viernes, 29 de noviembre de 2024

PEDRO PARAMO (1955)

 



Encontré este excelente artículo sobre Pedro Paramo en mi ordenador que creo amerita una divulgación especial. Cuando mis lectores lo lean entenderán esta afirmación que no es traída  de los cabellos, ni como prurito. Cesar H Bustamante.


Del Libro: Juan Rulfo, de Alberto Vidal


Con Pedro Páramo culmina el desarrollo literario de Rulfo, quien despliega allí todas las consecuencias de un totalitarismo como el cacicazgo.

Cuentan que el padre prometió a Rulfo llevarlo con el padrino, cura de Comala; esta población se ubica en las laderas occidentales de los volcanes de Colima, por la cara opuesta a la que se observa desde Zapotlán el Grande (hoy Ciudad Guzmán) y Sayula. La muerte impidió que el padre cumpliera su promesa, pero en el hijo ésta quedó —junto con la imagen del pueblo natal al que volvió cuando ya estaba abandonado— como uno de esos impulsos que señalan hasta dónde una obra maestra pudo no haber existido o bien ser muy distinta de como se ha fijado, puesto que dichos impulsos se produjeron en un tiempo presente, abierto siempre a otras posibilidades, a otras realizaciones.

El hijo, entonces, viaja simbólicamente a Comala después de vencer numerosas resistencias, como los sacudimientos de la infancia, como el trasplante a la ciudad de México, como una inserción precaria en la creciente burocracia federal, como los fallidos intentos de escribir con temas urbanos y como el rechazo —entre algunos colegas— al código estético que daría sustento a su obra máxima, rechazo que se evidenció en las discusiones entre asesores y becarios cuando Juan Rulfo era uno de estos últimos en el Centro Mexicano de Escritores, hacia comienzos de los años cincuenta. Esas discusiones mostraban una oposición creciente, en representantes de las nuevas generaciones, a una visión de la literatura que volvía los ojos a escenarios conocidos y a problemas al parecer ya resueltos.

Y fue así como, para la existencia de El Llano en llamas y sobre todo de Pedro Páramo, el mencionado Centro cumplió un papel importante, ya que ofreció subsidio al escritor y le exigió defender su proyecto ante quienes poseían otras visiones acerca de cuanto debía ser la literatura en un país volcado hacia la modernidad.

Asimismo, algunas de las leyendas sobre la gestación y la fijación de Pedro Páramo provienen de los participantes de aquellas sesiones, como Juan José Arreola, quien comentó que en una sola tarde varias manos sellaron el orden definitivo de los fragmentos. Tal anécdota convertiría la novela en un producto hasta cierto punto colectivo, lo cual puede interpretarse como un deseo de figurar en la historia de una obra maestra y asimismo como un intento de restituir ésta a uno de sus orígenes, que es justamente la colectividad.

VOCES Y ÁNIMAS

Uno de los rasgos más poderosos en Pedro Páramo es la presencia de voces fantasmales y de ánimas en pena, y ello permite al autor exhibir la inmensa gravedad de la violencia y de la cerrazón propia del cacicazgo y la Iglesia.

Los muertos tienen voz en la literatura por lo menos desde la Odisea, cuando Ulises desciende al Hades y dialoga con sus antepasados. También la Eneida, de Virgilio, y, ejemplarmente, la Divina Comedia, de Dante Alighieri, rompen la barrera entre la vida y la muerte para extender los territorios de la ficción hasta los dominios de aquello que, siendo ignoto e inescrutable, resulta capital para resolver las preguntas decisivas de la existencia.

La literatura mexicana —esencialmente realista, como fruto de los imperativos de una nación convocada a conformarse, conocerse y orientarse— rencuentra en Pedro Páramo las ricas posibilidades del entrecruzamiento de los vivos y los muertos, a partir de uno de los datos representativos de la mentalidad mestiza en la región del país donde transcurre la obra: la creencia de que quienes mueren sin gracia divina se condenan a vagar por la tierra, hasta el día en que hallen el perdón y el descanso.

Ahora bien, las casas, los pueblos —en suma la arquitectura—, fortalecen y agravan dicha fe, con sus altos techos de viga, sus galerones propicios al eco, sus magnitudes fantasmales, sus densas paredes de piedra, adobe o ladrillo.

Y, si los muertos pesan siempre, su hondura en Pedro Páramo se adensa al punto de que usurpan el espacio de los vivos y acaban invirtiendo los órdenes naturales, del mismo modo que Pedro Páramo subvierte el devenir familiar despojando del apellido a su único hijo legítimo, Juan Preciado, y entregándoselo al más irracional, violento y pueril de sus vástagos, Miguel Páramo: en las casas deambulan muertos sonámbulos, aún anhelantes de existencia, mientras que en las tumbas descansan muertos conscientes de su situación.

Desde esa célebre abolición de las fronteras entre la vida y la muerte, Rulfo puede construir la imagen de un México profundo, paralizado por sus propias voces, atrapado por las mismas palabras y los actos que hubieran debido darle vida, petrificado entre impulsos contradictorios que, al chocar, desmoronan cuerpos después de haberles quitado precisamente la palabra y la vida.


Juan Rulfo según Rogelio Naranjo.

 Hilo conductor

La fragmentación del argumento en escenas aparentemente discontinuas es otro rasgo capital de Pedro Páramo, mismo que ha influido en la exitosa recepción de Rulfo conforme se ha constatado su pertinencia para la obra.

El hecho de que existan los argumentos narrativos revela hasta qué punto el ser humano es consciente de la sintaxis de la existencia, del encadenamiento —en la sucesión temporal— de los gestos, los actos, las causas y las consecuencias que tejen los destinos. De todos los discursos, sólo la narrativa y el drama tienen como tarea capital la exhibición de las tensiones entre distintas vidas en ese campo de batalla que es el suceder compartido por todos. La narrativa fiel a la cronología "realista" —donde el hecho anterior precede al posterior— se basa en la fuerza que posee la representación de la realidad cuando se sigue uno de los rasgos decisivos de ésta: justamente el de la cronología lineal.

Pedro Páramo rompe con tal cronología y presenta los acontecimientos en aparente desorden. Así, la primera escena, la llegada de Juan Preciado al pueblo, sólo puede haber sucedido más tarde que la última, la muerte del cacique. Este desorden y la célebre fragmentación de las escenas obedecen a un paradigma clásico de expresión —en las estructuras profundas— de un elemento fundamental para la existencia de aquel mundo que aparece descrito en la obra: la destrucción de los órdenes familiar, anímico y político como fruto del cacicazgo, esto es, del totalitarismo más primitivo. De esa forma, en la lectura se va asistiendo a un mundo que no se dice fragmentado, sino que se expresa y se presenta como tal: leer Pedro Páramo equivale a sumergirse en una realidad que no puede ser consciente de sí misma.

Aun así, es dable reconstruir un orden que, sin ser exactamente cronológico remite a la escena originaria en el libro, que sería la fuente de la tragedia total: el momento en que Susana San Juan, obligada por su padre, desciende a una tumba en busca de oro, como la única manera de capitalizarse. Susana enloquece después de que ha llevado simbólicamente la muerte a la superficie de la tierra —no da a su padre "ruedas redondas de oro", sino una "calavera de muerto"—, de modo que el cacique mismo es culpable de la locura y muerte de Susana, causa a su vez de la extinción de Comala, en virtud de que el pueblo, sin darse cuenta, celebra la muerte de la mujer, y Pedro Páramo jura vengarse por semejante ofensa.

Hallazgos

El prestigio de Pedro Páramo se sustenta —entre otros rasgos— en la suma de sus aportaciones a una nueva concepción de la literatura, que superaba los límites del regionalismo y de otras corrientes puramente realistas.

Los escritores pueden buscar, en el mundo de la vida, a las personas que mejor encarnen las tensiones de la modernidad, para convertirlas en modelos de aquellos personajes que sabrán alzarse como paradigmas de los conflictos fundamentales de nuestro tiempo. Ahora bien, Rulfo buscó a personas tan arcaicas que se hallan en las antípodas del ser contemporáneo, y aun así halló capas profundas de la psique.

En el plano estilístico, Rulfo otorgó a la brevedad un carácter clásico, recordando que, aunque parezca paradójico, es posible aumentar el sentido de un texto si se disminuye el número de sus palabras: esa límpida tarea de contención, de concreción y concisión representa una de las cimas de la literatura en lengua española y tiene antecedentes en las orfebrerías verbales de fray Luís de León, Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, José Gorostiza y Alfonso Reyes, entre otros, todos ellos dueños de una aguda conciencia de la complejísima relación entre la palabra y el mundo y entre cada elemento de la lengua: los sonidos, la sintaxis, la morfología, los yacimientos semánticos. De hecho, si varios novelistas nacionales podrían recibir el titulo de "Balzac mexicano", el jalisciense merecería el de "Flaubert", aun cuando en su caso falten esos documentos sobre la ardua composición de una obra maestra que son las cartas del autor de Madame Bovary. Por cierto, es más bien poco cuanto se sabe sobre la manera de escribir del jalisciense y sobre su conciencia de la composición, lo cual ha hecho creer, equivocadamente, que ésta no existió.

Otro de los hallazgos de Rulfo consiste en resumir grandes corrientes literarias en unas cuantas líneas, sin hacer referencia explícita a ellas: el regionalismo muere al final de Pedro Páramo, con la muerte de la región misma —una extinción similar ocurrirá al término de Cien años de soledad— la novela de la Revolución se sintetiza en las pocas páginas dedicadas al levantamiento armado. Ahora bien, esa labor de acendrada sinopsis provoca una doble pulsión: se percibe como una cúspide insuperable y a la vez como un estímulo, al punto de que la novela de la Revolución encontró un nuevo auge, perceptible en pasajes de La región más transparente (1958) y en La muerte de Artemio Cruz (1962), de Carlos Fuentes, antes de encontrar una parodia en Los relámpagos de agosto (1964), de Jorge Ibargüengoitia.

Interpretaciones

Una obra muestra su importancia en la suma y la repercusión de sus interpretaciones. toda lectura es un ejercicio de apropiación, recirculación y transformación de los textos, pues siempre es un replanteamiento del conjunto desde una nueva subjetividad.

El texto literario se manifiesta como un campo de batalla cuando de él se desgranan las interpretaciones que buscan apropiárselo: cada una responde a las inquietudes y a los intereses espirituales, culturales y políticos de quien la formula. Pedro Páramo y, en general, la obra rulfiana han recibido las más diversas exégesis, y éstas hablan tanto de dicha obra como de los propósitos de cada lectura.

Las apropiaciones más influyentes de la novela han combinado elementos mitológicos e ideológico-políticos, como un intento de dar cuenta de su inconmensurable sustrato primitivo-universal y a la vez de su contexto histórico-mexicano (o regional o, desde otra perspectiva, latinoamericano): la obra, gracias a su carácter paradigmático —trágico-absoluto y asimismo narrativo-particular— incita intensamente esta tensión oscilante entre la tendencia a practicar la mitologización generalizadora y el deseo de reactivar los problemas del México posrevolucionario por medio de un contraste entre los datos ya existentes y la imagen en sinécdoque que Rulfo transmite de ese México. 

Otras interpretaciones abstraen de las dos anteriores el problema del tiempo, con el fin de presentar las distintas figuras geométricas subyacentes en Pedro Páramo: para unas, el tiempo es un círculo como el del eterno retorno —devenir que convierte a Comala en un infierno infinito— para otras, predomina una línea descendente: la de la decadencia sin término.

También existen las interpretaciones que destacan el papel del género —la mujer, el hombre— dentro del mundo rulfiano; en este punto, el autor se incorpora a una tradición en la cual la mujer juega un papel a tal punto decisivo que es ella quien determina hasta dónde puede llegar un individuo; eso ocurre en Margarita de niebla (1927), de Jaime Torres Bodet, y en La Señorita Etcétera (1922), de Arqueles Vela: el impulso rebelde e iconoclasta se apaga en el primer caso y se intensifica en el segundo (de allí el sentido de Etcétera: vivir incluso más allá del discurso) por las respectivas presencias de una mujer conservadora y otra vanguardista. Igualmente, Susana será quien, pese a su locura, libere a Comala del cacique, aun cuando pague —como el pueblo— con la vida. 

Alberto Vital (ciudad de México, 1958), obtuvo licenciatura y maestría en letras por la UNAM y se doctoró en Philosofie por la Universidad de Hamburgo, Alemania; su tesis de doctorado, El arriero en el camino (UNAM, 1994), analiza exhaustivamente la recepción de la obra de Rulfo en aquel país. Asímismo es autor de Lenguaje y poder en Pedro Páramo (CNCA, 1993) y de Conjeturas verosímiles (UNAM, 1996), entre otros títulos.

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