Primero, reconocer en la revista “Ñ” del diario “El clarín” de Argentina
como uno de los suplementos más serios y rigurosos en materia de cultura y
pensamiento. Esta entrevista al filósofo español realizada por Juan Cruz es una
muestra de ello. Quise hablar de la
profundidad y rigor de su pensamiento y decidí traer a colación una cita suya: “Decía
Gilles Deleuze que los profesores de filosofía, como los pintores figurativos,
se dividen en dos gremios: los retratistas (que reconstruyen la obra de algún
autor de los que han dejado su nombre en la historia de la filosofía) y los
paisajistas (que reconstruyen corrientes, escuelas, épocas o problemas). Los retratistas
(entre los cuales se coloca el propio Deleuze) necesitan más arte que los
paisajistas, pues la impericia que puede disimularse gracias a la “lejanía” con
la que se contempla el objeto en un paisaje no pasaría desapercibida cuando de
lo que se trata es de captar el gesto singular que distingue a un autor de cualquier
otro. Yo me di cuenta hace años de que soy paisajista. Por eso, cuando intento
hacer retratos de filósofos y similares —como sucede de vez en cuando en este
libro— lo que me salen son caricaturas. Ya saben: esas figuras en las que el
parecido se logra exagerando los rasgos más prominentes mientras los demás se
simplifican, y en las que los caricaturizados, aunque no lleguen a parecer ridículos,
siempre tienen algo de cómico”. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE.
JUAN CRUZ
El filósofo español lamenta que la soledad nos proteja
del contagio. Dice que es arduo hablar de un nosotros y que, cuando esto pase,
será hora de dejar viejas diferencias.
Esta crisis
domina el mundo. Tiene su origen en el contagio global de una enfermedad
maldita de la que, como en el título de un cuento de Julio Cortázar, no se debe
culpar a nadie. Pero todos estamos condenados por sus efectos. Se salvarán
muchos, pero las pérdidas, como en una guerra más criminal aunque guerra al
fin, serán multitudinarias. A su lado, la crisis de 2008, que dejó en la
miseria a tanta gente, es una anécdota grave, casi lógica en un mundo en el que
se gastó más de la cuenta. Esta es, por decirlo así, una crisis sin culpa. De
aquella hizo un libro excepcional el filósofo español José Luis Pardo (Madrid,
1954). Estudios del malestar (Premio Anagrama de Ensayo 2016) aborda aquel
momento para alertar cómo el resultado político de la anterior crisis global
puso en peligro las instituciones, en España y en el mundo. Ahora estamos en
otro momento que borra la alegría y sobre todo los conceptos, y adelanta un
amargo amanecer, un siglo distinto casi, un tiempo difícil de predecir y de
vivir. A través del celular, aunque vivimos en la misma ciudad, confinados el
entrevistado y el periodista en nuestras celdas individuales, Pardo explica su
modo de ver hoy este imperioso desastre.
–Su libro se
tituló Estudios del malestar. Es curioso, tantas palabras empiezan por m:
malestar, maldición, miseria, moral, miedo, maldad… –M de mal… –Vivíamos con
unos conceptos, historias, ciertas seguridades, y de pronto todo envejeció, y
ya solo hubo una palabra: coronavirus.
–¡Exacto! ¡Y
si nos dan noticias normales nos enfadamos!
–Esa noticia
tiene un revés: el miedo.
–Soy el
primero que lo tengo. Y entiendo que cada uno tenga que combatirlo como pueda.
Pero no deja de ser curioso este bombardeo con que nos tratan de convencer de
que nuestro tiempo tiene que estar relleno de actividad, para aturdirnos y para
que no podamos reflexionar sobre lo que nos pasa y sobre qué queremos para el
futuro.
–Javier
Marías sugería que la manipulación de las estadísticas son una vía para
inducirnos a tener más miedo…
–La bronca
permanente de la política ha sobrepasado la propia actividad del periodismo,
obligado a hacer de la estadística un modo de juzgar las acciones de gobierno.
Y los periodistas actúan, también, como precientíficos, juzgando la realidad
del virus como si supieran de ello como los médicos. Este asunto de la curva de
evolución diaria de la enfermedad es un asunto patético, como escolar, dañino.
–Pablo Neruda
tiene un verso que sirve para la ocasión. Está en su poema “Oda a las cosas
rotas”. “Las cosas que nadie rompe pero se rompieron”. En Estudios del malestar
contaste qué se rompió entonces. ¿Qué se ha roto ya ahora?
–Hay un
cierto desengaño, cierta pérdida de confianza en la clase política. Pero es que
para que se pueda decir “nosotros”, “los españoles”, “los europeos” o “los
americanos”, tiene que ser posible que el hijo del más pobre de nosotros tenga
las mismas oportunidades que el hijo del más rico, sin que el hijo del más rico
pierda ninguna oportunidad. Ahí donde no pasa eso, donde la igualdad sufre,
resulta un poco retórico decir “nosotros”. Lo que trajo la crisis económica fue
una perturbación de la igualdad y algo que parece que tiene que ver con la
igualdad, pero que es lo contrario, la identidad. Se ha convertido esto en una
querella de identidades no solo étnicas, lingüísticas, sino también sexuales,
de clase: “que se vayan, a ver si los echamos…” A ver cómo se resuelve esta
crisis de confianza que ha hecho que en muchos entornos se haya tratado de
culpabilizar a los emigrantes, a los perseguidos… Decía Jean Amèry, torturado
por los nazis, que cuando se padece tortura ya no se confía en los seres
humanos igual que antes.
–Algo que se
percibe es que los partidos (y la prensa, según niveles) relatan cómo va el
suceso igual que si fuera fútbol.
–Esto se
parece a la crisis de 2008 en que se ha tardado, tanto en Occidente como en
China, en reconocer su importancia. Se dijo que era un virus chino, y en España
se llegado a decir que era un virus madrileño… Hay aún están los que dicen que
es un resfriadinho o los que se han burlado de sus efectos porque no tienen la
menor intención de ocuparse de su población. También hay los que consideran que
el capitalismo se va a aprovechar de los confinamientos para esclavizar a los
trabajadores e instaurar un poder despótico… Llama la atención que los que
ahora están tan preocupados por la deriva autoritaria del Estado sean los
mismos que hasta ayer por la tarde apoyaban la dictadura de los regímenes
autoritarios de Cuba y los caudillismos populistas latinoamericanos, los mismos
que dicen que en España seguimos siendo franquistas y que los jueces encarcelan
a los presos políticos… En fin, que llama la atención que los que han dicho que
los derechos civiles eran un maquillaje capitalista ahora se preocupan por las
libertades individuales…
–En tu libro
anterior advertías del peligro que corrían entonces las instituciones. ¿Y
ahora, que le pasará al mundo?
–Lo difícil
es gestionar este asunto haciendo compatibles cosas muy principales y
elementales. Primero, la igualdad: que todos sintamos que si tenemos un
problema de salud vamos a ser tratados igual que cualquier otro, o por lo menos
que el sistema lo va a intentar. Con lo que está ocurriendo hemos descubierto
que quizá nuestro sistema sanitario no sea el mejor del mundo como pensábamos
(aunque sea muy eficaz en el sentido de que la relación calidad/precio es muy
buena) y que además tampoco es tan igualitario porque no es igual en todas las
comunidades… En segundo término, que ese respeto a la igualdad sea compatible
con la libertad. Porque hay un tipo de político al que le excita el estado de
alarma y ya quiere nacionalizarlo todo. Es verdad que solo hay poder y espacio
público ahí donde hay poder y espacio privado, porque en los regímenes donde
aparentemente todo es público, como en los totalitarios donde el Estado llega a
todas partes y no hay libertades individuales, en realidad no hay nada público,
todo es privado, todos estamos en la casa del amo…
–El bienestar
está en cuestión. Y también, la solidaridad. Bajo la capa de la fraternidad
ante el horror crece también el hecho de que cada cual piensa en salvar su
piel…
–Kant lo
decía: “La raíz del mal y del bien conviven en el corazón humano”. De modo que
siempre hay un hilo de pensamiento que nos hace decir ‘bueno, no me ha tocado a
mí’. Esa una observación muy desagradable pero muy cierta. En estas ocasiones
las relaciones se trastornan. De pronto todos somos capaces de comportarnos
mucho peor de lo que aparentemente nos comportaríamos en una situación normal.
Pero, ¡ojo!, también somos capaces de comportarnos mucho mejor. Cuando en un
sitio cerrado hay un incendio está comprobado estadísticamente que muchos
pisarían la cabeza de otros para salvarse… Pero habrá otros, quizá muchos, que
van a dejar pasar a los primeros… Si fuéramos inmortales o dioses esto no
tendría mérito, pero ahí lo importante es que, sin serlo, algunas veces nos
comportamos como si lo fuéramos.
–En España y
en todas partes se trata a los caídos en esta contingencia como héroes, y
también son héroes los que componen el equipo sanitario… Pero también se erigen
en héroes en todos los sectores: los que hacen el pan, los que cobran en el
cajero de los supermercados... ¡Hasta los periodistas podemos llegar a ser
propuestos como héroes!
–Si uno es un
héroe es porque sale bien de alguna circunstancia especial. Puede haber un
exceso de héroes aquí. Por otro lado, hacemos muy bien en exaltar las virtudes
de la gente expuesta al peligro. Nadie puede estar protegido del todo en estas
situaciones de extremo riesgo. Y es cierto que nadie está preparado para una
catástrofe de estas dimensiones. Dicho esto, también tenemos que exigir un
sistema sanitario que no obligue a la gente a ser héroes a todas horas.
–Resurgen
como heridas de esta guerra la soledad y la inseguridad.
Es terrible,
sí. Ahora la soledad es lo único que nos protege del contagio. Es muy
desagradable también que tener que renunciar al contacto con los que quieres.
Los medios virtuales no son suficientes… Creo que una cosa que debemos sacar de
todo esto es que debemos reflexionar acerca de lo que es esencial y de qué no
lo es. Como profesores, se nos dice que no es esencial que nuestras clases sean
presenciales. Y no es así: por muchos foros digitales que abras, nada mejor que
la presencia del profesor.
–Durante
siglos los filósofos han sido reclamados para explicar las pandemias… ¿Qué te
ha llamado la atención de lo que en la historia se ha dicho?
–Antropológicamente
la reacción más común ha consistido en repetir estereotipadamente durante
milenios las relaciones que tenemos unos con otros, reacciones de antagonismo o
de violencia. Pero algunas veces en la historia hay acontecimientos –como decía
Michel Serres– que se produce fuera de nuestras relaciones familiares. En este
caso está el Covid-19, que no tiene que ver con nuestros antagonismos ni
querellas identitarias y que nos obliga a ponernos de acuerdo. Se acabó, en
este caso, el yo, el nosotros, y lo que hay es esto, qué hacemos con esto. Lo
que deseo a todo el mundo, igual que para mí, es que podamos sobrevivir para
contarlo. Como por desgracia no todos sobreviviremos lo que sí me gustaría
decir para los que estén aquí cuando se disipe la niebla es que a lo mejor es
posible llegar a acuerdos importantes sobre cosas básicas y que cuando esto se
normalice, que se normalizará, tampoco hace falta que volvamos a reconstruir
nuestras riñas, antagonismos o diferencias, que a lo mejor vale la pena
olvidarse de alguna de ellas.
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