposible moverse por el río a ellos, los emberá dobida, gente cuyas vidas han girado milenariamente alrededor del río. Los embera están constituidos por dos grandes grupos, dependiendo de la región en la que se hayan consolidado. Están los embera eyabida, cuyas vidas giran en torno a la montaña. Se extienden entre la selva y la montaña y así mismo se organizan. 


En el caso de los dobida, no se trata de la montaña, sino del río. Todos los cabildos se organizan alrededor de él. La vida es el río y si este no se puede navegar con libertad, se acaba la comunidad. 


Mientras anduvimos en Tawa, al menos tres patrullas bajaron por el río. Patrullas paramilitares. Eran botes, rápidos y compactos, llenos de hombres uniformados y armados con pistolas que, desde la distancia, no pude reconocer: “Tienen de todo”, me dijo uno de los pocos hombres que hablaba español en la comunidad. “Es la primera vez que vemos hombres tan armados por acá. Nosotros sabemos que la idea que tienen es venir a escalar la minería”, aseguró. 


Él fue el traductor de la mayoría de nuestras conversaciones. Además, era el capitán de la barcaza en la que nos desplazamos por todo el río. Lo hacía con ayuda de su hijo: un adolescente delgado que había pintado las puntas de su pelo de color rubio y que jugaba fútbol como delantero y usando botas de caucho. 


Nuestro traductor y capitán tenía una sola pierna. Tiempo atrás, cuando el frente 57 de las FARC era el encargado de dominar en la zona, él había caído en una de las minas plantadas por ellos. Desde entonces dirigía las barcazas con la ayuda de una muleta hecha en madera a la que le había amarrado una tela en la zona de la axila, para evitar astillarse. 


Desde el nuevo confinamiento, los habitantes de Tawa ya habían logrado detectar las minas más cercanas al cabildo. Por eso conseguían encontrarlas en medio de la maleza. Pero nada era garantía. En cualquier momento, un paso más allá del área conocida significaba activar alguna de las minas, plantadas, esta vez, por la violenta escalada de las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC), que venía avanzando por todo el río Atrato, desde Vigía del Fuerte, hasta el alto río Andágueda, o río Uva, como también se conoce, en donde estábamos.


La escalada del grupo armado se recrudeció en mayo de 2021. Desde Antioquia, varias patrullas de paramilitares, pertenecientes al Frente Pablo José Montalvo, empezaron a subir por el río Atrato, apropiándose de todas las poblaciones que encontraban en su camino. Miles de habitantes, en su gran mayoría afrodescendientes e indígenas, habían vuelto a sentir el rigor de la guerra en sus territorios. 


En todas las casas, las pintas señalaban a quién le pertenecía la zona. Tres letras, AGC, marcaban las casas, las lanchas, e incluso, habían sido grabadas con un cuchillo en el lomo de un perro mono de pelo corto. 


Esa escalada había ido consumiendo uno a uno los pueblos de toda la zona. Desde San Isidro, hasta Pogue, todas las comunidades afro ya sabían que debían ceder ante el nuevo orden. No se podían resistir, el despliegue en armas y hombres era, por mucho, superior al de otros grupos –como la Compañía Néstor Tulio Durán del  ELN– que intentaron ganar poder en la zona. 


Desde el Acuerdo de Paz con la extinta guerrilla de las FARC, que se firmó con el gobierno de Juan Manuel Santos en septiembre de 2016 y significó el desarme de miles de personas que se mantuvieron en armas durante más de 60 años, los elenos intentaron avanzar para asegurar el poderío en todo el Alto Andágueda, bajando hasta Quibdó. Para lograrlo, reclutaron a muchos de los jóvenes que vivían en la zona. Todo hombre, o mujer, que tuviera más de 14 años, era llevado. Así me lo contó Rosa, una lideresa afrodescendiente de Pogue, cuyo nombre ha sido cambiado por su protección. 


Porque pasa algo con la guerra: rara vez acaba. Contrario a lo que se esperaba, y debido al muy bajo porcentaje de cumplimiento de los Acuerdos en todo el territorio nacional, otros grupos aprovecharon la porosidad que se había formado en las lógicas del conflicto para entrar a ocupar con agilidad sus espacios. Eso significó el crecimiento de varios grupos como el ELN, además, por supuesto, del regreso a armas de personas que firmaron la paz y al notar que sus vidas continuaban en peligro, decidieron regresar a cargar un fusil para protegerse. 


Para muchos, el monte resultó siendo la única salida, una vez más, para sobrevivir. Hasta hoy, más de 355 excombatientes han sido asesinados. A esto se suma la inmensa desazón que muchos han tenido que enfrentar por los prejuicios, por la falta de comprensión, por la falta de apoyo a sus proyectos productivos, por las promesas incumplidas y la constante réplica de la violencia que sólo sabe multiplicarse. 


Cuando visité a Rosa, el día anterior habían estado en asonada. Justamente, los elenos intentaron llevarse a más muchachos de Pogue. Pero, en ese momento, las patrullas de las AGC habían llegado al pueblo y los habían sacado corriendo. Hubo balacera por varios minutos. Hirieron a tres adultos del municipio. A Rosa casi le disparan en una pierna, pero el proyectil pasó a centímetros y se clavó en el piso de tierra. Me mostró el hoyo: estaba justo en el centro de la sala de su casa. 


“Nosotros sí creímos que las cosas iban a cambiar luego de que se fueran las FARC”, me contó entre susurros porque no se sabía si algún informante podría estar escuchándonos. “Pensamos que iban a entender que por acá necesitamos ayuda porque por fin sentíamos que habían puesto los ojos por acá. Pero no. Hubo tal vez algunos meses de más tranquilidad. Pero usted sabe que el negocio es lo que los llama, entonces no demoraron mucho en venir otros. Ahorita llegaron a los que menos queríamos. Porque los paras siempre son los peores”, decía Rosa. 


Para ese momento, un terigio estaba terminando de tomarse entero su ojo derecho. Sabía que, a ese ritmo, perdería la visión en pocos meses. Pero la falta de dinero, y de servicios en salud, no le permitían contemplar salir de Pogue hasta Bogotá, donde podrían hacerle una intervención para salvar su visión. 


El intenso sol de la zona tampoco ayudaba; ni tampoco el agua del río, que cada día estaba más contaminada. Eso, pese a que el río Atrato fue reconocido por la Corte Constitucional como sujeto de derechos, en el 2016. Su protección es esencial, sobre todo, por la enorme importancia que tiene a nivel socioambiental. 


Desde San Isidro, las aguas cada día se tornaban más oscuras. Llegando a él, el agua era tan turbia que tenía grandes parches negros, que se entremexclaban con las aguas turbulentas que continuaban bajando desde allí hacia el resto de los municipios. 


En San Isidro, que queda a unos 40 minutos de Quibdó en lancha rápida, la minería con dragas había iniciado apenas unos meses atrás. Sin embargo, el agua ya estaba tan contaminada, que a los niños se les llenaba la piel de grandes manchas blancas y marrones. Parecidas a las que vimos en el río cuando subíamos. 


“Las manchas les salieron porque no tenemos otra agua para lavarlos, o para tomar nosotros. Si así se ven por fuera imagínese cómo están por dentro”, me dijo el papá de uno de los niños más afectados por las manchas que ya le cubrían todo el rostro y el torso. En pocos días, se le habían empezado a extender por las piernas también. 


San Isidro es uno de los municipios más pobres de todo el país. Es, además, bastante pequeño. Allí, la mayoría de casas están construidas con escombros y tablones. Justo en el centro del pueblo, hay una pequeña capilla blanca, con bordes azules y amarillos, que ese día nos recibió con campanazos. 


Sonaron 12, al mediodía. Al mismo tiempo, el sol se destapó, recrudeciendo ese calor que sólo ralentizó todos los movimientos y únicamente pudo ser calmado con agua helada y buscando algo de refugio en la sombra de algún árbol. 


Sin embargo, cuando llegamos hasta allí, dos dragas gigantescas estaban justo al frente, donde las lanchas se parqueaban para desembarcar. Ni siquiera el calor que podría descompensar a cualquiera, detenía la búsqueda convulsa de las máquinas que abrían inmensos socavones en el río, y luego la oleada de niños pequeños y mujeres embarazadas que se arrojaban justo debajo de las dragas, buscando en los hoyos que formaban, para sacar unas pocas pepitas de oro y así poder subsistir. 


Esas máquinas son ilegales, por el inmenso daño ambiental que causan –principalmente, por el uso de mercurio que contamina gravemente el agua–. Pero, según los habitantes de la zona, los paras las cuidan para una empresa israelí que tiene presencia en Chocó y que capta ilegalmente el mineral en esa zona, para no reportarlo en sus ganancias totales. Además, porque allí no les dieron licencia para funcionar. 


Entre risas, un profesor del pueblo contaba que, para presentar resultados en la lucha contra la minería ilegal, las autoridades fingen explotar las dragas para captarlo en video. Ese es el que mueven por la prensa y en las redes sociales. Pero, justo el día anterior, avisan a los grupos que las controlan para que saquen las maquinarias internas –que son la parte realmente valiosa–, y dejen el cascarón. Eso, al final, es lo que alimenta el espectáculo. 


Estas son estructuras grandes, pesadas, con una especie de casa incrustada en la parte de arriba, y por debajo tienen un inmenso brazo mecánico hecho de metal, por lo general oxidado cuando son ilegales, que se encarga de remover las aguas y la tierra, recoger el producto del fondo del río y, ahí sí, filtrar esa greda para encontrar los rastros de oro. 


Apenas 3 meses atrás habían aparecido las dragas. O dragones, como también los llaman. Tal vez dragones sea un nombre que hace más justicia a lo que hacen: por un lado, el ruido estrepitoso que causan recuerda a cómo nos hemos imaginado que sonaría un dragón. Por otro lado, dejan a su paso la destrucción que nos hemos imaginado que dejaría un dragón. Sólo que, acá, nada es imaginario.  


De ahí, hacia arriba, el río todavía resistía. 


Las aguas, a medida que nos adentrábamos en la selva, se iban aclarando. Hasta Pogue navegamos en lancha rápida. Fueron 8 horas de recorrido, a toda velocidad, entre aguas picadas. El recuerdo de las manchas en los rostros de los niños en San Isidro hacían temer que  el agua nos tocara. Porque el río se veía muerto. En todo ese camino no tuvimos aves, tampoco peces, sólo las redes de algunos pescadores artesanales que buscaban sacar algo. 


Ya en Pogue ocurría una división. Este pueblo está encallado en la mitad de dos vertientes del río. Hacia un lado, continúa el recorrido por las comunidades más cercanas a Antioquia, entre ellas, una que trae el recuerdo de una de las masacres más escalofriantes de la historia del país: Bellavista. Pero, tal vez, ese nombre no sea tan recordado como el del municipio: Bojayá. 


La masacre de Bojayá dejó por saldo a más de 80 personas asesinadas, entre las que casi 50 eran menores de edad. Ese día, un dispositivo explosivo cayó en la iglesia central del pueblo, en la que los habitantes de la cabecera municipal se habían refugiado pues un enfrentamiento entre la guerrilla de las FARC y los paramilitares los había acorralado. Algunos de los sobrevivientes perdieron a sus familias enteras aquel día. Personas como Leyner Palacios, que años después, y luego de ser comisionado para la Comisión de la Verdad, tuvo que dejar el país por las amenazas de muerte que empezó a recibir. Todo, por buscar la verdad, no sólo la suya, sino la de todos los actores que estuvieron involucrados en esta, y en la infinidad de masacres que han marcado a Colombia. 


En la Nueva Bellavista, que se construyó años después de la masacre con algunas de las personas que sobrevivieron, y con otras que bajaron de las poblaciones más metidas en la selva, hay un monumento que se encarga de recordar la barbarie. 


Las tumbas en el monumento se extienden, una encima de otra, por una pared de unos 9 metros de largo y 4 de alto. Son tumbas hechas de baldosa gris brillante, marcadas cada una con una cruz negra y el nombre de la persona que fue asesinada aquel día. 


Encima, un yarumo alto le da algo de sombra, bajo la que suelen refugiarse, también, familias enteras de indígenas embera que esperan, frente a una oficina de atención para las víctimas, algún subsidio o un mercado que pueda ayudarles a pasar menos hambre. 


Bajan todos, en grupos conformados por decenas de personas, todas montadas en una lancha de madera delgada y alargada, usualmente cargada también con el equipaje de los viajeros: entre grandes costales llenos de plátanos, hamacas, algo de ropa, loritos y uno que otro perro.  


Ellos llegan desde Nuevo Olivo, Tawa, y todos los pequeños y grandes caseríos embera dobida que suben por todo el río Uva. Una vez pasamos la influencia de la minería, en cada centímetro de agua que recorríamos se iba haciendo más y más evidente que las aguas, los animales y la selva respiraban. Sin el destrozo de las dragas, la vida reaparece. 


Ese río verde cristalino, tan limpio y de aguas tan puras que, desde la superficie, es posible ver con claridad hasta el fondo. Era imposible no sumergir las manos para sentir esa agua helada corriendo entre los dedos. Está, además, lleno de pequeños peces multicolores, que son pescados cuando se asoman a la superficie por el Martín Pescador, un pequeño y ágil pájaro de plumas azules en el lomo y naranjas en el pecho. En los bordes, las babillas descansan y toman el sol y evitan las corrientes que se arrecian por las grandes rocas que invaden el río en su centro. 


Transitar ese río, en una barcaza angosta construida en madera, significaba sentir el toque de cada roca en todo el cuerpo. Por momentos, el río era benevolente y permitía una corriente calmada, que iba arrullando con una delicadeza que, sumada a una brisa suave, lograba adormecer por momentos; pero justo cuando el sueño iba ganando, luego de horas de ir sentados y días de dormir y comer mal, llegaba alguna corriente rápida que hacía que la fe se reestableciera y quienes estábamos adentro empezáramos a pensar en oraciones, para pedir que la barcaza se mantuviera firme y que alguna de las rocas no terminara por hundirla. 


No fue suficiente. En una de las corrientes más fuertes, la barcaza quedó encallada entre dos rocas grandes que terminaron por abrirle un hueco al fondo. Sin embargo, el capitán de la barcaza se acercó rápido a la orilla del río y, con una cáscara de plátano, creó un tapón que nos permitió llegar hasta nuestro destino, justo cuando ya se acercaba la hora en la que el toque de queda iniciaba. 


Durante el día, se siente el ruido de las aves que pasan sobrevolando por el río y perdiéndose entre la selva. Los rincones se llenan de grandes arañas, algunas negras y llenas de pequeños vellos, otras extrañamente calvas y con patas largas y delgadas. Caminan entre las rendijas de las casas construidas con madera, que se sostienen sobre 4 postes altos y son finalizadas con techos de paja amarrada en bloques. 


En las noches, el silencio se llena con los gritos de los monos aulladores que, con un arrullo constante, recuerdan el murmullo de cientos de voces unidas en oración. Casi como si rezaran a ese cielo que, por más que se le buscara, no tenía un solo espacio sin estrella. 


Fue en una noche como esas que el hijo de Elia decidió entrar a la selva, caminar en medio de las minas, adentrarse en la maleza, abriendo a machete un camino que se había cerrado por falta de uso, cortar una manga de su camiseta, colgarla en un árbol y, finalmente, suicidarse. Quienes lo vieron por última vez aseguraron que parecía llevado por algún tipo de trance. Nadie lo pudo detener. Aunque él ya había anunciado lo que haría. 


MARÍA FITZGERALD



viernes, 4 de octubre de 2024

Juliana Martínez, Haunting without Ghosts:Spectral Realism in Colombian Literature, Film, and Art.Austin: University of Texas Press, 2020. 232 p (Fantasmas sin fantasmas: realismo espectral en la literatura, el cine y el arte colombianos.Austin: University of Texas Press, 2020. 232 )

Tomado de la revista H-revista de historia, teoría y crítica de arte de la universidad de los Andes de Bogotá.

La autora elabora una extensa y matizada discusión teórica en la introduc[1]ción. Allí analiza sus conceptos clave con ayuda de los trabajos de Jacques Derrida y T. J. Demos y examina un escrito de Rory O’Bryen —Literature, Testimony, and Cinema in Contemporary Colombian Culture: Specters of La Violenciaque funge como su precedente inmediato. Martínez propone extender el aná[1]lisis de O’Bryen para comprender el periodo que abarca desde la década de los años ochenta hasta la firma del acuerdo de paz en el 2016. Los análisis de estos pensadores constituyen el andamiaje conceptual sobre el que ella desarrolla su propia tesis. CESAR H BUSTAMANTE

Juliana Martínez se centra en Haunting without Ghosts en el estudio de los dos conceptos principales que introduce su título, “haunting” —de difícil equivalencia en español, pues podría significar simultáneamente acechar, perseguir, embrujar— y el paradójico “realismo espectral”, conceptos que relaciona, por una parte, con los efectos del conflicto armado sobre la población colombiana y, por otra, con ejemplos específicos de la producción literaria, fílmica y artística contemporánea en el país.

La autora elabora una extensa y matizada discusión teórica en la introduc[1]ción. Allí analiza sus conceptos clave con ayuda de los trabajos de Jacques Derrida y T. J. Demos y examina un escrito de Rory O’Bryen —Literature, Testimony, and Cinema in Contemporary Colombian Culture: Specters of La Violencia—que funge como su precedente inmediato. Martínez propone extender el aná[1]lisis de O’Bryen para comprender el periodo que abarca desde la década de los años ochenta hasta la firma del acuerdo de paz en el 2016. Los análisis de estos pensadores constituyen el andamiaje conceptual sobre el que ella desarrolla su propia tesis.

Siguiendo a Derrida, la autora entiende el “realismo espectral” como un concepto metafórico, “una forma de narrativa que se toma en serio al fantasma, aunque no de forma literal” y que aprovecha “el potencial disruptivo del espectro, pero trasladando el enfoque de lo que el fantasma es a lo que el espectro hace”.

A esto añade, en relación con la tradición realista (a la que dedica un apartado importante), que es un concepto útil para categorizar estéticas que, aunque com[1]prometidas con reflejar realidades sociales, “entienden esa realidad como algo que incluye y abarca las voces y las historias de quienes ‘no están ya, no todavía ahí’” (citando a Derrida). Desde este punto de vista Martínez concibe la obra artística “como el conjuro disruptivo y transformador de esas fuerzas reprimidas y expulsadas”, y a sus autores como “exorcistas” que “no expulsan sino conjuran a los espectros”.

En su opinión, los “productores culturales” (término que usa, sin definirlo, para referirse a los literatos, cineastas y artistas) confrontan en la época reciente múltiples desafíos provenientes de su entorno sociopolítico y cultural. Por una parte, desean comunicar sus propias percepciones, emociones y perspectivas de lo que acontece en Colombia; por otra, buscan desarrollar herramientas para expresar las vivencias de quienes han sido afectados por el conflicto y la violencia. Las vivencias y las herramientas convergen en el realismo espectral: los productores culturales que ejemplifican esta corriente “comparten tanto una preocupación por lo que ya no se puede ver —pero persiste— como una voluntad de dar cuenta de las desapariciones y silencios que constituyen la historia reciente de Colombia” y emplean técnicas representacionales que “tejen la desaparición, la ambigüedad y la reflexión crítica”. Comparten también una “ansiedad ética” (término tomado de María Helena Rueda) en tanto buscan evitar lo que otros autores y artistas han hecho al ofrecer una visión explotadora, comercializadora, objetivizante y “erotizada” de los eventos traumáticos. En consecuencia, estos productores actuales proponen un acercamiento que, en vez de centrarse en el trauma y la pasividad individual y colectiva que estos eventos pueden implicar, estimule o genere una actitud activa que clame por la justicia y el cambio frente a las situaciones que afrontan miles de personas.

Una de las fortalezas del texto de Martínez reside en los análisis y argumentos que la autora desarrolla para explicar cómo los “productores culturales” han afrontado la mayoría de los desafíos mencionados. Con base en el andamiaje teórico y conceptual desarrollado en la introducción Martínez analiza dos novelas de Evelio Rosero, tres películas realizadas respectivamente por William Vega, Jorge Forero y Felipe Romero, y obras de tres artistas plásticos: Juan Manuel Echavarría, Beatriz González y Erika Diettes.

En las novelas de Rosero (En el lejero y Los ejércitos) Martínez identifica el uso de herramientas narrativas desconcertantes que hacen eco de la experiencia de los personajes que confrontan la violencia, en ambos casos la desaparición forzada de seres queridos. Se trata de recursos formales que evocan la dificultad de ver, de discernir y de comprender. En su búsqueda los protagonistas (y el lector) sufren una desorientación temporal y espacial que refleja la disrupción de sus vidas a partir de sus pérdidas. Simultáneamente, están expuestos y son vulnerables ante las miradas de los demás; en algunos casos ellos mismos ejercenun tipo de mirada cosificante o escopofílica, impulsados por un deseo de very de controlar a otros e incluso de violentarlos. Coexisten así en estas novelas la mirada dominadora y la visibilidad “háptica”, los tiempos cronológicos y los subjetivos, los espacios controlables o “estriados” y los ambiguos o “suaves” (según la terminología de Deleuze y Guattari), la vulnerabilidad y el poder, lo familiary lo extraño. En palabras de la autora, en su espectralidad los escritos “presentan lo que no se puede ver, pero persiste, está de alguna manera ahí”. Tal presencia reclama, en su opinión, una “justicia restaurativa”.

Así como las novelas de Rosero suponen dificultades para los lectores, las películas La sirga de William Vega, Violencia de Jorge Forero y Oscuro animal de Felipe Guerrero no son accesibles en un sentido convencional: no parecen mostrar nada, son lentas, carecen de diálogos. También en ellas los cineastas dan prioridad a las vivencias traumáticas de los protagonistas y utilizan para comunicarlas herramientas desorientadoras como el manejo irregular de la cámara, las tomas desenfocadas y los sonidos ambientales en lugar de narrativas explicativas.

En todas ellas, según Martínez, “en lugar de la claridad visual y narrativa predominan la emoción y la tensión irresuelta”. La autora discute las similitudes y diferencias de estas películas con las del neorrealismo italiano, que entiende como un precedente del realismo espectral en el cine. Adicionalmente, ubica el cine colombiano reciente dentro de la historia del cine latinoamericano y resalta la reciente oleada de películas centradas en poblaciones, sobre todo rurales, históricamente marginadas.

 Continuando con su análisis de obras producidas en la esfera de las artes visuales Martínez analiza el documental Réquiem NN, realizado por el artista Juan Manuel Echavarría. De esta y las demás obras discutidas en esta sección (y en el epílogo) Martínez afirma que se ofrecen como espacios de reconocimiento, duelo y reparación simbólica de las pérdidas irreversibles. Desde esta perspectiva discute e interpreta las reacciones de los habitantes de Puerto Berrío en Requiem NN, que rescatan cadáveres del río Magdalena provenientes de otros municipios para darles una sepultura digna y “adoptarlos” con el ánimo de recibir sus favores. En este caso no solo el documental, sino el río y el cementerio en los que se enfoca el artista, constituyen para Martínez “lugares espectrales”.

También la obra Auras anónimas realizada por Beatriz González en los columbarios del Cementerio Central de Bogotá es vista por la autora como un espacio espectral en el que se da sepultura y reconocimiento simbólico a múlti[1]ples muertos de la historia pasada y reciente de Colombia. Martínez enriquece la interpretación de la obra al vincularla a la historia del cementerio y también al analizarla a la luz de otra serie de González, Cargueros, de la que la artista toma las imágenes que plasma en los columbarios.

Finalmente, Martínez discute más detalladamente cuatro obras de Erika Diettes: Río abajo, A punta de sangre, Sudarios y Relicarios. En su análisis resalta la relación directa que establece esta artista con los familiares de algunas víctimas de desaparición forzada quienes la proveen de objetos o reliquias que ella integra en dos de estas obras y que comparten con ella sus testimonios de lo que les ha

acaecido a sus seres queridos. En esta sección propone comparaciones ilumina doras con obras de Óscar Muñoz y Doris Salcedo a las que, no obstante, habría podido dedicar un estudio más detallado (aunque propone en el epílogo una lectura cuidadosa de Fragmentos). Sin desconocer la profundidad del análisis de las obras de Diettes, llama la atención que la autora no aplique a Sudarios su crítica a la visibilidad cosificante con el mismo rigor que en otras secciones del libro, tratándose de una obra en la que la visibilidad de personas que han sido directamente afectadas por hechos violentos juega un papel preponderante.

El libro de Martínez es especialmente valioso debido al carácter elucida territorio y riguroso de las discusiones con las que busca darle validez hermenéutica al concepto del realismo espectral. Particularmente enriquecedores son sus análisis críticos de cada novela, película y obra visual y plástica. También de gran aporte son sus contextualizaciones históricas de los campos de la literatura y el cine, así como de la situación sociopolítica colombiana reciente, incluyendo su discusión de conceptos como el de “densidad histórica”, “neoconflicto” y “violencia objetiva”.

Debido quizás a la forma en que Martínez ha construido algunas secciones del libro a partir de artículos previamente publicados, tiende a haber repeticiones, sobre todo en su presentación del andamiaje teórico y conceptual ampliamente desarrollado en la introducción. Por contraste, el texto carece de un análisis del estado del arte, que en el caso de las obras visuales y plásticas habría complementado su investigación y puesto más claramente de relieve su aporte específico.

Finalmente, hay un punto clave que afecta tanto la metodología como el rigor y la solidez de algunos planteamientos centrales. Este punto queda sin resolver desde que la autora plantea dos preguntas distintas en la introducción, ambas derivadas del concepto de “haunting”: por un lado, ¿cómo es que la violencia histórica acecha espectralmente (“haunts”) a los productores culturales y les genera los desafíos estéticos y éticos anteriormente mencionados? Por otro, ¿cómo es que estos a su vez acechan espectralmente a sus lectores y espectadores por medio de sus obras? El énfasis y, a mi modo de ver, el mayor aporte de sus análisis está en su discusión del primer aspecto. Sin embargo, Martínez insiste en cada caso en demostrar lo segundo: que los espectadores se ven “haunted” y en consecuencia motivados a buscar la justicia y reparación de los espectros.

No solo es ampliamente discutible cuál pueda ser la recepción de las obras por parte de su audiencia, sino que Martínez omite sustentar sus afirmaciones en un análisis de las reacciones concretas de espectadores o críticos. En consecuencia, da la impresión de que ese último aspecto, que figura en su argumento como uno de los componentes esenciales del realismo espectral, le ha sido impuesto a las obras más que haber sido inducido, como los demás, de sus análisis cuidadosos. Un ejemplo ilustra con especial claridad este punto. En su interpretación de Réquiem NN Martínez considera que la labor de “adopción” de los muertos recogidos del río puede ser leída como un acto de duelo y justicia por parte de los adoptantes. Sin negar el derecho a esta posible interpretación o que las vivencias de quienes realizan las adopciones puedan coincidir con esta apreciación, es cuestionable el suponer que los diferentes gestos con los que reciben a estos cadáveres anónimos puedan realmente concebirse como actos significativos y objetivos de reparación y reconocimiento, incluso a nivel simbólico. Lo que resulta intrigante es más bien la existencia misma de estos gestos y de los esfuerzos de la población de Puerto Berrio por recibir favores bajo la creencia de que están realizando un acto de duelo hacia estos seres anónimos y sus familiares igualmente desconocidos.

Dejar como una cuestión abierta la pregunta por la recepción de las obras por parte del público y centrarse más claramente en las implicaciones de su rico y complejo estudio le habría permitido a Martínez desarrollar más extensamente las conclusiones que apenas esboza en el epílogo, donde reitera gran parte de las tesis de la introducción. Sería enriquecedor, en este sentido, ensayar interpretaciones alternas y complementarias sugeridas por los análisis que aventura este libro y reflexionar más profundamente sobre sus aportes desde un punto de vista humano y artístico más universal. Discutir, por ejemplo, las implicaciones del intrincado tratamiento que proponen estas obras de los diversos tipos de comprensión, visibilidad, espacialidad, temporalidad, familiaridad y extrañeza, y sus evocaciones de lo liminal, aquello que existe, como explica Martínez, entre lo material y lo inmaterial, la presencia y la ausencia, la vida y la muerte. En otras palabras, aunque el libro demuestra de manera convincente que los conceptos de “haunting” y de realismo espectral son pertinentes y valiosos para analizar las obras seleccionadas y realiza un diagnóstico esclarecedor de una tendencia reconocible en el campo cultural colombiano contemporáneo, sería de gran valor resaltar también las múltiples e iluminadoras perspectivas que ofrecen Rosero, Vega, Forero, Romero, Echavarría, González y Diettes sobre los comportamientos, las vivencias y las creencias de los individuos y los grupos humanos recreados en sus trabajos, así como la riqueza perceptual y cognitiva de las herramientas formales desarrolladas en las obras