Concierto del rapero Travis Scott que tuvo lugar dentro del videojuego Fortnite y al que asistieron más de doce millones de jugadores de forma simultánea.
En 1790, en Torino, Xavier de Maistre se batió en duelo con un oficial del ejército y fue condenado a cuarenta y dos días de arresto en una fortaleza militar. Gracias a su origen aristocrático (era hijo del presidente del parlamento del Reino de Cerdeña y hermano de uno de los críticos más furibundos de la Revolución francesa, el conservador Joseph de Maistre), se le permitió gozar de un encarcelamiento en unas condiciones de muchísima comodidad: tenía un sirviente a tiempo parcial y estaba siempre acompañado de su perrita Rosine.
Encerrado en esta modesta habitación, De Maistre decidió emprender un viaje al «encantador país de la imaginación». Empezó a dedicar atención a elementos hasta entonces banales (el escritorio, la butaca, el espejo), que tomaron una nueva dimensión y se convirtieron en territorios inexplorados, viaductos hacia un nuevo y desconocido paisaje espiritual. «¿Existe un escenario más propicio a la imaginación, que despierte ideas más enternecedoras, que el mueble en el que me abandono algunas veces?», sentenció De Maistre en Viaje alrededor de mi habitación, el libro que resultó de esa exploración literaria.
Durante los meses de cuarentena de la pandemia, en 2020, fueron muchos los que volvieron a leer este libro prendidos por las posibilidades de la imaginación y la fuerza de la subjetividad: la única posibilidad de huida estaba en la mente. El personaje de Monsieur Teste –que da nombre al libro del filósofo francés Paul Valéry– lo decía así: «El infinito no es gran cosa, solo una cuestión de escritura». Algunos lo descubrieron entonces, pero otros hacía mucho tiempo que conocían el poder de la mente para huir de la condena del presente: los lectores voraces y los shifters.
Los primeros ya los conocemos: aquellos que hacen de la lectura la posibilidad de trasladarse a vidas, paisajes y mundos que no son los suyos. Los segundos son los que practican el reality shifting y son el sujeto de investigación de Gabriel Ventura en El mejor de los mundos imposibles, donde explora los viajes al multiverso de aquellos jóvenes, la mayoría de ellos nativos digitales, que, a modo de meditación, son capaces de trasladarse a mundos de ficción e interactuar con sus ídolos o personajes favoritos, y piensan y viven el mundo de una forma del todo distinta.
¿Qué ha pasado entre Xavier de Maistre, encerrado en una habitación pequeña probando de vivir una vida más grande, y el chico que durante la pandemia asistió al primer concierto masivo de Travis Scott en el videojuego y fenómeno digital Fortnite, con más de doce millones de fans entregados a sus canciones? ¿Por qué insistimos en buscar formas de evadir la realidad y desear otra más ancha, más amable, más espaciosa?
Habrá quien califique estos shifters de utópicos, otros pensarán que están locos, pero si algo está claro es que el oficio de huir es más antiguo de lo que pensamos: lo inventó la primera persona que contó una historia.
Un simulacro real
Dos grandes textos del siglo pasado son todavía vigentes para entender la realidad contemporánea: Guy Debord publicó La sociedad del espectáculo en 1967, donde escribía que la vida auténtica había sido sustituida por una representación a través de la mediatización de los deseos, los valores y las percepciones que habían creado los medios de comunicación y la publicidad. En 1981, Jean Baudrillard publicó Cultura y simulacro, un lúcido ensayo en el que sentenció que la simulación ya no es la representación de algo real, sino que se convierte, ella misma, en la realidad. ¿Cuál es, entonces, el referente? ¿Adónde podemos regresar? Ambos aparecen en el libro de Gabriel Ventura, y la pregunta continúa siendo la misma: si la realidad desaparece, ¿hacia dónde tenemos que dirigirnos para buscar la verdad? ¿Y si pasa que ya no queda verdad ninguna a la que aferrarnos?.
Una colaboración entre Punzadas sonoras y Anagrama
A lo largo del último mes y medio las «amigas y filósofas» Paula Ducay e Inés García han compartido cuatro episodios especiales de su podcast Punzadas sonoras, que han surgido como colaboración con la editorial Anagrama y que se plantean como una exploración de los cuatro elementos: agua, aire, tierra y fuego. Partiendo de la mitología, Paula e Inés analizan cada concepto como símbolo, apoyándose en muy diversos referentes y revisando las obras literarias donde estos tienen una presencia clave. Os invitamos a escucharlas, sea en estos episodios especiales, o en cualquiera de sus interesantísimas Punzadas sonoras.
Los mundos paralelos de la literatura
Aunque toda literatura es, de alguna manera, una exploración de mundos paralelos, la ciencia ficción ha ahondado en esta cuestión desde sus inicios. El jardín de senderos que se bifurcan, de Jorge Luis Borges, es ya un mítico texto que, ambientado en la Primera Guerra Mundial, funciona como una parábola sobre el tiempo y el universo múltiple. Pero si hay un narrador que supo encarnar todas estas exploraciones, fue el americano Philip K. Dick, un autor legendario, que confesó haber experimentado viajes entre universos paralelos a través de su literatura y a través de su vida cotidiana: en una convención sobre el género celebrada en Metz en 1977, leyó una disertación sobre cómo podía recordar una vida presente diferente a la que estaba viviendo. No se refería a vidas pasadas, como mucha gente ya había comentado, sino a otra vida presente. «Sospecho que mi experiencia no es única», afirmó. «Quizá lo sea el deseo de hablar de ella.»
Las predicciones de Black Mirror
Hay quien se sorprende con la serie de ciencia ficción de Netflix, Black Mirror. Hay, en cambio, quien sostiene que el hecho de plantear futuros distópicos tan tajantes y desagradables suma a los espectadores en una apatía desmovilizadora: descubrir ese futuro indeseable lo redime, lo exime de intentar cambiar el presente para que el futuro sea distinto. El apocalipsis ya está escrito. Gabriel Ventura rememora en su ensayo ese capítulo en el que dos amigos se encuentran en una plataforma de realidad virtual en la que, por las noches, juegan a distancia: allí, sus avatares se entregan a una pasión amorosa y sexual alucinante. ¿Y si solo sabemos experimentar nuestras relaciones a través de la virtualidad?, se pregunta Slavoj Žižek. ¿Y si solo sabemos vivir mediante representaciones imaginarias? ¿Se trata de un consuelo, de una suerte o de una impostura? ¿Nos salva o nos condena?.
Los jóvenes salvarán la lectura
Si alguien sabe de reality shifting y de mundos paralelos es la generación Z: los jóvenes nacidos entre el 1997 y el 2012, que crecieron con una pantalla en la mano. A menudo demonizados y culpabilizados de todos los males que apuntan al final de la cultura, recientemente El País ha publicado una noticia en la que afirma que «los jóvenes de 14 a 24 años son los que más leen en España». En contra de los prejuicios que relacionan juventud con falta de interés por la lectura, estudios recientes demuestran que no es cierto. ¿Habrá algún tipo de relación con el deseo de huida que las pantallas les han ofrecido desde que son niños? ¿O se tratará, en cambio, del deseo de dejar las pantallas de lado e indagar en otras formas exploratorias de la imaginación, el deseo y el conocimiento? Sea como fuere, no será tan fácil repetir, desde ahora, que los jóvenes no se interesan por los libros.
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