PAUL KRUGMANG
Las medidas tomadas por el presidente Trump en materia de
emigración representan no sólo un anacronismo, sino la vuelta al peor racismo,
al antisemitismo, la ausencia total de tolerancia de hechos y actitudes que
asumíamos, estaban superados por la humanidad. Dos fenómenos adicionales
preocupan, la popularidad del presidente entre un número amplio de ciudadanos y
de militantes y simpatizantes del partido republicano y por otro lado, las
consonancias y mayorías de un congreso arrodillado. Está columna de nobel de economía, lúcida, es
análisis de lo que está pasando. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE HUERTAS
El tratamiento de Trump hacia los latinoamericanos recuerda a
los peores tiempos del antisemitismo.
PAUL KRUGMAN
22 JUN 2018 - 17:00 COT
El declive moral de Estados Unidos con Donald Trump es
vertiginoso. En solo unos meses, hemos pasado de ser un país que representaba
"la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad" a ser un país
que separa a los niños de sus padres y los mete en jaulas.
Lo que resulta igual de sorprendente de esta decadencia hacia
la barbarie es que no es una respuesta a ningún problema real. La afluencia
masiva de asesinos y de violadores de la que habla Trump, la oleada de delitos
cometidos por los inmigrantes en Estados Unidos (y, en su cabeza, por los
refugiados en Alemania), son cosas que simplemente no están sucediendo. Son
solo fantasías enfermizas utilizadas para justificar atrocidades reales. ¿Y
saben a qué me recuerda esto? A la historia del antisemitismo, un relato de
prejuicios alimentados por mitos y engaños que terminó en un genocidio.
Vamos a hablar primero de la inmigración estadounidense
moderna y de cómo se puede comparar con esas fantasías enfermizas. Existe un
debate muy técnico entre los economistas sobre si los inmigrantes con un bajo
nivel educativo ejercen un efecto negativo sobre los salarios de los
trabajadores nacidos en el país y con similar nivel de formación (la mayoría de
los investigadores opinan que no, pero hay algunas discrepancias). Sin embargo,
este debate no influye en las políticas de Trump.
Lo que reflejan más bien estas políticas es una imagen de la
“carnicería estadounidense”, de grandes ciudades invadidas por inmigrantes
violentos. Y esta imagen no guarda ninguna relación con la realidad. Para
empezar, a pesar de un pequeño repunte desde 2014, los delitos violentos en EE
UU se encuentran en unos mínimos históricos y la tasa de homicidios es la misma
que a principios de la década de 1960. (Los delitos en Alemania también están
en mínimos históricos, por cierto). La carnicería de Trump es un producto de su
imaginación.
Si miramos el conjunto de EE UU, es verdad que existe una
correlación entre los delitos violentos y el predominio de inmigrantes
indocumentados: una correlación negativa. Es decir, los lugares con muchos
inmigrantes, legales e indocumentados, suelen tener unos índices de
criminalidad excepcionalmente bajos. El mejor ejemplo de esta historia de la
carnicería inexistente es la ciudad más grande de todas, Nueva York, en la que
más de un tercio de la población ha nacido en el extranjero —incluyendo
aproximadamente a medio millón de inmigrantes indocumentados— y la delincuencia
ha caído a niveles que no se registraban desde la década de 1950.
Y esto, en realidad, no debería resultar sorprendente porque
los datos de las condenas a delincuentes muestran que es mucho menos probable
que los inmigrantes, tanto legales como indocumentados, cometan delitos que los
que han nacido en el país. Por tanto, el Gobierno de Trump ha aterrorizado a
familias y a niños haciendo caso omiso de todas las normas de decencia humana
para responder a una crisis que ni siquiera existe.
¿De dónde proceden este temor y este odio hacia los
inmigrantes? En gran parte parece ser un temor hacia lo desconocido: da la
sensación de que los Estados más contrarios a los inmigrantes son lugares, como
Virginia Occidental, donde apenas se ven. Pero el odio virulento hacia los
inmigrantes no solo existe entre los palurdos rurales. Naturalmente, el propio
Trump es un neoyorquino adinerado, y una gran parte de la financiación para los
grupos antiinmigrantes proviene de fundaciones controladas por multimillonarios
de derechas.
¿Por qué acaban odiando a los inmigrantes personas que tienen
dinero y éxito? A veces pienso en Lou Dobbs, un comentarista de televisión que
me caía bien y al que conocí a principios de la década de 2000, pero que se ha
convertido en un fanático anti-inmigracionista (y en confidente de Trump) y que
actualmente advierte de la existencia de un complot de “los Illuminati de la
calle K [donde tienen su sede la mayoría de grupos de presión de Washington]” a
favor de los inmigrantes.
No sé qué mueve a estas personas, pero esta película ya la
hemos visto antes, en la historia del antisemitismo. Lo que ocurre con el
antisemitismo es que nunca tuvo que ver con algo que hiciesen los judíos.
Siempre estuvo relacionado con mitos espeluznantes, basados a menudo en
invenciones deliberadas que se difundían sistemáticamente para generar odio.
Por ejemplo, la gente repitió durante décadas la
"calumnia de sangre”, la afirmación de que los judíos sacrificaban bebés
cristianos como parte del ritual de la Pascua judía. Y a principios del siglo
XX, se difundieron ampliamente Los protocolos de los sabios de Sión, un supuesto
plan para que los judíos dominasen el mundo que probablemente fuera fraguado
por la policía secreta rusa. (La historia se repite, la primera vez como una
tragedia y la segunda vez como una tragedia mayor).
Este documento falso se difundió ampliamente en EE UU gracias
nada menos que al mismísimo Henry Ford, un virulento antisemita que supervisó
la publicación y distribución de medio millón de ejemplares de una traducción
en inglés, El judío internacional. Ford se disculpó más tarde por haber
publicado una falsificación, pero el daño ya estaba hecho.
Insisto, ¿por qué alguien como Ford – que no solo era rico,
sino que también era uno de los hombres más admirados de su época – emprendió
esta senda? No lo sé, pero es evidente que estas cosas ocurren.
En cualquier caso, lo importante es entender que las
atrocidades que está cometiendo nuestro país en la frontera no son una reacción
exagerada o una respuesta mal ejecutada ante algún problema real que haya que
resolver. No hay ninguna crisis de inmigración y no hay ninguna crisis de
delincuencia de los inmigrantes.
No, la verdadera crisis es el aumento del odio, un odio
irracional que no guarda ninguna relación con nada de lo que hayan hecho las
víctimas. Y cualquiera que justifique ese odio – que intente, por ejemplo,
convertirlo en una historia con “dos lados” – en realidad es un defensor de los
crímenes contra la humanidad.
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