Esta reseña aparecida
en “Babelia” del país de España, sobre un texto de absoluta actualidad,
teniendo en cuenta lo que pasa en redes y lo que esperamos de la revolución
digital, me parece muy pertinente, espero los lectores lo aprecien. CESAR
HERNANDO BUSTAMANTE
La redención tecnológica que algunos vieron en Internet puede
convertirse en una condena. Varios ensayos alertan del peligro del control
digital de la sociedad, pero no siempre consiguen que coincidan teoría y
práctica.
CÉSAR RENDUELES
15 SEP 2018 - 01:15 COT
En 2014 el bloguero iraní Hossein Derakhshan, que se hizo
célebre como uno de los impulsores del periodismo ciudadano, fue liberado tras
pasar seis años en la cárcel. Cuando tuvo acceso de nuevo a Internet se quedó
espantado de los cambios que había experimentado la Red durante su encierro. En
distintas intervenciones públicas denunció que la tecnología digital había
perdido su capacidad para la transformación política y social y se había
convertido en una fábrica de entretenimiento. La razón, según Derakhshan, es
que en la época de las redes sociales, el hipertexto —que, a su juicio, era el
elemento definitorio del Internet original— se había visto desplazado por la
lógica de la novedad y la viralidad. La comunicación digital se habría
convertido así en un flujo constante de imágenes controlado por algoritmos
opacos.
Uno de los pioneros e impulsores de este giro crítico es
Jaron Lanier, ingeniero informático y miembro prominente de la cultura digital
estadounidense, que se dio a conocer como ensayista con dos libros —Contra el
rebaño digital y ¿Quién controla el futuro?— que denunciaban respectivamente
las dinámicas de linchamiento que se estaban generalizando en la web social y
la concentración de poder en manos de unas pocas megacorporaciones
tecnológicas. Todos los textos de Lanier parten de una idea lúcida que
desarrolla de un modo superficial pero interesante. Por desgracia, tiende a
sepultar sus tesis sobre aquellos temas que conoce de primera mano bajo varios
estratos de opiniones que exceden manifiestamente su ámbito de competencia y,
peor aún, recordatorios de sus inagotables talentos e intereses. Si el
narcisismo fuera una enfermedad infecciosa, las autoridades sanitarias
confinarían a Lanier en una cámara de aislamiento. Por eso su último ensayo, en
el que repasa algunos de los aspectos más perniciosos de las redes sociales, se
beneficia de un tono mucho más directo y modesto que los anteriores. Lanier no
se priva de darnos su opinión sobre un amplio abanico de temas y parece creer
en serio que las redes sociales han provocado una desviación maléfica en el
curso de la historia (literalmente atribuye las políticas gubernamentales de su
país a una supuesta adicción a Twitter de Donald Trump). Pero su análisis de la
retroalimentación negativa de la arquitectura de las redes sociales, los
intereses comerciales de sus propietarios y sus anunciantes y las conductas
sociales de sus usuarios es valiente, claro y sugerente.
La centralidad de las redes sociales en las comprensiones
contemporáneas de la cultura digital está alimentando un heterogéneo conjunto
de estudios académicos que recibe mucha atención mediática, pero cuya
coherencia es cuestionable. Esta especie de redología abarca desde desarrollos
rigurosos en el campo de la biología y la matemática hasta planteamientos
sociológicos o filosóficos mucho más impresionistas. La metáfora de la Red
imprime una pátina de unidad a un campo de análisis que, en realidad, recuerda
a aquella escena de Amanece que no es poco en la que el maestro pone un examen
a los niños del pueblo diciendo: “Tomad nota de las preguntas: Las ingles. Su
importancia geográfica. ¿Son verdad las ingles? Historia de las ingles. Las
ingles en la antigüedad. Las ingles de los americanos. ¿Cómo hay que tocar las
ingles? El ruido de las ingles…”. Basta sustituir “ingles” por “redes” para
obtener una panorámica bastante precisa de las versiones más ampulosas de los
estudios netológicos.
El desencanto de Derakhshan es interesante porque contrasta
con el entusiasmo que desató la eclosión de las redes sociales, aún mayor que
el que se produjo con la gran marea de blogs de unos años antes. La web 2.0 fue
anunciada como un retorno del espíritu comunitarista de los tiempos heroicos de
la contracultura informática. Es una pauta habitual. La historia de la
recepción de la tecnología digital es una sucesión de exaltaciones y
decepciones explosivas y fugaces. Los cambios técnicos —algunos francamente
triviales— son vividos como el albor de un mundo nuevo o un anuncio del
apocalipsis. Precisamente si algo caracteriza el momento actual, al menos desde
el punto de vista de la producción intelectual, es la generalización de la literatura
crítica con las redes sociales. Se trata de un cambio profundo respecto a la
situación de hace apenas un lustro, cuando muchos tecnólogos consideraban casi
una ofensa personal que alguien escribiera sobre Internet sin la deferencia
debida a los medios sociales.
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