martes, 24 de septiembre de 2024

POSSMODERNIDAD: UN PRISMA PARA PENSAR EL SIGLO XXI GERMAN CANO

 


Arriba; Nietzsche, Lyotard y Foucault. Abajo Derrida, Freud y Marx

Publicado por "Nueva revista".

Nueva Revista de política, cultura y arte. | Revista de cultura y reflexión


La posmodernidad es, para el autor, profesor de Filosofía, el horizonte intelectual desde el que tenemos que pensar en el siglo XXI. Cano advierte que, para la izquierda, la posmodernidad supone abandonar la preocupación por las injusticias económicas y sociales y trasladar la agenda hacia las luchas culturales, en «un desplazamiento de Marx a Freud», en palabras de Richard Rorty.


¿Por qué ha regresado con tanta fuerza recientemente, sobre todo en el marco de nuestros debates políticos, el rótulo posmodernidad para explicar nuestros desafíos o impasses? ¿En qué sentido esta discusión, que tuvo su momento álgido en la década de los ochenta como una forma de delimitar un nuevo tiempo histórico o, mejor dicho, un tiempo paradójicamente poshistórico, puede tener algún sentido entrando en la segunda década del siglo XXI?


Ciertamente, hay algunas claves generales que nos pueden ayudar a seguir ahondando en esta caracterización epocal. Fenómenos como la posverdad; la mutación del liberalismo clásico en neoliberalismo; el paulatino declive de la política representativa y los partidos tradicionales; las nuevas «indignaciones» sociales sin cabezas visibles; los nuevos populismos y el retorno de dinámicas carismáticas; la crisis de la izquierda, sobre todo en su vertiente marxista; el cambio climático y un peligro ecológico que evidencia la finitud del planeta; la esterilidad de la crítica y las mediaciones tradicionales en un mundo horizontal en red; o la vitalidad de las nuevas olas feministas… todos ellos son indicios que parecen contextualizar nuestro presente en continuidad con las premisas posmodernas.


Vivimos tiempos volátiles donde tanto la tradición procedente del liberalismo como la del marxismo encuentran dificultades de comprensión


En primer lugar, con lo que un pensador posmoderno como Jean-François Lyotard llamó «la crisis de los metarrelatos» (Progreso, Emancipación, Futuro, Igualdad, Lucha de Clases…), lo que ha llevado a algunos críticos a la izquierda del posmodernismo a sostener que este diagnóstico no es sino una versión desmovilizada del izquierdismo espontaneísta y una funesta «retirada» política de sus vanguardias intelectuales. Segundo, con un marco sociológico definido por la pluralidad, la fragmentación y la descomposición de las identidades tradicionales. Tiempos volátiles, no cabe duda, donde tanto la tradición procedente del liberalismo como la del marxismo encuentran dificultades de comprensión.


Así, por ejemplo, tomando la figura del citado Lyotard, quien, desde luego, popularizó el término y asumió, a diferencia de otros colegas, la etiqueta intencionadamente, se suele cuestionar este giro posmoderno tanto desde la derecha como desde la izquierda.


Desde la primera por fragmentar las identidades tradicionales y la ética del trabajo; desde la segunda por plantear toda distancia respecto a las formas estructuradas y organizadas de lucha contra el capitalismo, entendidas como supuesta repetición de las mismas ilusiones que pretendían combatir.


Al quedar erosionada la idea utópica de una emancipación humana universal, categorías como género, raza o colonialismo sirven como microidentidades de recambio


De ahí la necesidad de luchar contra esos falsos ídolos que serían los fundamentos, los valores absolutos, la verdad y la «representación»; sería, pues, la hora de celebrar el afecto y el deseo; de desestimar toda vanguardia o pedagogía, de abandonar el texto por la interpretación, de sacrificar la virtuosa unidad por el trampantojo de la diversidad. En este panorama no es dato menor la importancia que el llamado «giro lingüístico» tuvo lugar en los debates contemporáneos en la filosofía de la ciencia y las ciencias de la cultura.


SIGNIFICADO DE LO POSMODERNO


Dicho esto, preguntémonos no tanto por el significado hoy de lo posmoderno como por su uso. Es decir, realicemos una aproximación al debate no tanto en términos teóricos como pragmáticos. ¿Quiénes y bajo qué condiciones se está usando el significante posmodernidad como arma arrojadiza o como término impugnatorio para, de alguna manera, cerrar un debate mucho más complejo?


En cierto modo, el uso actual de posmoderno tiene algunas similitudes con el de populismo: más que una autodefinición, ambos son términos que sirven fundamentalmente como un insulto, que revelan un cierto tipo de incomodidad moral o que se lanzan peyorativamente como epítetos confusos, no bien definidos. En síntesis, cuando se usa habitualmente el término posmoderno, este suele aparecer en un contexto defensivo respecto a un supuesto marco de legitimación epistemológico, moral o cultural que se valora como erosionado.


Preguntando por su uso, apreciamos hoy que el problema posmoderno tiene que ver fundamentalmente con un hecho: el paulatino desplazamiento en la agenda política —en realidad, una retirada o claudicación— de la preo-cupación por las injusticias económicas hacia las humillaciones culturales; «un desplazamiento de Marx a Freud, o de la problemática del egoísmo a la problemática del sadismo» que ha producido la emergencia de «una izquierda cultural dentro de la academia», por decirlo en el análisis crítico de un socialdemócrata como Richard Rorty (1).


Según esta lectura, este giro parcialmente funesto hacia las po- líticas de la identidad y las diferencias culturales o hacia luchas orientadas al «reconocimiento» habría terminado eclipsando otras cuestiones como la justicia social o la redistribución económica, distanciando a esta nueva intelectualidad de la agenda política concreta y promoviendo «estudios de victimismo».


Desde las filas del marxismo revisionista de Žižek podemos encontrar un diagnóstico parecido (2): un nuevo pa-radigma habría triunfado desde la década de los ochenta sobre el nuevo campo de batalla de las reivindicaciones sociales. No es difícil seguir su rastro: la lógica subyacente que recorre fenómenos tan aparentemente diferentes como el multiculturalismo, las reivindicaciones de género, el miedo a la globalización surgido al socaire de la crisis de la Unión Europea o las nuevas reconstrucciones históricas nacionalistas revelarían un nuevo mapa de luchas, significativamente más culturales que directamente económicas,nacido de la desvertebración de ese horizonte sociopolítico que, por simplificar, llamaremos moderno.


En el relato de la izquierda el giro posmoderno se entendería como un revés político, una compensación o suplemento ante la derrota


Un modelo de recambio para la izquierda tradicional cuyas presuntas bondades oscurecen, a juicio de Žižek, un alto precio desde el punto de vista de sus antiguos objetivos emancipadores. A medida que las aspiraciones a la comprensión de la totalidad social del marxismo dejaron de convertirse en el gran referente crítico del sistema capitalista y el concepto de clase social deja de ser útil en el plano teórico, el descontento social se canaliza de otro modo, transformándose en un número indefinido de rei- vindicaciones colectivas totalmente independientes entre sí. Es decir, al quedar erosionada la idea utópica de una emancipación humana universal, categorías como género, raza y colonialismo sirven como nuevas microidentidades de recambio.


Žižek reconoce que el desplazamiento del relato izquierdista posmoderno del pasaje del marxismo «esencialista» con el proletariado como único Sujeto Histórico, el privilegio de la lucha económica de clase, etc., a la irreducible pluralidad de luchas posmodernas, describe indudablemente un proceso histórico real.


El problema es que sus partidarios, como regla, omiten la resignación que implica la aceptación del capitalismo como la única opción, la renuncia a todo intento real de superar el régimen capitalista existente, naturalizando en esa medida el trasfondo estructural. «En la medida en que la política posmoderna implica un “repliegue teórico del problema de la dominación dentro del capitalismo”, es aquí, en esta suspensión silenciosa de la lucha de clases, cuando nos encontramos ante un caso ejemplar del mecanismo de desplazamiento ideológico: cuando el antagonismo de clase es repudiado, cuando su rol estructurante clave es suspendido, otros indicadores de la diferencia social pueden pasar a soportar un peso inmoderado; de hecho, pueden soportar todo el peso de los sufrimientos producidos por el capitalismo» (3).


DESVINCULACIÓN DEL MARXISMO


Ha sido Perry Anderson, ciertamente, en su recorrido de la escena marxista de Europa occidental quien mejor ha acotado el futuro marco de discusion sobre la posmodernidad y sus supuestos repliegues políticos de los setenta, señalando los límites de esta posición culturalista «hipertrófica» y entendiendo este desplazamiento como una desviación en el desarrollo del pensamiento de la izquierda.


Ese privilegio otorgado a las cuestiones culturales e ideológicas en el marxismo no ha reflejado, según él, sino un paulatino aislamiento y un repliegue académico de los intelectuales marxistas de Europa occidental con respecto a los imperativos de la lucha política y organización de las masas; su divorcio de las «tensiones controladoras de una relación directa o activa con una audiencia proletaria»; su distancia de «las prácticas populares» y su sometimiento continuado al predominio del pensamiento burgués. Esto había conducido —argumentó— a una desvinculación general con respecto a los temas y problemas clásicos del Marx maduro y del marxismo (4). Terry Eagleton ha sabido explicar este giro posmoderno de la teoría en términos muy expresivos:


«Atrapados entre el capitalismo y el estalinismo, grupos como la Escuela de Frankfurt podían compensar su falta de hogar político volviéndose hacia cuestiones culturales y filosóficas. Políticamente abandonados, podían alzarse sobre sus formidables recursos culturales para enfrentarse a un capitalismo en el que el papel de la cultura estaba convirtiéndose en algo cada vez más vital, y así mostrarse una vez más políticamente relevantes. En el mismo acto, po- dían disociarse de un mundo comunista bastante ignoran- te, al tiempo que enriquecían infinitamente las tradiciones de pensamiento que ese comunismo había traicionado. Sin embargo, al hacerlo, gran parte del marxismo occidental acabó siendo una especie de versión aburguesada, academicista desilusionada y políticamente desdentada de sus antepasados revolucionarios militantes. Esto también se contagió a sus sucesores en los estudios culturales, para quienes pensadores como Antonio Gramsci acabaron por representar teorías de la subjetividad más que la revolución de los trabajadores» (5).


¿No se confunde posmodernismo como ideología con posmodernismo como lógica estructural del capitalismo tardío?


Eagleton plantea una cuestión decisiva: ¿hasta qué punto el «marxismo occidental» no fue sino un modo de hacer de necesidad virtud, un, solo hasta cierto punto, comprensible repliegue culturalista ante una situación de perplejidad histórica que, asimismo, permitía al intelectual crítico disfrutar de los privilegios de su bagaje teórico sin hacer cuestión de sus incómodas fricciones con la práctica política? Es conocido cómo esta tesis ha hecho fortuna en el relato de la izquierda: el giro posmoderno se entendería como un revés político, una compensación o suplemento ante la derrota. Ahora bien, ¿hasta qué punto esto es exactamente así?


NUEVAS REIVINDICACIONES


Tras lo dicho hasta ahora, resulta pertinente, a la hora de acercarnos a un rótulo tan discutible como posmodernidad, hacernos algunas preguntas. Por un lado, ¿no se trata de una categoría en 2019 demasiado confusa, donde conviven autores, planteamientos incluso contradictorios entre sí? ¿No se adscriben al posmodernismo posiciones que, no pocas veces, son atribuibles, por ejemplo, al posestructuralismo? Y lo que es más importante, ¿no se confunde el posmodernismo como «ideología» (diferencia, relativismo, pluralidad) con el posmodernismo como lógica estructural del capitalismo tardío, una dinámica que, efectivamente, necesita, como nunca, del plano de la construcción cultural para perpetuar su hegemonía?


Como ha destacado la teórica Wendy Brown, es muy posible que nuestros mayores obstáculos a la hora de desarrollar hoy políticas de progreso o «modernistas» convincentes no surjan de los cimientos académicamente desmoronados de la Verdad, la Objetividad o el Sujeto moderno —en el fondo, un debate escolar—, como suelen sostener quienes se presentan como contrarios a la teoría posmoderna, sino de determinados rasgos «mate- riales» propios de nuestro tiempo: una expansión de la razón técnica o instrumental que neutraliza las cuestiones de sentido, una honda desorientación cultural-espacial y una tendencia política generada por esa misma desorientación, lo que denomina el «fundamentalismo reaccionario».


Resulta absurdo oponernos a la posmodernidad bajo un juicio moral: es, querámoslo o no, el horizonte insuperable desde el que tenemos que pensar


 


La observación de Brown es muy pertinente, porque ayuda a percibir por qué determinadas dinámicas objetivas de nuestra época son las causantes de fenómenos que torpemente identificamos como «subjetivos». El mejor ejemplo de ello es nuestra incapacidad de desplegar lo que Fredric Jameson ha llamado «cartografías cognitivas». Si hoy nos cuesta tanto desplegar sistemas de orientación que permitan dar cuenta de las estructuras que determinan o limitan nuestro comportamiento social, planos de totalidad desde los cuales comprender el funcionamiento sistémico de nuestras sociedades, no es tanto por la mala fe de sus actores como por limitaciones objetivas y transformaciones en el ámbito del trabajo (posfordismo) que obstaculizan la construcción política de cualquier gramática de futuro o colectiva.


Desde este punto de vista, resulta absurdo oponernos a la posmodernidad bajo un juicio moral; esta es, querámoslo o no, el horizonte insuperable desde el que tenemos que pensar: una estructura ligada a la tercera fase del capitalismo tras su fase liberal (siglo XIX) y monopolista-imperialista (finales del siglo XIX hasta la segunda guerra mundial).


Vivimos, así pues, en un dispositivo histórico cuyas transformaciones económicas (formas de dominio del capital financiero, posfordismo, neoliberalismo y globalización); histórico-sociales (una modernización que ha eliminado toda naturaleza original); psicológicas (dispersión del sujeto); y culturales (eclipse de la diferencia entre alta y baja cultura) habrían modificado nuestro escenario existencial. A tenor de todo ello, el asunto, como ha destacado uno de sus analistas más lúcidos, Fredric Jameson, es que estamos dentro de la cultura del posmodernismo a tal extremo que un repudio simplista es tan imposible como complaciente y funesta es igualmente cualquier fácil celebración de la misma.


LA IDEOLOGÍA COMO FUERZA MATERIAL


Llegados aquí, ¿podemos afirmar que es la desviación pos- moderna la principal causa responsable de las derrotas de la izquierda? Como ha resaltado Stuart Hall en su crítica a Anderson, si bien resulta necesario extraer su planteamiento crítico acerca del marxismo occidental, en el sentido de que su énfasis y construcción de los debates sobre la ideología terminaron impulsando un cierto aislamiento de la praxis, debemos descartar «cualquier insinuación de que, si no fuera por las distorsiones producidas por el “marxismo occidental”, la teo- ría marxista podría haber pro seguido cómodamente su camino designado, siguiendo el programa establecido: dejando el problema de la ideología en su lugar subordinado, de segunda categoría» (6).


Hall, siguiendo a Laclau, sostiene que la relevancia del plano ideológico-cultural, simplificado como posmoderno, tiene al menos dos fundamentos objetivos de implicaciones políticas directas. En primer lugar, el crecimiento del papel de las indus- trias culturales en la creación de la conciencia de masas y, segundo, el problema del consentimiento de la clase trabajadora respecto al sistema en las sociedades ya no solo capitalistas avanzadas. Un «consentimiento», señala Hall, sin duda escaldado por la experiencia del thatcherismo, que si bien no puede separarse de los mecanismos ideológicos, no se mantiene solo a través de ellos. Lo interesante de esta aproximación más compleja al problema es que lo dota de mayor filo político: la necesidad de comprender la ideología como fuerza material en un doble sentido. En tanto naturalización de una forma particular de poder y dominación que reconcilia a los agentes subalternos con su lugar subordinado en la formación social como posible potencia de cambio; y como articulación de los procesos a través de los que surgen nuevas formas de conciencia y nuevas concepciones de mundo que movilizan a la acción contra el régimen imperante.


Este impulso teórico que trasciende los límites de las preocupaciones teóricas y prácticas del marxismo, por tan- to, no puede reducirse al intento teórico compensatorio de aislarse sofisticada y académicamente de la praxis, toda vez que busca intervenir prácticamente mejor en el contexto social. «Estas cuestiones están en juego en un abanico de luchas sociales. Es para explicarlas, con el fin de comprender y dominar mejor el terreno de la lucha ideológica, que necesitamos no solo una teoría sino una teoría apropiada para las complejidades de lo que estamos tratando de explicar».


Por otro lado, otra de las virtudes de este giro es que permite comprender en qué medida el poder contamina el propio aparato conceptual del planteamiento crítico. Este reconocimiento, como dice Judith Butler, no puede despacharse en términos simplistas como «impugnación de lo universal» o como «el advenimiento de un relativismo nihilista incapaz de crear normas, sino [que es] más bien la misma precondición de una crítica políticamente com- prometida. Establecer un conjunto de normas que están más allá del poder o la fuerza es, en sí misma, una práctica de poder y de fuerza que sublima, disfraza y extiende su propio juego de poder mediante el recurso a figuras retóricas de universalidad normativa. Y de lo que se trata no es de deshacerse de los fundamentos, o incluso defender una posición conocida como antifundamentalismo» (7).


Solo porque el problema del posmodernismo se articula desde el principio bajo la forma de un «atemorizante condicional» o, a veces, «de un desdeño paternalista hacia lo joven e irracional», se necesita, como contrapunto, un esfuerzo de apuntalar las premisas primarias, de establecer por anticipado que cualquier teoría de la política requiere un sujeto y presumir su sujeto, la referencialidad del lenguaje y la integridad de las descripciones institucionales que proporciona. Pero, «¿buscan estas afirmaciones asegurar la formación contingente de una política que requiera que estas nociones sigan siendo características no problematizadas de su propia definición? ¿Sería el caso que toda política, y la política feminista en particular, resulta impensable sin estas preciosas premisas? ¿O es más bien que una versión específica de la política se muestra en su contingencia una vez que esas premisas son tematizadas problemáticamente?» (8).


Estamos tan dentro de la cultura del posmodernismo que un repudio simplista es imposible y funesta es igualmente cualquier fácil celebración de la misma


Por ello, siguiendo esta línea de argumentación de Brown, Hall y Butler, ¿no sería el intento de demonizar lo «posmoderno» un modo falso de regresar melancólicamente al pasado? Para Butler, de entrada, la acusación de que los nuevos movimientos sociales son «meramente culturales» y que, por ejemplo, una teoría unitaria y progresista debería retornar a un materialismo basado en un análisis objetivo de clase tiene el problema de presuponer una diferencia, la existente entre la vida material y cultural, que no parece ya defendible a la luz de las aportaciones que, en la propia teoría marxista se han producido desde Althusser, Ray- mond Williams, Stuart Hall o Gayatri Chakravorty Spivak:


«En realidad, el resurgimiento extemporáneo de esta distinción favorece una táctica que aspira a identificar a los nuevos movimientos sociales con lo meramente cultural, y lo cultural con lo derivado y secundario, enarbolando en este proceso un materialismo anacrónico como estandarte de una nueva ortodoxia (…). El neoconservadurismo dentro de la izquierda que aspira a infravalorar lo cultural no es más que otra intervención cultural. Sin embargo, la manipulación táctica de la distinción entre lo cultural y lo económico destinada a volver a implantar la desacreditada noción de opresión secundaria lo único que provocará será una reacción de resistencia contra la imposición de la unidad, reforzando la sospecha de que la unidad solo se logra mediante una escisión violenta. De hecho, por mi parte añadiría que es la comprensión de esta violencia la que ha motivado la adhesión al posestructuralismo por parte de la izquierda; dicho en otras palabras, se trata de un modo de interpretar qué es lo que debemos dejar fuera de un concepto de unidad para que este adquiera la apariencia de necesidad y coherencia, e insistir en que la diferencia sigue siendo constitutiva de cualquier lucha. Este rechazo a subordinarse a una unidad que caricaturiza, desprecia y domestica la diferencia se convierte en la base a partir de la cual desarrollar un impulso político más expansivo y dinámico. Esta resistencia a la “unidad” encierra la promesa democrática para la izquierda» (9).


_______________________________________


NOTAS


1) Rorty, R., Forjar nuestro país. El pensamiento de izquierdas en los Estados Unidos del siglo XX, Barcelona, Paidós, 1999.


2) Cfr. en Butler, J., Laclau, E., E., Žižek, S., S., Contingencia, hegemonía y universalidad. Diálogos contemporáneos en la izquierda, Buenos Aires, FCE, 2000.


3) Ibid.


4) Anderson, P., Los orígenes de la posmodernidad, Madrid, Akal, 2016.


5) Eagleton, T., Después de la teoría, Barcelona, Paidós, 2005.


6) Hall, S., Sin garantías, Envión Editores, Bogotá, 2010.


7)  Butler, J., «Fundamentos contingentes: el feminismo y la cuestión del “posmodernismo”» en Centro de Documentación sobre la Mujer, Buenos Aires, 2007.


8) Ibid.


9) Butler, J., «El marxismo y lo meramente cultural» en ¿Reconocimiento o distribución? Un debate entre el marxismo y el feminismo, Madrid, Traficantes de Sueños-New Left Review, 2016.

jueves, 19 de septiembre de 2024

EL FAUSTO REAL (FLIX DE AZUA)

"Bommerang literario" creado por el Periodico "El país" de España, reúne una serie de autores, cada uno con su blog, de mucho peso y calado, cada uno en su materia. Félix de Azúa nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Son muchos sus libros, pero para el caso, en este blog traeré los textos que considero de mucha importancia y con un valor estético excepcional. He ha aquí el último. CESR H BUSTAMANTE.




l ensayo ‘Por qué Schoenberg’ muestra la vida del compositor austriaco, cuya música nunca fue bien recibida por el público, aunque sí por los profesionales

Han pasado ciento cincuenta años desde que nació y más de cincuenta de su muerte. Sin embargo, el problema de su música sigue casi intacto, lo que supone un caso único. Un reciente ensayo de Harvey Sachs, publicado en España con el título de Por qué Schoenberg (Taurus), traiciona un poco el original, Why He Matters?, o sea, ¿por qué es importante, por qué es relevante Schoenberg? Y ese es el caso, la música del austriaco nunca ha sido bien recibida por el público, aunque sí (y mucho) por los profesionales. Sachs trata de entender esta extraña paradoja, la de que uno de los más relevantes músicos del siglo XX no sea del agrado del público en general.

La vida de Schoenberg fue una lucha constante y agotadora por imponer su criterio contra todo el mundo, menos un puñado de discípulos. Fue la típica vida tardo romántica del artista de vanguardia en tanto que mártir. Tenía un carácter irascible, impetuoso, neurótico, pero también gran humanidad y piedad hacia los desvalidos. Aunque lo supremo fue la convicción de que su aportación a la historia de la música era trascendental y superior a la de Bach o Wagner.

Su biografía musical está claramente divida en dos partes. Por un lado, el Schoenberg tardo romántico, cuyas obras serían, no sólo aceptadas sino incluso reclamadas por el público, así los Gurrelieder y la Noche Transfigurada, que, todavía hoy, son sus obras más ejecutadas. Y por otro, el segundo Schoenberg, el que urde un nuevo tratado de armonía, pronto llamado “dodecafónico” o también “serial”, aunque él no se decidiera por ningún marchamo. Así como el primero aún hoy recibe la atención de los programadores, aunque sea de tarde en tarde, el segundo es en verdad infrecuente que suba a los escenarios.

Lo más curioso es que este segundo Schoenberg había cumplido ya los cincuenta años, pues se considera que la primera composición en verdad dodecafónica fue la quinta de sus Cinco piezas para piano Op. 23, y data de 1923. A partir de este momento la obra propiamente ortodoxa, según su concepción armónica, es muy raro que sea elegida por los programadores. Con una excepción rotunda y apoteósica, su ópera Moses und Aron, que nunca concluyó y se interpreta tal cual quedó, a falta del movimiento final.

Como judío prominente en la Viena y el Berlín del nazismo, hubo de exilarse en 1934, primero a Nueva York y finalmente a California, donde viviría el resto de su vida hasta 1951, con su mujer y sus hijos. En los EE UU tuvo mejor acogida que en Europa, aunque no puede decirse que ocupara un lugar eminente. Aquellos terribles años de guerra lograron que algunos americanos acogieran con generosidad a quienes huían del genocidio.

Fue en ese periodo cuando tuvo un tropiezo fascinante con Thomas Mann. El novelista, también exiliado, buscaba una expresión musical para su personaje de la novela Doktor Faustus, en la cual un músico vende su alma al demonio (Fausto) a cambio de la inmortalidad artística. El modelo que siguió fue Gustav Mahler, y desde luego la tremenda sinfonía que expone Mann hacia el final del libro es muy semejante a la Octava del vienés. Pero le faltaba una justificación teórica que hiciera demoníaco al personaje. Fue el filósofo T. W. Adorno quien le sugirió (y luego le expuso) el dodecafonismo de Schoenberg. Así lo acogió Mann con una maestría narrativa superlativa, pero cuando lo leyó Schoenberg montó en cólera. La ira del músico era fabulosa y esta vez fue extrema. Con buen criterio, Mann añadió una nota, a partir de la segunda edición, mencionando a Schoenberg como el padre de la teoría. El músico luego justificaba su explosión porque el personaje de Mann era sifilítico, lo que le ponía en mal lugar.

El libro de Sachs es excelente, aunque sigue sin aclarar por qué, hacia los años cincuenta del siglo XX, las artes emprendieron una deriva en busca de una pureza formal solipsista que alejó a la población de sus mejores artistas. El resultado, un siglo más tarde, es la laboriosa y a veces inútil recuperación de un periodo aún misterioso de la historia del arte que sólo parecen apreciar los profesionales

lunes, 16 de septiembre de 2024

LA VIDA LEVE (SECCIÓN DE LA REVISTA VUELTA DE OCTAVIO PAZA)

 Todos sabemos y reconocemos la importancia de la "Revista Vuelta" de Octavio Paz. Hubo una sección que ahora aparece como formato de libro, titulada "La vida Leve", transcribo la introducción, porque la considero de suma importancia y espero que mis lectores accedan al texto que está gratuito en la red. CESAR H BUSTAMANTE

En el primer número de la revista Vuelta (diciembre de 1976) apareció una sección titulada La Vida Leve, que siguió publicándose como La Vida A Leve poco más de doce años. No en todos los números y, en algunos, más de una vez. En total, 134 veces.

Fue idea de José de la Colina, secretario de redacción de la revista, para textos de levedad o alevosía que los escritores producen, traducen o pepenan, al margen de su obra principal. 

Se inspiró en el espíritu lúdico de Oulipo (Ouvroir de Littérature Potentielle [Taller de Literatura Potencial]), fundado en París (1960) por el escritor Raymond Queneau y el ingeniero François Le Lionnais, para explorar la literatura posible bajo restricciones, por ejemplo: sonetos sin la letra en Wilkipedia Hay páginas Oulipo en la Wikipedia de más de 20 idiomas.

No hubo presentación formal de la sección, fuera de un breve párrafo sin firma de José de la Colina, que más bien presenta un poema de Marco Antonio Montes de Oca con un sobretítulo: Ad lunae sororem [A las lunas hermanas], porque el poema celebra la belleza de las nalgas.

“Lamentábamos ayer lo poco que la lengua castellana se ha dejado líricamente arrebatar por la bipartita belleza que los Antiguos llamaron Venus Calipigia [Venus de bellas nalgas].  En el siguiente número, De la Colina (bajo el seudónimo Silvestre Lanza) vuelve al tema por su cuenta con un soneto que parodia el de Garcilaso: “¡Oh, dulces prendas por mi mal halladas!” Y lo corona con el título de un soneto de Gabriele D’Annunzio: Ad lunae sororem.

“Lamentábamos ayer” evoca el “Decíamos ayer” de Fray Luis de León, cuando toma de vuelta su cátedra, de la que fue privado inicuamente.

Vuelta nace de vuelta del golpe del presidente Luis Echeverría al periódico Excelsior, patrocinador de la revista antecesora, Plural. Octavio Paz denunció el golpe a la libertad de expresión, cerró Plural y fundó Vuelta, seguido por todos sus colaboradores. El primer número tenía una declaración en la portada: “Estamos de vuelta. Octavio Paz”. Que explicaba en las páginas 4 y 5.

Armando Ayala Anguiano, editor de la revista Contenido, buscó a Paz para darle una buena idea. Le habló del editor Guillermo Mendizábal Lizalde, cuya revista Eros fue prohibida en mayo de 1976, por lo cual tenía capacidad ociosa en sus talleres. Los puso a disposición de Paz, al costo marginal (papel y tinta), siempre y cuando Vuelta apareciera antes de que Echeverría dejara la presidencia (30 de noviembre de 1976). La revista salió de hecho a mediados de noviembre; posdatada: diciembre, como es común en las revistas mensuales. 

La Vida A Leve tuvo 121 colaboradores. Los más frecuentes (9 a 25 veces) fueron Octavio Paz, José de la Colina, Ulalume González de León, Gerardo Deniz, Jaime García , Terrés y yo. Menos frecuentes (1 a 3 veces) fueron Aurelio Asiain, Adolfo Castañón, José Luis Cuevas, Fernando del Paso, Salvador Elizondo, Francisco Hernández, Hugo Hiriart, Enrique Krauze, James Laughlin, Eduardo Lizalde, Víctor Manuel Mendiola, Álvaro Mutis, Gonzalo Rojas, Severo Sarduy y muchos otros. 

No sé por qué dejó de publicarse la sección. Quizá por cansancio. Quizá por lo mismo, cuando le sugerí a De la Colina que reuniera lo publicado en un libro, no se interesó. Ulalume y Deniz tampoco se interesaron. Finalmente, lo hago yo, por razones accidentales.

Hallé entre mis papeles un artículo incompleto que quise terminar. Pero tenía un aire de familia con La Vida A Leve y temí que ya estuviese publicado. Para estar seguro, lo busqué en mi archivo de artículos; en toda la revista Vuelta, que Enrique Krauze tuvo la buena idea de reimprimir y vender con un índice general; y en la revista digitalizada que produjo el mismo Krauze. No lo encontré, así que terminé el artículo y lo publiqué en Letras Libres de mayo 2023 como “Cerrar los ojos”. 

Pero releer La Vida A Leve revivió mi experiencia de aquella tertulia amena y animada. También la idea de rescatarla como libro. Por ahora, el libro (Rescate de La Vida A Leve) es digital y está en letraslibres.com, formado esencialmente por fotocopias de las páginas de Vuelta donde aparece la sección.

Añado “Cerrar los ojos”, que es como de La Vida Aleve. Y un índice en orden de aparición con los datos de cada una: autor(es), título, número de la revista, mes, año y página. Así como una lista de colaboradores (con los números de la revista donde colaboraron) en orden alfabético. Hubo “colaboradores” involuntarios: los autores de textos traducidos o pepenados para la sección.

Al cerrar la edición para entregarla a Letras Libres, descubrí un error lamentable. La tradición editorial, desgraciadamente perdida, registraba erratas y errores descubiertos demasiado tarde en una hoja aparte: la fe de erratas. Encargo al lector piadoso o impío la fe de erratas, que agradeceré. Les daré crédito en la edición impresa, cuando aparezca. 

LaVidaALeve-Final2.pdf (letraslibres.com)


viernes, 6 de septiembre de 2024

JUAN TABLON (ANAGRAMA NEWSLETTER SEMANAL NÚMERO 126)

 


Con motivo de la publicación de El mejor del mundo, de Juan Tallón, invitamos al autor a participar en nuestra newsletter semanal para que nos cuente las circunstancias en las que escribió su novela, así como también algunas de las referencias que le sirvieron de inspiración en su proceso de creación.


Era 2004 y acababa de comprarme un apartamento. Vivía solo y la felicidad se volvía por momentos una exageración. Tal vez por eso, para compensar tanta alegría, un día soñé que llegaba a casa después del trabajo y al abrir la puerta me encontraba dentro a dos personas que no conocía de nada: mi mujer y mi hija. Me trataban con tanta normalidad y afecto, resultaba tan auténtica la escena que no podían no ser mi mujer y mi hija de verdad. El sueño –mejor llamémosle pesadilla– era angustioso no porque de pronto tuviese una familia, que también, sino porque no podía hacer nada por revolverme contra la situación; simplemente, tenía que asumir el nuevo escenario, sin derecho a preguntar quiénes eran, qué hacían en mi casa y por qué no desaparecían de mi vista.

 

El sueño se reiteró a lo largo de varios años. De hecho, no tenía ni que soñarlo: a veces estaba despierto y me ponía a pensar en aquel panorama siniestro, en el que por la mañana salía de casa sin una relación de pareja, y a la tarde, de regreso, estaba casado y tenía hijos. Muchos años después, la vieja obsesión derivó en novela, aunque no en aquellos términos exactos; pero parecidos. No hay desgracia que no pueda transformarse, con un poco de paciencia, en material literario.

 

El 16 de julio de 2022 me compré una libreta roja, de las que entran en un bolsillo, y en la primera hoja anoté:

«El protagonista es un empresario de éxito. Viaja mucho por trabajo. Un día, después de una de sus estancias en el extranjero, regresa a casa y empieza a advertir que todo ha cambiado, incluido él. No entiende nada y no puede hacer nada».



 

Todo estaba por hacer, pero esa anotación contenía algunos de los temas que la novela desarrollaría a lo largo de los meses: el sometimiento enfermizo a la ambición personal, la experiencia de la extrañeza, los cambios inesperados, la otredad, la pérdida de control sobre la propia vida, la identidad, la conflictividad familiar. Pocas semanas después de inaugurar la libreta, encontré el nombre del protagonista: Antonio Hitler Ferreiro. «Es un disparate», pensé. Pero no supe rehuirlo. Ni quise. El disparate desprendía tanta energía que en mi cabeza rozaba la genialidad. En ocasiones te enfrentas a ideas propias de las que te resulta imposible decir si son nefastas o buenas. A partir de cierto punto de la escritura, me pareció suicida la posibilidad de sustituir el nombre por otro. Antonio Hitler se volvió irremediable. Si me deshacía de él, tenía que tirar la novela, así que lo mantuve.


 




Después de dos libros muy corales, narrados desde múltiples puntos de vista, me propuse escribir al fin una novela «de personaje», centrada en alguien complejo, aborrecible, víctima de un pasado espantoso, zarandeado por la vida, y que cambia a lo largo del libro. No solo eso: me había apetecido siempre titular una novela con el nombre de su protagonista. Esta vez creí encontrar la oportunidad. Cuando finalizó el trabajo de libreta y comenzó el de escritura propiamente, el libro ya se titulaba Hitler. Completé el primer borrador, escrito entre mi casa y la cafetería de abajo, e inicié la reescritura, y siguió titulándose así. A la hora de darla a leer, mi editora y algunos amigos me advirtieron de un delicado problema. Si la titulaba Hitler, generaba una expectativa que no se satisfacía, y además ponía el foco sobre una cuestión que no era la primordial. Me costó entrar en razón. Mis ojos se habían «acostumbrado» a leer Hitler en la portada. Tras la última reescritura a conciencia, a lo largo de un mes de agosto, en una cafetería de Queens, en Nueva York, con el aire acondicionado más alto que he sufrido nunca, el viejo título cayó. Durante días se me ocurrieron los peores del mundo. Pero de pronto, encontré el que mejor capturaba la esencia del personaje sin nombrarlo.



Un día los diseñadores me hicieron llegar una serie de cubiertas, siempre minimalistas, con imágenes de cerrojos de distinto tipo. Esa mañana me encontraba en A Coruña, desayunando con la poeta y editora Dores Tembrás. No era eso todavía, pensé al ver las propuestas, pero estábamos cerca. Quizás no necesitábamos tanto un cerrojo como una manilla, en la que había más sutilezas e incógnitas. No estaba hablando en serio cuando dije que a lo mejor debería ir a una ferretería, a curiosear. «¡Vamos a Herrajes García!», propuso mi amiga. «Es la Tiffany’s de las ferreterías». No bromeaba. Supimos que la cubierta estaba en aquella tienda nada más entrar. Tal vez fue decisivo ir acompañado de una poeta. No tardamos ni cinco minutos en encontrar lo que necesitábamos. «Es esta. Esta es la cubierta de la novela», coincidimos al ver una manilla de Olivari, modelo Lotus SuperOro satinado. No era lujosa, pero sí distinguida, y nada bruta, pero sí firme; ni antigua ni hipercontemporánea: algo que jamás pasaría de moda.




 

NOVEDADES DE LA SEMANA


 Encaramos la vuelta al curso con Triste tigre, de la autora francesa Neige Sinno, un auténtico fenómeno en Francia que, con una poderosa voz en primera persona y con las armas de la literatura, reflexiona sobre los abusos que sufrió de niña por parte de su padrastro y sobre la onda expansiva del mal en la vida de las víctimas. La autora ha estado al cargo de la traducción al castellano, que publicamos en «Panorama de narrativas». En «Llibres Anagrama», la traducción catalana de Trist tigre es de Marta Marfany.


En «Narrativas hispánicas» publicamos El mejor del mundo, la nueva novela de Juan Tallón tras la magnífica Obra maestra, a la que dedicamos esta newsletter. Una extraordinaria historia de realidades paralelas que aborda la experiencia de la extrañeza a través de un personaje contradictorio, implacable, violento y, a ratos, incluso tierno.


En «Nuevos cuadernos Anagrama» publicamos El tiempo que nos queda, un premonitorio ensayo con el que el historiador Patrick Boucheron reflexiona sobre el auge de la ultraderecha en Francia y los peligros que acechan a Europa: una tormenta lenta que no acaba de estallar.


Y continuamos con No pienses mira, la propuesta de la cronista de exposiciones y profesora de arte Mercè Ibarz sobre nuestra relación directa y personal con el arte y las exposiciones. Un ensayo exquisito, muestra de la inteligencia y sensibilidad de la autora, que mezcla memoria íntima, observación culta y análisis social, y que publicamos también en catalán bajo el título No pensis, mira.


A «Compactes» publiquem La llavor immortal, de Jordi Balló i Xavi Pérez, amb pròleg de Xavier Pla. Un assaig sobre cinema que ja ha esdevingut un clàssic, i que es pregunta fins a quin punt són originals els arguments cinematogràfics.


También publicamos en «La Bella Varsovia» el Premio Nacional de Poesía Joven Miguel Hernández 2020: Atlas, de Alba Cid, con traducción de la propia autora. Una cartografía sorpresiva y resistente, como la pintura sobre tela de araña o las cartas de navegación polinesias, que descubre una de las grandes voces de la poesía gallega actual.


Finalmente, lanzamos en formato audiolibro La hermana menor, el emocionante retrato de una de las figuras más exquisitas, talentosas y extrañas de la literatura argentina, Silvina Ocampo, de la mano de Mariana Enriquez y con la narración de Mara Brenner.