Hay notas que no
requieren mayor comentario. Esta reseña nos da cuenta de una publicación biográfica
sobre una de las escritoras más grandes de los últimos dos siglos. Apareció en “Babelia”
del periódico “El país” de España.
UNA BIOGRAFÍA, UN TOMO DE SUS
DIARIOS Y UN VOLUMEN DE CARTAS PERMITEN VOLVER A UNA AUTORA QUE NO DISTINGUÍA
ENTRE ESCRITURA E INTIMIDAD
NORA CATELLI
16 ENE 2018 - 18:06 COT
Olvidemos la cantidad
de ediciones en castellano, fragmentarias o no, de los diarios y la correspondencia
de Woolf. Olvidemos que Orlando, traducido por Jorge Luis
Borges, fue una de las fuentes de varias líneas de la célebre enumeración
del aleph visual de El aleph: como en la
actualidad los lectores de Borges y los de Woolf pertenecen a galaxias
distintas, pocas veces se advierte ese delicioso “préstamo”, como hubiesen
dicho los filólogos. Olvidemos otras traductoras o editoras episódicas y
egregias, que a Woolf le irritaban: detestó a Marguerite Yourcenar y fue
insularmente imperial con Victoria Ocampo.
Olvidemos las oleadas
de las diversas posturas críticas que acompañaron su fama: sucesivamente fue
convencional; después, vanguardista; más tarde, lírica; casi siempre, estrecha
de miras sociales o demasiado inglesa; a partir de los años ochenta del siglo
XX se la confinó en un palacio enorme y casi siempre sentimental: el de los
estudios culturales y el de la diferencia. Aunque en este último espacio se
pierdan en parte sus dotes literarias y su deslumbrante captación de la
historia, no podemos olvidar, sin embargo, que fue la autora indiscutible de
uno de los tres panfletos supremos de la liberación de las mujeres: el primero,
el de Mary Wollstonecraft (Vindicación de los derechos de la mujer; 1792);
el segundo pertenece a Woolf (Un cuarto propio; 1929); el
tercero fue El segundo sexo, de Simone de Beauvoir (1949). El
primero se escribió durante una revolución; los otros dos son textos de las
posguerras del siglo XX.
Los tres panfletos,
además, fueron posibles por el advenimiento del cristianismo, la única de las
tres religiones monoteístas que creó (alumbraron, permitieron, forjaron) un
pliegue por el que se deslizó el cuerpo de la mujer primero y después, mucho
después, también su entera condición humana. Hay otra -muy incómoda- condición
que hizo posible la liberación de las mujeres; y Woolf la percibió: que aquella
es impensable fuera del capitalismo. En ese sentido, Orlando podría
interpretarse también como la inquietante advertencia de que la mujer, como
sujeto social y político, surge atada a dos poderosos señores: cristianismo y
reino de la mercancía. En efecto, en 1928 Orlando se transforma en reguladora
máxima del mercado: va a grandes almacenes, conduce un coche, espera a su
marido.
Porque alberga todas
esas vertientes y no resuelve ninguna, hoy podemos leer a Woolf como una
intelectual en el sentido más amplio del término y en todos sus géneros: como
alguien que no retrocede ante ningún peligro y no distingue entre escritura e
intimidad. Al contrario, desafía la intimidad en la escritura, a la que concibe
siempre, en sus cartas y diarios, como un arrojarse al espacio de los otros,
tanto ante el de los lectores como al de la sociabilidad familiar, casi tan
exigente y feroz, en su caso, como la del campo literario.
En una de las
extraordinarias cartas a su tardía amiga Ethel Smyth (una de las pocas
compositoras de la época, que le llevaba 20 años y que era una aristócrata
omnipotentemente lesbiana) formuló la más perfecta y desafiante poética de ese
arrojo suyo, clarividente y peculiarísimo. Lo vinculó con sus extensos brotes
psicóticos, que se encuentran pautados en la clásica y sutil biografía de
Lyndall Gordon y que ella enlaza con los mecanismos de su producción
literaria. Dijo Woolf: “Puedo asegurarte que, como experiencia, la locura es
aterradora y nada despreciable. En su lava sigo encontrando la mayoría de las
cosas sobre las que escribo. Sale de una enteramente formada, terminada, no en
gotitas, como sucede con la cordura” (1930, en la traducción de la argentina
Susana Constante de Cartas a mujeres; 1993).
En 1930, cuando anotó
estas líneas, Woolf ya había pasado por al menos tres de los más prolongados
episodios de demencia que jalonaron su vida: Gordon sigue esa serie, sin hacer
clínica ni interpretación, y la usa para desarrollar su trabajo sobre tres
pilares. El primero es la génesis de la figura de una escritora y la relación
con el ritmo de sus lecturas, pautada por su padre, Leslie Stephen. El segundo
es un hallazgo de Gordon: las variaciones genéricas que Woolf trabajó en sus
ensayos y novelas surgen del género que con más éxito practicó su padre a
partir de 1885: el Dictiona ry of National Biography, uno
de los monumentos ideológicos de la época victoriana imperial. Observa Gordon:
“La biografía fue el punto de partida” de la literatura de su hija porque había
sido el punto de llegada de su padre, Leslie Stephen. El tercer pilar es la
labor crítica: Gordon no es sólo una biógrafa, sino una guía utilísima para
acceder incluso a algunas de las claves de la Woolf más oscura e inclasificable,
la de Las olas (1931).
Junto con Gordon y con
la correspondencia con Lytton Strachey ha aparecido otra traducción,
sin duda excelente, porque es de Olivia de Miguel, de los diarios de
1915-1919, que corresponden a la misma época del intercambio con Strachey. El
prólogo de Inés Martín Rodrigo es una enternecedora acumulación de ingenuidades
o errores, como afirmar que “es la primera vez que se nos ofrece una versión
fidedigna e inequívoca de Virginia Woolf”. Hay traducciones también muy
estimables anteriores de Justo Navarro y de Laura Freixas en Grijalbo. Y lo
fidedigno y lo inequívoco son, precisamente, lo que Woolf, en su genialidad,
nunca entrega. Si se logra, como en el caso de Kafka, hacer la edición completa
de los diarios (seis o siete volúmenes según las ediciones) y la de la
correspondencia (que posee la extensión similar), se podrá acceder, junto con
las obras, a uno de los monumentos de la literatura moderna, de su deslumbrante
originalidad y de su inagotable y arriesgada inteligencia.
‘Virginia Woolf. Vida de una escritora’. Lyndall Gordon. Traducción de Jaime Zulaika. Gatopardo, 2017. 456
páginas. 22,95 euros.‘El diario de
Virginia Woolf (Vol. I / 1915-1919)’. Virginia Woolf. Traducción de
Olivia de Miguel. Tres Hermanas, 2017. 613 páginas. 26 euros.‘600 libros desde que te conocí (correspondencia)’. Virginia
Woolf- Lytton Strachey. Traducción de Socorro Jiménez. Jus, 2017. 143 páginas.
14,50 euros.Virginia Woolf, las olas’.‘ Jesús
Marchamalo, con ilustraciones de Antonio Santos.Nórdica, 2017. 64 páginas.
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