Soy un lector
de Borges de toda la vida, no quiero hablar sobre el valor de su obra que está
descontada, sino de la vigencia, me recuerda a Nietzsche, como si la obra se
reescribiera, la lectura de sus textos alucina. Santiago Gamboa, un novelista colombiano, escribió hace tres años este artículo en una
columna para el periódico “El país” de España, me parece pertinente publicarlo
en el blog, por la lucidez de quien viene, sólo espero que lo disfruten mis
lectores. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE.
Santiago Gamboa
14 DE JUNIO DEL 2016
A tres
décadas de su fallecimiento, la obra del autor no sólo permanece intacta, sino
que crece y revive en los nuevos lectores.
En uno de sus
extraordinarios ensayos, Juan Goytisolo afirma que la renovación de la
literatura en lengua española en el siglo XX provino de dos hechos
fundamentales que no se dieron en España sino en América Latina: la relectura
que Jorge Luis Borges hizo de la obra de Cervantes, y la que José Lezama Lima
hizo de Góngora. ¿Cuál fue la gran revolución de Borges? William Ospina asegura
que la cultura en la que vivimos hoy no sería concebible sin él, pues de algún
modo “trajo a América Latina todas las cosas del mundo”. Dicho de otro modo, la
obra de Borges familiarizó a sus lectores con contenidos que provenían de
culturas lejanas, en la geografía y en la Historia, sin necesidad de que todo
eso pasara antes por España o cualquier otro de los centros de los que América
Latina era subsidiaria.
Es notable
también el modo en que Borges, tal vez de forma involuntaria, encarnó una de
las grandes señas de identidad de América Latina, que es el espacio de la
frontera, ese lugar en donde todo tiene cabida porque todo se mezcla: la gran cultura
de Occidente y de Oriente con la tradición criolla. Y algo más: la alegría del
conocimiento, el buen humor de la cultura. La cultura universal hará más
intensa y feliz nuestra vida, pero esa cultura no es una agencia de pompas
fúnebres, sino algo jubiloso. Su admirado Nietzsche lo esbozó en La gaya
ciencia. El saber no está desligado de la sonrisa y esto Borges lo desarrolló
en otro arte en el que fue genial: el de la conversación.
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Tal vez por
eso, 30 años después de su muerte la obra de Borges no solo permanece intacta,
sino que crece y revive en los nuevos lectores. Y sigue siendo un referente
porque la cultura latinoamericana de hoy —como dijo William Ospina— es en gran
parte una creación suya. Una de sus herencias para las nuevas generaciones es
el derecho a apropiarse de cualquier tradición, no solo de la propia y
nacional. Esto es algo que está en el ADN de la que podríamos llamar Generación
de los noventa, con autores como los de la antología McOndo, publicada en 1996,
o los mexicanos del Crack, de ese mismo año. Borges hizo ver que no era
obligatorio ser mexicano ni colombiano en cada libro, y así novelistas como
Jorge Volpi o Ignacio Padilla se sintieron libres de escribir ficciones
situadas en otras geografías y tradiciones, con personajes de otros mundos.
Haber leído a Borges se transformó, de repente, en el convencimiento de que
todo era posible y que nadie estaba obligado a escribir de un modo y no de
otro.
Hay autores
que partieron de Borges para ir hacia fronteras literarias más lejanas. Veamos
algunos casos. Uno de ellos fue Roberto Bolaño. Su primer libro publicado, La
literatura nazi en América (1993), es una clarísima relectura de Historia
universal de la infamia, de Borges, que a su vez se basa en las Vidas
imaginarias, de Marcel Schwob. Bolaño, como Borges, estructura el libro en una
serie de biografías apócrifas, en su caso de escritores latinoamericanos de
ideología nazi, lo que le permite crear una suerte de “Bestiario
latinoamericano” y a la vez hablar de los problemas del continente. En la
literatura argentina, César Aira es probablemente el autor que más sigue una
senda borgiana: la temperatura de Borges, su lenguaje sencillo y conciso, pero
puesto al servicio de algo más. Aira tiene su propio mundo, y en él está sobre
todo esa profunda libertad que Borges promulgó y obtuvo para la escritura. Y
algo más: la brevedad. Las novelas de Aira, ninguna de más de 150 páginas
—aunque dependiendo del tipo de letra—, parecen sentir la nostalgia del cuento;
y a cambio son precisas, rigurosas e implacables, otro rasgo en el que podemos
reconocer la huella de Borges.
Autores más
jóvenes como Andrés Neuman o Juan Gabriel Vásquez también habitan un ecosistema
en el que Borges está presente a través de sus variadas metamorfosis: el
interés por ocupar literariamente los resquicios o las zonas de penumbra de la
Historia, el incorporar la literatura y en general la cultura como parte
esencial de la novela, el rigor del lenguaje y sobre todo la mezcla de géneros,
esa voluntaria supresión de las fronteras literarias que permite transformar en
cuento fantástico lo que empezó siendo un ensayo, o viceversa.
Es cierto que
todos estos aspectos pertenecen no solo a la obra de Borges, sino también a la
de muchos otros, pero al estar en sus libros pareciera que influencian más y
que repercuten con mayor fuerza en la escritura de las generaciones que lo
sucedieron, y por eso su imagen de autor totalizador, que no solo dejó una obra
magistral sino que además abrió todos los caminos, es la que seguimos viendo
hoy, al recordar ese 14 de junio de 1986 en el que su escritura se detuvo,
dando inicio a una nueva serie de infinitas e inagotables lecturas.
SANTIAGO
GAMBOA