No es fácil mantener con calidad tres blog, pero circunstancias de la vida y el deseo de darle a la literatura la divulgación que amerita como herramienta escrutadora de la dimensión humana, que ayuda a descifrar la intrincada naturaleza del hombre, me obligan a continuar con este esfuerzo, que siendo grato, requiere de tiempo y dedicación. En este blog seguirán apareciendo los mejores artículos de literatura semanal, que en mi apreciación deben ser divulgados.
No cabe duda que toda selección paradójicamente significa una exclusión.
Los concursos literarios que, la mayoría de veces constituyen una promoción,
siempre guardan algo de injusticia, de falsedad. En todo caso algunos muy
famosos cumplen con su deber como corresponde. La lista Granta de jóvenes escritores
menores de 35 años de la lengua española ha sido importante, en lengua inglesa
ha tenido verdaderos aciertos, lo mismo en nuestro idioma. Aun así, se dan
posiciones encontradas, esta es una de esas, la que trascribo, pues los debates
son buenos al final. La controversia
queda abierta. CESAR BUSTAMANTE HUERTAS
La selección
tiene omisiones imperdonables y la presencia desproporcionada de los epicentros
culturales de siempre. Si las listas literarias no son representativas: ¿siguen
siendo relevantes?
Por Hernán Vera Álvarez
Es escritor y
editor argentino especializado en estudios de literatura latinoamericana y
española. Ha sido professor de Escritura Creativa.
Jorge Luis
Borges solía decir que lo primero que notamos de una lista son las omisiones.
Días atrás, la revista británica Granta eligió los 25 mejores narradores
jóvenes en español menores de 35 años. Mucho antes de que se revelara la
selección en una rueda de prensa desde el Instituto Cervantes de Madrid, los
rumores de los posibles nombres favoritos deambularon por el mundillo literario
hispano (siempre pobre en premios monetizados y tan rico en chismes). Y, como
anticipaba Borges, fue imposible no reparar en las omisiones.
Aunque los
escritores elegidos tienen méritos literarios suficientes para aparecer en una
lista —como Mónica Ojeda, de Ecuador, y Cristina Morales, de España—, hay una
cuestión que no podemos obviar: los reconocimientos culturales suelen pasar por
alto que también son espacios de visibilidad y que deben ser representativos
para abarcar al vasto mundo literario en español.
Integrar una
lista es potenciar la diversidad en una sociedad por momentos reaccionaria a
cualquier minoría. La lista de Granta es importante porque es el vehículo para
que lectores conozcan nuevos creadores, actúa de caja de resonancia para que
las grandes casas editoriales incorporen a escritores interesantes y puede ser
el pasaporte a contratos de traducción.
Este
excelente artículo publica por la revista “Babelia” del periódico “El país” de
España sobre la pandemia y sus consecuencias sociales y económicas que, como
una lámpara de Aladino ha revelado la grave crisis del capitalismo que sus áulicos
se resisten a reconocer con las consecuencias nefastas para la población más
vulnerable, galopando desde hace mucho tiempo con la persistencia tenaz de
inequidad e injusticia social, sin alguna posibilidad de resolverse en manos de
estos gurúes. Espero incite a la reflexión y que sirva para otras lecturas y la
toma de posición en los procesos de elección de nuestros gobernantes, donde nos
hemos equivocado continuamente lo que nos ha llevado a más atraso y desequilibrios
sociales sin solución alguna por ahora. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE
La pandemia
es una lupa que agranda los defectos de un sistema económico “cansado” y
acelera las metamorfosis que estaban latentes en la sociedad. Una avalancha de
libros analiza este momento crítico
JOAQUÍN ESTEFANÍA
09 ABR 2021 - 22:30 COT
Desde hace más de una década la
memoria de la Gran Depresión está más viva que nunca. Se recuerdan sus efectos
principales (desempleo masivo y quiebras en cadena) y la salida que le dio
Franklin Delano Roosevelt, un presidente mítico por enfrentarse a los dos
mayores retos del siglo XX: la brutal crisis económica, la más larga, profunda
y extendida de la centuria, y el fascismo internacional. A ese mito
contribuyeron las circunstancias de su muerte, todavía en el cargo, y a pocas
semanas de lograr la rendición nazi: Roosevelt murió en 1945 con las botas
puestas.
Un libro del profesor de la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) Andreu Espasa (Historia del New
Deal) sitúa en su lugar la política que aplicó Roosevelt para acabar con las
dificultades estadounidenses frente a quienes han construido del new deal un
relato perfecto. Más bien fue un proceso que, lejos de pretender aplicar una
teoría concreta —aunque estuvo inspirado por la revolución keynesiana que
llegaba de Europa y defendía una mayor intervención del Estado en la economía—,
se caracterizó por un fuerte grado de experimentalismo, con numerosas
improvisaciones, fracasos parciales y rectificaciones constantes. A pesar de
ello, finalmente la Administración de Roosevelt (1933-1945) puso los cimientos
para la creación del Estado de bienestar estadounidense y el inicio de una
recuperación económica de larga duración.
Se pueden establecer analogías y
diferencias entre la Gran Depresión, la Gran Recesión del año 2008 y el Gran
Confinamiento de 2020. La mayor similitud entre los tres acontecimientos
recesivos es su naturaleza múltiple. Lo que empezó en 1929 como problemas de
naturaleza económica derivó en muchos países en una crisis de representatividad
política, con una rápida disminución del número de regímenes democráticos, y,
en el ámbito exterior, en una fuerte crisis geopolítica que terminaría
provocando el estallido de la II Guerra Mundial.
Ocho décadas después, durante la Gran
Recesión, la debacle económica también generó una dura crisis de legitimación
política, con victorias sorprendentes del populismo de derechas en lugares tan
significativos como los Estados Unidos de Trump, el Reino Unido de Johnson o el
Brasil de Bolsonaro. La pandemia de la covid-19 ha derivado en una sindemia
(rasgos sanitarios, económicos, sociales, políticos, vitales) que en el plano
geopolítico añade un enfriamiento de las relaciones entre EE UU y Rusia y una
guerra comercial con China. Por último, a todas estas dificultades superpuestas
hay que sumar la que sobrevuela de modo sistemático toda la época: el cambio
climático que amenaza las condiciones de habitabilidad del planeta. De las tres
se desprende la inclinación natural de las economías complejas hacia la
inestabilidad, como demostró el gran Hyman Minsky (más actual que nunca), y el
papel de los gobiernos en impulsar el consumo y la inversión en tiempos de alto
desempleo.
Lo que empieza como un problema
económico deriva en crisis geopolítica y de la democracia
Ahora parece que estamos en un nuevo
momento Roosevelt que también se caracteriza por pasos adelante y hacia atrás,
fuertes contradicciones y, en general, por una falta de teorización. La
práctica política va delante de la teoría. Solo hay algo común: hacer lo
contrario que en la Gran Recesión con el austericidio (gastar más, repensar la
fiscalidad y la deuda, preocuparse por las recuperaciones débiles y desiguales,
incentivar la presencia del sector público, etcétera), con la paradoja de que
las instituciones más desacomplejadas con esta nueva política son,
sorprendentemente, las mismas que antes estrangularon el bienestar de los
ciudadanos (el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo, la
Reserva Federal, la Comisión Europea, etcétera). Sus representantes son los
“nuevos conversos”.
Durante los últimos 40 años el
eslogan que resumía todo era el de “There is no alternative” (TINA), atribuido
a la primera ministra británica Margaret Thatcher. El sociólogo Boaventura de
Sousa Santos, que nos traslada de la pandemia a la utopía, entiende que, si se
sigue defendiendo que no hay alternativa posible, ello nos conduce al suicidio.
Es el tiempo de las alternativas. Copérnico y los científicos que le siguieron
cambiaron el modo de entender el cosmos al demostrar que la Tierra giraba
alrededor del Sol y no al revés como se creía hasta entonces. Los muchos libros
que se publican sobre el asunto coinciden básicamente en que la coyuntura
requiere avances revolucionarios en cuanto a la manera de concebir las ciencias
sociales, y entre ellas la economía política, para aumentar el bienestar de la
gente.
El historiador canadiense Quinn
Slobodian es de los más críticos con el papel que el neoliberalismo y la
revolución conservadora de la TINA han ocupado en estos últimos 40 años, por su
profundo conservadurismo y su hostilidad hacia la democracia. Slobodian da una
vuelta de rosca a sus pretensiones: al revés de lo que de sí mismos predican
los liberales económicos, divididos en diferentes tribus, su movimiento no
surgió para reducir el gobierno y para limitar las regulaciones, sino para
utilizar el primero y capturar las últimas; usar al Estado y sus instituciones
para aislar a los mercados de la soberanía política y de las turbulencias
democráticas de igualdad y justicia social que conducen a los déficit y a la
deuda pública. Lejos de descartar el Estado regulador, los neoliberales quieren
aprovecharlo para su gran proyecto de proteger el capitalismo a escala global.
Cuarenta años de droga ultraliberal han debilitado toda voluntad y todo recurso
por parte del Estado para actuar con firmeza y aplicar su voluntad a un
proyecto.
Ha aparecido una heterodoxia en los
últimos años, la Teoría Monetaria Moderna, que desvía el foco de atención del
déficit y la deuda (los países con moneda propia tienen holgura para pagarlos
siempre que ello no descontrole la inflación) y lo sitúa en las verdaderas
crisis cuya solución eleva el bienestar ciudadano: crisis es un paro de dos
dígitos, o la brutal desigualdad de salarios y de patrimonio, o que la ausencia
de vacunas multiplique el número de muertos por el coronavirus. El déficit y la
deuda no son crisis, sino desequilibrios que deben ser tratados
instrumentalmente de otro modo. La centralidad del déficit y la deuda es una “narrativa
económica”, en palabras del Nobel Robert Shiller, aunque ambos no llegan a la
calificación de noticias falsas como la creencia de que las acciones
tecnológicas no dejan de subir, la convicción de que el precio de la vivienda
nunca disminuye o la seguridad de que algunas empresas son demasiado grandes
para quebrar.
Sean ciertas o falsas, esas historias
se transmiten por el boca a boca, los medios de comunicación o las redes
sociales, y crean percepciones sobre el gasto, el ahorro o la inversión que, en
última instancia, tienen un gran impacto en la vida de los ciudadanos y la
sociedad. La catedrática norteamericana Stephanie Kelton está dispuesta a ser
alanceada —y a defenderse— por su libro El mito del déficit, que sin duda será
objeto de polémica con la academia.
El balance del periodo neoliberal se
puede resumir en un crecimiento exponencial de las desigualdades, acompañado de
una falta de dinamismo empresarial y productivo. Las dos cosas a la vez. Lo
desarrolla el catedrático Carlos Sebastián en El capitalismo del siglo XXI, en
el que no se olvida de incidir en una tesis muy querida para él: el sistema no
funciona bien si sus instituciones no tienen la calidad necesaria para
apuntalarlo.
Es subrayable que la mayor parte de
los autores de esta tanda de libros tan críticos con el hipercapitalismo de
nuestros días (una de las excepciones sería el economista y político griego
Yanis Varoufakis, que ha escrito una novela de ciencia ficción para llegar a la
conclusión de que ya no estamos en el capitalismo, sino en un tecnofeudalismo
más propio de una distopía) finalmente prefieren ese capitalismo —eso sí,
reformado— que cualquier otro sistema. Por ejemplo, el exministro español Juan
Costa sostiene que la mayoría social está tirando la toalla, que el capitalismo
sufre una crisis de confianza estructural porque la ciudadanía piensa que es
injusto, que no funciona para todos sino tan solo para una pequeña élite, y sin
embargo sigue defendiendo una entelequia llamada “multicapitalismo” que no pasa
de las enumeraciones retóricas.
Que la confianza de la gente en el
capitalismo es escasa (Stiglitz, Jeffrey Sachs…) lo manifiesta Joan Coscubiela
en La pandemia del capitalismo al recoger un estudio de la Fundación Edelman de
enero de 2020: en 22 de los 28 países examinados, más del 50% de la población
considera que el sistema capitalista produce más mal que bien y es socialmente
injusto. La antinomia consiste en que el capitalismo es, al mismo tiempo, el
único sistema socioeconómico existente, no tiene alternativa, da síntomas de
agotamiento (el profesor Luis Arenas lo denomina “capitalismo cansado”) y actúa
como una pandemia con gran capacidad destructiva.
Entre los mayores defensores del
capitalismo están los profesores eméritos de Princeton Anne Case y Angus Deaton
(este último, Nobel de Economía), que describen en su texto Muertes por
desesperación la situación del corazón blanco de Estados Unidos: baja la
esperanza de vida, aumenta el número de muertos por sobredosis, suicidios o
enfermedades relacionadas con el alcohol, y no solo entre las minorías, sino
entre los trabajadores de raza blanca. El libro retrata con toda crudeza el
declive del sueño americano para muchos trabajadores que ven cómo sus familias
se rompen y sus esperanzas se frustran. El texto documenta la desesperación y
la muerte, y analiza cómo el capitalismo, que sacó de la pobreza a multitud de
personas, está destruyendo ahora a la América obrera. No posee soluciones que
sirvan a todo el mundo y, sin embargo, Case y Deaton declaran: “Creemos en el
capitalismo (…) no es necesario abolirlo, pero debería reorientarse para servir
al interés público”.
En el análisis del capitalismo
actual, muchos autores introducen el aspecto ecológico. El más coherente es el
profesor en Viena Clive L. Spash, que reconoce que siendo incapaz la economía
ortodoxa de abordar las dimensiones social y ambiental como aspectos cruciales
para entender el funcionamiento del sistema económico, tampoco las corrientes
heterodoxas como el marxismo/socialismo, el feminismo, el poskeynesianismo o la
economía institucional han sabido incorporar de manera coherente esas mismas
dimensiones en su análisis.
La profesora de Ciencias Políticas y
Filosofía Nancy Fraser añade otros asuntos a la ecología: además de la sociedad
visible, hay una serie de “talleres ocultos” como son el trabajo de cuidados no
remunerados, los bienes públicos y la riqueza expropiada. Desde un punto de
vista socialista, Fraser entiende que una visión ampliada del capitalismo
implica que su antagonista debe incorporar no solo la explotación del trabajo
asalariado por parte del capital, sino también sus múltiples formas
alternativas de explotación parasitaria.
En este contexto, la pandemia de la
covid ha actuado como una especie de lupa que ha agrandado la visión de los
problemas y los puntos débiles del sistema, y ha acelerado las metamorfosis que
estaban latentes. El coronavirus es la metástasis de un sistema que hace tiempo
que ya daba señales de insostenibilidad social, ambiental y democrática. El
mundo debe prepararse para lo que viene, que, según Jacques Attali, el
consejero especial del presidente Mitterrand, es una crisis económica,
filosófica, social y política difícilmente imaginables. ¿Recuperaremos nuestro
nivel de vida de antes?, ¿y nuestro modo de vida?, ¿y nuestra forma de
consumir, de trabajar, de amar? ¿Podremos preservar la democracia? Varoufakis
entiende que el armisticio de la guerra de clases que se logró tras la II
Guerra Mundial en forma de pacto social ha terminado.
Falta otra pandemia: una ola política
oscura en la que, en medio de un ambiente de fin del mundo, se impongan
regímenes autoritarios que preconicen abiertamente la xenofobia y el
absolutismo. Los partidarios de esos regímenes sostendrían que los demócratas
no fueron capaces de resolver las crisis. Y, por tanto, tratarán de
sustituirlos.
El diario “El comercio” público esta excelente nota sobre el poeta y
crítico francés, lo trascribo en razón de la importancia y la sindéresis del
articulista.
Charles
Baudelaire es el gran poeta moderno, el que inaugura la poesía moderna o, al
menos, el que primero revela lo que es un poeta moderno. Es el “pater familia”,
según el escritor chileno Roberto Bolaño. Sorprendentemente, Francia, el país
donde nació hace 200 años un 9 de abril, no le rendirá los homenajes que merece
un escritor de su talla. Citado por el diario El País, el experto en el siglo
XIX francés, Henri Scepi, afirma que Baudelaire, a diferencia de Víctor Hugo,
“nunca ha sido un escritor de consenso nacional”. Definir la modernidad no es
una cuestión del tiempo, aunque lo contenga. Le caracteriza, más bien, la
crítica, como sostiene el Nobel mexicano Octavio Paz. Es su parte constitutiva
y, a la vez, su condena, porque lo moderno es efímero, cambiante y nos
descoloca. “Cuando tenía las respuestas a la vida, me cambiaron las preguntas”,
decía un grafiti del Mayo del 68 francés. La modernidad se inicia como “una
crítica a la religión, la filosofía, la moral, el derecho, la historia, la
economía y la política (...) Los conceptos e ideas cardinales de la Edad
Moderna -progreso, evolución, revolución, libertad, democracia, ciencia,
tecnología- salieron de la crítica”, escribe Paz en ‘La otra voz’. Por eso,
romper con la tradición será la tradición de los modernos. Baudelaire fue el
poeta que transgredió. Se podría decir que aún hoy lo hace. Con Baudelaire se
inicia la conciencia del poeta en el mundo. Será un ángel caído. Luminoso como
es, está condenado a revolcarse en el fango del mundo horroroso y hostil. Quizá
sea en el poema Abel y Caín donde mejor se define al poeta maldito. “Raza de
Caín, en el fango cae y muere míseramente (...) por las sendas ¡arrastra tu
familia entera!” El poeta será siempre un agredido, como se puede leer en el
poema Albatros, “¡Qué débil e inútil es este viajero / que si tan bello fue se
convierte grotesco! / Uno quema su pico con su pipa encendida (...) / el Poeta
es igual a este rey de las nubes / que se ríe de las flechas y vence el
temporal; / desterrado en la tierra y en medio de las gentes, / sus alas de
gigante le impiden volar”. Es la gran ciudad el problema para un poeta
simbolista como Baudelaire, sus masas y la pérdida de sensibilidad. Desprecia
al burgués -rico nuevo, al fin de cuentas- de gusto dudoso, si no pésimo. “Si
no hubiese habido literatura antes de la burguesía, esta no la habría
inventado”, solía decir el crítico y escritor argentino Ricardo Piglia. De esa
conciencia poética se alimentaron los modernistas nuestros, los llamados
‘Decapitados’. Medardo Ángel Silva decía que su poesía “no es para ti,
burgués”, que es capaz de vender a su madre por “un dólar yanqui”. La ciudad y
los tumultos le fastidian. “Multitud, soledad: términos iguales”, escribe en
‘El Spleen de París’. Es la ciudad que provoca tedio y hastío. El poeta se
fijará en ese personaje grotesco, el “gracioso”, que resulta ser “el señorito
enguantado, charolado, severamente encorbatado”, que le desea feliz año a un
burro y se cree genial. Pero era en realidad “un magnífico imbécil que me
pareció concentrar en sí todo el ingenio de Francia”. La bohemia es un elemento
importante en el espíritu baudelaireiano. Los poemas que acompañan esta página
(El vino de los traperos y Embriagaos), pueden ser emblemáticos de su visión:
la embriaguez es necesaria, ya sea para acabar con las cargas del Tiempo o para
que se “abra al desesperado sueños de venganza y de gloria futura”, dice el
filósofo alemán Walter Benjamin. Baudelaire no fue el primer poeta que tuvo
afición por las drogas (y tampoco será el último). Estas ayudan a separar a los
poetas de la dimensión humana. Pero su estado crítico encuentra en ellas un
problema: son “paraísos artificiales”, que aniquilan uno de los mayores valores
de los seres humanos: la voluntad. “¡Ay!, los vicios del hombre, tan llenos de
horror como se les supone, contienen la prueba (¡aunque solo fuese por su
infinita expansión!) de su deseo del infinito; únicamente es un gusto que a
menudo se equivoca de camino”, dice este francés que murió a los 46 años, y 10
años antes trastocó la poesía con ‘Las flores del mal’. Pese a esa juventud,
“Baudelaire es ‘el’ poeta, el poeta adulto. Sabe muy bien lo que está haciendo,
sabe muy bien que está innovando, maneja la técnica de una manera soberana, es
el dueño de todos sus recursos. En ese sentido, no es frágil; es una roca, es
fuertísimo”, dijo Bolaño en la entrevista que dio al programa ‘La belleza de
pensar’. Darío Sztajnszrajber, divulgador argentino de filosofía, se anima a
colocar a Baudelaire entre Marx y Nietzsche. Su obra ha sido clave para
Benjamin, quien dedicó buena parte de su vida al estudio del poeta francés y
cuyos textos se juntaron en un volumen de título ‘Baudelaire’. Y Jacques
Derrida, figura del deconstruccionismo, escribió su libro ‘Dar (el) tiempo’ a
partir del poema en prosa La moneda falsa, que se encuentra en ‘El Spleen de
París’. Charles Baudelaire no es un poeta fácil: puede escandalizar aún ahora a
los de buena conciencia, que siguen siendo ángeles y logran ignorar este mundo.
Pero los poetas desde entonces, todos sin excepción -al menos los buenos, los
que han gozado del éxtasis poético- son hijos de este ‘pater familia’ como lo
llamó Bolaño, porque es “un poeta (que) lo puede soportar todo” aunque lo
“conduzca a la ruina, a la locura, a la muerte”.