En tiempos de
encierro, no hay más salida, que ampliar las alternativas de lectura. Me
pareció curioso y diferente este artículo que recomiendo a mis escasos lectores.
CESAR
HERNANDO BUSTAMANTE
Las familias han encontrado en las redes una
alternativa para reírse de su mismo encierro.
Armando
Silva
Por: Armando Silva 08 de agosto 2020 , 12:52 a.m.
La risa no es
tan sencilla como parece. Reír es una de las facultades humanas más profundas,
junto con el pensar y el placer. Desde los inicios de la filosofía, la
felicidad ha sido una preocupación. Aristóteles enseñó que el hombre es el
único animal que ríe, y recomendaba reír. Galeno, el padre de la medicina,
consideró la risa como remedio que hoy se usa hasta en las clínicas, como en el
bello filme de Robin Williams ‘Patch Adams’, que con nariz de payaso hacía reír
a los niños desahuciados. Pero Juan Crisóstomo, en el siglo IV, escribió en contra
y puso el mejor ejemplo que iba a retomarse en el Medioevo: “Cristo nunca ha
reído”, ¿quizá porque reír es de los humanos?
Luego de la
obra de Freud sobre las relaciones con lo inconsciente, sabemos cómo la risa es
descarga psíquica y que no solo aparece en el bienestar, sino en situaciones
límites, de peligro, rabia o venganza. Alguien puede carcajear si un presidente
que se burlaba de la pandemia aparece en un noticiero con un tapabocas y
confiesa su covid-19. Pero el humor tiene su medida, pues un mal chiste se
devuelve contra su autor. También exige creatividad y oportunidad, como lo
hacen los célebres caricaturistas que viven del día, aunque sus ingenios en
Colombia se han visto muy mermados en varios de los grandes medios, pues se han
dedicado a reproducir todos los días el mismo chiste de un “presidente eterno”.
Al contrario, durante la pandemia las redes gozan de mejor salud.
El encierro,
ciertamente, se ha convertido en una fábrica de humor. Circulan bromas de gran
finura crítica: cuando la alcaldesa de Bogotá decretó el encierro de los de
sobrepeso, enseguida llegó la respuesta ciudadana a la ridiculez de la norma:
“Nos encerraron 5 meses para luego prohibirles la salida a los gordos: fue un
plan perfecto”; del mismo corte circula uno de coyuntura: “Tengo dolor de
patria... cómo así que dejan de transmitir ‘El Chavo’ y ‘El Chapulín’ ”. Menos
patético que los revolucionarios de las canas es un cartel en el que un anciano
profesor, concentrado en una pantalla, se pregunta: “¿Dónde diablos están mis
alumnos?” y recibe aclaración de su esposa: “¡Augusto, ese es el microondas!”.
Las familias
han descubierto las redes para trabajar y comunicarse con sus seres queridos,
también para reírse de su mismo encierro. La ironía es la gran figura que
contagia, como corresponde al sentido público del chiste, hace reír en
complicidad y cadena con los otros que nos siguen.
ARMANDO SILVA
ciudadesimaginadas@gmail.com
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