El tema del feminismo y la condición tras género, para no
hablar de los derechos sexuales en toda su amplitud, está en su mayor efervescencia, la condición femenina por supuesto, ha sido tratada con igual cuidado, Bluteer expone la amplitud del mismo con mucha eficacia y claridad al presentar su libro “Genero en Disputa”: “Me parecía –y me sigue pareciendo- que
el feminismo debía intentar no idealizar ciertas expresiones de género que al mismo
tiempo originan nuevas formas de jerarquía y exclusión; concretamente, rechacé
los regímenes de verdad que determinaban que algunas expresiones relacionadas
con el género eran falsas o carentes de originalidad, mientras que otras eran
verdaderas y originales”. El tema desde Simone de Beauvoir ha sido abordado con
lúcidez, aún es muy difícil tratarlo sin caer en los dogmas que la misma disputa genera.
Este es un excelente artículo aparecido en “Letras Libres” sobre lo que significó
la obra de esta autora Francesa al respecto, el tema lógicamente aún no se
agota. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE HUERTAS.
Elvira Navarro 01 abril
2019
En la introducción a "El
segundo sexo", Simone de Beauvoir afirma haber dudado mucho antes de escribir un
libro sobre la mujer. “Es un tema irritante, sobre todo para las mujeres, y no
es ninguna novedad. La polémica del feminismo ha hecho correr tinta suficiente,
y ahora está prácticamente cerrada.” Al día de hoy, cuando el feminismo hace
correr ríos de tinta, tal afirmación resulta chocante. Sin embargo, en realidad
también era chocante entonces, y el propio libro de Beauvoir lo demuestra a
pesar suyo, pues a esa afirmación le siguen casi mil páginas probatorias de dos
cosas: que sobre feminismo estaba casi todo por decir y que la filósofa
francesa escribe desde una vibrante contradicción. La contradicción es casi
siempre el lugar más fértil para el pensamiento, pues obliga a revisar las
propias resistencias, a poner en tela de juicio el posicionamiento de partida.
Y ello implica, a su vez, atreverse a dejarlo atrás cuando se advierte el
error. Marguerite Duras decía en Escribir que si supiera lo que iba a escribir
antes de escribirlo no escribiría nada, pues ya estaría escrito. Y aunque ella
era narradora, la sentencia vale lo mismo para el ámbito del pensamiento. ¿De
qué sirve recorrer un conflicto si no es para arrojar un poco de luz, y qué luz
no lleva a quien la descubre a otro lugar?
En Beauvoir la
resistencia era fuerte. Ni siquiera se consideraba feminista tras pergeñar El
segundo sexo, donde incluso llega a decir lo siguiente: “Muchas mujeres de
nuestro tiempo, que han tenido la suerte de recuperar todos los privilegios del
ser humano, pueden darse el lujo de ser imparciales. [...] Ya no somos, como
nuestras mayores, unas luchadoras, más o menos, hemos ganado la partida.” Se
hizo feminista más tarde, tras recibir cartas de lectoras de distintos países
que le relataban sus experiencias, y que evidenciaban que la partida todavía
estaba por ganarse.
¿Quién era la Simone de
Beauvoir de antes de El segundo sexo, esa que consideraba haber recuperado
todos los privilegios? Sin duda, una mujer que gozaba de reconocimiento y de
una buena posición social. Tras una infancia marcada por la ruina económica y
el deterioro de la relación entre sus padres, se abrió pronto paso por sí misma
gracias a un ambicioso plan de vida concebido en su adolescencia, cuando
decidió ser escritora. Estudiante brillantísima, se licenció en un tiempo
récord en letras con especialización en filosofía, y a los veintiún años ya era
profesora, oficio que ejerció en los liceos de Marsella, Ruán y París, hasta
que en 1943, tras el escandaloso éxito que supuso la publicación de su novela
de trasunto autobiográfico La invitada (argumento: triángulo amoroso entre dos
adultos y una jovencita), es suspendida de la Educación Nacional a causa de una
denuncia puesta por la madre de una de sus alumnas. Hacía algunos años que la
escritora mantenía relaciones con sus pupilas, y también con algún alumno de
Jean-Paul Sartre, quien era ya su inseparable partenaire. La pareja Beauvoir-Sartre
abominaba, por ética, la moral burguesa. Su relación fue abierta, y aunque
Sartre le pidió matrimonio, Beauvoir rechazó la propuesta por coherencia:
pensaba que eso destruiría su independencia, basada en la libertad. Durante la
Ocupación trabajó para la radio libre francesa, y tras la liberación de París
se le permitió regresar a la docencia. En 1944 publicó el ensayo Pyrrhus et
Cinéas [en español se tituló ¿Para qué la acción?] y en 1945 la novela La
sangre de los otros; y este mismo año fue cofundadora junto a Sartre, Albert
Camus y Maurice Merleau-Ponty de una revista que logró ser una referencia
política y cultural del pensamiento francés de mitad del siglo XX, Les Temps
Modernes, por la que desfilaron escritores e intelectuales de primer nivel como
Boris Vian, Raymond Aron, Samuel Beckett o Jean Baudrillard. En los años
siguientes publicó tres libros más: la novela Todos los hombres son mortales
(1946), el ensayo Para una moral de la ambigüedad (1947) y el diario de viaje
América día a día (1948).
Así pues, cuando salió
El segundo sexo en 1949, obra con la que se consagra definitivamente, Simone de
Beauvoir estaba bien asentada. Su escritura responde, según relata ella misma
en La fuerza de las cosas (tercer tomo de sus Memorias), a que, tras escuchar a
mujeres que habían rebasado los cuarenta años decir que habían vivido como
“seres relativos”, quiso investigar todos los condicionantes que impedían a las
féminas realizarse plenamente. Ella estimaba que no había corrido la misma
suerte que esos “seres relativos”, y fue Sartre quien le recordó que había sido
educada como un hombre, lo que la hizo reflexionar sobre sus circunstancias. En
1946 comienza el ensayo destinado a convertirse en una obra capital del siglo
XX, y que vendría a ser, entre otras muchas cosas, una suerte de plan para el
cumplimiento del programa ilustrado a través del feminismo. Son varios los
frentes que aborda con una exhaustividad y un rigor que hacen que, al día de
hoy, su lectura todavía siga siendo imprescindible para cualquiera que quiera
formarse en la materia.
El abordaje es
interdisciplinar. Dividida en dos partes (“Los hechos y los mitos” y “La
experiencia vivida”), que a su vez se subdividen en otras tantas, El segundo
sexo recorre distintos campos con sus respectivas tesis sobre por qué la mujer
siempre ha sido considerada un ser inferior o, al menos, dependiente del
hombre. La biología, la psicología psicoanalítica, el materialismo histórico,
la Historia o los mitos son objeto de análisis y, en su caso, de refutación en “Los
hechos y los mitos”, mientras que “La experiencia vivida” relata las distintas
etapas de la vida de la mujer (la infancia, la juventud, la madurez y la
vejez), dedicándole un capítulo al lesbianismo y deteniéndose en varias figuras
recurrentes: la narcisista, la enamorada y la mística. El punto de partida es
la consideración de la mujer como Otro absoluto, y lo que se rebate es el
esencialismo presupuesto en esta división de contrarios (hombre y mujer) que
jamás se reconocen el uno en el otro, que nunca mudan sus papeles: el hombre es
el eterno sujeto y la mujer el eterno objeto, sometido y cautivo, condenado a
la inmanencia de su condición. A la mujer la determina, en primer lugar, la
biología. Según el existencialismo, que es donde se sitúa Beauvoir, las
personas somos seres arrojados a la existencia que solo conquistamos nuestra
entidad, esto es, que solo nos trascendemos, si somos capaces de ir más allá de
nuestros condicionamientos biológicos y sociales afirmando nuestra libertad a
través de los proyectos que decidimos acometer, en un flujo continuo donde
superamos lo que somos. Trascendencia se opone a inmanencia, y es el espacio en
donde el ser humano justifica su existencia, la dota de sentido, la honra, a
diferencia de la degradación que tiene lugar cuando no trasciende, cuando se
queda en lo que simplemente le es dado, ya sea por voluntad propia o porque las
circunstancias lo imposibilitan. Esto último da lugar a la frustración y a la
opresión.
A la mujer se la ha
impedido trascender interesadamente, ya que gracias a su permanencia en la
casilla de la Otra, el varón siempre conserva algún privilegio, aunque sea
irrisorio: si él mismo no trasciende, si es el último mono de su comunidad,
siempre habrá, no obstante, alguien más insignificante que él, la hembra, ante
la que se asumirá superior. En este sentido, El segundo sexo puede leerse
también como una teoría del ego en la medida en que este se afirma negando al
otro. Por otra parte, de esta premisa, demostrada con solvencia en los
diferentes campos que se abordan, se deriva la célebre sentencia de que “la
mujer no nace, se hace”, idea popularizada y aceptada hoy con amplio acuerdo,
sea por la vía positiva o la negativa, esta última especialmente en el ámbito
de la biología, pues la ciencia, como bien muestra Angela Saini en su libro
Inferior, apoyando con datos la tesis de Beauvoir de que es la cultura la que
interpreta la naturaleza, está determinada por la ideología, de tal manera que
no hay modo de concluir que el varón sea superior a la hembra y sí, en cambio,
que la ciencia no es un lugar neutro, independizado de la ideología (uso el
término “ideología” en un sentido amplio, refiriéndolo al conjunto de ideas
fundamentales de una persona, de una colectividad, de un tiempo y de una
cultura), lo que explica que los resultados que arrojan no pocos estudios
científicos se acaben pareciendo sospechosamente a los prejuicios de la época y
de quienes los llevan a cabo.
Simone de Beauvoir,
como luego le criticaría el feminismo de la diferencia, tampoco está a salvo de
los prejuicios de su época y de su cultura. Postula que la mujer está más
condicionada que el hombre en el ámbito biológico debido al mandato de la
reproducción de la especie, y que por tanto para ella es más difícil esa
trascendencia que en los hombres parece casi “natural”. El modelo por el que se
trasciende es, pues, masculino. Mientras que la maternidad es vista como
sumisión a los ciclos de la vida, como inmanencia, la tarea del hombre se
asimila a la del guerrero dispuesto a poner en riesgo su vida para aumentar el
prestigio de la horda. La filósofa obvia que ahí el hombre está igualmente al
servicio de la supervivencia biológica. La especie no solo se perpetúa
pariendo, sino también cazando, protegiendo y creando inventos nuevos con los
que dominar la naturaleza. “Prefiere a la vida razones para vivir, el hombre se
ha impuesto como amo frente a la mujer; el proyecto del hombre no es repetirse
en el tiempo: es reinar sobre el instante y forjar el futuro”, sentencia. Y
este es otro de los puntos más endebles del libro: su idea de “trascendencia”
no trasciende, sin embargo, el paradigma judeocristiano de desprecio hacia la
vida y obediencia a una salvación que tendrá lugar en el futuro.
Pero estas críticas no
restan ni un ápice de valor a esta obra capital y hercúlea que, amén de
apuntalar con toda rigurosidad cómo no hay una esencia “mujer”, lanza un
mensaje que todavía no hemos aprendido, a saber: que la igualdad no beneficia
solo a las mujeres, sino también a los hombres. ¡Libertad, igualdad,
fraternidad! ~
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