No es fácil mantener con calidad tres blog, pero circunstancias de la vida y el deseo de darle a la literatura la divulgación que amerita como herramienta escrutadora de la dimensión humana, que ayuda a descifrar la intrincada naturaleza del hombre, me obligan a continuar con este esfuerzo, que siendo grato, requiere de tiempo y dedicación. En este blog seguirán apareciendo los mejores artículos de literatura semanal, que en mi apreciación deben ser divulgados.
Este artículo es
escrito por una de las personas más conocedoras del medio ambiente en Colombia
y en el mundo, es una científica, que nos da una visión de la biodiversidad y
el desarrollo sostenible, más coherente y de acuerdo a presupuestos sólidos, por
fuera de esnobismos. Es directora del instituto Humboldt, académica, escritora
y una itinerante promulgando conceptos sobre medio ambiente. La traeremos a
este blog constantemente, este uno de sus artículos publicados en el diario “La
república” de Colombia. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE
Brigitte Baptiste
Desde que se hizo evidente la capacidad humana de transformar
la atmósfera de manera radical y con ello el clima y toda la funcionalidad
ecológica planetaria, se ha popularizado la idea de que vivimos una nueva era
en la historia geológica de la Tierra, suficientemente diferenciable de las
previas debido a que ha sido capaz de dejar señales persistentes: una
concentración y composición de gases que solo se ha presentado de manera
espontánea hace varios millones de años, una acumulación en aire, agua y suelo
de polímeros y otros miles de sustancias inexistentes antes de la era
industrial, un relieve modificado por obras de infraestructura capaces de
sobrevivir a la especie en caso de su extinción.
Hay muchos argumentos opuestos a la adopción formal de esta
denominación de la “era de lo humano”, pues su duración ha sido tan breve que
apenas podría comparase con un evento catastrófico como el meteorito que
extinguió los dinosaurios. Es decir, no como una era, sino como la línea que
dividió dos eras: el Holoceno y la que venga, que no nombraríamos nosotros por
obvias razones. La tenue persistencia del animal industrial en que nos
convertimos hace muy complejo el análisis, pues es absolutamente inimaginable
la forma que tomarían las civilizaciones humanas del futuro, salvo que
insistamos en que la sostenibilidad es una estrategia intermedia y estable de
forrajeo ilustrado o místico gracias al cual la población humana se
estabilizará en 1.000 o 2.000 millones de seres, quienes activa y decididamente
dejaron de lado su pretensión de controlar el átomo y el ADN, es decir, que
decidieron acoger un estado intermedio de perturbación ecológica con reglas
estrictas acerca de la innovación y la adopción de tecnología: una existencia
estabilizada en cierto punto de la historia humana.
Otras razones para rechazar la idea de una era de lo humano
vienen de la epidemiología: somos, en términos de la evolución, el equivalente
de una plaga. Y recordar “el año de la plaga” como referencia obligada al
colapso de la población europea con orgullo no es muy llamativo. En ello se
basan movimientos radicales y de contracultura que se rehúsan a seguir usando
la ciencia como fuente de manejo ambiental, invalidan las “métricas que
mecanizan la vida y limitan los sentidos” y combaten “las narrativas de un
apocalipsis identificado con el colapso de la civilización contemporánea”,
diría Natasha Myers en un evento reciente de “deconstrucción del verde” a
partir del arte, la ciencia y la literatura. Como animales místicos deberíamos
ser capaces de sobreponernos a la “pornografía de la ruina” y encontrar otra
posición en medio de las plantas y los animales del mundo, que nos reinstale en
otra senda de la evolución de la vida. ¿Desquiciado? Tal vez, pero una
incitación a la autocrítica, al abandono de la arrogancia, a buscar otras
posibilidades de ser, a retomar la compasión por el mundo y revivirlo como
premisa. No el Antropoceno, sino la búsqueda de un lugar humilde pero gozoso
para nuestra especie, a la manera de Francisco de Asís.
Para otros tal vez el tiempo de considerar a fondo la idea de
una posthumanidad, un postantropoceno y liberar la biota de nuestra carga,
migrando poco a poco al ordenador, a otros planetas. Parece absurdo, pero en
cien años nada se parecerá al presente, mucho menos nuestra especie. Y ya
nacieron quienes enfrentarán las bifurcaciones por venir.
Esta entrevista publicada en el periódico “El Clarin” de
Buenos Aires, exactamente en el suplemento “Ñ”, realizada a Virgine Despantes
iconoclasta Francesa, quien con su novela “Follarme”, un éxito de ventas
después de 25 años de publicado y un fracaso inexplicable en su primera publicación,
deja ver un mundo desde la esclerótica de una mujer por fuera de todo canon, Era
alcohólica, solo conseguía trabajos marginales que combinaba ocasionalmente con
la prostitución para sobrevivir, intervalos que le sirvieron para redactar el
texto y sentar una posición, que aún prevalece y que se opone en todo sentido a
la sociedad patriarcal y mojigata que le tocó por naturaleza. Es interesante
que mis lectores lean esta entrevista, espero sea de su gusto. CESAR HERNANDO BUSTAMANTE
Entrevista
Publicó su novela
Fóllame a los 25 y fue censurada, prohibida, amada. Teoría King Kong, un ensayo
biográfico, se anticipó al grito colectivo contra el patriarcado y se convirtió
en contraseña y bestséller. Hoy integra la Academia Goncourt y se reeditan sus
libros.
DÉBORA CAMPOS
“Soy adicta al sexo,
llegué a dormir con seis tipos por noche, pero decidí cambiar por mi hijo”.
Un eccema en todo el cuerpo la había empujado a la casa de
sus padres para que la ayudaran a curarse. Pero ellos se fueron de vacaciones y
la dejaron sola. Era 1992, tenía 23 años y hacía muchos que no vivía con su
familia. Era alcohólica, solo conseguía trabajos marginales que combinaba
ocasionalmente con la prostitución para sobrevivir. De manera que ese mes,
mientras la dermatitis iba desapareciendo, ella, Virginie Despentes, escribió
su primera novela, Baise-moi (Fóllame, en la traducción al español de Madrid).
El libro es duro: dos mujeres jóvenes, que se parecen a la autora en un juego
de espejos que deforman y reflejan, escapan después de asesinar a alguien. Una
es una prostituta. La otra, una actriz porno. Y la huida fue muchas veces
comparada con la de Thelma & Louise, la road movie de Ridley Scott. Pero
los personajes de Manu y Sabine no tienen nada de Susan Sarandon o Geena Davis.
Están rabiosas y devuelven violencia contra la violencia. Fóllame está escrito
desde las tripas de una veinteañera francesa harta de todo. “Para la crítica
fue un shock descubrir que estos pensamientos sobre el sexo podrían salir del
cerebro de una mujer. Era demasiado para ellos”, dice ahora, casi 30 años
después de aquello.
Pero antes de que los comentaristas tuvieran ocasión de
leerlo, el libro fracasó. Fracasó en serio. Desde la casa tomada en la que
vivía en París después de abandonar a sus padres, después de ser internada en
un psiquiátrico en la adolescencia y de ser violada, Despentes intentó
publicarlo. Hizo copias pero nueve editoriales la rechazaron. Sin embargo, las
versiónes de su manuscrito conocían un éxito singular: pasaban de mano en mano
entre sus amigos del ambiente post-punk. Uno de ellos fue el enlace con un
editor. Fue un boom. Generó pasiones, odios y escándalos en igual medida. Sexo,
violencia, mujeres y una autora punk marginal salvada de la droga y la
prostitución por la literatura. Porque el sistema literario francés, frente a
tanta intensidad, necesitaba de una moraleja.
ero a Virginie Despentes las moralejas la agobian. Y lo dejó
en claro en cuanto los medios se acercaron a entrevistarla. “No veo diferencia
entre prostituirme y someterme a las preguntas de los periodistas”, exageró.
Era una chica dura. Lo sigue siendo. A pesar de que vende miles de libros, de
que dirigió la versión cinematográfica de su primera novela en dupla con la
actriz porno Coralie Trinh Thi, a pesar también de que integra desde 2016 la
Academia Goncourt (la crème de la crème literaria francesa que cada año
catapulta a la fama mundial a un premiado), y a pesar, incluso, de que el año
pasado, finalmente, se compró un departamento. A los 49 años. En el camino,
desde los 30 dejó de tomar y es lesbiana.
Fóllame llegó esta semana a las librerías argentinas,
reeditada por Penguin Random House, junto al ensayo feminista que la volvió
bestséller mundial: Teoría King Kong. Su trilogía completa Vernon Subutex
también será parte del corpus en los siguientes meses. De esta manera, la obra
de Despentes se podrá conseguir en el país tres décadas después de su
lanzamiento pero con una actualidad sorprendente.
Despentes reside en París pero va seguido a Barcelona:
prefirió responder las preguntas de Ñ en castellano y por escrito. Y aunque sus
explicaciones conservan la estructura de su francés nativo, el salvajismo de su
expresividad cruza las fronteras de cualquier lengua: “Tenemos que abrir
centros de aborto en cada calle. Que los heteros se esterilicen masivamente. ¿Siete
mil millones de esta mierda de humanos? Hay que pararlo urgentemente”, anota.
–Fóllame irrumpió con una temática y una música muy
disruptivas para la sociedad francesa de los años 90. ¿Por qué el aspecto
político de la novela fue tan poco comentado y todo parece reducirse al sexo?
–Creo que es porque soy mujer. Cuando publiqué esta novela,
yo era joven y a la crítica literaria no le parecía esperable que una mujer
tuviera opinión política. Sobre todo, si no había pasado por la universidad.
Por todo eso, fue un shock imaginar en aquel momento que estos pensamientos
sobre el sexo podrían salir del cerebro de una chica. Era demasiado. También
hay que considerar que la gran mayoría de las críticas y entrevistas fueron
hechas por cerebros masculinos. Y he observado que cuando se trata de sexo, la
luz desaparece de los cerebros de los machos. No quieren oír hablar de sus
propias prácticas. Y aún menos verlas desde el punto de vista de una autora. Es
por eso que el silencio de la prostituta es fundamental. De todos modos, cuando
escribí el libro, yo no pensaba en el lado escandaloso o sexual. Estaba en ese
momento muy centrada en una rabia proletaria, y muy consciente de lo que me
pasaba. En Fóllame intento describir un mundo donde cuidarte es imposible porque
la violencia económica y política te pesa demasiado y te come la imaginación
hasta el punto en que la única respuesta posible es un baño de sangre y de
nihilismo. Lo más difícil, tal como lo pienso en el libro, es asumir que no
puedes tampoco cuidar a los que amas. Los ves caer uno detrás de otro. Y eso es
lo que te hace perder la dignidad.
–También su ensayo Teoría King Kong causó un enorme impacto.
Era el año 2006 y la obra fue presentada como un “manifiesto del nuevo
feminismo”. ¿Ese nuevo feminismo ya llegó?
–En la época de Teoría King Kong, se hablaba de la cuarta ola
feminista. Supongo y espero que lo que llega hoy en día sea más un tsunami
internacional que otra ola más. Y lo espero porque, si se tratara solamente de
una ola, el backlash será fatal, mientras que un tsunami no dejaría nada de las
viejas creencias, imposibilitando la venganza.
–En ese libro usted señalaba que los hombres también padecen
el patriarcado. ¿Cómo es eso?.
–Pues para empezar, trabajan para un orden patriarcal del que
disfruta un determinado porcentaje de la población mientras que todos los demás
son tratados como esclavos modernos. Los hombres se obsesionan con la autoridad
y la autoridad no la tienen ellos: la tiene los grandes jefes de empresas o sus
accionistas. Los hombres se someten a un orden que no es un orden justo y son
capaces de morir para defender fronteras o valores que no son beneficiosos para
ellos. Son los máximos tontos, se comen las migas de los poderosos y disfrutan
en casa de una pequeña autoridad y de la posibilidad de la violencia doméstica.
Eso no es una vida, es una sumisión absurda. Y por eso, por ser obedientes y
cargar con lo que el patriarcado espera de ellos, aceptan mutilarse de la
posibilidad de sentirse vulnerables, de la posibilidad de tener deseo propio.
Es una lástima. Y lo siento mucho por ellos, que creen que luchan por sus
propios intereses.
–A los 30 años dejó de beber y a los 35 abandonó la
heterosexualidad para “transformarse en lesbiana”, según explicó. ¿Cuál de esas
decisiones fue más difícil y qué resultado han tenido en su vida personal y
profesional?
–Parar de beber es extremamente difícil. Abandonar la
heterosexualidad es una fiesta. La ausencia de castigo en estos últimos diez
años fue una fiesta deliciosa. Parar de beber es otro asunto, es un luto
temible y una confrontación brutal contigo misma.
–¿El lesbianismo permite entender mejor el feminismo?
–El lesbianismo no te ayuda a entender mejor el feminismo,
sino a ser feminista en la alegría. Lo veo mucho más difícil para las pobres
heterosexuales que tienen que tener en cuenta sus propios problemas y además
encargarse con toda la mierda de la masculinidad heterosexual, que es una
catástrofe internacional extrema.
–¿Cómo es su vínculo con la maternidad?
–Afortunadamente no he tenido hijos. Ahora que tengo casi
cincuenta años, me parece una catástrofe la experiencia de ser padres. Odio la
estructura familiar. Odio el sentimiento de pertenencia que tienen los padres
hacia sus niños. Odio la transferencia de neurosis de padres a hijos. Odio la
manera en la que tener hijos te obliga a trabajar el doble para conseguir el
dinero y tener una vida de mierda para mantenerlos porque nadie te ayuda para
nada cuando eres padre. Y más que todo, odiaría tener ahora un adolescente en
mi casa y decirle: “Este es el mundo en el que vas a vivir”. Es un mundo
feísimo, brutal, absurdo, grotesco, violento, asesino. Es urgente que las
mujeres y los hombres dejen de dar a luz. Y paradójicamente, nunca la idea de
“ser padres” –y más específicamente de “ser madre”– fue tan glorificada. ¡Más
de 7 mil millones de putos humanos! ¡Peor que las cucarachas! Agresivos,
destructores, crueles. ¡Más de 7 mil millones! Y seguimos con la propaganda
idiota de “qué maravilla dar a luz”. Qué horror.
–En su país, Francia, ha surgido un grupo de mujeres que
publicaron un manifiesto en contra de algunas prácticas, como el escrache, y
credos del movimiento MeToo: entre ellas, Catherine Deneuve y Catherine Millet.
Ellas disienten en que toda mujer es, por definición, una víctima, y además
alertan contra el puritanismo sexual que conllevan las denuncias de acoso. ¿Qué
piensa sobre esas críticas?
–Lo más difícil para las francesas no fue la presencia en la
lista de Catherine Deneuve y Catherine Millet: ahí estaba también la
maravillosa Brigitte Lahaye, presentadora de radio y antigua actriz porno, y
eso sí ha sido doloroso... No puedo decir que haya entendido muy bien el texto.
Denuncian la sexofobia dentro del ámbito cultural y también que es más y más
difícil escribir sobre pornografía o trabajar en películas con sexo explícito, fuera
del gueto del porno. Sin embargo, no me pareció que las feministas tuvieran
demasiado que ver con esta situación. Primero, lo analicé como algo propio de
la clase alta. Eran todas mujeres heterosexuales, hijas y esposas de poderosos
que venían a defender los derechos de los más poderosos y su derecho a abusar
de sus poderes. Justo estamos en una época de Europa en la que los poderosos no
soportan los límites. Al final creo que se trata también del temor. Estos
hombres de clase alta piensan que merecen las más dóciles putas del mundo y así
enseñan que tienen poder.
–Vivimos con la impresión de que impera una gran libertad
sexual. Pero usted dice que “el problema es la sexofobia”. ¿A qué se refiere?
–Me refiero al hecho de que puedes vomitar tu odio en las
redes sociales mientras no muestres una teta. Hay robots cazatetas... Como si
fuera lo único capaz de poner en peligro el orden social. Tetas. Eso es
sexofobia. Miedo irracional al cuerpo de la mujer y de la sexualización que
conlleva. Me refiero al hecho de que miles de adolescentes han sufrido acoso
online o en la vida real porque habían chupado una pija o se habían dejado
grabar mientras cogían. Si hubiera una gran libertad sexual, seríamos incapaces
en 2019 de llamar a una chica “puta” por tener deseos. Y sería impensable
tratar mal a alguien porque le guste el sexo. La libertad sexual no puede pasar
si no viene con una desestigmatización de la sexualidad de las calentonas, de
las sinvergüenzas, de las que disfrutan de coger sin tener que justificarse con
motivaciones románticas o reproductivas. No hemos salido de la sexofobia que ha
caracterizado a los monoteísmos. Y no saldremos si no hacemos una revolución de
género total, con la abolición de la idea misma de géneros.
–¿La joven que usted fue en sus comienzos literarios hubiera
imaginado que se transformaría en miembro de la Academia Goncourt?
–No he sentido una metamorfosis radical cuando entré en ella.
No me han invitado a formar parte del jurado para que cambiara lo que soy. Lo
que me ha cambiado, y mucho, fue vender tantos libros con Apocalypse bebe y
Vernon Subutex porque hace casi diez años que la cuestión del dinero se
convirtió para mí en una no-cuestión. He comprado, el año pasado, el
departamento en el que vivo. Convertirme en propietaria, esto sí me ha cambiado
mucho. Me da una sensación de tranquilidad económica profunda, que cambia todo
mi sistema de pensamiento aunque no puedo dejar de ver que los refugiados se
mueren literalemente en la miseria a doscientos metros de mi casa y eso hace
que no me sienta cómoda con esta posición de nueva proprietaria. No sé lo que
la joven que fui habría pensado de Virginie Despentes... Las escritoras me
parecían muy lejanas. Pero me acuerdo que me parecía muy gracioso leer el
Hollywood de Bukowski, cuando el pobre hombre empezaba a pensar en invertir
para no pagar impuestos. Y no me parecía mal. Porque sus libros no habían
perdido el tono. Espero no perder mi tono tampoco.
–En un mundo fuertemente institucionalizado, usted desarrolló
una formación sobre todo autodidacta. ¿No sirven la escuela/universidad en la
actualidad?
–Sirven un montón, sí. Puedes hacerlo sin formación
universitaria, pero te costará más. El trabajo de escritor pide disciplina, y
ésta la aprendes en la universidad. Es genial pasar tu juventud en los bares
escuchando punk rock y hardcore pero no te prepara para nada en lo que respecta
al trabajo de la escritura. La formación universitaria también te prepara para
ser juzgada todo el tiempo y soportarlo. Y te enseña a respetar las estructuras
de la autoridad, y a tragar las injusticias sin gritar como una rabiosa. Todo
esto he tenido que aprenderlo muy tarde, y me cuesta.