Segundas
lecturas siempre son frescas, lo demuestra esta excelente columna, que espero
sea del gusto de mis lectores, fue publicada por “El país” de España. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE
No
hay nada igualable a la felicidad de ver cómo un cuento que nos pareció
fascinante, nos sorprende de nuevo en su relectura.
ENRIQUE
VILA-MATAS
24
JUN 2019 - 17:00 COT
En extrañas circunstancias perdí Tema
libre, de Alejandro Zambra, por lo que, al llegar a Madrid, a la Feria, tuve
que hacerme con otro ejemplar del libro en la caseta de Méndez. Por la noche,
en el hotel, revisando lo que días antes ya había leído con atención en
aquellas páginas, me detuve de nuevo en el párrafo en el que Zambra dice que un
profesor nunca debiera darles a sus estudiantes libros que entendiera del todo
y que más bien sería mejor que sintiera la necesidad de compartir con ellos los
libros que, pareciéndole fascinantes, no acabara de comprender. Y añadía: “Esto
es clave, pienso yo: lo que nos importa de un libro está asociado a la
sensación de que hay algo que no entendemos del todo. La felicidad de la
lectura está asociada a la posibilidad de la relectura”.
He ejercido de profesor en contadas
ocasiones, diría que unas 10, máximo. Y en una de ellas, la que más recuerdo,
pedí a los alumnos de Bellaterra, en junio del 2000 –estaba una jovencísima
Llucia Ramis entre las alumnas– que me ayudaran a entender El gato bajo la
lluvia, que era, les dije, un cuento de Hemingway que me fascinaba, aunque no
acababa de entenderlo del todo y aún menos que a García Márquez le pareciera el
mejor del mundo.
Fue todo un espectáculo escuchar las
interpretaciones de la elíptica trama que dieron los alumnos. Y, años después,
Juan Marsé, informado misteriosamente por alguien de lo sucedido en aquella
aula, escribió un breve texto, ¿Dónde está el gato?, donde decía que ya no
podríamos conocer las razones de Gabo para considerar aquel relato el mejor del
mundo, pero que siempre podíamos quedarnos con esta imagen que habitaba el
cuento: “Una mujer joven, apasionada y caprichosa, profundamente aburrida en un
hotel extranjero, un día lluvioso, mirando por la ventana. El despistado marido
leyendo en la cama, pasivo e indiferente, totalmente ajeno al deseo arrebatado
que lleva a su mujer a rescatar al gato callejero bajo la lluvia… Quiero un
gato. Quiero un gato. Ahora mismo”.
Me sorprendió, el otro día en la
Feria, lo que me contó un joven lector: hace unos cuantos años, su profesora de
literatura les pidió que la ayudaran a comprender El gato bajo la lluvia, un
relato que a ella, aun no captándolo del todo, le había encantado. Me
sorprendió esto y, en contacto yo todavía con lo que Zambra decía en Tema
libre, no pude más que aplaudir en silencio la iniciativa de aquella
desconocida profesora, a la que estoy ahora, ahora mismo, imaginando en una
calle cualquiera, con un paraguas bajo la lluvia, buscando al gato errante en
la intemperie, feliz ella al recordar que un día sugirió a sus alumnos que la
lectura siempre estuvo asociada a la posibilidad de la relectura. Y es que
quizás no haya nada igualable a ese tipo de felicidad, nada parecido a saber,
por ejemplo, que ese cuento de Hemingway, o simplemente aquello que en su día
leímos y que tan raro y fascinante nos pareció y que, para colmo, en la
siguiente lectura volvió a sorprendernos y a golpearnos, está ahí, sigue ahí y
es increíble, pero podemos volver a leerlo.